domingo, 28 de diciembre de 2008

26. INUTILIDAD DE LA “REDENCIÓN” SIN LA FE

CONTRADICCIONES FUNDAMENTALES DE LA JERARQUÍA CATÓLICA: LA CONTRADICCIÓN SEGÚN LA CUAL "SIN LA FE NO HAY SALVACIÓN", DOCTRINA QUE ANULA EL VALOR DE LA SUPUESTA REDENCIÓN.

La doctrina que exalta el valor de la fe como condición necesaria y suficiente para la salvación se remonta al pasado más remoto del Cristianismo, de forma que ya en el evangelio de Juan se afirma:
“...es necesario que sea puesto en alto el Hijo del hombre, para que todo el que crea en él alcance la vida eterna. Porque así amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo Unigénito, a fin de que todo el que crea en él no perezca, sino alcance la vida eterna” ( ),
y
“en verdad, en verdad os digo, el que escucha mi palabra y cree al que me envió, tiene vida eterna y no incurre en sentencia de condenación, sino que ha pasado de la muerte a la vida” ( );
del mismo modo, en su Epístola a los Romanos, Pablo de Tarso defiende esta misma doctrina cuando indica que “sin la fe no hay salvación” ( ), o cuando dice “si confesares con tu boca a Jesús por Señor y creyeres en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo” ( ).
CRÍTICA: Respecto a estas palabras, comparándolas con los planteamientos de la posterior “teología católica” ( ), tiene interés reflejar la contradicción de que mientras Pablo de Tarso y quienes escribieron los evangelios presentan la fe como una opción personal libre a la que uno podría adherirse o alejarse voluntariamente, la postura oficial de la jerarquía católica considera de modo dogmático que la fe, como “virtud teologal”, es un don gratuito que Dios concede a quien quiere y que, por lo tanto, no depende de una opción personal libremente elegida.
Cuando se objeta a los defensores de esta última interpretación que uno no sería responsable de que Dios le hubiera concedido o no la fe, se le suele responder o bien que Dios da la fe a todos y que es responsabilidad de uno mismo el recibirla o rechazarla, o bien que, si no tiene fe, debe pedirla a Dios. Con la primera respuesta consiguen intranquilizar a personas mentalmente débiles que fácilmente llegan a sentirse culpables de su falta de fe en lugar de tomar conciencia de que no tienen por qué asumir ni afirmar como verdad nada que no sepan que lo sea; y, con la segunda, consiguen convencer a personas igualmente manipulables y propensas al sentimiento de culpa, las cuales parece que no reparan en que para pedir la fe en Dios, antes haría falta creer ya en la existencia de ese Dios a quien iban a pedirle la fe; evidentemente en tal planteamiento existiría un círculo vicioso. Esta perspectiva, además, está en contradicción con la doctrina de la jerarquía católica, que entiende la fe como un don del propio Dios, pero de hecho es la defendida en los evangelios y de manera especial en las cartas de Pablo de Tarso, como puede comprobarse a través de los siguientes pasajes:
a) “El que cree en él no será condenado; por el contrario, el que no cree en él, ya está condenado, por no haber creído en el Hijo único de Dios” ( );
b) “Convertíos y creed en el evangelio” ( )
c) “Y el Señor dijo:
-Si tuvierais fe, aunque sólo fuera como un grano de mostaza, diríais a esta morera: “Arráncate y trasplántate al mar”, y os obedecería” ( ).
d) “Sabemos, sin embargo, que Dios salva al hombre, no por el cumplimiento de la ley, sino a través de la fe en Jesucristo. Así que nosotros hemos creído en Cristo Jesús para alcanzar la salvación por medio de esa fe en Cristo y no por el cumplimiento de la ley. En efecto, por el cumplimiento de la ley ningún hombre alcanzará la salvación” ( ).
Entre estas citas, aunque todas hacen hincapié en la idea de que la fe depende de una opción personal, tiene especial interés la última, la de Pablo de Tarso, en cuanto de manera explícita presenta la fe como un opción personal, consecuencia de una capacidad de autoengaño inducido relacionado con una finalidad interesada y por ello de carácter no moral, como diría Kant, que impulsa a quien abraza la fe “para alcanzar la salvación por medio de esa fe en Cristo”.
Evidentemente el punto de vista de Pablo de Tarso es un absurdo total al defender que el hecho de conseguir creer sea un mérito para la salvación o para cualquier otra cosa. Y el absurdo es mayor si cabe teniendo en cuenta que Pablo llega a decir que “por el cumplimiento de la ley ningún hombre alcanzará la salvación”, eliminando así la importancia moral de las acciones para concederla en exclusiva a la inmoralidad de esa fe que se opone a la veracidad.
Decir, como Pablo, que
“si Cristo no ha resucitado, vuestra fe carece de sentido” ( ),
nos llevaría a tener que demostrar que, en efecto, Cristo hubiera resucitado. Pero además, mientras que sería una paradoja ridícula fundamentar la fe a partir del conocimiento de que Cristo hubiera resucitado, pues en tal caso la fe, al fundamentarse en un conocimiento, dejaría de ser fe, sería igualmente absurdo que se concediese a la fe un mérito especial por ser aceptada de modo ciego e irracional, y , por ello, si la propia resurrección de Cristo tuviese que ser objeto de fe, en tal caso la pretensión de Pablo de Tarso de fundamentar la fe a partir de una fe anterior en la resurrección de Cristo sería simplemente absurda –y nada meritoria- por incurrir en un círculo vicioso.
En resumen, creer en la verdad de algo que sabemos que es verdad no parece tener mérito alguno, mientras que creer en algo que sabemos que es falso o que desconocemos que sea verdadero tampoco parece precisamente meritorio sino sólo una muestra de falta de rigor intelectual, de obcecación o de deseo de que sean verdad aquellas fantasías que nos gustan.
En relación con esta cuestión podría plantearse un diálogo imaginario entre un ateo y un obispo respecto a cualquiera de los misterios que la jerarquía católica pretende que sean “creídos” por sus “fieles”. En un momento dado de su plática, el obispo podría decir:
“No trates de razonar sobre los dogmas de la Iglesia porque son misterios”.
El ateo podría responderle:
“Pero, si son misterios, es decir, si se trata de algo que la razón no puede llegar a comprender, ¿podrías explicarme cómo has llegado tú a saber que son verdaderos?”
Y el diálogo podría continuar así:
-Para alcanzar esa serie de verdades deben cumplirse dos condiciones: La primera es la de que aceptes la fe, y la segunda, unida a la primera, es que aceptes que el Papa -y los cardenales de la jerarquía de la Iglesia Católica reunidos en cónclave- están inspirados por el Espíritu Santo cuando proclaman un dogma de fe.
-Pero justamente lo que te pido es que me des un argumento que me sirva para saber por qué tendría que aceptar esa fe de que me hablas y por qué tendría que aceptar la autoridad del papa o de los cardenales de tu iglesia a la hora de aceptar o rechazar el valor de vuestras doctrinas. Pero, además, el problema es algo más complicado, pues si me dieras un argumento acerca de lo que te he pedido, la fe dejaría de ser fe para convertirse en conocimiento, mientras que si no me lo dieras, la aceptación de la fe representaría un desprecio absurdo de la veracidad y un suicidio de la razón.
-Aunque te parezca absurdo, ya te he dicho que en eso consiste el mérito de la fe: En aceptar doctrinas que son incomprensibles para el ser humano y que humillan la soberbia de su racionalidad. Para pertenecer al número de “los escogidos” debes aprender a humillar la propia racionalidad como un instrumento que nada representa frente a ese don admirable de la fe, que Dios envía a todo aquel que se humille y reconozca la insignificancia de su razón frente al carácter inconmensurable de su ser infinito. En definitiva: Debes dejar paso a la fe.
-Lo siento mucho. No consigo entender tu punto de vista por más que lo intento. Encuentro en él aspectos muy confusos que quisiera que me aclarases, si sabes cómo hacerlo. Me refiero, por ejemplo, a ese momento al que te refieres cuando hablas de la necesidad de “dejar paso a la fe”. El problema que veo consiste en lo siguiente: Si en principio con lo único con que contamos desde el punto de vista de la investigación de la verdad es la propia razón y la experiencia, ¿podrías darme algún argumento para convencerme de que debo olvidarme de la razón o de la experiencia para aceptar, por esa fe de que me hablas, la serie de doctrinas incomprensibles que presentas? ¿No te parece que, si no me das argumentos, no tengo por qué abandonar mi propia racionalidad, por muy insignificante que sea? ¿No te das cuenta de que incluso para abandonar la razón y sustituirla por la fe necesitaría tener una razón? ¿No comprendes que, por ello mismo, la fe estaría subordinada a esa razón, por lo que ésta seguiría teniendo un valor superior al de esa fe a la que tanto valor concedes?
-Mira: Si sigues por ese camino, no llegarás a ningún sitio. No tienes más opción que guiarte por la soberbia de tu racionalidad, tan insignificante y tan pobre, o acogerte a la seguridad y a la fuerza de esa gracia divina de la fe. No voy a discutir más contigo. Tienes dos opciones: la razón o la fe. Tú sabrás lo que haces.
-Te entiendo: La razón o la fe irracional, la comprensión o el dogmatismo y el fanatismo, dirigir mi vida desde mi débil racionalidad o renunciar a esa pequeña luz para dejar que tú y tu gente la dirijáis con vuestras consignas, misterios, dogmas, mitos absurdos y prejuicios. Pues todo eso que encerráis en el terreno de la fe, todo eso a lo que llamáis “misterio” es lo que en Lógica llamamos “contradicción”. Y pretender que aceptemos como verdad todas esas contradicciones es pretender que renunciemos a nuestra razón para convertirnos en borregos a vuestras órdenes, dispuestos a comulgar con ruedas de molino. Por cierto, una fe de esa clase fue la que propició que en año 1978 más de 900 personas se suicidasen en Guyana, obedeciendo la invitación de su jefe espiritual, el “reverendo” Jim Jones.
-¡Ése era un loco, pero nuestra palabra es la palabra de Dios! ¡Allá tú y tu soberbia racionalista si no quieres escucharnos!
- Pero, ¿acaso existe algún criterio para diferenciar entre una y otra fe? En el caso de que descartemos la razón, ¿en qué podría basarme para saber si alguno de los dos contenidos de fe es verdadero? Además, ¿qué sentido hubiera tenido que ese supuesto “Dios” del que hablan las religiones pretendiera jugar al escondite con el hombre, exigirle que renegase de la razón y que además se sometiese a la autoridad de gente sin escrúpulos, como ha demostrado serlo la Jerarquía Católica a lo largo de los siglos? y ¿qué sentido tendría que ese supuesto Dios, amor infinito, se mantuviese alejado tan permanentemente de sus hijos, de aquellos a quienes supuestamente tanto ama?
-¡Somos los auténticos sucesores de Cristo y los que enseñamos su palabra! ¡Y tú no eres quien para pedirle cuentas a Dios! ¡Vaya soberbia la tuya! ¡Recuerda que podemos excomulgarte y privarte de la eterna salvación!
-Me parece muy grave lo que estoy oyendo: ¿Quieres decir que la famosa “redención” de Cristo es papel mojado?, ¿de nada sirve esa redención sin que vosotros deis vuestro “visto bueno” haciéndola depender de la pertenencia a vuestra organización y de la ciega y sumisa aceptación de aquellas doctrinas que vosotros queráis imponer? Si no haces otra cosa más que afirmar de manera dogmática sin demostrar nada de lo que dices, entonces no podemos continuar. Así que vive como mejor te plazca, pero déjanos a los demás hacer lo mismo y no pretendas imponer tus incoherentes “creencias” que ni tú mismo crees, pues es absurdo intentar adoctrinar en tales ideas que nadie entiende y que encima tengas el cinismo de decir que el mérito principal de la fe consiste precisamente en creer lo que no entendemos, en aceptar como verdad aquello que desconocemos que lo sea o que incluso sabemos positivamente que no lo es.
Este diálogo podría continuar indefinidamente, pero sería totalmente estéril.
Por otra parte, en cuanto la fe se entienda como el resultado de una opción personal por la que se asuma como verdad una doctrina en relación con la cual no existe evidencia alguna en su favor, desde una perspectiva como la de la misma moral cristiana, tal opción estaría en contradicción con la veracidad y, por ello, desde la misma moral cristiana debería considerarse inmoral, en cuanto representa una actitud contraria a la veracidad, ya que mientras la veracidad consiste en aquella disposición por la que se intenta aceptar como verdad exclusivamente aquello que lo sea, la fe implica la aceptación ciega como verdad de algo que en realidad se desconoce que lo sea e incluso de algo de lo que se sabe que es falso en cuanto se opone a la razón.
Desde este punto de vista, que es el que aparece en los evangelios y en los escritos de Pablo de Tarso, la creencia en los diversos dogmas y misterios afirmados por la jerarquía católica implicaría un desprecio de la veracidad, es decir, del octavo mandamiento de las tablas de Moisés, el mandamiento “no mentirás”, que es incompatible con una valoración positiva de la fe en cuanto ésta pretende que se acepten como verdad doctrinas cuya verdad se desconoce, hasta el punto de que la misma jerarquía católica afirma que sobrepasan las posibilidades de la razón humana para comprenderlas.
Ante esta manera de entender la fe como una opción personal es conocida la famosa “apuesta de Pascal”, quien consideraba que ante la duda de si Dios existe o no, la apuesta no puede ser dudosa: Hay que apostar en favor de la existencia de Dios, es decir, hay que someterse a la fe en él, pues, aunque no existiera, nada se pierde con haber creído, mientras que, si existiera, se habrá ganado todo.
Pero esta “apuesta” dice muy poco en favor de Pascal desde el punto de vista de su propia rectitud intelectual y desde el punto de vista de su concepto de esa divinidad en la que interesaba creer, pues muy triste sería que dicha divinidad juzgase, salvase o condenase por el hecho de que uno renunciase o no a la propia racionalidad a la hora de aceptar o no doctrinas cuya verdad se desconociese.
En relación con la actitud que deba mantenerse respecto a la fe en su relación con la veracidad tiene interés reflejar las palabras de B. Russell cuando señala la actitud que conviene adoptar en cuanto se desee mantener el rigor intelectual:
“el verdadero precepto de la veracidad [...] es el siguiente: ‘Debemos dar a toda proposición que consideramos [...] el grado de crédito que esté justificado por la probabilidad que procede de las pruebas que conocemos’” ( ).
Sin embargo, uno de los muchos objetivos que pretende conseguir la jerarquía católica con sus supuestas “verdades de fe” consiste en:
1) Presentarse a sí misma como portadora de un mensaje misterioso, pero necesario para la obtención de la “eterna salvación”.
2) Aparentar ante la gente que ella está en contacto directo o indirecto con un Dios que le informa de sus mensajes y doctrinas para que las predique a los hombres;
3) Protegerse a sí misma de cualquier crítica contraria a las doctrinas que pretende imponer a partir de una supuesta autoridad sobre los “fieles” de su iglesia, pues, cuando tales contenidos puedan ser racionalmente criticables, la mejor forma de mantener su autoridad acerca de su valor es recurrir a la autoridad divina, de la que supuestamente ellos serían los “embajadores” y “pontífices”, es decir, “hacedores de puentes”, entre su Dios y el resto de los mortales, como si Dios –en el caso de que hubiera existido y hubiera sido omnipotente-, no hubiera tenido poder suficiente para comunicarse directamente con cada uno de los seres humanos.
Por otra parte, esta jerarquía, si más adelante advierte que le conviene corregir alguna doctrina en cuanto la Ciencia haya puesto de manifiesto su falsedad, en tal caso y para no perder autoridad entre sus fieles, tratará de amoldarse a las evidencias científicas, considerando que aquella doctrina se había interpretado mal o que se trataba de una metáfora, o mediante cualquier otra explicación que le permita seguir afirmando dogmáticamente lo que le convenga, sin que la Ciencia o la razón puedan quitarle autoridad, tal como sucedió en el caso de la defensa del heliocentrismo por parte de Galileo en el siglo XVII o como en la defensa del evolucionismo por parte de Darwin en el XIX, teoría científica contra la que el fundamentalismo cristiano sigue dando sus agónicos coletazos mediante su actual defensa recalcitrante del mito creacionista.
En definitiva, ¿qué autoridad podría tener la jerarquía católica para exigir que se tuviera fe en sus palabras y en sus absurdos dogmas?, ¿qué argumentos podría presentar que tuvieran más valor que el que nos ofrecen los judíos o los musulmanes o los partidarios de muchas otras religiones para defender los suyos?
En cuanto la fe y la religión en general van ligados al fanatismo y a la intolerancia, habría que concienciar a la sociedad de la conveniencia de desenmascarar a quienes, después de tantos siglos de fraudes y de asesinatos, todavía pretenden seguir manipulando a niños y jóvenes para conseguir con ellos el reemplazo de quienes, gracias a la fuerza de la cultura y de la racionalidad, se han ido liberando de sus garras ( ).

No hay comentarios: