miércoles, 30 de enero de 2008

Según la doctrina de la secta católica,
yo soy el hijo de Dios
La secta católica: Crítica de sus doctrinas fundamentales (X)

Antonio García Ninet
Doctor en Filosofía y en Ciencias de la Educación


No es que lo quieran aceptar ni afirmar abiertamente, pero, según el argumento utilizado por los Evangelios para afirmar la filiación divina de Jesús, también yo soy hijo de Dios. Así que es realmente es extraña tanta admiración porque Jesús lo sea mientras que nadie se admira de que también yo lo sea.
Pues, efectivamente, el argumento utilizado en los evangelios consiste en un análisis de la genealogía de Jesús, que comienza con José, que a continuación deduce que José desciende de Adán, y, como Adán es hijo de Dios, la consecuencia lógica evidente es que ¡Jesús es hijo de Dios!
Pero lo más curioso de este argumento es que es contradictorio con las interpretaciones de la jerarquía católica, según las cuales Jesús no fue hijo de José sino que fue engendrado por el Espíritu Santo. Así que los evangelios lo habrían tenido más fácil si hubieran dicho que Jesús era hijo de Dios porque el propio Dios lo había engendrado en María o porque María descendía de Adán y que Adán era hijo de Dios. Pero, como el machismo bíblico es tan radical, no se les ocurrió buscar los ascendientes de Jesús por vía materna sino sólo por la paterna. Por otra parte, la actitud de quienes escribieron los evangelios de “Lucas” y de “Mateo” es comprensible si se tiene en cuenta que

CRÍTICA: Este argumento olvida la propia doctrina cristiana según la cual José no fue el padre de Jesús y además es irónica porque, a fin de llegar a tal conclusión, se basa en la ascendencia de José , que se remonta hasta Adán, hijo de Dios, para concluir así que Jesús es hijo de Dios. Mediante tal argumentación, todos podríamos declararnos tan hijos de Dios como el propio Jesús, en cuanto todos seríamos descendientes de Adán. Y, por el contrario, la filiación divina de Jesús habría quedado sin demostrar al haberse basado en una filiación negada por la secta católica, ya que, según dicha secta, Jesús no fue hijo de José.
EL PECADO ORIGINAL
ES UN ABSURDO UTILIZADO PARA PROVOCAR UN COMPLEJO DE CULPA A FIN DE QUE
LOS FIELES DONEN SUS BIENES A LA IGLESIA
A CAMBIO DEL PERDÓN
La secta católica: Crítica de sus doctrinas fundamentales (XII)

Antonio García Ninet
Doctor en Filosofía y en Ciencias de la Educación


La secta católica afirma como dogma de fe la existencia de un “pecado” cometido por Adán y Eva, que se transmite al resto de la humanidad con la excepción de María.
Lo más probable es que la idea de una falta o de un pecado se debiese al hecho que en la antigüedad los hombres se preguntasen por la causa de sus continuos padecimientos en la vida: Enfermedades, hambre, peligros, calor, frío, diluvios… El pensamiento mítico de entonces, del mismo modo que les había llevado a una interpretación antropomórfica de toda esa serie de fenómenos, considerando que estaban provocados por seres invisibles, pero dotados de poderes extraordinarios, igualmente les debió de llevar a pensar que el daño que sufrían era debido a alguna ofensa contra esos seres, de manera que llegaron a considerar que sólo mediante determinados rituales y sacrificios podrían lograr el perdón de los dioses.
La absurda doctrina de la Secta Católica, que considera que el pecado original se trasmite de padres a hijos desde Adán, del cual descenderíamos todos, debe de tener su procedencia en las costumbres de los pueblos primitivos en los que el delito de un hombre podía repercutir en un castigo para él y para toda su parentela, aunque ésta no hubiese realizado ningún delito ni ofensa ni daño.
Así que, en el contexto de aquellas civilizaciones, puede entenderse que se llegase a considerar como natural que toda la especie humana tuviera que pagar por el delito de uno sólo.
Un modo de pensar tan absurdo se observa igualmente en la Biblia cuando en la última de las famosas plagas de Egipto, a fin de lograr que el faraón permitiese la marcha de los judíos, Yahvé decidió la muerte de todos los primogénitos de los egipcios. ¿Qué delito habían cometido para merecer aquella absurda represalia? Simplemente se cumplía a nivel de fábula bíblica lo que podía ser habitual en el contexto de aquella “cultura” egipcia.
Este dogma envuelve diversas contradicciones; una de ellas consiste en el propio carácter absurdo y contradictorio de un pecado que se hereda: si el concepto de pecado hace referencia a una acción voluntariamente cometida en contra de la ley de Dios, no tiene sentido la tesis de que el hombre nazca ya en pecado, pues antes de nacer no puede haber realizado acción alguna, ni voluntaria ni involuntaria, en contra de las normas divinas. De hecho, el mismo Agustín de Hipona sólo pudo encontrar, como explicación de la “herencia” de este pecado, una nueva doctrina tan absurda como la anterior, consistente en la teoría de que los hijos heredaban de los padres no sólo el cuerpo, sino también el alma (“traducianismo”), ya que siendo el pecado un concepto relacionado con una potencia del alma como sería la voluntad, si el hombre sólo heredase el cuerpo, no veía cómo hacer inteligible esa doctrina, pues el cuerpo era sólo el instrumento del que se servía el alma para realizar aquellos actos que podían estar o no de acuerdo con la voluntad divina y, por lo tanto, no podía ser el origen del pecado; mientras que, si el alma era creada directamente por Dios para cada uno de los hombres que nacieron después de Adán y Eva, resultaba incomprensible y absurdo que Dios hubiese creado un alma en pecado. Sin embargo, la Iglesia no aceptó la tesis de Agustín y siguió considerando el pecado original -¡y tan “original”!- como un dogma de fe.
Pero, en segundo lugar, se plantea un nuevo problema cuando se considera que María nació sin pecado, lo cual demuestra que nacer en pecado no era necesario e inevitable. Sería incluso una contradicción con la omnipotencia de Dios negarle el poder de evitar que no sólo María sino el resto de la humanidad nacieran también sin pecado. ¿Por qué no lo evitó? ¿Habrá que pensar que era bueno que el hombre naciera en pecado? Pero, si era bueno, ¿por qué privó a María de ese “privilegio”? Y, si no era bueno, ¿por qué sólo utilizó su poder para librar a María del pecado y no al resto de la humanidad? Si Dios ama al hombre con un amor infinito, no tiene sentido pensar que este poder se debilita a medida que lo utiliza. Y tampoco tiene sentido considerar que su amor sea “más infinito” para unos que para otros. Quizá alguien, con ganas de decir estupideces, pudiera decir que el pecado original era bueno a fin de que Dios manifestase su amor muriendo en la cruz, pero en tal caso la consideración del pecado como bueno sería contradictoria con el propio concepto de pecado en cuanto implica la idea de una acción intrínsecamente mala y en cuanto además, como suele decirse, el fin no justifica los medios. Además, habría sido un nuevo absurdo que el perdón a la humanidad se obtuviese por la mediación del sufrimiento y de la muerte injusta de alguien, tanto si se trataba del hombre como si se trataba del mismo Dios en la cruz. Tal explicación sólo podría tener sentido en el contexto de una mentalidad primitiva en la que las ofensas al rey o al faraón sólo se perdonaban con la muerte del ofensor o de algún familiar como su hijo -en este caso, el propio Dios convertido en hombre-, que pagaría la desobediencia de otro hombre. Por ello mismo, esta doctrina representaría además una aplicación de la ley del Talión (“ojo por ojo y diente por diente”) y, por ello, sería radicalmente absurda e incompatible con la constante referencia al perdón y a la misericordia infinitas de Dios, cuya aplicación debería ser gratuita precisamente por tratarse de “misericordia” y no producto de una “transacción”: “Tú me ofreces un sacrificio y luego yo te perdono”.
Por otra parte, el pecado original, considerado en sí mismo, plantea otros dos problemas que muestran igualmente lo absurdo de tal doctrina:
-En primer lugar, si, cuando –supuestamente- Dios creó a Adán, no hubo contrato alguno entre Dios y Adán que estableciese para Adán la obligación de obedecer los mandatos que Dios quisiera imponerle, es absurda la doctrina según la cual el hombre tuviera la obligación de obedecerle.
-En segundo lugar, es igualmente absurdo que Dios impusiera a Adán y a Eva la prohibición de comer de aquel árbol cuando no sólo sabía de antemano que comerían de la manzana, sino que además les había predeterminado para que incumplieran la prohibición.
El diablo y el buen Dios
La secta católica: Crítica de sus doctrinas fundamentales (XI)

Antonio García Ninet
Doctor en Filosofía y en Ciencias de la Educación

Paseaba Dios un día por los jardines del Edén, cuando de pronto oyó una voz que le decía:
-Buenos días, Dios. ¿Qué haces por aquí?
- ¡¿Y tú?! ¡¿Quién te ha dado permiso para estar aquí y para hablarme con ese atrevimiento?!
-¡Carajo! ¡Como si no nos conociéramos! ¡Ah, sí! Se me olvidaba de que presumes de ser Dios y de que te gusta mantener las distancias.
-¡Pues claro! ¡A ver que te has creído! Además, ¡que te tengo muy visto y no hay forma de que cambies!
-¡Vale, vale! Parece como si estuvieras enfadado.
-¿Enfadado yo? ¡Que te crees tu eso! ¡Que más quisieras! Lo único que pasa es que empiezo a cansarme de ti.
-Ése es tu problema. Yo no te pedí que me creases. Y lo que menos entiendo es que, con tu gran sabiduría, me creases para enviarme al Infierno. ¡Y, encima, para siempre!
-¡Cuidado! ¡No vengas echándome las culpas! ¡Si no te hubieras rebelado contra mí, todo esto no habría pasado!
-Pero, ¿no te parece que exageras? Yo lo único que pretendí fue ser lo que tu eres. No veo qué delito hay en eso, pues todos dicen que Dios es lo mejor que se puede ser.
-Sí, pero tú sabías que Dios sólo puede haber uno y ése era yo.
-Pero reconoce que tuviste miedo de mí y que por eso ahora me mantienes alejado, por si volviese a intentarlo. Además, si tu hijo dijo “¡sed perfectos como vuestro padre celestial es perfecto!”, ¿qué tiene de malo que yo haya querido ser como tú?, pues, al fin y al cabo, ¿qué méritos hiciste tú para ser Dios?
-¡Mucho cuidado con lo que dices, que lo vas a pagar muy caro!
-¿Aún te parece poco caro, si ya estoy en el Infierno?
-¿Que ya estás en el Infierno? Pues la cosa todavía puede ser peor. ¡Dame las gracias de que te permito salir a pasearte por la Tierra e incluso encontrarte conmigo! ¡O con mi última creación, esos seres humanos que casi me han salido tan mal como tú!
-¿Darte las gracias yo? ¿No te parece que te estás pasando? ¡Encima de que me tienes condenado, quieres que te dé las gracias! ¡Vaya cinismo!
-¡Cuidado con ese lenguaje, que vas a agotar mi paciencia!
-Pues, ¡vaya paciencia la tuya! ¡Y eso que es inagotable!
-Bueno, es un decir. Mi perfección es muy grande, pero, como ya somos viejos conocidos, te contaré un pequeño secreto: Hay ocasiones en que no consigo permanecer inmutable, a pesar de lo que digan mis teólogos terrenales.
-¡Vaya cuentos me cuentas ahora! ¡Como si no lo supiera! ¡A ver, si no, por qué estoy yo aquí! Pero, ahora que lo pienso, me parece que eso de que pierdas los nervios no es muy propio de un Dios. ¿Tengo razón o no?
-Pues también yo lo había pensado, hasta el punto de que he llegado a dudar de mi perfección.
-Pues, ¡piensa, piensa! Que ya va siendo hora de que te bajes de tu pedestal, tan lleno de orgullo, y comiences a ser más humilde, que todos tenemos defectos y también tú.
-La verdad es que esto de ser Dios a veces me resulta aburrido. No me gusta ser tan frío ni tan “inmutable” como debería ser de acuerdo con mi perfección.
-¿Sabes que te digo? Que me parece muy bien. A mi tampoco me gustaba eso de ser un ángel tan sumiso y por eso me rebelé.
-Sinceramente, creo que te comprendo.
-¡Pues no lo parece! Si eres Dios, tú ya sabías que yo iba a intentar lo que intenté y, sin embargo, dejaste que sucediera esa comedia y luego me enviaste al Infierno. ¿No crees que la broma dura ya demasiado tiempo?
-Te comprendo, pero, como Dios que soy, no me gusta cambiar mis decisiones y que luego me critiquen por ser tan voluble.
-¡Lo que dices es impropio de ti! ¿No te da vergüenza estar pendiente de las opiniones ajenas, cuando te consideras más sabio que nadie?
-Ya lo sé. Pero, ¿qué quieres que haga?
-¡Joder! ¿A ti que te parece? ¡Pues que me saques de ese maldito Infierno de una puñetera vez! ¿No te parece un acto de sadismo tenerme ahí castigado por toda la eternidad? ¿A quién beneficia eso?
-¡Menos humos, Luzbel, aunque vengas del Infierno!
-¡¿Menos humos…?! ¡Vergüenza debería darte ser tan vengativo!
-No se trata de venganza; es el castigo que te mereces por tu desobediencia.
-¡Qué castigo ni que cuentos! ¡Tú lo que eres es un malnacido!
-¡Ahí sí que te equivocas!, pues para ser un malnacido hace falta haber nacido, pero yo… soy eterno.
-¡No vayas presumiendo tanto, que eso habría que verlo!
-Bueno, me estoy cansando de esta conversación y de tu mala educación.
-Y yo de tus mentiras. ¡Tanto presumir diciendo “mi amor es infinito”!
-¿Acaso no envié a mi hijo para salvar a los hombres?
-¡Vaya absurdo! Pero ¿cómo puedes presumir de eso? ¿Es posible que no te hayas dado cuenta de que no necesitabas enviar a tu hijo para nada?
-¡Qué sabrás tú de mis proyectos y de mis caminos!
-¡Ah, sí! ¡Ya he oído eso de que “los caminos de la Providencia son inescrutables”!
-Pues, entonces no me hagas hablar más de la cuenta.
-¿Qué no te haga hablar? ¡A mi no me la pegas tú! Nos conocemos hace ya demasiado tiempo. Sabes que esa representación teatral fue un montaje absurdo.
-¿Por qué dices que fue absurdo?
-¿Pero acaso eres tonto?
-¡Cuida ese lenguaje, si no quieres que…!
-¡Si no quiero… qué! ¿Qué más puedes hacerme? ¿Añadir leña al fuego? ¡Estoy acostumbrado! Además, sólo quería decirte que eso de enviar a tu hijo para que muriese en una cruz fue una tontería.
-¿Qué sabrás tú?
-Pues sí. Te comportaste como esos tiranos terrenales que exigen sacrificios para perdonar. Y encima no te conformaste con una sencilla petición de perdón, no. ¡Querías un sacrificio digno de ti, el sacrificio de tu hijo hecho hombre!... ¡Patético!
-¡Me habían desobedecido!
-¿Quién te había desobedecido? Sólo Adán y Eva. ¿Qué tenían que ver los demás?
-Eran sus hijos.
-¡Y, claro está: Los hijos son culpables de lo que han hecho sus padres! ¡¿No te fastidia?!
-No sé. Tal vez me precipité. Cuando uno es Dios, no tiene al lado a nadie que le aconseje.
-Pues podías haberme consultado a mí. Hasta la gente dice que “sabe más el diablo por viejo que por diablo”.
-¿Qué podrías haberme dicho que yo no supiera?
-Pues muy sencillo. Que tu venganza y tus castigos eran contradictorios con tu fama de misericordioso. Así que, si querías ser infinitamente misericordioso, tus castigos no tenían sentido. Debías haber comprendido y haber perdonado a esos seres inconscientes que son los hombres… y también a mí.
-¡Ah, ya se descubrió el pastel! ¡Por eso estás insistiendo en eso de la misericordia! ¡Tú lo que quieres es que te permita salir del Infierno y regresar al Cielo!
-No te digo que no, pero, al margen de mi interés personal, no me negarás que lo que te digo tiene mucha más lógica que lo que has hecho.
-¡Qué sabrás tú de Lógica!
-Pues sí, he aprendido mucha a lo largo de los últimos siglos junto a tus hombrecillos, que no todos son idiotas. Y te digo que existe una contradicción total entre tu supuesta misericordia y el castigo eterno del Infierno, que sólo sirve para causar daño sin que este daño tenga una finalidad posterior positiva.
-¿Tú crees?
-¿Cómo puedes dudarlo? Piensa un poco, que parece que tanta eternidad sólo te haya servido para atrofiar tu inteligencia.
-Por favor, no empecemos otra vez con ataques personales.
-Te lo diré por última vez: ¿No entiendes que tu supuesto amor y tu misericordia infinitas son incompatibles con un castigo eterno como ese del Infierno? ¿Qué padre condenaría a un hijo a tenerle alejado para siempre en medio de horribles sufrimientos que no sirvieran para mejorarle ni para nada? ¿Es posible que no lo entiendas?
-¡Ay, Luzbel! Casi consigues que me sienta culpable.
-Pues, reconsidera tu actitud. Todos podemos equivocarnos, incluso tú, aunque seas Dios. Quizás la adoración de tanta gente a lo largo de tantos milenios te ha llevado a confiar excesivamente en tu sabiduría. Pero sabes que tengo razón. Llevo ya mucho tiempo ahí sufriendo por una decisión tuya desproporcionada. ¡No seas tan orgulloso! Comprende que ese castigo es absurdo y sólo propio de tiranos psicópatas como aquel hombre al que llamaban Calígula.
-Llevo tanto tiempo ocupado con los desastres humanos que no me había detenido a reflexionar a fondo sobre ese problema, pero reconozco que en lo que dices parece haber bastante sentido común, así que, por esta vez, te haré caso, aunque no puedo prometerte nada.
-Bueno, me basta con que pienses en lo que te he dicho y con que seas consecuente con la razón y no con el capricho de un tirano.
-Vale, Luzbel. Ya seguiremos hablando dentro de unos siglos, que ahora estoy organizando unas nuevas galaxias que se me acaban de ocurrir.
Jesús negó la infinita bondad divina
La secta católica: Crítica de sus doctrinas fundamentales (IX)

Antonio García Ninet
Doctor en Filosofía y en Ciencias de la Educación

Suponiendo, de acuerdo con la Secta Católica, que Jesús hubiera dicho refiriéndose a Judas “más le valdría a ese hombre no haber nacido” , tal como aparece en el evangelio de Marcos, esa afirmación implicaría la aceptación de que la bondad divina no era infinita en la misma medida en que se aceptase su omnipotencia e igualmente implicaría el reconocimiento implícito de que el propio Jesús no se identificaba con Dios, pues la frase resulta sarcástica en la misma medida en que la predestinación divina había programado la existencia de Judas con todo el conjunto de las acciones que realizaría a lo largo de su vida, incluida la traición a Jesús y su propio suicidio. Por ello, si Jesús hubiera sido Dios, habría sido absurdo que dijera esa frase, pues, habiendo programado su existencia para actuar como actuó, habría sabido que Judas no era culpable de nada.
¿Qué sentido podía tener esa frase en la boca de quien decidió que Judas naciera? Si hubiera sido mejor que Judas no naciera, en tal caso Dios, que le hizo nacer, habría actuado mal por no haberlo evitado
Tal vez la única explicación de unas palabras tan impropias de un Dios infinitamente misericordioso consiste en suponer que quien las dijo no era Dios ni hijo de Dios y, en tal caso, su error habría consistido en no comprender que la infinita misericordia divina alcanzaría también al propio Judas.
En cualquier caso, estas palabras, referidas a Judas, son tan absurdas como todas aquellas que hacen referencia al Infierno, en cuanto son contradictorias con la idea de un Dios omnipotente, que rige y predetermina todas las cosas, con la idea de un Dios omnisciente, que sabe de antemano todo lo que va a suceder y que, por lo tanto, podía haber evitado la existencia de aquel de quien dice que “más le valiera no haber nacido, y con la idea de un Dios infinitamente misericordioso, para quien no habría ofensa que no pudiera perdonar.
Además, el absurdo se hace mayor, si cabe, si se tiene en cuenta que la doctrina cristiana considera que Jesús se encarnó a fin de ofrecerse en sacrificio en la cruz para el perdón de los pecados, sacrificio que, aunque era otro absurdo en sí mismo -pues Dios por su amor y misericordia infinitas hubiera podido perdonar sin necesidad de sacrificio alguno-, se produjo mediante la colaboración de Judas, que a su manera fue un instrumento que sirvió para que Jesús llevase a término su inmolación.
Si Dios existiera, su bondad sería incompatible con la existencia del Infierno
La secta católica: Crítica de sus doctrinas fundamentales (VIII)

Antonio García Ninet
Doctor en Filosofía y en Ciencias de la Educación


El señor Ratzinger, actual jefe de la Secta Católica, ha vuelto a afirmar la existencia del Infierno como castigo eterno. Sin embargo, esta doctrina sobre un castigo eterno, que emana de un Dios del que se afirma al mismo tiempo que es misericordia y amor infinito, es una contradicción tan evidente que parece totalmente innecesario tratar de aclararla. Sin embargo, tal doctrina contradictoria se encuentra ya en los mismos orígenes del cristianismo y ha permanecido hasta la actualidad, considerándose además que una gran parte de la humanidad está predestinada a pasar en él una temporada tan larga que no tiene fin. En este sentido, el apóstol Mateo dice en su evangelio: “son muchos los llamados, pero pocos los escogidos” ; “así será el fin del mundo. Saldrán los ángeles a separar a los malos de los buenos, y los echarán al horno de fuego; allí llorarán y les rechinarán los dientes” ; “apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles” ; y “irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna” . El Apocalipsis de San Juan es otro ejemplo muy logrado de escrito en el que Dios aparece como un juez vengativo en el que su misericordia brilla por su ausencia.
Como crítica a esta doctrina hay que decir, en primer lugar, que, suponiendo que Dios existiera y que hubiese ordenado amar incluso a los propios enemigos, si luego él condenase con castigos eternos a quienes supuestamente hubieran sido sus enemigos, el propio Dios sería incoherente consigo mismo, al no perdonar a éstos, y sería realmente asombroso que el hombre fuera más capaz de perdón que el propio Dios, cuya misericordia se supone infinita en cuanto fuera verdad el dicho según el cual “Dios es amor”. Pues, efectivamente, la existencia del Infierno es claramente contradictoria con la doctrina del amor infinito de Dios.
Si ni siquiera resulta concebible que el más malvado de los hombres fuera capaz de castigar a un hijo con un sufrimiento eterno, sería un insulto a la bondad divina –si existiera- considerarla compatible con una monstruosidad semejante, teniendo en cuenta que ese castigo no tendría otra finalidad que la del castigo por el castigo mismo
Así pues, la doctrina del Infierno es incompatible con la que afirma que Dios es misericordia y amor infinitos y resulta asombroso comprobar hasta qué punto puede llegar la capacidad humana para no ser consciente del valor de la Lógica más elemental, cuando se observa que hay tanta gente que no llega a tomar conciencia de una contradicción tan evidente. Esa debilidad de la racionalidad humana se incrementa todavía más en aquellos lugares en los que, como consecuencia del lavado de cerebro al que la infancia haya sido sometida -como sucede en lugares como España, donde la Secta Católica tiene concedida patente de corso para adoctrinar a los niños en sus absurdas supersticiones-. Así sucede en aquellos casos en los que la jerarquía de la Secta Católica se aprovecha de esa temprana edad para troquelar las mentes infantiles grabando en ellas la idea de que “la fe está por encima de la razón” y que, por ese motivo, deben considerar que allí donde perciben una contradicción en realidad deben considerar que se trata de un profundo misterio cuya comprensión no se encuentra a su alcance.
En tercer lugar y como indica Tomás de Aquino, en cuanto la omnipotencia divina implica que los hombres no hacen otra cosa que aquello para lo que en definitiva han sido programados por Dios desde la eternidad, su condena por tales acciones derivadas de dicha programación divina no tendría sentido.
En estos últimos años algunos católicos han pensado que tal vez podían solucionar esta dificultad insuperable considerando que en realidad no era Dios quien condenaba sino que era el hombre quien elegía libremente vivir alejado de Dios, de manera que el Infierno no consistiría en otra cosa que en un estado de alejamiento de Dios por el que el hombre optaría libremente. Pero, aunque mediante esta “solución” Dios quedaría libre de cualquier responsabilidad por lo que se refiere al destino del hombre, en ella se olvida que, como ya se ha dicho antes, el hombre no puede elegir nada por su propia cuenta en cuanto, según indica Tomás de Aquino, todo cuanto el hombre decide o hace es Dios quien lo decide o hace. Además, cuando en los evangelios se habla del Infierno, no se lo describe como un lugar o un estado al que uno se dirige voluntariamente sino como un lugar de castigo al que el mismo Jesús envía a quienes no tengan fe en su palabra.
Por otra parte, la doctrina de que alguien elija apartarse del bien de manera consciente es contradictoria en cuanto el hecho mismo de elegir determinado objetivo es lo que demuestra qué considera como bueno quien lo elige, de manera que, si el Infierno representa el mayor mal, en tal caso es inconcebible que alguien pudiera elegirlo: sólo se desea lo que se presenta con cierto atractivo para el hombre, pero el Infierno en cuanto tal no puede tener ninguno; en consecuencia, nadie se alejaría voluntariamente de Dios, en cuanto en teoría sería el Bien absoluto. De acuerdo con este planteamiento, Tomás de Aquino, siguiendo a Aristóteles, decía que la voluntad tiende necesariamente al bien, y así esta eminente figura del Cristianismo proporciona una crítica implícita al argumento anterior pues si el bien es aquello a lo que todo tiende (“bonum est quod omnia appetunt”, dice Tomás de Aquino siguiendo a Aristóteles), como ya indicaron Sócrates, Platón y Aristóteles, no tiene sentido afirmar al mismo tiempo que se pueda elegir el mal.
La doctrina del Infierno tiene, al igual que muchas otras, un origen antropomórfico, relacionado con la actitud de muchos de los déspotas y tiranos de los tiempos en que se escribieron los diversos mitos acerca de dioses cuya actitud podía ser especialmente cruel con sus siervos, pero elevando al infinito su nivel de crueldad.
Todavía en estos momentos la simplicidad humana es tan elevada que se sigue utilizando la idea del Infierno para atemorizar a niños y mayores a fin de que en su mente quede grabada para siempre esa absurda pesadilla.
La predeterminación y predestinación convierten a Dios en un déspota y anulan la libertad humana
La secta católica: Crítica de sus doctrinas fundamentales (VII)

Antonio García Ninet
Doctor en Filosofía y en Ciencias de la Educación


La doctrina sobre la predeterminación, según la cual los actos humanos están sometidos por completo a la omnipotencia divina, hasta el punto de que las mismas decisiones humanas estarían programadas por Dios, y la doctrina de la predestinación, según la cual el hombre no se salva por sus obras sino por haber sido predestinado por Dios, quien concede la gracia para la salvación a quienes él quiere, sin que en él influyan los actos humanos, sean buenos o malos, son doctrinas que presentan la imagen de Dios como la de un déspota arbitrario y que anulan por completo la libertad humana.
El apóstol Pablo de Tarso defendió esta doctrina al escribir que “las decisiones divinas no dependen del comportamiento humano, sino de Dios” y que “Dios mismo dijo a Moisés: Tendré misericordia de quien quiera y me apiadaré de quien me plazca” . Posteriormente, en el siglo XIII, Tomás de Aquino, doctor de la Iglesia Católica, en la Suma contra los gentiles negó igualmente que el hombre pudiera salvarse por sus méritos y afirmó que sólo el auxilio divino podía llevarle a alcanzar este objetivo , y que nadie merecía por sí mismo dicho auxilio, pues
“no se nos concede el auxilio divino porque nosotros nos movemos hacia él mediante las buenas obras, sino que más bien progresamos mediante las buenas obras porque nos predispone el auxilio divino” .
Igualmente, más adelante, defendiendo la absoluta dependencia de todo respecto a la omnipotencia divina, escribió:
“Mas como quiera que Dios, entre los hombres que persisten en los mismos pecados, a unos los convierta previniéndolos y a otros los soporte o permita que procedan naturalmente [?], no se ha de investigar la razón por qué convierte a éstos y no a los otros, pues esto depende de su simple voluntad […]; tal como de la simple voluntad del artífice nace el formar de una misma materia, dispuesta de idéntico modo, unos vasos para usos nobles y otros para usos bajos” .
Por lo que se refiere al tema de la predestinación y en coherencia con lo anterior, Tomás de Aquino defiende que la elección y la reprobación del hombre han sido ordenadas por Dios desde la eternidad, sin que pueda aceptarse que la decisión divina esté causada por los méritos del hombre:
“Y como se ha demostrado que unos, ayudados por la gracia, se dirigen mediante la operación divina al fin último, y otros, desprovistos de dicho auxilio, se desvían del fin último, y todo lo que Dios hace está dispuesto y ordenado desde la eternidad por su sabiduría [...], es necesario que dicha distinción de hombres haya sido ordenada por Dios desde la eternidad. Por lo tanto, en cuanto que designó de antemano a algunos desde la eternidad para dirigirlos al fin último, se dice que los predestinó” .
CRÍTICA: Por extraña y absurda que parezca la doctrina de la predestinación, hay que tener en cuenta que sólo ella -tal como Tomás de Aquino comprendió- podía salvarse la omnipotencia divina, ya que, de lo contrario, desde el momento en que dejase de controlar las libres decisiones del hombre, su omnipotencia quedaría anulada.
Sin embargo y desde la perspectiva de las acciones y de la libertad humana, estas doctrinas incurren necesariamente en diversos absurdos y contradicciones:
En primer lugar, convierten al hombre en una especie de marioneta cuyas acciones sólo aparentemente son suyas, ya que es Dios quien las habría establecido, y, por lo tanto, tal como Pablo de Tarso y Tomás de Aquino señalan, no deberían ser valoradas como meritorias o culpables de forma que repercutiesen en la salvación o en la condenación del hombre en la misma medida en que son una manifestación de la voluntad de Dios, mientras que el hombre se convierte en un simple instrumento para tal manifestación.
En segundo lugar, en cuanto el hombre se salvase gracias a la predestinación divina, la doctrina que considerase que el amor infinito de Dios fuera compatible con el hecho de que hubiese predestinado a alguien al castigo eterno del Infierno sería absolutamente contradictoria. Sin embargo, ése fue el punto de vista de Tomás de Aquino, quien, sin comprender el absurdo de su doctrina, afirmó que Dios predestinó a unos para la salvación y a otros para su condena eterna, explicando (?) que lo hizo así para que en unos casos brillase su misericordia y en otros su justicia. Una opinión distinta a ésta es la del señor Ratzinger, actual jefe de la Secta Católica, quien, además de volver a afirmar que “el Infierno existe y es eterno”, considera que es el hombre el causante de su propia condena, por lo que en este caso rechaza la doctrina tomista que, para salvar la omnipotencia divina, considera que es Dios quien desde la eternidad ha decidido a quien salvará y a quién condenará.
Sin duda alguna esta explicación de Tomás de Aquino era ridícula, pero era coherente con la doctrina de la omnipotencia divina. Sin embargo, su carácter absurdo llega a un punto difícilmente superable cuando candorosamente se atreve a escribir que Dios odió (!!!) a aquellos a quienes condenó, olvidando de ese modo que un sentimiento de odio es absolutamente contradictorio con el Dios cristiano del que se dice que es amor infinito y, en consecuencia, incompatible con el odio, con el castigo eterno del Infierno y con cualquier otro castigo, en cuanto se siga considerando que los actos humanos en realidad son actos divinos, es decir, predeterminados por Dios. Por ello la siguiente doctrina de Tomás de Aquino representa u completo absurdo en cuanto para defender la omnipotencia divina llega a atribuir a Dios una cualidad tan negativa y contradictoria como la del odio
“Y a quienes dispuso desde la eternidad que no había de dar la gracia, se dice que los reprobó o los odió [...] Y puede también demostrarse que la predestinación y la elección no tienen por causa ciertos méritos humanos, no sólo porque la gracia de Dios no responde a mérito alguno, pues precede a todos los méritos humanos […], sino también porque la voluntad y providencia divinas son la causa primera de todo cuanto se hace; y nada puede ser causa de la voluntad y providencia divinas” .
Sin embargo, Tomás de Aquino, al hablar del odio divino sólo fue coherente con la idea de la predestinación, al considerar que, puesto que Dios condenaba al Infierno, que era un castigo eterno, eso sólo podía hacerlo como consecuencia de un sentimiento de odio contra aquellos seres humanos a quienes hubiese condenado.
Como puede comprobar cualquiera, la simpleza de Tomás de Aquino alcanza límites insuperables cuando afirma a un mismo tiempo que Dios es la causa determinante de los actos humanos y que odió a determinados hombres porque le dio la gana, ya que “nada puede ser causa de la voluntad y providencia divinas”, lo cual equivale a decir que Dios los odió porque quiso y no porque se hubiesen comportado mal, pues, por una parte, su comportamiento había sido programado por el propio Dios, y, por otra, la omnipotencia divina en ningún caso podía estar subordinada a cualquier condicionante ajeno, como lo sería la realidad humana.
El supuesto sacrificio de Cristo “para la salvación de la humanidad” es una doctrina
sádica y absurda
La secta católica: Crítica de sus doctrinas fundamentales (VI)

Antonio García Ninet
Doctor en Filosofía y en Ciencias de la Educación


VI. La jerarquía de la Secta Católica afirma como dogma de fe que Adán y Eva, considerados en la Biblia como “nuestros primeros padres”, desobedecieron a Yahvé y que por ese motivo toda la Humanidad nace en pecado y seguiría en pecado si no hubiera sido porque, para librarnos de él, Dios mismo se hizo hombre para ofrecerse a Dios Padre como ofrenda en “sacrifico” para liberar a la Humanidad de aquel pecado de desobediencia. Tal ofrenda, dicen, se realizó mediante su sacrificio en la cruz, a la que Jesús, considerado por las sectas cristianas como hijo de Dios y como Salvador del pecado, fue condenado por un delito de sedición.
CRÍTICA: Esta doctrina es tan absurda que lo más asombroso es que haya quien pueda creer en ella. Hay tantas contradicciones en ella que resulta difícil elegir alguna por la cual comenzar la crítica.
En ella se olvida que Dios, como consecuencia de su infinita misericordia, habría perdonado al hombre -si es que tenía algo que perdonarle- sin necesidad de sacrificio alguno, y olvida igualmente que quienes nacieron después de Adán y Eva no cometieron pecado alguno, por lo que tal doctrina no tiene sentido en cuanto implica el absurdo de considerar que Dios crea “en pecado” (?) el alma de cada uno de los seres humanos nacidos a partir de Adán y Eva “en pecado”.
El antropomorfismo de esta doctrina es patente en diversos aspectos. En primer lugar en el hecho de que se considere que Dios mismo pueda tener un hijo, lo cual representa la proyección a la idea de Dios de las categorías biológicas de la paternidad y de la filiación, lo cual es un absurdo total.
En segundo lugar, en el hecho de que ese Hijo, junto con el Espíritu Santo constituya la “Santísima Trinidad”, una doctrina frecuente en diversas religiones del tiempo en que se formó la cristiana, pero que nadie sabe qué papel cumple que no pudiera cumplir un Dios no fragmentado en “tres personas”, “iguales y realmente distintas”, misterio maravilloso y sublime para poner a prueba la capacidad humana de imbecilidad para negar su racionalidad y para aceptar cualquier barbaridad con la que se le quiera adoctrinar.
Sin embargo y a pesar de su carácter irracional, es una de las doctrinas centrales de esta secta, la cual considera que Dios creó al hombre, que el hombre le desobedeció, que tal actitud determinó como consecuencia el “pecado original” con el que todo hombre nacería, que el perdón de este pecado se realiza sólo mediante el sacrificio de Jesús, hijo de Dios, y que la salvación eterna del hombre –que, por otra parte, sólo consiguen “los escogidos”- tiene como condición el sacrificio de Jesús para conseguir el perdón de su padre y la predestinación divina.
Esta doctrina es una plasmación de la mentalidad de aquellas culturas antiguas en las que el daño cometido por determinada persona contra un superior implicaba un castigo que podía recaer no sólo en quien lo había realizado sino en toda su familia. Tiene cierta semejanza con aquella leyenda de la Biblia en la que en una de las famosas plagas de Egipto, Yahvé ordenó la muerte de todos los primogénitos de los egipcios, los cuales no tenían nada que ver con el comportamiento de su faraón, impidiendo la marcha de los judíos a “la tierra prometida”. Tanto en un caso como en el otro nos encontramos ante una actitud despótica, irracional e injusta. ¿Qué clase de justicia habría en la actitud de ese Dios? ¿Qué sentido tiene aceptar que la humanidad pueda tener alguna culpa de los actos realizados por aquellos supuestos primeros padres? Agustín de Hipona, considerado “santo” por esta secta, a fin de salvar esta dificultad insuperable consideró que los padres “transmitían” a sus hijos “un alma en pecado”, pero las jerarquías de la Secta afirmaron que Dios crea de la nada el alma de cada persona, la cual, en consecuencia, no es heredada a partir de los padres. Entonces, ¿sucede que Dios crea el alma en pecado?
Por otra parte, esta doctrina es igualmente contradictoria con las que hacen referencia al amor y a la misericordia infinitas de Dios. ¿Qué clase de amor es la quien es incapaz de perdonar a no ser mediante el sacrificio de un hombre que además sea Dios, en cuanto no le sirve ni su supuesto amor infinito ni una víctima cualquiera para enfriar su sed de venganza?
Los absurdos de estas doctrinas son tantos su aceptación sólo resulta comprensible a partir de la libertad adoctrinadora que los diversos Estados han concedido a la jerarquía de la Secta para inculcar tales estupideces en niños de seis años.
La existencia de un dios justiciero
es incompatible con la de un dios misericordioso
La secta católica: Crítica de sus doctrinas fundamentales (V)

Antonio García Ninet
Doctor en Filosofía


La doctrina católica acepta sin justificación de ningún tipo que Dios –su Dios- tiene el derecho de ordenar al hombre qué debe hacer en cada momento y que el hombre tiene la obligación moral de obedecer los mandatos de Dios, los cuales podrían llegar hasta el absurdo de exigirle al hombre el sacrificio de su propio hijo, tal como en teoría bíblica habría sucedido en el caso de Abraham, a quien Yahvé ordenó que le sacrificase a su hijo Isaac, “para probarlo”, para saber hasta dónde llegaba su nivel de sumisión –como si no lo supiera de acuerdo con su supuesta omnisciencia y predeterminación-. Al mismo tiempo considera que Dios es infinitamente justo e infinitamente misericordioso.
Al igual que las anteriores, estas doctrinas son criticables por contradictorias. En primer lugar, la consideración de que Dios tenga derecho a ordenar la conducta del hombre es contradictoria con la predeterminación según la cual todos los actos humanos han sido programados por Dios desde la eternidad. Por ello, pretender que el hombre “deba” obedecerle es un contrasentido en cuanto implica la suposición de que el hombre pudiera, de acuerdo con su exclusiva voluntad, escapar a la predeterminación de un ser omnipotente. Además y al margen de esta contradicción, la única explicación de esta creencia absurda en Dios como un “Señor” que pretende imponer sus normas y del hombre como un “siervo” que debe obedecerlas sólo se encuentra en la proyección de lo que en el pasado fue la vida humana, en relación con la cual las organizaciones políticas y sociales, como las del antiguo Egipto, giraban en torno a un “faraón” con un poder indiscutible y absoluto sobre la vida y la muerte de cada uno de sus súbditos. La justificación de aquel derecho no derivaba de otra cosa que de su poder. Y, por ello mismo y con mayor motivo, desde que se afirma la existencia de Yahvé como Señor absoluto del Universo, resulta fácil concluir que a él se le debe una obediencia u una sumisión absoluta y que cualquier alejamiento de sus órdenes merece un castigo inexorable.
Sin embargo, desde el momento en que por la evolución del judaísmo llega un momento en el que se empieza a considerar que Dios es bondad, amor y misericordia infinitas, la afirmación de esta nueva doctrina se opone a la anterior en cuanto el castigo –y en especial un castigo que es una simple venganza, que no sirve para mejorar al hombre culpable, un castigo de estas características como lo es el castigo del Infierno sólo resulta compatible con un dios sádico, pero en ningún caso con un dios considerado como amor y misericordia infinitas.
Sin embargo la secta católica está especialmente interesada en conservarla porque de este modo se presenta como administradora del perdón o de la eterna condenación, de forma que puede excomulgar o perdonar los pecados de acuerdo con determinadas condiciones como el pago de determinadas donaciones a la misma organización eclesiástica (bulas, donativos, penitencias) y porque el temor al Infierno lleva a muchos miembros de esta secta a seguir sus consignas en todos los terrenos y especialmente en el político a la hora de facilitar el camino a la Secta, a la hora de concederle privilegios por temor a ser excomulgado por ella –alejado de la familia de los santos- y a la hora de regalar sus bienes a la Secta, bajo la promesa de que ésta, en nombre de Dios, les perdonará todos sus pecados y les concederá un lugar privilegiado en la “vida eterna”.
Es evidente, por otra parte, la existencia de una contradicción evidente entre el amor infinito y la venganza o justicia divina: ¿Qué padre condenaría a su hijo a un castigo eterno? ¿Con qué finalidad? Un castigo que nunca acaba no sirve para otra cosa que para hacer sufrir inútilmente y sólo por el sádico placer de gozar con el sufrimiento ajeno. Y este planteamiento fue el que tuvo en su cabeza Tomás de Aquino cuando escribió: “Para que la felicidad de sus santos más les satisfaga, y por ella den mayores gracias a Dios, se les concede que contemplen perfectamente el castigo de los condenados” .
¡Y ésa es la religión del amor! ¡Y lo dice el eximio doctor “Tomás de Aquino”!

martes, 1 de enero de 2008

EL FASCISMO DE LA JERARQUÍA CATÓLICA
Antonio García Ninet
Doctor en Filosofía y en Ciencias de la Educación

La libertad es el valor supremo en la convivencia entre las personas y entre los pueblos. Ese valor es el que rige y debe regir cualquier forma de convivencia democrática, mientras que al mismo tiempo es el que queda drásticamente anulado en los regímenes totalitarios, como el del franquismo anterior a nuestra democracia actual y las diversa formas de fascismo, como la que alienta a las altas jerarquías de la Iglesia Católica, aunque no a sus fieles de buena fe.
A pesar de su valor tan alto o precisamente por ello, la libertad debe tener un límite, aunque dicho límite no sea otro precisamente que el de la defensa de la libertad de todos sin que se pueda consentir que la libertad de un grupo se convierta en un peligro para la libertad de los demás. Y ese límite es el que ha traspasado el arzobispo de Madrid, el cardenal de Valencia y muchos otros obispos, así como el mismo señor Ratzinger, jefe del Estado del Vaticano, al atacar el derecho del pueblo español a regirse por sus propias leyes democráticamente establecidas en lugar de seguir las directrices de un determinado grupo como el constituido por la Jerarquía de la Iglesia Católica –y digo “por la Jerarquía” porque sé son muchos los cristianos que por suerte han abierto los ojos comprendiendo que el ejemplo de vida de tal jerarquía no tiene nada que ver en absoluto con la defensa del oprimido y del pobre que, en teoría, deberían defender, en lugar de ser la eterna aliada del capitalismo y de las dictaduras allá donde se hayan producido, como sucedió en nuestra España de la dictadura franquista y como sucedió en las dictaduras de Hispanoamérica.
Por todo ello y en relación con la manifestación del día 30 en Madrid, promovida por su arzobispo y por otros representantes de la jerarquía católica, quiero manifestar mi repulsa más absoluta por el ataque que supone contra ese valor tan preciado de la libertad. Y así, en relación con tal manifestación, debo señalar que:
-Es del todo intolerable la intervención del Vaticano y de sus "agentes dobles" -jerarquía episcopal y cardenalicia en especial-, al servicio del Estado del Vaticano, en los asuntos internos de nuestro país.
-Es intolerable que, con la excusa de la defensa de la "familia cristiana", con la que nadie se ha metido, pretendan anular la libertad de los demás agrediendo -mediante una nueva forma de Inquisición todavía no sangrienta- las diversas formas de relación familiar, como lo es la de la unión entre personas del mismo sexo, lo cual representa indudablemente un avance enormemente positivo en el reconocimiento político y social de las diversas posibilidades de relación afectiva entre los seres humanos y del derecho a vivir de acuerdo con las propias maneras de sentir la propia sexualidad y afectividad.
-Es intolerable el ataque de la jerarquía católica a la ley española acerca del divorcio, en cuanto implica el intento de anular la libertad de las parejas para convivir o dejar de hacerlo según cual sea su libre voluntad, libertad reconocida por la legislación española, que no tiene por qué someterse a las presiones del Vaticano del mismo modo que el Vaticano no se sometería a las del pueblo español, y que no implica obligación alguna sino sólo el reconocimiento de un derecho, pues a nadie se le obliga a divorciarse.
-Es intolerable su crítica a nuestra legislación sobre el derecho al aborto según queda establecido en nuestra legislación democrática. Deben aprender que, si quienes no creemos en su ideología respetamos sus creencias en el Infierno y en otras doctrinas extrañas, por lo mismo deben ellos respetar nuestro derecho a dotarnos de las leyes que democráticamente establezcamos a través de nuestros parlamentarios democráticamente elegidos, en favor de cualquier derecho y del derecho al aborto en particular en los supuestos fijados por la legislación española, que no tiene por qué someterse en ningún caso a la ideología del Estado del Vaticano.
-Es intolerable su crítica contra el uso del preservativo cuando, con esa actitud tan irresponsable, han contribuido a un aumento muy considerable de la epidemia del SIDA en África y en todos los lugares por donde intentan imponer su ideología manipulando las mentes de los niños de 5 ó 6 años.
-Es intolerable que pretendan levantar a sus fieles en contra de la legislación española democráticamente establecida con manifestaciones irracionales y con engaños en cuanto sabemos que muchos de los asistentes a la manifestación del día 30 en Madrid lo hicieron en defensa de “la familia cristiana”, pero no en contra de la libertad de los no cristianos a vivir de acuerdo con sus propias ideas y su forma de entender la vida.
-Es igualmente intolerable su pretensión, conscientemente mendaz, de que con leyes democráticas la propia democracia se tenga que ir a pique, aunque eso es lo que ellos quisieran para establecer un régimen fascista clerical fundamentalista.
-Es intolerable de manera muy especial que a estas alturas todavía se les permita impartir su dogmático adoctrinamiento religioso en los centros escolares, públicos o privados, con el que fomentan y consiguen en muchos casos la atrofia mental de nuestros hijos para dirigirlos como robots hacia donde ellos quieran, como ya sucedió con las "juventudes hitlerianas".
-Es intolerable la hipocresía tan absoluta que practican teniendo en cuenta su actitud tan bien predispuesta con el régimen franquista, que representó la negación de las libertades más elementales.
-Es también igualmente intolerable que a estas alturas todavía el Estado español ceda a las extorsiones económicas de las jerarquías de la Iglesia católica, por las que año tras año, esa asociación se lleva de España un sin fin de millones de euros, lo cual no sacia su hambre de poder y de riquezas, que no son para los pobres ni para quienes mueren de hambre cada día sino para seguir engrosando las arcas y palacios vaticanos y episcopales.
-Es intolerable que el estado deba continuar pagando ese impuesto del 0'7 por cien a la Iglesia católica a partir de los impuestos generales del Estado, en cuanto tal impuesto religioso procedente de los creyentes en esa iglesia implica que tales personas ingresan al Estado un 0'7 menos que el resto de los ciudadanos para que se lo lleven los obispos y el Estado del Vaticano, que no es precisamente pobre y al que no tenemos la obligación de mantener.
-Es intolerable que la Administración de Hacienda del Estado español deba convertirse en sierva del Estado del Vaticano, siendo la recaudadora de los impuestos de sus fieles, en lugar de comunicar a los representantes de tal organización que deben ser ellos quienes se encarguen de esa tarea.
-Es intolerable que no se denuncie, se juzgue y, en su caso, se encarcele a todos los obispos y cardenales que hacen una constante apología contra nuestro sistema democrático, contra nuestras leyes y contra nuestras libertades, lo cual es una forma de terrorismo ideológico que fomenta el fascismo y obstaculiza el funcionamiento normal de nuestra democracia.

Por si alguien no es consciente a estas alturas de la finalidad de la hipócrita manifestación de ayer, conviene dejar claro que ese acto antidemocrático representó otra cosa que el intento de la Iglesia católica de apoyar al PP en las próximas elecciones, tratando de desprestigiar al PSOE para conseguir sus objetivos de mantener a España como una simple sucursal del Vaticano y de conservarla igualmente y de manera eufemística como “la reserva espiritual del Occidente”… o, mejor, “reserva material del Vaticano”.

Por nuestra democracia, por nuestra soberanía y por nuestra libertad,
¡¡¡BASTA YA DE TANTOS PRIVILEGIOS
Y DE TANTAS INTROMISIONES DE LA JERARQUÍA CATÓLICA!!!