viernes, 5 de diciembre de 2008

CONTRADICCIONES FUNDAMENTALES
DE
LA IGLESIA CATÓLICA
(XXV)

Antonio García Ninet
Doctor en Filosofía
25. La contradicción por la cual la jerarquía católica, a la vez que dice defender el respeto a todas las personas, adoctrina –es decir, pervierte - las mentes de los niños, dañando su inteligencia y arrastrándoles a un absurdo fideísmo irracional.
La exaltación del valor de la fe por la jerarquía católica, -a la que se ha hecho referencia en capítulos anteriores-, tiene su complemento en la del desprecio a la razón a lo largo de toda la historia de esta organización. La aceptación y la valoración de la fe ciega, por encima de cualquier intento de comprensión de los contenidos doctrinales de esta organización, es una constante a lo largo de la historia del cristianismo desde sus comienzos, tanto en el personaje de Jesús en los evangelios, como también en los de Pablo de Tarso, Tertuliano, Agustín de Hipona, Tomás de Aquino, Martín Lutero, José María Escrivá, fundador del Opus Dei, y el “Papa” Juan Pablo II -por nombrar sólo a unos pocos-. Ya en otros capítulos de esta obra se han citado diversos pasajes de los evangelios y de las cartas de Pablo de Tarso en donde se defiende de modo indiscutible la importancia de la fe como condición absolutamente necesaria para la salvación. Por lo que se refiere a Tertuliano (s. II-III) es famosa su tesis fideísta resumida en la frase “credo quia absurdum”: “Creo, puesto que es absurdo”, frase absolutamente despectiva contra la razón pero que desde los planteamientos fideístas de aquel fanático tenía su “lógica especial”, ya que, efectivamente, creer en aquello que se conoce como verdad no parece que tenga “mérito” alguno, aunque creer en la verdad de algo por el hecho de que sea absurdo no parece que deba considerarse más meritorio que lo anterior en cuanto consiste en una disposición propicia a dejarse adoctrinar y engañar por toda clase de absurdos con las que a uno le quieran corroer el cerebro. Agustín de Hipona (s. IV-V) concedió cierta importancia a la razón pero, en cualquier caso y siguiendo la tradición de los jerarcas del cristianismo, siempre la subordinó a la fe. Una actitud similar fue la defendida por Tomás de Aquino (s. XIII), quien indicó que la fe era el criterio de verdad en aquellas situación en que pareciese haber un conflicto entre ella y la razón, de manera que, en el caso en que se diera tal situación, la solución era muy sencilla: Era evidente que la razón se había extraviado en sus conclusiones, pues la fe era una iluminación divina que tenía un carácter infalible. Por su parte, Martín Lutero (s. XVI), desde la disidencia de su cristianismo reformado, defendió una actitud de absoluto rechazo a la razón y en favor de la fe, considerando que “la razón es la mayor enemiga de la fe. Quienquiera que desee ser cristiano debe arrancarle los ojos a su razón”. Por su parte, el señor José María Escrivá de Balaguer (s. XX), fundador del Opus Dei, siguió defendiendo esa absurda tradición de desprecio a la razón, afirmando no sólo la supremacía de la fe sobre la razón sino además, exhortando a abandonar “el espíritu crítico” a la hora de atender los sermones de la jerarquía católica: “es mala disposición oír la palabra de Dios con espíritu crítico” ( ). Finalmente, el señor Wojtyla, “papa Juan Pablo II”, volvió a defender una doctrina idéntica a la de Tomás de Aquino en el siglo III, criticando la labor de la Filosofía de la Ilustración por haber defendido el valor de la razón como vehículo para dirigir nuestra vida.
Esta insistencia de la jerarquía católica en el valor de la fe tiene su proyección especial en el adoctrinamiento que la jerarquía católica ejerce sobre la infancia, periodo de la vida en el que les resulta incomparablemente más sencillo moldear las mentes infantiles para que crean todo lo que les quieran enseñar.
CRÍTICA: Tal exaltación del valor de la fe junto con la renuncia a adoptar un “espíritu crítico” a la hora de escuchar los “mensajes religiosos” van unidos con el proselitismo y el adoctrinamiento sin escrúpulos contra la infancia practicado por la jerarquía católica, abusando del derecho a la libertad de expresión, en cuanto una cosa es explicar la solución de un problema y otra muy distinta realizar un lavado de cerebro a los niños para que acepten de manera irracional interpretaciones absurdas acerca de la realidad. Pues, si resulta inadmisible que la jerarquía católica pretenda imponer a los adultos la absurda idea de que deben tener fe en sus doctrinas, sin más razón que la de la propia fe, resulta ya incalificable, como no sea de otro modo que como pederastia mental, la actitud por la cual violan y pervierten las mentes de los niños, coaccionándoles a aceptar como verdad toda una serie de doctrinas que muy difícilmente aceptarían si, en lugar de niños inocentes, receptivos y confiados, fueran adultos con una inteligencia y una cultura sencillamente normales.

La jerarquía católica realiza impunemente tal adoctrinamiento, tanto en las iglesias como en los colegios, desde la infancia más temprana hasta la finalización de la enseñanza secundaria obligatoria. Como se ha explicado en capítulos anteriores, si la exaltación del valor de la fe es ya por sí misma una actitud contraria a la veracidad, mucho más grave e inadmisible resulta que los jefes de esta organización se consideren con derecho a adoctrinar, es decir, a violar las mentes de los niños, ejerciendo sobre ellos una “pederastia mental”, una violación de su inteligencia, para que crean de modo ciego e dogmático toda la serie de doctrinas que se les ocurra enseñarles. La finalidad aparente de su adoctrinamiento a niños y jóvenes es la de dar a éstos una “formación religiosa” aparentemente conveniente para dirigir su vida de acuerdo con principios y creencias verdaderas que debería conducirles a la salvación de su alma, -siempre que se demuestre que tuvieran un alma que salvar y que tales creencias eran necesarias para conseguir ese fin. Pero la finalidad real, aunque en ocasiones pueda mantenerse oculta, es la de controlar sus mentes en todos los terrenos y especialmente en el de las ideas de carácter religioso y político, con las que de modo directo o indirecto la jerarquía católica consigue su fuerza para chantajear a los diversos gobiernos de quienes consiguen cuantiosos beneficios económicos y privilegios con los que siguen llenando las arcas sin fondo del Vaticano y de sus múltiples palacios a lo largo y ancho de una gran parte del mundo.
El motivo de tal adoctrinamiento no puede ser, efectivamente, el de la salvación del alma de esos niños, pues, suponiendo que Dios existiera, sería una pretensión absurda y llena de soberbia que dicha salvación no se hiciera depender de la supuesta misericordia infinita de ese Dios sino del hecho de que el niño aceptase ciegamente, renunciando a su racionalidad, las enseñanzas y consignas de esa organización.
Si ya antes se ha criticado la fe como una actitud contradictoria con respecto a la veracidad, a esto hay que añadir que el adoctrinamiento ejercido sobre la infancia representa un delito extremadamente grave en cuanto es un crimen de pederastia mental, de violación de las mentes infantiles pues quienes lo practican se aprovechan de la natural inmadurez mental de los niños para tratar de inculcarles de modo irracional toda una serie de prejuicios absurdos acerca de la realidad y, sobre todo, acerca de la falta de valor de su propia razón para orientar y dirigir su vida, tanto en su dimensión teórica como en la social y política.
La actitud de la jerarquía católica no sólo representa un crimen de pederastia o violación mental sino también una forma de fanatismo y de intransigencia con cualquier forma de pensamiento que se oponga a sus doctrinas, intransigencia que ya quedó especialmente de manifiesto con la creación de su “santa Inquisición” en el siglo XIII, encargada de juzgar y condenar a cualquier persona sospechosa de defender doctrinas que, aunque cristianas, se alejasen de su propia interpretación del cristianismo.
En este sentido el señor Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, ha defendido recientemente actitudes especialmente fundamentalistas y fanáticas, contrarias a los Derechos Humanos y a la Constitución Española por lo que se refiere al respeto a la libertad de pensamiento, hasta el punto de llegar a insultar a quienes practican la tolerancia y no la intransigencia que él tuvo la estúpida osadía de defender, escribiendo en este sentido:
“la transigencia es señal cierta de no tener la verdad.- Cuando un hombre transige en cosas de ideal, de honra o de Fe, ese hombre es un... hombre sin ideal, sin honra y sin Fe” ( ).
Aquí, con un fanatismo majadero, el señor Escrivá de Balaguer, elevado a “sus altares” por la jerarquía católica, se atreve a insultar a quienes son transigentes, a quienes son tolerantes, a quienes respetan la libertad de pensamiento de los demás, aunque no compartan sus ideas, y escribe que su actitud demuestra que son hombres “sin honra”. Este demente llegó a identificar la propia intransigencia con el hecho de estar en posesión de la verdad, a pesar de la multitud incalculable de falsedades que se han defendido con absoluta intransigencia precisamente por falta de auténticas razones para defenderlas. Siendo tan limitada su capacidad de razonar es comprensible que no se le ocurriera pensar que, precisamente por la propia limitación de nuestra capacidad de alcanzar la verdad, la actitud más noble debería consistir en reconocer que todos podemos estar equivocados y que por ello mismo hay que ser tolerantes y respetuosos con las ideas ajenas en las que podría haber tanta o más verdad que en las propias.
Ese fanatismo, esa “santa intransigencia” –como la llama este imbécil- no es nueva, ni mucho menos, en la actitud de la jerarquía católica sino que sólo representa la reafirmación de un talante que la ha caracterizado siempre que ha estado en condiciones propicias para comportarse de acuerdo con el, como sucedió en la España franquista y en los “siglos de oro” de mayor crueldad y opresión inquisitorial contra la libertad de los pueblos de Europa y de Iberoamérica.
Este payaso llegó a defender un ilimitado fanatismo intransigente unido a una hipocresía absoluta, exhortando a actuar sin escrúpulos en contra de derechos humanos tan básicos como el de la libertad de pensamiento hasta el punto de escribir:
-“Sé intransigente en la doctrina y en la conducta. -Pero sé blando en la forma. -Maza de acero poderosa, envuelta en funda acolchada” ( ).
- “La intransigencia no es intransigencia a secas: es "la santa intransigencia". No olvidemos que también hay una "santa coacción"” ( ).
Planteamientos similares al del señor Escrivá de Balaguer son los que determinan la aparición de asociaciones fanáticas como el partido nazi, las juventudes hitlerianas y cualquier otra forma de fundamentalismo, integrismo o fanatismo talibán.
Las tácticas adoctrinadoras de la jerarquía católica, relacionadas con su intransigencia y con su “santa coacción” -que también tiene una larga tradición en esta organización criminal-, resultan contradictorias con su teórico interés por razonar de algún modo sus absurdas doctrinas integristas a fin de conseguir que quienes le escuchan las comprendan y compartan, y no que simplemente las crean ciegamente y las afirmen como verdades, a pesar de desconocer que lo sean.
Por otra parte y en contraposición con estos planteamientos, tiene interés hacer referencia a algunas reflexiones de B. Russell especialmente acertadas acerca del valor de la fe:
“todo tipo de fe hace daño. Podemos definir la “fe” como una firme creencia en algo de lo que no hay evidencia. Donde hay evidencia nadie habla de “fe” […] Ninguna fe puede ser defendida racionalmente, y cada una, por tanto, se defiende con la propaganda y si es necesario con la guerra […] Si controlamos el gobierno, haremos que se enseñe ese algo a las mentes inmaduras de los niños y que se quemen o se prohíban los libros que enseñen lo contrario […] Si piensas que tu creencia está basada en la razón la defenderás con argumentos más que con la persecución, y la abandonarás si los argumentos van en contra suya. Pero si tu creencia se basa en la fe te darás cuenta de que el argumento es inútil y, por tanto, recurrirás a forzarlo, ya sea por medio de la persecución o atrofiando y distorsionando las mentes de los jóvenes en lo que se llama “educación” ( ). Esta última es particularmente miserable, ya que se aprovecha de la inocencia de mentes inmaduras. Por desgracia ésta se practica, en mayor o menor grado, en los colegios de todos los países civilizados” ( ).
Russell acierta en esta crítica de la fe, de los procedimientos utilizados para inculcarla y del hecho de que se trate de inculcarla “atrofiando y distorsionando las mentes de los jóvenes” en los centros de enseñanza. Russell utiliza el concepto de “educación” no sólo relacionándolo con las enseñanzas científicas y culturales sino también lo que ahora llamamos “adoctrinamiento”, que es precisamente lo contrario de “educación”. Por ello y en ese sentido tan amplio de “educación”, la considera como algo “particularmente miserable, ya que se aprovecha de la inocencia de mentes inmaduras”. Y dice finalmente, con razón, que “por desgracia ésta se practica, en mayor o menor grado, en los colegios”.
En estos momentos, parece que la situación ha comenzado a cambiar un poco y que la sociedad ha comenzado a concienciarse de que la religión, tanto la católica como cualquier otra, debe salir de las aulas de “educación” en cuanto precisamente no es educación sino “adoctrinamiento”, es decir, lo más contrario a la educación.
Desde luego es injustificable y “particularmente miserable” –como dice Russell- que se consienta la manipulación de la infancia y de la juventud para adoctrinarlas en toda esa serie de creencias irracionales. Y, por ello, debería desaparecer no sólo de las aulas sino también de las iglesias, al menos hasta que los curas se limitasen a tratar sus doctrinas con personas intelectualmente ya formadas.
La actitud de quienes consideran que los padres tienen derecho a hacer con sus hijos lo que les dé la gana debería ser tan inaceptable en el terreno de la despreocupación por su alimentación material como en el del “adoctrinamiento” religioso. Y, por eso, de acuerdo con el artículo 20.4. de la Constitución Española ( ), el Estado debería idear mecanismos para proteger la formación de la infancia a fin de que las mentes de niños y jóvenes no fueran profanadas por ese atentado tan grave que supone su adoctrinamiento religioso. Por ello mismo y en cuanto este artículo no parece compatible con el 27.3 ( ), éste debería modificarse o suprimirse en la misma medida en que los padres no tienen un derecho absoluto sobre las mentes de sus hijos hasta el punto de adoctrinarles -o de permitir que otros lo hagan por ellos-. El respeto por la libertad y el auténtico amor de padres debería conducirles precisamente a no permitir que nadie impidiese el desarrollo natural de las mentes de sus hijos a fin de que aprendiesen a aceptar como verdad aquello que pudiera demostrarse que lo era, y no como consecuencia de un supuesto deber de acatar las consignas de una supuesta “autoridad”.
Igualmente, del mismo modo que a los padres que se despreocupan de los hijos desde el punto de vista de la alimentación o de los malos tratos físicos se les debería quitar la custodia de sus hijos, con el mismo o con mayor motivo se les debería privar de dicha custodia en cuanto permitieran que sus mentes fueran pervertidas hasta el punto de limitar su capacidad para pensar por sí mismos, como sucede con el adoctrinamiento religioso.
Es evidente que el Estado no debe adoctrinar, pero igualmente debería serlo que tampoco los padres tienen ese derecho sobre los hijos para inducirles a creer doctrinas irracionales mediante un proceso sistemático de sugestión que les llevase a la creencia en la falta de valor de su propia inteligencia.
En consecuencia, debería suprimirse la enseñanza de la religión en los colegios, tanto públicos como privados, y también la enseñanza religiosa a los niños en las iglesias en cuanto no es “formación” sino “deformación” de la mente.

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