martes, 2 de diciembre de 2008

CONTRADICCIONES FUNDAMENTALES
DE
LA IGLESIA CATÓLICA
(XXVI)

Antonio García Ninet
Doctor en Filosofía

26. La contradicción por la cual la jerarquía católica, a la vez que dice defender el respeto a todas las personas, adoctrina –es decir, pervierte - las mentes infantiles, conduciéndolas a la corrupción de su inteligencia y a un absurdo fideísmo irracional.
La exaltación del valor de la fe por la jerarquía católica, -a la que se ha hecho referencia en capítulos anteriores-, tiene su complemento en la del desprecio a la razón a lo largo de toda la historia de esta organización. La aceptación y la valoración de la fe ciega, por encima de cualquier intento de comprensión de los contenidos doctrinales de esta organización, es una constante a lo largo de la historia del cristianismo desde sus comienzos, tanto en el personaje de Jesús en los evangelios, como también en el de Pablo de Tarso, Tertuliano, Agustín de Hipona, Tomás de Aquino, Martín Lutero, José María Escrivá, fundador del Opus Dei, y el “Papa” Juan Pablo II. Ya en otros capítulos de esta obra se han citado diversos pasajes de los evangelios y de las cartas de Pablo de Tarso en donde se defiende de modo indiscutible la importancia de la fe como condición absolutamente necesaria para la salvación. Por lo que se refiere a Tertuliano (s. II-III) es famosa su tesis fideísta resumida en la frase “credo quia absurdum”: “Creo, puesto que es absurdo”, frase absolutamente despectiva contra la razón pero que desde los planteamientos fideístas tiene su “lógica especial”, pues efectivamente, creer en aquello que se conoce como verdad no parece que tenga “mérito” alguno –aunque creer en la verdad de algo por el hecho de que sea absurdo no parece que deba considerarse más meritorio-, en cuanto consiste en una disposición propicia a dejarse adoctrinar y engañar por toda clase de absurdos con las que a uno le quieran corroer el cerebro. Agustín de Hipona (s. IV-V) concedió cierta importancia a la razón pero, en cualquier caso y siguiendo la tradición de los jerarcas del cristianismo, siempre la subordinó a la fe. Una actitud similar fue la defendida por Tomás de Aquino (s. XIII), quien indicó que la fe era el criterio de verdad, de manera que, si entre la fe y la razón se presentaba cualquier contradicción, eso era un motivo evidente para considerar que la razón se había extraviado en sus conclusiones, pues la fe era una iluminación divina que tenía un carácter infalible. Por su parte, Martín Lutero (s. XVI) defendió una actitud de absoluto rechazo a la razón y en favor de la fe, considerando que “la razón es la mayor enemiga de la fe. Quienquiera que desee ser cristiano debe arrancarle los ojos a su razón”. Finalmente, el señor José María Escrivá de Balaguer (s. XX), fundador del Opus Dei, siguió defendiendo esa absurda tradición de desprecio a la razón, afirmando no sólo la supremacía de la fe sobre la razón sino además, exhortando a abandonar “el espíritu crítico” a la hora de atender los sermones de la jerarquía católica: “es mala disposición oír la palabra de Dios con espíritu crítico” ( ).
CRÍTICA: Tal exaltación del valor de la fe junto con la de la renuncia a adoptar un “espíritu crítico” a la hora de escuchar los “mensajes religiosos” van unidos, como por otra parte era lógico, con el proselitismo y el adoctrinamiento sin escrúpulos contra la infancia practicado por la jerarquía católica, abusando de su derecho a expresar sus ideas, en cuanto una cosa es explicar la solución de un problema y otra muy distinta realizar un lavado de cerebro a los niños para que acepten de manera irracional interpretaciones absurdas acerca de la realidad. Tal adoctrinamiento lo realizan impunemente tanto en las iglesias como en los colegios, desde la infancia más temprana hasta la finalización de la enseñanza secundaria obligatoria.
Como se ha explicado en capítulos anteriores, si la exaltación del valor de la fe es ya por sí misma una actitud contraria a la veracidad, mucho más grave e inadmisible resulta que la jerarquía católica se considere con derecho a adoctrinar, es decir, a manipular las mentes de los niños, ejerciendo sobre ellas una “pederastia mental”, una violación de su inteligencia, para que crean de modo ciego e dogmático toda la serie de doctrinas que a este grupo mafioso se les ocurra enseñar. La finalidad aparente de su adoctrinamiento a niños y jóvenes es la de dar a éstos una “formación religiosa” aparentemente conveniente para dirigir su vida de acuerdo con principios y creencias verdaderas que les conducirán a la salvación de su alma [?], pero la finalidad real, aunque en ocasiones pueda mantenerse oculta, es la de controlar sus mentes en todos los terrenos y especialmente en el de las ideas de carácter político, con las que de modo directo o indirecto la jerarquía católica consigue su fuerza para chantajear a los diversos gobiernos de quienes consiguen cuantiosos beneficios económicos y privilegios con los que seguir llenando las arcas sin fondo del Vaticano y de sus múltiples palacios a lo largo y ancho de una gran parte del mundo.
El motivo de tal adoctrinamiento no puede ser, efectivamente, el de que la jerarquía católica pretenda conseguir por él la salvación del alma de esos niños, pues, suponiendo que Dios existiera, sería una pretensión absurda y llena de soberbia que dicha salvación no se hiciera depender del propio Dios y de su amor infinito, sino del hecho de que el niño fuese adoctrinado y aceptase ciegamente, renunciando a su racionalidad, las enseñanzas y consignas de esa organización.
Si ya antes se ha criticado la fe como una actitud contradictoria con respecto a la veracidad, a esta perspectiva tan absurda se añade una situación de gravedad extrema desde el punto de vista del respeto a valores humanos tan importantes como los de la infancia y la juventud, en cuanto el adoctrinamiento religioso representa un crimen de pederastia mental, de violación de las mentes infantiles en cuanto quienes lo practican se aprovechan de la natural inmadurez mental de los niños para tratar de inculcarles toda una serie de ideas absurdas acerca de la realidad y, sobre todo, acerca de la falta de valor de su propia razón para orientar y dirigir su vida, tanto en su dimensión teórica como en la social y política.
La actitud de la jerarquía católica no sólo se relaciona con este crimen tan grave de pederastia o violación mental sino también con el del fanatismo y la intransigencia con cualquier forma de pensamiento que se oponga a sus doctrinas, intransigencia que ya quedó especialmente de manifiesto con la creación de la “santa Inquisición”, encargada de juzgar y condenar a cualquier persona sospechosa de defender doctrinas contrarias a las suyas.
En este sentido el señor Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, ha defendido recientemente actitudes especialmente fundamentalistas y fanáticas, contrarias a los Derechos Humanos y a la Constitución Española por lo que se refiere al respeto a la libertad de pensamiento, hasta el punto de llegar a insultar a quienes practican la tolerancia y no la intransigencia que él tiene la estúpida osadía de defender. Escribe en este sentido:
“la transigencia es señal cierta de no tener la verdad.- Cuando un hombre transige en cosas de ideal, de honra o de Fe, ese hombre es un... hombre sin ideal, sin honra y sin Fe” ( ).
Aquí, con un fanatismo majadero, el señor Escrivá de Balaguer, elevado a “sus altares” por la jerarquía católica, tiene la osadía de insultar a quienes son transigentes, a quienes son tolerantes, a quienes respetan la libertad de pensamiento de los demás, aunque no compartan sus ideas, y les critica que, con su actitud, demuestran que son hombres “sin honra”. Este demente llegó a identificar la propia intransigencia con el hecho de estar en posesión de la verdad, a pesar de la multitud incalculable de falsedades que se han defendido con absoluta intransigencia precisamente por falta de auténticas razones para defenderlas. Siendo tan limitada su capacidad de razonar es comprensible que no se le ocurriera pensar que, precisamente por la propia limitación de nuestra capacidad de alcanzar la verdad, la actitud más noble debía consistir en reconocer que todos podemos estar equivocados y que por ello mismo hay que ser tolerantes y respetuosos con las ideas ajenas en las que podría haber tanta o más verdad que en las propias.
Ese fanatismo, esa “santa intransigencia” –como la llama este imbécil, fundador del Opus Dei,- no es nueva, ni mucho menos, en la actitud de la jerarquía católica sino que sólo representa la reafirmación de una actitud que la ha caracterizado siempre que ha estado en condiciones propicias para comportarse de acuerdo con ella, como sucedió en la España franquista y en los “siglos de oro” de su mayor crueldad y opresión contra la libertad de los pueblos de Europa y América.
Este señor llega a defender un ilimitado fanatismo intransigente unido a una hipocresía absoluta, exhortando a actuar sin escrúpulos en contra de derechos humanos tan básicos como el de la libertad de pensamiento hasta el punto de escribir:
-“Sé intransigente en la doctrina y en la conducta. -Pero sé blando en la forma. -Maza de acero poderosa, envuelta en funda acolchada” ( ).
- “La intransigencia no es intransigencia a secas: es "la santa intransigencia". No olvidemos que también hay una "santa coacción"” ( ).
Las tácticas adoctrinadoras de la jerarquía católica, relacionadas con la intransigencia y con su “santa coacción” -que también tiene una larga tradición en esta organización criminal-, resultan contradictorias con su teórico interés por razonar de algún modo sus absurdas doctrinas integristas a fin de conseguir que quienes le escuchan las comprendan y compartan y no que simplemente las crean ciegamente y las afirmen como verdades a pesar de desconocer que lo sean.
Planteamientos similares al del señor Escrivá de Balaguer son los que determinan la aparición de agrupaciones fanáticas como las juventudes hitlerianas y toda forma de fundamentalismo, integrismo, fanatismo talibán homicida y suicida al tiempo.
Por otra parte y en contraposición con estos planteamientos, tiene interés hacer referencia a algunas reflexiones de B. Russell especialmente acertadas:
“todo tipo de fe hace daño. Podemos definir la “fe” como una firme creencia en algo de lo que no hay evidencia. Donde hay evidencia nadie habla de “fe” […] Ninguna fe puede ser defendida racionalmente, y cada una, por tanto, se defiende con la propaganda y si es necesario con la guerra […] Si controlamos el gobierno, haremos que se enseñe ese algo a las mentes inmaduras de los niños y que se quemen o se prohíban los libros que enseñen lo contrario […] Si piensas que tu creencia está basada en la razón la defenderás con argumentos más que con la persecución, y la abandonarás si los argumentos van en contra suya. Pero si tu creencia se basa en la fe te darás cuenta de que el argumento es inútil y, por tanto, recurrirás a forzarlo, ya sea por medio de la persecución o atrofiando y distorsionando las mentes de los jóvenes en lo que se llama “educación” ( ). Esta última es particularmente miserable, ya que se aprovecha de la inocencia de mentes inmaduras. Por desgracia ésta se practica, en mayor o menor grado, en los colegios de todos los países civilizados” ( ).
Russell acierta en esta crítica de la fe, de los procedimientos utilizados para inculcarla y del hecho de que se trate de inculcarla “atrofiando y distorsionando las mentes de los jóvenes” en los centros de enseñanza. Él incluye en el concepto de “educación” no sólo las enseñanzas científicas y culturales sino también lo que ahora llamamos “adoctrinamiento”, que es todo lo que queramos menos “educación”. Por ello y en ese sentido de “educación”, la considera como algo “particularmente miserable, ya que se aprovecha de la inocencia de mentes inmaduras”. Y dice finalmente que “por desgracia ésta se practica, en mayor o menor grado, en los colegios”.
En estos momentos, parece que la situación ha comenzado a cambiar y la sociedad ha comenzado a concienciarse de que la religión, tanto la católica como cualquier otra, debe salir de las aulas de “educación” en cuanto precisamente no es educación sino “adoctrinamiento”, es decir, lo más contrario a la educación.
Desde luego es injustificable y “particularmente miserable” –como dice Russell- que se consienta la manipulación de la infancia y de la juventud para adoctrinarlas en toda esa serie de creencias irracionales. Y, por ello, debería desaparecer no sólo de las aulas sino también de las iglesias, al menos hasta que los curas pudieran tratar con personas intelectualmente formadas a la hora de exponerles sus puntos de vista acerca de cualquier cuestión estando, en igualdad de condiciones culturales para que éstas pudieran dialogar, objetar, preguntar y criticar.
La actitud de quienes consideran que los padres tienen derecho a hacer con sus hijos lo que les dé la gana debería ser tan inaceptable en el terreno de la despreocupación por su alimentación material como en el del “adoctrinamiento” religioso. Y, por eso, de acuerdo con el artículo 20.4. de la Constitución Española ( ), el Estado debería idear mecanismos para proteger la formación de la infancia a fin de que las mentes de niños y jóvenes no fueran profanadas por ese atentado tan grave que supone su adoctrinamiento religioso. Por ello mismo y en cuanto este artículo no parece compatible con el 27.3 ( ), éste debería modificarse o suprimirse en la misma medida en que los padres no tienen un derecho absoluto sobre las mentes de sus hijos hasta el punto de adoctrinarles -o de permitir que otros lo hagan por ellos- para que compartan con ellos sus creencias religiosas. El respeto por la libertad y el auténtico amor de padres debería conducir precisamente a no permitir que nadie impida el desarrollo natural de las mentes de sus hijos a fin de que aprendiesen a aceptar como verdad aquello que pudiera demostrarse que lo era, mediante la razón o mediante la experiencia, y no mediante el acatamiento de ninguna supuesta “autoridad” de ningún tipo.
Igualmente, del mismo modo que a los padres que se despreocupan de los hijos desde el punto de vista de la alimentación o de los malos tratos físicos se les debería quitar la custodia de sus hijos, con el mismo o con mayor motivo se les debería privar de dicha custodia en cuanto permitieran que las mentes de sus hijos fueran pervertidas hasta el punto de limitar su capacidad para pensar por sí mismos, como sucede con el adoctrinamiento religioso.
Es evidente que el Estado no debe adoctrinar, pero igualmente debería serlo que tampoco los padres tienen ese derecho sobre los hijos para inducirles según su capricho a creer doctrinas irracionales mediante un proceso sistemático de sugestión que les llevase a creencia en la falta de valor de su propia inteligencia.
En consecuencia, debería suprimirse la enseñanza de la religión en los colegios, tanto públicos como privados, y también de las iglesias, en cuanto la enseñanza de la religión no es “educación” sino “adoctrinamiento”, y en cuanto no es “formación” sino “deformación” de la mente.

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