miércoles, 10 de diciembre de 2008

CONTRADICCIONES FUNDAMENTALES
DE
LA IGLESIA CATÓLICA
(XXI)

Antonio García Ninet
Doctor en Filosofía
19. La contradicción del llamado “pecado original” con el que todos habríamos nacido, a pesar de considerar el pecado como una acción voluntaria en contra de la ley divina.
Desde el Concilio de Cartago a finales del siglo IV, la jerarquía cristiana afirma como dogma de fe la existencia de un “pecado” cometido por Adán y Eva, que se transmitiría al resto de la humanidad con la excepción de María, la madre de Jesús.
CRÍTICA: Lo más probable es que la idea de una falta o de un pecado como ése se debiese al hecho que el pensamiento judío y cristiano se había preguntado por la causa de sus continuos padecimientos en la vida: Enfermedades, hambre, peligros, calor, frío, diluvios, muerte… El pensamiento de entonces, del mismo modo que había llevado a los hombres a una interpretación antropomórfica de toda esa serie de fenómenos, considerando que estaban provocados por seres invisibles dotados de poderes extraordinarios, igualmente debió de conducir al pueblo judío a pensar que el daño que sufrían se debía a alguna ofensa contra Yahvé, considerando que sólo mediante determinados rituales y sacrificios podría aplacar su ira y conseguir su perdón.
La absurda doctrina de la jerarquía católica, que considera que el supuesto pecado original se trasmite de padres a hijos desde Adán, del cual descenderíamos todos, parece que fue defendida inicialmente por Pablo de Tarso y quedó expresada en la serie de ocasiones en que dice que “por el delito de uno solo la condenación alcanzó a todos los hombres” ( ), aunque éstos no hubiesen cometido delito, ofensa o daño alguno. Un modo de pensar tan absurdo puede tener ya alguna base en la mentalidad de quienes escribieron la Biblia, en donde se cuenta, por ejemplo, que en la última de las famosas plagas de Egipto y a fin de lograr que el faraón permitiese la marcha de los judíos, Yahvé, de manera despótica y absurda, castigó a los egipcios con la muerte de todos sus primogénitos a fin de conseguir que su faraón permitiese la marcha de los judíos. ¿Qué delito habían cometido tales primogénitos para merecer aquella absurda represalia? Simplemente se cumplía a nivel de fábula bíblica lo que parecía ser habitual y natural en el contexto de aquella “cultura”.
También en diversas ocasiones la Biblia refleja la doctrina según la cual Dios no sólo castiga al culpable de una desobediencia sino también a su descendencia “hasta la tercera y cuarta generación” ( ), lo cual representa ya el mismo tipo de arbitrariedad que el condenar a todas las generaciones posteriores como sucedería según el supuesto “pecado original”, aunque en este caso la injusta arbitrariedad quedaría simplemente elevada a la máxima potencia.
La consideración de que toda culpa tiene carácter individual es lo que condujo a los musulmanes a rechazar la existencia de tal “pecado original”.
Por otra parte, conviene tener en cuenta que en el Génesis, primer libro de la Biblia, en que aparece el relato de aquella desobediencia, Dios castiga a la pobrecita serpiente –que nada tiene que ver con “el demonio”-, a Eva y a Adán, pero nada se dice en absoluto de un castigo para su descendencia, y, por lo que se refiere a la expulsión del jardín de Edén, se dice que fue una decisión divina para evitar que Adán y Eva comieran del fruto del árbol de la vida y, como consecuencia, vivieran para siempre ( ).
El dogma del pecado original implica, en consecuencia, diversas contradicciones. La primera consiste en el propio carácter absurdo y contradictorio de un pecado que se hereda: Si el concepto de pecado hace referencia a una acción voluntariamente cometida en contra de supuestas leyes divinas, no tiene sentido la tesis de que el hombre nazca ya en pecado, pues antes de nacer no puede haber realizado acción alguna, ni voluntaria ni involuntaria, en contra de tales leyes. De hecho, el mismo Agustín de Hipona sólo pudo encontrar, como explicación de la “herencia” de ese pecado, una nueva doctrina tan absurda como la anterior, consistente en la teoría de que los hijos heredaban de los padres no sólo el cuerpo, sino también el alma (doctrina conocida con el nombre de “traducianismo”), ya que estando relacionado el pecado con una potencia del alma como sería la voluntad, si el hombre sólo heredase el cuerpo, Agustín de Hipona –“San Agustín”- no entendía qué lógica podía haber en la doctrina de este supuesto pecado, pues el cuerpo era sólo el instrumento del que se servía el alma para realizar aquellos actos que podían estar o no de acuerdo con la voluntad divina y, por lo tanto, no podía ser el origen del pecado, mientras que, por otra parte, si el alma era creada directamente por Dios para cada uno de los hombres que nacieron después de Adán y Eva, resultaba incomprensible y absurdo que Dios hubiese creado un alma en pecado. Sin embargo, la jerarquía cristiana de la época no aceptó la tesis de Agustín, seguramente porque, al considerar el alma como una realidad espiritual, no podía aceptar que el alma espiritual se transmitiese de padres a hijos como consecuencia de una relación meramente física. Pero, no encontrando ninguna explicación racional para esta doctrina, no tuvo ningún reparo en considerar el pecado original -¡y tan “original”!- como un misterio, concepto con el que la jerarquía católica trata de esconder y negar la serie de contradicciones en que van incurriendo a lo largo de su ya larga historia.
En segundo lugar, en cuanto la jerarquía católica considera que la omnipotencia divina pudo evitar que María naciera en pecado, esta doctrina representaría la demostración más evidente de que nacer en pecado no era necesario e inevitable, y, en consecuencia, plantea una insuperable dificultad: ¿No es contradictorio con la supuesta omnipotencia y amor infinito de Dios negar que concediese al resto de la humanidad la gracia que concedió a María? ¿Por qué no lo evitó? ¿Habrá que pensar que era bueno que el hombre naciera en pecado? Pero, si era bueno, ¿por qué privó a María de ese “privilegio”? Y, si no era bueno, ¿por qué sólo utilizó su poder para librar del pecado a María y no al resto de la humanidad? Pues, si el amor de Dios fuera infinito, no tendría sentido que ese poder se debilitase a medida que lo fuera utilizando. Y tampoco tendría sentido considerar que su amor fuera “más infinito” para unos que para otros. Quizá, con ganas de decir sandeces, alguien pudiera sugerir que el pecado original era bueno a fin de que Dios manifestase su amor muriendo en una cruz, pero en tal caso la consideración del pecado como bueno sería contradictoria con la supuesta necesidad de la llamada “redención”. Además, habría sido un nuevo absurdo que el perdón a la humanidad se obtuviese por la mediación del sufrimiento y de la muerte injusta de alguien, tanto si se trataba de un hombre como si se trataba del mismo Dios en una cruz. Tal explicación sólo podría tener sentido en el contexto de una mentalidad sádica en la que las ofensas al rey o al faraón sólo se perdonaban con la muerte del ofensor o de algún familiar como su hijo -en este caso, el propio Dios convertido en hombre-, que pagaría por el delito de otro hombre. Por ello mismo, esta doctrina representaría además una aplicación de la ley del Talión, “ojo por ojo, diente por diente…”, que, aunque defendida en el Antiguo Testamento ( ), fue luego criticada por Jesús -según los evangelios-, y habría sido radicalmente incompatible con la constante referencia al perdón y a la misericordia infinitas de Dios, cuya aplicación debería ser gratuita precisamente por tratarse de una gracia y no el resultado de una “transacción” como la que podría expresar la supuesta “redención”, doctrina basada en la aplicación de una doctrina transaccional del estilo de “tú me ofreces un sacrificio y, a cambio, yo te perdono”.
Por otra parte, el pecado original, considerado en sí mismo, plantea además otros dos problemas que muestran igualmente su carácter absurdo:
1) Si en el momento de la supuesta creación de Adán y Eva no hubo contrato alguno entre Dios y “nuestros primeros padres” que estableciese para ellos la obligación de obedecer los mandatos que Dios quisiera imponerle, es absurda la doctrina según la cual el hombre tuviera la obligación de obedecerle a partir del argumento erróneo de que, como Dios le había creado, tenía el derecho de exigirle su obediencia en aquello que quisiera mandarle, pues la supuesta creación de Dios no pudo haber sido precedida de un contrato previo entre el ser humano y Dios, en el que se tratase de las condiciones de la creación del primero, ya que para realizar dicho pacto el hombre debería haber existido previamente.
2) Es igualmente absurdo que Dios impusiera a Adán y a Eva la prohibición de comer de aquel árbol cuando, a causa de su presciencia, sabía de antemano que Adán y Eva comerían de la manzana, y cuando además, como consecuencia de su omnipotencia, les había predeterminado para que lo hicieran. Así que de nuevo nos encontramos ante la idea antropomórfica de un Dios que, al igual que un niño que juega con sus muñecos, deja volar su fantasía e imagina luchas y aventuras entre ellos, aunque sea él quien actúa mientras que sus muñecos sólo “hacen” aquello que él quiere que “hagan”, del mismo modo sería Dios quien determinaría las acciones del hombre y el mismo sentimiento de cada uno de ser el auténtico protagonista de “sus actos” (?).

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