miércoles, 3 de diciembre de 2014

LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE, SEGÚN LA BIBLIA

LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE,
SEGÚN LA BIBLIA

Antonio García Ninet
Doctor en Filosofía

Según los dirigentes de la secta católica, después de la vida terrenal, para bien o para mal, hay una vida eterna. Pero, en contradicción con tal doctrina, según la mayoría de pasajes del Antiguo Testamento, ¡tan palabra de Dios como el nuevo!, la vida del hombre termina de manera definitiva con su muerte terrenal.
La doctrina según la cual más allá de la muerte terrenal del ser humano existe otra vida de carácter inmortal es uno de los pilares fundamentales de la secta católica y, por eso mismo, tiene especial interés analizar el origen y el fundamento de esta doctrina, ya que la creencia en ella no ha sido constante a lo largo de la historia del judeo-cristianismo sino que, por el contrario, la doctrina opuesta, la de que con la muerte el hombre regresa al polvo del que procede, es con mucha diferencia la idea dominante en el Antiguo Testamento, es decir, en la antigua religión de Israel, de la que surgió la secta cristiana.
La doctrina de la existencia de una vida eterna se fue introduciendo en algunos autores bíblicos que en ocasiones llegaron a contradecirse defendiendo ambas ideas aunque en pasajes distintos, quedando asumida de modo definitivo a partir del Nuevo Testamento, incorporado por los dirigentes cristianos a su Biblia.
Pero, en cuanto los dirigentes de la secta católica consideran que la Biblia en general, tanto el antiguo como el Nuevo Testamento están inspirados por el “Espíritu Santo” y que por ello representan la “palabra de Dios”, y en cuanto, según los pasajes que se tengan en cuenta, en unos se afirma y en otros se niega dicha inmortalidad del hombre, la única conclusión que puede extraerse de esta contradicción es que el supuesto “Espíritu Santo” se encontraba bastante perdido por lo que se refiere a esta cuestión que a continuación se analiza. En cualquier caso y al igual que en otras ocasiones, la simple existencia de una contradicción es una prueba evidente de que los dirigentes de la secta católica se equivocan o mienten –o ambas cosas- cuando afirman que la Biblia representa “la palabra de Dios”, pues su supuesto dios, como “el camino, la verdad y la vida”, en ningún caso incurriría en contradicción alguna. Y, desde luego, es igualmente absurda su pretensión según la cual son ellos los únicos legitimados para interpretar la supuesta “palabra de Dios”, pues no hace falta tener un intelecto especialmente clarividente para interpretar adecuadamente los contenidos bíblicos[1].
Paso a continuación al análisis del problema objeto de este estudio.
1. La mortalidad del hombre según el Antiguo Testamento
La idea de la inmortalidad referida al hombre aparece en Génesis en relación con Adán y Eva antes de su desobediencia a Dios. Fue precisamente en el momento de su expulsión del Paraíso cuando Yahvé habría colocado a “los querubines” como guardianes del “árbol de la vida” a fin de evitar que Adán y Eva comieran de él y se hicieran inmortales, tal como se narra en Génesis:
“Así que el Señor Dios lo expulsó del huerto de Edén […] Expulsó al hombre y, en la parte oriental del huerto de Edén, puso a los querubines y la espada de fuego para guardar el camino del árbol de la vida”[2].
Posteriormente y en coherencia con este pasaje, a lo largo de una extensa serie de momentos lo que se asume como un hecho es que la vida humana termina definitivamente con la muerte, aunque en algunos momentos comienza a plantearse la idea de la existencia de un regreso a la vida y de una inmortalidad para quienes vivan de acuerdo con los preceptos divinos, y más adelante todavía surge la idea de que también el malvado tendrá una vida interminable, pero una vida de sufrimiento perpetuo. Pero, en general, en el Antiguo Testamento son muy pocas las ocasiones en que se defiende la existencia de otra vida más allá de la muerte física del hombre, y, en su lugar, suele hacerse referencia al sucedáneo de una mayor longevidad personal para quienes hayan sido fieles a Yahvé, junto a la promesa de una amplia descendencia –como los granos de arena del mar o como las estrellas del cielo-, o, en otros momentos, la de gozar de la “tierra prometida”.
1.1. Larga vida, pero no inmortalidad
Por lo que se refiere al premio de una larga vida como recompensa por la fidelidad al “Señor”, puede verse en pasajes como el siguiente:
- “[Yahvé, dirigiéndose a Salomón, le dice:] “Si caminas por mis sendas y guardas mis preceptos y mandamientos, como hizo tu padre David, te daré larga vida”[3].
Aunque resulta evidente, conviene reparar en que el hecho de que Yahvé prometa “larga vida” en un contexto como éste, sólo tiene sentido desde el supuesto de que el autor de este escrito, ¡inspirado por el Espíritu Santo! [?], no llegase ni siquiera a imaginar y mucho menos a creer en la posibilidad de la existencia de una vida eterna.
1.2. Multiplicación de la propia descendencia, pero no inmortalidad
Respecto a la recompensa relacionada con la multiplicación de la propia descendencia para quienes hubieran mantenido esta misma rectitud ante las leyes de Yahvé, puede verse en textos como los siguientes:
- “Poned en práctica todos los mandamientos que yo os prescribo hoy. De esta manera viviréis, os multiplicaréis y entraréis a tomar posesión de la tierra que el Señor prometió con juramento a vuestros antepasados”[4].
- “El señor se le apareció [a Isaac] y le dijo: […] Multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo”[5].
- [Yahvé dijo a Jacob:] “Tu descendencia será como el polvo de la tierra”[6].
- “[Así dice el Señor todopoderoso] Cuando hayas llegado al final de tu vida y descanses con tus antepasados, mantendré después de ti el linaje salido de tus entrañas, y consolidaré tu reino”[7].
- “Que el Señor multiplique vuestra descendencia […] No alaban los muertos al Señor, ni los que bajan al silencio”[8].
- “Como las estrellas del cielo que no pueden contarse, o como la arena del mar que no puede medirse, así multiplicaré yo la estirpe de mi siervo David y la de los levitas mis ministros”[9].
Como se ha podido comprobar, a lo largo de estos pasajes no se habla del “más allá” sino sólo de la multiplicación de la descendencia de quienes se mantienen fieles a Yahvé.
Tiene cierto interés reseñar cómo en el último pasaje citado se incluye a los levitas, es decir, a los sacerdotes de Israel, en el número de los elegidos. Esta referencia a los levitas-sacerdotes tiene un sentido especial en cuanto fueron ellos quienes dirigieron durante siglos al pueblo de Israel, y fueron algunos de ellos quienes escribieron o estuvieron especialmente relacionados con los autores de la mayor parte de los libros que constituyen el Antiguo Testamento, atribuyendo a órdenes divinas las decisiones que ellos tomaban para conseguir ser obedecidos por su pueblo, decisiones relacionadas con sus propios intereses y con su obsesión por mantener un control férreo sobre su propio pueblo.
1.3. “La tierra prometida” como recompensa, pero no la inmortalidad personal
Y, por lo que se refiere a la recompensa divina de “la tierra prometida”, relacionada con la alianza de Yahvé con Israel, se dice igualmente: 
- “Haz lo que es justo y bueno a los ojos del Señor, para que seas dichoso y entres a tomar posesión de la tierra buena que el Señor prometió a tus antepasados, expulsando delante de ti a todos tus enemigos”[10].
- “los malvados serán exterminados, pero los que esperan en el Señor heredarán la tierra”[11].
- “los que el Señor bendice heredarán la tierra, los que maldice serán exterminados”[12].
Al igual que en los pasajes anteriores, puede observarse que tampoco en éstos se habla de otra vida sino sólo de la posesión de “la tierra prometida” o de “la tierra” –en un sentido algo más ambiguo o simplemente más general- para quienes se mantienen fieles a Yahvé, mientras que, en contraposición a éstos, se dice en Salmos 37:22 que aquéllos a quienes el Señor maldice “serán exterminados”.
2. Negación de la vida más allá de la muerte
En otros momentos la vivencia de que con la muerte todo termina no queda compensada con la idea de una larga vida, ni con la de una extensa descendencia, ni con la de alcanzar la “tierra prometida”, sino que se describe con un sentimiento de simple resignación, o, en otras ocasiones, con un matiz más o menos explícito de angustioso nihilismo.
2.1. Algunos pasajes bíblicos
Así, en ese primer sentido de resignación o sin expresar emoción alguna, puede hacerse referencia a los pasajes siguientes:
- “Con el sudor de tu frente comerás el pan, hasta que vuelvas a la tierra de la que fuiste formado porque eres polvo y al polvo volverás”[13].
En este pasaje, relacionado con el castigo divino por la desobediencia de Adán y Eva, se hace referencia explícita al trabajo como una parte de la condena, mientras que la muerte aparece como el fin natural de la vida, una vez que el hombre ha perdido el privilegio inicial de la inmortalidad con el que, al parecer, Yahvé le habría creado. Pero en este momento ese regreso a la tierra –o muerte definitiva- no es valorado como nada negativo en sí mismo. Por otra parte, pasajes como el anterior, que hay bastantes, han influído en la mentalidad de muchos cristianos con escasa formación cultural llevándoles a rechazar el evolucionismo, al interpretar de modo literal –y muy probablemente de manera fiel- la serie de ocasiones en que se dice en la Biblia que el hombre fue creado por el dios judeo-cristiano directamente del barro de la tierra. 
Respecto a los textos que siguen a continuación hay que señalar que en los dos primeros se habla del polvo como el lugar al que el hombre regresa con la muerte, ya que fue del polvo de donde Yahvé lo formó:
- “Tú haces que el hombre vuelva al polvo”[14],
- “Recuerda que me amasaste con arcilla, y que al polvo me has de devolver”[15].
En el tercero se hace referencia al abismo como la morada del hombre, y, en el siguiente, se indica la equivalencia entre bajar al abismo y hundirse en el polvo, o, lo que es lo mismo, regresar al polvo del que Yahvé creó al hombre. En estos dos últimos pasajes, pertenecientes al libro de Job, no existe duda ninguna de que con la muerte todo termina para el hombre.
- “El abismo es mi morada”[16].
- “Bajarán conmigo hasta el abismo, cuando juntos nos hundamos en el polvo”[17].
Los cinco pasajes siguientes, pertenecientes a Eclesiástico, insisten igualmente en la misma idea de la limitación de la vida humana.
a) El texto a, al igual que uno de los textos de Job, expone de modo natural la idea de que el hombre volverá a la tierra, de donde fue formado por Yahvé, idea reforzada en su parte final con la referencia explícita al hecho de que Yahvé asignó a los hombres días y tiempo limitado:
“[Yahvé] La cubrió [la tierra] con toda clase de vivientes, y todos volverán a ella. Formó el Señor al hombre de la tierra, y allá lo hará volver de nuevo. Asignó a los hombres días y tiempo limitado[18].
b) El texto b proclama de manera concisa y totalmente clara, sin admitir ninguna otra interpretación, que el ser humano no es inmortal:
“…el muerto, como quien ya no existe, ignora la alabanza […] el ser humano no es inmortal[19].
c) El texto c es una exhortación a no dejarse llevar por la tristeza ante la presencia de la muerte, tomando conciencia de que es el destino de todo ser humano y de que de nada sirve al muerto la tristeza que se le quiera manifestar, pues además sólo es cuestión de tiempo el que le sigamos al mismo lugar:
Recuerda que no hay retorno; no aprovecha al muerto tu tristeza y te harás daño a ti mismo. Ten presente que su muerte será también la tuya: “A mí me tocó ayer, a ti te toca hoy” ”[20].
d) Igualmente el texto d afirma el carácter perecedero del hombre y de todo lo que contenga un hálito vital, pues, según se dice en Eclesiástico:
Todo lo que de la tierra viene, a la tierra vuelve[21].
e) El texto e es igualmente claro en su afirmación de que la muerte es el destino que Dios ha fijado no sólo para el hombre sino para todos los vivientes. Este pasaje tiene una importancia especial porque en él se niega de manera implícita lo que en otras ocasiones se afirma al considerar que habría sido Eva -a quien en esta ocasión no se la cita- quien introdujo la muerte en el mundo, pues, en efecto, según se dice en este texto de Eclesiástico, la muerte “es el destino que el Señor ha impuesto a todo viviente”:  
“No temas por estar sentenciado a muerte; recuerda a los que te precedieron y te seguirán. Es el destino que el Señor ha impuesto a todo viviente. ¿Por qué rebelarte contra la voluntad del Altísimo? Aunque vivas diez, cien, mil años, nadie discutirá en el abismo la duración de tu vida[22].
Los dos pasajes que siguen pertenecen a Job. En el primero (f) se insiste en la idea de que la muerte es para siempre, mientras que en el segundo (g) Job manifiesta su extrañeza y desconcierto ante el hecho de que el hombre impío muera con la misma paz que el piadoso, regresando ambos al “abismo”, es decir, al polvo de donde surgieron, sin diferencia de trato:
f) “…el hombre que yace muerto no se levantará jamás […] no volverá a levantarse de su sueño”[23].
g) “Acaban felizmente sus días [los impíos], y en paz descienden al abismo”[24].
2.2. Pesimismo ante el carácter efímero de la vida
Por otra parte, de manera progresiva la simple aceptación de la muerte como fin natural de la vida vino acompañada de alguna reflexión negativa acerca de su valor por su carácter efímero, quizá teniendo en el pensamiento el anhelo de que tuviera una duración más larga, quizá indefinida, para que así tuviera un sentido pleno en lugar de perderlo definitivamente con la muerte.
Sin embargo, el autor de los dos textos siguientes, perteneciente a los siglos IV-III antes de nuestra era, no parece haber imaginado todavía la posibilidad de que su dios pudiera prolongar la vida humana indefinidamente, a pesar de que en Génesis parece considerarse, aunque no de modo claro, que el hombre habría sido creado con el don de la inmortalidad para cuya consecución sólo le faltó comer del “árbol de la vida”:
“El Señor Dios plantó un huerto en Edén, al oriente, y en él puso al hombre que había formado. El Señor Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles hermosos de ver, y buenos para comer, así como el árbol de la vida en medio del huerto”[25];
pero el hombre no habría llegado a alcanzar la inmortalidad en cuanto no habría llegado a comer de dicho árbol y en cuanto, al expulsarle del Paraíso, Yahvé le habría negado definitivamente esta posibilidad poniendo a sus querubines como guardianes para impedírselo.
En cualquier caso y como ya se ha dicho antes, el pensamiento dominante en el Antiguo Testamento acerca de la duración de la vida es el de su carácter limitado. Desde esta perspectiva lo único que cambia según los pasajes que se verán a continuación es el matiz emotivo con que el hombre afronta la vivencia de la limitación de su vida, según sea de simple aceptación, de resignación, o de búsqueda del goce terrenal ante la conciencia de que es lo único positivo que podemos obtener mientras dure (“carpe diem”). Esta serie de vivencias dejará paso finalmente a un sentimiento de esperanza cuando de pronto la fantasía de los escritores de la Biblia alcance a vislumbrar la posibilidad de que el poder de Yahvé garantice una vida ilimitada para quienes sigan sus preceptos, y, posteriormente, esta misma inmortalidad para quienes tengan un comportamiento alejado de la obediencia a Yahvé, pero se trataría de una inmortalidad en la que lo esencial sería el eterno sufrimiento que la acompañaría.
Veremos a continuación una selección de pasajes bíblicos que muestran los diversos sentimientos que se acaba de indicar.
En primer lugar cito algunos pasajes en los que se afronta con fría resignación la idea de una muerte definitiva, pero con la ilusión de pensar que Yahvé, aunque no pueda alargar indefinidamente la vida del hombre, podrá multiplicar su descendencia como las estrellas del cielo[26] o como el polvo de la tierra[27], sin dejar paso a otras ilusiones infundadas y aceptando la limitación de la vida como el sino de todos los seres vivos, en cuanto todos procedemos del polvo y a él hemos de regresar sin buscar un sentido especial a nuestra vida terrenal:       
a) Se hace hincapié en el primer pasaje que presento en la idea del carácter irreversible de la muerte, utilizando la imagen del agua derramada “que no puede recogerse”, mientras que en el siguiente la expresión utilizada, “sombra sin esperanza”, es ya de por sí suficientemente significativa respecto a la vivencia de la insignificancia de la vida terrenal por su misma fugacidad. En ellos se dice: 
-“…todos morimos y somos como agua derramada en tierra que no puede recogerse”[28].
-“Nuestros días en la tierra pasan como sombra sin esperanza”[29].
b) En el pasaje siguiente la fantasía de su autor alcanza a imaginar que Ezequías logra que Yahvé, su dios, prolongue los días de su vida al menos quince años más. Este cambio puede parecer insignificante, pero parece que en realidad es el punto de partida que anima la audaz fantasía de los siguientes escritores bíblicos, extendiendo la duración de la vida no sólo quince ni cincuenta años sino, como se verá más adelante, de manera definitiva, pues se llegará finalmente a afirmar que, con la resurrección de los muertos, la vida del hombre, al menos la de los seguidores de Yahvé, tendrá una duración ilimitada. Pero, por el momento sólo tenemos esos quince años extra que Yahvé concede a Ezequías:     
    “Así dice el Señor: Arregla los asuntos de tu casa, porque vas a morir inmediatamente.
     Entonces Ezequías se volvió contra la pared y oró al Señor así:
    -Acuérdate, Señor, que he caminado fielmente en tu presencia, y que te he agradado con mi conducta actuando con rectitud.
    Y rompió a llorar amargamente.
    Aún no había salido Isaías del patio central, cuando el Señor le dijo: 
    -Vuélvete y di a Ezequías, jefe de mi pueblo: Así dice el Señor, Dios de tu antepasado David: He escuchado tu oración y he visto tus lágrimas. Voy a devolverte la salud. Dentro de tres días subirás al templo del Señor. Alargaré tu vida quince años, te libraré a ti y a esta ciudad del rey de Asiria, y protegeré a esta ciudad en atención a mí mismo y a mi siervo David”[30].
Así que, aunque el autor de 2 Reyes no concibe todavía que Dios pueda extender su generosidad o su poder hasta conceder a Ezequías la inmortalidad, al menos ha podido darle esos quince años más de vida.
Puede observarse una vez más, al margen de la cuestión central que se está analizando, el antropomorfismo que supone, en primer lugar, que de pronto Yahvé, ante los lamentos de Ezequías, cambie sus planes supuestamente eternos y omniscientes, cediendo a la compasión puntual que surge en él como consecuencia de los lamentos y oraciones de Ezequías; y, en segundo lugar, lo absurdo y ridículo que resulta el nuevo antropomorfismo del autor al escribir que Yahvé dijo a Isaías: “protegeré a esta ciudad en atención a mí mismo [...]”, como si, a pesar de ser perfecto, a Yahvé pudiera afectarle lo más mínimo lo que le sucediera a la ciudad de que habla, especialmente teniendo en cuenta que, de acuerdo con su omnipotencia, todo, absolutamente todo, sucedería de acuerdo y como consecuencia de su voluntad, de manera que es una estupidez suponer que Yahvé fuera a proteger esa ciudad en atención a sí mismo –y la de suponer que el “Espíritu Santo” hubiera inspirado tales palabras tan ridículas-.       
c) En el texto siguiente sólo se pide a Yahvé “un momento de respiro” antes de la muerte definitiva, antes de que “deje de existir”, frase que expresa cierta obsesión ante la idea de la muerte definitiva, todavía dominante en los escritos bíblicos:
“No te fijes en mis pecados, dame un momento de respiro antes de que me vaya y deje de existir”[31].
d) A continuación, tiene interés observar en el siguiente texto más que el anhelo de otra vida, que por el momento nadie imagina como posible, el pensamiento nihilista de que los afanes de esta vida son “fatiga inútil”, pues con la muerte todo se desvanece, por lo que cualquier ilusión carece de sentido:
“Setenta años dura nuestra vida, y hasta ochenta llegan los más fuertes; pero sus afanes son fatiga inútil, pues pasan pronto, y nosotros nos desvanecemos”[32].
e) En los textos siguientes, procedentes de Salmos, Isaías y Job,  lo que se recalca de manera especial, junto a la limitación de la vida humana, es su fragilidad, que se compara con un simple soplo y que se muestra con especial tristeza precisamente por su carácter fugaz:
- “Él [Yahvé] sabe de qué estamos hechos, se acuerda de que somos polvo. Los días del hombre son como la hierba; florecen como la flor del campo, pero cuando la roza el viento deja de existir”[33].
- “El hombre es como un soplo; sus días, como sombra que no deja huella”[34].
- [Visión que tuvo Isaías] “No confiéis más en el hombre cuya vida es apenas un soplo sin valor”[35].
- “[Dice Job a Yahvé:]…déjame, que mis días son un soplo”[36].
De nuevo se insiste en la idea del absurdo de la vida humana cuando se dice que sus días no dejan huella o que son un soplo sin valor, lo cual, frente al posterior optimismo de Pascal, equivale a considerar que el hecho de que el hombre haya existido durante un breve periodo de tiempo no tiene ninguna trascendencia, pues la muerte aniquila cualquier valor que el hombre haya pretendido conceder a la vida, o cualquier proyecto o finalidad que haya podido perseguir.
Posteriormente, ya en el siglo VXII, Pascal, quizá pensando en éste o en algún otro pasaje similar, pudo pretender dar una réplica al pesimismo que aquí aparece, viendo en la capacidad de pensar y de pensar bien el principio que confería un valor especial al hombre frente a aquello que le mataba, escribiendo en este sentido:
 “El hombre no es más que una caña, la más frágil de la naturaleza, pero es una caña pensante. No hace falta que el universo entero se arme para destruirla; un vapor, una gota de agua es suficiente para matarlo. Pero, aún cuando el universo le aplaste, el hombre sería todavía más noble que lo que le mata, puesto que él sabe que muere y la ventaja que el universo tiene sobre él. El universo no sabe nada. Toda nuestra dignidad consiste, pues, en el pensamiento”[37].
Sin embargo y a pesar de estas palabras que nada demuestran en relación con esa misteriosa “dignidad” del hombre, es bastante probable que su optimismo a la hora de valorar al ser humano frente al resto de la Naturaleza fundamentándolo en su capacidad de razonar, Pascal se estuviera apoyando de manera especial en sus creencias religiosas, entre las cuales se encontraba la creencia en la vida eterna.
f) Los dos pasajes siguientes, perteneciente al libro de Job, representan una queja de Job ante los sufrimientos a que Yahvé permite que el demonio le someta como consecuencia de una cruel apuesta entre su dios y Satanás. Job había llevado una vida fiel a Yahvé, y también próspera, como consecuencia de su laboriosidad. Pero, de pronto, Yahvé permitió al demonio que pusiera a prueba su fidelidad. Estas pruebas, realmente salvajes y absurdas, hacían que la protesta de Job tuviera pleno sentido, especialmente teniendo en cuenta que él no esperaba ningún tipo de recompensa en otra vida sino sólo vivir apaciblemente esta vida terrena que aceptaba a pesar de su carácter efímero, pero de la que protestaba por esos males injustificados que Yahvé permitía, y, mucho más, teniendo en cuenta que con la muerte todo terminaba. Se dice así en Job:
- “Sabes muy bien que yo no soy culpable y que mi vida está en tus manos. Tus manos me han plasmado, me han formado, ¡y ahora me quieres destruir! Recuerda que me amasaste como arcilla, y que al polvo me has de devolver”[38].
De acuerdo con el pasaje anterior, lo que domina en éste es, por una parte, el sentimiento positivo del valor de esta corta vida frente a la región de la muerte, “donde la misma claridad es noche oscura”, pero, por otra, la protesta de Job por los daños absurdos e inmotivados que está recibiendo de Yahvé, teniendo en cuenta especialmente que el autor de Job considera que la vida tiene una duración limitada y que no existe otra vida más allá que de algún modo pudiera compensar los sufrimientos de ésta. Y, por ello, Job suplica a Yahvé:
 “Déjame ya en paz para que pueda gozar de algún consuelo, antes de que me vaya para no volver, a la región de las tinieblas y las sombras, a la tierra oscura de sombras y caos, donde la misma claridad es noche oscura”[39].
Estas mismas consideraciones son las que aparecen en el siguiente pasaje de Job: Puesto que los días del hombre “están contados”, ni siquiera le pide a Yahvé la inmortalidad, sino sólo que le deje vivir apaciblemente, “que como un jornalero acabe su jornada”. La vida terrena sigue teniendo valor, pero lo que parece inasumible es que vaya acompañada de sufrimientos absurdos que además –aunque de modo indirecto- hayan sido enviados por la propia divinidad sin motivo alguno, de manera que en el siguiente pasaje ni siquiera se pide a Yahvé ninguna gracia especial sino sólo que no añada sufrimientos sin sentido a la vida del hombre, que se olvide de él, que le deje vivir en paz el tiempo de vida que le quede:
“Puesto que están contados ya sus días [los del ser humano], y has establecido la suma de sus meses y le has fijado un límite que no traspasará, aparta de él tus ojos y olvídate de él; que como un jornalero acabe su jornada”[40].
En el siguiente pasaje, perteneciente también a Job –e inspirado por el “Espíritu Santo”, según dicen los dirigentes católicos- se afirma de manera explícita y algo obsesiva el carácter limitado de la vida humana: No hay más allá para el hombre. Dice así:  
“Pero el hombre, cuando muere queda inerte, ¿a dónde va cuando expira? […] el hombre que yace muerto no se levantará jamás, se gastarán los cielos y no despertará, no volverá a levantarse de su sueño”[41].
g) En el siguiente pasaje, perteneciente a Eclesiástico, se compara la vida terrena con la eternidad y el autor adopta una perspectiva claramente nihilista ante la brevedad de la vida y ante el hecho “miserable” de la muerte, considerando que Yahvé perdona al hombre en muchas ocasiones por la compasión que le inspira su vida tan desventurada, de manera que aquí no sólo no se plantea la posibilidad de otra vida más allá de la muerte sino que ni siquiera se presenta una visión positiva de esta vida.
Por otra parte, quizás el hecho de que en este texto se hable del “descanso eterno” haya podido influir en la composición de la oración y cántico de la misa de difuntos de la secta católica, que comienza con las palabras “Requiem aeternam[42] dona eis, Domine” (“Dales, Señor, el descanso eterno”), palabras relacionadas con la muerte entendida como “descanso eterno”, como regreso al polvo del que procedemos, al margen de que en estos momentos tal descanso no tenga para los cristianos aquel sentido, aunque es evidente que, considerado en sí mismo, “el descanso eterno” no es un concepto equivalente al de “vida eterna”, pues este último concepto está muy lejos de ser entendido como simple descanso, ya que se asocia con una “felicidad eterna”, la cual tiene un sentido claramente activo, a diferencia del concepto de “descanso” que tiene una evidente connotación de pasividad en contraposición con los trabajos y penalidades de cada día de la vida. Es muy posible que quien escribió tal oración o bien no llegó a captar el significado auténtico de aquel “descanso eterno”, en cuanto la oración continúa con el deseo de que la luz perpetua brille para ellos (“et lux perpetua luceat eis”), es decir, que gocen de la vida eterna en cuanto la luz es vida y la oscuridad muerte, mientras que en el mero hecho de descansar o de dormir no parece haber goce ninguno –aunque tampoco dolor-. Y así, dice el texto de Eclesiástico:
“Los años del hombre están contados, el tiempo del descanso eterno es para todos imprevisible y son muchos [los años de vida] si llegan a cien. Una gota del mar, un grano de arena, eso son sus pocos años junto a la eternidad. Él [= Yahvé] ve y sabe que su fin es miserable, por eso los perdona una y otra vez”[43].
En los dos pasajes siguientes, pertenecientes al libro de los Salmos, se niega, de manera explícita en el primero y de manera implícita en el segundo, la existencia de vida más allá de la muerte, afirmándose igualmente la fugacidad de la vida terrena, a la que se califica como “un momento de respiro”. En el segundo además parece que a su autor no se le pasó por la cabeza la idea de que Dios hubiera podido evitar la muerte definitiva del hombre, dándole la inmortalidad, de cuya posibilidad, por otra parte, ya se había hablado en Génesis, aunque curiosamente más como una posibilidad mágica derivada de comer del “árbol de la vida” que de la acción directa de Dios otorgando al hombre el don de la inmortalidad. Precisamente por ello se dice en Génesis que, al expulsar Yahvé a Adán y a Eva del jardín de Edén, puso a los querubines de guardia para que evitasen que Adán y Eva comiesen del citado árbol, lo cual presuponía que la inmortalidad dependía de que consiguieran comer o no de dicho árbol y no de la voluntad de Dios-, o quizá consideró, siendo consecuente con el pasaje correspondiente de Génesis, que la expulsión del Paraíso implicaba la pérdida definitiva de tal posibilidad. Por otra parte, el sentimiento que inspira la muerte terrenal es de tristeza, la cual tiene su sentido a partir de una valoración positiva de la vida a pesar de su carácter limitado.
Se dice en estos pasajes:
- “…dame un momento de respiro antes de que me vaya y deje de existir”[44].
- “El Señor siente profundamente la muerte de los que le aman”[45].
El último pasaje, el salmo 116:15, es especialmente contradictorio con la idea de un Dios omnipotente que todo lo ha predeterminado. ¿Cómo puede decirse que Yahvé “siente profundamente la muerte de los que lo aman”, cuando esta muerte habría sido predeterminada por él? ¿Cómo puede decirse que Dios sienta profundamente, es decir, se entristezca, por aquellos sucesos que sólo son la expresión de su voluntad? El autor de este texto, poco atento a la inspiración del “Espíritu Santo” –si es que algo le hubiera podido inspirar- parece como si hubiera querido dar a entender que Yahvé no podía hacer nada para evitar dicha muerte, que su poder no era infinito y que, por eso, lo único que podía hacer era entristecerse por la muerte de quienes le amaban. Y así, dicho pasaje refleja que, en la mentalidad de la época en que se escribió, la idea de la resurrección para volver a una vida inmortal todavía no había surgido en la fantasía del pueblo de Israel ni en la de sus dirigentes: Su dios, Yahvé, seguía teniendo en aquellos momentos un poder limitado, pues, si hubiera sentido la muerte de quienes le amaban y su poder hubiera sido ilimitado, habría tenido muy fácil saber qué debía hacer: Haberles concedido la vida eterna.
h) En los cuatro pasajes siguientes, pertenecientes a Salmos, Isaías, Ezequiel y Job, coherentes con el pasaje anterior, se menosprecia la vida humana viéndola como “un soplo sin valor”, como una “nube que pasa y se disipa”, que conduce al “abismo”, “al país de los muertos”, lo cual es una forma evidente de reconocer que no existe otra vida, que la muerte significa “hundirse en el polvo” del que el hombre fue formado:
- “[Visión que tuvo Isaías acerca de Judá y Jerusalén] No confiéis más en el hombre, cuya vida es apenas un soplo sin valor”[46].
- “Todos están destinados a la muerte, a bajar a lo profundo de la tierra, al país de los muertos”[47].
- “Como nube que pasa y se disipa, así es el que baja al abismo para no volver”[48].
- “¿Dónde está mi esperanza? Mi felicidad, ¿quién la divisa? Bajarán conmigo hasta el abismo, cuando juntos nos hundamos en el polvo”[49].
En el siguiente texto, de Ezequiel, se relaciona la muerte con las “profundidades de la tierra” y con “el país de la eterna soledad”, forma metafórica de referirse a la tierra, lugar donde se considera que de manera definitiva van a parar los muertos. En efecto, en relación con la ciudad de Tiro, dice Yahvé:
“Te arrojaré con los muertos, con las gentes del pasado y te haré habitar en las profundidades de la tierra, en el país de la eterna soledad”[50].
Igualmente, en el siguiente pasaje, del libro de Job, se habla de la muerte en términos similares a los del texto anterior así como de la fugacidad de la vida con la conciencia clara y lúcida de que con la muerte todo acaba para siempre:
“como una nube que pasa y se disipa, así es el que baja al abismo para no volver”[51].
En el siguiente pasaje, perteneciente también al libro de Job, se habla de la vida terrena sin elogio especial alguno, considerando en general que ésta, aunque limitada, es en términos generales valiosa, a pesar de que tal valor depende también de cómo haya transcurrido para cada uno y, aunque al final, como sucede en las coplas de Jorge Manrique, todos quedamos igualados por la muerte, presentada negativamente como muerte definitiva mediante la referencia al polvo y a estar cubiertos de gusanos:
“Hay quienes mueren en pleno vigor, en el colmo de la dicha y de la paz, […] Otros mueren llenos de amargura, sin haber gustado la felicidad. Pero ambos yacen juntos en el polvo, cubiertos de gusanos”[52].
En el pasaje siguiente, perteneciente a Eclesiástico, se habla nuevamente de la limitación de la vida humana comparándola con la duración indefinida del pueblo de Israel, pero en ambos casos se habla de la vida terrena y de su carácter limitado para cada persona individualmente considerada, mientras que la vida de Israel, el pueblo de Yahvé, será indefinida a lo largo de sucesivas e incesantes generaciones, lo cual implica de modo indirecto pero evidente una valoración positiva de esa misma vida terrena. Es decir, no se trata de que los israelitas, considerados individualmente, vayan a gozar de la inmortalidad, sino de que el pueblo de Israel como tal vivirá a lo largo de innumerables generaciones, al margen de que cada una de ellas, en sí misma considerada, muera igual que las de los demás pueblos. La única diferencia consiste en que los demás pueblos perecerán mientras que Israel vivirá para siempre a lo largo esas generaciones suce-sivas e incesantes:
“El hombre tiene los días contados, pero los días de Israel no tienen número”[53].
i) Es especialmente en Eclesiastés y en algunos otros de los últimos libros del Antiguo Testamento donde se percibe más intensamente una perspectiva nihilista de la vida, tal como puede verse a lo largo de los textos que se exponen a continuación:
En el primero se piden explicaciones a Yahvé ante el hecho inexorable de la muerte, y su interés especial consiste en que esa especie de protesta da a entender que quien la escribió debió de pensar que la muerte no era un fenómeno inevitable sino que dependía de la voluntad de Yahvé y, por ello mismo, también la inmortalidad, de la que el hombre hubiera podido gozar si Yahvé lo hubiera querido:
“¿Qué ganas con mi muerte, con que yo baje a la tumba? ¿Te dará gracias el polvo o pregonará tu fidelidad?”[54].
El texto que sigue es un lamento ante la brevedad de la vida, que simplemente es “un soplo fugaz” que depende de la voluntad de Yahvé:
“Me diste sólo un puñado de días, mi vida no es nada ante ti; el hombre es como un soplo fugaz, como una sombra que pasa”[55].
Lo mismo se viene a decir en el texto siguiente, comparando la vida con una “nube que pasa”. Se trata en los tres casos de comparaciones que sugieren no sólo la fugacidad de la vida sino también su carácter intrascendente:
“Como nube que pasa y se disipa, así es el que pasa al abismo para no volver”[56].
En el texto siguiente se muestra de nuevo la intrascendencia de la vida en cuanto “no quedará recuerdo en el futuro ni del sabio ni del necio”, lo cual equivale a decir que ni lo bueno ni lo malo tendrán una consistencia permanente y definitiva, de manera que nada importa nada, y, en consecuencia, no importa cuál sea nuestro comportamiento ni nuestros intereses en la vida, pues nada quedará al final:
“…no quedará recuerdo en el futuro ni del sabio ni del necio; en los días venideros todo se olvidará y el sabio morirá como el necio”[57].
Finalmente, en Eclesiastés, se hace referencia a la vanidad de todo, en cuanto con la muerte todo se desvanece y nada permanece. Etimológicamente “vanidad” proviene de “vanus” (vacío), por lo que hablar de la vanidad de todo es justo lo mismo que hablar de su falta de consistencia, de su “vacío”, es decir, de que no vale nada en cuanto la muerte implica la aniquilación de todo lo que se pretendió lograr durante la vida como si fuera a permanecer eternamente, lo cual evidentemente es una forma de nihilismo. El tema de la “vanidad de todo” es muy recurrente en Eclesiastés quizá por esa obsesiva vivencia de la muerte vista como la destrucción de cualquier objetivo que el ser humano haya tratado de lograr:
“Reconozco que la sabiduría aventaja a la necedad, como la luz a las tinieblas: “El sabio tiene ojos abiertos, mientras que el necio camina a oscuras”; pero también sé que un mismo destino les aguarda. Entonces me pregunté si el destino del necio será también el mío. ¿Para qué, pues, me he hecho más sabio? Y pensé que también esto es vanidad. Porque no quedará recuerdo en el futuro ni del sabio ni del necio; en los días venideros todo se olvidará y el sabio morirá como el necio”[58].  
El siguiente texto es similar al anterior, pero con la diferencia de que, en lugar de comparar las vidas del sabio y del necio, compara la de los hombres con las de los demás animales y juzga que el final es idéntico: Todos venimos del polvo y todos regresamos al polvo:
“…una misma suerte es la suerte de los hombres y la de los animales: la muerte de unos es como la de los otros, ambos tienen un mismo hálito vital, sin que el hombre aventaje al animal, pues todo es vanidad. Todos van al mismo lugar: Todos vienen del polvo y vuelven al polvo”[59].
El pasaje siguiente, perteneciente también a Eclesiastés, plantea de modo escéptico qué puede ser bueno para el hombre, considerando “los días contados de su frágil vida”. Representa un pasaje igualmente nihilista según el cual el hombre parece quedar paralizado en cuanto no encuentra un bien o un fin por el que valga la pena luchar, teniendo en cuenta su frágil vida, que pasa como una sombra:
“Pues, ¿quién sabe lo que es bueno para el hombre en la vida, en los días contados de su frágil vida, que pasan como una sombra?”[60].
Y finalmente el autor de Eclesiastés presenta una generalización absoluta del anterior: No hay que buscar ni aspirar a nada, pues 
“…todo lo que sucede es vanidad”[61].
En definitiva, ante la perspectiva de que la muerte representa la destrucción de cualquier obra o de cualquier objetivo que el hombre se proponga, en cuanto el escritor de Eclesiastés tiene la convicción de que no hay un “más allá de la muerte”, una nueva vida que de algún modo confiera pleno sentido y valor a cuanto hacemos, en esa medida son muchos los pasajes en los que se repite esta frase cargada de nihilismo, que se sigue repitiendo todavía en nuestros días: “Todo es vanidad”, que viene a significar que no hay nada por lo que valga la pena luchar o esforzarse, pues con la muerte todo termina y se desvanece.
2.3. “Carpe diem”
Sin embargo y en contraposición con los planteamientos nihilistas anteriores, en esta misma obra, Eclesiastés, y en algunas otras, aparecen planteamientos, similares a los del “carpe diem” de la Edad Media, que se rebelan contra el nihilismo y se aferran a esta vida terrena buscando vivir intensamente cada momento, precisamente como consecuencia de la comprensión de su misma fugacidad, de que con la muerte todo termina, tal como se indica en los textos siguientes:
-“Todo lo que encuentres a mano hazlo con empeño, porque no hay obra, ni razón, ni ciencia, ni sabiduría en el abismo a donde vas”[62].
- “Da, recibe y disfruta de la vida, porque no hay que esperar deleite en el abismo. Todo viviente se gasta como un vestido, porque es ley eterna que hay que morir… Toda obra corruptible perece, y su autor se va tras ella”[63].
Por ese mismo motivo en los textos siguientes aparece una valoración positiva de todo aquello que contribuye de algún modo al disfrute de los placeres de la vida. De ahí proviene ese elogio tan llamativo del vino en el siguiente pasaje: “¿Qué es la vida si falta el vino?”, que sugiere claramente que sin los placeres cotidianos, la vida carecería de sentido. En efecto se dice en Eclasiástico:
- “El vino es bueno para el hombre, si se bebe con moderación. ¿Qué es la vida si falta el vino? Fue creado para alegrar a los hombres. Contento del corazón y alegría del alma”[64].
Igualmente el pasaje siguiente representa una generalización del anterior al afirmarse en él que “la única felicidad del hombre bajo el sol consiste en comer, beber y disfrutar”, de manera que no hay que hacer nada confiando en un “más allá”, haciendo depender el valor de lo que hacemos de su relación con tal supuesto, ya que es ésta la única vida de que disponemos:
-“…yo alabo la alegría, porque la única felicidad del hombre bajo el sol consiste en comer, beber y disfrutar, pues eso le acompañará en los días de vida que Dios le conceda bajo el sol”[65].
2.4. Vida eterna para los fieles a Yahvéiiiii
Sin embargo, con el paso del tiempo algunos de los autores bíblicos se atrevieron a olvidar aquellas teorías acerca de la muerte como destino del hombre y tuvieron la audacia de introducir en sus doctrinas la idea de la vida eterna, aunque sólo para quienes hubieran sido fieles a Yahvé, mientras que los impíos morirían para siempre.
Y finalmente se completó este proceso de osada fantasía afirmando ya la inmortalidad también para los impíos, pero una inmortalidad ideada con la finalidad de mostrar al impío un castigo infinitamente superior al de su misma muerte y a la de sus descendientes hasta la tercera y cuarta generación, ya que se trataría de una inmortalidad ideada con el fin de amedrentar a quienes no obedeciesen a Yahvé –o más exactamente a sus sacerdotes, los dirigentes del pueblo de Israel- con la amenaza de que su sufrimiento no tendría fin sino que sería eterno. Y así, si en otros libros del Antiguo Testamento la venganza de Yahvé sólo podía alcanzar hasta la muerte del impío o hasta la de su descendencia hasta la tercera y la cuarta generación, ahora por fin los escritores bíblicos habían encontrado el medio más refinado de que Yahvé pudiera aplicar su venganza mediante un castigo superior a cualquier otro imaginable, un castigo que nunca tendría fin.
En efecto, como antes se ha dicho, en algunos pasajes de los últimos libros del Antiguo Testamento comienza a surgir la idea de que la recompensa de Yahvé a quienes hayan seguido sus preceptos será la vida eterna, y esta idea es la que será posteriormente adoptada por los dirigentes de la secta cristiana de manera definitiva.
Así, en Daniel, escrito a mediados del siglo II antes de nuestra era, se habla de la resurrección y de una vida eterna en ese doble sentido, buena para quienes han sido fieles al “Señor”, y mala para quienes han vivido al margen de sus leyes. No obstante, el texto es algo ambiguo en cuanto no habla de la resurrección de todos sino de la de “muchos”, como si el autor de esta obra todavía dudase acerca de cómo sería aquel más allá sobre cuya posibilidad habían comenzado a fantasear algunos autores bíblicos y su duda le hubiese llevado a reducir el número de los que resucitarían dejándolo en “muchos” pero no en “todos”, dejando sin explicar el motivo de tal restricción, y no especificando por el momento en qué consistiría ese castigo eterno. En efecto, se dice en dicho libro:  
“Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra se despertarán, unos para la vida eterna, otros para la vergüenza, para el castigo eterno”[66].
Por su parte, en 2 Macabeos, obra de finales del siglo II antes de nuestra era, se habla de una vida eterna para quienes han sido fieles a Dios, pero, a diferencia de lo que se dice en Daniel, no se habla de un castigo eterno para quienes no lo han sido, lo cual parece indicar que, al igual que en otros libros bíblicos, a los malvados simplemente les espera la muerte en un sentido definitivo:      
“…tú me quitas la vida presente, pero el Rey del universo nos resucitará a una vida eterna a los que morimos por su ley”[67].
En el siguiente pasaje, perteneciente a Eclesiástico, coincidiendo con el autor de 2 Macabeos, se habla de la inmortalidad, referida en exclusiva a quienes siguen los mandatos de Dios, y nada se dice respecto a una posible resurrección de quienes no le hayan sido fieles, aunque dicha resurrección tuviera como finalidad la de ser torturados con el fuego eterno o con cualquier otro tipo de castigo. Parece evidente, pues, que en el pasaje citado el autor todavía no cree en la vida y en el castigo eterno para quienes no hayan vivido de acuerdo con la ley de Yahvé:
“Conocer los mandatos del Señor es fuente de vida; los que hacen lo que le agrada obtendrán los frutos del árbol de la inmortalidad”[68].
2.4.1. Vida eterna para todos
Finalmente, ya en el Nuevo Testamento, la atrevida y fantástica doctrina de la existencia de una vida eterna es asumida de manera definitiva y en su doble sentido: Vida eterna de felicidad para quienes creen en Jesús como hijo de Dios y siguen sus preceptos, y vida eterna de castigo en el Infierno para quienes no creen en Jesús como Hijo de Dios o no cumplen sus preceptos.
En efecto, en este sentido y en relación con el futuro de quienes han vivido alejados de los preceptos divinos, se dice en Mateo:
“Así será el fin del mundo: saldrán los ángeles, y apartarán a los malos de entre los justos, y los echarán al horno de fuego; allí será el llanto y el crujir de dientes”[69].
Sin embargo, tal como se verá a continuación, el evangelio de Juan representa una importante excepción en la que no sé si alguien ha reparado, pues mientras de un modo claro y evidente defiende la idea de la vida eterna en un sentido positivo para quienes hayan creído en Jesús y hayan puesto en práctica sus enseñanzas, sin embargo, de acuerdo con el punto de vista de 2 Macabeos y de Eclesiástico, no defiende la existencia de una vida eterna en el Infierno para quienes no hayan creído o no hayan cumplido los preceptos divinos, sino que en este último caso, aunque haya algún pasaje algo ambiguo si se lo considera al margen de los otros, juzga que el único castigo para los malvados consistirá en su muerte definitiva, pues efectivamente Juan el Anciano, autor de este evangelio, contrapone la vida eterna de los creyentes con el perecer o con la “condena” de los incrédulos, diciendo que “el que no cree en él, ya está condenado”, pero sin aclarar en ningún momento en qué sentido utiliza el término traducido como “condenado”. Éste puede significar simplemente que no recibirá la vida eterna, como sucede en los textos de 2 Macabeo y de Eclesiástico antes citados, donde en diversas ocasiones se niega la vida eterna para el malvado, consistiendo su castigo en morir para siempre, o en que, aunque resucite, será para ser “condenado” al fuego eterno del Infierno. Ahora bien, en el evangelio de Juan nunca se menciona el Infierno y en ocasiones se contrapone la vida eterna a la muerte, pero no a una vida igualmente eterna en el Infierno[70]. Tal vez Juan el Anciano comprendió que, si la bondad divina era compatible con la gracia de una vida eterna y feliz, era incompatible con la absurda idea de un castigo eterno que no iba a ser de ninguna utilidad, salvo la de representar una continuidad de la Ley del Talión, pero elevada a la máxima potencia e incompatible por tanto con la supuesta bondad infinita de Yahvé.
Veamos a continuación algunos pasajes que pueden servir para confirmar el valor de lo que aquí se comenta:
“…el Hijo del hombre tiene que ser levantado en alto, para que todo el que crea en él tenga vida eterna.
    Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna […] El que crea en él no será condenado; por el contrario, el que no cree en él, ya está condenado”[71].
Como ya se ha comentado, aquí aparece el verbo “perecer”, que significa simplemente morir, pero también aparece la palabra “condenado”, que podría significar “condenado a morir” o “condenado al Infierno”; sin embargo, ninguna de ambas especificaciones aparecen en el texto. 
De nuevo en el texto siguiente aparece la palabra “condenado”, que no aclara a qué tipo de condena se refiere: ¿Condenado a morir definitivamente?, ¿condenado al Infierno? Pero el Infierno no se nombra en ningún momento en el evangelio de Juan, ni siquiera para referirse a él como la morada del demonio. Se dice en este pasaje:
“El que en él [= el Hijo] cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado”[72].
En el pasaje siguiente se contrapone la vida eterna a su negación, es decir, a la muerte, al decirse que “el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida”. El añadido “la ira de Dios está sobre él” no tiene por qué significar otra cosa que la referencia al motivo por el cual quien no cree “no verá la vida”, es decir, no gozará de la vida eterna:
“El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él”[73].
Puede observarse nuevamente en este pasaje el antropomorfismo infantil que supone hablar de la “ira de Dios”, pues la inmutabilidad divina es incompatible con esos cambios de humor que sufrimos los humanos. Y lo que ya es el colmo del orgullo o de la ignorancia es suponer que esos supuestos cambios pudieran estar provocados por la actitud o por el comportamiento del hombre, como si un ser perfecto pudiera ser afectado por lo que el simple ser humano hiciera o dejase de hacer, por lo que el hombre creyera o dejara de creer. Es evidente que el dios judeo-cristiano, por muy poderoso que nos lo presenten, está muy lejos de la perfección del dios aristotélico y más lejos todavía de un dios que se identificase con la perfección absoluta, pues la perfección de ese dios sería incompatible no sólo con su relación con el hombre sino también con el hecho de haber creado el Universo como si le faltara algo o como si hubiera sentido el deseo –es decir, cierta forma de necesidad- de crearlo, pues sólo se desea aquello que el propio organismo necesita, pero un ser perfecto no necesita nada y, por lo tanto, nada desea, y, si nada desea, nada hace.      
2.5. La vida eterna como premio
Los pasajes que a continuación se exponen tienen el interés especial de referirse en exclusiva a aquéllos a quienes Jesús concederá la vida eterna por creer en él o por cumplir con sus preceptos, mientras que nada dicen respecto a quien no crea o no cumpla tales preceptos. Este hecho es muy significativo en el sentido de que para el autor de este evangelio Dios premia a unos con la vida eterna, mientras que a quienes no creen en Jesús o no cumplen sus preceptos simplemente les deja que sucumban a la muerte, que por sí misma es ya suficiente condena:
a) “Y ésta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero”[74].
b) “El que cree en mí tiene vida eterna”[75].
c) “Éste es el pan que desciende del cielo, para que el que de él come, no muera”[76].
d) “Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre”[77].
Los pasajes que siguen a continuación son especialmente importantes en un sentido similar al de los anteriores, pero son todavía más claros, pues en ellos se contrapone de un modo explícito la vida eterna, con la que Dios premia a quien cree y sigue su palabra, y la muerte eterna, que representa simplemente la negación de la resurrección para la vida eterna a aquellos que no han creído en Jesús o no han cumplido sus preceptos:
a) “…el que guarda mi palabra, nunca verá muerte[78].
b) “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás[79].
c) “Le dijo Jesús [a Marta]: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente[80].
d) “Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente[81].
En los dos pasajes que siguen a continuación se habla de “condenación”, de “resurrección de vida” y de “resurrección de condenación”, pero sigue sin aclararse el sentido en que se emplea la palabra traducida como “condenación”, pues la “resurrección” hace referencia al momento del “fin de los tiempos” en que todos serán juzgados, para bien o para mal, para vida eterna o para muerte eterna. Sin embargo, teniendo en cuanta la serie de pasajes antes citada, en la que ni una sola vez se hace referencia al Infierno, sería realmente aventurado suponer que en estos momentos, cuando Jesús habla de “condena”, se esté refiriendo al Infierno y no simplemente a la muerte definitiva, a que hacía referencia en los anteriores pasajes, y con mayor motivo si se tiene en cuenta que a continuación, en el siguiente texto a, se establece un paralelismo entre el par de conceptos “vida eterna” y “condenación”, y el par “vida” y “muerte”. Por otra parte, el hecho de que en el texto b se hable de “resurrección de condenación” no implica necesariamente que se resucite para vivir eternamente condenado al Infierno, sino que, desde el momento en que en diversas ocasiones, como especialmente en el Apocalipsis, se ha hablado de un “juicio universal” al final de los tiempos, para que éste se produzca es necesario que todos resuciten, aunque luego sólo los fieles a Jesús, reciban la vida eterna, mientras que los “condenados” regresen al polvo del que proceden, a la muerte eterna. De hecho, al final del texto a se dice: “El que oye mi palabra, y cree al que me envió [...] ha pasado de muerte a vida”, y un momento antes se ha referido al tipo de vida que tendrá: “vida eterna”.
a) “El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida”[82].
b) “…y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación”[83].
Finalmente en el pasaje siguiente se menciona la muerte de modo explícito como castigo y destino de aquellos que no crean que Jesús provenga del Cielo:
-“…si no creéis que yo soy de arriba [del Cielo], en vuestros pecados moriréis[84].
En consecuencia, parece claro que Juan el Anciano no habla en ningún caso del Infierno –al que sí hacen referencia los otros evangelios en múltiples ocasiones-, sino sólo de la “muerte eterna” como castigo divino para quienes no han creído en Jesús.
Resulta digno de destacar que sea éste el único evangelio que no mencione el Infierno, a pesar de ser el más tardío de los cuatro evangelios canónicos, escrito hacia el año cien. Parece que la formación de Juan el Anciano en la cultura griega pudo ser determinante de esta diferencia de enfoque con respecto al de los demás evangelistas, al margen de que tuviera la prudencia de no decir de manera expresa nada en contra de la existencia de ese castigo eterno manteniendo cierta ambigüedad en sus escritos. 
2.6. Resurrección y vida eternai
La idea de la resurrección y con ella la de la bienaventuranza eterna o la del castigo eterno del Infierno se generalizan a partir del Nuevo Testamento, y son las que han prevalecido en el cristianismo, a pesar de que, en teoría, tanto esta doctrina como la de que la muerte terrenal es una muerte definitiva, a pesar de ser contradictorias entre sí, aparecen ambas en la Biblia.
Como se ha podido ver, la doctrina de la bienaventuranza eterna no era algo totalmente nuevo, surgido a partir del Nuevo Testamento, pues, a pesar de que la doctrina dominante en el Antiguo Testamento era la de que la muerte representaba el regreso del hombre al polvo del que procedía y, por ello mismo, el fin absoluto de su limitada vida, ya en varios libros de esta parte de la Biblia algunos autores tuvieron la audacia de comenzar a defender la existencia de una vida eterna, tal como sucede en algún pasaje de Isaías, de Daniel o de 2 Macabeos. Hay que señalar además la existencia de una diferencia entre estos pasajes del Antiguo Testamento y los del nuevo, diferencia consistente en que mientras en los primeros –al menos en Daniel- se habla de castigo eterno sin especificar de qué tipo de castigo se trata, en el Nuevo Testamento, alcanzando la fantasía terrorífica de los escritores bíblicos su máximo nivel de audacia, se especifica ya claramente que ese castigo consistirá en el fuego eterno.
Así, se dice en Isaías:
“Pero revivirán tus muertos, los cadáveres se levantarán, se despertarán jubilosos los habitantes del polvo, pues rocío de luz es tu rocío, y los muertos resurgirán de la tierra”[85];
igualmente se dice en Daniel:
“Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra se despertarán, unos para la vida eterna, otros para la vergüenza, para el castigo eterno”[86];
y, del mismo modo, se dice en 2 Macabeos:
- “[Judas Macabeo] actuó recta y noblemente, pensando en la resurrección. Pues si él no hubiera creído que los muertos habían de resucitar, habría sido ridículo y superfluo rezar por ellos”[87].
Sin embargo, es en el Nuevo Testamento donde la creencia en la resurrección y en la vida eterna, para bien o para mal, se presenta de un modo ya generalizado, tanto en los evangelios como en el conjunto de sus libros en general, tan esenciales para la fijación de la dogmática del cristianismo.
Dicha vida eterna aparece ya claramente asociada o bien con la idea de la bienaventuranza eterna, que viene generalmente relacionada con la fe en Jesús como Hijo de Dios así como también con las acciones del hombre, aunque valoradas por algunos autores importantes, como Pablo de Tarso o como Martín Lutero, de modo secundario, o bien con la eterna condenación en el Infierno, defendida ya definitivamente en el Nuevo Testamento, y defendida igualmente como dogma de fe por la secta católica, con la probable excepción ya mencionada del evangelio de Juan, donde se defiende la bienaventuranza eterna para quienes creen en Jesús y la condena a la muerte eterna para quienes no hayan creído.
A continuación se muestran algunos pasajes del Nuevo Testamento en los que se habla de la condenación eterna[88]:
- “Te conviene más perder uno de tus miembros que ser echado todo entero al fuego eterno”[89].
- “Así será el fin del mundo. Saldrán los ángeles a separar a los malos de los buenos, y los echarán al horno del fuego; allí llorarán y les rechinarán los dientes”[90].
- “Más te vale entrar tuerto en el reino de Dios que ser arrojado con los dos ojos al fuego eterno, donde […] el fuego no se extingue”[91].
- “Y en el abismo, cuando se hallaba entre torturas, levantó los ojos el rico y vio a lo lejos a Abrahán y a Lazaro en su seno. Y gritó “Padre Abrahán, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje en agua la yema de su dedo y refresque mi lengua, porque no soporto estas llamas”. Abrahán respondió: “Recuerda, hijo, que ya recibiste tus bienes durante la vida, y Lázaro, en cambio, males. Ahora él está aquí consolado mientras tú estás aquí atormentado […]”[92].
- “Apartaos de mí, id al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles”[93].
- “En cuanto a los cobardes, los incrédulos, los depravados, los criminales, los lujuriosos, los hechiceros, los idólatras y los embusteros todos, están destinados al lago ardiente de fuego y azufre, que es la segunda muerte”[94].
Igualmente y por lo que se refiere a la bienaventuranza eterna, existe una referencia a ella en algunos pasajes del Antiguo Testamento, pero es especialmente su afirmación inequívoca en el Nuevo testamento lo que determinará que dicha doctrina quede fijada como uno de los dogmas centrales del cristianismo. Veamos algunos ejemplos:
- “Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber […]”[95]
-“Jesús le dijo:
    -Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso”[96].
-“el Hijo del hombre tiene que ser levantado en alto, para que todo el que crea en él tenga la vida eterna”[97].
-“si proclamas con tu boca que Jesús es el Señor y crees con tu corazón que Dios lo ha resucitado de entre los muertos, te salvarás”[98].
-“Dios salva al hombre, no por el cumplimiento de la ley, sino a través de la fe en Jesucristo”[99].
-“Quien alcance la salvación por la fe, ese vivirá”[100].
-“el hombre alcanza la salvación por la fe y no por el cumplimiento de la ley”[101].
-“Y si por el delito de uno solo la muerte inauguró su reinado universal, mucho más por obra de uno solo, Jesucristo, vivirán y reinarán los que acogen la sobreabundancia de la gracia y del don de la salvación”[102].
Con la introducción de las ideas fantásticas de la eterna salvación y de la eterna condenación el cristianismo alcanzó los máximos extremos de osadía en su búsqueda de doctrinas sugerentes para realizar su acción de proselitismo entre los israelitas y, sobre todo, entre los gentiles, donde el cristianismo, apoyándose en la esperanza de la bienaventuranza eterna y en el temor al castigo eterno del Infierno, se abrió camino en poco tiempo hasta llegar a convertirse, a finales del siglo IV, en la religión oficial del imperio romano.  





[1] Pues, aunque sólo he manejado dos traducciones de ellos, dichas traducciones han sido aprobadas por la propia secta católica a través de la autodenominada “Conferencia Episcopal Española”.
[2] Génesis, 3:23-24.
[3]1 Reyes, 14.
[4] Deuteronomio, 8:1.
[5] Génesis, 26:2-4.
[6] Génesis, 28:14.
[7] 2 Samuel, 7:12:
[8] Salmos, 115, 14-17.
[9] Jeremías, 33, 22.
[10] Deuteronomio, 6:18-19.
[11] Salmos, 37:9.
[12] Salmos, 37:22.
[13] Génesis, 3:19.
[14] Salmos, 90:3.
[15] Job, 10:9.
[16] Job, 17:13.
[17] Job, 17:16.
[18] Eclesiástico, 17:1. La cursiva es mía.
[19] Eclesiástico, 17:28. La cursiva es mía.
[20] Eclesiástico, 38:21-22. La cursiva es mía.
[21] Eclesiástico, 40:11. La cursiva es mía.
[22] Eclesiástico, 41:3-4. La cursiva es mía.
[23] Job, 14:12
[24] Job, 21:13.
[25] Génesis, 1:8-9.
[26] Génesis, 26:2-4.
[27] Génesis, 28: 14.
[28] 2 Samuel, 14:14:
[29] 1 Crónicas, 27:15.
[30] 2 Reyes, 20:1. Yahvé se refiere aquí a la ciudad de Jerusalén. La cursiva es mía.
[31] Salmos, 39:14.
[32] Salmos, 90:10.
[33] Salmos, 103:14-15.
[34] Salmos, 144:4.
[35] Isaías, 2:22.
[36] Job, 7:16.
[37] B. Pascal: Pensamientos.
[38] Job, 10:7-9.
[39] Job, 10:20-22.
[40] Job, 14:5-6.
[41] Job, 14:10.
[42] La cursiva es mía.
[43] Eclesiástico, 18:9-12. La cursiva es mía.
[44] Salmos, 39:14.
[45] Salmos, 116:15.       
[46] Isaías, 2:22.
[47] Ezequiel, 31:14.
[48] Job, 7:9.                                                                                                                      
[49] Job, 17:15-16.
[50] Ezequiel, 26:19.
[51] Job, 7:9.
[52] Job, 21:23-25.
[53] Eclesiástico, 37:25.
[54] Salmos, 30:10.
[55] Salmos, 39:6-7.
[56] Job, 7:9.
[57] Eclesiastés, 2:16.
[58] Eclesiastés, 2:13-16.
[59] Eclesiastés, 3:19-20.
[60] Eclesiastés, 6:12.
[61] Eclesiastés, 11:8.
[62] Eclesiastés, 9:10.
[63] Eclesiástico, 14:16.
[64] Eclesiástico 31:27-28.
[65] Eclesiastés, 8:15.
[66] Daniel, 12:2. La cursiva es mía. Lo que en este texto desconcierta es el pronombre “muchos”, que designa a una parte importante del pueblo de Israel -o incluso de la humanidad-, pero excluye a otra sin explicar el motivo de tal exclusión, que parece relacionado con la inseguridad del autor acerca del valor de sus propias palabras.
[67] 2 Macabeos, 7:9.
[68] Eclesiástico, 19:19.
[69] Mateo. 13, 49-50.
[70] Por lo que se refiere a la cuestión relacionada con la existencia de supuestos endemoniados y a Jesús expulsando tales demonios, relatos que tantas veces aparecen en los otros evangelios, en el evangelio de Juan sólo aparece una vez de manera imprecisa en referencia a Judas, de quien el mismo Jesús dice que es diablo (Juan, 6:70); también se nombra al demonio en alguna ocasión (por ejemplo, en Juan, 8:44 y en 17:15), y en otras los enemigos de Jesús llegan a decir de él que está “poseído por un espíritu malo” (Juan, 10:20).
[71] Juan, 3:14-15.
[72] Juan, 3:18. Traducción de Reina-Valera (1960). La cursiva es mía.
[73] Juan, 3:36. La referencia a la ira de Dios es un caso más de antropomorfismo, pues la idea de que todo un Dios perfecto pueda tener sentimientos negativos que además puedan depender y estar subordiandos a algo humano, como el creer o no creer en él, implica una visión muy limitada e imperfecta de ese Dios y, desde luego, es incompatible con su hipotética omnipotencia e inmutabilidad.
[74] Juan, 6:40.
[75] Juan, 6:47
[76] Juan, 6:50.
[77] Juan, 6:51.
[78] Juan, 8:51. La cursiva es mía.
[79] Juan, 10:27-28. La cursiva es mía.
[80] Juan, 11:25-26. Cuando aquí se dice que quien cree en Jesús “no morirá eternamente” se está diciendo de manera implícita que el castigo de quien no cree consistirá en que sí morirá eternamente. La cursiva es mía.
[81] Juan, 11:26. La cursiva es mía.
[82] Juan, 5:24.
[83] Juan, 5:29.
[84] Juan, 8:24. La cursiva es mía. Puede observarse cómo en este pasaje, al igual que en muchos otros, la salvación queda supeditada a la fe en Jesús.
[85] Isaías, 26:19.
[86] Daniel, 12:2. Como ya se ha comentado en páginas anteriores a propósito de esta misma cita, lo que en este texto desconcierta es el pronombre “muchos”, que designa a una parte importante del pueblo de Israel o incluso de la humanidad, pero excluye a una parte –ya que “muchos” no es “todos”- sin explicar el motivo de esta exclusión.
[87] 2 Macabeos, 12:43-44.
[88] Un estudio más amplio de esta cuestión aparece en el capítulo correspondiente de este mismo libro.
[89] Mateo, 5:29.
[90] Mateo, 12:49-50.
[91] Marcos, 9:47.
[92] Lucas, 16:23-25. Como en muchas otras ocasiones el autor de este evangelio habla de toda una serie de “sucesos” (?) como si hubiera sido testigo presencial de ellos, a pesar de que, dado el carácter de tales sucesos, tal presencia era realmente imposible.
[93] Mateo, 25:41.
[94] Apocalipis,  21:8.
[95] Mateo, 25:34-35.
[96] Lucas, 23:43.
[97] Juan, 3:14-15.
[98] Romanos, 10: 9.
[99] Gálatas, 2: 16.
[100] Romanos, 1: 17.
[101] Romanos, 3: 28.                 
[102] Romanos, 5: 17.