LA VIDA
DESPUÉS DE LA MUERTE,
SEGÚN
LA BIBLIA
Antonio
García Ninet
Doctor en Filosofía
Según los
dirigentes de la secta católica, después de la vida terrenal, para bien o para
mal, hay una vida eterna. Pero, en contradicción con tal doctrina, según la mayoría de
pasajes del Antiguo Testamento, ¡tan
palabra de Dios como el nuevo!, la vida del hombre termina de manera definitiva
con su muerte terrenal.
La doctrina según la cual más allá de la muerte
terrenal del ser humano existe otra vida de carácter inmortal es uno de los
pilares fundamentales de la secta católica y, por eso mismo, tiene especial
interés analizar el origen y el fundamento de esta doctrina, ya que la creencia
en ella no ha sido constante a lo largo de la historia del judeo-cristianismo
sino que, por el contrario, la doctrina opuesta, la de que con la muerte el
hombre regresa al polvo del que procede, es con mucha diferencia la idea
dominante en el Antiguo Testamento,
es decir, en la antigua religión de Israel, de la que surgió la secta cristiana.
La doctrina de la
existencia de una vida eterna se fue introduciendo en algunos autores bíblicos
que en ocasiones llegaron a contradecirse defendiendo ambas ideas aunque en
pasajes distintos, quedando asumida de modo definitivo a partir del Nuevo Testamento, incorporado por los
dirigentes cristianos a su Biblia.
Pero, en cuanto los
dirigentes de la secta católica consideran que la Biblia en general, tanto el antiguo como el Nuevo Testamento están inspirados por el “Espíritu Santo” y que por
ello representan la “palabra de Dios”, y en cuanto, según los pasajes que se
tengan en cuenta, en unos se afirma y en otros se niega dicha inmortalidad del
hombre, la única conclusión que puede extraerse de esta contradicción es que el
supuesto “Espíritu Santo” se encontraba bastante perdido por lo que se refiere
a esta cuestión que a continuación se analiza. En cualquier caso y al igual que
en otras ocasiones, la simple existencia de una contradicción es una prueba
evidente de que los dirigentes de la secta católica se equivocan o mienten –o
ambas cosas- cuando afirman que la Biblia
representa “la palabra de Dios”, pues su supuesto dios, como “el camino, la
verdad y la vida”, en ningún caso incurriría en contradicción alguna. Y, desde
luego, es igualmente absurda su pretensión según la cual son ellos los únicos
legitimados para interpretar la supuesta “palabra de Dios”, pues no hace falta
tener un intelecto especialmente clarividente para interpretar adecuadamente los
contenidos bíblicos[1].
Paso a continuación al
análisis del problema objeto de este estudio.
1. La mortalidad del hombre según el Antiguo Testamento
La idea de la inmortalidad
referida al hombre aparece en Génesis en
relación con Adán y Eva antes de su desobediencia a Dios. Fue precisamente en
el momento de su expulsión del Paraíso cuando Yahvé habría colocado a “los querubines”
como guardianes del “árbol de la vida” a fin de evitar que Adán y Eva comieran
de él y se hicieran inmortales, tal
como se narra en Génesis:
“Así que el
Señor Dios lo expulsó del huerto de Edén […] Expulsó al hombre y, en la parte
oriental del huerto de Edén, puso a los querubines y la espada de fuego para
guardar el camino del árbol de la vida”[2].
Posteriormente y en coherencia con este pasaje, a lo
largo de una extensa serie de momentos lo que se asume como un hecho es que la vida humana termina definitivamente con
la muerte, aunque en algunos momentos comienza a plantearse la idea de la
existencia de un regreso a la vida y de una inmortalidad para quienes vivan de
acuerdo con los preceptos divinos, y más adelante todavía surge la idea de que
también el malvado tendrá una vida interminable, pero una vida de sufrimiento perpetuo.
Pero, en general, en el Antiguo
Testamento son muy pocas las ocasiones en que se defiende la existencia de
otra vida más allá de la muerte física del hombre, y, en su lugar, suele
hacerse referencia al sucedáneo de una mayor longevidad personal para quienes
hayan sido fieles a Yahvé, junto a la promesa de una amplia descendencia –como
los granos de arena del mar o como las estrellas del cielo-, o, en otros
momentos, la de gozar de la “tierra prometida”.
1.1.
Larga vida, pero no inmortalidad
Por lo que se refiere al premio de una larga vida como recompensa por la
fidelidad al “Señor”, puede verse en pasajes como el siguiente:
- “[Yahvé,
dirigiéndose a Salomón, le dice:] “Si caminas por mis sendas y guardas mis
preceptos y mandamientos, como hizo tu padre David, te daré larga vida”[3].
Aunque
resulta evidente, conviene reparar en que el hecho de que Yahvé prometa “larga
vida” en un contexto como éste, sólo tiene sentido desde el supuesto de que el
autor de este escrito, ¡inspirado por el Espíritu Santo! [?], no llegase ni
siquiera a imaginar y mucho menos a creer en la posibilidad de la existencia de
una vida eterna.
1.2.
Multiplicación de la propia descendencia, pero no inmortalidad
Respecto a la recompensa relacionada con la multiplicación de la propia descendencia
para quienes hubieran mantenido esta misma rectitud ante las leyes de Yahvé,
puede verse en textos como los siguientes:
- “Poned en
práctica todos los mandamientos que yo os prescribo hoy. De esta manera
viviréis, os multiplicaréis y entraréis a tomar posesión de la tierra que el
Señor prometió con juramento a vuestros antepasados”[4].
- “El señor se
le apareció [a Isaac] y le dijo: […] Multiplicaré tu descendencia como las
estrellas del cielo”[5].
- [Yahvé dijo a
Jacob:] “Tu descendencia será como el polvo de la tierra”[6].
- “[Así dice el
Señor todopoderoso] Cuando hayas llegado al final de tu vida y descanses con
tus antepasados, mantendré después de ti el linaje salido de tus entrañas, y
consolidaré tu reino”[7].
- “Que el Señor
multiplique vuestra descendencia […] No alaban los muertos al Señor, ni los que
bajan al silencio”[8].
- “Como las
estrellas del cielo que no pueden contarse, o como la arena del mar que no
puede medirse, así multiplicaré yo la estirpe de mi siervo David y la de los
levitas mis ministros”[9].
Como se ha podido comprobar, a lo largo de estos
pasajes no se habla del “más allá” sino sólo de la multiplicación de la
descendencia de quienes se mantienen fieles a Yahvé.
Tiene cierto interés
reseñar cómo en el último pasaje citado se incluye a los levitas, es decir, a
los sacerdotes de Israel, en el número de los elegidos. Esta referencia a los
levitas-sacerdotes tiene un sentido especial en cuanto fueron ellos quienes dirigieron
durante siglos al pueblo de Israel, y fueron algunos de ellos quienes
escribieron o estuvieron especialmente relacionados con los autores de la mayor
parte de los libros que constituyen el Antiguo
Testamento, atribuyendo a órdenes divinas las decisiones que ellos tomaban
para conseguir ser obedecidos por su pueblo, decisiones relacionadas con sus
propios intereses y con su obsesión por mantener un control férreo sobre su
propio pueblo.
1.3.
“La tierra prometida” como recompensa, pero no la inmortalidad personal
Y, por lo que se refiere a la recompensa divina de
“la tierra prometida”, relacionada con la alianza de Yahvé con Israel, se dice igualmente:
- “Haz lo que es
justo y bueno a los ojos del Señor, para que seas dichoso y entres a tomar
posesión de la tierra buena que el Señor prometió a tus antepasados, expulsando
delante de ti a todos tus enemigos”[10].
- “los malvados
serán exterminados, pero los que esperan en el Señor heredarán la tierra”[11].
- “los que el
Señor bendice heredarán la tierra, los que maldice serán exterminados”[12].
Al igual que en los pasajes anteriores, puede
observarse que tampoco en éstos se habla de otra vida sino sólo de la posesión
de “la tierra prometida” o de “la tierra” –en un sentido algo más ambiguo o
simplemente más general- para quienes se mantienen fieles a Yahvé, mientras
que, en contraposición a éstos, se dice en Salmos
37:22 que aquéllos a quienes el Señor maldice “serán exterminados”.
2.
Negación de la vida más allá de la muerte
En otros momentos la vivencia de que con la muerte
todo termina no queda compensada con la idea de una larga vida, ni con la de
una extensa descendencia, ni con la de alcanzar la “tierra prometida”, sino que
se describe con un sentimiento de simple
resignación, o, en otras ocasiones, con un matiz más o menos explícito de angustioso nihilismo.
2.1.
Algunos pasajes bíblicos
Así, en ese primer
sentido de resignación o sin expresar emoción alguna, puede hacerse referencia
a los pasajes siguientes:
- “Con el sudor
de tu frente comerás el pan, hasta que vuelvas a la tierra de la que fuiste
formado porque eres polvo y al polvo volverás”[13].
En este pasaje, relacionado con el castigo divino
por la desobediencia de Adán y Eva, se hace referencia explícita al trabajo
como una parte de la condena, mientras que la
muerte aparece como el fin natural de la vida, una vez que el hombre ha
perdido el privilegio inicial de la inmortalidad con el que, al parecer, Yahvé
le habría creado. Pero en este momento ese regreso a la tierra –o muerte
definitiva- no es valorado como nada negativo en sí mismo. Por otra parte,
pasajes como el anterior, que hay bastantes, han influído en la mentalidad de
muchos cristianos con escasa formación cultural llevándoles a rechazar el
evolucionismo, al interpretar de modo literal –y muy probablemente de manera
fiel- la serie de ocasiones en que se dice en la Biblia que el hombre fue creado por el dios judeo-cristiano directamente
del barro de la tierra.
Respecto a los textos
que siguen a continuación hay que señalar que en los dos primeros se habla del
polvo como el lugar al que el hombre regresa con la muerte, ya que fue del
polvo de donde Yahvé lo formó:
- “Tú haces que
el hombre vuelva al polvo”[14],
- “Recuerda que
me amasaste con arcilla, y que al polvo me has de devolver”[15].
En
el tercero se hace referencia al abismo como la morada del hombre, y, en el siguiente,
se indica la equivalencia entre bajar al abismo y hundirse en el polvo, o, lo
que es lo mismo, regresar al polvo del que Yahvé creó al hombre. En estos dos últimos
pasajes, pertenecientes al libro de Job,
no existe duda ninguna de que con la
muerte todo termina para el hombre.
- “El abismo es
mi morada”[16].
- “Bajarán
conmigo hasta el abismo, cuando juntos nos hundamos en el polvo”[17].
Los cinco pasajes siguientes, pertenecientes a Eclesiástico, insisten igualmente en la misma idea de la limitación de la vida humana.
a) El texto
a, al igual que uno de los textos de Job, expone de modo natural la idea de
que el hombre volverá a la tierra, de donde fue formado por Yahvé, idea
reforzada en su parte final con la referencia explícita al hecho de que Yahvé asignó a los hombres días y tiempo limitado:
“[Yahvé] La
cubrió [la tierra] con toda clase de vivientes, y todos volverán a ella. Formó el Señor al hombre de la tierra, y
allá lo hará volver de nuevo. Asignó
a los hombres días y tiempo limitado”[18].
b) El texto
b proclama de manera concisa y
totalmente clara, sin admitir ninguna otra interpretación, que el ser humano no es inmortal:
“…el muerto,
como quien ya no existe, ignora la alabanza […] el ser humano no es inmortal”[19].
c) El texto
c es una exhortación a no dejarse
llevar por la tristeza ante la presencia de la muerte, tomando conciencia de
que es el destino de todo ser humano y de que de nada sirve al muerto la
tristeza que se le quiera manifestar, pues además sólo es cuestión de tiempo el
que le sigamos al mismo lugar:
“Recuerda que no hay retorno; no
aprovecha al muerto tu tristeza y te harás daño a ti mismo. Ten presente que su
muerte será también la tuya: “A mí me tocó ayer, a ti te toca hoy” ”[20].
d) Igualmente el texto
d afirma el carácter perecedero del
hombre y de todo lo que contenga un hálito vital, pues, según se dice en Eclesiástico:
“Todo lo que de la tierra viene, a la tierra
vuelve”[21].
e) El texto
e es igualmente claro en su afirmación
de que la muerte es el destino que Dios ha fijado no sólo para el hombre sino
para todos los vivientes. Este pasaje tiene una importancia especial porque en
él se niega de manera implícita lo que en otras ocasiones se afirma al
considerar que habría sido Eva -a quien en esta ocasión no se la cita- quien
introdujo la muerte en el mundo, pues, en efecto, según se dice en este texto
de Eclesiástico, la muerte “es el
destino que el Señor ha impuesto a todo viviente”:
“No temas por
estar sentenciado a muerte; recuerda a los que te precedieron y te seguirán. Es el destino que el Señor ha impuesto a
todo viviente. ¿Por qué rebelarte contra la voluntad del Altísimo? Aunque
vivas diez, cien, mil años, nadie
discutirá en el abismo la duración de tu vida”[22].
Los dos pasajes que siguen pertenecen a Job. En el primero (f) se insiste en la
idea de que la muerte es para siempre,
mientras que en el segundo (g) Job
manifiesta su extrañeza y desconcierto ante el hecho de que el hombre impío
muera con la misma paz que el piadoso, regresando ambos al “abismo”, es decir,
al polvo de donde surgieron, sin diferencia de trato:
f) “…el hombre
que yace muerto no se levantará jamás […] no volverá a levantarse de su sueño”[23].
g) “Acaban
felizmente sus días [los impíos], y en paz descienden al abismo”[24].
2.2.
Pesimismo ante el carácter efímero de la vida
Por otra parte, de manera progresiva la simple aceptación
de la muerte como fin natural de la vida vino acompañada de alguna reflexión negativa acerca de su valor
por su carácter efímero, quizá
teniendo en el pensamiento el anhelo de que tuviera una duración más larga,
quizá indefinida, para que así tuviera un sentido pleno en lugar de perderlo
definitivamente con la muerte.
Sin embargo, el autor
de los dos textos siguientes, perteneciente a los siglos IV-III antes de
nuestra era, no parece haber imaginado todavía la posibilidad de que su dios
pudiera prolongar la vida humana indefinidamente, a pesar de que en Génesis parece considerarse, aunque no
de modo claro, que el hombre habría sido creado con el don de la inmortalidad
para cuya consecución sólo le faltó comer del “árbol de la vida”:
“El Señor Dios
plantó un huerto en Edén, al oriente, y en él puso al hombre que había formado.
El Señor Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles hermosos de ver, y
buenos para comer, así como el árbol de
la vida en medio del huerto”[25];
pero
el hombre no habría llegado a alcanzar la inmortalidad en cuanto no habría
llegado a comer de dicho árbol y en cuanto, al expulsarle del Paraíso, Yahvé le
habría negado definitivamente esta posibilidad poniendo a sus querubines como
guardianes para impedírselo.
En cualquier caso y como ya se ha dicho antes, el
pensamiento dominante en el Antiguo
Testamento acerca de la duración de la vida es el de su carácter limitado.
Desde esta perspectiva lo único que cambia según los pasajes que se verán a
continuación es el matiz emotivo con que el hombre afronta la vivencia de la
limitación de su vida, según sea de simple aceptación, de resignación, o de
búsqueda del goce terrenal ante la conciencia de que es lo único positivo que
podemos obtener mientras dure (“carpe diem”). Esta serie de vivencias dejará
paso finalmente a un sentimiento de esperanza cuando de pronto la fantasía de
los escritores de la Biblia alcance a
vislumbrar la posibilidad de que el poder de Yahvé garantice una vida
ilimitada para quienes sigan sus preceptos, y, posteriormente, esta misma
inmortalidad para quienes tengan un comportamiento alejado de la obediencia a
Yahvé, pero se trataría de una inmortalidad en la que lo esencial sería el
eterno sufrimiento que la acompañaría.
Veremos a continuación una selección de pasajes
bíblicos que muestran los diversos sentimientos que se acaba de indicar.
En primer lugar cito
algunos pasajes en los que se afronta con fría resignación la idea de una
muerte definitiva, pero con la ilusión de pensar que Yahvé, aunque no pueda
alargar indefinidamente la vida del hombre, podrá multiplicar su descendencia como las estrellas del cielo[26] o
como el polvo de la tierra[27],
sin dejar paso a otras ilusiones infundadas y aceptando la limitación de la
vida como el sino de todos los seres vivos, en cuanto todos procedemos del
polvo y a él hemos de regresar sin buscar un sentido especial a nuestra vida
terrenal:
a) Se hace hincapié en el primer pasaje que presento
en la idea del carácter irreversible de la muerte, utilizando la imagen del
agua derramada “que no puede recogerse”, mientras que en el siguiente la
expresión utilizada, “sombra sin esperanza”, es ya de por sí suficientemente
significativa respecto a la vivencia de la insignificancia de la vida terrenal
por su misma fugacidad. En ellos se dice:
-“…todos morimos
y somos como agua derramada en tierra que no puede recogerse”[28].
-“Nuestros días
en la tierra pasan como sombra sin esperanza”[29].
b) En el pasaje siguiente la fantasía de su autor
alcanza a imaginar que Ezequías logra que Yahvé, su dios, prolongue los días de
su vida al menos quince años más. Este cambio puede parecer insignificante,
pero parece que en realidad es el punto de partida que anima la audaz fantasía
de los siguientes escritores bíblicos, extendiendo la duración de la vida no
sólo quince ni cincuenta años sino, como se verá más adelante, de manera
definitiva, pues se llegará finalmente a afirmar que, con la resurrección de
los muertos, la vida del hombre, al menos la de los seguidores de Yahvé, tendrá
una duración ilimitada. Pero, por el momento sólo tenemos esos quince años
extra que Yahvé concede a Ezequías:
“Así dice el Señor: Arregla los asuntos de
tu casa, porque vas a morir inmediatamente.
Entonces Ezequías se volvió contra la
pared y oró al Señor así:
-Acuérdate, Señor, que he caminado
fielmente en tu presencia, y que te he agradado con mi conducta actuando con
rectitud.
Y rompió a llorar amargamente.
Aún no había salido Isaías del patio
central, cuando el Señor le dijo:
-Vuélvete y di a Ezequías, jefe de mi
pueblo: Así dice el Señor, Dios de tu antepasado David: He escuchado tu oración
y he visto tus lágrimas. Voy a devolverte la salud. Dentro de tres días subirás
al templo del Señor. Alargaré tu vida
quince años, te libraré a ti y a esta ciudad del rey de Asiria, y protegeré
a esta ciudad en atención a mí mismo y a mi siervo David”[30].
Así
que, aunque el autor de 2 Reyes no
concibe todavía que Dios pueda extender su generosidad o su poder hasta conceder
a Ezequías la inmortalidad, al menos ha podido darle esos quince años más de
vida.
Puede observarse una
vez más, al margen de la cuestión central que se está analizando, el antropomorfismo que supone, en primer
lugar, que de pronto Yahvé, ante los lamentos de Ezequías, cambie sus planes
supuestamente eternos y omniscientes, cediendo a la compasión puntual que surge
en él como consecuencia de los lamentos y oraciones de Ezequías; y, en segundo
lugar, lo absurdo y ridículo que resulta el nuevo antropomorfismo del autor al escribir que Yahvé dijo a Isaías: “protegeré
a esta ciudad en atención a mí mismo [...]”, como si, a pesar de ser perfecto,
a Yahvé pudiera afectarle lo más mínimo lo que le sucediera a la ciudad de que
habla, especialmente teniendo en cuenta que, de acuerdo con su omnipotencia,
todo, absolutamente todo, sucedería de acuerdo y como consecuencia de su
voluntad, de manera que es una estupidez suponer que Yahvé fuera a proteger esa
ciudad en atención a sí mismo –y la
de suponer que el “Espíritu Santo” hubiera inspirado tales palabras tan
ridículas-.
c) En el texto siguiente sólo se pide a Yahvé “un
momento de respiro” antes de la muerte definitiva, antes de que “deje de
existir”, frase que expresa cierta obsesión ante la idea de la muerte
definitiva, todavía dominante en los escritos bíblicos:
“No te fijes en
mis pecados, dame un momento de respiro antes de que me vaya y deje de existir”[31].
d) A continuación, tiene interés observar en el
siguiente texto más que el anhelo de otra vida, que por el momento nadie
imagina como posible, el pensamiento nihilista de que los afanes de esta vida
son “fatiga inútil”, pues con la muerte todo se desvanece, por lo que cualquier
ilusión carece de sentido:
“Setenta años
dura nuestra vida, y hasta ochenta llegan los más fuertes; pero sus afanes son
fatiga inútil, pues pasan pronto, y nosotros nos desvanecemos”[32].
e) En los textos siguientes, procedentes de Salmos, Isaías y Job, lo que se recalca de manera especial, junto a
la limitación de la vida humana, es su fragilidad,
que se compara con un simple soplo y
que se muestra con especial tristeza precisamente por su carácter fugaz:
- “Él [Yahvé]
sabe de qué estamos hechos, se acuerda de que somos polvo. Los días del hombre
son como la hierba; florecen como la flor del campo, pero cuando la roza el
viento deja de existir”[33].
- “El hombre es
como un soplo; sus días, como sombra que no deja huella”[34].
- [Visión que
tuvo Isaías] “No confiéis más en el hombre cuya vida es apenas un soplo sin
valor”[35].
- “[Dice Job a Yahvé:]…déjame, que mis días son un
soplo”[36].
De nuevo se insiste en la idea del absurdo de la
vida humana cuando se dice que sus días no dejan huella o que son un soplo sin
valor, lo cual, frente al posterior optimismo de Pascal, equivale a considerar
que el hecho de que el hombre haya existido durante un breve periodo de tiempo
no tiene ninguna trascendencia, pues la muerte aniquila cualquier valor que el
hombre haya pretendido conceder a la vida, o cualquier proyecto o finalidad que
haya podido perseguir.
Posteriormente, ya en
el siglo VXII, Pascal, quizá pensando
en éste o en algún otro pasaje similar, pudo pretender dar una réplica al
pesimismo que aquí aparece, viendo en la capacidad de pensar y de pensar bien
el principio que confería un valor especial al hombre frente a aquello que le
mataba, escribiendo en este sentido:
“El hombre no
es más que una caña, la más frágil de la naturaleza, pero es una caña pensante.
No hace falta que el universo entero se arme para destruirla; un vapor, una
gota de agua es suficiente para matarlo. Pero, aún cuando el universo le
aplaste, el hombre sería todavía más noble que lo que le mata, puesto que él
sabe que muere y la ventaja que el universo tiene sobre él. El universo no sabe
nada. Toda nuestra dignidad consiste, pues, en el pensamiento”[37].
Sin embargo y a pesar de estas palabras que nada
demuestran en relación con esa misteriosa “dignidad” del hombre, es bastante
probable que su optimismo a la hora de valorar al ser humano frente al resto de
la Naturaleza fundamentándolo en su capacidad de razonar, Pascal se estuviera
apoyando de manera especial en sus creencias religiosas, entre las cuales se
encontraba la creencia en la vida eterna.
f) Los dos pasajes siguientes, perteneciente al
libro de Job, representan una queja
de Job ante los sufrimientos a que Yahvé permite que el demonio le someta como
consecuencia de una cruel apuesta entre su dios y Satanás. Job había llevado
una vida fiel a Yahvé, y también próspera, como consecuencia de su
laboriosidad. Pero, de pronto, Yahvé permitió al demonio que pusiera a prueba su
fidelidad. Estas pruebas, realmente salvajes y absurdas, hacían que la protesta
de Job tuviera pleno sentido, especialmente teniendo en cuenta que él no
esperaba ningún tipo de recompensa en otra vida sino sólo vivir apaciblemente
esta vida terrena que aceptaba a pesar de su carácter efímero, pero de la que
protestaba por esos males injustificados que Yahvé permitía, y, mucho más,
teniendo en cuenta que con la muerte todo terminaba. Se dice así en Job:
- “Sabes muy
bien que yo no soy culpable y que mi vida está en tus manos. Tus manos me han
plasmado, me han formado, ¡y ahora me quieres destruir! Recuerda que me
amasaste como arcilla, y que al polvo me has de devolver”[38].
De acuerdo con el pasaje anterior, lo que domina en
éste es, por una parte, el sentimiento positivo del valor de esta corta vida
frente a la región de la muerte, “donde la misma claridad es noche oscura”,
pero, por otra, la protesta de Job por los daños absurdos e inmotivados que
está recibiendo de Yahvé, teniendo en cuenta especialmente que el autor de Job considera que la vida tiene una
duración limitada y que no existe otra vida más allá que de algún modo pudiera
compensar los sufrimientos de ésta. Y, por ello, Job suplica a Yahvé:
“Déjame ya en paz para que pueda gozar de
algún consuelo, antes de que me vaya para no volver, a la región de las
tinieblas y las sombras, a la tierra oscura de sombras y caos, donde la misma
claridad es noche oscura”[39].
Estas mismas consideraciones son las que aparecen en
el siguiente pasaje de Job: Puesto
que los días del hombre “están contados”, ni siquiera le pide a Yahvé la
inmortalidad, sino sólo que le deje vivir apaciblemente, “que como un jornalero
acabe su jornada”. La vida terrena sigue teniendo valor, pero lo que parece
inasumible es que vaya acompañada de sufrimientos absurdos que además –aunque de
modo indirecto- hayan sido enviados por la propia divinidad sin motivo alguno,
de manera que en el siguiente pasaje ni siquiera se pide a Yahvé ninguna gracia
especial sino sólo que no añada sufrimientos sin sentido a la vida del hombre,
que se olvide de él, que le deje vivir en paz el tiempo de vida que le quede:
“Puesto que
están contados ya sus días [los del ser humano], y has establecido la suma de
sus meses y le has fijado un límite que no traspasará, aparta de él tus ojos y
olvídate de él; que como un jornalero acabe su jornada”[40].
En el siguiente pasaje, perteneciente también a Job –e inspirado por el “Espíritu
Santo”, según dicen los dirigentes católicos- se afirma de manera explícita y
algo obsesiva el carácter limitado de la vida humana: No hay más allá para el
hombre. Dice así:
“Pero el hombre,
cuando muere queda inerte, ¿a dónde va cuando expira? […] el hombre que yace
muerto no se levantará jamás, se gastarán los cielos y no despertará, no
volverá a levantarse de su sueño”[41].
g) En el siguiente
pasaje, perteneciente a Eclesiástico,
se compara la vida terrena con la eternidad y el autor adopta una perspectiva
claramente nihilista ante la brevedad
de la vida y ante el hecho “miserable” de la muerte, considerando que Yahvé
perdona al hombre en muchas ocasiones por la compasión que le inspira su vida
tan desventurada, de manera que aquí no sólo no se plantea la posibilidad de
otra vida más allá de la muerte sino que ni siquiera se presenta una visión
positiva de esta vida.
Por otra parte, quizás
el hecho de que en este texto se hable del “descanso eterno” haya podido
influir en la composición de la oración y cántico de la misa de difuntos de la
secta católica, que comienza con las palabras “Requiem aeternam[42]
dona eis, Domine” (“Dales, Señor, el descanso
eterno”), palabras relacionadas con la muerte entendida como “descanso
eterno”, como regreso al polvo del que procedemos, al margen de que en estos
momentos tal descanso no tenga para los cristianos aquel sentido, aunque es
evidente que, considerado en sí mismo, “el descanso eterno” no es un concepto
equivalente al de “vida eterna”, pues este último concepto está muy lejos de
ser entendido como simple descanso, ya que se asocia con una “felicidad
eterna”, la cual tiene un sentido claramente activo, a diferencia del concepto de “descanso” que tiene una
evidente connotación de pasividad en
contraposición con los trabajos y penalidades de cada día de la vida. Es muy
posible que quien escribió tal oración o bien no llegó a captar el significado
auténtico de aquel “descanso eterno”, en cuanto la oración continúa con el
deseo de que la luz perpetua brille para ellos (“et lux perpetua luceat eis”),
es decir, que gocen de la vida eterna en cuanto la luz es vida y la oscuridad
muerte, mientras que en el mero hecho de descansar o de dormir no parece haber
goce ninguno –aunque tampoco dolor-. Y así, dice el texto de Eclesiástico:
“Los años del
hombre están contados, el tiempo del descanso eterno es para todos imprevisible
y son muchos [los años de vida] si llegan a cien. Una gota del mar, un grano de
arena, eso son sus pocos años junto a la eternidad. Él [= Yahvé] ve y sabe que su fin es miserable, por eso los perdona
una y otra vez”[43].
En los dos pasajes siguientes, pertenecientes al
libro de los Salmos, se niega, de manera explícita en el
primero y de manera implícita en el segundo, la existencia de vida más allá de
la muerte, afirmándose igualmente la fugacidad de la vida terrena, a la que se
califica como “un momento de respiro”. En el segundo además parece que a su
autor no se le pasó por la cabeza la idea de que Dios hubiera podido evitar la muerte
definitiva del hombre, dándole la inmortalidad, de cuya posibilidad, por otra
parte, ya se había hablado en Génesis,
aunque curiosamente más como una posibilidad mágica derivada de comer del
“árbol de la vida” que de la acción directa de Dios otorgando al hombre el don
de la inmortalidad. Precisamente por ello se dice en Génesis que, al expulsar
Yahvé a Adán y a Eva del jardín de Edén, puso a los querubines de guardia para
que evitasen que Adán y Eva comiesen del citado árbol, lo cual presuponía que
la inmortalidad dependía de que consiguieran comer o no de dicho árbol y no de
la voluntad de Dios-, o quizá consideró, siendo consecuente
con el pasaje correspondiente de Génesis,
que la expulsión del Paraíso implicaba la pérdida definitiva de tal posibilidad.
Por otra parte, el sentimiento que inspira la muerte terrenal es de tristeza,
la cual tiene su sentido a partir de una valoración positiva de la vida a pesar
de su carácter limitado.
Se dice en estos
pasajes:
- “…dame un
momento de respiro antes de que me vaya y deje de existir”[44].
- “El Señor
siente profundamente la muerte de los que le aman”[45].
El
último pasaje, el salmo 116:15, es especialmente contradictorio con la idea de
un Dios omnipotente que todo lo ha predeterminado. ¿Cómo puede decirse que Yahvé
“siente profundamente la muerte de los que lo aman”, cuando esta muerte habría
sido predeterminada por él? ¿Cómo puede decirse que Dios sienta profundamente, es decir, se entristezca, por aquellos
sucesos que sólo son la expresión de su voluntad? El autor de este texto, poco
atento a la inspiración del “Espíritu Santo” –si es que algo le hubiera podido
inspirar- parece como si hubiera querido dar a entender que Yahvé no podía hacer nada para evitar dicha
muerte, que su poder no era infinito
y que, por eso, lo único que podía hacer era entristecerse por la muerte de
quienes le amaban. Y así, dicho pasaje refleja que, en la mentalidad de la
época en que se escribió, la idea de la resurrección para volver a una vida
inmortal todavía no había surgido en la fantasía del pueblo de Israel ni en la
de sus dirigentes: Su dios, Yahvé, seguía teniendo en aquellos momentos un
poder limitado, pues, si hubiera sentido la muerte de quienes le amaban y su
poder hubiera sido ilimitado, habría tenido muy fácil saber qué debía hacer:
Haberles concedido la vida eterna.
h) En los cuatro pasajes siguientes, pertenecientes
a Salmos, Isaías, Ezequiel y Job,
coherentes con el pasaje anterior, se menosprecia la vida humana viéndola como
“un soplo sin valor”, como una “nube que pasa y se disipa”, que conduce al
“abismo”, “al país de los muertos”, lo cual es una forma evidente de reconocer
que no existe otra vida, que la
muerte significa “hundirse en el polvo” del que el hombre fue formado:
- “[Visión que
tuvo Isaías acerca de Judá y Jerusalén] No confiéis más en el hombre, cuya vida
es apenas un soplo sin valor”[46].
- “Todos están
destinados a la muerte, a bajar a lo profundo de la tierra, al país de los
muertos”[47].
- “Como nube que
pasa y se disipa, así es el que baja al abismo para no volver”[48].
- “¿Dónde está
mi esperanza? Mi felicidad, ¿quién la divisa? Bajarán conmigo hasta el abismo,
cuando juntos nos hundamos en el polvo”[49].
En el siguiente texto, de Ezequiel, se relaciona la muerte con las “profundidades de la
tierra” y con “el país de la eterna soledad”, forma metafórica de referirse a
la tierra, lugar donde se considera que de manera definitiva van a parar los
muertos. En efecto, en relación con la ciudad de Tiro, dice Yahvé:
“Te arrojaré con
los muertos, con las gentes del pasado y te haré habitar en las profundidades
de la tierra, en el país de la eterna soledad”[50].
Igualmente, en el siguiente pasaje, del libro de Job,
se habla de la muerte en términos similares a los del texto anterior así
como de la fugacidad de la vida con la conciencia clara y lúcida de que con la
muerte todo acaba para siempre:
“como una nube
que pasa y se disipa, así es el que baja al abismo para no volver”[51].
En el siguiente pasaje, perteneciente también al
libro de Job, se habla de la vida
terrena sin elogio especial alguno, considerando en general que ésta, aunque
limitada, es en términos generales valiosa, a pesar de que tal valor depende
también de cómo haya transcurrido para cada uno y, aunque al final, como sucede
en las coplas de Jorge Manrique, todos quedamos igualados por la muerte,
presentada negativamente como muerte
definitiva mediante la referencia al polvo
y a estar cubiertos de gusanos:
“Hay quienes
mueren en pleno vigor, en el colmo de la dicha y de la paz, […] Otros mueren
llenos de amargura, sin haber gustado la felicidad. Pero ambos yacen juntos en
el polvo, cubiertos de gusanos”[52].
En el pasaje siguiente, perteneciente a Eclesiástico, se habla nuevamente de la
limitación de la vida humana comparándola con la duración indefinida del pueblo
de Israel, pero en ambos casos se habla de la vida terrena y de su carácter limitado para cada persona
individualmente considerada, mientras que la vida de Israel, el pueblo de
Yahvé, será indefinida a lo largo de sucesivas e incesantes generaciones, lo
cual implica de modo indirecto pero evidente una valoración positiva de esa
misma vida terrena. Es decir, no se trata de que los israelitas, considerados
individualmente, vayan a gozar de la inmortalidad, sino de que el pueblo de
Israel como tal vivirá a lo largo de innumerables generaciones, al margen de
que cada una de ellas, en sí misma considerada, muera igual que las de los
demás pueblos. La única diferencia consiste en que los demás pueblos perecerán
mientras que Israel vivirá para siempre a lo largo esas generaciones suce-sivas
e incesantes:
“El hombre tiene
los días contados, pero los días de Israel no tienen número”[53].
i) Es especialmente en Eclesiastés y en algunos otros de los últimos libros del Antiguo Testamento donde se percibe más
intensamente una perspectiva nihilista
de la vida, tal como puede verse a lo largo de los textos que se exponen a
continuación:
En el primero se piden
explicaciones a Yahvé ante el hecho inexorable de la muerte, y su interés
especial consiste en que esa especie de protesta da a entender que quien la
escribió debió de pensar que la muerte no era un fenómeno inevitable sino que
dependía de la voluntad de Yahvé y, por ello mismo, también la inmortalidad, de
la que el hombre hubiera podido gozar si Yahvé lo hubiera querido:
“¿Qué ganas con
mi muerte, con que yo baje a la tumba? ¿Te dará gracias el polvo o pregonará tu
fidelidad?”[54].
El texto que
sigue es un lamento ante la brevedad
de la vida, que simplemente es “un soplo fugaz” que depende de la voluntad de
Yahvé:
“Me diste sólo
un puñado de días, mi vida no es nada ante ti; el hombre es como un soplo
fugaz, como una sombra que pasa”[55].
Lo mismo se viene a decir en el texto siguiente,
comparando la vida con una “nube que pasa”. Se trata en los tres casos de
comparaciones que sugieren no sólo la fugacidad
de la vida sino también su carácter intrascendente:
“Como nube que
pasa y se disipa, así es el que pasa al abismo para no volver”[56].
En el texto
siguiente se muestra de nuevo la intrascendencia de la vida en cuanto “no
quedará recuerdo en el futuro ni del sabio ni del necio”, lo cual equivale a
decir que ni lo bueno ni lo malo tendrán una consistencia permanente y
definitiva, de manera que nada importa nada, y, en consecuencia, no importa
cuál sea nuestro comportamiento ni nuestros intereses en la vida, pues nada
quedará al final:
“…no quedará
recuerdo en el futuro ni del sabio ni del necio; en los días venideros todo se
olvidará y el sabio morirá como el necio”[57].
Finalmente, en Eclesiastés,
se hace referencia a la vanidad de todo, en cuanto con la muerte todo se
desvanece y nada permanece. Etimológicamente “vanidad” proviene de “vanus”
(vacío), por lo que hablar de la vanidad de todo es justo lo mismo que hablar
de su falta de consistencia, de su “vacío”, es decir, de que no vale nada en
cuanto la muerte implica la aniquilación de todo lo que se pretendió lograr
durante la vida como si fuera a permanecer eternamente, lo cual evidentemente
es una forma de nihilismo. El tema de la “vanidad de todo” es muy recurrente en
Eclesiastés quizá por esa obsesiva
vivencia de la muerte vista como la destrucción de cualquier objetivo que el
ser humano haya tratado de lograr:
“Reconozco que
la sabiduría aventaja a la necedad, como la luz a las tinieblas: “El sabio
tiene ojos abiertos, mientras que el necio camina a oscuras”; pero también sé
que un mismo destino les aguarda. Entonces me pregunté si el destino del necio
será también el mío. ¿Para qué, pues, me he hecho más sabio? Y pensé que
también esto es vanidad. Porque no quedará recuerdo en el futuro ni del sabio
ni del necio; en los días venideros todo se olvidará y el sabio morirá como el
necio”[58].
El siguiente texto es similar al anterior, pero con la diferencia de que, en lugar de
comparar las vidas del sabio y del necio, compara la de los hombres con las de
los demás animales y juzga que el final es idéntico: Todos venimos del polvo y
todos regresamos al polvo:
“…una misma
suerte es la suerte de los hombres y la de los animales: la muerte de unos es
como la de los otros, ambos tienen un mismo hálito vital, sin que el hombre
aventaje al animal, pues todo es vanidad. Todos van al mismo lugar: Todos
vienen del polvo y vuelven al polvo”[59].
El pasaje siguiente, perteneciente también a Eclesiastés,
plantea de modo escéptico qué puede ser bueno para el hombre, considerando “los
días contados de su frágil vida”. Representa un pasaje igualmente nihilista según el cual el hombre parece
quedar paralizado en cuanto no encuentra un bien o un fin por el que valga la
pena luchar, teniendo en cuenta su frágil vida, que pasa como una sombra:
“Pues, ¿quién
sabe lo que es bueno para el hombre en la vida, en los días contados de su
frágil vida, que pasan como una sombra?”[60].
Y finalmente el autor de Eclesiastés presenta una generalización absoluta del anterior: No
hay que buscar ni aspirar a nada, pues
“…todo lo que
sucede es vanidad”[61].
En definitiva, ante la perspectiva de que la muerte
representa la destrucción de cualquier obra o de cualquier objetivo que el
hombre se proponga, en cuanto el escritor de Eclesiastés tiene la convicción de que no hay un “más allá de la
muerte”, una nueva vida que de algún modo confiera pleno sentido y valor a
cuanto hacemos, en esa medida son muchos los pasajes en los que se repite esta
frase cargada de nihilismo, que se sigue repitiendo todavía en nuestros días:
“Todo es vanidad”, que viene a significar que no hay nada por lo que valga la
pena luchar o esforzarse, pues con la muerte todo termina y se desvanece.
2.3.
“Carpe diem”
Sin embargo y en contraposición con los
planteamientos nihilistas anteriores, en esta misma obra, Eclesiastés, y en algunas otras, aparecen planteamientos, similares
a los del “carpe diem” de la Edad Media, que se rebelan contra el nihilismo y
se aferran a esta vida terrena buscando vivir intensamente cada momento,
precisamente como consecuencia de la comprensión de su misma fugacidad, de que
con la muerte todo termina, tal como se indica en los textos siguientes:
-“Todo lo que
encuentres a mano hazlo con empeño, porque no hay obra, ni razón, ni ciencia,
ni sabiduría en el abismo a donde vas”[62].
- “Da, recibe y
disfruta de la vida, porque no hay que esperar deleite en el abismo. Todo
viviente se gasta como un vestido, porque es ley eterna que hay que morir… Toda
obra corruptible perece, y su autor se va tras ella”[63].
Por ese mismo motivo en los textos siguientes aparece
una valoración positiva de todo aquello que contribuye de algún modo al
disfrute de los placeres de la vida. De ahí proviene ese elogio tan llamativo
del vino en el siguiente pasaje: “¿Qué es la vida si falta el vino?”, que
sugiere claramente que sin los placeres cotidianos, la vida carecería de
sentido. En efecto se dice en Eclasiástico:
- “El vino es
bueno para el hombre, si se bebe con moderación. ¿Qué es la vida si falta el
vino? Fue creado para alegrar a los hombres. Contento del corazón y alegría del
alma”[64].
Igualmente el pasaje siguiente representa una
generalización del anterior al afirmarse en él que “la única felicidad del
hombre bajo el sol consiste en comer, beber y disfrutar”, de manera que no hay
que hacer nada confiando en un “más allá”, haciendo depender el valor de lo que
hacemos de su relación con tal supuesto, ya que es ésta la única vida de que
disponemos:
-“…yo alabo la
alegría, porque la única felicidad del hombre bajo el sol consiste en comer,
beber y disfrutar, pues eso le acompañará en los días de vida que Dios le
conceda bajo el sol”[65].
2.4.
Vida eterna para los fieles a Yahvéiiiii
Sin embargo, con el paso del tiempo algunos de los
autores bíblicos se atrevieron a olvidar aquellas teorías acerca de la muerte
como destino del hombre y tuvieron la audacia de introducir en sus doctrinas la
idea de la vida eterna, aunque sólo
para quienes hubieran sido fieles a Yahvé, mientras que los impíos morirían
para siempre.
Y finalmente se
completó este proceso de osada fantasía afirmando ya la inmortalidad también
para los impíos, pero una inmortalidad ideada con la finalidad de mostrar al
impío un castigo infinitamente superior al de su misma muerte y a la de sus
descendientes hasta la tercera y cuarta generación, ya que se trataría de una
inmortalidad ideada con el fin de amedrentar a quienes no obedeciesen a Yahvé
–o más exactamente a sus sacerdotes, los dirigentes del pueblo de Israel- con
la amenaza de que su sufrimiento no tendría fin sino que sería eterno. Y así,
si en otros libros del Antiguo Testamento
la venganza de Yahvé sólo podía alcanzar hasta la muerte del impío o hasta la
de su descendencia hasta la tercera y la cuarta generación, ahora por fin los
escritores bíblicos habían encontrado el medio más refinado de que Yahvé
pudiera aplicar su venganza mediante un castigo superior a cualquier otro
imaginable, un castigo que nunca tendría fin.
En efecto, como antes
se ha dicho, en algunos pasajes de los últimos libros del Antiguo Testamento comienza a surgir la idea de que la recompensa de
Yahvé a quienes hayan seguido sus preceptos será la vida eterna, y esta idea es la que será posteriormente adoptada
por los dirigentes de la secta cristiana de manera definitiva.
Así, en Daniel, escrito a mediados del siglo II
antes de nuestra era, se habla de la resurrección y de una vida eterna en ese
doble sentido, buena para quienes han sido fieles al “Señor”, y mala para
quienes han vivido al margen de sus leyes. No obstante, el texto es algo
ambiguo en cuanto no habla de la resurrección de todos sino de la de “muchos”,
como si el autor de esta obra todavía dudase acerca de cómo sería aquel más
allá sobre cuya posibilidad habían comenzado a fantasear algunos autores
bíblicos y su duda le hubiese llevado a reducir el número de los que
resucitarían dejándolo en “muchos” pero no en “todos”, dejando sin explicar el
motivo de tal restricción, y no especificando por el momento en qué consistiría
ese castigo eterno. En efecto, se dice en dicho libro:
“Y muchos de los que duermen en el polvo de
la tierra se despertarán, unos para la vida eterna, otros para la vergüenza,
para el castigo eterno”[66].
Por su parte, en 2 Macabeos, obra de finales del siglo II antes de nuestra era, se
habla de una vida eterna para quienes han sido fieles a Dios, pero, a
diferencia de lo que se dice en Daniel, no se habla de un castigo eterno para
quienes no lo han sido, lo cual parece indicar que, al igual que en otros
libros bíblicos, a los malvados simplemente les espera la muerte en un sentido
definitivo:
“…tú me quitas
la vida presente, pero el Rey del universo nos resucitará a una vida eterna a
los que morimos por su ley”[67].
En el siguiente pasaje, perteneciente a Eclesiástico, coincidiendo con el autor
de 2 Macabeos, se habla de la
inmortalidad, referida en exclusiva a quienes siguen los mandatos de Dios, y
nada se dice respecto a una posible resurrección de quienes no le hayan sido
fieles, aunque dicha resurrección tuviera como finalidad la de ser torturados
con el fuego eterno o con cualquier otro tipo de castigo. Parece evidente,
pues, que en el pasaje citado el autor todavía no cree en la vida y en el
castigo eterno para quienes no hayan vivido de acuerdo con la ley de Yahvé:
“Conocer los
mandatos del Señor es fuente de vida; los que hacen lo que le agrada obtendrán
los frutos del árbol de la inmortalidad”[68].
2.4.1.
Vida eterna para todos
Finalmente, ya en el Nuevo Testamento, la atrevida y fantástica doctrina de la existencia
de una vida eterna es asumida de
manera definitiva y en su doble sentido: Vida eterna de felicidad para quienes
creen en Jesús como hijo de Dios y siguen sus preceptos, y vida eterna de
castigo en el Infierno para quienes no creen en Jesús como Hijo de Dios o no
cumplen sus preceptos.
En efecto, en este
sentido y en relación con el futuro de quienes han vivido alejados de los
preceptos divinos, se dice en Mateo:
“Así será el fin
del mundo: saldrán los ángeles, y apartarán a los malos de entre los justos, y
los echarán al horno de fuego; allí será el llanto y el crujir de dientes”[69].
Sin embargo, tal como se verá a continuación, el
evangelio de Juan representa una
importante excepción en la que no sé si alguien ha reparado, pues mientras de
un modo claro y evidente defiende la idea de la vida eterna en un sentido
positivo para quienes hayan creído en Jesús y hayan puesto en práctica sus
enseñanzas, sin embargo, de acuerdo con el punto de vista de 2 Macabeos
y de Eclesiástico, no defiende la
existencia de una vida eterna en el Infierno para quienes no hayan creído o no
hayan cumplido los preceptos divinos, sino que en este último caso, aunque haya
algún pasaje algo ambiguo si se lo considera al margen de los otros, juzga que el
único castigo para los malvados consistirá en su muerte definitiva, pues
efectivamente Juan el Anciano, autor de este evangelio, contrapone la vida
eterna de los creyentes con el perecer o con la “condena” de los incrédulos,
diciendo que “el que no cree en él, ya está condenado”, pero sin aclarar en
ningún momento en qué sentido utiliza el término traducido como “condenado”.
Éste puede significar simplemente que no recibirá la vida eterna, como sucede
en los textos de 2 Macabeo y de Eclesiástico antes citados, donde en diversas ocasiones se niega la
vida eterna para el malvado, consistiendo su castigo en morir para siempre, o en
que, aunque resucite, será para ser “condenado” al fuego eterno del Infierno.
Ahora bien, en el evangelio de Juan nunca
se menciona el Infierno y en ocasiones se contrapone la vida eterna a la muerte, pero no a una vida igualmente eterna en el Infierno[70].
Tal vez Juan el Anciano comprendió que, si la bondad divina era compatible con
la gracia de una vida eterna y feliz, era incompatible con la absurda idea de
un castigo eterno que no iba a ser de ninguna utilidad, salvo la de representar
una continuidad de la Ley del Talión, pero elevada a la máxima potencia e
incompatible por tanto con la supuesta bondad infinita de Yahvé.
Veamos a continuación
algunos pasajes que pueden servir para confirmar el valor de lo que aquí se
comenta:
“…el Hijo del
hombre tiene que ser levantado en alto, para que todo el que crea en él tenga
vida eterna.
Tanto amó Dios al mundo que entregó a su
Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida
eterna […] El que crea en él no será condenado; por el contrario, el que no
cree en él, ya está condenado”[71].
Como ya se ha comentado, aquí aparece el verbo
“perecer”, que significa simplemente morir, pero también aparece la palabra
“condenado”, que podría significar “condenado a morir” o “condenado al
Infierno”; sin embargo, ninguna de ambas especificaciones aparecen en el
texto.
De nuevo en el texto
siguiente aparece la palabra “condenado”, que no aclara a qué tipo de condena
se refiere: ¿Condenado a morir definitivamente?, ¿condenado al Infierno? Pero
el Infierno no se nombra en ningún momento en el evangelio de Juan, ni siquiera para referirse a él
como la morada del demonio. Se dice en este pasaje:
“El que en él [=
el Hijo] cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado”[72].
En el pasaje siguiente se contrapone la vida eterna a su negación, es decir, a
la muerte, al decirse que “el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida”. El
añadido “la ira de Dios está sobre él” no tiene por qué significar otra cosa
que la referencia al motivo por el cual quien no cree “no verá la vida”, es
decir, no gozará de la vida eterna:
“El que cree en
el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios
está sobre él”[73].
Puede observarse nuevamente en este pasaje el antropomorfismo infantil que supone
hablar de la “ira de Dios”, pues la inmutabilidad divina es incompatible con esos
cambios de humor que sufrimos los humanos. Y lo que ya es el colmo del orgullo
o de la ignorancia es suponer que esos supuestos cambios pudieran estar
provocados por la actitud o por el comportamiento del hombre, como si un ser
perfecto pudiera ser afectado por lo que el simple ser humano hiciera o dejase
de hacer, por lo que el hombre creyera o dejara de creer. Es evidente que el
dios judeo-cristiano, por muy poderoso que nos lo presenten, está muy lejos de
la perfección del dios aristotélico y más lejos todavía de un dios que se
identificase con la perfección absoluta, pues la perfección de ese dios sería
incompatible no sólo con su relación con el hombre sino también con el hecho de
haber creado el Universo como si le faltara algo o como si hubiera sentido el
deseo –es decir, cierta forma de necesidad- de crearlo, pues sólo se desea
aquello que el propio organismo necesita, pero un ser perfecto no necesita nada
y, por lo tanto, nada desea, y, si nada desea, nada hace.
2.5.
La vida eterna como premio
Los pasajes que a continuación se exponen tienen el
interés especial de referirse en exclusiva a aquéllos a quienes Jesús concederá
la vida eterna por creer en él o por cumplir con sus preceptos, mientras que
nada dicen respecto a quien no crea o no cumpla tales preceptos. Este hecho es
muy significativo en el sentido de que para el autor de este evangelio Dios
premia a unos con la vida eterna, mientras que a quienes no creen en Jesús o no
cumplen sus preceptos simplemente les deja que sucumban a la muerte, que por sí
misma es ya suficiente condena:
a) “Y ésta es la
voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él,
tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero”[74].
b) “El que cree
en mí tiene vida eterna”[75].
c) “Éste es el
pan que desciende del cielo, para que el que de él come, no muera”[76].
d) “Yo soy el
pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para
siempre”[77].
Los pasajes que siguen a continuación son
especialmente importantes en un sentido similar al de los anteriores, pero son
todavía más claros, pues en ellos se contrapone de un modo explícito la vida eterna, con la que Dios premia a
quien cree y sigue su palabra, y la muerte
eterna, que representa simplemente la negación de la resurrección para la
vida eterna a aquellos que no han creído en Jesús o no han cumplido sus
preceptos:
a) “…el que
guarda mi palabra, nunca verá muerte”[78].
b) “Mis ovejas
oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás”[79].
c) “Le dijo
Jesús [a Marta]: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque
esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente”[80].
d) “Y todo aquel
que vive y cree en mí, no morirá
eternamente”[81].
En los dos pasajes que siguen a continuación se
habla de “condenación”, de “resurrección de vida” y de “resurrección de
condenación”, pero sigue sin aclararse el sentido en que se emplea la palabra
traducida como “condenación”, pues la “resurrección” hace referencia al
momento del “fin de los tiempos” en que todos serán juzgados, para bien o para
mal, para vida eterna o para muerte eterna. Sin embargo, teniendo en cuanta la
serie de pasajes antes citada, en la que ni una sola vez se hace referencia al
Infierno, sería realmente aventurado suponer que en estos momentos, cuando
Jesús habla de “condena”, se esté refiriendo al Infierno y no simplemente a la
muerte definitiva, a que hacía referencia en los anteriores pasajes, y con
mayor motivo si se tiene en cuenta que a continuación, en el siguiente texto a, se establece un paralelismo
entre el par de conceptos “vida eterna” y “condenación”, y el par “vida” y
“muerte”. Por otra parte, el hecho de que en el texto b se hable de “resurrección de condenación” no implica
necesariamente que se resucite para vivir eternamente condenado al Infierno,
sino que, desde el momento en que en diversas ocasiones, como especialmente en
el Apocalipsis, se ha hablado de un
“juicio universal” al final de los tiempos, para que éste se produzca es
necesario que todos resuciten, aunque luego sólo los fieles a Jesús, reciban la
vida eterna, mientras que los “condenados” regresen al polvo del que proceden,
a la muerte eterna. De hecho, al final del texto a se dice: “El que oye mi palabra, y cree al que me envió [...] ha
pasado de muerte a vida”, y un momento antes se ha referido al tipo de vida que
tendrá: “vida eterna”.
a) “El que oye
mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a
condenación, mas ha pasado de muerte a vida”[82].
b) “…y los que
hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo
malo, a resurrección de condenación”[83].
Finalmente en el pasaje siguiente se menciona la
muerte de modo explícito como castigo y destino de aquellos que no crean que Jesús
provenga del Cielo:
-“…si no creéis que yo soy de arriba [del Cielo],
en vuestros pecados moriréis”[84].
En consecuencia, parece claro que Juan el Anciano no
habla en ningún caso del Infierno –al que sí hacen referencia los otros
evangelios en múltiples ocasiones-, sino sólo de la “muerte eterna” como
castigo divino para quienes no han creído en Jesús.
Resulta digno de
destacar que sea éste el único evangelio que no mencione el Infierno, a pesar
de ser el más tardío de los cuatro evangelios canónicos, escrito hacia el año
cien. Parece que la formación de Juan el Anciano en la cultura griega pudo ser
determinante de esta diferencia de enfoque con respecto al de los demás
evangelistas, al margen de que tuviera la prudencia de no decir de manera
expresa nada en contra de la existencia de ese castigo eterno manteniendo
cierta ambigüedad en sus escritos.
2.6.
Resurrección y vida eternai
La idea de la resurrección y con ella la de la
bienaventuranza eterna o la del castigo eterno del Infierno se generalizan a partir
del Nuevo Testamento, y son las que han prevalecido en el
cristianismo, a pesar de que, en teoría, tanto esta doctrina como la de que la
muerte terrenal es una muerte definitiva, a pesar de ser contradictorias entre
sí, aparecen ambas en la Biblia.
Como se ha podido ver, la doctrina de la bienaventuranza eterna no era algo
totalmente nuevo, surgido a partir del Nuevo
Testamento, pues, a pesar de que la doctrina dominante en el Antiguo Testamento era la de que la
muerte representaba el regreso del hombre al polvo del que procedía y, por ello
mismo, el fin absoluto de su limitada vida, ya en varios libros de esta parte
de la Biblia algunos autores tuvieron
la audacia de comenzar a defender la existencia de una vida eterna, tal como sucede en algún pasaje de Isaías, de Daniel o de 2 Macabeos. Hay que señalar además la
existencia de una diferencia entre estos pasajes del Antiguo Testamento y los del nuevo, diferencia consistente en que
mientras en los primeros –al menos en Daniel-
se habla de castigo eterno sin
especificar de qué tipo de castigo se trata, en el Nuevo Testamento, alcanzando la fantasía terrorífica de los
escritores bíblicos su máximo nivel de audacia, se especifica ya claramente que ese castigo consistirá en el fuego eterno.
Así, se dice en Isaías:
“Pero revivirán
tus muertos, los cadáveres se levantarán, se despertarán jubilosos los
habitantes del polvo, pues rocío de luz es tu rocío, y los muertos resurgirán
de la tierra”[85];
igualmente
se dice en Daniel:
“Y muchos de los
que duermen en el polvo de la tierra se despertarán, unos para la vida eterna,
otros para la vergüenza, para el castigo eterno”[86];
y, del mismo
modo, se dice en 2 Macabeos:
- “[Judas
Macabeo] actuó recta y noblemente, pensando en la resurrección. Pues si él no
hubiera creído que los muertos habían de resucitar, habría sido ridículo y
superfluo rezar por ellos”[87].
Sin embargo, es en el Nuevo Testamento donde la creencia en la resurrección y en la vida
eterna, para bien o para mal, se presenta de un modo ya generalizado, tanto en
los evangelios como en el conjunto de sus libros en general, tan esenciales
para la fijación de la dogmática del cristianismo.
Dicha vida eterna
aparece ya claramente asociada o bien con la idea de la bienaventuranza eterna, que viene generalmente relacionada con la
fe en Jesús como Hijo de Dios así como también con las acciones del hombre,
aunque valoradas por algunos autores importantes, como Pablo de Tarso o como
Martín Lutero, de modo secundario, o bien con la eterna condenación en el Infierno, defendida ya definitivamente en
el Nuevo Testamento, y defendida igualmente como dogma de fe
por la secta católica, con la probable
excepción ya mencionada del evangelio de Juan,
donde se defiende la bienaventuranza eterna para quienes creen en Jesús y la
condena a la muerte eterna para
quienes no hayan creído.
A continuación se
muestran algunos pasajes del Nuevo
Testamento en los que se habla de la condenación
eterna[88]:
- “Te conviene
más perder uno de tus miembros que ser echado todo entero al fuego eterno”[89].
- “Así será el
fin del mundo. Saldrán los ángeles a separar a los malos de los buenos, y los
echarán al horno del fuego; allí llorarán y les rechinarán los dientes”[90].
- “Más te vale
entrar tuerto en el reino de Dios que ser arrojado con los dos ojos al fuego
eterno, donde […] el fuego no se extingue”[91].
- “Y en el
abismo, cuando se hallaba entre torturas, levantó los ojos el rico y vio a lo
lejos a Abrahán y a Lazaro en su seno. Y gritó “Padre Abrahán, ten piedad de mí
y envía a Lázaro para que moje en agua la yema de su dedo y refresque mi
lengua, porque no soporto estas llamas”. Abrahán respondió: “Recuerda, hijo,
que ya recibiste tus bienes durante la vida, y Lázaro, en cambio, males. Ahora
él está aquí consolado mientras tú estás aquí atormentado […]”[92].
- “Apartaos de
mí, id al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles”[93].
- “En cuanto a
los cobardes, los incrédulos, los depravados, los criminales, los lujuriosos,
los hechiceros, los idólatras y los embusteros todos, están destinados al lago
ardiente de fuego y azufre, que es la segunda muerte”[94].
Igualmente y por lo que se refiere a la
bienaventuranza eterna, existe una referencia a ella en algunos pasajes del Antiguo Testamento, pero es
especialmente su afirmación inequívoca en el Nuevo testamento lo que determinará que dicha doctrina quede fijada
como uno de los dogmas centrales del cristianismo. Veamos algunos ejemplos:
- “Venid,
benditos de mi Padre, tomad posesión del reino preparado para vosotros desde la
creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me
disteis de beber […]”[95]
-“Jesús le dijo:
-Te aseguro que hoy estarás conmigo en el
paraíso”[96].
-“el Hijo del
hombre tiene que ser levantado en alto, para que todo el que crea en él tenga
la vida eterna”[97].
-“si proclamas
con tu boca que Jesús es el Señor y crees con tu corazón que Dios lo ha
resucitado de entre los muertos, te salvarás”[98].
-“Dios salva al
hombre, no por el cumplimiento de la ley, sino a través de la fe en Jesucristo”[99].
-“Quien alcance
la salvación por la fe, ese vivirá”[100].
-“el hombre
alcanza la salvación por la fe y no por el cumplimiento de la ley”[101].
-“Y si por el
delito de uno solo la muerte inauguró su reinado universal, mucho más por obra
de uno solo, Jesucristo, vivirán y reinarán los que acogen la sobreabundancia
de la gracia y del don de la salvación”[102].
Con la introducción de las ideas fantásticas de la
eterna salvación y de la eterna condenación el cristianismo alcanzó los máximos
extremos de osadía en su búsqueda de doctrinas sugerentes para realizar su
acción de proselitismo entre los israelitas y, sobre todo, entre los gentiles,
donde el cristianismo, apoyándose en la esperanza de la bienaventuranza eterna
y en el temor al castigo eterno del Infierno, se abrió camino en poco tiempo
hasta llegar a convertirse, a finales del siglo IV, en la religión oficial del
imperio romano.
[1] Pues, aunque sólo he manejado dos traducciones de ellos, dichas
traducciones han sido aprobadas por la propia secta católica a través de la
autodenominada “Conferencia Episcopal Española”.
[59] Eclesiastés, 3:19-20.
[66] Daniel, 12:2. La cursiva
es mía. Lo que en este texto desconcierta es el pronombre “muchos”, que designa
a una parte importante del pueblo de Israel -o incluso de la humanidad-, pero
excluye a otra sin explicar el motivo de tal exclusión, que parece relacionado
con la inseguridad del autor acerca del valor de sus propias palabras.
[70] Por lo que se refiere a la cuestión relacionada con la existencia
de supuestos endemoniados y a Jesús expulsando tales demonios, relatos que
tantas veces aparecen en los otros evangelios, en el evangelio de Juan sólo
aparece una vez de manera imprecisa en referencia a Judas, de quien el mismo
Jesús dice que es diablo (Juan, 6:70); también se nombra al demonio en alguna
ocasión (por ejemplo, en Juan, 8:44 y en 17:15), y en otras los enemigos de Jesús llegan a decir de él que está
“poseído por un espíritu malo” (Juan,
10:20).
[73] Juan, 3:36. La referencia
a la ira de Dios es un caso más de
antropomorfismo, pues la idea de que todo un Dios perfecto pueda tener
sentimientos negativos que además puedan depender
y estar subordiandos a algo humano,
como el creer o no creer en él, implica una visión muy limitada e imperfecta de
ese Dios y, desde luego, es incompatible con su hipotética omnipotencia e
inmutabilidad.
[80] Juan, 11:25-26. Cuando
aquí se dice que quien cree en Jesús “no morirá eternamente” se está diciendo
de manera implícita que el castigo de quien no cree consistirá en que sí morirá
eternamente. La cursiva es mía.
[84] Juan, 8:24. La cursiva es
mía. Puede observarse cómo en este pasaje, al igual que en muchos otros, la
salvación queda supeditada a la fe en
Jesús.
[86] Daniel, 12:2. Como ya se ha comentado en páginas anteriores a propósito de esta
misma cita, lo que en este texto desconcierta es el
pronombre “muchos”, que designa a una parte importante del pueblo de Israel o
incluso de la humanidad, pero excluye a una parte –ya que “muchos” no es “todos”-
sin explicar el motivo de esta exclusión.
[88] Un estudio más amplio de
esta cuestión aparece en el capítulo correspondiente de este mismo libro.
[92] Lucas, 16:23-25. Como en muchas
otras ocasiones el autor de este evangelio habla de toda una serie de “sucesos”
(?) como si hubiera sido testigo presencial de ellos, a pesar de que, dado el
carácter de tales sucesos, tal
presencia era realmente imposible.
[93] Mateo, 25:41.
[98] Romanos, 10: 9.