martes, 23 de diciembre de 2008

21. LA CONTRADICCIÓN DE LA JERARQUÍA CATÓLICA SEGÚN LA CUAL, A PESAR DE QUE EN TEORÍA DEBÍA ESTAR AL SERVICIO DE LOS POBRES, EN LA PRÁCTICA ES UNA ORGANIZACIÓN MAFIOSA, AUTORA DE INNUMERABLES CRÍMENES, CÓMPLICE DE GOBIERNOS TIRÁNICOS, COMPINCHE DE LOS PODEROSOS, DEFENSORA DE LA ESCLAVITUD Y CONSAGRADA A LA CODICIOSA ACUMULACIÓN DE RIQUEZAS.

En efecto, la jerarquía católica, que a efectos económicos se identifica por completo con la llamada “Iglesia Católica”, tiene una organización interna de carácter feudal o piramidal –además de capitalista-, anterior en el tiempo a las organizaciones de posteriores empresas multinacionales como Microsoft, MacDonalds, Ford, Coca Cola, General Motors y muchas otras, que, al igual que la organización de la Iglesia Católica tienen su presidente, equivalente al cargo de “Papa”; su consejo de administración, equivalente al conjunto de cardenales asesores del “Papa”; sus directores regionales, equivalentes a los presidentes de las “Conferencias episcopales” de cada país; sus sucursales, equivalentes a las diversas “diócesis”; sus directores de sucursales, equivalentes a los obispos de las respectivas circunscripciones o “diócesis” episcopales; sus franquicias, equivalentes a las diversas parroquias regidas por los curas, así como las diversas empresas colaboradoras, equivalentes a las instituciones dependientes de la Iglesia Católica, como colegios, hospitales, conventos, periódicos, emisoras de radio y televisión dependientes de la Iglesia Católica que completan, más o menos, el organigrama de esta organización económica, que con toda seguridad hay que considerar como la primera multinacional del mundo.
Ninguna de las empresas del capitalismo moderno parece haber inventado nada por lo que se refiere a su sistema organizativo, ya que la propia jerarquía católica es un ejemplo modelo con una experiencia de casi dos milenios, que demuestra la solidez del funcionamiento de tal sistema y lo suculento de los beneficios económicos que reporta.
De manera consciente o en ocasiones inconsciente, la jerarquía católica ha utilizado sus incoherentes doctrinas acerca de lo divino y de lo humano como simple coartada para aumentar su enorme poder y sus inimaginables riquezas sirviéndose de la ingenuidad de sus fieles para sus fines terrenales y ofreciendo a cambio el opio de sus mentiras celestiales para satisfacer las ilusiones de sus dóciles seguidores.
Pero hay que insistir: Para ser exactos no hay que hablar de la “Iglesia Católica” como una agrupación en la que haya que incluir a la jerarquía y a los fieles, sino exclusivamente a la jerarquía de esta organización, pues es ella la única que maneja los hilos de su poderosa economía y la única que disfruta de sus cuantiosísimos beneficios, por lo que es la auténtica dueña absoluta de la marca “Iglesia Católica”, en la que los creyentes no pintan absolutamente nada como no sea para entregar sus limosnas y sus herencias a su “santa madre Iglesia”.
El carácter feudal de esta organización es evidente en cuanto no existe en ella nada que se parezca a un sistema democrático mediante el cual se elijan sus diversos cargos, pues el “Papa” elige a los cardenales y a los obispos, y éstos eligen al “Papa”, mientras que el resto de sus fieles súbditos no cuenta absolutamente nada en tales nombramientos. Los demás cargos clericales son elegidos a su vez por los obispos y eso determina que los simples curas jueguen un papel de sumisa obediencia en espera de un futuro ascenso, relacionado con su mayor o menor servilismo, o ejerciendo como simples “párrocos” de determinada circunscripción en la que viven de las limosnas de sus “feligreses” más el sueldo del estado en lugares como España, en los que la jerarquía católica ha logrado mantener su privilegio de seguir obteniendo, mediante su chantaje a los gobiernos de turno, el “impuesto revolucionario” de cuantiosos millones de euros anuales, como si la colaboración para el sostenimiento –o, mejor, el incesante engrandecimiento- económico de esta organización mafiosa fuera una obligación de los españoles como “reserva espiritual de occidente”. Los simples curas, que consiguen al menos lo suficiente para vivir con cierto desahogo pero se quedan a una enorme distancia de la inmensa tajada económica que se lleva su jerarquía superior, son los encargados de adoctrinar a niños de seis años –es decir, de asesinar su capacidad de razonamiento crítico; es decir, de ejercer contra ellos la pederastia mental, además de la corporal en diversas ocasiones-, sin que ellos ni el resto de los feligreses cuente para nada por lo que se refiere a la elección de ninguno de sus superiores, a pesar de ser la fuerza de presión política de mayor importancia con que cuenta la propia jerarquía católica.
El carácter embaucador de esta organización puede comprenderse fácilmente en cuanto se analizan las contradictorias doctrinas religiosas –o, mejor, supersticiosas- emanadas de esa jerarquía feudal, que se encarga de elaborar a su antojo sus mentiras doctrinales de manera que puedan provocar las ilusiones o los temores de los creyentes, según lo crean más oportuno, mientras que la masa de creyentes tiene una misión pasiva de obediencia y de sumisión a esos personajes que, a fin de lograr una mayor teatralidad a su supuesta misión “divina”, pero tan exclusivamente terrenal como la de todo el mundo, se visten con lujosos atuendos chillonamente estrafalarios y se hacen llamar “enviados de Dios”, “eminencia” o “Su Santidad”, mostrándose en público con semblante bondadoso, resignado y doloroso, aunque por dentro estén pensando “¡vaya atajo de borregos!”, pues, al fin y al cabo, no en vano ellos se llaman “pastores”.
Pero, además, la actividad de la jerarquía católica es lo más contrario que pueda pensarse respecto a lo que pudo ser la predicación de Jesús, un personaje bíblico que, según parece, criticó con extrema dureza a los ricos, que defendió a los pobres y cuyos primeros seguidores vivieron en un régimen de absoluto comunismo en el que todo se compartía, según se narra en los Hechos de los apóstoles.
Así, por lo que se refiere a la inequívoca actitud crítica de Jesús contra los ricos de su tiempo conviene recordar algunas de sus palabras:
- “Le es más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios” ( );
- “¡Ay de vosotros, los ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo!” ( );
- “qué difícilmente entrarán en el reino de los cielos los que tienen riquezas. Es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar en el reino de Dios” ( ).
Una consecuencia lógica de esta actitud de Jesús así como de su defensa de los pobres y de la idea de la fraternidad universal se produjo cuando en los primeros años después de su muerte sus primeros discípulos vivieron en un régimen de auténtica fraternidad comunista en la que todo se compartía, tal como se cuenta en el escrito, atribuido a Lucas, Hechos de los apóstoles, en el que se dice con absoluta claridad que
-“Todos los creyentes vivían unidos y lo tenían todo en común. Vendían sus posesiones y haciendas y las distribuían entre todos, según las necesidades de cada uno” ( );
-“El grupo de creyentes […] tenían en común todas las cosas” ( );
-“No había entre ellos necesitados, porque todos los que tenían hacienda o casas las vendían, llevaban el precio de lo vendido, lo ponían a los pies de los apóstoles, y se repartía a cada uno según su necesidad” ( ).
Sin embargo y a pesar de la claridad de estas doctrinas evangélicas, esa vida comunista de los primeros cristianos desapareció muy pronto, pues ya el propio Pablo de Tarso, auténtico fundador del Cristianismo, se puso descaradamente del lado de los ricos, de manera que en lugar de enfrentarse a ellos, como al parecer había hecho Jesús, se convirtió en su cómplice, no pidiéndoles que repartieran sus riquezas entre los pobres, ya que Dios se les había otorgado para que las disfrutasen, sino sólo que procurasen no ser orgullosos:
“A los ricos de este mundo recomiéndales que no sean orgullosos, ni pongan su esperanza en la incertidumbre de las riquezas, sino en Dios, que nos provee de todos los bienes en abundancia para que disfrutemos de ellos” ( ).
Este cambio de planteamiento respecto a los ricos resultó especialmente útil a la jerarquía cristiana para la transformación de su organización en un inmenso negocio material que, adaptándose a todo tipo de circunstancias políticas y sociales, se fue enriqueciendo y ampliando de manera progresiva hasta convertirse en la actualidad en la mayor multinacional “del espíritu” –dirían ellos-, incomparablemente más rica que cualquier otra de cualquier tipo, dedicada a la venta fantástica de “parcelas de Cielo”, a las constantes amenazas con el “Infierno” y a crímenes incesantes a lo largo de su historia mediante sus cruzadas, su “Santa Inquisición” y su colaboración simbiótica con los dictadores y gobernantes sin escrúpulos de todos los tiempos y lugares, a cambio de incalculables e inmensos tesoros, y despreciando y pisoteando la doctrina de aquél en cuyo nombre dicen predicar, doctrina según la cual:
“No podéis servir a Dios y al dinero” ( ).
A lo largo de la historia, la jerarquía católica y en especial su jefe supremo -“el Papa”-, ha mantenido una actitud opresora contra las libertades individuales a fin de acrecentar sus beneficios económicos y su poder político. Tal actitud quedó especialmente reflejada en instituciones como su “Santa Inquisición”, en su alianza con la monarquía y con la nobleza en todos los momentos de la Historia en que estas instituciones opresoras se mostraron sumisas a sus exigencias, en su simpatía hacia las clases altas y hacia la burguesía, y en su constante confabulación sin escrúpulos con los gobiernos tiránicos de cualquier signo que le permitiesen gozar del derecho a adoctrinar al pueblo, a partir de una constante actitud despótica contra sus libertades, a cambio de bendecir tales gobiernos y de exhortar al pueblo a la obediencia a la autoridad establecida “por la gracia de Dios” –o por el Papa como “cabeza visible” del propio Dios-.
La institución de la “Santa Inquisición”, tan cruelmente opresora por lo que se refiere al respeto de la vida humana y de valores como los de la libertad de pensamiento y de expresión, fue utilizada por la jerarquía católica para mantener su poder sobre quienes podían atacar sus doctrinas mediante la libre razón, contribuyendo así a la pérdida de su fuerza política y económica. Los tiempos en los que la jerarquía católica ha tenido mayor poder político han sido a la vez los más escandalosos y sanguinarios en el funcionamiento de esta institución, que cometió innumerables asesinatos para mantener su fuerza y su riqueza a costa de la libertad y de la vida de un incalculable número de personas.
A lo largo de la Edad Media y hasta ya entrado el siglo XIX, la Inquisición fue el mayor y más cruel instrumento de control de la jerarquía católica sobre los pueblos de Europa al que se sometieron muchas monarquías, colaborando con dicha jerarquía católica en su labor opresora en contra de la vida y de la libertad de dichos pueblos.
Complementariamente, en los últimos siglos, a fin de compensar su pérdida de poder político, la jerarquía católica ha sido la aliada constante de los poderes económicos y políticos del capitalismo y de la mayor parte de las dictaduras del planeta, sin otras excepciones que las de los países con dictaduras contrarias a la religión católica: De acuerdo con esta estrategia, en el año 1949 el papa Pío XII excomulgó a todos los católicos que se afiliasen al Partido Comunista, pero no realizó ninguna condena similar respecto al Partido Nazi, a pesar de la monstruosa barbarie con que actuó a lo largo de la segunda guerra mundial, sino que, como todo el mundo puede comprobar, incluso con el testimonio de archivos fotográficos especialmente significativos, muchos obispos y cardenales fraternizaron con el régimen nazi, con el fascismo, con la vergonzosa “cruzada nacional” del general Franco y con los criminales gobiernos golpistas sudamericanos.
Esta actitud de la jerarquía católica no se corresponde para nada con la actitud de Jesús, aquél en cuyo nombre dicen predicar, quien –según los Evangelios- defendió a los pobres y advirtió a los ricos de que muy difícilmente entrarían en el reino de los cielos. Sin embargo, a la jerarquía católica, sólo le ha interesado la relación con los pobres para utilizarlos como pantalla para referirse a su misión.
Es verdad que no todos ven así las cosas. Hay quien diría: “¡Es realmente impactante ver cómo los obispos se rebajan hasta el punto de lavar los pies de doce personas insignificantes el día del Jueves Santo! ¡Qué humildad más asombrosa! ¡Qué amor más absoluto por la humanidad! ¡Qué dedicación más entregada a su sublime misión! ¡¿Qué más queréis exigirles?! ¡Qué malvados sois quienes no reconocéis su inmensa labor en favor de los pobres de la Tierra! ¡Encima queréis que regalen sus palacios y sus tesoros, olvidando los muchos siglos de esfuerzos y de luchas que les ha costado reunir ese pequeño patrimonio! ¡Sois incapaces de comprenderles, pero Dios les premiará con otros tesoros dignos de su nobleza y abnegación!”.
Pero sigamos. La relación de la jerarquía católica con las clases privilegiadas comenzó de manera especialmente decisiva hacia el siglo IV y adquirió rápidamente una importancia extraordinaria que en los últimos tiempos comienza a ceder de manera significativa. Esa relación representa desde luego una clara muestra de cuáles han sido los auténticos intereses de dicha jerarquía católica, que para nada se relacionan con la “salvación” (?) de nadie sino sólo con su propio enriquecimiento material. Su cínica actitud es todavía más sangrante cuando en los últimos tiempos observamos no sólo su incondicional coalición con los poderosos sino también su condena a quienes —como los Teólogos de la Liberación- han tratado de adoptar una postura más próxima a la de Jesús, en defensa de los pobres y de los oprimidos. Es también comprensible que, en cuanto a la jerarquía católica le interesa acumular de modo patológico más poder y más riquezas de un modo insaciable, no le conviene tolerar las críticas de algunos de sus miembros contra aquellos de quienes obtiene la mayor parte de sus riquezas, pues esto sería como morder la mano de quien le da de comer y de quien le otorga sus privilegios. Por ese motivo llama al orden –como recientemente lo hizo su jefe “Juan Pablo II”- a quienes, como los “Teólogos de la Liberación”, pretenden desviarse de su política codiciosa y sin escrúpulos, al defender al pobre frente al rico, como si no se hubiesen enterado del carácter de la organización a la que pertenecían.
Por otra parte y a pesar de que Jesús habría defendido la igualdad de los hombres, Pablo de Tarso (“San Pablo”, para quienes se dedican a otorgar esos títulos), el inventor más decisivo de la organización cristiana, por escandaloso que pueda parecer pero en coherencia con su misma defensa de los ricos, defendió igualmente la esclavitud. Cualquiera que tenga interés en comprobarlo puede leer sus cartas aquí citadas, en las que se hace una descarada defensa de la esclavitud como una institución derivada de la voluntad de Dios y una exhortación a los esclavos para que cumplan con devoción y humildad las órdenes de sus señores en cuanto representan al propio Dios. Por cierto la existencia en la Biblia de doctrinas como ésta, que con el paso del tiempo fue haciéndose impopular, debió de ser uno de los muchos motivos que contribuyeron a que la jerarquía vaticana la incluyese en el famoso “Índice de libros prohibidos”. Pero, en cuanto las palabras de Pablo de Tarso se encuentran incluidas en dicho libro, ¡inspirado por el Espíritu Santo!, según la jerarquía católica, en tal caso nos encontramos con la defensa simultánea pero contradictoria de dos doctrinas: La de la fraternidad entre los seres humanos y la de que es voluntad de Dios que unos estén esclavizados y sometidos a la voluntad de los otros.
En efecto, por lo que se refiere a esta defensa inequívoca de la esclavitud puede comprobarse mediante las siguientes referencias a algunas de las cartas del “apóstol de los gentiles”:
a) “¿Eras esclavo cuando fuiste llamado? No te preocupes. E incluso, aunque pudieras hacerte libre, harías bien en aprovechar tu condición de esclavo […] Que cada cual, hermanos, continúe ante Dios en el estado que tenía al ser llamado” ( ).
En este pasaje Pablo de Tarso plantea la posibilidad de optar o no por la libertad al incorporarse uno a la organización cristiana, pero considera mejor “que cada cual […] continúe ante Dios en el estado que tenía al ser llamado”, lo cual no sólo representa evidentemente una actitud de transigencia y de freno ante cualquier intento de rebelión contra una institución tan injusta y contraria a los principios de Jesús, sino un auténtico apoyo a dicha institución, lo cual llevaba implícito un mensaje a las clases poderosas en el sentido de que el cristianismo no iba a representar un movimiento revolucionario contra ellos sino una fuerza mediante la cual se podría controlar mejor a esos esclavos en cuanto pudieran representar un peligro potencial.
b) “Esclavos, obedeced a vuestros amos terrenos con profundo respeto y con sencillez de corazón, como si de Cristo se tratara. No con una sencillez aparente que busca sólo el agrado a los hombres, sino como siervos de Cristo que cumplen de corazón la voluntad de Dios” ( ).
En este segundo pasaje Pablo declara de forma ya totalmente clara y explícita que hay que tratar a los señores “como si de Cristo se tratara”, y que deben comportarse “como siervos de Cristo que cumplen de corazón la voluntad de Dios”. Es decir, la esclavitud aparece ya como una institución sagrada establecida por la “voluntad de Dios”, institución a la que los esclavos deben someterse “con profundo respeto y con sencillez de corazón”.
c) “Esclavos, obedeced en todo a vuestros amos de la tierra; no con una sujeción aparente, que sólo busca agradar a los hombres, sino con sencillez de corazón, como quien honra al Señor” ( ).
Este tercer pasaje representa una confirmación del valor de las palabras del anterior y en él se exhorta a los esclavos a obedecer en todo a vuestros amos de la tierra.
d) “Todos los que están bajo el yugo de la esclavitud, consideren que sus propios amos son dignos de todo respeto […] Los que tengan amos creyentes, no les falten la debida consideración con el pretexto de que son hermanos en la fe; al contrario, sírvanles mejor, puesto que son creyentes, amados de Dios, los que reciben sus servicios” ( ).
Finalmente en este último pasaje la novedad consiste en que ya no sólo se habla de cristianos esclavos de señores no cristianos, sino de cristianos esclavos de otros cristianos, de forma que no sólo se defiende la idea de que el esclavo debe conformarse con su estado y obedecer a su señor sino también la idea de que el cristiano, aunque sea señor y dueño de esclavos, puede tener la conciencia bien tranquila a pesar de que se encuentre en posesión de seres humanos considerados como objetos de su propiedad, pues en eso consiste la esclavitud.
Hay que señalar, por otra parte, que las ideas de Pablo de Tarso no eran una innovación absoluta en la ideología cristiana sino que se correspondían, si no con el mensaje de Jesús, sí con la doctrina del Antiguo Testamento que de modo natural defiende la esclavitud a lo largo de innumerables pasajes, como, por ejemplo, en Levítico, donde se dice:
“Los siervos y las siervas que tengas, serán de las naciones que os rodean; de ellos podréis adquirir siervos y siervas. También podréis comprarlos entre los hijos de los huéspedes que residen en medio de vosotros, y de sus familias que viven entre vosotros, es decir, de los nacidos en vuestra tierra. Esos pueden ser vuestra propiedad, y los dejaréis en herencia a vuestros hijos después de vosotros como propiedad perpetua. A éstos los podréis tener como siervos; pero si se trata de vuestros hermanos, los israelitas, tú, como entre hermanos, no le mandarás con tiranía” ( ).
Además, a lo largo de los siglos, aunque la jerarquía católica a llegado a evolucionar hacia una condena teórica de la esclavitud, lo ha hecho siempre con posterioridad a que la propia sociedad civil lo hiciera y siempre amoldándose a las circunstancias del momento, hasta el punto de que, en la propia Alemania de Hitler, la jerarquía católica tuvo alrededor de 7.000 “trabajadores forzosos”, es decir “esclavos”, aunque nombrados con cierto eufemismo hipócrita. Algunos de ellos -alrededor de 600- han sido indemnizados por el Vaticano con algo más de 2.500 euros en el año 2.000, es decir, una miseria, recibida después de más de 50 años de haber finalizado la guerra contra el nazismo y sólo cuando la jerarquía católica no ha tenido otro remedio que reconocer su repugnante colaboración con el nazismo.

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