El
Dios Yahvé y los otros dioses de la Biblia
Antonio Gacrcía
Ninet
Doctor en
Filosofía
Los
dirigentes de la Iglesia Católica afirman la existencia de un solo Dios, pero se contradicen en cuanto, de acuerdo con la Biblia, tienen que aceptar la existencia
de muchos dioses.
En efecto, la Iglesia Católica
desde sus comienzos ha defendido la existencia de un solo Dios, aunque, de
acuerdo con su dogma de la Trinidad, ha considerado que ese Dios se manifestaba
bajo la forma de “tres personas iguales y realmene distintas” –lo cual no hay
por donde cogerlo, pues si son iguales no podrían ser no-iguales, es decir,
distintas, mientras que si son distintas, es decir, no-iguales, entonces no
podrían ser iguales. Ahora bien, si las contradicciones no tuvieran relevancia
alguna en los intentos de dar una explicación racional de la realidad, en ese caso podría aceptarse el dogma de
la Trinidad y cualquier otro que se nos ocurriese-. Tales personas son el
Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. En el Antiguo Testamento sólo se habla de
Yahvé, que sería Dios padre, pero nada se dice del Hijo, ni del Espíritu Santo
–aunque se hable en ocasiones de “el espíritu de Dios” del mismo modo que se
hubiera podido hablar de “la cólera de Dios” y no por ello hablamos de “la
Cólera de Dios” como otra de las personas divinas. Pero dejo para más adelante
un estudio de esta cuestión.
Lo que en estos
momentos se va a considerar es la contradicción según la cual, mientras la Iglesia
Católica proclama la existencia de un solo Dios, la Biblia –especialmente en diversos libros del Antiguo Testamento- proclama la existencia de una multitud de
dioses relacionados con los diversos pueblos con los que Israel mantuvo alguna
relación. Los sacerdotes de Israel aceptan en diversos momentos que tales
dioses tienen su propio poder, pero progresivamente van afirmando la primacía
de Yahvé sobre todos ellos y finalmente proclaman ya la unicidad de Dios,
identificado con Yahvé, el Dios de Israel.
A continuación se muestra una amplia serie de pasajes relacionada con esta
temática y se realiza el comentario correspondiente de aquéllos que tienen alguna
peculiaridad destacable.
Se inicia esta exposición haciendo referencia a los pasajes que simplemente
afirman de manera explícita o implícita la existencia de todos esos dioses
distintos a Yahvé. La lista de pasajes seleccionada es un poco amplia, pero
mucho más amplio es el número de pasajes en que aparece esta referencia a los
otros dioses y, por ello mismo, me ha parecido conveniente elegir algunos
especialmente representativos para que pueda comprobarse las muchas ocasiones
en que los autores bíblicos han estado obsesionados por toda la serie de dioses
que en algún momento representaron una tentación para el pueblo judío,
tentación de adoración en la que en diversas ocasiones cayó, provocando la
reacción sanguinaria de los sacerdotes de Yahvé, cuyo enorme poder sobre su
pueblo habría determinado matanzas brutales
contra aquellos cuya actitud, al adorar a otros dioses, podía representar
un grave peligro para el férreo dominio de los sacerdotes de Israel sobre su
pueblo.
Paso a enumerar y, en su caso, a comentar los
pasajes seleccionados, citando en primer lugar una serie de pasajes en los que
se exhorta y se amenaza al pueblo de Israel para que sea fiel a Yahvé y no
adore a otros dioses.
En el texto a puede observarse que no se habla
de falsos dioses sino de “otros
dioses”, dando por hecho su existencia, pero considerando que no tienen
“jurisdicción” sobre Israel quien por encima de todo debe permanecer fiel a
Yahvé. En el texto b Yahvé –o más
exactamente los creadores o continuadores de tal invención mítica- amenaza de
forma explícita a quien desobedezca a los sacerdotes que dicen hablar en nombre
de Yahvé o ponen en su boca esas mismas amenazas. El texto c insiste de forma más breve en la misma obsesión que el
texto anterior. No se trata de que Yahvé sea un Dios celoso sino más
exactamente de que los sacerdotes que dirigen al pueblo de Israel quieren por
todos los medios posibles afianzar su autoridad sobre su pueblo y para este fin
“ensalzan” a Yahvé presentándolo como un Dios terrible y celoso en grado sumo
de la fidelidad de su pueblo y complementan esta idea con la farsa de hacerse
pasar por intermediarios de Yahvé con su pueblo. Yahvé es al parecer un Dios
tan soberbio y terrible que no puede mostrarse directamente ante su pueblo, pues
su visión directa mata a quien le ve, tal como se indica en la correspondiente
nota a pie de página. Los pasajes citados son los siguientes:
a) “Jacob dijo a su familia y a todos los que
estaban con él:
-Tirad los dioses extraños que tengáis”.
b) “No tendrás
otros dioses fuera de mí […] porque yo, el Señor tu Dios, soy un Dios celoso, que castigo la maldad de los que
me aborrecen en sus hijos hasta la tercera y cuarta generación”.
c) “No invocarás
el nombre de otros dioses; que no lo pronuncie tu boca”.
d) “Así pues,
respetad al Señor y servidle en todo con fidelidad; quitad de en medio de
vosotros los dioses a los que sirvieron vuestros antepasados en Mesopotamia y
en Egipto, y servid al Señor”.
e) “No tendrás un dios extraño, no
adorarás a un dios extranjero”.
En los textos que siguen se plantea de manera más
conflictiva y sanguinaria la relación de Israel con los pueblos que tienen
otros dioses, de manera que Yahvé –o, más exactamente, sus sacerdotes-
intervienen con total crueldad para alejar a su pueblo de la aceptación de tales
dioses o infligen castigos llamativamente crueles a Israel como si no hubiera
un delito mayor que el de adorar a otros dioses, al margen de que se siga
adorando a Yahvé. También es especialmente significativo que los sacerdotes no
duden de la existencia de los dioses extranjeros ni del derecho de cada pueblo
a adorar a sus respectivos dioses. Lo que les preocupa es que Israel deje de
servir a Yahvé, pues eso implicaría la pérdida de su poder absoluto ante el
pueblo, precisamente porque éste se fundamenta en que ellos se muestran ante el
pueblo como los intermediarios y los transmisores de la palabra y de las
órdenes de su Dios Yahvé a su pueblo:
a) “Yo os
entregaré a los habitantes del país, y tú los echarás de tu presencia. No hagas
pacto con ellos ni con sus dioses. No los dejes vivir en tu tierra, no sea que
te inciten a pecar contra mí, dando culto a sus dioses; eso sería tu ruina”.
Este pasaje pone de manifiesto el interés de los
sacerdotes hebreos en mantener la exclusiva por lo que se refiere a la religión
de su pueblo frente a la posibilidad de compartir una “libertad religiosa” con
los dioses de otros pueblos, es decir, de otro negocio religioso sacerdotal que
no fuera exclusivamente el que se relaciona con Yahvé. El mismo hecho de que
aquí se ordene a Israel que no haga “pactos” con los dioses de ese otro país es
una manera de situar a esos dioses en pie de igualdad con Yahvé, quien –a su
manera- había hecho ya un primer “pacto” o “alianza” con Israel, a la que
Israel debe mantenerse fiel.
b) “Israel se
estableció en Sitín y el pueblo se entregó al desenfreno con las moabitas.
Estas los invitaron a los sacrificios de sus dioses, y el pueblo comió y se
postró ante ellos […] Entonces el Señor dijo a Moisés:
-Reúne a todos los jefes del pueblo y
cuélgalos ante el Señor, cara al sol, para que la cólera del Señor se aparte de
Israel”.
En
este pasaje se pone en evidencia la enorme brutalidad de los castigos de los
sacerdotes judíos contra los inductores al gravísimo delito de adorar a otros
dioses. Los motivos de estos severos castigos no son ni mucho menos de carácter
religioso del mismo modo que tampoco lo fueron los castigos y las persecuciones
de la Inquisición contra las ideas o contra los reformadores religiosos de la
Edad Media, como los albigenses, o de momentos posteriores, como la condena de
diversos herejes como Wyclef, Hus, Lutero, Zuinglio o Calvino, o como el de la
condena de Galileo por su simple defensa de una verdad científica que la secta
católica consideró peligrosa para el buen funcionamiento de su formidable
negocio político y económico, que era lo que verdaderamente le importaba. Como
ya se ha dicho en reiteradas ocasiones, el motivo de estos severos castigos era
de tipo exclusivamente político. Los sacerdotes querían mantener su poder sobre
el pueblo y, por ello, se les ocurrió la genial idea de crear un Dios como
Yahvé, que tuviera celos y se encolerizase de modo terrorífico cuando su pueblo
caía en la tentación de adorar a los dioses de los pueblos vecinos o a los de
aquellos pueblos con los que establecían contacto por motivos bélicos o de
cualquier otro tipo.
Esta interpretación,
que podría tratarse de una simple conjetura indemostrable, tiene un valor mucho
más firme cuando se tiene en cuenta que en situaciones en las que los
sacerdotes ya no controlan el poder en cuanto lo han perdido y ha ido a parar a
manos de los reyes desde el rey Saúl, no suelen aplicarse tales castigos tan
severos. El caso más llamativo con una diferencia abismal es el del rey
Salomón, que tuvo setecientas esposas extranjeras, con su propia religión, y
trescientas concubinas; cuanta la Biblia que
el rey Salomón adoró a todos los dioses de sus esposas. ¿Qué castigo adoptó
Yahvé contra Salomón? Absolutamente ninguno. Como los sacerdotes no conservaban
el poder, no podían condenar a muerte al rey. Pero, si Yahvé hubiera existido y
realmente le hubiera importado esta gravísima ofensa del rey Salomón, le habría
fulminado de inmediato, como había hecho en tantísimas ocasiones por otras
faltas insignificantes en comparación con este delito tan grave.
c) “Se
prostituyeron ante otros dioses y los adoraron”.
Este
pasaje simplemente habla de un modo despectivo contra aquellos israelitas que
“se prostituyeron ante otros dioses y los adoraban”, pero muestra, al igual que
todos los demás, la obsesión de los sacerdotes de Yahvé por impedir la anarquía
religiosa del pueblo de Israel en cuanto tendría consecuencias nefastas para su
integridad política y, sobre todo, para la propia autoridad de los sacerdotes
sobre el pueblo.
d) “El sacerdote
Yoyadá ordenó a los jefes de centuria que estaban al mando del ejército:
-Sacadla [a Atalía] fuera del recinto [del
templo] y matad a todo el que la siga.
Como el sacerdote había dicho que no la
mataran en el templo del Señor, la prendieron y pasada la puerta de las
caballerizas del palacio real, la mataron. Yoyadá selló un pacto con el rey y
el pueblo por el cual se comprometían a ser el pueblo del Señor. Inmediatamente
todo el pueblo irrumpió en el templo de Baal y lo demolió. Hicieron astillas
sus altares e imágenes y allí mismo, delante de los altares, degollaron a
Matán, sacerdote de Baal”
Comentario:
¿Qué necesidad y qué derecho tenía ese sacerdote para realizar “un pacto” a fin
de que un pueblo aceptase a Yahvé como su Dios? ¿Qué interés o qué necesidad
habría tenido Yahvé de encontrar un pueblo que le adorase y le obedeciese? A lo
largo de toda una serie de libros del Antiguo
Testamento se presenta a Yahvé como
un Dios llamativamente dependiente de su pueblo en lugar de ser un Dios
autosuficiente que simplemente ofreciera ayuda sin pedir nada a cambio, pues
nada podía darle Israel que Yahvé necesitase. Evidente, a quien podía interesar ese pacto no era a Yahvé, que, como
tantos otros “dioses”, no es otra cosa que un producto del miedo, de la
fantasía y de la necesidad humana de sentirse protegido frente a las
adversidades con que tropieza a lo largo de la vida, sino a los sacerdotes
israelitas, que así ganaban más poder.
k) [Moisés dijo]
“Y en efecto, ¿qué nación hay tan grande que tenga dioses tan cercanos a ella,
como lo está el Señor nuestro Dios, siempre que lo invocamos?”.
Comentario:
En este pasaje el propio Moisés acepta la existencia
de otros dioses, sólo que más lejanos que Yahvé, que, según Moisés, siempre
está con su pueblo para ayudarle, a pesar de que, como ya se ha visto en
páginas anteriores, Yahvé es en realidad un Dios lejano, un Dios
sospechosamente lejano, que sólo entabla contacto con su pueblo a través de sus
sacerdotes, los cuales podrán comunicar o exigir a su pueblo “en nombre de
Yahvé” cualquier ocurrencia que tengan.
Respecto a la
existencia de esos otros dioses pueden
recordarse además las primeras plagas de Egipto, donde los sacerdotes del
faraón compiten con Moisés en hacer prodigios. En este sentido la Biblia reconoce que, cuando Aarón, por
orden de Yahvé, tiró su cayado y éste se convirtió en una serpiente,
“los magos de
Egipto hicieron lo mismo con sus encantamientos: tiró cada uno su bastón, y
también se convirtieron en serpientes”,
lo
cual es una manera explícita de afirmar que no sólo Yahvé poseía poderes
sobrenaturales sino también lo tenían los dioses de esos magos o hechiceros de
los egipcios. A los sacerdotes de Israel les interesaba reconocer el poder de
los otros dioses en cuanto el negárselo podía dar pie a que la desconfianza en
los dioses en general se generalizase, lo cual tendría repercusiones negativas
en su autoridad sobre el pueblo en cuanto su fundamento último estaba en Yahvé,
uno de tantos dioses, aunque el Dios exclusivo de Israel. Por otra parte, la
magia de Yahvé, Dios de Aarón, parece que fue superior a la de los hechiceros
egipcios, pues a continuación
“el
cayado de Aarón devoró los bastones de los magos”.
Estos
actos de magia, realizados por el poder que les daban a Moisés y a los magos
egipcios sus respectivos dioses no se produjeron exclusivamente en ese momento
puntual sino que se produjeron de nuevo durante las dos primeras plagas de
Egipto en las que Aarón, bajo las órdenes de Moisés y éste bajo las de Yahvé,
hizo que el agua de Egipto se convirtiera en sangre, pues
“los magos de
Egipto hicieron lo mismo con sus encantamientos”.
Posteriormente,
en la segunda plaga, Aarón, cumpliendo las órdenes de Moisés y de Yahvé, ordenó
que se produjera una plaga de ranas en el Nilo, pero también en este caso,
“los magos
hicieron lo mismo con sus encantamientos, consiguiendo que surgieran ranas por
todo el país”.
Estos
hechos son una clara demostración de que para los sacerdotes de Israel, según
lo dan a entender en la Biblia, ¡palabra
de Dios!, según dicen, los otros dioses también tenían sus propios poderes con
los que podían oponerse al poder de Yahvé, a pesar de que el poder de éste
fuera superior al suyo. Pero el concepto de un Dios omnipotente es incompatible
con la existencia de otros dioses cuyos designios puedan oponerse a los del
Dios supremo. Es decir, si existe un Dios omnipotente, no puede haber ningún
otro Dios de ninguna clase que pudiera tratar de enfrentarse a él. Esa doctrina
sería pura mitología infantil, al margen de que la otra también lo sea.
“cuando el Señor
tu Dios te los haya entregado [los pueblos que habitaban la “tierra prometida”]
y tú los hayas derrotado, los consagrarás al exterminio. No harás pactos ni tendrás
miramientos con ellos: no darás tu hija a su hijo, ni casarás a tu hijo con su
hija, porque ellos los apartarían de mí para que den culto a otros dioses”.
Comentario:
Pasajes como éste, relacionados con los pueblos que habitaban la “tierra prometida”,
representan el colmo de la brutalidad y de la crueldad por parte de los
dirigentes del pueblo de Israel, que no se conforman con hacer la guerra a esos
pueblos con el fin de apoderarse y asentarse en sus tierras sino que además
ordenan el exterminio de su población adulta y prohíben que nadie se case con habitantes
de esos pueblos para evitar la contaminación religiosa del pueblo de Israel.
Como ya sabemos, el miedo al culto a otros dioses es propio de los sacerdotes
judíos no porque sean “falsos dioses” sino porque alejarían al pueblo de la
obediencia a los sacerdotes de Yahvé.
Tanto en éste como en
otros textos similares se da la paradoja de que los sacerdotes de Israel
comunican a su pueblo a lo largo de sus mensajes bíblicos la serie de matanzas
que Yahvé ha realizado sobre su pueblo por haberle abandonado, pero no se les
ocurrió que con la misma facilidad con que castigó tal delito podía haber
ejercido su poder para evitar que el pueblo de Israel fuera seducido por los
dioses de otras religiones y de este modo no habría tenido que exterminar a los
pueblos que habitaban la “tierra prometida” antes de la llegada del pueblo de
Israel.
La obsesión de los sacerdotes judíos por evitar que
su pueblo llegue a adorar a otros dioses es tan grande que advertencias como
las anteriores se repiten de modo llamativamente insistente, tal como puede
verse en los textos siguientes:
- “Pero, si te
olvidas del Señor tu Dios y sigues a otros dioses, dándoles culto y postrándote
ante ellos, entonces os juro hoy que pereceréis sin remedio. Lo mismo que las
naciones que el Señor va a aniquilar delante de vosotros, así también
pereceréis vosotros por no haber obedecido al Señor vuestro Dios”.
- “Cuando el
Señor tu Dios haya aniquilado ante ti las naciones que vas a despojar; cuando
las hayas despojado y habites en sus dominios, ten cuidado para no caer en la
trampa siguiendo su ejemplo, una vez que ellas hayan desaparecido ante ti. No
busques, pues, a sus dioses diciendo “Yo también voy a dar culto a los dioses a
quienes esos pueblos daban culto”. No procederás así con el Señor tu Dios, ya
que nada hay más odioso y abominable para el Señor que lo que hacían estos
pueblos por sus dioses, pues incluso quemaban a sus hijos e hijas en honor a
sus dioses”.
- “Si rompéis la
alianza que el Señor vuestro Dios hizo con vosotros, dando culto a otros dioses
y postrándoos ante ellos, entonces se desatará la ira del Señor contra vosotros
y muy pronto desapareceréis de esta tierra buena que él os ha dado”
Esta
repetición obsesiva de textos persiguiendo esa misma finalidad de alejar al
pueblo de la tentación de adorar a otros dioses sugiere la idea de que los
sacerdotes de Israel eran plenamente conscientes de que todo este asunto de los
diversos dioses era puro teatro, de que realidad sabían –o al menos
sospechaban- que no había ningún Dios, pero, como a ellos les interesaba que el
pueblo creyese en todo ese montaje, en lugar de negar la existencia de otros
dioses –lo cual hubiera podido llevar al pueblo judío a dudar también acerca de
la existencia de su propio Dios-, en principio no negaron la existencia de esos
otros dioses, pero sí dijeron a su pueblo que no debían adorarlos porque habían
hecho un pacto con el Señor y le debían fidelidad absoluta. Será más adelante,
cuando el pueblo de Israel sea más fuerte y su religión esté más consolidada,
cuando se atrevan a decir que los otros son muy inferiores a Yahvé, que Yahvé
es el dios de los dioses y finalmente que Yahvé es el único Dios.
“Yo soy el
Señor, vuestro Dios. No adoréis a los dioses de los amorreos, cuya tierra
ocupáis”.
A continuación puede comprobarse la ira de Yahvé –o,
mejor, la de los sacerdotes judíos, cuando su pueblo cae en la tentación de
adorar a otros dioses como Baal y Astarté. Es realmente infantil por
antropomórfico que digan que “el Señor se encolerizó”, pues eso es presentar a
la divinidad como si fuera un vulgar reyezuelo que coge grandes rabietas porque
su pueblo no le quiere lo suficiente o porque no le hace los regalos que a él le
gustarían. Pero un Dios perfecto debería ser inmutable y, por ello mismo, no
podría estar sometido a cambios de humor, y mucho menos podría ser que, si en
su estado se produjera algún cambio, se debiera a la acción de una realidad
ajena a él mismo, como lo serían los hombres.
Los textos en cuestión dicen:
- “Los
israelitas volvieron a ofender al Señor con su conducta; adoraron a Baal y
Astarté, a los dioses de Aram, Sidon Moab, de los amonitas y de los filisteos.
Abandonaron al Señor y no le dieron culto. Entonces el Señor se encolerizó
contra los israelitas y los entregó en poder de los filisteos y de los
amonitas”.
- “El Señor les
respondió:
-Cuando los egipcios, los amorreos, los
amonitas, los filisteos […] os oprimían y clamasteis a mí, ¿no os salvé de
ellos? Sin embargo, vosotros me habéis abandonado para dar culto a otros
dioses. Por eso no os salvaré ya más. Id, invocad a los dioses que os habéis
elegido. Que os salven ellos en la hora del peligro”.
El texto siguiente tiene un interés especial, pues
en él se habla de otros dioses, pero además se les reconoce cierta posición de
igualdad respecto a Yahvé, en cuanto Jefté se indigna de que el rey de los
amonitas pretenda que Israel abandone los territorios donde habitaban los
amorreos. Jefté envió emisarios al rey de los amonitas para decirle:
“Fue el Señor
Dios de Israel, el que expulsó a los amorreos ante su pueblo, Israel, ¿y
pretendes tú ahora quitarle su posesión? ¿Acaso no posees tú todo lo que tu
dios Camos te ha dado?”,
y
con estas palabras Jefté estaba aceptando que del mismo modo que ellos habían
obtenido la “tierra prometida” gracias a Yahvé, también los amonitas tenían sus
propias posesiones gracias a su Dios Camos. Es evidente por tanto que para los israelitas
de ese tiempo no había problema alguno en aceptar la existencia de diversos
dioses, pero cada uno con su respectiva área de influencia, su respectivo
pueblo que le hacía ofrendas y sacrificios a cambio de los bienes y protección
que éste le daba. De hecho en el texto que sigue el único inconveniente que encuentra
Samuel en que los israelitas adoren a otros dioses es que éstos son
“extranjeros” mientras que los israelitas se deben a su propio y exclusivo Dios
que es quien les ha dado y les seguirá dando protección si sólo le adoran a él:
“Y Samuel dijo a
todo el pueblo de Israel:
-Si queréis convertiros al Señor de todo
corazón, quitad de entre vosotros los
dioses y diosas extranjeros, volveos hacia el Señor y adoradlo sólo a él, y
el Señor os librará de los filisteos”,
y
el propio Yahvé –o más exactamente quien escribió este libro- se queja de que
los judíos le han abandonado para dar culto a dioses “extranjeros”, lo cual
tiene el sentido claro de que la queja no es por haber adorado a ídolos o a
“falsos dioses” sino a dioses que tenían una jurisdicción distinta y nada
tenían que ver con Israel, que había establecido una alianza eterna con Yahvé y
que había sido protegido y liberado por el propio Yahvé de diversos pueblos, proporcionándole
multitud de victorias en sus guerras para conquistar la “tierra prometida”:
“[El Señor dijo]
me han abandonado para dar culto a dioses extranjeros”.
Por ello, Yahvé –es decir, los sacerdotes judíos-
amenaza de nuevo a Israel diciéndole que, si dan culto a otros dioses, les
expulsará de la tierra prometida recién conquistada:
“Pero si
vosotros y vuestros hijos me abandonáis, y en lugar de cumplir las leyes y
mandamientos que os he dado, dais culto a otros dioses y los adoráis, borraré a Israel de la tierra que les he
dado”.
Aunque
son muchos los pasajes que insisten en esta misma idea, un texto muy similar a
éste e igualmente obsesivo, pero carente de originalidad, con la idea de la
adoración exclusiva a Yahvé aparece más tarde en 2 Crónicas y dice lo siguiente:
“Pero si me
abandonáis y en lugar de cumplir las leyes y mandamientos que os he dado, dais
culto a otros dioses y los adoráis, yo os arrancaré de la tierra que os he
dado, y rechazaré este templo que he consagrado a mi nombre”.
En el siguiente pasaje Yahvé –los sacerdotes de
Israel- reitera la prohibición de que los israelitas se casen con mujeres
extranjeras por el temor de que estas les alejen del culto a Yahvé, lo cual habría
desencadenado la cólera divina y los correspondientes castigos, como la misma
muerte, a quienes habían incurrido en ese delito. Sin embargo, en este pasaje
llama mucho la atención que el rey Salomón actúe impunemente en contra de esta
prohibición, casándose con setecientas mujeres extranjeras, teniendo
trescientas concubinas y ofreciendo sacrificios a sus respectivos dioses.
Parece evidente que la única explicación de esta tolerancia de Yahvé con
Salomón consiste en que Salomón era la máxima autoridad de Israel y que, por
ello mismo, los sacerdotes, a pesar de su enorme poder, no pueden hacer nada
contra él, hasta el punto de que quien escribe este relato sólo se atreve a
decir que Salomón “no fue tan fiel como su padre” y que “el Señor se irritó
contra Salomón”. Sin embargo –y como ya se ha dicho antes- a pesar de que de
acuerdo con las leyes de Israel tal delito estaba penalizado con al muerte, ni
los sacerdotes le hicieron nada, pues nada podían hacer a un rey tan poderoso,
ni tampoco Yahvé vino a fulminarle ni a amenazarle.
Hay que recordar
nuevamente que cuando los sacerdotes o el escritor de estos relatos habla de
“el Señor”, aunque parece referirse a Yahvé, el Dios de Israel, en el fondo se
está refiriendo a los mismos sacerdotes, de manera que ser fiel a Dios no
significa sino ser fiel a los sacerdotes. Pero, como los sacerdotes en esos
momentos no tienen ninguna fuerza que pueda competir con la del rey, procuran
ser cuidadosos a la hora de hablar mal de él y no se les ocurre ni de lejos la
idea de intentar destituirlo o de castigarlo, simplemente porque no pueden. Y
parece igualmente que el poder de Yahvé es por completo insuficiente para
castigar a Salomón, pues, a diferencia del rey Jehú, que mató a todos los
seguidores de Baal,
Yahvé sólo se irrita con Salomón y no se menciona ningún castigo en su contra
por parte de Yahvé:
“El rey Salomón
se enamoró de muchas mujeres extranjeras, además de la hija de faraón; mujeres
moabitas, amonitas, adomitas, sidonias, e hititas, respecto a las cuales el
Señor había ordenado a los israelitas: “No os unáis con ellas en matrimonio,
porque inclinarán vuestro corazón hacia sus dioses”. Sin embargo, Salomón se
enamoró locamente de ellas, y tuvo setecientas esposas con rango real, y
trescientas concubinas. Ellas lo
pervirtieron y cuando se hizo viejo desviaron hacia otros dioses su corazón,
que ya no perteneció al Señor, como el de su padre David. Dio culto a Astarté,
diosa de los sidonios, y a Moloc, el ídolo de los amonitas […] Otro tanto hizo
para los dioses de todas sus mujeres extranjeras, que quemaban en ellos [= en
los altares] perfumes y ofrecían sacrificios a sus dioses. El Señor se
irritó contra Salomón porque apartó su corazón del Señor, Dios de Israel, que
se le había aparecido dos veces, ordenándole que no fuese tras otros dioses,
pero él no cumplió esta orden”.
Más
adelante se insiste en estas mismas ideas: No se niega que existan otros dioses,
pero Yahvé es un dios celoso y quiere que sólo se le adore a él. Ahora bien,
como sabemos que Yahvé y los sacerdotes
son la misma realidad, lo que se presenta como deseo de Yahvé es en realidad
aquello que los sacerdotes desean y lo que éstos desean es que su pueblo no dé
culto a otros dioses, y, en consecuencia, que no obedezcan a otra autoridad que
a la suya. Los demás dioses, aunque se acepta que también existen, representan
un peligro para los sacerdotes de Yahvé y por eso éstos se encargan incesantemente
de amenazar a su pueblo en nombre de Yahvé para que no adoren a esos otros
dioses. Lo que parece evidente es que esas amenazas sólo tienen sentido en la
misma medida en que se crea en la existencia y en el poder, aunque limitado, de
esos otros dioses:
“El Señor había
hecho con ellos una alianza y les había ordenado:
-No veneréis a dioses extraños ni los adoréis, no les déis culto ni les ofrezcáis
sacrificios. Sólo al Señor, que os sacó de Egipto con brazo poderoso, adoraréis
y ofreceréis sacrificios […] No daréis
culto a otros dioses […] Sólo el Señor será vuestro Dios, y él os librará de
vuestros enemigos”.
El pasaje siguiente habla nuevamente de la ira de
Yahvé ante el abandono de su pueblo. Es realmente llamativo ver la diferencia
de actitud de Yahvé ante este comportamiento de su pueblo a diferencia de la
pasividad con que consintió que Salomón se casara con setecientas mujeres
extranjeras y que luego adorase a sus respectivos dioses. Tal diferencia de
actitud, ya señalada antes, sólo parece una prueba más de que no era Yahvé
quien tomaba las decisiones relacionadas con sus severos castigos sino los
sacerdotes se Israel, que, mientras ejercían el poder, podían aplicar castigos
crueles y sanguinarios, mientras que, cuando el poder lo ocupó Salomón, no
pudieron hacer nada contra él, de forma que ni siquiera quien escribió el libro
1 Reyes se atrevió a decir de Salomón
ninguna otra cosa sino que “su corazón […] ya no perteneció al Señor”, que el
Señor se irritó contra él, pero, a pesar de que él siguió desobedeciéndole, no
se menciona ningún castigo como sí habría sucedido en cualquier otro caso
similar como el que a continuación se menciona:
“Ellos me
abandonaron, quemando incienso a otros dioses, y me irritaron con su conducta
perversa. Pues bien, mi ira arderá contra este lugar y no se apagará”.
1.3.1.2.
A continuación se hace referencia a algunos pasajes en los que no sólo se
menciona la existencia de otros dioses sino que a esta aceptación se añade la
referencia a la diferencia de categoría y poder entre ellos y Yahvé,
considerando a éste último como el Dios más poderoso, que podrá incluso
eliminar a los demás dioses (texto a), que es “el Dios de los dioses” (texto
b), que es el más grande de todos ellos (texto c), que ejerce como juez en medio
de los dioses (texto d), o que incluso ordena que todos los demás dioses se
postren ante él.
Todos estos textos son
la expresión de un politeísmo jerárquico,
en el que Yahvé es el Dios supremo, pero en el que de manera inequívoca se
acepta que esos otros dioses también existen y tienen cierto poder, aunque sea
inferior al de Yahvé.
Así se deja ver en los
textos citados, que dicen lo siguiente:
a) “El Señor
será terrible contra ellos, eliminará a
todos los dioses de la tierra”.
Comentario:
Es evidente que si Yahvé piensa en eliminar a todos los dioses es porque
previamente éstos existen, pues no tendría sentido hablar de la eliminación de
aquello que no exista.
b) “El Señor, el Dios de los dioses, habla y convoca a
la tierra desde oriente a occidente”.
Comenrario:
Si Yahvé es el Dios de los dioses, su
título sería ridículo en el caso de que a la vez se creyese que éstos no
existían
c) “Porque el
Señor es un Dios grande, rey poderoso más
que todos los dioses”.
Comentario:
Al igual que en texto anterior sería ridículo decir que Yahvé es más poderoso
que todos los dioses si resultara que tales dioses ni siquiera existían. Por
ello este pasaje sólo tiene sentido en cuanto su autor este tan convencido de
la existencia de Yahvé como de la de los otros dioses.
d) “Dios se
levanta en la asamblea divina, y ejerce como juez en medio de los dioses”.
Comentario:
En este pasaje se afirma de manera clara la existencia de esos otros dioses en
cuanto Yahvé sólo puede ejercer como juez en medio de ellos en la medida en que
existan y estén presentes en dicha asamblea.
e) “¡Que se
postren ante él todos los dioses!”.
Comentario:
Evidentemente sólo podrán postrarse en el caso de que existan, lo cual parece
claro en la mente del autor de este pasaje.
Progresivamente
van desapareciendo los demás dioses y al final sólo queda Yahvé, el cual, a
pesar de que en el Antiguo Testamento
se muestra como unitario, en el Nuevo
Testamento se diversifica en tres personas “iguales y realmente distintas”,
contradicción estúpida en que se resume la serie infinita de contradicciones de
la Biblia, y, por ello mismo, de la Iglesia
Católica.
En cualquier caso, de
nuevo nos encontramos con que, si la Biblia
es la palabra de Dios, y Dios se contradice con tanta facilidad, sus palabras no
pueden tomarse en serio, lo cual significa que Yahvé no es Dios, al margen de
que, como ya se ha explicado en el capítulo primeo de esta obra, el concepto de
Dios es contradictorio en sí mismo.
En Éxodo, 19:12 Yahvé comunica a Moisés que
nadie de su pueblo puede avanzar más allá de un límite alrededor del monte
Sinaí, donde él bajará y se entrevistará con Moisés: [Dice Yahvé a Moisés:] “Tu
señalarás un límite por todo el contorno diciendo: No subáis al monte ni piséis
su falda. Todo el que pise el monte morirá. Nadie tocará con la mano al
culpable; será apedreado o asaetado”. Poco después, en Éxodo, 33:20, llega a decir al propio Moisés: “…sin embargo, no
podrás ver mi cara, porque quien la ve no sigue vivo”; y casi a continuación le
dice: “…me verás de espaldas porque de frente no se me puede ver” (Éxodo, 33:23). Otros pasajes igualmente
significativos por lo que se refiere a esa “lejanía” de Yahvé son los
siguientes: -“El Señor castigó a la gente de Bet Semes porque habían mirado el
arca del Señor; hirió a setenta hombres de entre ellos. El pueblo hizo duelo
por el gran castigo que les había infligido el Señor” (1 Samuel, 6:19); “Uzá sujetó el arca de Dios con la mano, porque los
bueyes la hicieron tambalearse. Entonces el Señor se encolerizó contra Uzá. Y
allí mismo lo hirió, muriendo por su atrevimiento junto al arca de Dios” (2 Samuel, 6:6).
Salmos 95:3. También un poco más adelante se
dice: “¿Qué dios es tan grande como nuestro Dios?” (Salmos 77:14), e igualmente,
“Porque tú, Señor, eres […] mucho más excelso que todos los dioses” (Salmos 97:9), y, finalmente, en Salmos, 135:5: “Bien sé que el Señor es
grande […] más que todos los dioses”.