lunes, 31 de diciembre de 2012


EL DOGMA CATÓLICO DE LA TRINIDAD,
UNA CONTRADICCIÓN EVIDENTE

Los dirigentes de la Iglesia Católica afirman que existe un solo Dios, pero a la vez defienden que “el Padre” es Dios, “el Hijo” es Dios y el “Espíritu Santo” es Dios, proclamando igualmente que “el Padre”, “el Hijo” y “el Espíritu Santo” son iguales y realmente distintos.
Se trata de una serie de absurdas contradicciones en cuanto es evidente que, si se afirma que sólo hay un Dios y luego se dice que, siendo distintos el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, los tres son Dios, se estará afirmando la contradicción de que Dios es uno y es tres en cuanto se diga que cada una de esas tres personas es Dios. La contradicción se acentúa  cuando se afirma que Padre, Hijo y Espíritu Santo son iguales y realmente distintos, lo cual equivale a la contradicción de decir que una misma cosa es igual y no igual a otra. Quizá alguien podría replicar que se puede ser igual en un sentido y desigual en otro, y eso tendría su lógica referido a realidades materiales que efectivamente pueden tener algunas cualidades iguales y otras desiguales. Pero tratándose de Dios, en cuya esencia se encuentra la perfección y la simplicidad, no tendría ningún sentido suponer que en cuanto “Padre” tuviera cualidades de las que carece en cuanto “Hijo” o en cuanto “Espíritu Santo”, y viceversa tratándose del Hijo respecto al Padre y el Espíritu Santo, y del Espíritu Santo respecto al Padre y al Hijo.
Por otra parte, en relación con este misterio tan misterioso de la “Trinidad”, dicen también los dirigentes de la Iglesia Católica que tanto el Padre, como el Hijo y el Espíritu Santo son eternos, y aquí tenemos un nuevo misterio Pues, si el Hijo nació de María[1], después de que ésta quedase embarazada por una gracia del Espíritu Santo, en tal caso parece evidente que el Hijo comenzó a existir hace alrededor de 2.000 años, que es cuando se supone que nació. Y, si alguien replica que, aunque Jesús nació de María, de hecho ya existía eternamente y que María sólo sirvió para su “encarnación”, en tal caso, afirmar que María es la “madre de Dios” es una superchería, contradictoria con la supuesta eternidad del Hijo, eternidad no compartida por María, la hija de Joaquín y de Ana, a la cual, en consecuencia, sería el colmo del absurdo considerar como “madre de Dios” –al margen de que para la fantasía de los creyentes les venga muy bien la idea de una madre de Dios mediante la cual puedan esperar milagros y favores que tal vez no confíen obtener directamente del propio Dios, que parece ser más inconmovible.
Otro argumento que refuerza esta interpretación, contraria al valor del dogma de la Trinidad, puede verse en el hecho de que en el Antiguo Testamento –palabra de Dios, según dicen los dirigentes católicos-, no aparece la doctrina de la Trinidad en ningún momento, pues nunca se menciona al “Hijo” y sólo en algunas ocasiones se habla del “espíritu de Dios”, aunque sí se habla en muchas ocasiones de la “cólera de Dios”, lo cual no implica que exista Dios por una parte y su espíritu por otra, del mismo modo que tampoco implica que existan Dios y su cólera, cada uno por un sitio.
No obstante y como ya se ha dicho, en el Antiguo Testamento hay algún texto que se refiere al “Espíritu del Señor”, como es el siguiente:
 “Entonces el espíritu del Señor descendió en medio de la asamblea y se posó sobre Jazaziel, hijo de Zacarías […]”[2].
Sin embargo, aunque parezca que en este pasaje se habla del “espíritu del Señor” como de una realidad sustantiva e independiente del propio Dios –aunque siendo también Dios-, si así fuera, realmente se incurriría en una contradicción, pues hay otro texto en el Antiguo Testamento que puede ayudar a comprender mejor el sentido más lógico de ese “espíritu del Señor”, y dice así:
“Y cuando pasaron a la otra orilla, Elías dijo a Eliseo:
    -Pídeme lo que quieras antes de que sea arrebatado de tu presencia.
    Eliseo le dijo:
    -Dame como herencia dos tercios de tu espíritu.
    Elías le contestó:
    -¡Mucho pides! Si me ves cuando sea arrebatado, te será concedido; si no me ves, no se te concederá”[3].
Este diálogo parece bastante esclarecedor en cuanto es evidente que “el espíritu de Elías” -al margen de lo absurdo que sería que pudiera dividirse en partes-, no puede separarse del propio Elías como una realidad sustantiva que tuviera una existencia independiente del propio Elías, sino que es una cualidad del propio Elías, y, por ello, da la impresión de que lo que Eliseo está pidiendo a Elías es que de algún modo le trasmita al menos una parte importante de sus cualidades espirituales. Hay ocasiones en que todavía se emplean expresiones similares. Así, un estudiante puede decirle a su compañero aventajado: “¡Ya podrías prestarme un poco de tu inteligencia para preparar este examen!”. Pero es evidente que, del mismo modo que esa petición no puede ser concedida pues la inteligencia de cada uno es una propiedad inseparable de sí mismo, por lo mismo hablar del “espíritu de Dios” como si se tratase de una realidad alienable del propio Dios, resulta absurdo, ya que implicaría que el Yahvé se quedaría sin espíritu cada vez que éste saliera de él para posarse, por ejemplo, en personajes como Jazaziel, como Jesús, después de ser bautizado por Juan Bautista[4], o como los apóstoles, cuando supuestamente el Espíritu Santo se posó sobre sus cabezas[5]. Parece que en los casos mencionados con la referencia a la cercanía del Espíritu del Señor a estos personajes si quiere trasmitir la idea de que de pronto Dios les dio una fuerza espiritual de tal categoría que les permitió realizar tareas para las que anteriormente no estaban preparados. No obstante, esta interpretación aplicada al propio Jesús tiene el inconveniente de que, en cuanto se le considere Dios, no habría necesitado de ninguna fuerza especial que previamente no tuviera. Sin embargo, como hay una serie de textos en los que a Jesús no se le considera Dios sino sólo siervo de Dios, en estos casos la idea de que el Espíritu Santo –o una fuerza especial enviada por Dios- llegase hasta él podría al menos no entrañar una contradicción especialmente manifiesta.
Hay diversos pasajes que tendrían un sentido claro a partir de esta interpretación. Así, por ejemplo, los siguientes:
“Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en lenguas extrañas, según el Espíritu Santo los movía a expresarse”[6];
“En los últimos días, dice Dios, derramaré mi Espíritu sobre todo hombre y profetizaran vuestros hijos y vuestras hijas…[7].
“Pedro tomó entonces la palabra y dijo: […] Me refiero a Jesús de Nazaret, a quien Dios ungió con Espíritu Santo y poder”[8].
Las tres citas –en especial la tercera- sugieren la idea de que el “Espíritu Santo” es una fuerza especial –en forma de ungüento en la última cita- y no una persona divina. ¿Qué sentido, si no, podría tener la expresión “Dios ungió [a Jesús] con Espíritu Santo y poder”. Resulta curioso esta última cita en cuanto, suponiendo que tanto Dios Padre como Dios hijo como Dios Espíritu Santo en definitiva serían Dios, la frase podría transformarse por simple Lógica en la siguiente: “Dios ungió a Dios con Dios”, frase que no parece tener mucho sentido.
Al mismo tiempo el hecho de que el propio Dios unja a Jesús con Espíritu Santo resulta difícil entenderla de otro modo que a partir de la idea de que hay una clara diferencia entre Dios y el Espíritu Santo, de manera que este último no aparece como Dios sino como un bálsamo mágico que ilumina a Jesús para actuar sabiamente a la vez que el poder, que también da Dios a Jesús, le sirve para actuar de un modo especialmente valiente y enérgico para cumplir con la misión para la que supuestamente fue enviado, lo cual implica igualmente que, de acuerdo con este pasaje, tampoco Jesús se identifica con Dios. 
Por otra parte, en cuanto se considera que Dios es espíritu y se considera igualmente que es santo, también por ello carece de sentido suponer la existencia separada de un “espíritu santo”, en cuanto eso sería introducir una duplicidad innecesaria y absurda.   
Una nueva contradicción en que incurren los dirigentes de la Iglesia Católica es su defensa del dogma de la Trinidad a la vez que la doctrina de la simplicidad de Dios, la cual implica que todas las cualidades que se predican de él son formas diversas e inadecuadas de comprender su ser, en el cual, dada su simplicidad, sólo puede hablarse de sus cualidades mediante una distinción de razón pero no mediante una distinción real.
Pero, además, si hubiera una distinción real de cualidades en cada una de las tres personas divinas eso implicaría que ninguna de ellas sería perfecta por carecer de las cualidades -perfecciones- que le diferenciarían de las otras.
Sin embargo, en contra de esta concepción unitaria y simple de la divinidad, la jerarquía de la Iglesia Católica afirma que tal simplicidad de Dios es compatible con el dogma según el cual en Dios hay tres personas iguales y realmente distintas, lo cual, además de contradecir dicha simplicidad, representa una manera de intentar volver locos o estúpidos a sus prosélitos cuando les invita a que acepten que lo igual y lo distinto son una misma cosa, ya que, si esas tres personas son iguales, en tal caso no son tres sino una sola, mientras que, si son distintas, en tal caso no son una sino tres. Y no podría afirmarse la simplicidad de Dios sino su complejidad o carácter no simple en cuanto el Padre, el Hijo y Espíritu Santo fueran Dios, pero fueran distintos entre sí.
Un aspecto particular de esta cuestión, que merece un comentario especial es el que se relaciona con un pasaje del Nuevo Testamento que dice lo siguiente:
 “Quien hable mal del Hijo del hombre podrá ser perdonado, pero el que blasfema contra el Espíritu Santo no será perdonado”[9].
Se trata, como puede verse sin necesidad de estrujarse el cerebro, de un pasaje absurdo, pues, si tanto el Padre como el Hijo y como el Espíritu Santo fueran Dios, una blasfemia contra el Espíritu Santo sería igual de grave que otra contra el Padre o contra el Hijo. En caso contrario se estaría suponiendo que el Espíritu Santo tendría una categoría superior a la de Padre y a la del Hijo, como si fuera una especie de “Super-Dios”, pero esto estaría en contradicción con la igualdad de las tres personas en cuanto todas serían Dios.
Otro pasaje igual de chusco, pero en este caso, referido al Padre y al conocimiento del fin del mundo es el siguiente:
“En cuanto al día y la hora, nadie sabe nada, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sino sólo el Padre”[10].
El absurdo de este pasaje consiste en considerar de nuevo que una de las personas de la Trinidad tenga una cualidad de la que las demás carecen, como lo sería en este caso el conocimiento de cualquier circunstancia de la realidad, que en este caso sólo la tendría el Padre, pero no las demás personas de la Trinidad, por lo que el Padre, al tener mayor sabiduría, sería más perfecto que las otras. Pero, como la perfección no admite grados, pues se es perfecto o no, en tal caso el Hijo y el Espíritu Santo serían imperfectos por carecer de la sabiduría del Padre y, en consecuencia, no serían Dios en cuanto se proclame que Dios es perfecto.
Según parece la fijación de la doctrina de la Trinidad como dogma oficial de la secta católica se produjo a lo largo de un periodo que va desde finales del siglo IV, con el concilio de Constantinopla (año 381), hasta mediados del siglo V, con el concilio de Calcedonia (año 451). Parece igualmente que la creación de la doctrina trinitaria por parte de los dirigentes cristianos debió de estar influida por las correspondientes doctrinas trinitarias de otras religiones, como la trinidad hindú formada por Brahma, Vishnú y Shiva, o como otras mitologías similares. Este hecho conduce a la conclusión casi evidente de que tal “enriquecimiento” de la teología cristiana fue un producto tardío de elucubraciones calenturientas de los dirigentes cristianos, alejado por completo de la tradición de la religión judía de la que surgió la secta cristiana.
Finalmente, se podría preguntar: ¿Tiene alguna trascendencia para la vida de los creyentes que se les diga que Dios es “uno” o que es “tres en uno”?



[1] Mateo, 1:20: “Después de tomar esta decisión [de separarse de María], el ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo:
    -José, hijo de David, no tengas reparo en recibir a María como esposa tuya, pues el hijo que espera viene del Espíritu Santo”. 
[2] 2 Crónicas, 20:13.
[3] 2 Reyes, 2:9-10.
[4] “Nada más ser bautizado, Jesús salió del agua y, mientras salía, se abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios que bajaba como una paloma y venía sobre él. Y una voz del cielo decía:
     -Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco” (Mateo, 3:16).
[5] “Todavía estaba hablando Pedro, cuando el Espíritu Santo descendió sobre todos los que escuchaban el mensaje” (Hechos, 10:44). 
[6] Hechos, 2:4.
[7] Hechos, 2:17.
[8] Hechos, 10:34-38.
[9] Lucas, 12:10.
[10] Marcos, 13:32.

domingo, 30 de diciembre de 2012


El Dios Yahvé y los otros dioses de la Biblia
Antonio Gacrcía Ninet
Doctor en Filosofía

Los dirigentes de la Iglesia Católica afirman la existencia de un solo Dios, pero se contradicen en cuanto, de acuerdo con la Biblia, tienen que aceptar la existencia de muchos dioses.
En efecto, la Iglesia Católica desde sus comienzos ha defendido la existencia de un solo Dios, aunque, de acuerdo con su dogma de la Trinidad, ha considerado que ese Dios se manifestaba bajo la forma de “tres personas iguales y realmene distintas” –lo cual no hay por donde cogerlo, pues si son iguales no podrían ser no-iguales, es decir, distintas, mientras que si son distintas, es decir, no-iguales, entonces no podrían ser iguales. Ahora bien, si las contradicciones no tuvieran relevancia alguna en los intentos de dar una explicación racional de la realidad, en ese caso podría aceptarse el dogma de la Trinidad y cualquier otro que se nos ocurriese-. Tales personas son el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. En el Antiguo Testamento sólo se habla de Yahvé, que sería Dios padre, pero nada se dice del Hijo, ni del Espíritu Santo –aunque se hable en ocasiones de “el espíritu de Dios” del mismo modo que se hubiera podido hablar de “la cólera de Dios” y no por ello hablamos de “la Cólera de Dios” como otra de las personas divinas. Pero dejo para más adelante un estudio de esta cuestión.
Lo que en estos momentos se va a considerar es la contradicción según la cual, mientras la Iglesia Católica proclama la existencia de un solo Dios, la Biblia –especialmente en diversos libros del Antiguo Testamento- proclama la existencia de una multitud de dioses relacionados con los diversos pueblos con los que Israel mantuvo alguna relación. Los sacerdotes de Israel aceptan en diversos momentos que tales dioses tienen su propio poder, pero progresivamente van afirmando la primacía de Yahvé sobre todos ellos y finalmente proclaman ya la unicidad de Dios, identificado con Yahvé, el Dios de Israel.
A continuación se muestra una amplia serie de pasajes relacionada con esta temática y se realiza el comentario correspondiente de aquéllos que tienen alguna peculiaridad destacable.
Se inicia esta exposición haciendo referencia a los pasajes que simplemente afirman de manera explícita o implícita la existencia de todos esos dioses distintos a Yahvé. La lista de pasajes seleccionada es un poco amplia, pero mucho más amplio es el número de pasajes en que aparece esta referencia a los otros dioses y, por ello mismo, me ha parecido conveniente elegir algunos especialmente representativos para que pueda comprobarse las muchas ocasiones en que los autores bíblicos han estado obsesionados por toda la serie de dioses que en algún momento representaron una tentación para el pueblo judío, tentación de adoración en la que en diversas ocasiones cayó, provocando la reacción sanguinaria de los sacerdotes de Yahvé, cuyo enorme poder sobre su pueblo habría determinado matanzas brutales  contra aquellos cuya actitud, al adorar a otros dioses, podía representar un grave peligro para el férreo dominio de los sacerdotes de Israel sobre su pueblo.
Paso a enumerar y, en su caso, a comentar los pasajes seleccionados, citando en primer lugar una serie de pasajes en los que se exhorta y se amenaza al pueblo de Israel para que sea fiel a Yahvé y no adore a otros dioses.
En el texto a puede observarse que no se habla de falsos dioses sino de “otros dioses”, dando por hecho su existencia, pero considerando que no tienen “jurisdicción” sobre Israel quien por encima de todo debe permanecer fiel a Yahvé. En el texto b Yahvé –o más exactamente los creadores o continuadores de tal invención mítica- amenaza de forma explícita a quien desobedezca a los sacerdotes que dicen hablar en nombre de Yahvé o ponen en su boca esas mismas amenazas. El texto c insiste de forma más breve en la misma obsesión que el texto anterior. No se trata de que Yahvé sea un Dios celoso sino más exactamente de que los sacerdotes que dirigen al pueblo de Israel quieren por todos los medios posibles afianzar su autoridad sobre su pueblo y para este fin “ensalzan” a Yahvé presentándolo como un Dios terrible y celoso en grado sumo de la fidelidad de su pueblo y complementan esta idea con la farsa de hacerse pasar por intermediarios de Yahvé con su pueblo. Yahvé es al parecer un Dios tan soberbio y terrible que no puede mostrarse directamente ante su pueblo, pues su visión directa mata a quien le ve, tal como se indica en la correspondiente nota a pie de página[1].  Los pasajes citados son los siguientes:
 a) “Jacob dijo a su familia y a todos los que estaban con él:
    -Tirad los dioses extraños que tengáis”[2].
b) “No tendrás otros dioses fuera de mí […] porque yo, el Señor tu Dios, soy un Dios celoso, que castigo la maldad de los que me aborrecen en sus hijos hasta la tercera y cuarta generación”[3].
c) “No invocarás el nombre de otros dioses; que no lo pronuncie tu boca”[4].
d) “Así pues, respetad al Señor y servidle en todo con fidelidad; quitad de en medio de vosotros los dioses a los que sirvieron vuestros antepasados en Mesopotamia y en Egipto, y servid al Señor”[5].
e) “No tendrás un dios extraño, no adorarás a un dios extranjero”[6].
En los textos que siguen se plantea de manera más conflictiva y sanguinaria la relación de Israel con los pueblos que tienen otros dioses, de manera que Yahvé –o, más exactamente, sus sacerdotes- intervienen con total crueldad para alejar a su pueblo de la aceptación de tales dioses o infligen castigos llamativamente crueles a Israel como si no hubiera un delito mayor que el de adorar a otros dioses, al margen de que se siga adorando a Yahvé. También es especialmente significativo que los sacerdotes no duden de la existencia de los dioses extranjeros ni del derecho de cada pueblo a adorar a sus respectivos dioses. Lo que les preocupa es que Israel deje de servir a Yahvé, pues eso implicaría la pérdida de su poder absoluto ante el pueblo, precisamente porque éste se fundamenta en que ellos se muestran ante el pueblo como los intermediarios y los transmisores de la palabra y de las órdenes de su Dios Yahvé a su pueblo:  
a) “Yo os entregaré a los habitantes del país, y tú los echarás de tu presencia. No hagas pacto con ellos ni con sus dioses. No los dejes vivir en tu tierra, no sea que te inciten a pecar contra mí, dando culto a sus dioses; eso sería tu ruina”[7].
Este pasaje pone de manifiesto el interés de los sacerdotes hebreos en mantener la exclusiva por lo que se refiere a la religión de su pueblo frente a la posibilidad de compartir una “libertad religiosa” con los dioses de otros pueblos, es decir, de otro negocio religioso sacerdotal que no fuera exclusivamente el que se relaciona con Yahvé. El mismo hecho de que aquí se ordene a Israel que no haga “pactos” con los dioses de ese otro país es una manera de situar a esos dioses en pie de igualdad con Yahvé, quien –a su manera- había hecho ya un primer “pacto” o “alianza” con Israel, a la que Israel debe mantenerse fiel.
b) “Israel se estableció en Sitín y el pueblo se entregó al desenfreno con las moabitas. Estas los invitaron a los sacrificios de sus dioses, y el pueblo comió y se postró ante ellos […] Entonces el Señor dijo a Moisés:
    -Reúne a todos los jefes del pueblo y cuélgalos ante el Señor, cara al sol, para que la cólera del Señor se aparte de Israel”[8].
En este pasaje se pone en evidencia la enorme brutalidad de los castigos de los sacerdotes judíos contra los inductores al gravísimo delito de adorar a otros dioses. Los motivos de estos severos castigos no son ni mucho menos de carácter religioso del mismo modo que tampoco lo fueron los castigos y las persecuciones de la Inquisición contra las ideas o contra los reformadores religiosos de la Edad Media, como los albigenses, o de momentos posteriores, como la condena de diversos herejes como Wyclef, Hus, Lutero, Zuinglio o Calvino, o como el de la condena de Galileo por su simple defensa de una verdad científica que la secta católica consideró peligrosa para el buen funcionamiento de su formidable negocio político y económico, que era lo que verdaderamente le importaba. Como ya se ha dicho en reiteradas ocasiones, el motivo de estos severos castigos era de tipo exclusivamente político. Los sacerdotes querían mantener su poder sobre el pueblo y, por ello, se les ocurrió la genial idea de crear un Dios como Yahvé, que tuviera celos y se encolerizase de modo terrorífico cuando su pueblo caía en la tentación de adorar a los dioses de los pueblos vecinos o a los de aquellos pueblos con los que establecían contacto por motivos bélicos o de cualquier otro tipo.
Esta interpretación, que podría tratarse de una simple conjetura indemostrable, tiene un valor mucho más firme cuando se tiene en cuenta que en situaciones en las que los sacerdotes ya no controlan el poder en cuanto lo han perdido y ha ido a parar a manos de los reyes desde el rey Saúl, no suelen aplicarse tales castigos tan severos. El caso más llamativo con una diferencia abismal es el del rey Salomón, que tuvo setecientas esposas extranjeras, con su propia religión, y trescientas concubinas; cuanta la Biblia que el rey Salomón adoró a todos los dioses de sus esposas. ¿Qué castigo adoptó Yahvé contra Salomón? Absolutamente ninguno. Como los sacerdotes no conservaban el poder, no podían condenar a muerte al rey. Pero, si Yahvé hubiera existido y realmente le hubiera importado esta gravísima ofensa del rey Salomón, le habría fulminado de inmediato, como había hecho en tantísimas ocasiones por otras faltas insignificantes en comparación con este delito tan grave.      
c) “Se prostituyeron ante otros dioses y los adoraron”[9].
Este pasaje simplemente habla de un modo despectivo contra aquellos israelitas que “se prostituyeron ante otros dioses y los adoraban”, pero muestra, al igual que todos los demás, la obsesión de los sacerdotes de Yahvé por impedir la anarquía religiosa del pueblo de Israel en cuanto tendría consecuencias nefastas para su integridad política y, sobre todo, para la propia autoridad de los sacerdotes sobre el pueblo.
d) “El sacerdote Yoyadá ordenó a los jefes de centuria que estaban al mando del ejército:
    -Sacadla [a Atalía] fuera del recinto [del templo] y matad a todo el que la siga.
    Como el sacerdote había dicho que no la mataran en el templo del Señor, la prendieron y pasada la puerta de las caballerizas del palacio real, la mataron. Yoyadá selló un pacto con el rey y el pueblo por el cual se comprometían a ser el pueblo del Señor. Inmediatamente todo el pueblo irrumpió en el templo de Baal y lo demolió. Hicieron astillas sus altares e imágenes y allí mismo, delante de los altares, degollaron a Matán, sacerdote de Baal”[10]
Comentario: ¿Qué necesidad y qué derecho tenía ese sacerdote para realizar “un pacto” a fin de que un pueblo aceptase a Yahvé como su Dios? ¿Qué interés o qué necesidad habría tenido Yahvé de encontrar un pueblo que le adorase y le obedeciese? A lo largo de toda una serie de libros del Antiguo Testamento  se presenta a Yahvé como un Dios llamativamente dependiente de su pueblo en lugar de ser un Dios autosuficiente que simplemente ofreciera ayuda sin pedir nada a cambio, pues nada podía darle Israel que Yahvé necesitase. Evidente, a quien podía  interesar ese pacto no era a Yahvé, que, como tantos otros “dioses”, no es otra cosa que un producto del miedo, de la fantasía y de la necesidad humana de sentirse protegido frente a las adversidades con que tropieza a lo largo de la vida, sino a los sacerdotes israelitas, que así ganaban más poder.
k) [Moisés dijo] “Y en efecto, ¿qué nación hay tan grande que tenga dioses tan cercanos a ella, como lo está el Señor nuestro Dios, siempre que lo invocamos?”[11].
Comentario: En este pasaje el propio Moisés acepta la existencia de otros dioses, sólo que más lejanos que Yahvé, que, según Moisés, siempre está con su pueblo para ayudarle, a pesar de que, como ya se ha visto en páginas anteriores, Yahvé es en realidad un Dios lejano, un Dios sospechosamente lejano, que sólo entabla contacto con su pueblo a través de sus sacerdotes, los cuales podrán comunicar o exigir a su pueblo “en nombre de Yahvé” cualquier ocurrencia que tengan.
Respecto a la existencia de esos otros dioses pueden recordarse además las primeras plagas de Egipto, donde los sacerdotes del faraón compiten con Moisés en hacer prodigios. En este sentido la Biblia reconoce que, cuando Aarón, por orden de Yahvé, tiró su cayado y éste se convirtió en una serpiente,
“los magos de Egipto hicieron lo mismo con sus encantamientos: tiró cada uno su bastón, y también se convirtieron en serpientes”[12],
lo cual es una manera explícita de afirmar que no sólo Yahvé poseía poderes sobrenaturales sino también lo tenían los dioses de esos magos o hechiceros de los egipcios. A los sacerdotes de Israel les interesaba reconocer el poder de los otros dioses en cuanto el negárselo podía dar pie a que la desconfianza en los dioses en general se generalizase, lo cual tendría repercusiones negativas en su autoridad sobre el pueblo en cuanto su fundamento último estaba en Yahvé, uno de tantos dioses, aunque el Dios exclusivo de Israel. Por otra parte, la magia de Yahvé, Dios de Aarón, parece que fue superior a la de los hechiceros egipcios, pues a continuación
“el cayado de Aarón devoró los bastones de los magos”[13].
Estos actos de magia, realizados por el poder que les daban a Moisés y a los magos egipcios sus respectivos dioses no se produjeron exclusivamente en ese momento puntual sino que se produjeron de nuevo durante las dos primeras plagas de Egipto en las que Aarón, bajo las órdenes de Moisés y éste bajo las de Yahvé, hizo que el agua de Egipto se convirtiera en sangre, pues 
“los magos de Egipto hicieron lo mismo con sus encantamientos”[14].
Posteriormente, en la segunda plaga, Aarón, cumpliendo las órdenes de Moisés y de Yahvé, ordenó que se produjera una plaga de ranas en el Nilo, pero también en este caso,
“los magos hicieron lo mismo con sus encantamientos, consiguiendo que surgieran ranas por todo el país”[15].
Estos hechos son una clara demostración de que para los sacerdotes de Israel, según lo dan a entender en la Biblia, ¡palabra de Dios!, según dicen, los otros dioses también tenían sus propios poderes con los que podían oponerse al poder de Yahvé, a pesar de que el poder de éste fuera superior al suyo. Pero el concepto de un Dios omnipotente es incompatible con la existencia de otros dioses cuyos designios puedan oponerse a los del Dios supremo. Es decir, si existe un Dios omnipotente, no puede haber ningún otro Dios de ninguna clase que pudiera tratar de enfrentarse a él. Esa doctrina sería pura mitología infantil, al margen de que la otra también lo sea.
“cuando el Señor tu Dios te los haya entregado [los pueblos que habitaban la “tierra prometida”] y tú los hayas derrotado, los consagrarás al exterminio. No harás pactos ni tendrás miramientos con ellos: no darás tu hija a su hijo, ni casarás a tu hijo con su hija, porque ellos los apartarían de mí para que den culto a otros dioses”[16].
Comentario: Pasajes como éste, relacionados con los pueblos que habitaban la “tierra prometida”, representan el colmo de la brutalidad y de la crueldad por parte de los dirigentes del pueblo de Israel, que no se conforman con hacer la guerra a esos pueblos con el fin de apoderarse y asentarse en sus tierras sino que además ordenan el exterminio de su población adulta y prohíben que nadie se case con habitantes de esos pueblos para evitar la contaminación religiosa del pueblo de Israel. Como ya sabemos, el miedo al culto a otros dioses es propio de los sacerdotes judíos no porque sean “falsos dioses” sino porque alejarían al pueblo de la obediencia a los sacerdotes de Yahvé.
Tanto en éste como en otros textos similares se da la paradoja de que los sacerdotes de Israel comunican a su pueblo a lo largo de sus mensajes bíblicos la serie de matanzas que Yahvé ha realizado sobre su pueblo por haberle abandonado, pero no se les ocurrió que con la misma facilidad con que castigó tal delito podía haber ejercido su poder para evitar que el pueblo de Israel fuera seducido por los dioses de otras religiones y de este modo no habría tenido que exterminar a los pueblos que habitaban la “tierra prometida” antes de la llegada del pueblo de Israel. 
La obsesión de los sacerdotes judíos por evitar que su pueblo llegue a adorar a otros dioses es tan grande que advertencias como las anteriores se repiten de modo llamativamente insistente, tal como puede verse en los textos siguientes:
- “Pero, si te olvidas del Señor tu Dios y sigues a otros dioses, dándoles culto y postrándote ante ellos, entonces os juro hoy que pereceréis sin remedio. Lo mismo que las naciones que el Señor va a aniquilar delante de vosotros, así también pereceréis vosotros por no haber obedecido al Señor vuestro Dios”[17].   
- “Cuando el Señor tu Dios haya aniquilado ante ti las naciones que vas a despojar; cuando las hayas despojado y habites en sus dominios, ten cuidado para no caer en la trampa siguiendo su ejemplo, una vez que ellas hayan desaparecido ante ti. No busques, pues, a sus dioses diciendo “Yo también voy a dar culto a los dioses a quienes esos pueblos daban culto”. No procederás así con el Señor tu Dios, ya que nada hay más odioso y abominable para el Señor que lo que hacían estos pueblos por sus dioses, pues incluso quemaban a sus hijos e hijas en honor a sus dioses”[18].
- “Si rompéis la alianza que el Señor vuestro Dios hizo con vosotros, dando culto a otros dioses y postrándoos ante ellos, entonces se desatará la ira del Señor contra vosotros y muy pronto desapareceréis de esta tierra buena que él os ha dado”[19]
Esta repetición obsesiva de textos persiguiendo esa misma finalidad de alejar al pueblo de la tentación de adorar a otros dioses sugiere la idea de que los sacerdotes de Israel eran plenamente conscientes de que todo este asunto de los diversos dioses era puro teatro, de que realidad sabían –o al menos sospechaban- que no había ningún Dios, pero, como a ellos les interesaba que el pueblo creyese en todo ese montaje, en lugar de negar la existencia de otros dioses –lo cual hubiera podido llevar al pueblo judío a dudar también acerca de la existencia de su propio Dios-, en principio no negaron la existencia de esos otros dioses, pero sí dijeron a su pueblo que no debían adorarlos porque habían hecho un pacto con el Señor y le debían fidelidad absoluta. Será más adelante, cuando el pueblo de Israel sea más fuerte y su religión esté más consolidada, cuando se atrevan a decir que los otros son muy inferiores a Yahvé, que Yahvé es el dios de los dioses y finalmente que Yahvé es el único Dios.
“Yo soy el Señor, vuestro Dios. No adoréis a los dioses de los amorreos, cuya tierra ocupáis”[20].
A continuación puede comprobarse la ira de Yahvé –o, mejor, la de los sacerdotes judíos, cuando su pueblo cae en la tentación de adorar a otros dioses como Baal y Astarté. Es realmente infantil por antropomórfico que digan que “el Señor se encolerizó”, pues eso es presentar a la divinidad como si fuera un vulgar reyezuelo que coge grandes rabietas porque su pueblo no le quiere lo suficiente o porque no le hace los regalos que a él le gustarían. Pero un Dios perfecto debería ser inmutable y, por ello mismo, no podría estar sometido a cambios de humor, y mucho menos podría ser que, si en su estado se produjera algún cambio, se debiera a la acción de una realidad ajena a él mismo, como lo serían los hombres.
Los textos en cuestión dicen:   
- “Los israelitas volvieron a ofender al Señor con su conducta; adoraron a Baal y Astarté, a los dioses de Aram, Sidon Moab, de los amonitas y de los filisteos. Abandonaron al Señor y no le dieron culto. Entonces el Señor se encolerizó contra los israelitas y los entregó en poder de los filisteos y de los amonitas”[21].
- “El Señor les respondió:
    -Cuando los egipcios, los amorreos, los amonitas, los filisteos […] os oprimían y clamasteis a mí, ¿no os salvé de ellos? Sin embargo, vosotros me habéis abandonado para dar culto a otros dioses. Por eso no os salvaré ya más. Id, invocad a los dioses que os habéis elegido. Que os salven ellos en la hora del peligro”[22].
El texto siguiente tiene un interés especial, pues en él se habla de otros dioses, pero además se les reconoce cierta posición de igualdad respecto a Yahvé, en cuanto Jefté se indigna de que el rey de los amonitas pretenda que Israel abandone los territorios donde habitaban los amorreos. Jefté envió emisarios al rey de los amonitas para decirle:
“Fue el Señor Dios de Israel, el que expulsó a los amorreos ante su pueblo, Israel, ¿y pretendes tú ahora quitarle su posesión? ¿Acaso no posees tú todo lo que tu dios Camos te ha dado?”[23],
y con estas palabras Jefté estaba aceptando que del mismo modo que ellos habían obtenido la “tierra prometida” gracias a Yahvé, también los amonitas tenían sus propias posesiones gracias a su Dios Camos. Es evidente por tanto que para los israelitas de ese tiempo no había problema alguno en aceptar la existencia de diversos dioses, pero cada uno con su respectiva área de influencia, su respectivo pueblo que le hacía ofrendas y sacrificios a cambio de los bienes y protección que éste le daba. De hecho en el texto que sigue el único inconveniente que encuentra Samuel en que los israelitas adoren a otros dioses es que éstos son “extranjeros” mientras que los israelitas se deben a su propio y exclusivo Dios que es quien les ha dado y les seguirá dando protección si sólo le adoran a él:  
“Y Samuel dijo a todo el pueblo de Israel:
    -Si queréis convertiros al Señor de todo corazón, quitad de entre vosotros los dioses y diosas extranjeros, volveos hacia el Señor y adoradlo sólo a él, y el Señor os librará de los filisteos”[24],
y el propio Yahvé –o más exactamente quien escribió este libro- se queja de que los judíos le han abandonado para dar culto a dioses “extranjeros”, lo cual tiene el sentido claro de que la queja no es por haber adorado a ídolos o a “falsos dioses” sino a dioses que tenían una jurisdicción distinta y nada tenían que ver con Israel, que había establecido una alianza eterna con Yahvé y que había sido protegido y liberado por el propio Yahvé de diversos pueblos, proporcionándole multitud de victorias en sus guerras para conquistar la “tierra prometida”:
“[El Señor dijo] me han abandonado para dar culto a dioses extranjeros”[25].
Por ello, Yahvé –es decir, los sacerdotes judíos- amenaza de nuevo a Israel diciéndole que, si dan culto a otros dioses, les expulsará de la tierra prometida recién conquistada:
“Pero si vosotros y vuestros hijos me abandonáis, y en lugar de cumplir las leyes y mandamientos que os he dado, dais culto a otros dioses y los adoráis, borraré a Israel de la tierra que les he dado[26].
Aunque son muchos los pasajes que insisten en esta misma idea, un texto muy similar a éste e igualmente obsesivo, pero carente de originalidad, con la idea de la adoración exclusiva a Yahvé aparece más tarde en 2 Crónicas y dice lo siguiente:
“Pero si me abandonáis y en lugar de cumplir las leyes y mandamientos que os he dado, dais culto a otros dioses y los adoráis, yo os arrancaré de la tierra que os he dado, y rechazaré este templo que he consagrado a mi nombre”[27].
En el siguiente pasaje Yahvé –los sacerdotes de Israel- reitera la prohibición de que los israelitas se casen con mujeres extranjeras por el temor de que estas les alejen del culto a Yahvé, lo cual habría desencadenado la cólera divina y los correspondientes castigos, como la misma muerte, a quienes habían incurrido en ese delito. Sin embargo, en este pasaje llama mucho la atención que el rey Salomón actúe impunemente en contra de esta prohibición, casándose con setecientas mujeres extranjeras, teniendo trescientas concubinas y ofreciendo sacrificios a sus respectivos dioses. Parece evidente que la única explicación de esta tolerancia de Yahvé con Salomón consiste en que Salomón era la máxima autoridad de Israel y que, por ello mismo, los sacerdotes, a pesar de su enorme poder, no pueden hacer nada contra él, hasta el punto de que quien escribe este relato sólo se atreve a decir que Salomón “no fue tan fiel como su padre” y que “el Señor se irritó contra Salomón”. Sin embargo –y como ya se ha dicho antes- a pesar de que de acuerdo con las leyes de Israel tal delito estaba penalizado con al muerte, ni los sacerdotes le hicieron nada, pues nada podían hacer a un rey tan poderoso, ni tampoco Yahvé vino a fulminarle ni a amenazarle.
Hay que recordar nuevamente que cuando los sacerdotes o el escritor de estos relatos habla de “el Señor”, aunque parece referirse a Yahvé, el Dios de Israel, en el fondo se está refiriendo a los mismos sacerdotes, de manera que ser fiel a Dios no significa sino ser fiel a los sacerdotes. Pero, como los sacerdotes en esos momentos no tienen ninguna fuerza que pueda competir con la del rey, procuran ser cuidadosos a la hora de hablar mal de él y no se les ocurre ni de lejos la idea de intentar destituirlo o de castigarlo, simplemente porque no pueden. Y parece igualmente que el poder de Yahvé es por completo insuficiente para castigar a Salomón, pues, a diferencia del rey Jehú, que mató a todos los seguidores de Baal[28], Yahvé sólo se irrita con Salomón y no se menciona ningún castigo en su contra por parte de Yahvé:
“El rey Salomón se enamoró de muchas mujeres extranjeras, además de la hija de faraón; mujeres moabitas, amonitas, adomitas, sidonias, e hititas, respecto a las cuales el Señor había ordenado a los israelitas: “No os unáis con ellas en matrimonio, porque inclinarán vuestro corazón hacia sus dioses”. Sin embargo, Salomón se enamoró locamente de ellas, y tuvo setecientas esposas con rango real, y trescientas concubinas. Ellas lo pervirtieron y cuando se hizo viejo desviaron hacia otros dioses su corazón, que ya no perteneció al Señor, como el de su padre David. Dio culto a Astarté, diosa de los sidonios, y a Moloc, el ídolo de los amonitas […] Otro tanto hizo para los dioses de todas sus mujeres extranjeras, que quemaban en ellos [= en los altares] perfumes y ofrecían sacrificios a sus dioses. El Señor se irritó contra Salomón porque apartó su corazón del Señor, Dios de Israel, que se le había aparecido dos veces, ordenándole que no fuese tras otros dioses, pero él no cumplió esta orden”[29].
Más adelante se insiste en estas mismas ideas: No se niega que existan otros dioses, pero Yahvé es un dios celoso y quiere que sólo se le adore a él. Ahora bien, como sabemos que Yahvé y  los sacerdotes son la misma realidad, lo que se presenta como deseo de Yahvé es en realidad aquello que los sacerdotes desean y lo que éstos desean es que su pueblo no dé culto a otros dioses, y, en consecuencia, que no obedezcan a otra autoridad que a la suya. Los demás dioses, aunque se acepta que también existen, representan un peligro para los sacerdotes de Yahvé y por eso éstos se encargan incesantemente de amenazar a su pueblo en nombre de Yahvé para que no adoren a esos otros dioses. Lo que parece evidente es que esas amenazas sólo tienen sentido en la misma medida en que se crea en la existencia y en el poder, aunque limitado, de esos otros dioses:
“El Señor había hecho con ellos una alianza y les había ordenado:
    -No veneréis a dioses extraños ni los adoréis, no les déis culto ni les ofrezcáis sacrificios. Sólo al Señor, que os sacó de Egipto con brazo poderoso, adoraréis y ofreceréis sacrificios […] No daréis culto a otros dioses […] Sólo el Señor será vuestro Dios, y él os librará de vuestros enemigos”[30].
El pasaje siguiente habla nuevamente de la ira de Yahvé ante el abandono de su pueblo. Es realmente llamativo ver la diferencia de actitud de Yahvé ante este comportamiento de su pueblo a diferencia de la pasividad con que consintió que Salomón se casara con setecientas mujeres extranjeras y que luego adorase a sus respectivos dioses. Tal diferencia de actitud, ya señalada antes, sólo parece una prueba más de que no era Yahvé quien tomaba las decisiones relacionadas con sus severos castigos sino los sacerdotes se Israel, que, mientras ejercían el poder, podían aplicar castigos crueles y sanguinarios, mientras que, cuando el poder lo ocupó Salomón, no pudieron hacer nada contra él, de forma que ni siquiera quien escribió el libro 1 Reyes se atrevió a decir de Salomón ninguna otra cosa sino que “su corazón […] ya no perteneció al Señor”, que el Señor se irritó contra él, pero, a pesar de que él siguió desobedeciéndole, no se menciona ningún castigo como sí habría sucedido en cualquier otro caso similar como el que a continuación se menciona:
“Ellos me abandonaron, quemando incienso a otros dioses, y me irritaron con su conducta perversa. Pues bien, mi ira arderá contra este lugar y no se apagará”[31].
1.3.1.2. A continuación se hace referencia a algunos pasajes en los que no sólo se menciona la existencia de otros dioses sino que a esta aceptación se añade la referencia a la diferencia de categoría y poder entre ellos y Yahvé, considerando a éste último como el Dios más poderoso, que podrá incluso eliminar a los demás dioses (texto a), que es “el Dios de los dioses” (texto b), que es el más grande de todos ellos (texto c), que ejerce como juez en medio de los dioses (texto d), o que incluso ordena que todos los demás dioses se postren ante él.
Todos estos textos son la expresión de un politeísmo jerárquico, en el que Yahvé es el Dios supremo, pero en el que de manera inequívoca se acepta que esos otros dioses también existen y tienen cierto poder, aunque sea inferior al de Yahvé.
Así se deja ver en los textos citados, que dicen lo siguiente:  
a) “El Señor será terrible contra ellos, eliminará a todos los dioses de la tierra[32].
Comentario: Es evidente que si Yahvé piensa en eliminar a todos los dioses es porque previamente éstos existen, pues no tendría sentido hablar de la eliminación de aquello que no exista. 
b) “El Señor, el Dios de los dioses, habla y convoca a la tierra desde oriente a occidente”[33].
Comenrario: Si Yahvé es el Dios de los dioses, su título sería ridículo en el caso de que a la vez se creyese que éstos no existían
c) “Porque el Señor es un Dios grande, rey poderoso más que todos los dioses[34].
Comentario: Al igual que en texto anterior sería ridículo decir que Yahvé es más poderoso que todos los dioses si resultara que tales dioses ni siquiera existían. Por ello este pasaje sólo tiene sentido en cuanto su autor este tan convencido de la existencia de Yahvé como de la de los otros dioses.
d) “Dios se levanta en la asamblea divina, y ejerce como juez en medio de los dioses[35].
Comentario: En este pasaje se afirma de manera clara la existencia de esos otros dioses en cuanto Yahvé sólo puede ejercer como juez en medio de ellos en la medida en que existan y estén presentes en dicha asamblea.
e) “¡Que se postren ante él todos los dioses!”[36].
Comentario: Evidentemente sólo podrán postrarse en el caso de que existan, lo cual parece claro en la mente del autor de este pasaje.
     Progresivamente van desapareciendo los demás dioses y al final sólo queda Yahvé, el cual, a pesar de que en el Antiguo Testamento se muestra como unitario, en el Nuevo Testamento se diversifica en tres personas “iguales y realmente distintas”, contradicción estúpida en que se resume la serie infinita de contradicciones de la Biblia, y, por ello mismo, de la Iglesia Católica.
En cualquier caso, de nuevo nos encontramos con que, si la Biblia es la palabra de Dios, y Dios se contradice con tanta facilidad, sus palabras no pueden tomarse en serio, lo cual significa que Yahvé no es Dios, al margen de que, como ya se ha explicado en el capítulo primeo de esta obra, el concepto de Dios es contradictorio en sí mismo.



[1] En Éxodo, 19:12 Yahvé comunica a Moisés que nadie de su pueblo puede avanzar más allá de un límite alrededor del monte Sinaí, donde él bajará y se entrevistará con Moisés: [Dice Yahvé a Moisés:] “Tu señalarás un límite por todo el contorno diciendo: No subáis al monte ni piséis su falda. Todo el que pise el monte morirá. Nadie tocará con la mano al culpable; será apedreado o asaetado”. Poco después, en Éxodo, 33:20, llega a decir al propio Moisés: “…sin embargo, no podrás ver mi cara, porque quien la ve no sigue vivo”; y casi a continuación le dice: “…me verás de espaldas porque de frente no se me puede ver” (Éxodo, 33:23). Otros pasajes igualmente significativos por lo que se refiere a esa “lejanía” de Yahvé son los siguientes: -“El Señor castigó a la gente de Bet Semes porque habían mirado el arca del Señor; hirió a setenta hombres de entre ellos. El pueblo hizo duelo por el gran castigo que les había infligido el Señor” (1 Samuel, 6:19); “Uzá sujetó el arca de Dios con la mano, porque los bueyes la hicieron tambalearse. Entonces el Señor se encolerizó contra Uzá. Y allí mismo lo hirió, muriendo por su atrevimiento junto al arca de Dios” (2 Samuel, 6:6).
[2] Génesis, 35:2.
[3] Éxodo, 20:3-5. En Deuteronomio, 5:7,  se dice de un modo más escueto: “No tendrás otros dioses fuera de mí”, y más adelante, en Deuteronomio 5:9-10, aparece un texto muy similar al de Éxodo, 20:3-5.
[4] Éxodo, 23:13.
[5] Josué, 24:14.
[6] Salmos 81:10.
[7] Éxodo, 23:31-33.
[8] Números, 25:1-4.
[9] Jueces, 2:17.
[10] 2 Crónicas, 23:14-16.
[11] Deuteronomio, 4:7.
[12] Éxodo, 7:11-12
[13] Éxodo, 7:12.
[14] Éxodo, 7:22.
[15] Éxodo, 8:3.
[16] Deuteronomio, 7:2-4. En Deuteronomio 7:16 se insiste en estas mismas órdenes: “Destruye, pues, a todos los pueblos que el Señor tu dios va a entregarte; no tengas piedad de ellos, ni des culto a sus dioses, pues serían para ti una trampa”.
[17] Deuteronomio, 8:19-20. Un pasaje bastante similar a este es el siguiente: “Pero tened cuidado, no os dejéis seducir ni os apartéis del Señor, sirviendo y dando culto a otros dioses. Si hacéis esto, el Señor se enfurecerá contra vosotros, cerrará los cielos y no habrá más lluvia; la tierra no dará fruto y vosotros pereceréis bien pronto en esa tierra que el Señor os da” (Deteronomio, 11:16-17).
[18] Deuteronomio, 12:29-31.
[19] Josué 23:16.
[20] Jueces, 6:10.
[21] Jueces, 10:6-7.
[22] Jueces, 10:13-14.
[23] Jueces, 11:23-24.
[24] 1Samuel, 7:3. La cursiva es mía.
[25] 1Samuel, 8:8.
[26] 1 Reyes, 9:6-7. La cursiva es mía.
[27] 2 Crónicas, 7:19.
[28] 2 Reyes, 10:18-28.
[29] 1 Reyes, 11:1-10. La cursiva es mía.
[30] 2 Reyes, 17:7-40. La cursiva es mía.
[31] 2 Reyes, 22:17-20.
[32] Sofonías, 2:11.
[33] Salmos 50:1.
[34]  Salmos 95:3. También un poco más adelante se dice: “¿Qué dios es tan grande como nuestro Dios?” (Salmos 77:14),  e igualmente, “Porque tú, Señor, eres […] mucho más excelso que todos los dioses” (Salmos 97:9), y, finalmente, en Salmos, 135:5: “Bien sé que el Señor es grande […] más que todos los dioses”.
[35] Salmos 82:1.
[36] Salmos 97:7.