viernes, 12 de diciembre de 2008

CONTRADICCIONES FUNDAMENTALES
DE
LA IGLESIA CATÓLICA
(XXI)

Antonio García Ninet
Doctor en Filosofía

LA CONTRADICCIÓN SEGÚN LA CUAL LA JERARQUÍA CATÓLICA, A PESAR DE CONSIDERAR QUE LA MISERICORDIA Y EL AMOR DE DIOS SON INFINITOS, DECLARA AL MISMO TIEMPO QUE "FUERA DE LA IGLESIA NO HAY SALVACIÓN".

La doctrina según la cual fuera de la Iglesia católica no hay salvación (“extra Ecclesiam nulla salus”) ha sido defendida por la jerarquía desde hace ya muchos siglos. Por ejemplo, el Papa Inocente III la defendió en el año 1215 en el Cuarto Concilio de Letrán, como una doctrina inalterable de la Iglesia, como una verdad ex cathedra: “Hay verdaderamente una Iglesia universal de los fieles, fuera de la cual absolutamente nadie es salvo”; el papa Bonifacio VIII la defendió igualmente en el año 1302 en su bula “Unam Sanctam”, declarándola dogma de fe, afirmando efectivamente que fuera de esa iglesia “no hay salvación ni perdón de los pecados” y siendo especialmente explícito por lo que se refiere a la condición del sometimiento al papa para la obtención de la salvación, diciendo: “es absolutamente necesario para la salvación que toda criatura humana esté sometida al Pontífice Romano”. Una doctrina similar, defendida con palabras casi idénticas, aparece en diversos papas como Clemente V en 1312, Eugenio IV en 1439, León X en 1516, Pío IV en 1565; Pío V en 1570, Benedicto XIV en 1743, León XII en 1824, Pío IX en 1870 en el Concilio Vaticano I, León XIII en 1900, Pío X en 1904, Pío XI en 1928, Pío XII en 1953 y el Concilio Vaticano II, presidido por Juan XXIII en 1963… Todos ellos vienen a coincidir con palabras similares en esta misma afirmación: Fuera de la Iglesia no hay salvación.
Ahora bien, en cuanto los pronunciamientos de los papas acerca de materias de fe y costumbres son pronunciamientos ex cathedra, de acuerdo con el propio dogma de la infalibilidad del papa tales pronunciamientos tienen –desde el punto de vista de la jerarquía católica- el carácter de “verdades dogmáticas”, es decir, de verdades sobre las que no puede admitirse discusión de ningún tipo en cuanto serían de inspiración divina. Por ello, aunque en algún momento haya habido pronunciamientos más suaves o menos explícitos acerca del valor de esta doctrina, la jerarquía católica no tiene más remedio que seguir defendiéndola, si quiere ser congruente con su propio dogma acerca de la infalibilidad, o aceptar que pueda haber salvación fuera de la “Iglesia Católica”, pero para ello tendría que renunciar a la aceptación del dogma de la infalibilidad, lo cual debería conducirle, como consecuencia lógica, a la negación del valor absoluto de cualquier dogma y a una postura más próxima a la de Lutero por lo que se refiere a la libre interpretación de la Biblia. Pero, como ya se sabe por experiencia de muchas otras ocasiones, la jerarquía católica siempre encuentra la forma de cambiar sus doctrinas y de contradecir sus dogmas cuando le interesa sin que la mayor parte de sus seguidores llegue a tomar conciencia de tales contradicciones.
CRÍTICA: En cuanto el propio Jesús no fundó Iglesia o secta de ninguna clase, pues fue Pablo de Tarso el auténtico fundador de esta organización, quienes le sucedieron en la ocupación de los altos cargos de su organización y en la introducción de aquellas doctrinas que podían beneficiarles, traicionaron el espíritu de las enseñanzas de Jesús, quien, según los evangelios, se habría expresado con absoluta claridad en este sentido: “No penséis que he venido a abolir las enseñanzas de la ley y los profetas; no he venido a abolirlas, sino a llevarlas hasta sus últimas consecuencias” ( ), expresando de esa y de muchas otras maneras que él, como buen esenio y, por lo mismo, como buen judío, se consideraba seguidor del judaísmo y no lo negó para sustituirlo por una nueva religión, sino que criticó sólo criticaba la actitud de aquellos que, como los fariseos y los saduceos, no practicaban con autenticidad las doctrinas de la religión judía. Por otra parte, incluso bajo el supuesto de que Jesús hubiera fundado una nueva religión, en ningún caso habría afirmado la absurda doctrina de que fuera de ella no hubiera salvación.
Se trataría de una doctrina absurda porque, al exigir un requisito tan accidental como el de la pertenencia a esa organización, estaría insultando a su propio Dios desde el momento en que negase su amor y su misericordia infinita. Además, sería absurdo que cualquier habitante de la tierra que no hubiese conocido nada acerca de la existencia de la “Iglesia Católica” tuviese que quedar excluido de esa vida eterna de la que se habla en los evangelios, y fuera enviado al fuego eterno por no haber llegado conocerla o por haber encontrado toda una serie de contradicciones en ella que les hubiera impedido integrarse en ella para ser consecuentes con su conciencia. Además, es un absurdo de carácter infantil y antropomórfico considerar que la comunicación de un supuesto Dios con la humanidad tuviera que requerir de la existencia de un grupo privilegiado de personas –las de la jerarquía católica-, que tuviera que ejercer la labor de puente para que Dios se comunicase por su mediación con el resto de sus hijos, como si su poder no fuera suficiente para ponerse en contacto con ellos de modo directo y sin necesidad de esos mediadores a quienes en realidad habría que calificar de simples embaucadores.
Así que, si la jerarquía católica ha estado manteniendo esa doctrina a lo largo de los siglos, no ha sido por otro motivo sino por el de su especial interés económico porque en caso contrario su papel de supuestos mediadores entre Dios y la humanidad, que representa su medio de vida, dejaría de tener justificación en cuanto “sus fieles” comprendieran que para relacionarse con Dios no era necesaria la intervención de tales “pontífices” sino que podían hacerlo por sí mismos, y que, igualmente, para lograr la supuesta salvación eterna no era necesaria la mediación de esa organización tan alejada, por cierto, de lo esencial del mensaje de Jesús, relacionado con el amor y no con las riquezas, que constituyen el objetivo obsesivo de esa organización mafiosa.

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