viernes, 28 de noviembre de 2008

CONTRADICCIONES FUNDAMENTALES
DE
LA IGLESIA CATÓLICA
(XXVI)

Antonio García Ninet
Doctor en Filosofía

LA CONTRADICCIÓN DE LA JERARQUÍA CATÓLICA SEGÚN LA CUAL "SIN LA FE NO HAY SALVACIÓN", DOCTRINA QUE CONVIERTE EN INSUFICIENTE LA LLAMADA "REDENCIÓN".

La doctrina que exalta el valor de la fe como condición necesaria y suficiente para la salvación se remonta al pasado más remoto del Cristianismo, de forma que ya en el evangelio de Juan se afirma:
“...es necesario que sea puesto en alto el Hijo del hombre, para que todo el que crea en él alcance la vida eterna. Porque así amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo Unigénito, a fin de que todo el que crea en él no perezca, sino alcance la vida eterna” ( ),
y
“en verdad, en verdad os digo, el que escucha mi palabra y cree al que me envió, tiene vida eterna y no incurre en sentencia de condenación, sino que ha pasado de la muerte a la vida” ( );
Del mismo modo Pablo de Tarso en su Epístola a los Romanos defiende esta misma doctrina cuando indica que “sin la fe no hay salvación” ( ), o cuando dice “si confesares con tu boca a Jesús por Señor y creyeres en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo” ( ).
CRÍTICA: Respecto a estas palabras, comparándolas con los planteamientos de la posterior “Teología” ( ) católica, tiene interés reflejar la contradicción de que mientras Pablo de Tarso y quienes escribieron los evangelios presentan la fe como una opción personal libre a la que uno podría adherirse o alejarse voluntariamente, la postura oficial de la jerarquía católica considera de modo dogmático que la fe, como “virtud teologal”, es un don gratuito que Dios concede a quien quiere y que, por lo tanto, no depende de una opción personal libremente elegida.
Cuando se objeta a los defensores de esta interpretación que uno no es responsable de que Dios le haya concedido o no la fe, se le suele responder o bien que Dios da la fe a todos y que es responsabilidad de uno mismo el recibirla o rechazarla, o bien que, si no tiene fe, debe pedirla a Dios. Con primera respuesta consiguen intranquilizar a personas mentalmente débiles que fácilmente llegan a sentirse culpables de su falta de fe en lugar de tomar conciencia de que no tienen por qué asumir ni afirmar como verdad nada que no sepan que lo sea; y, con la segunda, consiguen convencer a personas igualmente manipulables y propensas al sentimiento de culpa, que tal vez no reparen en que para pedir la fe en Dios, antes haría falta creer en la existencia de ese Dios a quien habría que pedirle la fe, pero evidentemente en tal planteamiento existiría un círculo vicioso.
La otra perspectiva, en la que la fe se entiende como el resultado de una opción personal, está en contradicción con la doctrina de la jerarquía católica, que entiende la fe como un don del propio Dios, pero es la perspectiva defendida en los evangelios y de manera especial en las cartas de Pablo de Tarso, como puede comprobarse a través de los siguientes pasajes:
-“El que cree en él no será condenado; por el contrario, el que no cree en él, ya está condenado, por no haber creído en el Hijo único de Dios” ( );
- “Convertíos y creed en el evangelio” ( )
- “Y el Señor dijo: -Si tuvierais fe, aunque sólo fuera como un grano de mostaza, diríais a esta morera: “Arráncate y trasplántate al mar”, y os obedecería” ( ).
- “Sabemos, sin embargo, que Dios salva al hombre, no por el cumplimiento de la ley, sino a través de la fe en Jesucristo. Así que nosotros hemos creído en Cristo Jesús para alcanzar la salvación por medio de esa fe en Cristo y no por el cumplimiento de la ley. En efecto, por el cumplimiento de la ley ningún hombre alcanzará la salvación” ( ).
Entre estas citas, aunque todas hacen hincapié en la idea de que la fe depende de una opción personal, tiene especial interés la de Pablo de Tarso en cuanto de manera explícita presenta la fe como un decisión personal, consecuencia de una capacidad de autoengaño inducido relacionado con una finalidad interesada y por ello de carácter no moral, como diría Kant, que guía a quien abraza la fe “para alcanzar la salvación por medio de esa fe en Cristo”. Evidentemente el punto de vista de Pablo de Tarso es un absurdo total al defender que el hecho de conseguir creer sea un mérito para la salvación o para cualquier otra cosa. Y el absurdo es mayor si cabe teniendo en cuenta que Pablo llega a decir que “por el cumplimiento de la ley ningún hombre alcanzará la salvación”, eliminando así la importancia moral de las acciones para concederla en exclusiva a la inmoralidad de esa fe que se opone a la veracidad.
Decir, como Pablo, que “si Cristo no ha resucitado, vuestra fe carece de sentido” ( ), nos llevaría a tener que demostrar que en efecto Cristo hubiera resucitado, afirmación que no tiene ninguna base histórica, pues la historia apenas no dice apenas nada de Jesús, hasta el punto de que en estos momentos sigue habiendo mucha gente que ni siquiera cree que Cristo haya existido. Pero además, mientras que sería una paradoja ridícula tener fe a partir del conocimiento de que Cristo hubiera resucitado, pues en tal caso la fe, que tanto defiende Pablo de Tarso, se fundamentaría en un conocimiento y dejaría de ser fe, sería igualmente absurdo que se aceptase la fe de un modo ciego e irracional como un mérito especial.
Por otra parte y en relación con esta cuestión podría plantearse un diálogo imaginario entre un ateo y un obispo respecto a cualquiera de los misterios que la jerarquía católica pretende que sean “creídos” por sus “fieles”. El obispo comenzaría su sermón diciendo:
“No trates de razonar sobre la predestinación divina porque es un misterio”.
El ateo podría responderle:
“Pero, si es un misterio, es decir, si se trata de algo que la razón no puede llegar a comprender, ¿podrías explicarme cómo has llegado tú a conocer que sea verdad?”
Y el diálogo podría continuar así:
-Para alcanzar esa serie de verdades deben cumplirse dos condiciones: La primera es la de que aceptes la fe, y la segunda, unida a la primera, es que aceptes que el Papa y resto de la jerarquía de la Iglesia Católica están inspirados por el Espíritu Santo cuando proclaman un dogma de fe.
-Pero, ¿cómo puede aceptarse como verdad una doctrina que no sólo resulta incomprensible sino que incluso va en contra de la razón?
-Ya te lo he dicho y, además, en eso consiste el mérito de la fe: En aceptar doctrinas que son incomprensibles para el ser humano y que humillan la soberbia de su racionalidad. Para pertenecer al número de “los escogidos” debes aprender a humillar la propia racionalidad como un instrumento que nada representa frente a ese don admirable de la fe, que Dios envía a todo aquel que se humille y reconozca la insignificancia de su razón frente al carácter inconmensurable de su ser infinito. En definitiva: Debes dejar paso a la fe.
-Tus palabras suenan bien, pero me parecen asombrosos. Encuentro en ellas puntos oscuros que quisiera que me aclarases, si sabes cómo hacerlo. Me refiero, por ejemplo, a ese momento importante al que te refieres cuando hablas de la necesidad de dejar paso a la fe. El problema que veo consiste en lo siguiente: Si en principio con lo único con que contamos desde el punto de vista de la investigación de la verdad es la propia razón –además de la experiencia-, ¿qué argumento podrías darme para convencerme de que debo olvidarme de la razón para aceptar, por esa fe de que me hablas, la serie de doctrinas incomprensibles que presentas? ¿No te parece que, si no me das argumentos, no tengo por qué abandonar mi propia racionalidad, por muy insignificante que sea? ¿No te das cuenta de que incluso para abandonar la razón y sustituirla por la fe necesitaría tener una razón? ¿No te das cuenta de que para defender el valor de la fe deberías proporcionarme una razón y que, por ello, la misma fe estaría subordinada a esa misma razón, por lo que ésta seguiría teniendo un valor superior al de esa fe a la que tanto valor concedes?
-Mira: Si sigues por ese camino, no llegarás a ningún sitio. No tienes más opción que guiarte por la soberbia de tu racionalidad, tan insignificante y tan pobre, o acogerte a la seguridad y a la fuerza de esa gracia divina de la fe. No voy a discutir más contigo. Tienes dos opciones: la razón o la fe. Tú sabrás lo que haces.
-Te entiendo: La razón o la fe irracional, el dogmatismo y el fanatismo. Dirigir mi vida desde mi débil racionalidad o renunciar a esa pequeña luz para dejar que tú y tu gente la dirijáis con vuestras consignas, misterios, dogmas, mitos absurdos y prejuicios. Pues todo eso que encerráis en el terreno de la fe, todo eso a lo que llamáis “misterio” es lo que en Lógica llamamos “contradicción”. Y pretender que aceptemos como verdad todas esas contradicciones es pretender que renunciemos a nuestra razón para convertirnos en borregos a vuestras órdenes, dispuestos a comulgar con ruedas de molino.
-¡Nuestra palabra es la palabra de Dios! ¡Allá tú y tu soberbia racionalista si no quieres escucharla!
-¡Bueno, bueno, no nos enfademos! Vive como mejor te plazca, pero déjanos a los demás hacer lo mismo y no pretendas imponerme vuestras incoherentes creencias, pues es absurdo que pretendáis adoctrinarnos con ideas que ni vosotros mismos entendéis y que encima tengáis el cinismo de decir que el valor principal de la fe consiste precisamente en creer lo que no entendemos.
Por otra parte, en cuanto la fe se entienda como el resultado de una opción personal por la cual se asume como verdad una doctrina en relación con la cual no existe evidencia alguna en favor de que lo sea, desde una perspectiva como la de la misma moral cristiana tal opción estaría en contradicción con la veracidad y, por ello, desde la misma moral cristiana debería considerarse inmoral, en cuanto representa una actitud contraria a la veracidad, ya que mientras la veracidad consiste en aquella disposición por la que se intenta aceptar como verdad exclusivamente aquello que lo sea, la fe implica afirmar ciegamente como verdad algo que en realidad se desconoce que lo sea e incluso algo de lo que se sabe que es falso en cuanto se opone a la razón.
Desde este punto de vista, que es el que aparece en los evangelios y en los escritos de Pablo de Tarso, la creencia en los diversos dogmas y misterios afirmados por la jerarquía católica implicaría un desprecio de la veracidad, es decir, del octavo mandamiento de las tablas de Moisés: El mandamiento “no mentirás” es incompatible con una valoración positiva de la fe en cuanto ésta pretende que se acepten como verdad doctrinas cuya verdad se desconoce hasta el punto de que la misma jerarquía católica acepta que sobrepasan las posibilidades de la razón para comprenderlas.
Ante esta manera de entender la fe como una opción personal es conocida la famosa “apuesta de Pascal”, quien consideraba que ante la duda de si Dios existe o no, la apuesta no puede ser dudosa: Hay que apostar en favor de la existencia de Dios, es decir, hay que someterse a la fe en él, pues, si no existiera, nada se pierde con haber creído, mientras que, si existiera, se habrá ganado todo.
Pero esta famosa “apuesta” dice muy poco en favor de Pascal desde el punto de vista de su propia rectitud intelectual y desde el punto de vista de su concepto de esa divinidad en la que interesaba creer, pues muy triste sería que dicha divinidad tuviera que juzgar, salvar o condenar al hombre por el hecho de que renunciase o no a su propia racionalidad a la hora de aceptar o no doctrinas cuya verdad desconociese, como la de su propia existencia.
En relación con la actitud que deba mantenerse respecto a la fe en su relación con la veracidad tiene interés reflejar las palabras de B. Russell cuando señala la actitud que conviene adoptar en cuanto se desee mantener el rigor intelectual:
“el verdadero precepto de la veracidad [...] es el siguiente: ‘Debemos dar a toda proposición que consideramos [...] el grado de crédito que esté justificado por la probabilidad que procede de las pruebas que conocemos’” ( ).
Sin embargo, el objetivo que pretende conseguir la jerarquía católica con sus supuestas “verdades de fe” es el siguiente:
1) Presentarse a sí misma como portadora de un mensaje misterioso, pero necesario para la obtención de la “eterna salvación”.
2) Aparentar ante la gente que ella está en contacto directo o indirecto con un Dios que le informa de sus mensajes y doctrinas para que las predique a los hombres;
3) Protegerse a sí misma de cualquier crítica contraria a los contenidos doctrinales que pretende imponer, a partir de una supuesta autoridad sobre los “fieles” de su iglesia, pues, cuando tales contenidos puedan ser racionalmente criticables, la mejor forma de mantener su autoridad acerca de su valor es recurrir a la autoridad divina, de la que supuestamente ellos serían los “embajadores” y “pontífices”, es decir, “hacedores de puentes”, entre su Dios y el resto de los mortales, como si Dios –en el caso de que hubiera existido-, no hubiera podido comunicarse directamente con cada uno de los seres humanos.
Por otra parte, esta jerarquía, si más adelante advierte que le conviene corregir alguna doctrina en cuanto la Ciencia haya puesto de manifiesto su falsedad, en tal caso y a fin de no perder clientela tratará de amoldarse a las evidencias científicas, considerando, para no perder autoridad entre sus fieles, que determinada doctrina bíblica se habían interpretado mal, o que se trataba de una metáfora, o mediante cualquier otra explicación que le permita seguir afirmando dogmáticamente lo que le convenga, sin que la Ciencia o la razón puedan quitarle autoridad, tal como sucedió en el caso de la defensa del heliocentrismo por parte de Galileo en el siglo XVII o como en el caso de Darwin en el XIX.
En definitiva, ¿qué autoridad podría tener la jerarquía católica para exigir que se tuviera fe en sus palabras y en sus absurdos dogmas?, ¿qué argumento podrían presentar que tuviera más valor que el que nos ofrecen los judíos o los musulmanes o los partidarios de muchas otras religiones?
En cuanto la fe y la religión en general van ligados al fanatismo y a la intolerancia, habría que concienciar a la sociedad de la conveniencia de desenmascarar a quienes, después de tantos siglos de fraudes y de asesinatos, todavía pretenden seguir manipulando a niños y jóvenes para reemplazar con ellos a quienes, gracias a la cultura y a la racionalidad, han conseguido escapar de sus garras.

jueves, 27 de noviembre de 2008

CONTRADICCIONES FUNDAMENTALES
DE
LA IGLESIA CATÓLICA
(XXV)

Antonio García Ninet
Doctor en Filosofía
25. La contradicción según la cual, a pesar de que en teoría la jerarquía católica debía estar al servicio de los pobres, en la práctica es una organización mafiosa sin escrúpulos, autora de innumerables crímenes, cómplice de gobiernos tiránicos, defensora de los poderosos, partidaria de la esclavitud desde la época de Pablo de Tarso y dedicada a la codiciosa acumulación de riquezas.
En efecto, la jerarquía católica, que a efectos económicos se identifica por completo con la llamada “Iglesia Católica”, tiene una organización interna de carácter feudal o piramidal –además de capitalista-, anterior en el tiempo a las organizaciones de posteriores empresas multinacionales como MacDonalds, Coca-Cola, Ford, Disneyworld, Microsoft y muchas otras, que, al igual que la organización de la Iglesia Católica tienen su presidente, equivalente al cargo de “Papa”; su consejo de administración, equivalente al conjunto de cardenales asesores del “Papa”; sus directores regionales, equivalentes a los presidentes de las “Conferencias episcopales” de cada país; sus sucursales, equivalentes a las diversas “diócesis”; sus directores de sucursales, equivalentes a los obispos de las respectivas circunscripciones o “diócesis” episcopales; sus franquicias, equivalentes a las diversas parroquias regidas por los diversos curas, así como las diversas empresas colaboradoras, equivalentes a las instituciones dependientes de la Iglesia Católica, como colegios, hospitales, conventos dependientes de la Iglesia Católica que completan, más o menos, el organigrama de esta organización económica, que casi con absoluta seguridad hay que considerar como la primera multinacional del mundo.
Ninguna de las empresas del capitalismo moderno parece haber inventado nada por lo que se refiere a su sistema organizativo, ya que la propia jerarquía católica es un ejemplo modelo con una experiencia de casi dos milenios, que demuestra la solidez del funcionamiento de tal sistema y lo suculento de los beneficios económicos que reporta.
De manera consciente o en ocasiones inconsciente, la jerarquía católica ha utilizado sus incoherentes doctrinas acerca de lo divino y de lo humano como simple coartada para aumentar su enorme poder y sus inimaginables riquezas sirviéndose de la ingenuidad de sus fieles para sus fines terrenales y ofreciendo a cambio el opio de sus mentiras celestiales para satisfacer las ilusiones de sus dóciles seguidores.
Pero hay que insistir: Para ser exactos no hay que hablar de la “Iglesia Católica” como una agrupación en la que haya que incluir a la jerarquía y a los fieles, sino exclusivamente a la jerarquía de esta organización, pues es ella la única que maneja los hilos de su poderosa economía y la única que disfruta de sus cuantiosísimos beneficios, por lo que es la auténtica dueña absoluta de la “Iglesia Católica”, en la que los creyentes no pintan absolutamente nada como no sea para entregar sus limosnas y sus herencias a su “santa madre Iglesia”.
El carácter feudal de esta organización es evidente en cuanto no existe en ella nada que se parezca a un sistema democrático mediante el cual se elijan sus diversos cargos, pues el “Papa” elige a los cardenales y a los obispos, y éstos eligen al “Papa”, mientras que el resto de sus fieles súbditos no cuenta para nada en tales nombramientos. El resto de los cargos clericales es elegido a su vez por los obispos y eso determina que los simples curas jueguen un papel de sumisa obediencia en espera de un futuro ascenso, relacionado con su mayor o menor servilismo, o ejerciendo como simples “párrocos” de determinada circunscripción en la que viven de las limosnas de sus “feligreses” más el sueldo del estado en lugares como España, en los que la jerarquía católica ha logrado mantener su privilegio de seguir obteniendo, mediante su chantaje a los gobiernos de turno, el impuesto revolucionario de cuantiosos millones de euros anuales, como si el sostenimiento económico de esta organización mafiosa fuera una misión de los españoles como “reserva espiritual de occidente”. Los simples curas, que consiguen al menos lo suficiente para vivir con cierto desahogo pero se quedan a una enorme distancia de la inmensa tajada económica que se lleva su jerarquía superior, son los encargados de adoctrinar a niños de seis años –es decir, de asesinar su capacidad de razonamiento crítico; es decir, de ejercer contra ellos la pederastia mental, además de la corporal en otras ocasiones-, sin que ellos ni el resto de los feligreses cuente para nada por lo que se refiere a la elección de ninguno de sus superiores, a pesar de ser la fuerza de presión política de mayor importancia con que cuenta la propia jerarquía católica.
El carácter embaucador de esta organización puede comprenderse fácilmente en cuanto se analizan las contradictorias doctrinas religiosas –o, mejor, supersticiosas- emanadas de esa jerarquía feudal, que se encarga de elaborar a su antojo sus mentiras doctrinales de manera que puedan provocar las ilusiones o los temores de los creyentes, según lo crean más oportuno, mientras que la masa de creyentes tiene una misión pasiva de obediencia y de sumisión a esos personajes que, a fin de lograr una mayor teatralidad a su supuesta misión “divina”, pero tan exclusivamente terrenal como la de todo el mundo, se visten con lujosos atuendos chillonamente estrafalarios y se hacen llamar “enviados de Dios”, “eminencia” o “Su Santidad”, mostrándose en público con semblante bondadoso, resignado y doloroso, aunque por dentro estén pensando “¡vaya atajo de borregos!”.
Pero, además, la actividad de la jerarquía católica es lo más contrario que pueda pensarse respecto a lo que pudo ser la predicación de Jesús, un personaje bíblico que, según parece, criticó con extrema dureza a los ricos, que defendió a los pobres y cuyos primeros seguidores vivieron en un régimen de absoluto comunismo en el que todo se compartía, según se narra en los Hechos de los apóstoles.
Así, por lo que se refiere a la inequívoca actitud crítica de Jesús contra los ricos de su tiempo conviene recordar algunas de sus palabras:
- “Le es más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios” ( );
- “¡Ay de vosotros, los ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo!” ( );
- “qué difícilmente entrarán en el reino de los cielos los que tienen riquezas. Es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar en el reino de Dios” ( ).
Una consecuencia lógica de esta actitud de Jesús así como de su defensa de los pobres y de la idea de la fraternidad universal se produjo cuando en los primeros años después de su muerte sus primeros discípulos vivieron en un régimen de auténtica fraternidad comunista en la que todo se compartía, tal como se cuenta en el escrito, atribuido a Lucas, Hechos de los apóstoles, en el que se dice con absoluta claridad que
-“Todos los creyentes vivían unidos y lo tenían todo en común. Vendían sus posesiones y haciendas y las distribuían entre todos, según las necesidades de cada uno” ( );
-“El grupo de creyentes […] tenían en común todas las cosas” ( );
-“No había entre ellos necesitados, porque todos los que tenían hacienda o casas las vendían, llevaban el precio de lo vendido, lo ponían a los pies de los apóstoles, y se repartía a cada uno según su necesidad” ( ).
Sin embargo y a pesar de la claridad de estas doctrinas evangélicas, esa vida comunista de los primeros cristianos desapareció muy pronto, pues ya el propio Pablo de Tarso, auténtico fundador del Cristianismo, se puso del lado de los ricos, de manera que en lugar de enfrentarse a ellos, como al parecer había hecho Jesús, se convirtió en su cómplice, no pidiéndoles que repartieran sus riquezas entre los pobres, ya que Dios se les había otorgado para que las disfrutasen, sino sólo que procurasen no ser orgullosos:
“A los ricos de este mundo recomiéndales que no sean orgullosos, ni pongan su esperanza en la incertidumbre de las riquezas, sino en Dios, que nos provee de todos los bienes en abundancia para que disfrutemos de ellos” ( ).
Este cambio de planteamiento respecto a los ricos resultó especialmente útil a la jerarquía cristiana para la transformación de su organización en un inmenso negocio material que, adaptándose a todo tipo de circunstancias políticas y sociales, se fue enriqueciendo y ampliando de manera progresiva hasta convertirse en la actualidad en la mayor multinacional “del espíritu” –dirían ellos-, incomparablemente más rica que cualquier otra de cualquier tipo, dedicada a la venta fantasma de “parcelas de Cielo”, a las constantes amenazas con el “Infierno” y a crímenes incesantes a lo largo de su historia mediante sus cruzadas, su “Santa Inquisición” y su colaboración simbiótica con los dictadores y gobernantes sin escrúpulos de todos los tiempos y lugares, a cambio de incalculables e inmensos tesoros, y despreciando y pisoteando la doctrina de aquél en cuyo nombre dicen predicar, doctrina según la cual:
“No podéis servir a Dios y al dinero” ( ).
A lo largo de la historia, la jerarquía católica y en especial su jefe supremo -“el Papa”-, ha mantenido una actitud opresora contra las libertades individuales a fin de acrecentar sus beneficios económicos y su poder político. Tal actitud quedó especialmente reflejada en instituciones como su “Santa Inquisición”, en su alianza con la monarquía y con la nobleza en todos los momentos de la Historia en que esta institución opresora se ha mostrado sumisa a sus exigencias, en su simpatía hacia las clases altas y hacia la burguesía, y en su constante confabulación sin escrúpulos con los gobiernos opresores de cualquier signo que le permitiesen gozar del derecho a adoctrinar al pueblo, a partir de una constante actitud despótica contra sus libertades, a cambio de bendecir tales gobiernos y de exhortar al pueblo a la obediencia a la autoridad establecida “por la gracia de Dios” –o por el Papa como “cabeza visible” del propio Dios-.
La institución de la “Santa Inquisición”, tan cruelmente opresora por lo que se refiere al respeto de la vida humana y de valores como los de la libertad de pensamiento y de expresión, fue utilizada por la jerarquía católica para mantener su poder sobre quienes podían atacar sus doctrinas mediante la libre razón, contribuyendo así a la pérdida de su fuerza política y económica. Los tiempos en los que la jerarquía católica ha tenido mayor poder político han sido a la vez los más escandalosos y sanguinarios en el funcionamiento de esta institución, que cometió innumerables asesinatos para mantener su fuerza y su riqueza a costa de la libertad y de la vida de un incalculable número de personas.
A lo largo de la Edad Media y hasta ya entrado el siglo XIX, la Inquisición fue el mayor y más cruel instrumento de control de la jerarquía católica sobre los pueblos de Europa al que se sometieron muchas monarquías, colaborando con dicha jerarquía católica en su labor opresora en contra de la vida y de la libertad de los pueblos.
Complementariamente, en los últimos siglos, a fin de compensar su pérdida de poder político, la jerarquía católica ha sido la aliada constante de los poderes económicos y políticos del capitalismo y de la mayor parte de las dictaduras del planeta, sin otras excepciones que las de los países con dictaduras contrarias a la religión católica: De acuerdo con esta estrategia, en el año 1949 el papa Pío XII excomulgó a todos los católicos que se afiliasen al Partido Comunista, pero no realizó ninguna condena similar respecto al Partido Nazi, a pesar de la monstruosa barbarie con que actuó a lo largo de la segunda guerra mundial, sino que como todo el mundo puede comprobar, muchos obispos y cardenales fraternizaron con los generales nazis, con los fascistas, con el franquismo y con los golpistas sudamericanos.
Esta actitud de la jerarquía católica no se corresponde para nada con la actitud de Jesús, quien –según los Evangelios- defendió a los pobres y advirtió a los ricos de que muy difícilmente entrarían en el reino de los cielos. Sin embargo, a la jerarquía católica, sólo le ha interesado la relación con los pobres para utilizarlos como pantalla para referirse a su misión. Es verdad que no todos ven así las cosas. Hay quien diría: “¡Es realmente impactante ver cómo los obispos se rebajan hasta el punto de lavar los pies de doce personas insignificantes el día del Jueves Santo! ¡Qué humildad más asombrosa! ¡Qué amor más absoluto por la humanidad! ¡Qué dedicación más entregada a su sublime misión! ¡¿Qué más queréis exigirles?! ¡Qué malvados debéis de ser quienes sois incapaces de reconocer su inmensa labor en favor de los pobres de la Tierra! ¡Encima queréis que regalen sus palacios y sus tesoros, olvidando los muchos siglos de esfuerzos y de luchas que les ha costado reunir ese pequeño patrimonio! ¡Sois incapaces de comprenderles, pero Dios les premiará con tesoros dignos de su nobleza y abnegación!”. Pero sigamos. La relación de la jerarquía católica con las clases privilegiadas comenzó de manera especialmente decisiva hacia el siglo IV y adquirió rápidamente una importancia extraordinaria que en los últimos tiempos comienza a ceder de manera significativa. Esa relación representa desde luego una clara muestra de cuáles son los auténticos intereses de dicha jerarquía, que para nada se relacionan con la “salvación” (?) de nadie sino sólo con su propio enriquecimiento material. Su cínica actitud es todavía más sangrante cuando en los últimos tiempos observamos no sólo su incondicional coalición con los poderosos sino también su condena a quienes —como los Teólogos de la Liberación- han tratado de adoptar una postura más próxima a la de Jesús, en defensa de los pobres y de los oprimidos. Es también comprensible que, en cuanto a la jerarquía católica le interesa acumular de modo patológico más poder y más riquezas de modo insaciable, no le conviene tolerar las críticas de algunos de sus miembros contra esa gente, es decir, contra aquellos de quienes obtiene la mayor parte de sus riquezas, pues esto sería como morder la mano de quien le da de comer y de quien le otorga sus privilegios. Por ese motivo tiene que llamar al orden a quienes, como los “Teólogos de la Liberación”, pretenden desviarse de su política avariciosa y sin escrúpulos al defender al pobre frente al rico, como si no se hubiesen enterado del carácter de la organización a la que pertenecían.
Por otra parte y a pesar de que Jesús habría defendido la igualdad de los hombres, Pablo de Tarso (“San Pablo”, para sus secuaces), el inventor más decisivo de la organización cristiana, por escandaloso que pueda parecer, pero en coherencia con su misma defensa de los ricos, defendió igualmente la esclavitud. Cualquiera que tenga interés en comprobarlo puede leer sus cartas aquí citadas, en las que se hace una descarada defensa de la esclavitud como una institución derivada de la voluntad de Dios y una exhortación a los esclavos para que cumplan con devoción y humildad las órdenes de sus señores en cuanto representaban al propio Dios. Por cierto la existencia en la Biblia de doctrinas como ésta, que con el paso del tiempo fue haciéndose impopular, es uno de los muchos motivos que pudieron contribuir a que la jerarquía vaticana la incluyese en el famoso “Índice” de libros prohibidos. Pero, en cuanto las palabras de Pablo de Tarso se encuentran incluidas en dicho libro, ¡inspirado por el Espíritu Santo según la jerarquía católica!, en tal caso nos encontramos con la defensa simultánea pero contradictoria de dos doctrinas: La de la fraternidad entre los seres humanos y la de que es voluntad de Dios que unos estén esclavizados y sometidos a la voluntad de los otros.
En efecto, por lo que se refiere a esta defensa inequívoca de la esclavitud puede comprobarse mediante las siguientes referencias a algunas de las cartas del “apóstol de los gentiles”:
a) “¿Eras esclavo cuando fuiste llamado? No te preocupes. E incluso, aunque pudieras hacerte libre, harías bien en aprovechar tu condición de esclavo […] Que cada cual, hermanos, continúe ante Dios en el estado que tenía al ser llamado” ( ).
En este pasaje Pablo de Tarso plantea la posibilidad de optar o no por la libertad al incorporarse uno a la organización cristiana, pero considera mejor “que cada cual […] continúe ante Dios en el estado que tenía al ser llamado”, lo cual no sólo representa evidentemente una actitud de transigencia y de freno ante cualquier intento de rebelión contra una institución tan injusta y contraria a los principios de Jesús, sino un auténtico apoyo a dicha institución, lo cual llevaba implícito un mensaje a las clases poderosas en el sentido de que el cristianismo no iba a representar un movimiento revolucionario contra ellos sino una fuerza mediante la cual se podría controlar mejor a esos esclavos en cuanto pudieran representar un peligro potencial.
b) “Esclavos, obedeced a vuestros amos terrenos con profundo respeto y con sencillez de corazón, como si de Cristo se tratara. No con una sencillez aparente que busca sólo el agrado a los hombres, sino como siervos de Cristo que cumplen de corazón la voluntad de Dios” ( ).
En este segundo pasaje Pablo declara de forma ya totalmente clara y explícita que hay que tratar a los señores “como si de Cristo se tratara”, y que deben comportarse “como siervos de Cristo que cumplen de corazón la voluntad de Dios”. Es decir, la esclavitud aparece ya como una institución sagrada establecida por la “voluntad de Dios”, institución a la que los esclavos deben someterse “con profundo respeto y con sencillez de corazón”.
c) “Esclavos, obedeced en todo a vuestros amos de la tierra; no con una sujeción aparente, que sólo busca agradar a los hombres, sino con sencillez de corazón, como quien honra al Señor” ( ).
Este tercer pasaje representa una confirmación del valor de las palabras del anterior y en él se exhorta a los esclavos a obedecer en todo a vuestros amos de la tierra.
d) “Todos los que están bajo el yugo de la esclavitud, consideren que sus propios amos son dignos de todo respeto […] Los que tengan amos creyentes, no les falten la debida consideración con el pretexto de que son hermanos en la fe; al contrario, sírvanles mejor, puesto que son creyentes, amados de Dios, los que reciben sus servicios” ( ).
Finalmente en este último pasaje la novedad consiste en que ya no sólo se habla de cristianos esclavos de señores no cristianos, sino de cristianos esclavos de otros cristianos, de forma que no sólo se defiende la idea de que el esclavo debe conformarse con su estado y obedecer a su señor sino también la idea de que el cristiano, aunque sea señor y dueño de esclavos, puede tener la conciencia bien tranquila a pesar de que se encuentre en posesión de seres humanos considerados como objetos de su propiedad, pues en eso consiste la esclavitud.
Hay que señalar, por otra parte, que las ideas de Pablo de Tarso no eran una innovación absoluta en la ideología cristiana sino que se correspondían, si no con el mensaje de Jesús, sí con algunas otras doctrinas del Antiguo Testamento, cuando, por ejemplo, en Levítico se dice:
“Los siervos y las siervas que tengas, serán de las naciones que os rodean; de ellos podréis adquirir siervos y siervas. También podréis comprarlos entre los hijos de los huéspedes que residen en medio de vosotros, y de sus familias que viven entre vosotros, es decir, de los nacidos en vuestra tierra. Esos pueden ser vuestra propiedad, y los dejaréis en herencia a vuestros hijos después de vosotros como propiedad perpetua. A éstos los podréis tener como siervos; pero si se trata de vuestros hermanos, los israelitas, tú, como entre hermanos, no le mandarás con tiranía” ( ).
Además, a lo largo de los siglos, aunque la jerarquía católica a llegado a evolucionar hacia una condena teórica de la esclavitud, lo ha hecho siempre con posterioridad a que la propia sociedad civil lo hiciera y siempre amoldándose a las circunstancias del momento, hasta el punto de que, en la propia Alemania de Hitler, la jerarquía católica tuvo alrededor de 7.000 “trabajadores forzosos”, es decir “esclavos”, aunque nombrados con un eufemismo hipócrita. Algunos de ellos -alrededor de 600- han sido indemnizados por el Vaticano con poco más de 2.500 euros en el año 2.000, es decir, una miseria, recibida después de más de 50 años de haber finalizado la guerra contra el nazismo y sólo cuando la jerarquía católica no ha tenido otro remedio que reconocer su repugnante colaboracionismo con el nazismo.

miércoles, 26 de noviembre de 2008

CONTRADICCIONES FUNDAMENTALES
DE
LA IGLESIA CATÓLICA
(XXIV)

Antonio García Ninet
Doctor en Filosofía
24. La veracidad y la fe como actitudes contradictorias, defendidas por la jerarquía católica y criticadas por Nietzsche.
En relación con el Cristianismo y como consecuencia con su alta valoración de la veracidad, Nietzsche criticó la actitud de quienes, renunciando a la búsqueda de la verdad, se refugiaban bajo la bandera de las creencias religiosas y defendían la prioridad de la fe, de carácter irracional, sobre la veracidad crítica. El ataque de Nietzsche se dirige especialmente contra la tradición cristiana en la que sus más destacados representantes habían defendido el valor de la fe como camino alternativo, más perfecto y valioso para acceder al reino de la verdad.
Respecto a esta cuestión Nietzsche se pronuncia con su oposición más tajante en muy diversas ocasiones y desde perspectivas convergentes, que vienen a coincidir en el rechazo más radical del valor de la fe, proclamando, por ello, que la fe “es la mentira a toda costa” ( ) y también que “las convicciones son enemigas de la verdad, más poderosas que las mentiras” ( ). Una de tales perspectivas es la que centra su mirada atenta en la actitud fanática de quienes defienden sus convicciones como si realmente fuera un deber la defensa perpetua de aquello que una vez pudo parecer verdadero. Frente a este proceder, Nietzsche defiende el derecho a “traicionar” las propias creencias, el derecho de los “los espíritus libres” a someter continuamente a crítica intelectual y a revisión las más profundas y vitales convicciones. Critica, pues, el hecho de que hasta el momento actual “dejarse arrebatar las creencias equivalía quizá a poner en riesgo la salvación eterna” y que “cuando las razones contrarias se mostraban muy fuertes, siempre había el recurso de calumniar a la razón y acudir al ‘credo quia absurdum’, bandera del extremo fanatismo” ( ). Y, por ello, afirma el derecho inalienable a la constante revisión intelectual de cualquier teoría o creencia, al tomar conciencia del carácter falible de la propia subjetividad. Se plantea, en consecuencia, la siguiente cuestión: “¿Estamos obligados a ser fieles a nuestros errores, aún sabiendo que con esta fidelidad dañamos nuestro yo superior? No, no hay tal ley, no hay tal obligación; debemos ser traidores, abandonar siempre nuestro ideal” ( ) desde el mismo instante en que tomemos conciencia de que se trataba de un ideal equivocado. Complementariamente, ataca la postura de quienes utilizan como argumento para la defensa de sus creencias la sangre derramada por los mártires de dichas creencias; afirma efectivamente en El Anticristo:
“Que los mártires demuestran la verdad de una causa es una creencia tan falsa que me inclino a creer que jamás mártir alguno ha tenido que ver con la verdad [...] Los martirios [...] han sido una gran desgracia en la historia, pues seducían [...] ‘Sin embargo, la sangre es el peor testigo de la verdad’ ” ( ).
Complementariamente y de manera generalizada, afirma que “la moral cristiana es la forma más maligna de voluntad de mentira” ( ).
Tratando de explicar el fenómeno de la fe, Nietzsche lo atribuye, en La gaya ciencia, a una especie de enfermedad de la voluntad, por la cual “cuanto menos se es capaz de mandar, tanto más afanosamente se anhela a quien mande autoritariamente, ya sea un dios, un príncipe, un médico, un confesor, un dogma o una conciencia partidaria” ( ). La actitud intelectual del débil de voluntad significa que ante “un artículo de fe, así esté refutado mil veces, si lo necesita, creerá siempre de nuevo que es verdadero” ( ). Nietzsche se asombra y lamenta que incluso hombres de una categoría intelectual tan extraordinaria como Pascal hayan sucumbido a esa perturbación intelectual que viene significada por la fe, “esa fe de Pascal que se parece de una manera horrible a un suicidio permanente de la razón” ( ).
En contraposición con esa debilidad de la voluntad sitúa Nietzsche su defensa del espíritu libre, concepto que hace referencia al hombre que en ningún caso se siente definitivamente ligado ante ideología alguna, sino que vive “únicamente para el conocimiento” ( ) y se caracteriza, en su búsqueda de la verdad, por el rigor más absoluto, por su disposición intelectual permanente para rechazar una opinión desde el preciso instante en que se le manifieste como falsa, y, en este mismo sentido “por la voluntad incondicional de decir no, allí donde el no es peligroso” ( ).
Pasando a polemizar más directamente en contra del cristianismo y, en especial, en contra de la doctrina que considera la fe como requisito indispensable para la salvación, trata de ridiculizar y poner en evidencia lo absurdo de esta teoría comparando las supuestas relaciones de Dios con los hombres y las de un carcelero con sus presos, a través del siguiente diálogo:
“Una mañana los presos salieron al patio de trabajo; el carcelero estaba ausente [...] Entonces uno de ellos salió de las filas y dijo a voces: ‘Trabajad si queréis, y si no queréis, no trabajéis: es igual. El carcelero ha descubierto vuestros manejos y os va a castigar terriblemente. Ya le conocéis; es duro y rencoroso. Pero escuchad lo que os voy a decir: no me conocéis; yo no soy lo que parezco. Yo soy el hijo del carcelero, y tengo un poder absoluto sobre él. Puedo salvaros, y voy a salvaros. Pero entendedlo bien, no salvaré más que a aquellos de vosotros que crean que yo soy el hijo del carcelero. ¡Que los otros recojan el fruto de su incredulidad!” “Pues bien -dijo, tras una corta pausa, uno de los presos más jóvenes-: ¿qué importancia tiene para ti que creamos o que no creamos? Si eres verdaderamente el hijo del carcelero y puedes hacer lo que dices, intercede en nuestro favor y harás verdaderamente una buena obra; ¡pero deja esos discursos sobre la fe y la incredulidad!’” ( ).
En relación con esta metáfora es evidente que en distintos pasajes de la Biblia hay múltiples textos en los que se aprecia esta valoración tan radical de la fe. Así, por ejemplo, el evangelio de San Juan afirma en este sentido:
“...es necesario que sea puesto en alto el Hijo del hombre, para que todo el que crea en él alcance la vida eterna. Porque así amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo Unigénito, a fin de que todo el que crea en él no perezca, sino alcance la vida eterna” ( ), y “en verdad, en verdad os digo, el que escucha mi palabra y cree al que me envió, tiene vida eterna y no incurre en sentencia de condenación, sino que ha pasado de la muerte a la vida” ( );
del mismo modo en su Epístola a los Romanos afirma San Pablo:
“si confesares con tu boca a Jesús por Señor y creyeres en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo” ( ).
Posteriormente, el cristianismo, a través de muchas de sus más ilustres figuras (san Agustín, Lutero, Pascal, Kierkegaard, etc.), ha venido insistiendo en estos mismos planteamientos.

martes, 25 de noviembre de 2008

CONTRADICCIONES FUNDAMENTALES
DE
LA IGLESIA CATÓLICA
(XXIII)

Antonio García Ninet
Doctor en Filosofía
23. La contradicción según la cual la jerarquía católica exige la fe a la vez que la veracidad, conceptos excluyentes en cuanto la fe implica reconocer como verdad algo de lo que no se sabe que lo sea, mientras que la veracidad implica reconocer como verdad sólo aquello de lo que se sabe que lo es.
En cuanto la fe se relaciona con el reconocimiento como verdad de algo de lo que no se sabe que lo sea, mientras que la veracidad hace referencia a la actitud por la cual uno trata de no mentirse a sí mismo respecto a lo que sabe y a lo que desconoce, en esa medida la fe y la veracidad son conceptos contradictorios. Y en cuanto la jerarquía católica defiende por una parte que hay que tener fe en lo que ellos dicen, pero por otra siguen aceptando las tablas de Moisés, en las que se dice que no hay que mentir, en esa medida la doctrina de la jerarquía católica es contradictoria en sí misma.
CRÍTICA: No obstante, cuando se habla de las creencias humanas, conviene precisar el sentido de este concepto, pues no siempre tiene el mismo sentido: La postura del creyente, aparentemente incompatible con la que mantiene un talante de absoluta veracidad, quizá no lo sea tanto en realidad, especialmente si advertimos que en el terreno de las creencias podemos diferenciar al menos dos sentidos básicos, uno débil, de carácter espontáneo y otro fuerte, de carácter dogmático.
La creencia espontánea se caracteriza por tratarse de una simple vivencia involuntaria que no pretende justificarse racionalmente, pero que, aunque sea de manera pre-reflexiva y acrítica, implica en cualquier caso una certeza subjetiva acerca de doctrinas objetivamente inciertas. La importancia de este tipo de creencias deriva, por una parte, de la amplitud de sus contenidos y, por otra, del hecho de que, aunque muchas de ellas permanecerán indefinidamente en esta situación, otras se convierten en el origen de las creencias dogmáticas o en el de un buen número de auténticos conocimientos o, paulatinamente, se desvanecen. El paso de la creencia espontánea a la creencia dogmática se produce por una reafirmación del valor de la primera sin que existan auténticos motivos objetivos que justifiquen este paso, mientras que la conversión de la creencia espontánea en conocimiento implica haber llegado a una evidencia racional o empírica respecto al valor objetivo de sus contenidos.
La creencia dogmática, como ya se ha señalado, añade a los caracteres de la anterior una consciente y firme disposición a afirmar como verdadero el contenido de la creencia, a pesar de no contar con suficientes garantías de que lo sea. Se trata de la creencia como acto de fe, que se produce por sugestión y se fortalece por autosugestión para evitar su debilitamiento como consecuencia de posibles críticas procedentes de la filosofía, de la ciencia o del simple sentido común. Por ello, si desde la perspectiva de una actitud veraz no habría nada objetable respecto a la creencia espontánea, puesto que ésta es involuntaria y no pretende suplantar al auténtico conocimiento sino todo lo más suplirlo mientras éste no haya surgido, no ocurre lo mismo por lo que se refiere a la creencia dogmática, ya que ésta pretende ocupar el lugar que le corresponde al conocimiento y a los auténticos planteamientos racionales, y, por ello, su relación con la veracidad sería la de una proporción inversa: un aumento de veracidad viene acompañado de un descenso de creencia dogmática, y un aumento de creencia dogmática viene acompañado de un descenso de veracidad.
Por qué se mantiene, sin embargo, la creencia dogmática en claro enfrentamiento con los planteamientos relacionados con la veracidad es una pregunta que en parte puede responderse haciendo referencia a las mismas motivaciones que propician la aparición del otro tipo de creencia, ya que esta última es el origen primero de la anterior. Por ello, conviene ampliar un poco la referencia a los motivos que explican la existencia de la creencia espontánea y tratar de explicar los motivos que contribuyen al cambio cualitativo de la creencia espontánea a la creencia dogmática.
La creencia espontánea admite toda una compleja variedad de explicaciones que no necesariamente se excluyen entre sí, sino que más bien se complementan mutuamente. En este sentido, habría que hacer referencia, en primer lugar, al hecho de que el ámbito de seguridades procedentes de auténticos conocimientos, especialmente durante la infancia, es muy limitado, y que, por ello, la realización satisfactoria de la vida exige que esos reducidos conocimientos tengan que ser complementados por todo tipo de creencias, basadas en la autoridad de una tradición inmemorial, que se acepta y es creída en parte por motivos intrínsecos a tal tradición, en cuanto pueden representar la acumulación de un acervo de experiencias a partir de cuya depuración inductiva haya podido extraerse cierta “sabiduría popular”, y en parte por motivos extrínsecos, en el sentido, por ejemplo, de que el sentimiento de integración en un grupo social se consigue más plenamente cuando el hombre comparte con su grupo de convivencia no sólo una vida comunitaria basada en la existencia de unos intereses económicos, sino especialmente un sistema de creencias comunes que favorece la cohesión del grupo y, en consecuencia, un sentimiento de seguridad y de fuerza frente a posibles grupos hostiles. En relación con esta cuestión conviene además recordar que el hombre, como “animal social”, tiene fuertemente desarrollada la necesidad de sentirse integrado en una comunidad.
Hay que mencionar, en segundo lugar, el sentimiento de temor e inseguridad que provoca en el hombre el desconocimiento de su propia realidad y del mundo que le rodea: En las tradiciones míticas de todos los tiempos la creencia en dioses que gobernaban las fuerzas de la naturaleza (diluvios, sequías, terremotos, enfermedades o un clima apacible, buenas cosechas, salud, etc.) y la creencia de que tales dioses podían resultar accesibles para el hombre mediante diversos rituales mágicos y sacrificios sirvió para aminorar aquel sentimiento de temor; de ahí que, cuando con el progreso de la ciencia se han logrado de manera mucho más eficaz esos mismos objetivos de control sobre la naturaleza, los diversos ritos mágicos y los sacrificios hayan dejado de ocupar el lugar preponderante que ostentaban y sólo se recurra a ellos en ocasiones excepcionales para las que, por otra parte, suelen ser tan ineficaces como la ciencia, aunque aporten al menos la satisfacción y el consuelo de “haberlo intentado todo”.
Conviene puntualizar, por otra parte, que el paso de la creencia espontánea a la creencia dogmática no implica necesariamente un cambio en cuanto a su contenido sino especialmente un cambio desde la espontaneidad de la primera a la dogmaticidad fanática y beligerante de la segunda, que en algunas ocasiones pretende ser aceptada como un conocimiento paralelo al de la ciencia y, en otras, como el único y auténtico conocimiento frente a los considerados por las jerarquías religiosas como “desvaríos heréticos de la filosofía y de la ciencia”. Por su parte, la transformación de la creencia espontánea en conocimiento o su simple desaparición viene determinada por la existencia de un método riguroso para verificar o refutar los contenidos de la creencia espontánea correspondiente.
Y, en tercer lugar, es importante señalar el valor trascendental de la creencia espontánea como un imprescindible mecanismo de supervivencia durante la infancia, ya que es en ese período inicial de la vida humana cuando se depende de los padres de manera más radical. Esa dependencia, en cuanto viene acompañada del afecto y de la satisfacción de las diversas necesidades del niño por parte de sus progenitores, lleva consigo el desarrollo correspondiente del afecto del niño hacia ellos, y, al mismo tiempo, de una confianza incondicional en la verdad de las creencias transmitidas por ellos. Tales enseñanzas serán, en líneas generales, adaptativas desde el punto de vista vital, pero también de modo inevitable estarán constituidas por una mezcla de verdades y de prejuicios. Este hecho explica suficientemente el que de forma poco variable, generación tras generación, y gracias a esta labor de transmisión de las creencias de padres a hijos, las diversas religiones se mantengan en sus respectivas áreas de influencia: quien nace y es educado en el seno de una familia cristiana asumirá el cristianismo con la misma naturalidad con la que aprende a hablar el idioma de sus padres; quien nace y se educa en medio de una familia musulmana difícilmente dejará de ser musulmán; y casi con toda seguridad permanecerá budista el que nazca y se eduque en una familia budista. Por este motivo, los dirigentes de las diversas religiones suelen preocuparse por realizar su misión de proselitismo y obtienen sus mayores éxitos encauzando especialmente su mensaje no hacia las personas adultas, que por el desarrollo natural de su capacidad racional y crítica o por haber interiorizado ya previamente durante su infancia otras creencias difícilmente se abrirían a la aceptación de una ideología religiosa diferente, sino hacia la infancia, que, aunque no llegue a ser capaz de valorar críticamente el contenido de las doctrinas que recibe o precisamente por ello, es por naturaleza mucho más receptiva.
Por otra parte y en referencia a la creencia dogmática, hay que señalar como causa de su desarrollo el interés de los jerarcas de las diversas religiones en proclamar la autosuficiencia de la fe, más allá y por encima de la razón, como mecanismo para tener asegurada la fidelidad de sus adeptos y para alejar así el temor y la preocupación que podría suponer el que los diversos contenidos religiosos pudieran ser objeto del libre análisis crítico y se encontrasen en el trance de poder ser rechazados en cuanto no superasen la prueba de dicho análisis. Como su posible rechazo podría venir seguido de la disolución de la organización eclesial correspondiente, una solución para evitar este peligro suele consistir en advertir que los “dogmas” religiosos son, por definición, incomprensibles para la razón humana y que, por lo tanto, deben ser aceptados por un acto de fe; complementariamente, se puede tratar de atemorizar al creyente para que desista de su actitud crítica advirtiéndole que “sin la fe no hay salvación”.
Sin embargo y en relación con la valoración que el cristianismo y otras religiones hacen de la fe -forma de creencia dogmática- como camino alternativo para la “salvación” (?), hay que insistir en que, de acuerdo con Nietzsche, parece una doctrina al menos tan absurda como lo sería la actitud del profesor que exigiera a sus alumnos como condición indispensable para aprobar el curso que creyesen que él era la reencarnación de Platón.
Creer en algo, en el sentido de tender a considerarlo como verdadero sin que realmente se pueda estar objetivamente seguro de que lo sea, tiene su explicación en cuanto existen toda una serie de circunstancias, tanto objetivas como subjetivas, que hagan surgir la creencia correspondiente. Así, por ejemplo, la creencia de que mañana llueva podría relacionarse con el hecho objetivo de que fuéramos expertos en meteorología y conociéramos la existencia próxima de un área de bajas presiones que hicieran previsible que, en efecto, tal fenómeno se produjera. Por otra parte, si además se está sufriendo una larga temporada de sequía, el deseo de que la lluvia se produzca -factor subjetivo- puede contribuir a que la creencia en la aparición de dicho fenómeno sea más intensa que si se atendiera exclusivamente a las circunstancias objetivas. Lo mismo puede suceder en el caso de las personas cuya penuria económica les lleva a jugar su sueldo en la lotería con un grado de confianza directamente proporcional al grado de su indigencia.
Así pues, la creencia en sentido amplio aparece como un fenómeno que es a un mismo tiempo natural e inevitable y que puede ser complementario del auténtico conocimiento cuando éste falta. Pero, en cualquier caso, parece que, si a nadie se le ocurre juzgar especialmente meritoria la creencia de que mañana llueva o deje de llover, y si tampoco consideramos especialmente meritoria la devota actitud creyente del alumno que reconociese a Platón en su extraño profesor sino que más bien la juzgaríamos como un gesto sospechoso de interesada hipocresía ante tan excéntrica exigencia, en tal caso lo mismo habría que juzgar de la creencia en el Dios del cristianismo o de la creencia en los dioses del Olimpo.
Conviene tener en cuenta además que la fe, como creencia dogmática, se opone a la veracidad y que, en consecuencia, se encuentra en contradicción con los mismos preceptos de la moral cristiana, por lo que, desde esta perspectiva, en lugar de laudable sería condenable.

lunes, 24 de noviembre de 2008

CONTRADICCIONES FUNDAMENTALES
DE
LA IGLESIA CATÓLICA
(XXI)

Antonio García Ninet
Doctor en Filosofía
21. La contradicción según la cual, a pesar de que en teoría la jerarquía católica debería estar al servicio de los pobres, en la práctica es una organización mafiosa sin escrúpulos, autora y cómplice de innumerables crímenes y dedicada a la codiciosa y patológica acumulación de riquezas.
En efecto, la jerarquía católica, que a efectos económicos se identifica casi por completo con la llamada “Iglesia Católica”, tiene una organización interna de carácter feudal o piramidal –además de capitalista-, anterior en el tiempo a las organizaciones de las posteriores empresas multinacionales como MacDonalds, Coca-Cola, Ford, General Motors y muchas otras, que, al igual que la organización de la iglesia Católica tienen su presidente, equivalente al cargo de “Papa”; su Consejo de administración, equivalente al conjunto de cardenales colaboradores y asesores del Papa; sus directores regionales, equivalentes a los presidentes de las “Conferencias episcopales” de cada país; sus sucursales, equivalentes a la confederación de diversas “diócesis”; sus directores de sucursales, equivalentes a los obispos de las respectivas circunscripciones o “diócesis” episcopales; y sus franquicias, equivalentes a las diversas parroquias regidas por los diversos curas párrocos, así como a las diversas empresas colaboradoras, equivalentes a las instituciones dependientes de la iglesia Católica, como colegios, hospitales, ONGs dependientes de la iglesia Católica, y toda la diversidad de empresas auxiliares, que tienen su equivalencia en las diversas órdenes religiosas que completan el organigrama de esta organización económica, que casi con absoluta seguridad hay que considerar como la primera multinacional del mundo.
Ninguna de las empresas del capitalismo moderno ha inventado nada por lo que se refiere a su sistema organizativo, ya que la propia jerarquía católica es un ejemplo con una experiencia de dos milenios, que ha demostrado la solidez del funcionamiento de tal sistema con sus beneficios suculentos, ha servido de modelo para el resto de multinacionales y de organizaciones mafiosas. De manera consciente o en ocasiones inconsciente, la jerarquía católica ha utilizado sus incoherentes doctrinas acerca de lo divino y de lo humano como simple coartada para aumentar su enorme poder y sus inimaginables riquezas sirviéndose de la ingenuidad de sus fieles para sus fines terrenales y ofreciendo a cambio el opio de sus mentiras celestiales para satisfacer las ilusiones de sus ingenuos seguidores.
Para ser exactos no hay que hablar de la “Iglesia Católica” como una agrupación en la que haya que incluir a su jerarquía y a sus fieles, sino exclusivamente de “la jerarquía católica”, pues es ella la única que maneja los hilos de su poderosa economía y la única que disfruta de sus cuantiosísimos beneficios, por lo que es la auténtica dueña absoluta de la “Iglesia Católica”, en la que los creyentes no pintan absolutamente nada como no sea para entregar sus limosnas y sus herencias a su “santa madre Iglesia”.
El carácter feudal de esta organización es evidente en cuanto no existe en ella nada que pueda parecerse a un sistema democrático mediante el cual se elijan sus diversos cargos, pues el “Papa” elige a los cardenales y a los obispos, y éstos eligen al “Papa”, mientras que el resto de súbditos creyentes no cuenta para nada en tales nombramientos ni en el funcionamiento y en los beneficios económicos de esta organización. El resto de los cargos clericales es elegido a su vez por los obispos y eso determina que los simples curas jueguen un papel de sumisa obediencia en espera de un futuro y remoto ascenso o ejerciendo como simples “párrocos” de determinada circunscripción en la que viven de las limosnas de sus “feligreses” –más el sueldo del estado en lugares como España, en los que la jerarquía católica ha logrado mantener su privilegio de seguir obteniendo del pueblo español, mediante su chantaje a los gobiernos de turno, el “impuesto revolucionario” de cuantiosos millones de euros anuales, como si el “sostenimiento” de esta organización mafiosa fuera una obligación de todos los españoles--. Los simples curas párrocos, que apenas obtienen nada de la gran tajada que se lleva su jerarquía superior, se encargan de adoctrinar a “los fieles”, sin que ellos ni el resto de los feligreses cuente para nada por lo que se refiere a la elección de ninguno de sus superiores, a pesar de ser la fuerza de presión política y social de mayor importancia con que cuenta la propia jerarquía católica.
El carácter embaucador de esta organización puede comprenderse fácilmente en cuanto se analizan las contradictorias doctrinas religiosas emanadas de esa jerarquía feudal, que se encarga de elaborar a su antojo sus mentiras doctrinales de manera que puedan provocar las ilusiones o los temores de los creyentes, según lo crean más oportuno, mientras que esta masa de creyentes tiene una misión de pasiva sumisión y obediencia a esos personajes que, a fin de lograr una mayor teatralidad a su supuesta misión “divina” -pero tan exclusivamente terrenal como la de todo el mundo-, se visten con atuendos chillonamente estrafalarios y se hacen llamar “enviados de Dios”, “eminencia” o “Su Santidad”, mostrándose en público con semblante bondadoso, resignado y doloroso, aunque por dentro estén pensando “¡vaya atajo de borregos!”.
Y, sin embargo, la actividad de la jerarquía católica es lo más contrario que pueda pensarse respecto a lo que fue la predicación constante de Jesús, un personaje bíblico que criticó con extrema dureza a los ricos, que defendió a los pobres, y cuyos primeros seguidores vivieron en un régimen de absoluto comunismo en el que todo se compartía, según se narra en los “Hechos de los apóstoles”.
Así, por lo que se refiere a la inequívoca actitud crítica de Jesús contra los ricos conviene recordar algunas de sus palabras:
- “Le es más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios” ( );
- “¡Ay de vosotros, los ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo!” ( );
- “qué difícilmente entrarán en el reino de los cielos los que tienen riquezas. Es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar en el reino de Dios” ( ).
Una consecuencia de esta actitud de Jesús así como de su defensa de los pobres y de la idea de la fraternidad universal se produjo cuando en los primeros años después de su muerte sus primeros discípulos vivieron en un régimen de auténtica fraternidad comunista en la que todo se compartía, tal como se cuenta en el escrito, atribuido a Lucas, Hechos de los apóstoles, en el que se dice con absoluta claridad que
-“Todos los creyentes vivían unidos y lo tenían todo en común. Vendían sus posesiones y haciendas y las distribuían entre todos, según las necesidades de cada uno” ( );
-El grupo de creyentes […] tenían en común todas las cosas” ( );
-“No había entre ellos necesitados, porque todos los que tenían hacienda o casas las vendían, llevaban el precio de lo vendido, lo ponían a los pies de los apóstoles, y se repartía a cada uno según su necesidad” ( ).
A pesar de la claridad de estas doctrinas evangélicas, el mensaje de Jesús se olvidó muy pronto y ya el propio Pablo de Tarso, auténtico fundador del Cristianismo, se puso del lado de los ricos, de manera que en lugar de enfrentarse a ellos como había hecho Jesús, se convirtió en su cómplice, no pidiéndoles que repartieran sus riquezas entre los pobres sino sólo que las disfrutasen confiando en Dios, ya que él se les había dado, y que no fueran orgullosos:
“A los ricos de este mundo recomiéndales que no sean orgullosos, ni pongan su esperanza en la incertidumbre de las riquezas, sino en Dios, que nos provee de todos los bienes en abundancia para que disfrutemos de ellos” ( ).
Este cambio de planteamiento le resultó especialmente útil para la transformación de la organización cristiana en un inmenso negocio material que, adaptándose a todo tipo de circunstancias políticas y sociales, se ha ido enriqueciendo y ampliando de manera progresiva hasta convertirse en la actualidad en la mayor “multinacional del espíritu”, incomparablemente más rica que cualquier otra de cualquier tipo, dedicada a la venta fantasma de “parcelas de Cielo” a cambio de incalculables e inmensos tesoros, montada con sucursales y concesionarios distribuidos por una gran parte del mundo, y despreciando y pisoteando la doctrina de aquél en cuyo nombre predican, doctrina según la cual:
“No podéis servir a Dios y al dinero” ( ).

sábado, 22 de noviembre de 2008

CONTRADICCIONES FUNDAMENTALES
DE
LA IGLESIA CATÓLICA
(XXI)

Antonio García Ninet
Doctor en Filosofía
21. La contradicción entre las palabras y los actos de la jerarquía católica, en cuanto predican un supuesto “objetivo celestial” como medio para lograr un “objetivo terrenal”, centrado en el poder y las riquezas, y valiéndose para ello de instituciones como la Inquisición y de su complicidad con los tiranos de todos los tiempos
CRÍTICA: A lo largo de la historia, la jerarquía católica y en especial el “Papa”, como autoridad suprema de esta organización, ha mantenido una actitud opresora contra las libertades individuales a fin de adquirir y acrecentar sus beneficios económicos y su poder político. Tal actitud quedó especialmente reflejada en instituciones como su “Santa Inquisición”, en su alianza con la monarquía y con la nobleza desde la Edad Media hasta la revolución francesa de 1789, y en su constante confabulación sin escrúpulos con los gobiernos opresores de cualquier signo que le permitiesen gozar de libertad para adoctrinar al pueblo, a partir de una constante actitud opresora en contra de sus libertades, y del chantaje o de la confabulación con el poder político a cambio de bendecirlo y de exhortar al pueblo a la obediencia a la autoridad establecida “por la gracia de Dios”.
La institución de la “Santa Inquisición”, tan cruelmente opresora por lo que se refiere al respeto de la vida humana y de valores como los de la libertad de pensamiento y de expresión, fue utilizada por la jerarquía católica para mantener su poder sobre quienes podían atacar sus doctrinas mediante la luz del libre pensamiento racional y podían así contribuir a la pérdida de su fuerza política y económica. Los tiempos en los que la jerarquía católica ha tenido mayor poder político han sido a la vez los más escandalosos y sanguinarios en el funcionamiento de esta institución, mediante la que cometió innumerables asesinatos para mantener su fuerza y su riqueza a costa de la libertad y de la vida de un incalculable número de personas.
A lo largo de la Edad Media y hasta ya entrado el siglo XIX, la Inquisición fue el mayor y más cruel instrumento de control de la jerarquía católica sobre los pueblos de Europa al que se sometieron muchas monarquías, colaborando con dicha jerarquía católica en su labor opresora en contra de la vida y de la libertad de los pueblos.
Complementariamente, en los últimos siglos la jerarquía católica ha sido cómplice constante de los poderes económicos y políticos del capitalismo y de la mayor parte de las dictaduras del planeta, sin otras excepciones que las de los países con dictaduras contrarias a la religión católica: De acuerdo con esta estrategia, en el año 1949 el papa Pío XII excomulgó a todos los católicos que se afiliasen al Partido Comunista.
Esta actitud de la jerarquía católica no se corresponde para nada con la actitud de Jesús, quien –según los Evangelios- defendió a los pobres y advirtió a los ricos de que muy difícilmente entrarían en el reino de los cielos. Sin embargo, a la jerarquía católica, le ha interesado infinitamente más la compañía de los ricos, de quienes ha recibido una gran parte de su riqueza a cambio de una parcela de Cielo, que la relación con los pobres, que sólo son una carga nada rentable, a no ser cuando se sirven de ella como coartada para referirse a su misión.
La relación de la jerarquía católica con las clases privilegiadas comenzó hacia el siglo IV y adquirió rápidamente una importancia extraordinaria que con altibajos sigue conservando en la actualidad. Esa relación representa desde luego una clara muestra de cuáles son los auténticos intereses de dicha jerarquía, que para nada se relacionan con la “salvación” (?) de nadie sino sólo con el enriquecimiento de sus dirigentes. La cínica actitud de la jerarquía católica es todavía más sangrante cuando en los últimos tiempos observamos no sólo su relación con los poderosos sino también su condena a quienes —como los Teólogos de la Liberación- han tratado de adoptar una postura más activa en defensa de los pobres y de los oprimidos.
Pero también es evidente que, en cuanto a la jerarquía católica le interesa acumular de modo patológico más poder y más riquezas de modo insaciable, no le interesa tolerar las críticas de algunos de sus miembros contra los ricos y los poderosos, es decir, contra aquellos de quienes obtiene la mayor parte de sus riquezas, pues esto sería como morder la mano de quien le da de comer y de quien le otorga sus privilegios. Por eso tiene que llamar al orden a quienes, como los “Teólogos de la Liberación”, pretenden desviarse de su política avariciosa y sin escrúpulos al defender al pobre frente al rico, como si no se hubiesen enterado del carácter de la organización a la que pertenecían.

jueves, 20 de noviembre de 2008

CONTRADICCIONES FUNDAMENTALES
DE
LA IGLESIA CATÓLICA
(XX)

Antonio García Ninet
Doctor en Filosofía
20. La contradicción del llamado “pecado original” con el que todos habríamos nacido, a pesar de considerar el pecado como una acción voluntaria en contra de la ley divina.
La jerarquía católica afirma como dogma de fe la existencia de un “pecado” cometido por Adán y Eva, que se transmite al resto de la humanidad con la excepción de María, la madre de Jesús.
CRÍTICA: Lo más probable es que la idea de una falta o de un pecado como ése se debiese al hecho que el pensamiento judío y cristiano se había preguntado por la causa de sus continuos padecimientos en la vida: Enfermedades, hambre, peligros, calor, frío, diluvios, muerte… El pensamiento de entonces, del mismo modo que había llevado a los hombres a una interpretación antropomórfica de toda esa serie de fenómenos, considerando que estaban provocados por seres invisibles dotados de poderes extraordinarios, igualmente debió de conducir al pueblo judío a pensar que el daño que sufrían se debía a alguna ofensa contra Yahvé y llegó a considerar que sólo mediante determinados rituales y sacrificios podría lograr aplacar su ira y conseguir su perdón.
La absurda doctrina de la jerarquía católica, que considera que el supuesto pecado original se trasmite de padres a hijos desde Adán, del cual descenderíamos todos, parece que fue desarrollada especialmente por Pablo de Tarso y que se fundamentó en la idea de que el delito de un hombre podía repercutir en un castigo para él y para toda su parentela, aunque ésta no hubiese cometido delito, ofensa o daño alguno. Un modo de pensar tan absurdo puede tener ya alguna base en la mentalidad de quienes escribieron la Biblia, en donde se cuenta, por ejemplo, que en la última de las famosas plagas de Egipto y a fin de lograr que el faraón permitiese la marcha de los judíos, Yahvé, de manera despótica y absurda, castigó a los egipcios con la muerte de todos sus primogénitos a fin de conseguir que su faraón permitiese la marcha de los judíos. ¿Qué delito habían cometido tales primogénitos para merecer aquella absurda represalia? Simplemente se cumplía a nivel de fábula bíblica lo que parecía ser habitual y natural en el contexto de aquella “cultura”.
El dogma del pecado original implica, en consecuencia, diversas contradicciones. Una de ellas consiste en el propio carácter absurdo y contradictorio de un pecado que se hereda: si el concepto de pecado hace referencia a una acción voluntariamente cometida en contra de supuestas leyes divinas, no tiene sentido la tesis de que el hombre nazca ya en pecado, pues antes de nacer no puede haber realizado acción alguna, ni voluntaria ni involuntaria, en contra de tales leyes. De hecho, el mismo Agustín de Hipona sólo pudo encontrar, como explicación de la “herencia” de ese pecado, una nueva doctrina tan absurda como la anterior, consistente en la teoría de que los hijos heredaban de los padres no sólo el cuerpo, sino también el alma (doctrina conocida con el nombre de “traducianismo”), ya que estando relacionado el pecado con una potencia del alma como sería la voluntad, si el hombre sólo heredase el cuerpo, Agustín de Hipona –“San Agustín”- no entendía qué lógica podía haber en la doctrina del pecado original, pues el cuerpo era sólo el instrumento del que se servía el alma para realizar aquellos actos que podían estar o no de acuerdo con la voluntad divina y, por lo tanto, no podía ser el origen del pecado, mientras que, por otra parte, si el alma era creada directamente por Dios para cada uno de los hombres que nacieron después de Adán y Eva, resultaba incomprensible y absurdo que Dios hubiese creado un alma en pecado.
Sin embargo, la jerarquía cristiana de la época no aceptó la tesis de Agustín, seguramente porque, al considerar el alma como una realidad espiritual, no podía aceptar que el alma espiritual se transmitiese de padres a hijos como consecuencia de una relación meramente física, pero, no encontrando ninguna explicación racional para esta doctrina, no tuvo ningún reparo en considerar el pecado original -¡y tan “original”!- como un dogma de fe, concepto con el que tratan de esconder y negar la serie de contradicciones en que van incurriendo a lo largo de su ya larga historia.
Pero, en segundo lugar, se plantea un nuevo problema cuando se considera que María nació sin pecado, lo cual es la demostración más evidente de que nacer en pecado no era necesario e inevitable. Habría sido incluso contradictorio con la omnipotencia de Dios negarle el poder de evitar que no sólo María sino el resto de la humanidad nacieran también sin pecado. ¿Por qué no lo evitó? ¿Habrá que pensar que era bueno que el hombre naciera en pecado? Pero, si era bueno, ¿por qué privó a María de ese “privilegio”? Y, si no era bueno, ¿por qué sólo utilizó su poder para librar del pecado a María y no al resto de la humanidad? Pues, si Dios ama al hombre con un amor infinito, no tiene sentido pensar que este poder se debilite a medida que lo utiliza. Y tampoco tiene sentido considerar que su amor sea “más infinito” para unos que para otros. Quizá, con ganas de decir estupideces, alguien pudiera decir que el pecado original era bueno a fin de que Dios manifestase su amor muriendo en la cruz, pero en tal caso la consideración del pecado como bueno sería contradictoria con la supuesta necesidad de la llamada “redención”. Además, habría sido un nuevo absurdo que el perdón a la humanidad se obtuviese por la mediación del sufrimiento y de la muerte injusta de alguien, tanto si se trataba de un hombre como si se trataba del mismo Dios en la cruz. Tal explicación sólo podría tener sentido en el contexto de una mentalidad sádica en la que las ofensas al rey o al faraón sólo se perdonaban con la muerte del ofensor o de algún familiar como su hijo -en este caso, el propio Dios convertido en hombre-, que pagaría por el delito de otro hombre. Por ello mismo, esta doctrina representaría además una aplicación de la ley del Talión (“ojo por ojo y diente por diente”) y, por ello, sería radicalmente absurda e incompatible con la constante referencia al perdón y a la misericordia infinitas de Dios, cuya aplicación debería ser gratuita precisamente por tratarse de la gracia de la misericordia y no el resultado de una “transacción” como la que podría expresar una frase como “tú me ofreces un sacrificio y, a cambio, yo te perdono”.
Por otra parte, el pecado original, considerado en sí mismo, plantea otros dos problemas que muestran igualmente su carácter absurdo:
En primer lugar, si, cuando –supuestamente- Dios creó a Adán, no hubo contrato alguno entre Dios y Adán que estableciese para Adán la obligación de obedecer los mandatos que Dios quisiera imponerle, es absurda la doctrina según la cual el hombre tuviera la obligación de obedecerle a partir del argumento erróneo de que, como Dios le había creado, tenía el derecho de exigirle su obediencia en aquello que quisiera mandarle, pues la supuesta creación de Dios no pudo haber sido precedida de un contrato previo entre Adán y Dios en el que se tratase de las condiciones de la creación del primero, ya que para realizar dicho pacto Adán debería haber existido previamente.
En segundo lugar, es igualmente absurdo que Dios impusiera a Adán y a Eva la prohibición de comer de aquel árbol cuando, a causa de su presciencia sabía de antemano que comerían de la manzana, y cuando además, como consecuencia de su omnipotencia, les había predeterminado para que lo hicieran. Así que de nuevo nos encontramos ante la idea antropomórfica de un Dios que, al igual que un niño que juega con sus muñecos, deja volar su fantasía e imagina luchas y aventuras entre ellos, aunque sigue siendo él quien actúa mientras que sus muñecos sólo “hacen” aquello que él quiere que “hagan”, del mismo modo sería Dios quien determinaría las acciones del hombre y el mismo sentimiento de cada uno de ser el autor de “sus” actos.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

CONTRADICCIONES FUNDAMENTALES
DE
LA IGLESIA CATÓLICA
(XIX)

Antonio García Ninet
Doctor en Filosofía
19. La contradicción por la cual la “buena nueva” de la doctrina católica no apareció de manera completa al comienzo del Cristianismo, de manera que la jerarquía católica ha ido y sigue fabricando su propia “buena nueva” a lo largo de los siglos.
CRÍTICA: Si la “buena nueva”, que debía haber supuesto la encarnación, vida, pasión y muerte de Jesús, tenía una importancia tan definitiva para la humanidad, es absurdo que la jerarquía católica haya seguido presentando nuevas doctrinas, usurpando el papel del supuesto Espíritu Santo, inspirador de quienes narraron tal “buena nueva”. Esa forma de actuar se pone de manifiesto cuando la jerarquía católica en lugar de limitarse a propagar la supuesta “buena nueva” de Jesús, va añadiendo nuevos dogmas y contenidos doctrinales a las antiguas doctrinas, cuya única importancia es la de servirle para amoldar sus nuevos puntos de vista a la mentalidad de cada época a fin de no quedar en evidencia y rotundamente desfasada y, como consecuencia, perdiendo poder e influencia política y social.
Como ejemplos evidentes de estos cambios doctrinales estratégicos, puede hacerse referencia a la contradicción entre
a) las palabras de Jesús en contra de los ricos y en favor del amor a los enemigos,
b) su trato respetuoso e igualitario respecto a la mujer, y
c) el carácter particular de su labor evangélica, referida al pueblo de Israel,
y la doctrina constantemente defendida por Pablo de Tarso
a) en favor de los ricos y de la esclavitud,
b) en favor del sometimiento servil de la mujer respecto al varón,
c) en favor del carácter universal del mensaje evangélico.
En efecto, por lo que se refiere al punto de vista de Jesús y de los primeros cristianos, son diversos y claros los textos evangélicos en los que defendió la doctrina del amor al prójimo, que incluía el amor a los enemigos, y la crítica a los ricos cuando pronunciando frases de condena del estilo “es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar en el reino de Dios” ( ); es también evidente el comunismo de los cristianos de los primeros tiempos después de la muerte de Jesús, tal como se narra en diversos pasajes de los Hechos de los apóstoles, donde se dice:
- “Todos los creyentes vivían unidos y lo tenían todo en común. Vendían sus posesiones y haciendas y las distribuían entre todos, según las necesidades de cada uno” ( ).
- “No había entre ellos necesitados, porque todos los que tenían hacienda o casas las vendían, llevaban el precio de lo vendido, lo ponían a los pies de los apóstoles, y se repartía a cada uno según su necesidad” ( ).
Igualmente y en relación con el tema de la mujer pueden verse pasajes de los evangelios en los que Jesús aparece conversando con una samaritana manteniendo un trato de igualdad y de respeto ( ) o refiriéndose a María Magdalena con un trato absolutamente respetuoso y amable, a pesar de tratarse de una mujer “pecadora”.
Y por lo que se refiere al carácter particular del mensaje de Jesús, ligado a la práctica adecuada de su religión por parte del pueblo judío, pero no extendido a la humanidad en general –como luego hicieron Pedro y especialmente Pablo de Tarso-, es bastante significativo el pasaje en el que Jesús atiende a una mujer cananea que le pide ayuda, pasaje en el que, aunque finalmente Jesús le atiende, las primera palabras que le dirige son las siguientes: “-No está bien tomar el pan de los hijos para echárselo a los cachorrillos” ( ), frase en la que los hijos simbolizan al pueblo de Israel, mientras que los cachorrillos simbolizan a los demás pueblos.
Respecto al radical cambio de actitud representado por Pablo de Tarso en relación con los ricos puede comprobarse fácilmente acudiendo a su primera epístola a Timoteo en la que le dice:
“a los ricos de este mundo recomiéndales que no sean orgullosos, ni pongan su esperanza en la incertidumbre de las riquezas, sino en Dios, que nos provee de todos los bienes en abundancia para que disfrutemos de ellos” ( ).
En esta carta, traicionando la postura de condena de Jesús contra los ricos, Pablo de Tarso defiende a los ricos diciendo que ricos no van a tener problemas para entrar en el reino de los cielos, y que ya ni siquiera hace falta que repartan sus riquezas sino sólo que las disfruten, pero “que no sean orgullosos”.
En este mismo sentido y por lo que se refiere a la esclavitud, mientras Jesús defiende incluso el amor a los enemigos, Pablo de Tarso adopta una escandalosa actitud en defensa de esa repugnante institución, que la jerarquía católica procura silenciar ahora, pero que aparece de modo inequívoco en textos supuestamente sagrados en cuanto “palabra de Dios” como los siguientes:
“Esclavos, obedeced a vuestros amos terrenos con profundo respeto y con sencillez de corazón, como si de Cristo se tratara. No con una sencillez aparente que busca sólo el agrado a los hombres, sino como siervos de Cristo que cumplen de corazón la voluntad de Dios” ( ).
Por lo que se refiere a la actitud de Pablo de Tarso respecto al tema de la mujer puede comprobarse que fue realmente vergonzosa considerándola como una esclava que debía mantenerse sumisa al servicio del varón. Este punto de vista fue simplemente una incorporación a la doctrina cristiana del machismo social imperante en aquella cultura, pero representó un vergonzoso retroceso respecto a la doctrina y a la práctica de Jesús. Escribe Pablo de Tarso en este sentido:
- “el varón no debe cubrirse la cabeza, porque es imagen y reflejo de la gloria de Dios. Pero la mujer es gloria del varón, pues no procede el varón de la mujer, sino la mujer del varón, ni fue creado el varón por causa de la mujer, sino la mujer por causa del varón. Por eso […] debe llevar la mujer sobre su cabeza una señal de sujeción” ( ).
-“toda mujer que ora o habla en nombre de Dios con la cabeza descubierta, deshonra al marido, que es su cabeza” ( ).
Abundando en esta misma perspectiva, no simplemente machista sino incluso de desprecio a la mujer, Pablo de Tarso llega a defender igualmente la sumisión de la mujer al marido, prohibiéndole incluso su intervención en las asambleas:
“La mujer aprenda en silencio con plena sumisión. No consiento que la mujer enseñe ni domine al marido, sino que ha de estar en silencio. Pues primero fue formado Adán, y después Eva. Y no fue Adán el que se dejó engañar, sino la mujer que, seducida, incurrió en la transgresión” ( ).
-“…que las mujeres guarden silencio en las reuniones; no les está, pues, permitido hablar, sino que deben mostrarse recatadas, como manda la ley. Y si quieren aprender algo, que pregunten en casa a sus maridos, pues no es decoroso que la mujer hable en la asamblea” ( ).
Por cierto, la actitud de la jerarquía católica respecto a la mujer, aunque ha ido evolucionando lentamente a lo largo de los siglos, no ha ido a la vanguardia de estos cambios hacia la igualdad de derechos sino que simplemente los ha ido aceptando, aunque sólo parcialmente y a regañadientes, hasta el punto de que en la actualidad sigue manteniendo planteamientos retrógrados como los que hacen referencia a la prohibición de que la mujer pueda ser ordenada como sacerdotisa u otros cargos clericales de cierta importancia, y manteniendo en general puntos de vista machistas, aunque actuando astutamente a fin de poder presentar su punto de vista desde una perspectiva contraria, recurriendo para ello a la exaltación de la figura de María, “la madre de Dios”, de la que curiosa y sospechosamente se habla muy poco en los evangelios, y nada en absoluto en el resto de escritos del Nuevo Testamento, ni el los Hechos de los apóstoles, ni en las cartas de Pablo de Tarso, ni en el Apocalipsis.
Finalmente frente al particularismo de las enseñanzas de Jesús, referidas en general al pueblo de Israel, Pablo de Tarso defiende con gran visión de futuro su carácter universal –“católico”-, lo cual evidentemente ha sido mucho más eficaz para la expansión del inmenso negocio que significó y significa en estos momentos la “Multinacional Católica”.
Así que, si alguien se pregunta por qué se produjo esta asombrosa contradicción entre la actitud de Jesús y la de Pablo de Tarso, la respuesta es evidente: Si el Cristianismo debía construirse como una organización económicamente rentable, como lo ha sido y lo sigue siendo, eso no podía lograrse mediante la condena de los ricos, tal como la había realizado Jesús, sino mediante la alianza con ellos, de forma que mientras Jesús había condenado la codicia y la obsesión de los ricos por el dinero, Pablo de Tarso comprende que le interesa contar con su apoyo y, en consecuencia, defiende sin escrúpulos que los ricos disfruten de sus riquezas y que los esclavos sigan siendo esclavos, de forma que no se les ocurra rebelarse contra “sus amos”. De ese modo conseguía que los ricos y poderosos aceptasen la nueva religión y le diesen su progresivo apoyo hasta convertirse en la religión oficial del imperio. Igualmente resulta evidente que los planteamientos de Pablo respecto a la mujer y respecto al carácter universal de las enseñanzas y del mensaje de salvación de Jesús iban a ser mucho más rentables si, en lugar de mantenerlos en el ámbito del pueblo de Israel, se los consideraba extensibles al ámbito de la humanidad en general.
Con este punto de vista, Pablo de Tarso presentaba el Cristianismo ante los poderes políticos y sociales de su época como una religión perfectamente compatible con las costumbres y tradiciones reinantes y, por ello, nada revolucionaria en comparación con las duras palabras de Jesús. Y ciertamente ésa ha sido la actitud que la jerarquía cristiana en general y la católica en particular han tenido a lo largo de los siglos, ganándose de ese modo la alianza y el favor de las clases poderosas, tanto del imperio romano como del feudalismo medieval y como del capitalismo moderno, con quienes tanto poder político, riquezas e influencia social han logrado.

martes, 18 de noviembre de 2008

CONTRADICCIONES FUNDAMENTALES
DE
LA IGLESIA CATÓLICA
(XVIII)

Antonio García Ninet
Doctor en Filosofía
18. La contradicción según la cual la infinita bondad divina habría determinado que María naciera sin pecado y que después de su muerte fuera llevada al cielo en cuerpo y alma, pero no fue lo suficientemente infinita como para que esas mismas gracias alcanzasen al resto de los mortales.
En efecto, por lo que se refiere al “dogma de la inmaculada concepción”, después de casi 19 siglos de cristianismo, en el año 1854, el “papa Pío IX”, jefe supremo de la jerarquía católica, “se enteró” y en consecuencia declaró como dogma de fe la doctrina según la cual María, madre de Jesús, nació sin “pecado original”, pecado con el que, según la jerarquía católica, nace el resto de la humanidad; y, por lo que se refiere al dogma de la “asunción de María” al cielo en cuerpo y alma, se trata de una doctrina todavía más reciente que la anterior, pues sólo desde el año 1950 la jerarquía católica ha llegado a enterarse –no sabemos cómo- de este “dogma”, según proclamó el jefe de la organización católica, Eugenio Pacelli –alias Pío XII- en ese año.
En cuanto ambos dogmas son rechazables por idénticos motivos, se critica a continuación el “dogma de la inmaculada concepción” para añadir al final un breve comentario respecto al “dogma de la asunción”.
CRÍTICA: En relación con el dogma de la “inmaculada concepción” hay que decir que se trata de una doctrina ingenuamente absurda, pues, si nacer con dicho pecado es un mal, si el amor de Dios a toda la humanidad es infinito y si su omnipotencia le permitió conceder a María nacer sin pecado, esa misma omnipotencia y amor infinito debieran haberle bastado para conceder la misma gracia a toda la humanidad, en lugar de sacrificar en la cruz a su hijo hecho hombre, como si Dios-padre no hubiese podido conceder su perdón sin necesidad de sacrificio alguno.
¿Tiene sentido considerar que Dios amaba a su madre de un modo “más infinito” que al resto de la humanidad, de forma que sólo a ella quiso y pudo concederle la “gracia” tan especial de nacer sin pecado? Pero, si la concesión de tal “gracia” era consecuencia del amor infinito de Dios a María, madre de su hijo, y si el amor de Dios a los hombres era también infinito, entonces, si pudo librar a la María de nacer en pecado, ¿tiene sentido considerar que el poder y el amor de dicho Dios no hubiese podido extenderse hasta el conjunto de la humanidad permitiendo que, al igual que María, todos nacieran sin pecado? ¿Tiene sentido la simple idea de que pueda haber un infinito mayor que otro por lo que se refiere al grado del supuesto amor divino hacia la humanidad? Conviene tener en cuenta además que ese dogma, ¡declarado hace menos de 200 años!, convierte todavía en más absurda la doctrina de la Redención, según la cual Dios tuvo que hacerse hombre, padecer y morir en una cruz para conseguir el perdón de aquel supuesto “pecado original” con el que, en cualquier caso, nada tuvimos que ver.
Por ello y ante la incoherente doctrina del pecado original o ante el absurdo de que Dios sólo tuviese poder para efectuar una única excepción, surge la pregunta de por qué durante casi 2.000 años de existencia del Cristianismo a nadie se le ocurrió la idea de considerar que María naciera con tal gracia especial y ni siquiera al propio Dios católico se le ocurrió comunicar una noticia tan interesante.
De nuevo el antropomorfismo se presenta aquí como una de las causas de esta doctrina, un antropomorfismo que presenta a Dios como un déspota que exige sacrificios para poder perdonar, que caprichosamente perdona a una mujer y que sólo perdona al resto de sus súbditos desde el previo cumplimiento del sacrificio de su propio Hijo.
Otra causa importante de este dogma puede haber consistido en la necesidad sentida por la jerarquía de esta organización de introducir nuevos elementos en sus doctrinas, como la de la casi deificación de una mujer, ¡“la madre de Dios”!, que bajo distintas advocaciones ha conseguido inspirar tanta devoción en los últimos siglos que ha dado lugar a la construcción de diversos santuarios y centros de peregrinación en diversas regiones del planeta (Lourdes, Fátima, Guadalupe, Zaragoza…) –aunque no precisamente en los lugares más pobres del mundo, como África, sino en lugares del “primer mundo”, como Francia, Italia y Portugal- en cuanto se muestra como madre intercesora que concede a sus fieles aquellas peticiones y milagros para los que, al parecer, la infinita misericordia divina sería contradictoriamente insuficiente e inflexible en sus decisiones.
De acuerdo con estas consideraciones podría pensarse que la causa de que la miseria de África no desaparezca se relaciona con la falta de unos cuantos lugares estratégicos en los que la gente pueda ir a rogar un milagro a la “Virgen María” para que desaparezcan el hambre, la miseria y las enfermedades, y no con la falta real de alimentos y de medios adecuados para salir de la miseria. Así, si todo ese montaje teatral sirviera para otros milagros distintos a los del propio enriquecimiento de la jerarquía católica y si la acción milagrosa de María no pudiera ejercerse más que por medio de santuarios tipo Lourdes, la jerarquía católica, que tanto se preocupa de toda la liturgia teatral de Lourdes o de Fátima, haría bien en preocuparse por construir los correspondientes santuarios a María en diversos lugares estratégicos para que los africanos se acercasen a ellos a fin de pedir y obtener de ella aquellos milagros que solucionasen sus problemas, pues no parece especialmente justo ni misericordioso que “la madre de Dios” sólo se acuerde de los ricos del “primer mundo” y se olvide de quienes viven en la miseria y mueren de hambre cada día.
Pero lo más probable es que María no sea responsable de nada de lo que pasa ni de lo que deja de pasar. Lo más probable es que, si la jerarquía católica no construye santuarios milagreros en esos lugares de África, es precisamente porque, al encontrarse una gran parte de ese pueblo en la más absoluta miseria, sabe que, además de que el cuento de los milagros es sólo eso, su inversión económica en tales lugares no le iba a ser precisamente rentable, pues, en cuanto muchos pueblos de África mueren de hambre, difícilmente iban a tener dinero para peregrinar y gastarlo en los santuarios que se instalasen en aquellas tierras.
En segundo lugar y en relación con el dogma de la “asunción de María”, hay que decir que implica igualmente una contradicción por lo que se refiere al amor infinito de Dios al conjunto de la humanidad, pues, si la concesión de tal gracia a María era mejor que su resurrección futura –como dicen que nos sucederá al resto de los mortales-, en tal caso es incompatible con su amor infinito que no concediera esa gracia al resto de los humanos, ya que un amor infinito no admite grados y, por ello, sería absurdo decir que el amor infinito de Dios a María era más infinito que su amor al resto de los mortales y que por eso le concedió una gracia que no quiso concedernos a nosotros.
Es incomprensible, por otra parte, que una doctrina tan extraordinaria como ésta haya permanecido desconocida para el conjunto de cristianos que vivieron y murieron antes del año 1950, año en el que el señor Pacelli la presentó a sus fieles, de manera que sólo nosotros, quienes estamos viviendo después de ese año, hemos tenido el privilegio de conocerla para nuestra alegría y tranquilidad espiritual. Y resulta ciertamente sospechoso que hayan tenido que pasar más de 1900 años de cristianismo para que el Espíritu Santo se haya decidido a comunicar a los creyentes una doctrina de ese calibre.

lunes, 17 de noviembre de 2008

CONTRADICCIONES FUNDAMENTALES
DE
LA IGLESIA CATÓLICA
(XVII)

Antonio García Ninet
Doctor en Filosofía
17. La contradicción según la cual la jerarquía católica exalta la virginidad de María como un mérito especial, en cuanto tal valoración implica la correspondiente valoración negativa de la sexualidad humana, a pesar de que supuestamente ésta haya sido creada por Dios, de acuerdo con su infinita sabiduría.
La Jerarquía Católica defiende la doctrina según la cual María, habiendo sido madre de Jesús, fue virgen “antes del parto, en el parto y después del parto”; es decir, que nunca mantuvo relaciones sexuales con su marido José ni con cualquier otro hombre, sino que dio a luz a Jesús, como único hijo, por obra y gracia del “Espíritu Santo”.
Se trata de una doctrina que de nuevo supone una tácita denigración de la sexualidad humana en cuanto supone que el hecho que María hubiese mantenido relaciones sexuales con José la habría hecho menos digna y menos santa, y en cuanto supone igualmente que el hecho de ser “virgen” implicaría un mérito especial frente al hecho de vivir de acuerdo con la satisfacción de sus naturales necesidades sexuales, a pesar de que tal satisfacción habría estado más de acuerdo con su naturaleza humana, ya que la motivación sexual y la conducta correspondiente es consustancial a la naturaleza humana.
Esta misma degradación de la sexualidad no sólo se muestra en relación con María, sino de forma general, en los planteamientos de Pablo de Tarso cuando escribió:
“A los solteros y a las viudas les digo que es bueno que permanezcan como yo. Pero si no pueden guardar continencia, que se casen. Es mejor casarse que abrasarse” ( ).
CRÍTICA: Utilizando tales criterios de pureza –tan alejados de lo natural y elevados a la máxima potencia-, la Jerarquía Católica igual hubiera podido exaltar una mayor pureza de María afirmando que nunca comió ni bebió ni meó ni defecó a lo largo de toda su vida. Pero del mismo modo que el comer, el beber, el mear o el cagar no tienen nada que ver con el etéreo concepto de “pureza”, por lo mismo tampoco lo tiene la hermosa y natural acción de follar libremente, dando satisfacción a la propia necesidad sexual que el propio Dios habría puesto en el ser humano, por la cual la humanidad cumple además con mayor fervor y alegría el mandato bíblico “creced y multiplicaos”.
En cualquier caso, esta doctrina de la “virginidad” de María es absurda y contradictoria además con la defensa que en otras ocasiones realiza la Jerarquía Católica de lo natural, “lo que está de acuerdo con la Naturaleza”, y es también una forma de antropomorfismo en cuanto considera que, para que Jesús pudiera ser considerado como hijo de Dios, no podía a la vez ser hijo de un padre y de una madre humanos, lo cual, por otra parte, no es una doctrina exclusiva de la jerarquía católica sino propia también de otras religiones de aquellos oscuros tiempos en los diversos dioses también nacieron curiosamente de una “virgen”.
Los evangelistas, sin embargo, no tuvieron el menor reparo en contradecirse cuando, al tratar de demostrar la filiación divina de Jesús, por una parte se remontaron en su genealogía siguiendo la línea paterna, es decir, aceptando que José fue el auténtico padre de Jesús, hasta llegar a Dios. Pero, si con el fin de lograr que el linaje de Jesús fuera exclusivamente divino y no un híbrido se llegó a considerar que el padre humano sobraba, en tal caso también habrían podido darse cuenta de que tampoco era necesaria la figura de una madre humana, y Dios mismo, creador del hombre, hubiera podido encarnarse directamente en un ser humano venido directamente desde el Cielo a la Tierra y habiendo nacido directamente de Dios Padre, al igual que Atenea había nacido de la cabeza de Zeus. Sin embargo, parece que la mentalidad de aquella época no alcanzó a imaginar esta posibilidad y por ello pensó que Dios, para hacerse humano, debía nacer de una mujer, pero “virgen”.
Por otra parte además los Evangelios aceptados por la Jerarquía Católica contradicen el dogma de la virginidad de María cuando afirman abiertamente que Jesús tuvo varios hermanos. Así se afirma en diversos pasajes como los siguientes: “¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llaman su madre María, y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? ¿No están todas sus hermanas entre nosotros?” ( ) –pasajes similares a éste se encuentra en Marcos, 3:31-32 y 6:3-. Más adelante en este mismo evangelio se dice:
“Entonces se presentaron su madre y sus hermanos… Entonces le pasaron el aviso:
-Tu madre y tus hermanos están ahí y quieren verte.
Él les respondió:
-Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica” ( ).
Igualmente en el evangelio de Juan se dice: “Después, Jesús bajó a Cafarnaún, acompañado de su madre, sus hermanos y sus discípulos, y se quedaron allí unos cuantos días” ( ); “cuando ya estaba cerca de fiesta judía de las tiendas, sus hermanos le dijeron…” ( ); “Sus hermanos hablaban así porque ni siquiera ellos creían en él” ( ); “más tarde, cuando sus hermanos se habían marchado ya a la fiesta, fue también Jesús, pero de incógnito…” ( ).
Por su parte en el evangelio erróneamente atribuido a Lucas se escribe: “Mientras estaban en Belén le llegó a María el tiempo del parto, y dio a luz a su hijo primogénito” ( ), es decir, se habla del hijo “primogénito” de María, lo cual sólo tiene sentido en cuanto presuponga la idea de que Jesús tuvo otros hermanos menores que él. Este detalle tiene su importancia como réplica contra quienes pretenden que la palabra que aparece en otros textos traducida como “hermano” podría significar y haber sido utilizada simplemente como equivalente a “pariente” y no estrictamente como “hermano”, que es el significado claro con que se la utiliza.