lunes, 8 de octubre de 2012


Yahvé,
Dios de Israel y de la secta católica
Antonio García Ninet
Doctor en Filosofía
En los siguientes pasajes se pone de manifiesto que, en líneas generales y quizá con alguna excepción, el Dios de que se habla en el Antiguo Testamento no es un Dios universal sino un Dios tribal, que se preocupa por su pueblo, Israel, alejando –o destruyendo en muchos otros momentos- a los pueblos que representen un peligro para él. Tiene interés observar igualmente que ese Dios es tan imperfecto que ni siquiera tiene seguridad en sí mismo respecto al autodominio de sus actos, hasta el punto de que renuncia a acompañar a su pueblo porque “acabaría con vosotros en el camino”:
“Mandaré mi ángel delante de ti y desalojaré a los cananeos, amorreos, hititas, pereceos, jeveos, y jesubeos […] Sin embargo, yo no iré contigo, porque sois un pueblo obcecado y acabaría con vosotros en el camino”[1].
El texto siguiente refleja descaradamente –como en tantas otras ocasiones- los intereses y ambiciones materiales de los sacerdotes judíos, que piden a su pueblo toda una serie de bienes “para su Dios”, aunque evidentemente son para su exclusivo disfrute, pues ¿de qué iban a servirle a su Dios? Está claro que éste no habría tenido necesidad alguna de las ofrendas, alimentos y sacrificios que aquí se exigen, ya que por su omnipotencia y perfección debía de poseerlos todos y no podía necesitar ni depender de las ofrendas de su pueblo. Sin embargo, tanto entonces como ahora, la ingenuidad del pueblo determina que los sacerdotes de las diversas religiones –y en este caso la judía y sobre todo la de la secta  católica- se sigan enriqueciendo por las constantes limosnas de sus fieles así como por los robos directos –por ejemplo, “inmatriculando” bienes a su nombre aquí en España en cuanto inexplicablemente las leyes se lo permiten- o indirectos, que cometen sus dirigentes chantajeando a los gobiernos de los países donde tienen influencia política y social para que éstos le den una parte considerable de los impuestos que el pueblo paga para fines que nada tienen que ver con el enriquecimiento insaciable de los jefes de la secta católica:
“El Señor dijo a Moisés:
    -Di a los israelitas: No os olvidéis de presentarme a su tiempo las ofrendas que me pertenecen, mis alimentos y sacrificios por fuego de suave aroma para mí”[2].
1. Yahvé, un dios tribal, que ama a su pueblo, destruye a quienes se le oponen, y no es, ni mucho menos, un Dios único y universal.
En efecto, se dice en Éxodo:
“Os tomaré para que seáis mi pueblo, y yo seré vuestro Dios; entonces conoceréis que yo soy el Señor, vuestro Dios, el que os libró de la opresión egipcia”[3].
Otros pasajes que insisten en esta misma idea, aunque en ocasiones con algún matiz digno de ser comentado, son los siguientes:
“…si me obedecéis y guardáis mi alianza, vosotros seréis el pueblo de mi propiedad entre todos los pueblos”[4].
“No tendrás otros dioses fuera de mí”[5].
“Habitaré en medio de los israelitas y seré su Dios”[6].
“Perseguiré a vuestros enemigos, y éstos caerán a espada delante de vosotros”[7].
“Viviré en medio de vosotros; seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo”[8].
“No profanéis la tierra que habitáis, en medio de la cual habito yo también, pues yo soy el Señor, que habito en medio de los hijos de Israel”[9].
El fragmento que sigue es ya especialmente duro, amenazando al pueblo de Israel con terribles consecuencias en el caso de que no cumpla con las supuestas “condiciones del pacto” impuesto por él, condiciones que no se nombran en el momento en que se supone que dicho pacto o alianza se produce, y muestra a un Dios brutal y lleno de crueldad, lo cual representa la antítesis del Dios al que el cristianismo considera como amor infinito. El Dios de este pasaje no tiene escrúpulos en amenazar a su pueblo advirtiéndole de que, si no le obedece, le hará comer la carne de sus hijos y llegará a detestarle, con las consecuencias que ello implica. Pero la idea de que Dios llegue a imaginar una salvajada tan bestial -que los padres tengan que comer la carne de sus hijos- así como la de que vaya a detestarles y a perseguirles con la espada es contradictoria con la de su amor infinito de la que se habla igualmente en otros pasajes de la Biblia:
“Si a pesar de todo esto no me obedecéis y seguís obstinados contra mí […] Comeréis la carne de vuestros hijos y de vuestras hijas […] amontonaré vuestros cadáveres sobre los cadáveres de vuestros ídolos y os detestaré […] os dispersaré entre las naciones y os perseguiré con la espada desenvainada”[10].
Esta serie de textos están estrechamente relacionados entre sí y por su trascendencia merecen un comentario especial.
En efecto, en Éxodo 6:7 se dice claramente: “Os tomaré para que seáis mi pueblo, y yo seré vuestro Dios”.
¿Qué importancia tienen estas palabras? Pues realmente una importancia esencial, pues a lo largo de la Biblia se habla de una alianza entre Dios y el pueblo de Israel. Pero, ¿qué clase de alianza es ésta? Como puede verse por los textos citados, aquí lo que hay es una simple imposición supuestamente divina más que un pacto o una alianza por la que el pueblo de Israel se haya comprometido a aceptar a Yahvé como “su Dios” a cambio de la ayuda que éste le concede para escapar de la esclavitud a que los egipcios le tenían sometido, a cambio de que Yahvé les siga protegiendo en el futuro y a cambio de la “tierra prometida”, pues en ningún momento Abraham se pronuncia acerca de la propuesta (?) de Yahvé.
Pues, efectivamente, aunque es cierto que en Génesis aparece un diálogo entre Yahvé y Abraham en referencia a esa especie de alianza, hay que puntualizar, en primer lugar, que las promesas de Yahvé son tales que resulta fácil suponer que Abraham las habría aceptado. Sin embargo, lo que también es verdad es que Abraham en ningún momento de ese encuentro asiente formalmente a la propuesta-imposición de Yahvé-. En segundo lugar, hay que decir que tal “alianza” habría tenido un valor nulo en cuanto a la hora de la verdad Yahvé introduce en la práctica, posteriormente a dicho encuentro, una cláusula que para nada aparece en su “negociación” con Abraham: Se trata de que no le dice que, si el pueblo de Israel incumple la fidelidad que deberá mantenerle, él actuará de forma despótica contra él, matando y destruyendo sin piedad a justos y pecadores hasta que su ira se aplaque. Y, en tercer lugar, hay que decir igualmente que, incluso en el caso de que Abraham hubiera aceptado formalmente tal “alianza”, ésta se habría producido entre Yahvé y Abraham, pero no entre Yahvé y el pueblo de Israel por los siglos de los siglos amén, pues la decisión de Abraham no tenía por qué ligar al resto de su pueblo ni a su descendencia. Sin embargo, el sentimiento de unidad tribal y de pueblo debía de ser tan intenso en aquellos tiempos que, al parecer, se consideró con toda naturalidad que un supuesto pacto entre Yahvé y Abraham obligaba a todo su pueblo, como si éste fuera una simple prolongación suya y como si las personas careciesen de importancia tomadas individualmente, de forma que su libre decisión para ratificar o para anular aquel dudoso pacto no mereciese ser tomada en cuenta.
Tiene igualmente un interés especial señalar cómo en el texto de Éxodo, 19:5 se dice de manera igualmente clara y explícita que Yahvé será el Dios de Israel entre todos los pueblos. Es decir, se dice con claridad que Yahvé no pretende ser un Dios universal, protector de todos los pueblos o de la humanidad en general, sino exclusivamente de ese pequeño pueblo de Asia occidental, rodeado de tantos otros pueblos con sus respectivos Dioses protectores, cuya existencia no sólo no se niega sino que llega a reconocerse de manera explícita, tal como se verá más adelante.
En cualquier caso se dice en Génesis que Yahvé habla a Abraham y le ofrece la llamada “tierra prometida”:
“Aquel día hizo el Señor una alianza con Abrán en estos términos:
    -A tu descendencia le daré esta tierra, desde el torrente de Egipto hasta el gran río, el Eufrates: quineos, quineceos, cadmeos, hititas, pereceos, refaítas, amorreos, cananeos, guergueseos y jebuseos”[11].
Las referencias a esta alianza aparecen en otros pasajes como los siguientes: 
“Yo haré con ellos [Israel, Judá] una alianza eterna, para que yo sea su Dios, y ellos sean mi pueblo; y no volveré a expulsar a mi pueblo Israel de la tierra que les di”[12].
“Abrahán fue ilustre padre de muchos pueblos, y no hubo quien lo superara […] Por eso Dios le prometió con juramento bendecir a las naciones de su descendencia, multiplicarlo como el polvo de la tierra, exaltar como las estrellas su linaje […] La bendición de todos los hombres y la alianza las hizo descansar sobre la cabeza de Jacob; lo confirmó en sus bendiciones, le dio la tierra en herencia, la dividió en porciones y la repartió entre las doce tribus”[13].
 “Haré con ellos [con el pueblo de Israel] una alianza de paz, una alianza eterna […] Pondré en medio de ellos mi morada, yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo”[14].
Son muchas las ocasiones en que se insiste en la idea de que la alianza se produce exclusivamente entre Yahvé y el pueblo de Israel, pero no entre Yahvé y la humanidad en general, a pesar de que el pasaje que narra el encuentro de Yahvé con Abraham no contenga ninguna fórmula que sugiera que en tal encuentro se haya producido pacto alguno. Es evidente en cualquier caso que los dirigentes de la secta católica modificaron el sentido de aquella supuesta alianza para darle un valor nuevo, no tribal sino “católico”, universalista, que es el especialmente defendió Pablo de Tarso, y el que ayudó en una importante medida a que la secta católica, separada de la religión judía, se convirtiera en “la multinacional religiosa” con mayor poder económico, político y social de todo el planeta.
También tiene cierto interés señalar la contradicción según la cual en algún momento se olvide que la supuesta alianza se realiza en esta entrevista de Yahvé con Abraham y se diga que se originó al producirse la liberación de los judíos del dominio egipcio, al margen de que sea cierto que en dicha entrevista Yahvé incluya entre sus promesas la de liberar a Israel de los egipcios mucho tiempo después –en lugar de impedir que fueran esclavizados-. Así sucede en Ageo, donde se dice:
“Siguen en pie los términos de la alianza que hice con vosotros cuando salisteis de Egipto”[15],
olvidando que dicha alianza se habría establecido con Abraham mucho tiempo antes de aquella liberación respecto a Egipto.
Por otra parte, en Salmos, 105:44-45, se dice:
“[Yahvé] les dio [a los judíos] las tierras de los paganos, les hizo heredar las riquezas de las naciones, para que guardasen sus mandamientos, y cumpliesen sus leyes. ¡Aleluya!”,
lo cual implica plantear de forma clara la alianza en términos de lo que Kant llamaría “imperativo hipotético”, de carácter no moral, ya que el cumplir con mandamientos y leyes se presenta no como un deber absoluto sino como un simple estímulo condicionante del comportamiento del pueblo judío, quien deberá cumplir los mandamientos divinos para que Yahvé les dé la “tierra prometida”, despreciando el derecho de sus anteriores ocupantes a vivir en ella y decidiendo que los ejércitos judíos exterminen a la mayor parte de ellos. 
En cualquier caso, más que de un pacto o de una alianza se trata de una promesa que Yahvé hace a Abraham y que éste acepta, pues, viniendo de Yahvé, no parecía que pudiera tener sino aspectos positivos. Como Yahvé les había librado de Ur y ahora prometía a Abraham que en el futuro liberaría a su pueblo de la opresión egipcia y además le ofrecía tierras para que su pueblo se estableciera en ellas de manera definitiva, era lógico que Abraham no pusiera objeción alguna a dicho ofrecimiento. A cambio el pueblo de Israel debía aceptar a Yahvé como “su Dios” y rechazar a cualquier otro Dios que, por la influencia de otro pueblo, pretendiera obtener de ellos algún tipo de respeto y de obediencia. Pero lo que Yahvé no comunicó a Abraham en aquella comunicación, fundamento de la supuesta “alianza”, fue la serie de terribles y crueles represalias que tomaría en el caso de que Israel no le mantuviese la fidelidad exigida. Y, estas bárbaras amenazas, al menos según los textos bíblicos, serían constantes y se cumplirían en muy numerosas ocasiones, como la ya señalada:
“Comeréis la carne de vuestros hijos y de vuestras hijas […] amontonaré vuestros cadáveres sobre los cadáveres de vuestros ídolos y os detestaré […] os dispersaré entre las naciones y os perseguiré con la espada desenvainada”[16].      
En otros pasajes, como los siguientes, se insiste en esta misma idea de la estrecha y exclusiva unión entre Yahvé y el pueblo de Israel y en su obsesión por que su pueblo no adore a otros Dioses. Respecto al conjunto de estos pasajes tiene interés comentar algunos en particular por las ideas que expresan y por las que se deducen de ellos, pues por una parte se habla de la alianza, pero además se habla de la exaltación de Israel como único pueblo al que Dios ha elegido, de la recompensa divina, de los castigos a su pueblo si cae en la tentación de adorar a otros Dioses, de la misma existencia de esos otros dioses, entre los cuales se considera que Yahvé es el más poderoso, o del paso de esta consideración, por la que –al igual que en otros lugares de la Biblia- acepta la existencia de otros dioses a la afirmación de que Yahvé es el único Dios.
a) Respecto a las referencias al simple establecimiento de la alianza, además de los a señalados, puede hacerse referencia a los siguientes: 
a1) “Yo establecí con ellos mi alianza, prometiéndoles la tierra de Canaán”[17].
a2) “Si me obedecéis y guardáis mi alianza, vosotros seréis el pueblo de mi propiedad entre todos los pueblos, porque toda la tierra es mía”[18].
Los Salmos en general insisten continuamente en esta idea de la alianza de Yahvé con Israel, mediante la cual Yahvé les salvó de la opresión egipcia.
Comentario: En primer lugar, es realmente absurdo el antropomorfismo de este Dios por su interés –simplemente humano- en establecer una alianza, un pacto o un contrato con el pueblo de Israel, como si él fuera a obtener alguna ganancia por dicho pacto o como si fuera a perder algo por no realizarlo.
En segundo lugar, es evidente por lo anterior que quienes estaban realmente interesados en dicho pacto no eran otros que los sacerdotes judíos, que embaucan a su pueblo en nombre de Yahvé, para que este obedezca todas las órdenes que reciban de ellos en cuanto se presentan como los intermediarios entre Yahvé y su pueblo, como si Yahvé no hubiese tenido suficiente poder como para hablar directamente a cada uno de los individuos de Israel sin necesidad de intermediarios que hubieran podido tergiversar sus palabras –como de hecho hicieron, no porque las falsearan sino porque sencillamente fueron esos sacerdotes quienes crearon a su Dios, al ver el suculento negocio que había en las organizaciones religiosas de los demás pueblos.
Y, en tercer lugar, es igualmente antropomórfica y absurda la idea de que un Dios pueda sentir predilección por un pueblo frente a todos los demás –al margen de que con el transcurso del tiempo dicho Dios –o, más exactamente, sus sacerdotes- llegasen a presentarlo finalmente como un Dios único y universal, lo cual implica, por otra parte, una contradicción con las anteriores referencias a dicho Dios así como con las del concepto de Dios entendido como un “ser perfecto”, al que se ha hecho referencia en el capítulo 1 de esta obra.     
b) Respecto a la glorificación del pueblo de Israel que tal pacto implica pueden mencionarse entre otros los pasajes siguientes:
b1) “Porque tú eres un pueblo consagrado al Señor tu Dios, para que seas el pueblo de su propiedad entre todos los pueblos que hay sobre la superficie de la tierra”[19].
b2) “El Señor se fijó en vosotros y os eligió […] por el amor que os tiene y para cumplir el juramento hecho a vuestros antepasados”[20].
b3) “Sin embargo, sólo en tus antepasados se fijó el Señor, y esto por amor”[21].
b4) “El Señor tu Dios te ha elegido para ser su pueblo entre todos los pueblos de la tierra”[22].
b5) “El Señor, en efecto, ha querido hacer de vosotros su pueblo”[23].
b6) “¿Existe en la tierra un pueblo que sea como tu pueblo Israel, al que Dios mismo haya venido a rescatar para hacerlo su pueblo, para hacerlo famoso, para realizar en su favor grandes y terribles prodigiosos, expulsando a las naciones y a sus dioses delante de tu pueblo, a quien rescataste para ti de Egipto? Has consolidado a tu pueblo Israel y lo has hecho tu pueblo para siempre, y tú, Señor, te has convertido en su Dios”[24].
b7) “Habitaré en medio de los hijos de Israel y no abandonaré a mi pueblo Israel”[25].
b8) “De todas las familias de la tierra sólo a vosotros os elegí”[26].
b9) “Yo cambiaré la suerte de mi pueblo Israel […] Yo los plantaré en su tierra y nunca más serán arrancados de la tierra que yo les di, dice el Señor tu Dios”[27].
b10) “Tú libras a Israel de todo mal; elegiste a nuestros antepasados y los consagraste a ti”[28].
b11) “¡Pueblos todos, aplaudid; aclamad a Dios con voces de júbilo! Porque el Señor […] es el rey de toda la tierra. Él nos somete los pueblos, y nos subyuga las naciones. Él escogió nuestra heredad, orgullo de Jacob, su amado”[29].
b12) “En aquel tiempo, oráculo del Señor, yo seré el Dios de todas las familias de Israel, y ellas serán mi pueblo”[30].
b13) “Porque así dice el Señor todopoderoso […]: “El que os toca a vosotros toca la niña de mis ojos” ”[31].
b14) “Haré con ellos [con el pueblo de Israel] una alianza de paz, una alianza eterna […] Pondré en medio de ellos mi morada, yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo”[32]
Posteriormente, ya en el Nuevo Testamento, la idea de que la alianza va destinada exclusivamente al pueblo de Israel aparece en las palabras atribuidas al propio Jesús, tal como se narra en el evangelio de Mateo
b15) En relación con una mujer cananea –es decir, no judía- que fue a pedirle a Jesús el favor de que liberare a su hija del demonio que la poseía,
“[Jesús] respondió:
    -Dios me ha enviado sólo a las ovejas perdidas del pueblo de Israel.
Pero ella fue, se postró ante Jesús y le suplicó:
    -¡Señor, socórreme!
Él respondió:
    -No está bien tomar el pan de los hijos para echárselo a los perrillos.
Ella replicó:
    -Eso es cierto, Señor, pero también los perrillos comen las migajas que caen de la mesa de sus amos.
Entonces Jesús le dijo:
    -¡Mujer, qué grande es tu fe! Que suceda lo que pides.
Y desde aquel momento quedó curada su hija”[33].
Comentario: En primer lugar hay que decir que la serie de pasajes citados –en especial los pasajes b1, b3, b4, b5, b8,   elimina cualquier duda acerca de la absoluta predilección exclusiva de Yahvé por el pueblo de Israel, lo cual no encaja para nada con la idea de un Dios universal que “ama infinitamente” a toda su creación.
 En segundo lugar tiene interés señalar cómo en diversos libros de la Biblia la existencia de Yahvé no se presenta como  excluyente de la existencia de otros dioses, tal como en este caso se refleja en el pasaje b6. Pero la doctrina posterior de las diversas religiones –y entre ellas la de la secta católica- ha ido evolucionando hacia un planteamiento monoteísta, por lo que en los planteamientos bíblicos habría una contradicción entre aquellos en que se defiende la existencia de los diversos Dioses tribales y aquellos en los que se defiende la existencia de un Dios único.
En tercer lugar los pasajes b6, b11 y b13 tienen el interés de mostrarnos el matiz político y militar de tal alianza en cuanto Yahvé se presenta como la fuerza de Israel que, por una parte, alejará o destruirá a los enemigos que intenten dañarla y, por otra además, no conformándose con esa labor puramente defensiva, se convierte además en una fuerza agresiva que fomenta y anima a la expansión y al dominio de Israel sobre los demás pueblos, tal como se dice en el pasaje b11: “Él nos somete los pueblos, y nos subyuga las naciones”. Resulta por ello escandaloso comprobar la mentira de la secta católica al olvidar o silenciar el carácter guerrero de ese Dios en favor de Israel y tan alejado de un Dios universal, de amor y de paz, como el que luego se intentó presentar.
Finalmente tiene interés hacer una referencia especial al pasaje b15 por diversos motivos: En primer lugar porque en dicho pasaje –al igual que en otros que se mencionarán en el capítulo correspondiente- se reconoce de manera implícita que Jesús no es Dios sino sólo que Dios le ha enviado. Aceptando la hipótesis de que Jesús fuera Dios, la frase “Dios me ha enviado” equivaldría a la frase “Dios ha enviado a Dios”, la cual carece de sentido. Y, en segundo lugar porque este pasaje, a pesar de que en él Jesús hace una excepción a su misión haciendo finalmente el favor que le pide la mujer cananea, después de comparar al pueblo de Israel con los propios “hijos” y a los pueblos no judíos con “perrillos”, afirma abiertamente:
“-Dios me ha enviado sólo a las ovejas perdidas del pueblo de Israel”[34],
lo cual es una manera de insistir en el carácter tribal de ese Dios, tal como se había defendido en múltiples pasajes del Antiguo Testamento.
b16) “Capital de Babilonia, criminal, dichoso el que te pague el mal que nos has hecho, dichoso el que agarre a tus hijos y los estrelle contra la roca”[35].
 b17) “…Despierta tu furor, derrama tu ira, destruye al adversario, aniquila al enemigo […] Tu fuego vengador devore a los que queden, y perezcan los que oprimen a tu pueblo”[36].
Los textos b15 y b16 no son precisamente una muestra de amor y de compasión hacia los enemigos de Israel sino una muestra de la sed de venganza de ese pueblo, que considera dichoso al que “agarre a tus hijos y los estrelle contra la roca”, o que pide a Dios la destrucción y la muerte de sus enemigos. Resulta difícil encontrar la compatibilidad entre estos deseos y peticiones a Yahvé y la defensa de la caridad, del perdón, de la misericordia, que en otros momentos se ha defendido en los escritos bíblicos y en momentos y personajes concretos de la historia de la secta católica. Realmente se trata de planteamientos contradictorios, pues la sed de venganza y el odio son el extremo opuesto al perdón y al amor.    
c) Por lo que se refiere a la exigencia de Yahvé a Israel de que le guarde fidelidad y que no adore a otros dioses las referencias a esta cuestión son constantes y, por ello, se mostrarán sólo algunos ejemplos:
c1) “No tendrás otros dioses fuera de mí”[37].
c2) “Cuando el Señor tu Dios haya aniquilado ante ti las naciones que vas a despojar; cuando las hayas despojado y habites en sus dominios, ten cuidado para no caer en la trampa siguiendo su ejemplo, una vez que ellas hayan desaparecido ante ti. No busques, pues, a sus dioses diciendo “Yo también voy a dar culto a los dioses a quienes esos pueblos daban culto”. No procederás así con el Señor tu Dios, ya que nada hay más odioso y abominable para el Señor que lo que hacían estos pueblos por sus dioses, pues incluso quemaban a sus hijos e hijas en honor de sus dioses”[38].
 c3) “Si rompéis la alianza que el Señor vuestro Dios hizo con vosotros, dando culto a otros dioses y postrándoos ante ellos, entonces se desatará la ira del Señor contra vosotros y muy pronto desapareceréis de esta tierra buena que él os ha dado”[39].
Comentario: El texto c1 tiene el interés especial, de que afirma de manera muy escueta pero indudable la exigencia de Yahvé de ser el único Dios de Israel, pero tiene por lo mismo el interés añadido de que tal exigencia va acompañada de un implícito reconocimiento de la existencia de otros dioses a los que Israel no debe someterse en ningún caso. Evidentemente esta preocupación por la actitud de Israel respecto a los otros Dioses no proviene de nadie más que de los sacerdotes judíos, obsesionados por mantener su poder y su control sobre su pueblo, pues poco podía importar a Yahvé lo que Israel hiciera, ya que, siendo Dios, debía ser inmutable e imperturbable, por lo que nada podía afectarle la conducta de los judíos respecto a los demás dioses.
Igualmente el texto c2 insiste obsesivamente en esta misma idea de la exclusiva fidelidad de Israel a Yahvé, pero haciendo referencia igualmente a la acción criminal divina, aniquilando a los pueblos que habitaban la “tierra prometida” para entregarla a Israel, cumpliendo así una parte de la promesa relacionada con su “alianza” con Israel. En efecto, se dice al comienzo de dicho pasaje: “Cuando el Señor tu Dios haya aniquilado ante ti las naciones que vas a despojar…” Y, de hecho, más adelante el ejército de Israel conquista la “tierra prometida” aniquilando a sus habitantes sin otra justificación que la fundamentada en aquel supuesto regalo de su Dios, que, sin ninguna duda, no era otra cosa que un estímulo de sus sacerdotes para que por encima de todo luchasen por conquistarla, con la confianza de saber que su Dios les daría la victoria combatiendo a su lado. Un argumento similar a ése sirvió posteriormente a los musulmanes para hacer su “guerra santa” a mediante ella crear un imperio extraordinario. Y la misma secta católica lo utilizó para justificar la conquista de América y la aniquilación o esclavización de una gran parte de los nativos que no se convertían a la nueva religión. Así que, mientras los pueblos se han ido desangrando en sus luchas religiosas, el poder político, económico y social de religiones como la secta católica ha ido creciendo de modo incesante gracias a la ambición ya a la astucia de sus dirigentes y a la ineptitud e indiferencia de las masas para sacudirse de encima la sarta de estupideces con que se les adoctrina desde la infancia.
Finalmente el texto c3 representa una de las muchas amenazas con que Yahvé advierte a su “amado pueblo” de que, si da culto a otros dioses, lo hará desaparecer de la tierra. Evidentemente, la amenaza no proviene de nadie más que de los sacerdotes del pueblo de Israel, que lo que exigen no es otra cosa que fidelidad a ellos mismos y a sus órdenes, como supuestos trasmisores de la palabra de su Dios.      
d) Respecto a las promesas de Yahvé a Israel de defenderlo y de librarle de sus enemigos puede hacerse referencia a los siguientes pasajes:
d1) “[Moisés les dijo] si amáis al Señor vuestro Dios, seguís todos sus caminos y os adherís a él, el Señor expulsará ante vosotros a todas estas naciones, aunque sean más poderosas y fuertes que vosotros y os apoderaréis de sus posesiones. Los lugares que piséis con la planta de vuestro pie serán vuestros: desde el desierto hasta el Líbano, desde el río Éufrates hasta el mar Mediterráneo será territorio vuestro. Nadie podrá resistir ante vosotros. El Señor vuestro Dios sembrará delante de vosotros el pánico y el terror sobre toda la tierra en la que piséis, como os ha dicho”[40].
d2) “Esto ha jurado el Señor todopoderoso: […] Aplastaré a Asiria en mi tierra, la pisotearé en mis montañas; su yugo dejará de oprimir a mi pueblo”[41].
d3) “…Despierta tu furor, derrama tu ira, destruye al adversario, aniquila al enemigo […] Tu fuego vengador devore a los que queden, y perezcan los que oprimen a tu pueblo”[42].
Comentario: El texto d1 insiste en la idea de que la acción aniquiladora de Yahvé se extenderá contra los pueblos habitantes de la “tierra prometida” de modo terrorífico: “El Señor vuestro Dios sembrará delante de vosotros el pánico y el terror sobre toda la tierra en la que piséis”. Pero, ¿qué sentido de la justicia o de la misericordia habría en ese supuesto Dios, que para favorecer a un pueblo lo hiciera a costa de destruir a los pueblos que habitan la región que desea regalar a sus hijos predilectos? Desde luego es difícil ver aquí la acción de un Dios bueno, justo y misericordioso en lugar de ver la acción de tirano sin misericordia y sin sentido alguno de la justicia. Además, ¿cómo posteriormente la secta católica pretendió presentar a su Dios, identificado con ese mismo Dios judío, como Dios universal que amaba a todos los seres humanos con un amor infinito? Parece que el cinismo de los fundadores de esta secta sólo quedó superado por la simpleza y la ignorancia de quienes les siguieron durante aquellos primeros años desde que apareció.
Los textos d2 y d3 son nuevos ejemplos de los que tanto abundan en el Antiguo Testamento en los que Yahvé amenaza con destruir a cualquier pueblo que pueda suponer una amenaza para su propio y exclusivo pueblo Israel. El texto d3 tiene el interés de que presenta a un Dios antropomórfico –como no podía ser de otra manera- del que se espera que se enfurezca, se llene de ira, destruya y aniquile, y todo para favorecer o para proteger a “su pueblo” Israel. Pero, ¿cómo defender la idea de un Dios tan frágil que pueda quedar afectado en sus sentimientos o estados de humor por los asuntos humanos? Y ¿cómo un Dios, tan exclusivamente pendiente de Israel, podía luego convertirse en un Dios universal? Sólo los intereses políticos y económicos de los dirigentes religiosos junto con la simpleza del pueblo explica este cambio sobre el que los mismos cristianos de base todavía no han reparado, a pesar de poder consultar la Biblia en cualquiera de sus innumerables ediciones.   
e) Respecto a los castigos que Yahvé infiere a su pueblo Israel por haberse alejado de él, adorando a otros dioses, dejo para más adelante un exposición más amplia, pero señalo al menos un par de pasajes similares a muchos otros que van por esta misma línea:
e1) “Israel se estableció en Sitín y el pueblo se entregó al desenfreno con las moabitas. Estas los invitaron a los sacrificios de sus dioses, y el pueblo comió y se postró ante ellos […] Entonces el Señor dijo a Moisés:
    -Reúne a todos los jefes del pueblo y cuélgalos ante el Señor, cara al sol, para que la cólera del Señor se aparte de Israel.
    Moisés dijo a los jueces de Israel:
    -Matad a todos los que hayan dado culto al ídolo de Peor.
[…] Los que habían muerto por el castigo sumaban veinticuatro mil”[43].
e2) “[Los judíos] no exterminaron a los pueblos como el Señor les había ordenado, sino que se mezclaron con los paganos, y aprendieron sus prácticas: dieron culto a sus ídolos, que fueron la causa de su ruina, e inmolaron sus hijos e hijas a demonios. Derramaron sangre inocente, la sangre de sus hijos y sus hijas, que inmolaron a los ídolos de Canaán. […] Por eso el Señor se enfureció contra su pueblo y llegó a aborrecer su heredad […] Pero […] recordó su alianza con ellos, se arrepintió por su gran amor”[44].
Comentario: Se observa en estos pasajes cómo los castigos más duros de Yahvé se ejercen contra Israel cuando cae en la tentación de adorar a los dioses de otros pueblos, lo cual parece ser mucho más grave que asesinar o realizar cualquier otro delito por muy grave que pueda parecer. Como ya se ha indicado en otros momentos, la crueldad de los castigos contra la idolatría no proviene de Yahvé, a quien poco podrían importarle las fantasías de Israel, sino de sus sacerdotes que buscan por encima de todo mantener su poder y su control absoluto sobre su pueblo.
En este pasaje se muestra de nuevo el carácter tribal del Dios de Israel a la vez que su carácter sanguinario, ligado a la exigencia a su pueblo de que no adorase a otros dioses, pues fue él quien les salvó de su opresión en Egipto y es con él con quien su pueblo, a través de Abraham, realizó un pacto de fidelidad en el que se insiste en tantas ocasiones. El Dios de Israel no es un Dios universal, pues no ama a los otros pueblos sino que exige su destrucción en cuanto representen un peligro para la fidelidad de Israel a Yahvé o simplemente en cuanto estén ocupando la tierra que Yahvé ha prometido a su pueblo. Pero, evidentemente quienes piden y profetizan la destrucción de estos pueblos son los sacerdotes judíos, que quieren mantener incontaminado y fuera de peligro su dominio sobre su pueblo y por ello prefieren que su pueblo no conozca los dioses de los otros pueblos a fin de evitar que sean seducidos por las cualidades de sus respectivos Dioses y se olviden de Yahvé, es decir, de pagar diezmos a los sacerdotes de su pueblo y de obedecerles en todo lo que quieran mandarle.
f) Por lo que se refiere a la evolución final del concepto de los sacerdotes judíos acerca de su Dios Yahvé, que en un primer momento lo consideraron simplemente como uno más entre los Dioses de los diversos pueblos hasta llegar a considerarlo como el Dios más fuerte y poderoso entre todos ellos o, finalmente, como el único Dios, puede verse este momento culminante, entre otros, en los siguientes pasajes:
 f1) “…el Señor vuestro Dios es el Dios de los dioses y el Señor de los señores; el Dios grande, fuerte y temible”[45].
f2) “[Ezequías oró así:] –Señor, Dios de Israel, que te sientas sobre los querubines, tú eres el Dios de todos los reinos de la tierra, tú has hecho el cielo y la tierra […] Te suplico, Señor, Dios nuestro, que nos libres de su poder [del de los reyes de Asiria], para que todos los reinos de la tierra sepan que tú, Señor, eres el único Dios”[46].
f3) “Porque el Señor es un Dios grande, rey poderoso más que todos los dioses […] Porque él es nuestro Dios, y nosotros su pueblo”[47].
Comentario: Tiene interés señalar que mientras en f1 y en f3 se siga hablando de Yahvé como el Dios más poderoso entre todos los Dioses, en f2 se llegue s decir de Yahvé que él es el único Dios, doctrina que será la que permanecerá ya de modo definitivo en el Nuevo Testamento, pero implicando una contradicción con las doctrinas del Antiguo, tan “palabra de Dios” como las otras.
2. Yahvé, un Dios déspota, cruel y asesino en grado superlativo.
Son igualmente muchas las ocasiones en que Yahvé se muestra como un Dios arbitrario y sanguinario, lo cual no es nada extraño en un Dios que no tiene ningún reparo en sembrar la destrucción y la muerte por cualquier motivo insignificante o sin motivo alguno, como sucede cuando castiga de ese modo a seres absolutamente inocentes, como en especial a los niños. Veamos algunos ejemplos:
“El Señor dijo a Elías, el tesbita:
    -¿Has visto cómo Ajab se ha humillado ante mí? Por haberse humillado ante mí, no lo castigaré mientras viva, sino que castigaré a su familia en vida de su hijo”[48].
Comentario: Este pasaje muestra a un Dios arbitrario e injusto que perdona a quien se humilla ante él, pero no por eso deja de castigar, como si el castigo fuera una condición ineludible para anular una culpa: En este caso y de modo absurdo el castigo se desvía y se aplicará a su familia como si ella hubiera sido culpable de algo. El hecho de  que se castigue a su familia sólo puede entenderse un poco teniendo en cuenta que en aquellos tiempos la familia es una simple posesión de Ajab, y, por eso, Dios no hace nada injusto: simplemente destruye lo suyo. Este pasaje está en la misma línea de muchos otros que presentan a Dios como un ser arbitrario y déspota, pero está en contradicción con el que rechaza castigar a los hijos por los pecados de los padres y, desde luego, con todos aquellos que hablan de Dios como de un ser infinitamente misericordioso, que es doctrina oficial de la secta católica en la actualidad.
Más adelante es el propio Yahvé quien defiende la absoluta arbitrariedad de sus actos, que sólo obedecen a lo que le place y no a un criterio moral previamente establecido y por encima de su voluntad omnipotente:
“Yo protejo a quien quiero y tengo compasión de  quien me place”[49].
Poco más adelante el mismo Yahvé advierte de que es un Dios celoso, y, en consecuencia, añade: 
“No tendrás otros dioses fuera de mí […] porque yo, el Señor tu Dios, soy un Dios celoso, que castigo la maldad de los que me aborrecen en sus hijos hasta la tercera y cuarta generación”[50].
Las amenazas de Yahvé con castigos aplicados “hasta la tercera y cuarta generación” son especialmente abundantes y son una muestra del despotismo injusto de esta divinidad, al margen de que haya algún momento en el que se defiende que los hijos no pagarán las culpas de sus padres. De hecho en este mismo libro vuelve a hablarse de Yahvé poco después diciendo
“…que castiga la iniquidad de los padres en los hijos y nietos hasta la tercera y cuarta generación”[51].
Otro de los muchos textos especialmente sanguinarios, injustos y crueles del Dios de Israel, que es el mismo que el de la secta católica, es el que, refiriéndose a Moisés, caudillo de su pueblo nombrado por Yahvé, dirigiéndose a los comandantes de su tropa les dice:
¿Por qué habéis dejado con vida a las mujeres? Fueron ellas precisamente las que, siguiendo el consejo de Balaán, sedujeron a los israelitas, apartándolos del señor […] Matad, pues, a todos los niños varones y a todas las mujeres que hayan tenido relaciones sexuales con algún hombre”[52].
Llama la atención en este texto comprobar con cuánta naturalidad Moises ordena la muerte de mujeres y de “niños varones” considerando que ellas “sedujeron a los israelitas, apartándolos del Señor”. De nuevo se observa aquí cómo el mayor delito de judíos y no judíos es el que se relaciona con cualquier acción que pueda alejar al pueblo de su sometimiento a Yahvé, es decir, de su sometimiento a los sacerdotes del supuesto Yahvé. Las condenas a muerte por delitos de este tipo se producen con suma facilidad y son frecuentes en grado extremo, tal como puede verse con otros ejemplos especialmente representativos como los siguientes:
1) “Así dice el Señor. Voy a llenar de embriaguez […] a todos los habitantes de Jerusalén. Los estrellaré unos contra otros, padres e hijos juntos, oráculo del Señor. Los aniquilaré sin piedad, sin misericordia, y sin compasión”[53].
Comentario: Jahvé está hablando del pueblo de Jerusalen, parte esencial del pueblo elegido y, sin embargo, no tiene reparos en manifestar sus intenciones de aniquilarlo, sin hacer distinción alguna entre culpables e inocentes del delito que haya podido causar su ira, pues en el pasaje de Jeremías no se nombra. También dice “los estrellaré unos contra otros, padres e hijos juntos”, tal como haría cualquier tirano cegado por un odio incontrolable. Para completar el panorama el propio Yahvé señala que lo aniquilará “sin piedad, sin misericordia, y sin compasión”, de manera que los dogmas relacionados con el supuesto amor y misericordia infinitas de Dios quedan contradichos por el propio Dios, quien tanto en este pasaje como en muchos otros, proclama su odio y su falta de piedad y compasión contra sus enemigos o contra quienes le traicionan.
Ante el escándalo que algunos pudieran sentir por estas constantes muestras divinas de crueldad y de falta de amor y de misericordia, convendría recordar que al fin y al cabo el Dios del Nuevo Testamento sólo es mejor en apariencia, pues al margen de la comedia de la encarnación, pasión y muerte de Jesús –de la que más adelante se hablará- ese Dios que los dirigentes católicos tienden a presentar de un modo tan bondadoso sigue castigando a sus enemigos todavía más duramente no sólo privándoles de la vida, sino condenándolos a un fuego eterno en el que su sufrimiento pueda prolongarse indefinidamente.
Por ello la contradicción no se encuentra entre el odio del Dios del Antiguo Testamento y el del Nuevo, sino entre este mismo Dios –o lo que de él escriben los diversos escritores bíblicos- y la serie de doctrinas que, a pesar de lo ya señalado, se empeñan en seguir hablando de un Dios que ama a los hombres con un amor infinito.    
2) “Por eso, así dice el Señor todopoderoso: […] Convertiré a  Jerusalén en un montón de piedras, en una guarida de chacales; dejaré desiertas y sin habitantes a las ciudades de Judá”[54].
Comentario: Como suele suceder en los escritos de Jeremías, los motivos de la ira de Yahvé son confusos, pero casi siempre se trata de un motivo relacionado con el hecho de que los israelitas han adorado a otros dioses o que simplemente no le adoran como merece y se olvidan de él. En teoría eso no debería ser motivo de preocupación ni de enfado para un Dios inmutable cuyos sentimientos no deberían estar subordinados o condicionados por la actitud de los hombres hacia él, pues un Dios cuyos sentimientos dependieran en alguna medida del hombre, no sería inmutable e impasible y, en consecuencia, no sería Dios. Pero, si además ese Dios toma esa clase de represalias contra los seres humanos, sólo demuestra tener sentimientos de odio, de sed de venganza, despotismo salvaje y falta de misericordia. Y un Dios así no es digno de tal nombre y en cualquier caso sus cualidades son contradictorias con las que en otros lugares y momentos se atribuyen a ese mismo Dios. 
3) “Por todos los collados del desierto llegan los devastadores, porque el Señor empuña una espada devastadora, de un extremo al otro de la tierra; no hay paz para nadie”[55].
De nuevo Jeremías manifiesta su desbordada imaginación para presentar a Yahvé empuñando “una espada devastadora, de un extremo al otro de la tierra”. Se trata de un Dios terrorífico que siembra la destrucción y la muerte. Un Dios nuevamente contradictorio con aquél que manda amar a los propios enemigos. Y, sin embargo, para los dirigentes de la secta católica se trata del mismo Dios, pues Yahvé es Dios y Jesús también, al margen de que procuren ocultar tal contradicción escondiendo al Dios de Jeremías, ignorándolo en las diversas lecturas de sus ceremonias, para que todos crean que su Dios es un Dios de amor y bondad, al margen de que también Jesús amenaza y castiga a la mayor parte de la humanidad con el fuego eterno al que muy pocos escapan pues pocos son los escogidos.   
4) “Entonces el Señor me dijo:
    -No intercedas a favor de este pueblo. Aunque ayunen, no escucharé su súplica; aunque ofrezcan holocaustos y ofrendas, no los aceptaré; con espada, hambre y peste los exterminaré”[56].
Comentario: Aquí de nuevo tenemos el Dios de Jeremías, pero con el matiz añadido de rechazar cualquier acto de misericordia aunque se le ofrezcan sacrificios. De nada sirve el arrepentimiento. La cólera de este Dios no tiene límite y sólo busca satisfacerse mediante el sufrimiento y la muerte de quien la haya provocado y, en muchos casos, también de su descendencia. Es un Dios colérico, pero penoso por su propia amargura. Es un loco, un sádico insaciable. ¿Es ése es el Dios tan bueno, que tanto nos quiere, el Dios al que hay que adorar?  
5) “El Señor es un Dios celoso y vengador; el Señor es vengador, su ira es terrible. El Señor se venga de sus adversarios, guarda rencor contra sus enemigos”[57].
Y aquí el Dios de Nahum, similar al de Jeremías, un Dios vengador, que no ofrece la otra mejilla y que “guarda rencor contra sus enemigos” en lugar de perdonarlos. Ese Dios, desde luego, no es amor, aunque tampoco lo son ninguno de los que aparecen en la Biblia pues todos amenazan, hieren y castigan, unos con la muerte terrenal, otros con el fuego eterno del infierno. Así que en el fondo es lógico que digan que se trata de un mismo Dios, pues todos coinciden en su afán de venganza, una venganza descomunal e insaciable.  
        Una peculiaridad del absurdo despotismo de Yahvé, el “Dios justo y misericordioso” (?) de Israel, se manifiesta igualmente en pasajes como los siguientes:
-“El Señor castigó a la gente de Bet Semes porque habían mirado el arca del Señor; hirió a setenta hombres de entre ellos”[58].
- “Entonces el Señor se encolerizó contra Uzá; lo hirió por haber tocado el arca con la mano, y allí mismo murió delante de Dios”[59].
En estos pasajes y al margen de la absurda desproporción de este castigo por “el delito” (?) cometido por “la gente de Bet Semes” o por Uzá, lo que llama la atención es que una simple mirada al arca de la alianza o el hecho de haberla “tocado” para impedir que cayera al suelo -es decir, una acción buena, pues buena era la intención-, sean motivos de la fulminante ira divina, esa ira de aquel Dios que después, bajo la figura de Jesús, diría aquellas otras palabras, tan contradictorias con esta represalia tan absurda,
“Dejad que los niños vengan a mí”[60].
¿Cómo es posible esta actuación tan despótica y absurda en un Dios del que a la vez se dice que es omnipotente y amor infinito? Evidentemente de nuevo la explicación de estos pasajes tan irracionales se encuentra en el sencillo hecho de que si Yahvé era amor infinito, no pudo der el causante de tanta barbarie injusta, mientras que, si realizó tales actos criminales, no se puede decir de él que sea amor infinito. Parece evidente, como en tantos otros casos, que fueron los sacerdotes judíos, quienes, movidos por su ambición de dominio y control sobre su pueblo se presentaban ante él como los únicos intermediarios del pueblo con Yahvé, alegando que habían sido elegidos por el propio Yahvé entre los descendientes de la tribu de Leví. Implantado tal estatus especial, trataban de impedir por todos los medios que el pueblo pudiera familiarizarse de algún modo con aquellos objetos, como el arca de la alianza, que en teoría se encontraban especialmente ligados a Yahvé y, así, para que el pueblo pudiera hacerse una idea del carácter terrible de su Dios, tomaron “en su nombre” aquellas represalias tan absurdas contra la gente de Bet Semes, sólo por haber mirado el arca, y contra Uzá, por haber tocado el arca de la alianza, a pesar de haberlo hecho para evitar que cayese al suelo.
Sin embargo, la secta católica dice que nos encontramos ante “la palabra de Dios”, y que, por ello, fue el propio Dios quien tuvo esa actuación criminal tan coherente (?) con su amor infinito.
Son tan abundantes los pasajes bíblicos en los que Yahvé se muestra como un Dios amenazante, colérico, déspota, implacable y asesino que tratar de exponer y de comentar la larga serie de pasajes en que este Dios se muestra con tales cualidades sería una labor ingente que, sin embargo, apenas aportaría alguna novedad al estudio de estas cuestiones. Por ello y para completar la exposición de lo ya tratado en el apartado anterior, se añaden a continuación algunos otros pasajes especialmente representativos junto con el comentario correspondiente:
“Así dice el Señor todopoderoso: […] Así que vete, castiga a Amalec y consagra al exterminio todas sus pertenencias sin piedad; mata hombres y mujeres, muchachos y niños de pecho, bueyes y ovejas, camellos y asnos”[61].
Comentario: La brutalidad de Yahvé se muestra de nuevo mezclada con actuaciones de extrema crueldad irracional. ¿Qué sentido tiene esa matanza de “hombres y mujeres, muchachos y niños de pecho, bueyes y ovejas, camellos y asnos”. ¿Dónde se esconde la bondad de Yahvé? Está reservada exclusivamente para los hijos de Israel, y eso sólo mientras se encuentra de buen humor, porque tampoco tiene escrúpulos a la hora de provocar matanzas contra ellos por no haberle sido suficientemente fieles.    
“Dad gracias al Señor […] porque es eterno su amor […] Dad gracias al Señor de los señores […] Al que hirió a los primogénitos de Egipto, porque es eterno su amor”[62].
Comentario: Se trata de un texto paradójico en apariencia, pues en él se dice que el amor de Yahvé es eterno, pero se justifica tal afirmación con el argumento de que hirió [es decir, mató] a los primogénitos de Egipto. La única explicación de tales palabras del salmista es que habla del amor de Yahvé a los israelitas, pero no del amor de Yahvé a los egipcios o a cualquier otro pueblo. Pero lo que es el colmo del sadismo es que se diga que el amor de Yahvé es eterno porque mató a los primogénitos de Egipto, teniendo en cuenta que tales primogénitos no tenían culpa ninguna por la actitud de su faraón, impidiendo que los judíos marchasen de Egipto, y que la acción de Yahvé –o, mejor, la de quienes escribieron el correspondiente pasaje bíblico- habría sido injusta y despótica, y lo más contrario al amor.    
“Un hombre de Dios llegó donde estaba el rey de Israel, y le dijo:
    -Así dice el señor: Los sirios dicen: “El Señor [Jehová] es Dios de las montañas, pero no de los valles”. Pues bien, los entregaré en tu poder, para que sepáis que yo soy el Señor […] Al séptimo día se entabló la lucha, y los israelitas mataron en un solo día cien mil sirios de a pie”[63].
Comentario: ¡Con cuánta facilidad mata Yahvé a cien mil sirios para demostrar a su pueblo qué Dios es el más poderoso! ¡Vaya desprecio por la vida de quienes adoran a otros dioses! ¡Vaya Dios más déspota! Pero, claro está, como en todas las ocasiones hay que recordar que Yahvé es sólo un invento de la clase sacerdotal judía que dice o hace aquello que en cada momento considera más conveniente para controlar y dominar a su pueblo amenazándole con el “coco” Yahvé, que hará con ellos lo mismo que con los sirios en el caso de que se desmanden y se les ocurra adorar a otros dioses, es decir, en el caso de que dejen de hacer aquello que los sacerdotes les ordenan como si fuera Yahvé quien lo hubiese ordenado.
“Aquella misma noche, el ángel del Señor vino al campamento asirio e hirió [= mató] a ciento ochenta y cinco mil hombres. Cuando se levantaron por la mañana, no había más que cadáveres”[64].
Comentario: Y ahora les toca a los asirios: Ciento ochenta y cinco mil en una sola noche. Aunque en esta ocasión el propio Yahvé no se mancha las manos directamente sino que envía a su “ángel exterminador”. Yahvé cumple con la parte de su pacto impuesto: Mata a los enemigos de su pueblo para que éste tenga la seguridad de que su Dios es el más poderoso y de que siéndole fieles, les irán mucho mejor las cosas. De nuevo tras el nombre de Yahvé se esconden los sacerdotes judíos que utilizan este montaje para manipular mejor al pueblo de Israel.
“Pecaj, hijo de Romelías, mató en un solo día ciento veinte mil guerreros valerosos de Judá: todo por haber abandonado al Señor, el Dios de los antepasados”[65].
Comentario: Precisamente en este último texto se cumple lo indicado en el comentario anterior. Si antes la matanza se había dirigido contra los enemigos de Israel, ahora se dirige contra su propio pueblo, contra quienes habían abandonado a Yahvé. La cuestión principal es la de tener controlado al pueblo y esto se consigue de una de esas dos maneras, o bien ejerciendo la fuerza contra sus enemigos, o bien ejerciéndola contra su propio pueblo. Evidentemente quien ejerce esa fuerza no es el pobrecito Yahvé, que ni siquiera existe, ni tampoco su “ángel exterminador”, otra invención para el momento, sino los sacerdotes judíos que aterrorizan al pueblo con amenazas y con historias de terror para que se mantenga fiel y obediente a las órdenes de Yahvé, es decir, a las de los sacerdotes que dicen hablar en su nombre.
“Voy a barrerlo todo de la superficie de la tierra, oráculo del Señor. Barreré hombres y ganados, barreré aves del cielo y peces del mar; haré perecer a los malvados, eliminaré a los hombres de la superficie de la tierra, oráculo del Señor”[66].
Comentario: Una nueva barbaridad, más propia, sin duda, de un psicópata que de un Dios. Es de una destructividad total y más irracional de lo que pudiera imaginarse: Yahvé creó el mundo y creó al hombre, y, en aquel famoso momento, “vio Dios que era bueno”. Es decir, quedó satisfecho de su obra, Además, por su omnipotencia y su predeterminación programó  los hombres para que hicieran todo aquello para lo que él les había programado. Y, sin embargo, ahora le viene la ocurrencia de renegar de cualquier ser vivo de su creación, incluido el propio ser humano. A pesar de que anteriormente cuando casi lleva a cabo esta misma decisión y sólo deja vivos a Noé y a su familia, promete que nunca más volverá a realiza una salvajada semejante.  
 “…y exterminaré por completo a todos los habitantes de la tierra”[67].
Comentario: Yahvé –o, mejor, los sacerdotes judíos del momento- insiste en la misma amenaza. De nuevo el antropomorfismo de hablar de un Dios que se arrepiente de haber creado al hombre y que se propone aniquilarlo, aunque, según parece, finalmente se arrepintió de tal decisión. ¡Qué muestra de amor infinito y eterno más admirable! Pero eso del “amor” es una mera cuestión lingüística. Se trata de cómo definamos el término “amor” si queremos hacer compatibles las acciones y sentimientos divinos con el calificativo que se le da cuando se dice “Dios es amor”.
“El Señor los consumirá [a sus enemigos] con su ira y el fuego los devorará. Tú borrarás su estirpe de la tierra, y su raza de en medio de los hombres”[68].
Comentario: Aquí la ira divina se dirige exclusivamente a sus enemigos. Los sacerdotes judíos han comprendido por fin que una amenaza universal no tiene demasiado sentido y sobre todo no es útil para sus propósitos de control sobre el pueblo, pues si Yahvé va a destruir a su creación sin distinción alguna entre quienes le siguen y quienes siguen a otros dioses, ¿de qué sirve obedecerle y ofrecerle sacrificios? Pero, evidentemente, esta nueva actitud de Yahvé sigue muy alejada del cumplimiento de su propio precepto de amar a los enemigos. Se mantiene, pues, la contradicción interna en los escritos bíblicos. 
“El Señor está a tu derecha; aplasta a los reyes el día de su ira; juzga a las naciones, amontona cadáveres, quebranta cabezas a lo ancho de la tierra”[69].
Comentario: Parece que quien está a la derecha del Señor es el rey David, pero eso es secundario. Lo esencial es su acción exterminadora frente a todo el que no esté con él o con su siervo. ¡Qué obsesión! ¿Qué puede importarle a un Dios, que nada necesita, que los hombres le sigan o se alejen de él? Es como si yo me situase delante de un hormiguero y fuera matando a todas las hormigas que no me hicieran alguna señal de respeto y sumisión. ¡Vaya estupidez!
a) “Haz bien al humilde y no des al malvado; niégale el pan […] Que también el Altísimo odia a los pecadores y se venga del malvado”[70].
b) “[Dijo el Señor] Dirás: Esto dice el Señor: Aquí estoy contra ti; desenvainaré la espada y mataré a inocentes y culpables”[71].
Comentario: Como en otras ocasiones, en el texto a quien refleja las palabras divinas afirma claramente que Dios “odia a los pecadores” y “se venga del malvado”. Así que no se debe identificar a Yahvé con un Dios amor infinito sin incurrir en contradicción. ¿Qué Dios vendría o enviaría a su hijo para morir y así redimir a los hombres del pecado si al mismo tiempo se dice de ese Dios que “odia a los pecadores” y que “se venga del malvado”. ¡Vaya preocupaciones le atribuyen a Dios los inventores de estas fábulas! Un Dios que se rebaja a odiar a quienes no pueden causarle la más mínima molestia, ¡con lo desagradable que resulta además vivir con odio! ¡Un Dios que se venga, como si alguien hubiera podido dañarle y como si la venganza, conducta irracional propia de humanos primitivos, resolviera algo del mal causado! Cada vez que se escriben disparates de esta clase, atribuyéndolos a Dios, se le está insultando con el mayor de los atrevimientos. Parafraseando a Stendhal, se podría decir que la única excusa para quienes los escribieron es que ese Dios no existe –y ellos escribieron lo que quisieron acerca de él precisamente porque fueron ellos quienes lo crearon para controlar y dominar al pueblo.
Y por lo que se refiere al texto b no requiere apenas comentario: ¿Qué clase de Dios es ése que castiga a todos con la muerte, sin distinguir entre inocentes y culpables?
En relación con la idea de la omnipotencia e impasibilidad divina tiene especial interés hacer referencia a dos pasajes del libro de Job en los que parece que se atisba ya esa idea. Se dice en el primer pasaje:
“¿Acaso te causa perjuicio mi pecado…?”[72],
Y, en efecto, el autor de esta interesante obra parece advertir que, siendo consecuentes con la idea de un Dios omnipotente, es un tanto presuntuoso por parte del hombre pensar que sus pecados pueden causar un perjuicio a Dios y que, por ello mismo, no parece tener sentido que Dios quiera vengarse del hombre por su mal comportamiento –y mucho menos vengarse de Job, que era un siervo fidelísimo-.
“¿Qué saca el Poderoso con que tú seas justo? ¿Qué gana con tu conducta íntegra?”[73]
Y lo mismo hay que decir de este segundo texto, aunque en este caso no por los pecados sino por las virtudes del hombre, pues tampoco éstas pueden influir en Dios para bien o para mal, ya que su omnipotencia y su inmutabilidad le sitúan más allá de las posibilidades humanas de alterarle lo más mínimo, provocando en él cambios de humor o de sentimientos -alegría, tristeza, cólera, sed de venganza-.
Por otra parte, hay algún momento en la Biblia en que se dice que Yahvé desaprueba su propia actitud tan absurdamente vengativa. En efecto se dice en 2 Crónicas:
“Pero [Amasías] no mató a los hijos de los asesinos, conforme a lo prescrito por el Señor en el libro de la ley de Moisés: “No morirán los padres por culpa de los hijos, ni los hijos por culpa de los padres. Cada uno morirá por su propio pecado”[74].
Tal prescripción –que no aparece de modo explícito en la ley de Moisés- representa un importante progreso por lo que se refiere a la formación de una moral con más sentido común que la que defiende el castigo de la propia descendencia “hasta la tercera y la cuarta generación”, pero por ello mismo está en contradicción implícita con la serie de ocasiones en que Yahvé actúa de ese modo tan absurdamente vengativo y también con la absurda doctrina del “pecado original”, según la cual toda la humanidad nace con dicho pecado y, por ello mismo, heredando la culpa de Adán y Eva, doctrina que, según creo, no aparece hasta Pablo de Tarso.
3. Yahvé, Dios de Israel y de la secta católica, un Dios asesino de niños inocentes, bárbaro y cruel en grado extremo.
La crueldad y barbarie de Yahvé –o, más exactamente, la de sus sacerdotes que le dieron tales cualidades- se presentan de un modo insuperablemente refinado cuando se ejercen contra ancianos y especialmente contra niños inocentes, lo cual sucede en no pocas ocasiones, como algunas que se señalan a continuación:
“El Señor mandó contra ellos [contra Israel] al rey de los caldeos, que mató a espada a sus jóvenes en el santuario mismo, sin perdonar a nadie, ni muchacho ni doncella, ni anciano, ni anciana: Dios entregó a todos en su poder”[75].
Comentario: Tal como ya se ha observado antes, la matanza divina –por la mediación del rey de los caldeos- se ejerce contra su propio pueblo en general, “sin perdonar a nadie”, como si los delitos pudieran ser colectivos en lugar de ser individuales. Se trata de nuevo del comportamiento de un sádico tipo Calígula, pero el control sobre el pueblo exige que los sacerdotes lo aterroricen con estos “castigos divinos” que no son otra cosa que derrotas humanas sufridas por el pueblo de Israel. Y, como los sacerdotes no pueden decir a su pueblo que Yahvé les ha abandonado y que por eso ha sido derrotado, lo que dicen es que el pueblo ha abandonado a Yahvé y que por eso Yahvé les ha castigado con esa derrota y esas muertes indiscriminadas.
“David dijo a Natán:
    -He pecado contra el Señor.
Entonces Natán le respondió:
    -El Señor perdona tu pecado. No morirás. Pero, por haber ultrajado al Señor de este modo, morirá el niño que te ha nacido […] Al séptimo día murió el niño”[76]
Comentario: Aquí Yahvé sólo mata a un niño recién nacido, pero el texto tiene interés por diversos motivos: En primer lugar, porque el pecador que ha provocado el castigo divino ha sido el rey David. ¿Qué importancia tiene eso? Pues que los sacerdotes que forjan tal montaje, como no están en condiciones de asesinar al rey David para recuperar el poder que habían perdido con la llegada de los reyes a partir del rey Saúl, aprovechan la muerte de un hijo de David para decir que Yahvé le ha castigado matando a ese hijo, lo cual evidentemente es una barbaridad. Sin embargo el pueblo está acostumbrado a que tales barbaridades, supuestamente debidas a la voluntad de Yahvé, le parezcan absolutamente naturales, pues los hijos sólo representan una prolongación de los padres que pueden servir para pagar por los pecados de aquellos, no teniendo ningún valor por ellos mismos. También tiene interés subrayar el machismo que implica la afirmación según la cual el niño le ha nacido a David, no a la madre del niño, que no pinta nada.
“[Así dice el Señor todopoderoso, Dios de Israel, en relación a su propio pueblo] Les haré comer la carne de sus hijos y de sus hijas, y se devorarán unos a otros en la angustia del asedio y en la miseria a que los reducirán los enemigos que buscan matarlos”[77].
Comentario: El pecado de su pueblo por el que Jahvé toma venganza es, como en tantas ocasiones, el de haber adorado a otros Dioses. El castigo, sin embargo, es de una dureza tan extrema que les condena a tener que comerse a sus propios hijos e hijas y a devorarse unos a otros. Como es de suponer, el castigo divino es un invento de los sacerdotes de Israel o de quien escribió este relato, pero muy posiblemente se basó en sucesos reales relacionados con las guerras de aquellos tiempos en los que los asedios podían conducir a tales barbaridades. En cualquier caso lo típico de estas descripciones sus inventores se suelen basar en un hecho real en relación con el cual fabrican una causa relacionada con la actuación de Yahvé para beneficiar o para perjudicar al pueblo según que el suceso que deban explicar sea beneficioso o perjudicial para Israel, de manera que si es beneficioso eso significa que Yahvé ha querido premiarles su fidelidad, mientras que si el suceso ha sido perjudicial eso significa que Yahvé estaba enfadado y les ha castigado. Sin embargo, de acuerdo con la dogmática de la secta católica, la Biblia expresa la palabra de Dios y, en consecuencia, los cristianos deben asumir que Dios castigaba con actos de canibalismo, despreciando la vida de seres inocentes, como los niños y niñas pequeños. ¡Qué Dios tan bondadoso y misericordioso! ¿Quién podría amar y adorar a semejante monstruo?  
“Oráculo contra Babilonia que Isaías, hijo de Amós, recibió en una visión: […] El Señor y los instrumentos de su furia vienen desde una tierra lejana, desde los confines del cielo; vienen para devastar la tierra. Dad alaridos, el día del Señor se acerca, vendrá como devastación del Devastador […] Al que encuentren lo atravesarán, al que agarren lo pasarán a espada. Delante de ellos estrellarán a sus hijos, saquearán sus casas y violarán a sus mujeres. Pues yo incito contra ellos a los medos […] sus arcos abatirán a los jóvenes, no se apiadarán del fruto de las entrañas ni se compadecerán de sus hijos”[78].
Comentario: Nos encontramos aquí con uno de los pasajes bíblicos que presentan al Dios más terrorífico que pueda imaginarse, donde el Señor y los instrumentos de su furia vendrán a devastar a Babilonia. Y Yahvé advierte de la serie de atrocidades que va a realizar a través de los medos, que son el instrumento con el que materializará sus amenazas: Muerte para todo el que encuentren, muerte violenta para sus hijos, que morirán estrellados contra el suelo o contra lo que sea, con el odio brutal que sugieren esas muertes absurdas y de modo particular el modo según el cual se producirán. Acciones divinas más allá de toda moral y de cualquier atisbo de amor. Odio irracional a todos los seres humanos de Babilonia. Incluso Yahvé establece que “violarán a sus mujeres”. No se trata de que simplemente lo advierta o profetice. Es él quien decide que suceda convirtiendo en lícito y sagrado lo que normalmente se juzga como criminal. Y por lo tanto es él quien hace todo aquello que a la vez prohíbe. Simplemente porque esa es su voluntad y porque de ese modo se desahoga de su ira. No es un Dios de amor, es el Dios del odio más macabro y tiránico. Y, para completar este cuadro criminal, advierte que él incita a los medos contra los babilonios y establece que aquéllos “abatirán a los jóvenes, no se apiadarán del fruto de las entrañas ni se compadecerán de sus hijos”. Es decir, no se trata sólo de matar a jóvenes y a niños sino incluso de asesinar a niños todavía no salidos del vientre de su madre. ¡Y ésa orden implacable la da ése al que llaman “el Dios del amor”, el Dios de la secta católica que ahora reprueba el aborto como un crimen horrendo, a pesar de que tal acción se realice sobre agrupaciones celulares que sólo potencialmente podrían considerarse humanas de modo similar al que podrían considerar humanos un espermatozoide o un óvulo. ¡Cuánta hipocresía hay en esa gente que condena el aborto pero a la vez se despreocupa de los niños nacidos en el seno de una familia sin recursos para poder atender al normal desarrollo de esos niños!
Todos podemos imaginar, de acuerdo con el simple sentido común, que tales acciones no pudieron ser mandadas por un Dios y que, si sucedieron, en tal caso fueron aprovechadas sin escrúpulo por quienes escribieron este macabro relato para atribuírselas a su Dios con la intención de que el pueblo conociera hasta donde podía llegar la cólera de este Dios si se le provocaba con alguna muestra de infidelidad. Sin embargo, para los dirigentes de la secta católica nos encontramos ante “la palabra de Dios”, de un Dios veraz que habría inspirado este relato. ¡A ver quién es capaz de mostrar la compatibilidad de este Dios con el Dios del amor y de la misericordia infinitas!
Como ejemplo de otros pasajes relevantes que van por esta misma línea, pueden verse los siguientes:    
a) “Y el Señor me [a Jeremías] dijo: […] Y aquellos a quienes ellos profetizan serán tirados por las calles de Jerusalén, víctimas del hambre y de la espada; no habrá quien los sepulte, ni a ellos ni a sus mujeres ni a sus hijos; yo haré recaer sobre ellos su maldad”[79].     
b) “El Señor me habló así:
-No te cases; no tengas hijos ni hijas en este lugar. Porque así dice el Señor de los hijos e hijas que nazcan en este lugar, de las madres que los den a luz y de los padres que los engendren: Morirán cruelmente; no serán llorados ni enterrados, sino que quedarán como estiércol sobre la tierra; perecerán a espada y de hambre, y sus cadáveres serán pasto de las aves del cielo y de las bestias de la tierra.
Así dice el Señor: No entres en una casa donde hay duelo; no vayas al duelo ni les des el pésame, porque yo retiro de este pueblo, oráculo del Señor, mi paz, mi misericordia y mi compasión. Grandes y pequeños morirán en esta tierra sin ser enterrados ni llorados”[80].
c) “Por eso, así dice el Señor: […] Por tus prácticas idolátricas haré contigo [con Israel, su pueblo] lo que nunca he hecho y jamás volveré a hacer: los padres se comerán a sus hijos, y los hijos a sus padres”[81].
d) “Y pude oír lo que [el Señor] dijo a los otros:
-Recorred la ciudad detrás de él, matando sin compasión y sin piedad. Matad a viejos, jóvenes, doncellas, niños y mujeres, hasta exterminarlos”[82].
e) “[Moisés dijo a los comandantes de su tropa] ¿Por qué habéis dejado con vida a las mujeres? Fueron ellas precisamente las que, siguiendo el consejo de Balaán, sedujeron a los israelitas, apartándolos del señor […] Matad, pues, a todos los niños varones y a todas las mujeres que hayan tenido relaciones sexuales con algún hombre”[83].
Comentario: Estos pasajes tienen en común el salvajismo con el que se mata a los niños y el desprecio salvaje con el que se trata a ancianos, mujeres y niños, que en ningún caso aparecen como responsables de nada sino sólo como una propiedad de los hombres, y, por ello mismo, se les aplica igualmente la cólera y la arbitrariedad despótica de Yahvé, que no es otra que la de los sacerdotes de Israel, que fueron los inventores de estos relatos, basados o no hasta cierto punto en sucesos reamente brutales propios de aquellos pueblos en aquella época, aunque para los dirigentes de la secta católica se trata de sucesos reales ocurridos por la voluntad de Yahvé.
El texto b refleja cruelmente el temor de los sacerdotes a que su pueblo se una a otros pueblos, pues tal posibilidad podría venir acompañada de una adopción de nuevos dioses y de un abandono de los propios. Ese temor les lleva a amenazar a su pueblo diciéndole: “…así dice el Señor de los hijos e hijas que nazcan en este lugar, de las madres que los den a luz y de los padres que los engendren: Morirán cruelmente; no serán llorados ni enterrados, sino que quedarán como estiércol sobre la tierra; perecerán a espada y de hambre, y sus cadáveres serán pasto de las aves del cielo y de las bestias de la tierra”. Resulta por ello asombroso, que, viendo cuál había sido la actuación tan criminal de Yahvé, los dirigentes actuales de la secta católica no se escandalicen por las atrocidades divinas y aparenten escandalizarse ante quienes reclaman el derecho al aborto de agrupaciones celulares que sólo potencialmente son humanas.
El texto c tiene la inefable brutalidad de algunos otros textos en los que Yahvé determina el canibalismo de padres contra hijos y de hijos contra padres. En la actualidad acciones como ésa serían objeto de la mayor reprobación, pero, siendo Yahvé quien las ordena, son plenamente respetables y santas. Pero, ¿cómo un Dios inmutable puede aceptar como santas aquellas mismas acciones que prohíbe como infames?
Igualmente el texto d, en el que Yahvé ordena matar sin compasión y sin piedad representa la actitud contraria respecto a las virtudes que en otros momentos defiende y por las que se le suele caracterizar a él mismo: La compasión y la piedad. Y, para colmo, ordena que no se tenga compasión ni piedad nadie: “Matad a viejos, jóvenes, doncellas, niños y mujeres, hasta exterminarlos”. ¡Otra muestra sublime de la bondad, de la misericordia y del amor infinito de Yahvé! ¡¿Cómo es posible que se pueda seguir aceptando una religión tan absurda y contradictoria?!
Finalmente en el texto e es el propio Moisés quien ordena que se mate a todas las mujeres extranjeras y a todos los niños nacidos de su unión con hombres judíos, no por motivos racistas sino por temor a la contaminación religiosa por la cual la descendencia de tales relaciones dejase de adorar a Yahvé para adorar a los dioses de sus madres. ¡Solución lógica evidente!: ¡Matar a los niños y a sus madres! Pero, ¿es ésa la religión del amor?              
Entre los abundantísimos pasajes donde pueden observarse otras actuaciones de Yahvé que siguen esta misma línea de crueldad despótica tienen especial interés los que aparecen en Números, 14:29-30, 14:32-36, 16:20-21, 17:6-11, 27:12-14, Deuteronomio, 28:49-68, 2 Reyes, 9:6-10... y Apocalipsis.
4. Yahvé, el Dios de Israel y de la secta católica, es un Dios celoso hasta el punto de matar sin piedad a quien adore a otros dioses.
En efecto, hay otra serie de pasajes, igualmente recurrentes en el Antiguo Testamento, en los que Yahvé se muestra como Dios de los ejércitos, que protege a su pueblo y destruye a sus enemigos, pero a cambio le exige que cumpla su pacto (?) de fidelidad y no adore a otros dioses, pues Yahvé
“es un Dios celoso”[84],
que, por ello mismo, ordena fidelidad absoluta a su pueblo Israel prohibiéndole que adore a otros dioses. Y, como en tantas otras ocasiones, la infidelidad a Yahvé es severa y arbitrariamente castigada, según vemos en los pasajes siguientes, “hasta la tercera y la cuarta generación”:
a) “No tendrás otros dioses fuera de mí […] porque yo, el Señor tu Dios, soy un Dios celoso, que castigo la maldad de los que me aborrecen en sus hijos hasta la tercera y cuarta generación”[85].
b) “No te postrarás ante ellos ni les darás culto, porque yo, el Señor tu Dios, soy un Dios celoso, que castigo la maldad de los hombres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación”[86].
c) “Pasado un año, el ejército de Siria atacó a Joás, penetró en Judá y Jerusalén, mató a todos los jefes del pueblo y llevó todo su botín al rey de Damasco. El ejército invasor era poco numeroso; pero el Señor entregó en sus manos un ejército mucho mayor, porque habían abandonado al Señor”[87].
d) “Y el Señor me dijo [a Jeremías]: […] Y aquellos a quienes ellos profetizan [es decir, aquellos que creen en esos falsos profetas y les consultan para que les hagan profecías] serán tirados por las calles de Jerusalén, víctimas del hambre y de la espada; no habrá quien los sepulte, ni a ellos ni a sus mujeres ni a sus hijos; yo haré recaer sobre ellos su maldad”[88].
e) “[Elías envía un escrito a Jorán en el que le avisa de que Dios tomará venganza por haber adorado a otros dioses:] “Por eso el Señor va a descargar sobre tu pueblo, tus hijos, tus mujeres y tu hacienda una gran calamidad”[89].
f) “Israel se estableció en Sitín y el pueblo se entregó al desenfreno con las moabitas. Estas los invitaron a los sacrificios de sus dioses, y el pueblo comió y se postró ante ellos […] Entonces el Señor dijo a Moisés:
    -Reúne a todos los jefes del pueblo y cuélgalos ante el Señor, cara al sol, para que la cólera del Señor se aparte de Israel.
    Moisés dijo a los jueces de Israel:
    -Matad a todos los que hayan dado culto al ídolo de Peor.
[…] Los que habían muerto por el castigo sumaban veinticuatro mil”[90].
    “Ellos me abandonaron, quemando incienso a otros dioses, y me irritaron con su conducta perversa. Pues bien, mi ira arderá contra este lugar y no se apagará.”[91].   
 g) “Pasado un año, el ejército de Siria atacó a Joás, penetró en Judá y Jerusalén, mató a todos los jefes del pueblo y llevó todo su botín al rey de Damasco. El ejército invasor era poco numeroso; pero el Señor entregó en sus manos un ejército mucho mayor, porque habían abandonado al Señor”[92].
h) “El Señor, su Dios, lo entregó [a Ajaz] en poder del rey de Siria […] También lo entregó en poder del rey de Israel, que le infligió una gran derrota. En efecto, Pecaj, hijo de Romelías, mató en un solo día ciento veinte mil guerreros valerosos de Judá: todo por haber abandonado al Señor, el Dios de sus antepasados”[93].
4.1. …aunque algunas veces Yahvé se arrepiente de sus actos, lo cual no es propio de un Dios.
Son también algo frecuentes los pasajes en los que se presenta a Dios arrepintiéndose de sus propias acciones. El hecho de arrepentirse, entendido como la toma de conciencia de no haber actuado del mejor modo posible y de la decisión de actuar de un modo mejor en el futuro es comprensible en un ser imperfecto como lo es el ser humano, pero es contradictorio con la idea de un ser perfecto como lo sería Dios, que por ser perfecto, nunca actuaría de manera equivocada, por lo que no tendría nada de que arrepentirse. Sin embargo, en la Biblia aparecen diversos pasajes en los que Dios “se arrepiente”de algunas de sus acciones, por lo que reconoce que no es perfecto, es decir, que no es ese Dios del que habla la secta católica:
a) “Aplaca el ardor de tu ira y arrepiéntete de haber querido hacer el mal a tu pueblo […] Y el Señor se arrepintió del mal que había querido hacer a su pueblo”[94]
 Este pasaje tiene la peculiaridad de que ni siquiera es el propio Dios quien se arrepiente por propia iniciativa sino que es Moisés quien le convence para que no destruya a su pueblo, como si su Dios, llevado por una ira ciega, fuera incapaz por sí mismo de calibrar el daño que tenía intención de cometer. Es absurdo, pero es la supuesta “palabra de Dios”, tantas veces contradictoria.
b) “El Señor envió la peste desde la mañana hasta el tiempo fijado, y murieron desde Dan hasta Berseba setenta mil hombres del pueblo. Cuando David vio al ángel que azotaba al pueblo, dijo al Señor:
    -Soy yo quien ha pecado, pero el pueblo es inocente. Castígame a mí y a mi familia.
Entonces el Señor se retractó del mal y dijo al ángel que exterminaba al pueblo:
    -Basta; que cese el castigo”[95].
También aquí Dios se arrepiente –o se retracta- de su bárbara matanza, pero no repara el daño injustamente causado. Además, llama la atención que Dios, a pesar de su supuesta omnisciencia, sólo se entere de que el pueblo es inocente porque se lo dice David y no porque su sabiduría sea infinita, por lo que en este texto, en contradicción con muchos otros, Yahvé ni es perfecto ni omnisciente.
c) “[Los judíos] no exterminaron a los pueblos como el Señor les había ordenado, sino que se mezclaron con los paganos, y aprendieron sus prácticas: dieron culto a sus ídolos, que fueron la causa de su ruina, e inmolaron sus hijos e hijas a demonios. Derramaron sangre inocente, la sangre de sus hijos y sus hijas, que inmolaron a los ídolos de Canaán. […] Por eso el Señor se enfureció contra su pueblo y llegó a aborrecer su heredad […] Pero […] recordó su alianza con ellos, se arrepintió por su gran amor”[96].
De nuevo aquí aparece la idea de que Dios se arrepiente de su enfurecimiento contra su pueblo, aunque en este caso no llega a aplicarle ningún castigo. En cualquier caso la idea de que todo un Dios inalterable, un Dios que es y no cambia, se enfurezca por lo que los seres humanos hagan o dejen de hacer, como si el hombre tuviera capacidad para alterar la eterna paz divina, sigue siendo un ejemplo de antropomorfismo propia de aquellos tiempos en los que era la fantasía más que la razón y la experiencia la que jugaba un papel esencial a la hora de crear todo el mundo mágico de los espíritus, de los dioses y de los demonios.
El texto es también significativo porque, al igual que en otros muchos casos, lo que refleja realmente es la preocupación de los sacerdotes judíos por impedir que su pueblo adorase a otros dioses, lo cual repercutiría muy negativamente en el negocio material que habían montado, engañando a su pueblo para obtener de él todos los bienes y riquezas de que disfrutaban, y en una pérdida del enorme poder político que tenían a partir del argumento de que ellos eran meros aunque privilegiados transmisores de las órdenes de Yahvé a su pueblo.
d) “Yo [el Señor] pensaba derramar sobre ellos mi furor en el desierto y exterminarlos [al pueblo de Israel]. Pero cambié de propósito para que mi nombre no fuese profanado ante las naciones que habían visto cómo los saqué de Egipto. En el desierto les juré solemnemente que no los llevaría a la tierra destinada para ellos […] porque habían despreciado mis mandamientos y no habían puesto en práctica mis preceptos […] y su corazón se había ido detrás de sus ídolos. Sin embargo, me compadecí de ellos, y no los aniquilé ni acabé con ellos en el desierto”[97].
De nuevo un “Dios inmutable”, en contradicción consigo mismo, “cambia de propósito”. Sin embargo, en cuanto Dios sería eterno, sería igualmente intemporal, lo cual significa que su pensamiento y su voluntad –si es que tuviera sentido atribuirle pensamiento o voluntad alguna- serían igualmente eternos e inmutables. Pero la Lógica no era una prioridad entre los sacerdotes de Israel, pues el pueblo tampoco estaba en condiciones de pedir cuantas a su Dios de los motivos de sus actos ni de las causas de su volubilidad.
A continuación se presentan algunos otros pasajes antropomórficos que van por esta misma línea, mostrando a un Dios voluble que se arrepiente de sus actos:
e) “Pensaba descargar mi furor y desahogar mi ira contra ellos en el desierto. Pero me contuve y cambié de propósito”[98].
f) “Al ver Dios lo que hacían y cómo se habían convertido, se arrepintió y no llevó a cabo el castigo con que los había amenazado”[99].
El antropomorfismo de este pasaje es múltiple, pero destaca en particular que Yahvé se arrepienta del castigo que iba a infligir al ver que se habían convertido, lo cual es una manera implícita de reconocer que Yahvé desconocía el futuro, es decir, que desconocía si se convertirían o no hasta que de hecho se produjo su conversión. Así pues, Yahvé no era omnisciente y, si no lo era entonces, no tiene sentido que ahora la secta católica afirme que sí lo es, teniendo en cuenta que a la vez dicen que Dios es inmutable.
g) “Pues así dice el Señor todopoderoso: […] he cambiado de parecer, y he decidido tratar bien a Jerusalén y a Judá”[100].
De nuevo aquí se muestra el carácter voluble de Yahvé, que se contradice con su perfección e inmutabilidad. Además, el texto g sugiere incluso que de algún modo el cambio de actitud de Yahvé no está motivado por otra cosa que por su propia voluntad, lo cual, aunque parece propio de un Dios en cuanto sus acciones no pueden estar subordinadas a nada externo a él mismo, sugiere también la idea de un Dios arbitrario que actúa de acuerdo con su voluntad, pero sin que las acciones humanas, buenas o malas, influyan en sus decisiones de castigar o de perdonar. Y, en efecto esto fue lo que escribió Pablo de Tarso, diciendo:
“…las decisiones divinas no dependen del comportamiento humano, sino de Dios”[101].
5. En contradicción con su teórica inmutabilidad, Yahvé es un Dios voluble.
Del mismo modo que los anteriores “arrepentimientos” de Yahvé son una muestra de su volubilidad, igualmente lo son aquellos otros momentos en los que se encoleriza contra su pueblo o contra los enemigos de su pueblo. En definitiva, cualquier cambio en la “estabilidad emocional” de Yahvé es una prueba de que es un Dios “débil” en cuanto está sometido a cambios de humor por motivos ajenos a su propia voluntad, suponiendo que Dios, un ser perfecto en posesión de todo lo deseable, pudiera tener voluntad. A lo largo de estas páginas se ha hecho referencia a infinidad de momentos en los que Yahvé actúa movido por sentimientos simplemente humanos, como si las acciones u omisiones de los hombres pudieran afectarle en algo, lo cual sería absolutamente impropio de ese Dios.



[1] Éxodo, 33:2-3.
[2] Números, 28:1-2.
[3] Éxodo, 6:7.
[4] Éxodo, 19:5.
[5] Éxodo, 20:3.
[6] Éxodo, 29:45.
[7] Levítico, 26:7.
[8] Levítico, 26:12.
[9] Números, 35:34.
[10] Levítico, 26:27-33.
[11] Génesis, 15:18-21. En Nehemías se refleja un pasaje similar a éste y se dice: -“Tú, Señor, eres el Dios que elegiste a Abrán […] Viste que su corazón te era fiel e hiciste una alianza con él. Prometiste darle, a él y a su descendencia, la tierra de los cananeos, hititas, amorreos, pereceos, jebuseos y guergueseos” (Nehemías, 9: 7-8).
[12] Baruc, 2:35.
[13] Eclesiástico, 44: 19-23.
[14] Ezequiel, 37:26.
[15] Ageo, 2:5.
[16] Levítico, 26:27-33.
[17] Génesis, 6: 4.
[18] Génesis, 19: 5.
[19] Deuteronomio, 7:6.
[20] Deuteronomio, 7:7-8.
[21] Deuteronomio, 10:15.
[22] Deuteronomio, 14:2.
[23] 1 Samuel, 12:22.
[24] 2 Samuel, 7:23-24.
[25] 1 Reyes, 6:13.
[26] Amós, 3:2.
[27] Amós, 9:14.
[28] 2 Macabeos, 1:25.
[29] Salmos 47:2-5.
[30] Jeremías, 31:1.
[31] Zacarías, 2:12.
[32] Ezequiel, 37:26. 
[33] Mateo, 15:22-28.
[34] La cursiva es mía.
[35] Salmos, 137: 8-9.
[36] Eclesiástico 36:1-8.
[37] Deuteronomio, 5:7.
[38] Deuteronomio, 12:29-31.
[39] Josué, 23:16.
[40] Deuteronomio, 11:22-25.
[41] Isaías, 14:24.
[42] Eclesiástico, 36:1-8.
[43] Números, 25:1-9.
[44] Salmos, 106: 34-45.
[45] Deuteronomio, 10:17.
[46] 2 Reyes, 19:15.
[47] Salmos 95:3-7.
[48] 1 Reyes, 28-29.
[49] Éxodo, 33:19.
[50] Éxodo, 20:3-5.
[51] Éxodo, 34:7.
[52] Números, 31:15-17.
[53] Jeremías, 13:13-14.
[54] Jeremías, 9:6-10.
[55] Jeremías, 12:12.
[56] Jeremías, 14:11-12.
[57] Nahum, 1:2.
[58] 1 Samuel, 6:19.
[59] 1 Crónicas, 13:10.
[60] Marcos, 10:14.
[61] 1 Samuel, 15:3.
[62] Salmos, 136:1-10.
[63] 1 Reyes, 20:28.
[64] 2 Reyes, 19:35. Curiosamente en Isaías 37:36. En muchos oros pasajes, como en Ezequiel, 32:12, pueden verse más ejemplos de actuaciones divinas parecidamente destructivas.
[65] 2 Crónicas, 28:6.
[66] Sofonías, 1:2.
[67] Sofonías, 1:18.
[68] Salmo 21:10-11.
[69] Salmo 110:5-6. En Salmos, 145:20 y en muchos otros lugares se insiste en una idea similar.
[70] Eclesiástico, 12:5-6.
[71] Ezequiel, 20:8.
[72] Job, 7:20.
[73] Job, 22:3.           
[74] 2 Crónicas, 25:4.
[75] 2 Crónicas, 36:17.
[76] 2 Samuel, 12:13-18.
[77] Jeremías, 19:9.
[78] Isaías, 13:1-18.
[79] Jeremías, 14:14,
[80] Jeremias, 16:1-4.
[81] Ezequiel, 5:8-9.
[82] Ezequiel, 9:5-6.
[83] Números, 13:15-17.
[84] Deuteronomio, 4:24.
[85] Éxodo, 20:3-5. En otros muchos pasajes, como Deuteronomio, 4:24, se insiste de manera obsesiva en esta misma exigencia: -“No tendrás otros dioses fuera de mí” (Deuteronomio, 4:24).
[86] Deuteronomio, 5:9-10.
[87] 2 Crónicas, 24:23.
[88] Jeremías, 14:14-16.
[89] 2 Crónicas, 21:14.
[90] Números, 25:1-9.
[91] 2 Reyes, 22:17-20.
[92] 2 Crónicas, 24:23.
[93] 2 Crónicas, 28:5-6.
[94] Éxodo, 32:12-14.
[95] 2 Samuel, 15-17. En 1 Crónicas, 21:14, se repite este pasaje de manera más concisa, aunque se refiere evidentemente al mismo suceso narrado en 2 Samuel.
[96] Salmos, 106:34-45.
[97] Ezequiel, 20:14-17.-
[98] Ezequiel, 20:21-22.
[99] Jonás, 3:10.
[100] Zacarías, 8:14-15.
[101] Romanos, 9:11. Posteriormente Tomás insistió en esta misma doctrina a fin de defender la omnipotencia divina frente a la libertad humana.