Yahvé,
Dios
de Israel y de la secta católica
Antonio
García Ninet
Doctor
en Filosofía
En los siguientes pasajes se pone
de manifiesto que, en líneas generales y quizá con alguna excepción, el Dios de
que se habla en el Antiguo Testamento no es un Dios universal sino un Dios tribal, que se preocupa por su
pueblo, Israel, alejando –o destruyendo en muchos otros momentos- a los pueblos
que representen un peligro para él. Tiene interés observar igualmente que ese
Dios es tan imperfecto que ni siquiera tiene seguridad en sí mismo respecto al
autodominio de sus actos, hasta el punto de que renuncia a acompañar a su
pueblo porque “acabaría con vosotros en el camino”:
“Mandaré
mi ángel delante de ti y desalojaré a los cananeos, amorreos, hititas,
pereceos, jeveos, y jesubeos […] Sin embargo, yo no iré contigo, porque sois un
pueblo obcecado y acabaría con vosotros en el camino”[1].
El texto siguiente refleja
descaradamente –como en tantas otras ocasiones- los intereses y ambiciones
materiales de los sacerdotes judíos,
que piden a su pueblo toda una serie de bienes “para su Dios”, aunque
evidentemente son para su exclusivo disfrute, pues ¿de qué iban a servirle a su
Dios? Está claro que éste no habría tenido necesidad alguna de las ofrendas,
alimentos y sacrificios que aquí se exigen, ya que por su omnipotencia y
perfección debía de poseerlos todos y no podía necesitar ni depender de las
ofrendas de su pueblo. Sin embargo, tanto entonces como ahora, la ingenuidad
del pueblo determina que los sacerdotes de las diversas religiones –y en este
caso la judía y sobre todo la de la secta
católica- se sigan enriqueciendo por las constantes limosnas de sus
fieles así como por los robos directos –por ejemplo, “inmatriculando” bienes a
su nombre aquí en España en cuanto inexplicablemente las leyes se lo permiten-
o indirectos, que cometen sus dirigentes chantajeando a los gobiernos de los
países donde tienen influencia política y social para que éstos le den una
parte considerable de los impuestos que el pueblo paga para fines que nada
tienen que ver con el enriquecimiento insaciable de los jefes de la secta católica:
“El Señor dijo a
Moisés:
-Di a los israelitas: No os olvidéis de
presentarme a su tiempo las ofrendas que me pertenecen, mis alimentos y
sacrificios por fuego de suave aroma para mí”[2].
1.
Yahvé, un dios tribal, que ama a su pueblo, destruye a quienes se le oponen, y
no es, ni mucho menos, un Dios único y universal.
En efecto, se
dice en Éxodo:
“Os tomaré para
que seáis mi pueblo, y yo seré vuestro Dios; entonces conoceréis que yo soy el
Señor, vuestro Dios, el que os libró de la opresión egipcia”[3].
Otros
pasajes que insisten en esta misma idea, aunque en ocasiones con algún matiz
digno de ser comentado, son los siguientes:
“…si me
obedecéis y guardáis mi alianza, vosotros seréis el pueblo de mi propiedad
entre todos los pueblos”[4].
“No tendrás
otros dioses fuera de mí”[5].
“Habitaré en
medio de los israelitas y seré su Dios”[6].
“Perseguiré a
vuestros enemigos, y éstos caerán a espada delante de vosotros”[7].
“Viviré
en medio de vosotros; seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo”[8].
“No
profanéis la tierra que habitáis, en medio de la cual habito yo también, pues
yo soy el Señor, que habito en medio de los hijos de Israel”[9].
El fragmento que sigue es ya
especialmente duro, amenazando al pueblo de Israel con terribles consecuencias
en el caso de que no cumpla con las supuestas “condiciones del pacto” impuesto
por él, condiciones que no se nombran en el momento en que se supone que dicho
pacto o alianza se produce, y muestra a un Dios brutal y lleno de crueldad, lo
cual representa la antítesis del Dios al que el cristianismo considera como
amor infinito. El Dios de este pasaje no tiene escrúpulos en amenazar a su
pueblo advirtiéndole de que, si no le obedece, le hará comer la carne de sus
hijos y llegará a detestarle, con las consecuencias que ello implica. Pero la
idea de que Dios llegue a imaginar una salvajada tan bestial -que los padres
tengan que comer la carne de sus hijos- así como la de que vaya a detestarles y
a perseguirles con la espada es contradictoria con la de su amor infinito de la
que se habla igualmente en otros pasajes de la Biblia:
“Si
a pesar de todo esto no me obedecéis y seguís obstinados contra mí […] Comeréis
la carne de vuestros hijos y de vuestras hijas […] amontonaré vuestros
cadáveres sobre los cadáveres de vuestros ídolos y os detestaré […] os
dispersaré entre las naciones y os perseguiré con la espada desenvainada”[10].
Esta serie de textos están estrechamente
relacionados entre sí y por su trascendencia merecen un comentario especial.
En
efecto, en Éxodo 6:7 se dice
claramente: “Os tomaré para que seáis mi pueblo, y yo seré vuestro Dios”.
¿Qué
importancia tienen estas palabras? Pues realmente una importancia esencial,
pues a lo largo de la Biblia se habla
de una alianza entre Dios y el pueblo
de Israel. Pero, ¿qué clase de alianza es ésta? Como puede verse por los textos
citados, aquí lo que hay es una simple imposición supuestamente divina más que
un pacto o una alianza por la que el pueblo de Israel se haya comprometido a
aceptar a Yahvé como “su Dios” a cambio de la ayuda que éste le concede para
escapar de la esclavitud a que los egipcios le tenían sometido, a cambio de que
Yahvé les siga protegiendo en el futuro y a cambio de la “tierra prometida”,
pues en ningún momento Abraham se pronuncia acerca de la propuesta (?) de
Yahvé.
Pues,
efectivamente, aunque es cierto que en Génesis
aparece un diálogo entre Yahvé y Abraham en referencia a esa especie de
alianza, hay que puntualizar, en primer lugar, que las promesas de Yahvé son
tales que resulta fácil suponer que Abraham las habría aceptado. Sin embargo,
lo que también es verdad es que Abraham en ningún momento de ese encuentro
asiente formalmente a la propuesta-imposición de Yahvé-. En segundo lugar, hay
que decir que tal “alianza” habría tenido un valor nulo en cuanto a la hora de
la verdad Yahvé introduce en la práctica, posteriormente a dicho encuentro, una
cláusula que para nada aparece en su “negociación” con Abraham: Se trata de que
no le dice que, si el pueblo de Israel incumple la fidelidad que deberá
mantenerle, él actuará de forma despótica contra él, matando y destruyendo sin
piedad a justos y pecadores hasta que su ira se aplaque. Y, en tercer lugar,
hay que decir igualmente que, incluso en el caso de que Abraham hubiera
aceptado formalmente tal “alianza”, ésta se habría producido entre Yahvé y
Abraham, pero no entre Yahvé y el pueblo de Israel por los siglos de los siglos
amén, pues la decisión de Abraham no tenía por qué ligar al resto de su pueblo
ni a su descendencia. Sin embargo, el sentimiento de unidad tribal y de pueblo
debía de ser tan intenso en aquellos tiempos que, al parecer, se consideró con
toda naturalidad que un supuesto pacto entre Yahvé y Abraham obligaba a todo su
pueblo, como si éste fuera una simple prolongación suya y como si las personas
careciesen de importancia tomadas individualmente, de forma que su libre
decisión para ratificar o para anular aquel dudoso pacto no mereciese ser
tomada en cuenta.
Tiene
igualmente un interés especial señalar cómo en el texto de Éxodo, 19:5 se dice de manera igualmente clara y explícita que
Yahvé será el Dios de Israel entre todos
los pueblos. Es decir, se dice con claridad que Yahvé no pretende ser un
Dios universal, protector de todos los pueblos o de la humanidad en general,
sino exclusivamente de ese pequeño pueblo de Asia occidental, rodeado de tantos
otros pueblos con sus respectivos Dioses protectores, cuya existencia no sólo
no se niega sino que llega a reconocerse de manera explícita, tal como se verá
más adelante.
En
cualquier caso se dice en Génesis que
Yahvé habla a Abraham y le ofrece la llamada “tierra prometida”:
“Aquel
día hizo el Señor una alianza con Abrán en estos términos:
-A tu descendencia le daré esta tierra,
desde el torrente de Egipto hasta el gran río, el Eufrates: quineos, quineceos,
cadmeos, hititas, pereceos, refaítas, amorreos, cananeos, guergueseos y
jebuseos”[11].
Las referencias a esta alianza aparecen en otros pasajes como
los siguientes:
“Yo
haré con ellos [Israel, Judá] una alianza eterna, para que yo sea su Dios, y
ellos sean mi pueblo; y no volveré a expulsar a mi pueblo Israel de la tierra
que les di”[12].
“Abrahán
fue ilustre padre de muchos pueblos, y no hubo quien lo superara […] Por eso
Dios le prometió con juramento bendecir a las naciones de su descendencia,
multiplicarlo como el polvo de la tierra, exaltar como las estrellas su linaje
[…] La bendición de todos los hombres y la alianza las hizo descansar sobre la
cabeza de Jacob; lo confirmó en sus bendiciones, le dio la tierra en herencia,
la dividió en porciones y la repartió entre las doce tribus”[13].
“Haré con ellos [con el pueblo de Israel] una
alianza de paz, una alianza eterna […] Pondré en medio de ellos mi morada, yo
seré su Dios y ellos serán mi pueblo”[14].
Son muchas las
ocasiones en que se insiste en la idea de que la alianza se produce
exclusivamente entre Yahvé y el pueblo de Israel, pero no entre Yahvé y la
humanidad en general, a pesar de que el pasaje que narra el encuentro de Yahvé
con Abraham no contenga ninguna fórmula que sugiera que en tal encuentro se
haya producido pacto alguno. Es evidente en cualquier caso que los dirigentes
de la secta católica modificaron el sentido de aquella supuesta alianza para
darle un valor nuevo, no tribal sino “católico”, universalista, que es el especialmente
defendió Pablo de Tarso, y el que ayudó en una importante medida a que la secta
católica, separada de la religión judía, se convirtiera en “la multinacional
religiosa” con mayor poder económico, político y social de todo el planeta.
También tiene cierto
interés señalar la contradicción según la cual en algún momento se olvide que
la supuesta alianza se realiza en esta entrevista de Yahvé con Abraham y se
diga que se originó al producirse la liberación de los judíos del dominio
egipcio, al margen de que sea cierto que en dicha entrevista Yahvé incluya
entre sus promesas la de liberar a Israel de los egipcios mucho tiempo después
–en lugar de impedir que fueran esclavizados-. Así sucede en Ageo, donde se dice:
“Siguen
en pie los términos de la alianza que hice con vosotros cuando salisteis de
Egipto”[15],
olvidando
que dicha alianza se habría establecido con Abraham mucho tiempo antes de
aquella liberación respecto a Egipto.
Por otra parte, en Salmos, 105:44-45, se dice:
“[Yahvé]
les dio [a los judíos] las tierras de los paganos, les hizo heredar las
riquezas de las naciones, para que guardasen sus mandamientos, y cumpliesen sus
leyes. ¡Aleluya!”,
lo cual implica plantear de forma clara la alianza
en términos de lo que Kant llamaría “imperativo hipotético”, de carácter no
moral, ya que el cumplir con mandamientos y leyes se presenta no como un deber
absoluto sino como un simple estímulo condicionante del comportamiento del
pueblo judío, quien deberá cumplir los mandamientos divinos para que Yahvé les dé la “tierra
prometida”, despreciando el derecho de sus anteriores ocupantes a vivir en ella
y decidiendo que los ejércitos judíos exterminen a la mayor parte de ellos.
En
cualquier caso, más que de un pacto o de una alianza se trata de una promesa
que Yahvé hace a Abraham y que éste acepta, pues, viniendo de Yahvé, no parecía
que pudiera tener sino aspectos positivos. Como Yahvé les había librado de Ur y
ahora prometía a Abraham que en el futuro liberaría a su pueblo de la opresión
egipcia y además le ofrecía tierras para que su pueblo se estableciera en ellas
de manera definitiva, era lógico que Abraham no pusiera objeción alguna a dicho
ofrecimiento. A cambio el pueblo de Israel debía aceptar a Yahvé como “su Dios”
y rechazar a cualquier otro Dios que, por la influencia de otro pueblo,
pretendiera obtener de ellos algún tipo de respeto y de obediencia. Pero lo que
Yahvé no comunicó a Abraham en aquella comunicación, fundamento de la supuesta
“alianza”, fue la serie de terribles y crueles represalias que tomaría en el
caso de que Israel no le mantuviese la fidelidad exigida. Y, estas bárbaras
amenazas, al menos según los textos bíblicos, serían constantes y se cumplirían
en muy numerosas ocasiones, como la ya señalada:
“Comeréis
la carne de vuestros hijos y de vuestras hijas […] amontonaré vuestros
cadáveres sobre los cadáveres de vuestros ídolos y os detestaré […] os
dispersaré entre las naciones y os perseguiré con la espada desenvainada”[16].
En otros pasajes, como los
siguientes, se insiste en esta misma idea de la estrecha y exclusiva unión
entre Yahvé y el pueblo de Israel y en su obsesión por que su pueblo no adore a
otros Dioses. Respecto al conjunto de estos pasajes tiene interés comentar
algunos en particular por las ideas que expresan y por las que se deducen de
ellos, pues por una parte se habla de la alianza, pero además se habla de la
exaltación de Israel como único pueblo al que Dios ha elegido, de la recompensa
divina, de los castigos a su pueblo si cae en la tentación de adorar a otros
Dioses, de la misma existencia de esos otros dioses, entre los cuales se
considera que Yahvé es el más poderoso, o del paso de esta consideración, por
la que –al igual que en otros lugares de la Biblia-
acepta la existencia de otros dioses a la afirmación de que Yahvé es el único
Dios.
a) Respecto a las referencias al
simple establecimiento de la alianza,
además de los a señalados, puede hacerse referencia a los siguientes:
a1) “Yo establecí con ellos mi alianza,
prometiéndoles la tierra de Canaán”[17].
a2) “Si me obedecéis y guardáis mi alianza,
vosotros seréis el pueblo de mi propiedad entre todos los pueblos, porque toda
la tierra es mía”[18].
Los Salmos en general insisten continuamente en esta idea de la alianza
de Yahvé con Israel, mediante la cual Yahvé les salvó de la opresión egipcia.
Comentario: En primer lugar, es
realmente absurdo el antropomorfismo de este Dios por su interés –simplemente
humano- en establecer una alianza, un pacto o un contrato con el pueblo de
Israel, como si él fuera a obtener alguna ganancia por dicho pacto o como si
fuera a perder algo por no realizarlo.
En
segundo lugar, es evidente por lo anterior que quienes estaban realmente
interesados en dicho pacto no eran otros que los sacerdotes judíos, que
embaucan a su pueblo en nombre de Yahvé, para que este obedezca todas las
órdenes que reciban de ellos en cuanto se presentan como los intermediarios
entre Yahvé y su pueblo, como si Yahvé no hubiese tenido suficiente poder como
para hablar directamente a cada uno de los individuos de Israel sin necesidad
de intermediarios que hubieran podido tergiversar sus palabras –como de hecho
hicieron, no porque las falsearan sino porque sencillamente fueron esos
sacerdotes quienes crearon a su Dios, al ver el suculento negocio que había en
las organizaciones religiosas de los demás pueblos.
Y,
en tercer lugar, es igualmente antropomórfica y absurda la idea de que un Dios
pueda sentir predilección por un pueblo frente a todos los demás –al margen de
que con el transcurso del tiempo dicho Dios –o, más exactamente, sus
sacerdotes- llegasen a presentarlo finalmente como un Dios único y universal,
lo cual implica, por otra parte, una contradicción con las anteriores
referencias a dicho Dios así como con las del concepto de Dios entendido como
un “ser perfecto”, al que se ha hecho referencia en el capítulo 1 de esta obra.
b) Respecto a la glorificación del pueblo de Israel que
tal pacto implica pueden mencionarse entre otros los pasajes siguientes:
b1)
“Porque tú eres un pueblo consagrado al Señor tu Dios, para que seas el pueblo
de su propiedad entre todos los pueblos que hay sobre la superficie de la
tierra”[19].
b2)
“El Señor se fijó en vosotros y os eligió […] por el amor que os tiene y para
cumplir el juramento hecho a vuestros antepasados”[20].
b3)
“Sin embargo, sólo en tus antepasados se fijó el Señor, y esto por amor”[21].
b4)
“El Señor tu Dios te ha elegido para ser su pueblo entre todos los pueblos de
la tierra”[22].
b5)
“El Señor, en efecto, ha querido hacer de vosotros su pueblo”[23].
b6)
“¿Existe en la tierra un pueblo que sea como tu pueblo Israel, al que Dios
mismo haya venido a rescatar para hacerlo su pueblo, para hacerlo famoso, para
realizar en su favor grandes y terribles prodigiosos, expulsando a las naciones
y a sus dioses delante de tu pueblo, a quien rescataste para ti de Egipto? Has
consolidado a tu pueblo Israel y lo has hecho tu pueblo para siempre, y tú,
Señor, te has convertido en su Dios”[24].
b7)
“Habitaré en medio de los hijos de Israel y no abandonaré a mi pueblo Israel”[25].
b8)
“De todas las familias de la tierra sólo a vosotros os elegí”[26].
b9)
“Yo cambiaré la suerte de mi pueblo Israel […] Yo los plantaré en su tierra y
nunca más serán arrancados de la tierra que yo les di, dice el Señor tu Dios”[27].
b10)
“Tú libras a Israel de todo mal; elegiste a nuestros antepasados y los
consagraste a ti”[28].
b11)
“¡Pueblos todos, aplaudid; aclamad a Dios con voces de júbilo! Porque el Señor
[…] es el rey de toda la tierra. Él nos somete los pueblos, y nos subyuga las
naciones. Él escogió nuestra heredad, orgullo de Jacob, su amado”[29].
b12) “En aquel tiempo, oráculo del Señor, yo
seré el Dios de todas las familias de Israel, y ellas serán mi pueblo”[30].
b13)
“Porque así dice el Señor todopoderoso […]: “El que os toca a vosotros toca la
niña de mis ojos” ”[31].
b14)
“Haré con ellos [con el pueblo de Israel] una alianza de paz, una alianza
eterna […] Pondré en medio de ellos mi morada, yo seré su Dios y ellos serán mi
pueblo”[32]
Posteriormente, ya en el Nuevo
Testamento, la idea de que la alianza va destinada exclusivamente al pueblo de
Israel aparece en las palabras atribuidas al propio Jesús, tal como se narra en
el evangelio de Mateo:
b15) En relación
con una mujer cananea –es decir, no judía- que fue a pedirle a Jesús el favor
de que liberare a su hija del demonio que la poseía,
“[Jesús]
respondió:
-Dios me ha enviado sólo a las ovejas
perdidas del pueblo de Israel.
Pero ella fue,
se postró ante Jesús y le suplicó:
-¡Señor, socórreme!
Él respondió:
-No está bien tomar el pan de los hijos
para echárselo a los perrillos.
Ella replicó:
-Eso es cierto, Señor, pero también los
perrillos comen las migajas que caen de la mesa de sus amos.
Entonces Jesús
le dijo:
-¡Mujer, qué grande es tu fe! Que suceda lo
que pides.
Y desde aquel
momento quedó curada su hija”[33].
Comentario: En primer lugar hay que decir que la
serie de pasajes citados –en especial los pasajes b1, b3, b4, b5, b8, elimina cualquier duda acerca de la absoluta
predilección exclusiva de Yahvé por el pueblo de Israel, lo cual no encaja para
nada con la idea de un Dios universal que “ama infinitamente” a toda su
creación.
En segundo lugar tiene interés señalar cómo en
diversos libros de la Biblia la
existencia de Yahvé no se presenta como
excluyente de la existencia de otros dioses, tal como en este caso se
refleja en el pasaje b6. Pero la doctrina posterior de las diversas religiones
–y entre ellas la de la secta católica- ha ido evolucionando hacia un
planteamiento monoteísta, por lo que en los planteamientos bíblicos habría una
contradicción entre aquellos en que se defiende la existencia de los diversos
Dioses tribales y aquellos en los que se defiende la existencia de un Dios
único.
En tercer lugar los
pasajes b6, b11 y b13 tienen el interés de mostrarnos el matiz político y
militar de tal alianza en cuanto Yahvé se presenta como la fuerza de Israel
que, por una parte, alejará o destruirá a los enemigos que intenten dañarla y,
por otra además, no conformándose con esa labor puramente defensiva, se
convierte además en una fuerza agresiva que fomenta y anima a la expansión y al
dominio de Israel sobre los demás pueblos, tal como se dice en el pasaje b11: “Él
nos somete los pueblos, y nos subyuga las naciones”. Resulta por ello
escandaloso comprobar la mentira de la secta católica al olvidar o silenciar el
carácter guerrero de ese Dios en favor de Israel y tan alejado de un Dios
universal, de amor y de paz, como el que luego se intentó presentar.
Finalmente tiene
interés hacer una referencia especial al pasaje b15 por diversos motivos: En
primer lugar porque en dicho pasaje –al igual que en otros que se mencionarán
en el capítulo correspondiente- se reconoce de manera implícita que Jesús no es
Dios sino sólo que Dios le ha enviado.
Aceptando la hipótesis de que Jesús fuera Dios, la frase “Dios me ha enviado”
equivaldría a la frase “Dios ha enviado a Dios”, la cual carece de sentido. Y,
en segundo lugar porque este pasaje, a pesar de que en él Jesús hace una
excepción a su misión haciendo finalmente el favor que le pide la mujer
cananea, después de comparar al pueblo de Israel con los propios “hijos” y a
los pueblos no judíos con “perrillos”, afirma abiertamente:
“-Dios me ha
enviado sólo a las ovejas perdidas
del pueblo de Israel”[34],
lo
cual es una manera de insistir en el carácter tribal de ese Dios, tal como se
había defendido en múltiples pasajes del Antiguo Testamento.
b16) “Capital de
Babilonia, criminal, dichoso el que te pague el mal que nos has hecho, dichoso
el que agarre a tus hijos y los estrelle contra la roca”[35].
b17) “…Despierta tu furor, derrama tu ira,
destruye al adversario, aniquila al enemigo […] Tu fuego vengador devore a los
que queden, y perezcan los que oprimen a tu pueblo”[36].
Los textos
b15 y b16 no son
precisamente una muestra de amor y de compasión hacia los enemigos de Israel
sino una muestra de la sed de venganza de ese pueblo, que considera dichoso al
que “agarre a tus hijos y los estrelle contra la roca”, o que pide a Dios la
destrucción y la muerte de sus enemigos. Resulta difícil encontrar la
compatibilidad entre estos deseos y peticiones a Yahvé y la defensa de la
caridad, del perdón, de la misericordia, que en otros momentos se ha defendido
en los escritos bíblicos y en momentos y personajes concretos de la historia de
la secta católica. Realmente se trata de planteamientos contradictorios, pues
la sed de venganza y el odio son el extremo opuesto al perdón y al amor.
c) Por lo que se refiere a la exigencia de Yahvé a
Israel de que le guarde fidelidad y que no adore a otros dioses las referencias a esta cuestión son
constantes y, por ello, se mostrarán sólo algunos ejemplos:
c1) “No tendrás
otros dioses fuera de mí”[37].
c2) “Cuando el
Señor tu Dios haya aniquilado ante ti las naciones que vas a despojar; cuando
las hayas despojado y habites en sus dominios, ten cuidado para no caer en la
trampa siguiendo su ejemplo, una vez que ellas hayan desaparecido ante ti. No
busques, pues, a sus dioses diciendo “Yo también voy a dar culto a los dioses a
quienes esos pueblos daban culto”. No procederás así con el Señor tu Dios, ya
que nada hay más odioso y abominable para el Señor que lo que hacían estos
pueblos por sus dioses, pues incluso quemaban a sus hijos e hijas en honor de
sus dioses”[38].
c3) “Si rompéis la alianza que el Señor
vuestro Dios hizo con vosotros, dando culto a otros dioses y postrándoos ante
ellos, entonces se desatará la ira del Señor contra vosotros y muy pronto
desapareceréis de esta tierra buena que él os ha dado”[39].
Comentario: El texto
c1 tiene el interés especial, de que afirma de manera muy escueta pero
indudable la exigencia de Yahvé de ser el único Dios de Israel, pero tiene por
lo mismo el interés añadido de que tal exigencia va acompañada de un implícito
reconocimiento de la existencia de otros dioses a los que Israel no debe
someterse en ningún caso. Evidentemente esta preocupación por la actitud de
Israel respecto a los otros Dioses no proviene de nadie más que de los
sacerdotes judíos, obsesionados por mantener su poder y su control sobre su
pueblo, pues poco podía importar a Yahvé lo que Israel hiciera, ya que, siendo
Dios, debía ser inmutable e imperturbable, por lo que nada podía afectarle la
conducta de los judíos respecto a los demás dioses.
Igualmente el texto c2
insiste obsesivamente en esta misma idea de la exclusiva fidelidad de Israel a
Yahvé, pero haciendo referencia igualmente a la acción criminal divina,
aniquilando a los pueblos que habitaban la “tierra prometida” para entregarla a
Israel, cumpliendo así una parte de la promesa relacionada con su “alianza” con
Israel. En efecto, se dice al comienzo de dicho pasaje: “Cuando el Señor tu
Dios haya aniquilado ante ti las naciones que vas a despojar…” Y, de hecho, más
adelante el ejército de Israel conquista la “tierra prometida” aniquilando a
sus habitantes sin otra justificación que la fundamentada en aquel supuesto
regalo de su Dios, que, sin ninguna duda, no era otra cosa que un estímulo de
sus sacerdotes para que por encima de todo luchasen por conquistarla, con la
confianza de saber que su Dios les daría la victoria combatiendo a su lado. Un
argumento similar a ése sirvió posteriormente a los musulmanes para hacer su
“guerra santa” a mediante ella crear un imperio extraordinario. Y la misma
secta católica lo utilizó para justificar la conquista de América y la
aniquilación o esclavización de una gran parte de los nativos que no se
convertían a la nueva religión. Así que, mientras los pueblos se han ido
desangrando en sus luchas religiosas, el poder político, económico y social de
religiones como la secta católica ha ido creciendo de modo incesante gracias a
la ambición ya a la astucia de sus dirigentes y a la ineptitud e indiferencia
de las masas para sacudirse de encima la sarta de estupideces con que se les
adoctrina desde la infancia.
Finalmente el texto c3
representa una de las muchas amenazas con que Yahvé advierte a su “amado
pueblo” de que, si da culto a otros dioses, lo hará desaparecer de la tierra.
Evidentemente, la amenaza no proviene de nadie más que de los sacerdotes del
pueblo de Israel, que lo que exigen no es otra cosa que fidelidad a ellos
mismos y a sus órdenes, como supuestos trasmisores de la palabra de su
Dios.
d) Respecto a las promesas de Yahvé a Israel de defenderlo y de librarle de sus
enemigos puede hacerse referencia a los siguientes pasajes:
d1) “[Moisés les
dijo] si amáis al Señor vuestro Dios, seguís todos sus caminos y os adherís a
él, el Señor expulsará ante vosotros a todas estas naciones, aunque sean más
poderosas y fuertes que vosotros y os apoderaréis de sus posesiones. Los
lugares que piséis con la planta de vuestro pie serán vuestros: desde el
desierto hasta el Líbano, desde el río Éufrates hasta el mar Mediterráneo será
territorio vuestro. Nadie podrá resistir ante vosotros. El Señor vuestro Dios
sembrará delante de vosotros el pánico y el terror sobre toda la tierra en la
que piséis, como os ha dicho”[40].
d2) “Esto ha
jurado el Señor todopoderoso: […] Aplastaré a Asiria en mi tierra, la pisotearé
en mis montañas; su yugo dejará de oprimir a mi pueblo”[41].
d3) “…Despierta
tu furor, derrama tu ira, destruye al adversario, aniquila al enemigo […] Tu
fuego vengador devore a los que queden, y perezcan los que oprimen a tu pueblo”[42].
Comentario: El texto d1 insiste en la idea de que la
acción aniquiladora de Yahvé se extenderá contra los pueblos habitantes de la
“tierra prometida” de modo terrorífico: “El Señor vuestro Dios sembrará delante
de vosotros el pánico y el terror sobre toda la tierra en la que piséis”. Pero,
¿qué sentido de la justicia o de la misericordia habría en ese supuesto Dios,
que para favorecer a un pueblo lo hiciera a costa de destruir a los pueblos que
habitan la región que desea regalar a sus hijos predilectos? Desde luego es
difícil ver aquí la acción de un Dios bueno, justo y misericordioso en lugar de
ver la acción de tirano sin misericordia y sin sentido alguno de la justicia.
Además, ¿cómo posteriormente la secta católica pretendió presentar a su Dios,
identificado con ese mismo Dios judío, como Dios universal que amaba a todos
los seres humanos con un amor infinito? Parece que el cinismo de los fundadores
de esta secta sólo quedó superado por la simpleza y la ignorancia de quienes
les siguieron durante aquellos primeros años desde que apareció.
Los textos d2 y d3 son
nuevos ejemplos de los que tanto abundan en el Antiguo Testamento en los que
Yahvé amenaza con destruir a cualquier pueblo que pueda suponer una amenaza
para su propio y exclusivo pueblo Israel. El texto d3 tiene el interés de que
presenta a un Dios antropomórfico –como no podía ser de otra manera- del que se
espera que se enfurezca, se llene de ira, destruya y aniquile, y todo para
favorecer o para proteger a “su pueblo” Israel. Pero, ¿cómo defender la idea de
un Dios tan frágil que pueda quedar afectado en sus sentimientos o estados de
humor por los asuntos humanos? Y ¿cómo un Dios, tan exclusivamente pendiente de
Israel, podía luego convertirse en un Dios universal? Sólo los intereses
políticos y económicos de los dirigentes religiosos junto con la simpleza del
pueblo explica este cambio sobre el que los mismos cristianos de base todavía
no han reparado, a pesar de poder consultar la Biblia en cualquiera de sus innumerables ediciones.
e) Respecto a los castigos que Yahvé infiere a su pueblo Israel por haberse alejado
de él, adorando a otros dioses, dejo
para más adelante un exposición más amplia, pero señalo al menos un par de pasajes
similares a muchos otros que van por esta misma línea:
e1) “Israel se
estableció en Sitín y el pueblo se entregó al desenfreno con las moabitas.
Estas los invitaron a los sacrificios de sus dioses, y el pueblo comió y se
postró ante ellos […] Entonces el Señor dijo a Moisés:
-Reúne a todos los jefes del pueblo y
cuélgalos ante el Señor, cara al sol, para que la cólera del Señor se aparte de
Israel.
Moisés dijo a los jueces de Israel:
-Matad a todos los que hayan dado culto al
ídolo de Peor.
[…]
Los que habían muerto por el castigo sumaban veinticuatro mil”[43].
e2) “[Los
judíos] no exterminaron a los pueblos como el Señor les había ordenado, sino
que se mezclaron con los paganos, y aprendieron sus prácticas: dieron culto a
sus ídolos, que fueron la causa de su ruina, e inmolaron sus hijos e hijas a
demonios. Derramaron sangre inocente, la sangre de sus hijos y sus hijas, que
inmolaron a los ídolos de Canaán. […] Por eso el Señor se enfureció contra su
pueblo y llegó a aborrecer su heredad […] Pero […] recordó su alianza con
ellos, se arrepintió por su gran amor”[44].
Comentario: Se observa en estos pasajes cómo los
castigos más duros de Yahvé se ejercen contra Israel cuando cae en la tentación
de adorar a los dioses de otros pueblos, lo cual parece ser mucho más grave que
asesinar o realizar cualquier otro delito por muy grave que pueda parecer. Como
ya se ha indicado en otros momentos, la crueldad de los castigos contra la
idolatría no proviene de Yahvé, a quien poco podrían importarle las fantasías
de Israel, sino de sus sacerdotes que buscan por encima de todo mantener su
poder y su control absoluto sobre su pueblo.
En este pasaje se
muestra de nuevo el carácter tribal
del Dios de Israel a la vez que su carácter sanguinario, ligado a la exigencia
a su pueblo de que no adorase a otros dioses, pues fue él quien les salvó de su
opresión en Egipto y es con él con quien su pueblo, a través de Abraham, realizó
un pacto de fidelidad en el que se insiste en tantas ocasiones. El Dios de
Israel no es un Dios universal, pues no ama a los otros pueblos sino que exige
su destrucción en cuanto representen un peligro para la fidelidad de Israel a
Yahvé o simplemente en cuanto estén ocupando la tierra que Yahvé ha prometido a
su pueblo. Pero, evidentemente quienes piden y profetizan la destrucción de
estos pueblos son los sacerdotes judíos, que quieren mantener incontaminado y
fuera de peligro su dominio sobre su pueblo y por ello prefieren que su pueblo
no conozca los dioses de los otros pueblos a fin de evitar que sean seducidos
por las cualidades de sus respectivos Dioses y se olviden de Yahvé, es decir,
de pagar diezmos a los sacerdotes de su pueblo y de obedecerles en todo lo que
quieran mandarle.
f) Por lo que se refiere a la evolución final del
concepto de los sacerdotes judíos acerca de su Dios Yahvé, que en un primer
momento lo consideraron simplemente como uno más entre los Dioses de los diversos
pueblos hasta llegar a considerarlo como el
Dios más fuerte y poderoso entre todos ellos o, finalmente, como el único Dios, puede verse este momento
culminante, entre otros, en los siguientes pasajes:
f1) “…el Señor vuestro Dios es el Dios de los
dioses y el Señor de los señores; el Dios grande, fuerte y temible”[45].
f2) “[Ezequías
oró así:] –Señor, Dios de Israel, que te sientas sobre los querubines, tú eres
el Dios de todos los reinos de la tierra, tú has hecho el cielo y la tierra […]
Te suplico, Señor, Dios nuestro, que nos libres de su poder [del de los reyes
de Asiria], para que todos los reinos de la tierra sepan que tú, Señor, eres el
único Dios”[46].
f3) “Porque el
Señor es un Dios grande, rey poderoso más que todos los dioses […] Porque él es
nuestro Dios, y nosotros su pueblo”[47].
Comentario: Tiene interés señalar que mientras en f1
y en f3 se siga hablando de Yahvé como el Dios más poderoso entre todos los
Dioses, en f2 se llegue s decir de Yahvé que él es el único Dios, doctrina que
será la que permanecerá ya de modo definitivo en el Nuevo Testamento, pero
implicando una contradicción con las doctrinas del Antiguo, tan “palabra de
Dios” como las otras.
2.
Yahvé, un Dios déspota, cruel y asesino en grado superlativo.
Son igualmente muchas
las ocasiones en que Yahvé se muestra como un Dios arbitrario y sanguinario, lo
cual no es nada extraño en un Dios que no tiene ningún reparo en sembrar la
destrucción y la muerte por cualquier motivo insignificante o sin motivo alguno,
como sucede cuando castiga de ese modo a seres absolutamente inocentes, como en
especial a los niños. Veamos algunos ejemplos:
“El Señor dijo a
Elías, el tesbita:
-¿Has visto cómo Ajab se ha humillado ante
mí? Por haberse humillado ante mí, no lo castigaré mientras viva, sino que
castigaré a su familia en vida de su hijo”[48].
Comentario: Este pasaje muestra a un Dios arbitrario
e injusto que perdona a quien se humilla ante él, pero no por eso deja de
castigar, como si el castigo fuera una condición ineludible para anular una
culpa: En este caso y de modo absurdo el castigo se desvía y se aplicará a su
familia como si ella hubiera sido culpable de algo. El hecho de que se castigue a su familia sólo puede
entenderse un poco teniendo en cuenta que en aquellos tiempos la familia es una
simple posesión de Ajab, y, por eso,
Dios no hace nada injusto: simplemente destruye lo suyo. Este pasaje está en la
misma línea de muchos otros que presentan a Dios como un ser arbitrario y
déspota, pero está en contradicción con el que rechaza castigar a los hijos por
los pecados de los padres y, desde luego, con todos aquellos que hablan de Dios
como de un ser infinitamente misericordioso, que es doctrina oficial de la
secta católica en la actualidad.
Más adelante es el propio Yahvé quien defiende la
absoluta arbitrariedad de sus actos, que sólo obedecen a lo que le place y no a
un criterio moral previamente establecido y por encima de su voluntad
omnipotente:
“Yo protejo a
quien quiero y tengo compasión de quien
me place”[49].
Poco más adelante el mismo Yahvé advierte de que es
un Dios celoso, y, en consecuencia, añade:
“No tendrás
otros dioses fuera de mí […] porque yo, el Señor tu Dios, soy un Dios celoso,
que castigo la maldad de los que me aborrecen en sus hijos hasta la tercera y
cuarta generación”[50].
Las
amenazas de Yahvé con castigos aplicados “hasta la tercera y cuarta generación”
son especialmente abundantes y son una muestra del despotismo injusto de esta
divinidad, al margen de que haya algún momento en el que se defiende que los
hijos no pagarán las culpas de sus padres. De hecho en este mismo libro vuelve
a hablarse de Yahvé poco después diciendo
“…que castiga la
iniquidad de los padres en los hijos y nietos hasta la tercera y cuarta
generación”[51].
Otro de los muchos textos especialmente
sanguinarios, injustos y crueles del Dios de Israel, que es el mismo que el de
la secta católica, es el que, refiriéndose a Moisés, caudillo de su pueblo
nombrado por Yahvé, dirigiéndose a los comandantes de su tropa les dice:
¿Por qué habéis
dejado con vida a las mujeres? Fueron ellas precisamente las que, siguiendo el
consejo de Balaán, sedujeron a los israelitas, apartándolos del señor […]
Matad, pues, a todos los niños varones y a todas las mujeres que hayan tenido
relaciones sexuales con algún hombre”[52].
Llama
la atención en este texto comprobar con cuánta naturalidad Moises ordena la
muerte de mujeres y de “niños varones” considerando que ellas “sedujeron a los
israelitas, apartándolos del Señor”. De nuevo se observa aquí cómo el mayor
delito de judíos y no judíos es el que se relaciona con cualquier acción que
pueda alejar al pueblo de su sometimiento a Yahvé, es decir, de su sometimiento
a los sacerdotes del supuesto Yahvé. Las condenas a muerte por delitos de este
tipo se producen con suma facilidad y son frecuentes en grado extremo, tal como
puede verse con otros ejemplos especialmente representativos como los
siguientes:
1) “Así dice el
Señor. Voy a llenar de embriaguez […] a todos los habitantes de Jerusalén. Los
estrellaré unos contra otros, padres e hijos juntos, oráculo del Señor. Los
aniquilaré sin piedad, sin misericordia, y sin compasión”[53].
Comentario: Jahvé está hablando del pueblo de
Jerusalen, parte esencial del pueblo elegido y, sin embargo, no tiene reparos
en manifestar sus intenciones de aniquilarlo, sin hacer distinción alguna entre
culpables e inocentes del delito que haya podido causar su ira, pues en el
pasaje de Jeremías no se nombra. También dice “los estrellaré unos contra
otros, padres e hijos juntos”, tal como haría cualquier tirano cegado por un
odio incontrolable. Para completar el panorama el propio Yahvé señala que lo
aniquilará “sin piedad, sin misericordia, y sin compasión”, de manera que los
dogmas relacionados con el supuesto amor y misericordia infinitas de Dios
quedan contradichos por el propio Dios, quien tanto en este pasaje como en muchos
otros, proclama su odio y su falta de piedad y compasión contra sus enemigos o
contra quienes le traicionan.
Ante el escándalo que
algunos pudieran sentir por estas constantes muestras divinas de crueldad y de
falta de amor y de misericordia, convendría recordar que al fin y al cabo el
Dios del Nuevo Testamento sólo es mejor en apariencia, pues al margen de la
comedia de la encarnación, pasión y muerte de Jesús –de la que más adelante se
hablará- ese Dios que los dirigentes católicos tienden a presentar de un modo
tan bondadoso sigue castigando a sus enemigos todavía más duramente no sólo
privándoles de la vida, sino condenándolos a un fuego eterno en el que su
sufrimiento pueda prolongarse indefinidamente.
Por ello la
contradicción no se encuentra entre el odio del Dios del Antiguo Testamento y
el del Nuevo, sino entre este mismo Dios –o lo que de él escriben los diversos
escritores bíblicos- y la serie de doctrinas que, a pesar de lo ya señalado, se
empeñan en seguir hablando de un Dios que ama a los hombres con un amor
infinito.
2) “Por eso, así
dice el Señor todopoderoso: […] Convertiré a
Jerusalén en un montón de piedras, en una guarida de chacales; dejaré
desiertas y sin habitantes a las ciudades de Judá”[54].
Comentario: Como suele suceder en los escritos de
Jeremías, los motivos de la ira de Yahvé son confusos, pero casi siempre se
trata de un motivo relacionado con el hecho de que los israelitas han adorado a
otros dioses o que simplemente no le adoran como merece y se olvidan de él. En
teoría eso no debería ser motivo de preocupación ni de enfado para un Dios
inmutable cuyos sentimientos no deberían estar subordinados o condicionados por
la actitud de los hombres hacia él, pues un Dios cuyos sentimientos dependieran
en alguna medida del hombre, no sería inmutable e impasible y, en consecuencia,
no sería Dios. Pero, si además ese Dios toma esa clase de represalias contra
los seres humanos, sólo demuestra tener sentimientos de odio, de sed de
venganza, despotismo salvaje y falta de misericordia. Y un Dios así no es digno
de tal nombre y en cualquier caso sus cualidades son contradictorias con las
que en otros lugares y momentos se atribuyen a ese mismo Dios.
3) “Por todos
los collados del desierto llegan los devastadores, porque el Señor empuña una
espada devastadora, de un extremo al otro de la tierra; no hay paz para nadie”[55].
De
nuevo Jeremías manifiesta su desbordada imaginación para presentar a Yahvé
empuñando “una espada devastadora, de un extremo al otro de la tierra”. Se
trata de un Dios terrorífico que siembra la destrucción y la muerte. Un Dios
nuevamente contradictorio con aquél que manda amar a los propios enemigos. Y,
sin embargo, para los dirigentes de la secta católica se trata del mismo Dios,
pues Yahvé es Dios y Jesús también, al margen de que procuren ocultar tal
contradicción escondiendo al Dios de Jeremías, ignorándolo en las diversas
lecturas de sus ceremonias, para que todos crean que su Dios es un Dios de amor
y bondad, al margen de que también Jesús amenaza y castiga a la mayor parte de
la humanidad con el fuego eterno al que muy pocos escapan pues pocos son los escogidos.
4) “Entonces el
Señor me dijo:
-No intercedas a favor de este pueblo.
Aunque ayunen, no escucharé su súplica; aunque ofrezcan holocaustos y ofrendas,
no los aceptaré; con espada, hambre y peste los exterminaré”[56].
Comentario:
Aquí de nuevo tenemos el Dios de Jeremías, pero con el matiz añadido de
rechazar cualquier acto de misericordia aunque se le ofrezcan sacrificios. De
nada sirve el arrepentimiento. La cólera de este Dios no tiene límite y sólo
busca satisfacerse mediante el sufrimiento y la muerte de quien la haya
provocado y, en muchos casos, también de su descendencia. Es un Dios colérico,
pero penoso por su propia amargura. Es un loco, un sádico insaciable. ¿Es ése es
el Dios tan bueno, que tanto nos quiere, el Dios al que hay que adorar?
5) “El Señor es
un Dios celoso y vengador; el Señor es vengador, su ira es terrible. El Señor
se venga de sus adversarios, guarda rencor contra sus enemigos”[57].
Y
aquí el Dios de Nahum, similar al de Jeremías, un Dios vengador, que no ofrece
la otra mejilla y que “guarda rencor contra sus enemigos” en lugar de
perdonarlos. Ese Dios, desde luego, no es amor, aunque tampoco lo son ninguno
de los que aparecen en la Biblia pues
todos amenazan, hieren y castigan, unos con la muerte terrenal, otros con el
fuego eterno del infierno. Así que en el fondo es lógico que digan que se trata
de un mismo Dios, pues todos coinciden en su afán de venganza, una venganza
descomunal e insaciable.
Una peculiaridad del absurdo despotismo
de Yahvé, el “Dios justo y misericordioso” (?) de Israel, se manifiesta igualmente
en pasajes como los siguientes:
-“El Señor
castigó a la gente de Bet Semes porque habían mirado el arca del Señor; hirió a
setenta hombres de entre ellos”[58].
- “Entonces el
Señor se encolerizó contra Uzá; lo hirió por haber tocado el arca con la mano,
y allí mismo murió delante de Dios”[59].
En
estos pasajes y al margen de la absurda desproporción de este castigo por “el
delito” (?) cometido por “la gente de Bet Semes” o por Uzá, lo que llama la
atención es que una simple mirada al arca de la alianza o el hecho de haberla
“tocado” para impedir que cayera al suelo -es decir, una acción buena, pues
buena era la intención-, sean motivos de la fulminante ira divina, esa ira de
aquel Dios que después, bajo la figura de Jesús, diría aquellas otras palabras,
tan contradictorias con esta represalia tan absurda,
“Dejad
que los niños vengan a mí”[60].
¿Cómo es posible esta actuación tan despótica y
absurda en un Dios del que a la vez se dice que es omnipotente y amor infinito?
Evidentemente de nuevo la explicación de estos pasajes tan irracionales se
encuentra en el sencillo hecho de que si Yahvé era amor infinito, no pudo der
el causante de tanta barbarie injusta, mientras que, si realizó tales actos
criminales, no se puede decir de él que sea amor infinito. Parece evidente,
como en tantos otros casos, que fueron los sacerdotes judíos, quienes, movidos por
su ambición de dominio y control sobre su pueblo se presentaban ante él como
los únicos intermediarios del pueblo con Yahvé, alegando que habían sido
elegidos por el propio Yahvé entre los descendientes de la tribu de Leví.
Implantado tal estatus especial, trataban de impedir por todos los medios que
el pueblo pudiera familiarizarse de algún modo con aquellos objetos, como el
arca de la alianza, que en teoría se encontraban especialmente ligados a Yahvé
y, así, para que el pueblo pudiera hacerse una idea del carácter terrible de su
Dios, tomaron “en su nombre” aquellas represalias tan absurdas contra la gente
de Bet Semes, sólo por haber mirado
el arca, y contra Uzá, por haber tocado
el arca de la alianza, a pesar de haberlo hecho para evitar que cayese al
suelo.
Sin embargo, la secta
católica dice que nos encontramos ante “la palabra de Dios”, y que, por ello,
fue el propio Dios quien tuvo esa actuación criminal tan coherente (?) con su
amor infinito.
Son tan abundantes los pasajes bíblicos en los que
Yahvé se muestra como un Dios amenazante, colérico, déspota, implacable y
asesino que tratar de exponer y de comentar la larga serie de pasajes en que
este Dios se muestra con tales cualidades sería una labor ingente que, sin
embargo, apenas aportaría alguna novedad al estudio de estas cuestiones. Por
ello y para completar la exposición de lo ya tratado en el apartado anterior,
se añaden a continuación algunos otros pasajes especialmente representativos
junto con el comentario correspondiente:
“Así dice el Señor
todopoderoso: […] Así que vete, castiga a Amalec y consagra al exterminio todas
sus pertenencias sin piedad; mata hombres y mujeres, muchachos y niños de
pecho, bueyes y ovejas, camellos y asnos”[61].
Comentario:
La brutalidad de Yahvé se muestra de nuevo mezclada con actuaciones de extrema
crueldad irracional. ¿Qué sentido tiene esa matanza de “hombres y mujeres,
muchachos y niños de pecho, bueyes y ovejas, camellos y asnos”. ¿Dónde se
esconde la bondad de Yahvé? Está reservada exclusivamente para los hijos de
Israel, y eso sólo mientras se encuentra de buen humor, porque tampoco tiene
escrúpulos a la hora de provocar matanzas contra ellos por no haberle sido
suficientemente fieles.
“Dad gracias al
Señor […] porque es eterno su amor […] Dad gracias al Señor de los señores […]
Al que hirió a los primogénitos de Egipto, porque es eterno su amor”[62].
Comentario:
Se trata de un texto paradójico en apariencia, pues en él se dice que el amor
de Yahvé es eterno, pero se justifica tal afirmación con el argumento de que
hirió [es decir, mató] a los primogénitos de Egipto. La única explicación de
tales palabras del salmista es que habla del amor de Yahvé a los israelitas,
pero no del amor de Yahvé a los egipcios o a cualquier otro pueblo. Pero lo que
es el colmo del sadismo es que se diga que el amor de Yahvé es eterno porque mató a los primogénitos de
Egipto, teniendo en cuenta que tales primogénitos no tenían culpa ninguna por
la actitud de su faraón, impidiendo que los judíos marchasen de Egipto, y que
la acción de Yahvé –o, mejor, la de quienes escribieron el correspondiente
pasaje bíblico- habría sido injusta y despótica, y lo más contrario al
amor.
“Un hombre de
Dios llegó donde estaba el rey de Israel, y le dijo:
-Así dice el señor: Los sirios dicen: “El
Señor [Jehová] es Dios de las montañas, pero no de los valles”. Pues bien, los
entregaré en tu poder, para que sepáis que yo soy el Señor […] Al séptimo día
se entabló la lucha, y los israelitas mataron en un solo día cien mil sirios de
a pie”[63].
Comentario:
¡Con cuánta facilidad mata Yahvé a cien mil sirios para demostrar a su pueblo
qué Dios es el más poderoso! ¡Vaya desprecio por la vida de quienes adoran a
otros dioses! ¡Vaya Dios más déspota! Pero, claro está, como en todas las
ocasiones hay que recordar que Yahvé es sólo un invento de la clase sacerdotal
judía que dice o hace aquello que en cada momento considera más conveniente
para controlar y dominar a su pueblo amenazándole con el “coco” Yahvé, que hará
con ellos lo mismo que con los sirios en el caso de que se desmanden y se les
ocurra adorar a otros dioses, es decir, en el caso de que dejen de hacer
aquello que los sacerdotes les ordenan como si fuera Yahvé quien lo hubiese
ordenado.
“Aquella misma
noche, el ángel del Señor vino al campamento asirio e hirió [= mató] a ciento
ochenta y cinco mil hombres. Cuando se levantaron por la mañana, no había más
que cadáveres”[64].
Comentario:
Y ahora les toca a los asirios: Ciento ochenta y cinco mil en una sola noche.
Aunque en esta ocasión el propio Yahvé no se mancha las manos directamente sino
que envía a su “ángel exterminador”. Yahvé cumple con la parte de su pacto
impuesto: Mata a los enemigos de su pueblo para que éste tenga la seguridad de
que su Dios es el más poderoso y de que siéndole fieles, les irán mucho mejor
las cosas. De nuevo tras el nombre de Yahvé se esconden los sacerdotes judíos que
utilizan este montaje para manipular mejor al pueblo de Israel.
“Pecaj, hijo de
Romelías, mató en un solo día ciento veinte mil guerreros valerosos de Judá:
todo por haber abandonado al Señor, el Dios de los antepasados”[65].
Comentario:
Precisamente en este último texto se cumple lo indicado en el comentario
anterior. Si antes la matanza se había dirigido contra los enemigos de Israel,
ahora se dirige contra su propio pueblo, contra quienes habían abandonado a
Yahvé. La cuestión principal es la de tener controlado al pueblo y esto se
consigue de una de esas dos maneras, o bien ejerciendo la fuerza contra sus
enemigos, o bien ejerciéndola contra su propio pueblo. Evidentemente quien
ejerce esa fuerza no es el pobrecito Yahvé, que ni siquiera existe, ni tampoco
su “ángel exterminador”, otra invención para el momento, sino los sacerdotes
judíos que aterrorizan al pueblo con amenazas y con historias de terror para
que se mantenga fiel y obediente a las órdenes de Yahvé, es decir, a las de los
sacerdotes que dicen hablar en su nombre.
“Voy a barrerlo
todo de la superficie de la tierra, oráculo del Señor. Barreré hombres y
ganados, barreré aves del cielo y peces del mar; haré perecer a los malvados,
eliminaré a los hombres de la superficie de la tierra, oráculo del Señor”[66].
Comentario:
Una nueva barbaridad, más propia, sin duda, de un psicópata que de un Dios. Es
de una destructividad total y más irracional de lo que pudiera imaginarse:
Yahvé creó el mundo y creó al hombre, y, en aquel famoso momento, “vio Dios que
era bueno”. Es decir, quedó satisfecho de su obra, Además, por su omnipotencia
y su predeterminación programó los
hombres para que hicieran todo aquello para lo que él les había programado. Y,
sin embargo, ahora le viene la ocurrencia de renegar de cualquier ser vivo de
su creación, incluido el propio ser humano. A pesar de que anteriormente cuando
casi lleva a cabo esta misma decisión y sólo deja vivos a Noé y a su familia,
promete que nunca más volverá a realiza una salvajada semejante.
“…y exterminaré por completo a todos los
habitantes de la tierra”[67].
Comentario:
Yahvé –o, mejor, los sacerdotes judíos del momento- insiste en la misma
amenaza. De nuevo el antropomorfismo de hablar de un Dios que se arrepiente de
haber creado al hombre y que se propone aniquilarlo, aunque, según parece,
finalmente se arrepintió de tal decisión. ¡Qué muestra de amor infinito y
eterno más admirable! Pero eso del “amor” es una mera cuestión lingüística. Se
trata de cómo definamos el término “amor” si queremos hacer compatibles las
acciones y sentimientos divinos con el calificativo que se le da cuando se dice
“Dios es amor”.
“El Señor los
consumirá [a sus enemigos] con su ira y el fuego los devorará. Tú borrarás su
estirpe de la tierra, y su raza de en medio de los hombres”[68].
Comentario:
Aquí la ira divina se dirige exclusivamente a sus enemigos. Los sacerdotes
judíos han comprendido por fin que una amenaza universal no tiene demasiado
sentido y sobre todo no es útil para sus propósitos de control sobre el pueblo,
pues si Yahvé va a destruir a su creación sin distinción alguna entre quienes
le siguen y quienes siguen a otros dioses, ¿de qué sirve obedecerle y ofrecerle
sacrificios? Pero, evidentemente, esta nueva actitud de Yahvé sigue muy alejada
del cumplimiento de su propio precepto de amar a los enemigos. Se mantiene,
pues, la contradicción interna en los escritos bíblicos.
“El Señor está a
tu derecha; aplasta a los reyes el día de su ira; juzga a las naciones,
amontona cadáveres, quebranta cabezas a lo ancho de la tierra”[69].
Comentario:
Parece que quien está a la derecha del Señor es el rey David, pero eso es
secundario. Lo esencial es su acción exterminadora frente a todo el que no esté
con él o con su siervo. ¡Qué obsesión! ¿Qué puede importarle a un Dios, que
nada necesita, que los hombres le sigan o se alejen de él? Es como si yo me
situase delante de un hormiguero y fuera matando a todas las hormigas que no me
hicieran alguna señal de respeto y sumisión. ¡Vaya estupidez!
a) “Haz bien al
humilde y no des al malvado; niégale el pan […] Que también el Altísimo odia a
los pecadores y se venga del malvado”[70].
b) “[Dijo el
Señor] Dirás: Esto dice el Señor: Aquí estoy contra ti; desenvainaré la espada
y mataré a inocentes y culpables”[71].
Comentario:
Como en otras ocasiones, en el texto a
quien refleja las palabras divinas afirma claramente que Dios “odia a los
pecadores” y “se venga del malvado”. Así que no se debe identificar a Yahvé con
un Dios amor infinito sin incurrir en contradicción. ¿Qué Dios vendría o
enviaría a su hijo para morir y así redimir a los hombres del pecado si al
mismo tiempo se dice de ese Dios que “odia a los pecadores” y que “se venga del
malvado”. ¡Vaya preocupaciones le atribuyen a Dios los inventores de estas fábulas!
Un Dios que se rebaja a odiar a quienes no pueden causarle la más mínima
molestia, ¡con lo desagradable que resulta además vivir con odio! ¡Un Dios que
se venga, como si alguien hubiera podido dañarle y como si la venganza,
conducta irracional propia de humanos primitivos, resolviera algo del mal
causado! Cada vez que se escriben disparates de esta clase, atribuyéndolos a
Dios, se le está insultando con el mayor de los atrevimientos. Parafraseando a
Stendhal, se podría decir que la única excusa para quienes los escribieron es
que ese Dios no existe –y ellos escribieron lo que quisieron acerca de él
precisamente porque fueron ellos quienes lo crearon para controlar y dominar al
pueblo.
Y por lo que se refiere
al texto b no requiere apenas
comentario: ¿Qué clase de Dios es ése que castiga a todos con la muerte, sin
distinguir entre inocentes y culpables?
En relación con la idea de la omnipotencia e impasibilidad
divina tiene especial interés hacer referencia a dos pasajes del libro de Job en los que parece que se atisba ya
esa idea. Se dice en el primer pasaje:
“¿Acaso te causa
perjuicio mi pecado…?”[72],
Y,
en efecto, el autor de esta interesante obra parece advertir que, siendo
consecuentes con la idea de un Dios omnipotente, es un tanto presuntuoso por
parte del hombre pensar que sus pecados pueden causar un perjuicio a Dios y
que, por ello mismo, no parece tener sentido que Dios quiera vengarse del
hombre por su mal comportamiento –y mucho menos vengarse de Job, que era un
siervo fidelísimo-.
“¿Qué saca el
Poderoso con que tú seas justo? ¿Qué gana con tu conducta íntegra?”[73]
Y
lo mismo hay que decir de este segundo texto, aunque en este caso no por los
pecados sino por las virtudes del hombre, pues tampoco éstas pueden influir en
Dios para bien o para mal, ya que su omnipotencia y su inmutabilidad le sitúan
más allá de las posibilidades humanas de alterarle lo más mínimo, provocando en
él cambios de humor o de sentimientos -alegría, tristeza, cólera, sed de venganza-.
Por otra parte, hay algún momento en la Biblia en que se dice que Yahvé
desaprueba su propia actitud tan absurdamente vengativa. En efecto se dice en 2
Crónicas:
“Pero [Amasías]
no mató a los hijos de los asesinos, conforme a lo prescrito por el Señor en el
libro de la ley de Moisés: “No morirán los padres por culpa de los hijos, ni
los hijos por culpa de los padres. Cada uno morirá por su propio pecado”[74].
Tal
prescripción –que no aparece de modo explícito en la ley de Moisés- representa
un importante progreso por lo que se refiere a la formación de una moral con
más sentido común que la que defiende el castigo de la propia descendencia
“hasta la tercera y la cuarta generación”, pero por ello mismo está en
contradicción implícita con la serie de ocasiones en que Yahvé actúa de ese
modo tan absurdamente vengativo y también con la absurda doctrina del “pecado
original”, según la cual toda la humanidad nace con dicho pecado y, por ello
mismo, heredando la culpa de Adán y Eva, doctrina que, según creo, no aparece
hasta Pablo de Tarso.
3.
Yahvé, Dios de Israel y de la secta católica, un Dios asesino de niños
inocentes, bárbaro y cruel en grado extremo.
La
crueldad y barbarie de Yahvé –o, más exactamente, la de sus sacerdotes que le
dieron tales cualidades- se presentan de un modo insuperablemente refinado
cuando se ejercen contra ancianos y especialmente contra niños inocentes, lo
cual sucede en no pocas ocasiones, como algunas que se señalan a continuación:
“El Señor mandó
contra ellos [contra Israel] al rey de los caldeos, que mató a espada a sus
jóvenes en el santuario mismo, sin perdonar a nadie, ni muchacho ni doncella,
ni anciano, ni anciana: Dios entregó a todos en su poder”[75].
Comentario:
Tal como ya se ha observado antes, la matanza divina –por la mediación del rey
de los caldeos- se ejerce contra su propio pueblo en general, “sin perdonar a
nadie”, como si los delitos pudieran ser colectivos en lugar de ser
individuales. Se trata de nuevo del comportamiento de un sádico tipo Calígula,
pero el control sobre el pueblo exige que los sacerdotes lo aterroricen con
estos “castigos divinos” que no son otra cosa que derrotas humanas sufridas por
el pueblo de Israel. Y, como los sacerdotes no pueden decir a su pueblo que
Yahvé les ha abandonado y que por eso ha sido derrotado, lo que dicen es que el
pueblo ha abandonado a Yahvé y que por eso Yahvé les ha castigado con esa
derrota y esas muertes indiscriminadas.
“David dijo a
Natán:
-He pecado contra el Señor.
Entonces Natán
le respondió:
-El Señor perdona tu pecado. No morirás.
Pero, por haber ultrajado al Señor de este modo, morirá el niño que te ha
nacido […] Al séptimo día murió el niño”[76].
Comentario:
Aquí Yahvé sólo mata a un niño recién nacido, pero el texto tiene interés por
diversos motivos: En primer lugar, porque el pecador que ha provocado el
castigo divino ha sido el rey David. ¿Qué importancia tiene eso? Pues que los
sacerdotes que forjan tal montaje, como no están en condiciones de asesinar al
rey David para recuperar el poder que habían perdido con la llegada de los
reyes a partir del rey Saúl, aprovechan la muerte de un hijo de David para
decir que Yahvé le ha castigado matando a ese hijo, lo cual evidentemente es
una barbaridad. Sin embargo el pueblo está acostumbrado a que tales
barbaridades, supuestamente debidas a la voluntad de Yahvé, le parezcan
absolutamente naturales, pues los hijos sólo representan una prolongación de
los padres que pueden servir para pagar por los pecados de aquellos, no
teniendo ningún valor por ellos mismos. También tiene interés subrayar el
machismo que implica la afirmación según la cual el niño le ha nacido a David,
no a la madre del niño, que no pinta nada.
“[Así dice el
Señor todopoderoso, Dios de Israel, en relación a su propio pueblo] Les haré
comer la carne de sus hijos y de sus hijas, y se devorarán unos a otros en la
angustia del asedio y en la miseria a que los reducirán los enemigos que buscan
matarlos”[77].
Comentario:
El pecado de su pueblo por el que Jahvé toma venganza es, como en tantas
ocasiones, el de haber adorado a otros Dioses. El castigo, sin embargo, es de
una dureza tan extrema que les condena a tener que comerse a sus propios hijos
e hijas y a devorarse unos a otros. Como es de suponer, el castigo divino es un
invento de los sacerdotes de Israel o de quien escribió este relato, pero muy
posiblemente se basó en sucesos reales relacionados con las guerras de aquellos
tiempos en los que los asedios podían conducir a tales barbaridades. En
cualquier caso lo típico de estas descripciones sus inventores se suelen basar
en un hecho real en relación con el cual fabrican una causa relacionada con la
actuación de Yahvé para beneficiar o para perjudicar al pueblo según que el suceso
que deban explicar sea beneficioso o perjudicial para Israel, de manera que si
es beneficioso eso significa que Yahvé ha querido premiarles su fidelidad,
mientras que si el suceso ha sido perjudicial eso significa que Yahvé estaba
enfadado y les ha castigado. Sin embargo, de acuerdo con la dogmática de la
secta católica, la Biblia expresa la
palabra de Dios y, en consecuencia, los cristianos deben asumir que Dios
castigaba con actos de canibalismo, despreciando la vida de seres inocentes,
como los niños y niñas pequeños. ¡Qué Dios tan bondadoso y misericordioso!
¿Quién podría amar y adorar a semejante monstruo?
“Oráculo contra
Babilonia que Isaías, hijo de Amós, recibió en una visión: […] El Señor y los
instrumentos de su furia vienen desde una tierra lejana, desde los confines del
cielo; vienen para devastar la tierra. Dad alaridos, el día del Señor se
acerca, vendrá como devastación del Devastador […] Al que encuentren lo
atravesarán, al que agarren lo pasarán a espada. Delante de ellos estrellarán a
sus hijos, saquearán sus casas y violarán a sus mujeres. Pues yo incito contra
ellos a los medos […] sus arcos abatirán a los jóvenes, no se apiadarán del
fruto de las entrañas ni se compadecerán de sus hijos”[78].
Comentario:
Nos encontramos aquí con uno de los pasajes bíblicos que presentan al Dios más
terrorífico que pueda imaginarse, donde el Señor y los instrumentos de su furia
vendrán a devastar a Babilonia. Y Yahvé advierte de la serie de atrocidades que
va a realizar a través de los medos, que son el instrumento con el que
materializará sus amenazas: Muerte para todo el que encuentren, muerte violenta
para sus hijos, que morirán estrellados contra el suelo o contra lo que sea,
con el odio brutal que sugieren esas muertes absurdas y de modo particular el
modo según el cual se producirán. Acciones divinas más allá de toda moral y de
cualquier atisbo de amor. Odio irracional a todos los seres humanos de
Babilonia. Incluso Yahvé establece que “violarán a sus mujeres”. No se trata de
que simplemente lo advierta o profetice. Es él quien decide que suceda
convirtiendo en lícito y sagrado lo que normalmente se juzga como criminal. Y
por lo tanto es él quien hace todo aquello que a la vez prohíbe. Simplemente
porque esa es su voluntad y porque de ese modo se desahoga de su ira. No es un
Dios de amor, es el Dios del odio más macabro y tiránico. Y, para completar
este cuadro criminal, advierte que él incita a los medos contra los babilonios
y establece que aquéllos “abatirán a los jóvenes, no se apiadarán del fruto de
las entrañas ni se compadecerán de sus hijos”. Es decir, no se trata sólo de
matar a jóvenes y a niños sino incluso de asesinar a niños todavía no salidos
del vientre de su madre. ¡Y ésa orden implacable la da ése al que llaman “el
Dios del amor”, el Dios de la secta católica que ahora reprueba el aborto como
un crimen horrendo, a pesar de que tal acción se realice sobre agrupaciones
celulares que sólo potencialmente podrían considerarse humanas de modo similar
al que podrían considerar humanos un espermatozoide o un óvulo. ¡Cuánta
hipocresía hay en esa gente que condena el aborto pero a la vez se despreocupa
de los niños nacidos en el seno de una familia sin recursos para poder atender
al normal desarrollo de esos niños!
Todos podemos imaginar,
de acuerdo con el simple sentido común, que tales acciones no pudieron ser
mandadas por un Dios y que, si sucedieron, en tal caso fueron aprovechadas sin
escrúpulo por quienes escribieron este macabro relato para atribuírselas a su
Dios con la intención de que el pueblo conociera hasta donde podía llegar la
cólera de este Dios si se le provocaba con alguna muestra de infidelidad. Sin
embargo, para los dirigentes de la secta católica nos encontramos ante “la
palabra de Dios”, de un Dios veraz que habría inspirado este relato. ¡A ver
quién es capaz de mostrar la compatibilidad de este Dios con el Dios del amor y
de la misericordia infinitas!
Como ejemplo de otros pasajes relevantes que van por
esta misma línea, pueden verse los siguientes:
a) “Y el Señor
me [a Jeremías] dijo: […] Y aquellos a quienes ellos profetizan serán tirados
por las calles de Jerusalén, víctimas del hambre y de la espada; no habrá quien
los sepulte, ni a ellos ni a sus mujeres ni a sus hijos; yo haré recaer sobre
ellos su maldad”[79].
b) “El Señor me
habló así:
-No
te cases; no tengas hijos ni hijas en este lugar. Porque así dice el Señor de
los hijos e hijas que nazcan en este lugar, de las madres que los den a luz y
de los padres que los engendren: Morirán cruelmente; no serán llorados ni
enterrados, sino que quedarán como estiércol sobre la tierra; perecerán a
espada y de hambre, y sus cadáveres serán pasto de las aves del cielo y de las
bestias de la tierra.
Así
dice el Señor: No entres en una casa donde hay duelo; no vayas al duelo ni les
des el pésame, porque yo retiro de este pueblo, oráculo del Señor, mi paz, mi
misericordia y mi compasión. Grandes y pequeños morirán en esta tierra sin ser
enterrados ni llorados”[80].
c) “Por eso, así
dice el Señor: […] Por tus prácticas idolátricas haré contigo [con Israel, su
pueblo] lo que nunca he hecho y jamás volveré a hacer: los padres se comerán a
sus hijos, y los hijos a sus padres”[81].
d) “Y pude oír
lo que [el Señor] dijo a los otros:
-Recorred
la ciudad detrás de él, matando sin compasión y sin piedad. Matad a viejos,
jóvenes, doncellas, niños y mujeres, hasta exterminarlos”[82].
e) “[Moisés dijo
a los comandantes de su tropa] ¿Por qué habéis dejado con vida a las mujeres?
Fueron ellas precisamente las que, siguiendo el consejo de Balaán, sedujeron a
los israelitas, apartándolos del señor […] Matad, pues, a todos los niños
varones y a todas las mujeres que hayan tenido relaciones sexuales con algún
hombre”[83].
Comentario:
Estos pasajes tienen en común el salvajismo con el que se mata a los niños y el
desprecio salvaje con el que se trata a ancianos, mujeres y niños, que en
ningún caso aparecen como responsables de nada sino sólo como una propiedad de
los hombres, y, por ello mismo, se les aplica igualmente la cólera y la
arbitrariedad despótica de Yahvé, que no es otra que la de los sacerdotes de
Israel, que fueron los inventores de estos relatos, basados o no hasta cierto
punto en sucesos reamente brutales propios de aquellos pueblos en aquella
época, aunque para los dirigentes de la secta católica se trata de sucesos
reales ocurridos por la voluntad de Yahvé.
El texto b refleja cruelmente el temor de los sacerdotes a que su
pueblo se una a otros pueblos, pues tal posibilidad podría venir acompañada de
una adopción de nuevos dioses y de un abandono de los propios. Ese temor les
lleva a amenazar a su pueblo diciéndole: “…así dice el Señor de los hijos e
hijas que nazcan en este lugar, de las madres que los den a luz y de los padres
que los engendren: Morirán cruelmente; no serán llorados ni enterrados, sino
que quedarán como estiércol sobre la tierra; perecerán a espada y de hambre, y
sus cadáveres serán pasto de las aves del cielo y de las bestias de la tierra”.
Resulta por ello asombroso, que, viendo cuál había sido la actuación tan criminal
de Yahvé, los dirigentes actuales de la secta católica no se escandalicen por
las atrocidades divinas y aparenten escandalizarse ante quienes reclaman el
derecho al aborto de agrupaciones celulares que sólo potencialmente son
humanas.
El texto c tiene la inefable brutalidad de algunos otros textos en los
que Yahvé determina el canibalismo de padres contra hijos y de hijos contra
padres. En la actualidad acciones como ésa serían objeto de la mayor
reprobación, pero, siendo Yahvé quien las ordena, son plenamente respetables y
santas. Pero, ¿cómo un Dios inmutable puede aceptar como santas aquellas mismas
acciones que prohíbe como infames?
Igualmente el texto d, en el que Yahvé ordena matar sin compasión y sin piedad representa la actitud contraria respecto a las virtudes
que en otros momentos defiende y por las que se le suele caracterizar a él
mismo: La compasión y la piedad. Y, para colmo, ordena que no se tenga
compasión ni piedad nadie: “Matad a viejos, jóvenes, doncellas, niños y
mujeres, hasta exterminarlos”. ¡Otra muestra sublime de la bondad, de la
misericordia y del amor infinito de Yahvé! ¡¿Cómo es posible que se pueda
seguir aceptando una religión tan absurda y contradictoria?!
Finalmente en el texto e es el propio Moisés quien ordena
que se mate a todas las mujeres extranjeras y a todos los niños nacidos de su
unión con hombres judíos, no por motivos racistas sino por temor a la
contaminación religiosa por la cual la descendencia de tales relaciones dejase
de adorar a Yahvé para adorar a los dioses de sus madres. ¡Solución lógica
evidente!: ¡Matar a los niños y a sus madres! Pero, ¿es ésa la religión del
amor?
Entre los abundantísimos pasajes donde pueden
observarse otras actuaciones de Yahvé que siguen esta misma línea de crueldad
despótica tienen especial interés los que aparecen en Números, 14:29-30, 14:32-36, 16:20-21, 17:6-11, 27:12-14, Deuteronomio, 28:49-68, 2 Reyes, 9:6-10... y Apocalipsis.
4.
Yahvé, el Dios de Israel y de la secta católica, es un Dios celoso hasta el punto
de matar sin piedad a quien adore a otros dioses.
En
efecto, hay otra serie de pasajes, igualmente recurrentes en el Antiguo Testamento, en los que Yahvé se
muestra como Dios de los ejércitos, que protege a su pueblo y destruye a sus
enemigos, pero a cambio le exige que cumpla su pacto (?) de fidelidad y no
adore a otros dioses, pues Yahvé
“es un Dios
celoso”[84],
que, por ello mismo, ordena fidelidad absoluta a su
pueblo Israel prohibiéndole que adore a otros dioses. Y, como en tantas otras
ocasiones, la infidelidad a Yahvé es severa y arbitrariamente castigada, según
vemos en los pasajes siguientes, “hasta la tercera y la cuarta generación”:
a) “No tendrás
otros dioses fuera de mí […] porque yo, el Señor tu Dios, soy un Dios celoso,
que castigo la maldad de los que me aborrecen en sus hijos hasta la tercera y
cuarta generación”[85].
b)
“No te postrarás ante ellos ni les darás culto, porque yo, el Señor tu Dios,
soy un Dios celoso, que castigo la maldad de los hombres en los hijos hasta la
tercera y cuarta generación”[86].
c) “Pasado un
año, el ejército de Siria atacó a Joás, penetró en Judá y Jerusalén, mató a
todos los jefes del pueblo y llevó todo su botín al rey de Damasco. El ejército
invasor era poco numeroso; pero el Señor entregó en sus manos un ejército mucho
mayor, porque habían abandonado al Señor”[87].
d) “Y el Señor
me dijo [a Jeremías]: […] Y aquellos a quienes ellos profetizan [es decir,
aquellos que creen en esos falsos profetas y les consultan para que les hagan
profecías] serán tirados por las calles de Jerusalén, víctimas del hambre y de
la espada; no habrá quien los sepulte, ni a ellos ni a sus mujeres ni a sus
hijos; yo haré recaer sobre ellos su maldad”[88].
e) “[Elías envía un escrito a Jorán en
el que le avisa de que Dios tomará venganza por haber adorado a otros dioses:]
“Por eso el Señor va a descargar sobre tu pueblo, tus hijos, tus mujeres y tu
hacienda una gran calamidad”[89].
f) “Israel se
estableció en Sitín y el pueblo se entregó al desenfreno con las moabitas.
Estas los invitaron a los sacrificios de sus dioses, y el pueblo comió y se
postró ante ellos […] Entonces el Señor dijo a Moisés:
-Reúne a todos los jefes del pueblo y
cuélgalos ante el Señor, cara al sol, para que la cólera del Señor se aparte de
Israel.
Moisés dijo a los jueces de Israel:
-Matad a todos los que hayan dado culto al
ídolo de Peor.
[…] Los que
habían muerto por el castigo sumaban veinticuatro mil”[90].
“Ellos me abandonaron, quemando incienso a
otros dioses, y me irritaron con su conducta perversa. Pues bien, mi ira arderá
contra este lugar y no se apagará.”[91].
g) “Pasado un año, el ejército de Siria atacó
a Joás, penetró en Judá y Jerusalén, mató a todos los jefes del pueblo y llevó
todo su botín al rey de Damasco. El ejército invasor era poco numeroso; pero el
Señor entregó en sus manos un ejército mucho mayor, porque habían abandonado al
Señor”[92].
h) “El Señor, su
Dios, lo entregó [a Ajaz] en poder del rey de Siria […] También lo entregó en
poder del rey de Israel, que le infligió una gran derrota. En efecto, Pecaj,
hijo de Romelías, mató en un solo día ciento veinte mil guerreros valerosos de
Judá: todo por haber abandonado al Señor, el Dios de sus antepasados”[93].
4.1. …aunque algunas
veces Yahvé se arrepiente de sus actos, lo cual no es propio de un Dios.
Son también algo frecuentes los pasajes en los que
se presenta a Dios arrepintiéndose de
sus propias acciones. El hecho de arrepentirse, entendido como la toma de
conciencia de no haber actuado del mejor modo posible y de la decisión de
actuar de un modo mejor en el futuro es comprensible en un ser imperfecto como
lo es el ser humano, pero es contradictorio con la idea de un ser perfecto como
lo sería Dios, que por ser perfecto, nunca actuaría de manera equivocada, por
lo que no tendría nada de que arrepentirse. Sin embargo, en la Biblia aparecen diversos pasajes en los
que Dios “se arrepiente”de algunas de sus acciones, por lo que reconoce que no
es perfecto, es decir, que no es ese Dios del que habla la secta católica:
a) “Aplaca el
ardor de tu ira y arrepiéntete de haber querido hacer el mal a tu pueblo […] Y
el Señor se arrepintió del mal que había querido hacer a su pueblo”[94]
Este pasaje tiene la peculiaridad de que ni
siquiera es el propio Dios quien se arrepiente por propia iniciativa sino que es
Moisés quien le convence para que no destruya a su pueblo, como si su Dios,
llevado por una ira ciega, fuera incapaz por sí mismo de calibrar el daño que
tenía intención de cometer. Es absurdo, pero es la supuesta “palabra de Dios”,
tantas veces contradictoria.
b) “El Señor
envió la peste desde la mañana hasta el tiempo fijado, y murieron desde Dan
hasta Berseba setenta mil hombres del pueblo. Cuando David vio al ángel que
azotaba al pueblo, dijo al Señor:
-Soy yo quien ha pecado, pero el pueblo es
inocente. Castígame a mí y a mi familia.
Entonces
el Señor se retractó del mal y dijo al ángel que exterminaba al pueblo:
-Basta; que cese el castigo”[95].
También aquí Dios se arrepiente –o se
retracta- de su bárbara matanza, pero no repara el daño injustamente causado.
Además, llama la atención que Dios, a pesar de su supuesta omnisciencia, sólo
se entere de que el pueblo es inocente porque se lo dice David y no porque su
sabiduría sea infinita, por lo que en este texto, en contradicción con muchos
otros, Yahvé ni es perfecto ni omnisciente.
c) “[Los judíos]
no exterminaron a los pueblos como el Señor les había ordenado, sino que se
mezclaron con los paganos, y aprendieron sus prácticas: dieron culto a sus
ídolos, que fueron la causa de su ruina, e inmolaron sus hijos e hijas a
demonios. Derramaron sangre inocente, la sangre de sus hijos y sus hijas, que
inmolaron a los ídolos de Canaán. […] Por eso el Señor se enfureció contra su
pueblo y llegó a aborrecer su heredad […] Pero […] recordó su alianza con
ellos, se arrepintió por su gran amor”[96].
De
nuevo aquí aparece la idea de que Dios se arrepiente de su enfurecimiento
contra su pueblo, aunque en este caso no llega a aplicarle ningún castigo. En
cualquier caso la idea de que todo un Dios inalterable, un Dios que es y no
cambia, se enfurezca por lo que los seres humanos hagan o dejen de hacer, como
si el hombre tuviera capacidad para alterar la eterna paz divina, sigue siendo
un ejemplo de antropomorfismo propia de aquellos tiempos en los que era la
fantasía más que la razón y la experiencia la que jugaba un papel esencial a la
hora de crear todo el mundo mágico de los espíritus, de los dioses y de los
demonios.
El texto es también
significativo porque, al igual que en otros muchos casos, lo que refleja
realmente es la preocupación de los sacerdotes
judíos por impedir que su pueblo adorase a otros dioses, lo cual repercutiría
muy negativamente en el negocio material que habían montado, engañando a su
pueblo para obtener de él todos los bienes y riquezas de que disfrutaban, y en
una pérdida del enorme poder político que tenían a partir del argumento de que
ellos eran meros aunque privilegiados transmisores de las órdenes de Yahvé a su
pueblo.
d) “Yo [el
Señor] pensaba derramar sobre ellos mi furor en el desierto y exterminarlos [al
pueblo de Israel]. Pero cambié de propósito para que mi nombre no fuese
profanado ante las naciones que habían visto cómo los saqué de Egipto. En el
desierto les juré solemnemente que no los llevaría a la tierra destinada para
ellos […] porque habían despreciado mis mandamientos y no habían puesto en
práctica mis preceptos […] y su corazón se había ido detrás de sus ídolos. Sin
embargo, me compadecí de ellos, y no los aniquilé ni acabé con ellos en el
desierto”[97].
De
nuevo un “Dios inmutable”, en contradicción consigo mismo, “cambia de
propósito”. Sin embargo, en cuanto Dios sería eterno, sería igualmente
intemporal, lo cual significa que su pensamiento y su voluntad –si es que
tuviera sentido atribuirle pensamiento o voluntad alguna- serían igualmente
eternos e inmutables. Pero la Lógica no era una prioridad entre los sacerdotes
de Israel, pues el pueblo tampoco estaba en condiciones de pedir cuantas a su
Dios de los motivos de sus actos ni de las causas de su volubilidad.
A continuación se
presentan algunos otros pasajes antropomórficos que van por esta misma línea,
mostrando a un Dios voluble que se arrepiente
de sus actos:
e) “Pensaba
descargar mi furor y desahogar mi ira contra ellos en el desierto. Pero me contuve
y cambié de propósito”[98].
f) “Al ver Dios
lo que hacían y cómo se habían convertido, se arrepintió y no llevó a cabo el
castigo con que los había amenazado”[99].
El
antropomorfismo de este pasaje es múltiple, pero destaca en particular que
Yahvé se arrepienta del castigo que iba a infligir al ver que se habían
convertido, lo cual es una manera implícita de reconocer que Yahvé desconocía
el futuro, es decir, que desconocía si se convertirían o no hasta que de hecho
se produjo su conversión. Así pues, Yahvé no era omnisciente y, si no lo era
entonces, no tiene sentido que ahora la secta católica afirme que sí lo es,
teniendo en cuenta que a la vez dicen que Dios es inmutable.
g) “Pues así
dice el Señor todopoderoso: […] he cambiado de parecer, y he decidido tratar
bien a Jerusalén y a Judá”[100].
De
nuevo aquí se muestra el carácter voluble de Yahvé, que se contradice con su
perfección e inmutabilidad. Además, el texto
g sugiere incluso que de algún modo el cambio de actitud de Yahvé no está
motivado por otra cosa que por su propia voluntad, lo cual, aunque parece
propio de un Dios en cuanto sus acciones no pueden estar subordinadas a nada
externo a él mismo, sugiere también la idea de un Dios arbitrario que actúa de
acuerdo con su voluntad, pero sin que las acciones humanas, buenas o malas,
influyan en sus decisiones de castigar o de perdonar. Y, en efecto esto fue lo
que escribió Pablo de Tarso, diciendo:
“…las decisiones
divinas no dependen del comportamiento humano, sino de Dios”[101].
5.
En contradicción con su teórica inmutabilidad, Yahvé es un Dios voluble.
Del mismo modo que los anteriores “arrepentimientos”
de Yahvé son una muestra de su volubilidad, igualmente lo son aquellos otros
momentos en los que se encoleriza contra su pueblo o contra los enemigos de su
pueblo. En definitiva, cualquier cambio en la “estabilidad emocional” de Yahvé
es una prueba de que es un Dios “débil” en cuanto está sometido a cambios de
humor por motivos ajenos a su propia voluntad, suponiendo que Dios, un ser
perfecto en posesión de todo lo deseable, pudiera tener voluntad. A lo largo de
estas páginas se ha hecho referencia a infinidad de momentos en los que Yahvé
actúa movido por sentimientos simplemente humanos, como si las acciones u
omisiones de los hombres pudieran afectarle en algo, lo cual sería
absolutamente impropio de ese Dios.
[11] Génesis, 15:18-21. En Nehemías se refleja un pasaje similar a
éste y se dice: -“Tú, Señor, eres el Dios que elegiste a Abrán […] Viste que su
corazón te era fiel e hiciste una alianza con él. Prometiste darle, a él y a su
descendencia, la tierra de los cananeos, hititas, amorreos, pereceos, jebuseos
y guergueseos” (Nehemías, 9: 7-8).
[23] 1 Samuel, 12:22.
[64] 2 Reyes, 19:35.
Curiosamente en Isaías 37:36. En muchos oros pasajes, como en Ezequiel, 32:12,
pueden verse más ejemplos de actuaciones divinas parecidamente destructivas.
[73] Job, 22:3.
[85] Éxodo, 20:3-5. En otros
muchos pasajes, como Deuteronomio,
4:24, se insiste de manera obsesiva en esta misma exigencia: -“No tendrás otros
dioses fuera de mí” (Deuteronomio,
4:24).
[95] 2 Samuel, 15-17. En 1 Crónicas, 21:14, se repite este pasaje
de manera más concisa, aunque se refiere evidentemente al mismo suceso narrado
en 2 Samuel.
[101] Romanos, 9:11.
Posteriormente Tomás insistió en esta misma doctrina a fin de defender la
omnipotencia divina frente a la libertad humana.