JESÚS NO FUE CRISTIANO SINO PRACTICANTE DE LA RELIGIÓN DE ISRAEL, MIENTRAS QUE EL
CRISTIANISMO FUE UNA SECTA ESCINDIDA DE DICHA RELIGIÓN.
La
“buena nueva” del cristianismo no apareció de manera completa en sus comienzos siendo fiel a las enseñanzas de Jesús:
Los dirigentes cristianos fabricaron su “buena nueva” a lo largo de los siglos
según la “oportunidad” del momento, alejándose de las enseñanzas de Jesús, que nada
tuvo que ver con la creación del cristianismo.
CRÍTICA:
Si
la “buena nueva”, que, según la jerarquía católica, debía ir unida a la
encarnación, vida, pasión y muerte de Jesús, tenía una importancia tan
definitiva para la humanidad, es sorprendente que la jerarquía católica haya
seguido presentando nuevas doctrinas por su cuenta, usurpando el papel del
supuesto Espíritu Santo, presunto inspirador de quienes transmitieron tal
“buena nueva” en los últimos libros de la Biblia
católica a partir de los “Evangelios”.
Esa forma de actuar se pone de manifiesto cuando la
jerarquía católica, en lugar de limitarse a propagar la supuesta “buena nueva”
de Jesús, va añadiendo nuevos dogmas y contenidos doctrinales a las antiguas
doctrinas, cuya importancia principal es la de servirles para amoldar sus
contradictorios puntos de vista a la mentalidad de cada época a fin de no
quedar en evidencia por sus arcaicas doctrinas, rotundamente desfasadas,
perdiendo por ello poder económico e influencia política y social.
Como ejemplos evidentes de estos cambios
doctrinales estratégicos, puede hacerse una referencia especial a las contradicciones
doctrinales entre Jesús y Pablo de Tarso por lo que se refiere a las siguientes cuestiones:
a)
Jesús se pronuncia en contra de los ricos, en favor de los pobres y en
favor del amor a los enemigos, mientras Pablo de Tarso –y la
jerarquía católica en general- se pronuncia en favor de los ricos y de
la esclavitud. Y los dirigentes del cristianismo en general y de la Iglesia
Católica en particular se han ido pronunciando a lo largo de la historia en favor del odio, la muerte y exterminio de
quienes no han estado de acuerdo con sus doctrinas, tal como se muestra a lo
largo de la historia con sus “cruzadas” contra los musulmanes, con su
implacable persecución y quema en la hoguera de los considerados “herejes”, efectuada
por la “Santa Inquisición”, en su colaboración para el exterminio de la
población americana autóctona a partir de la conquista española y portuguesa de
aquellas tierras, o contra la España republicana del año 1.936, colaborando con
el general Franco en la guerra calificada como “cruzada nacional” por el
cardenal Gomá, o en su defensa y su colaboración con los sanguinarios regímenes
dictatoriales de Sudamérica de hace no mucho tiempo.
b)
Jesús muestra un trato respetuoso e igualitario respecto a la mujer,
pero Pablo –y la jerarquía católica en general-, más de acuerdo con la
tradición bíblica machista, defiende un sometimiento servil y radical de la mujer
respecto al varón;
c)
Jesús considera que su labor de predicación tiene un carácter particular referida
al pueblo de Israel y referida a la búsqueda de una religiosidad más auténtica
relacionada con la misma religión judía,
mientras que Pablo –y la jerarquía de la secta católica- defiende el carácter universal
del mensaje evangélico y, junto con otros personajes, como los apóstoles
Pedro y Santiago, crea una nueva religión
que se aparta de la judía.
A
continuación se analizan con algún detalle estas diferencias entre las doctrinas
de Jesús, las de Pablo de Tarso y las de los dirigentes de la Iglesia Católica.
a)
Así, por lo que se refiere a las relaciones con el prójimo y a la valoración de
las diferencias entre ricos y pobres, pueden observarse diferencias
radicales:
1) En líneas generales la doctrina de Jesús, según
los evangelios, es muy clara respecto a la defensa de amor al prójimo,
que incluía el amor a los enemigos, y en líneas generales suponía un importante
avance respecto a la doctrina dominante en el Antiguo Testamento. Del mismo modo fue especialmente clara y
rotunda su actitud crítica contra los ricos, pronunciando frases de condena contra ellos del estilo
“es más fácil para un camello pasar por
el ojo de una aguja que para un rico entrar en el reino de Dios”[1].
Es
también evidente, al menos según se narra en diversos pasajes de los Hechos de
los apóstoles, el comunismo de los cristianos de los primeros
tiempos después de la muerte de Jesús, donde se dice:
- “Todos los creyentes vivían unidos y
lo tenían todo en común. Vendían sus posesiones y haciendas y las distribuían
entre todos, según las necesidades de cada uno”[2].
- “No había entre ellos necesitados,
porque todos los que tenían hacienda o casas las vendían, llevaban el precio de
lo vendido, lo ponían a los pies de los apóstoles, y se repartía a cada uno
según su necesidad”[3].
Y,
por lo que se refiere a la esclavitud, aunque Jesús no hace referencia a
ella en ningún momento, de lo anterior se deduce con total claridad que la
habría rechazado de manera tajante.
2)
Por su parte, Pablo de Tarso adopta
una actitud radicalmente distinta respecto a los ricos, como puede comprobarse
fácilmente acudiendo a su primera epístola a Timoteo en la que le dice:
“a los ricos de este mundo recomiéndales
que no sean orgullosos, ni pongan su esperanza en la incertidumbre de las
riquezas, sino en Dios, que nos provee de todos los bienes en abundancia para
que disfrutemos de ellos”[4].
En
esta carta, traicionando la postura de condena de Jesús contra los ricos, Pablo
de Tarso les defiende y tranquiliza, diciéndoles que no van a tener problemas
para entrar en el reino de los cielos, y que no hace falta que repartan sus
riquezas sino sólo “que no sean orgullosos” mientras las disfrutan.
En
este mismo sentido y por lo que se refiere a la esclavitud, mientras
Jesús defiende incluso el amor a los enemigos, Pablo de Tarso adopta una
escandalosa actitud en defensa de esa repugnante institución, actitud que la
jerarquía católica procura silenciar ahora, pero que aparece de modo inequívoco
en textos supuestamente sagrados en cuanto presunta “palabra de Dios” como los
siguientes:
“Esclavos, obedeced a vuestros amos
terrenos con profundo respeto y con sencillez de corazón, como si de Cristo se
tratara. No con una sencillez aparente que busca sólo el agrado a los hombres,
sino como siervos de Cristo que cumplen de corazón la voluntad de Dios”[5].
b)
Respecto a la cuestión de la valoración de la mujer puede verse igualmente
una diferencia abismal entre las enseñanzas de Jesús y las de Pablo de Tarso:
1)
Hay pasajes de los evangelios en los que Jesús aparece conversando con
una samaritana manteniendo un trato de igualdad y de respeto[6] o
refiriéndose a María Magdalena con un trato absolutamente comprensivo y amable,
a pesar de tratarse de una mujer “pecadora”. No obstante esto no significa que
la actitud de Jesús hacia la mujer fuera especialmente modélica sino que en
líneas generales siguió, aunque bastante suavizada, la línea de la tradición de
Israel, conservando en sus doctrinas y en sus actitudes considerables restos de
machismo, en cuanto, por ejemplo, no eligió a ninguna mujer como miembro de su
grupo de “apóstoles” y en cuanto los personajes femeninos no ocupan en general
ninguna relevancia especial en los evangelios.
Sin embargo y por lo que se refiere a la actitud de Pablo
de Tarso, más en línea con las “enseñanzas” del Antiguo Testamento respecto a esta misma cuestión, puede
comprobarse que fue absolutamente vergonzosa, considerando a la mujer como una esclava
que debía mantenerse sumisa al servicio del varón. Este punto de vista representó
una continuidad del machismo tradicional judío imperante en el Antiguo Testamento y representó un
vergonzoso retroceso respecto a la doctrina y a la práctica de Jesús.
Escribe Pablo de Tarso en este sentido:
- “el varón no debe cubrirse la cabeza,
porque es imagen y reflejo de la gloria de Dios. Pero la mujer es gloria del
varón, pues no procede el varón de la mujer, sino la mujer del varón, ni fue
creado el varón por causa de la mujer, sino la mujer por causa del varón. Por
eso […] debe llevar la mujer sobre su cabeza una señal de sujeción”[7].
-“toda mujer que ora o habla en nombre
de Dios con la cabeza descubierta, deshonra al marido, que es su cabeza”[8].
Abundando
en esta misma perspectiva, no simplemente machista sino incluso de desprecio a
la mujer, Pablo de Tarso defiende igualmente la sumisión de la mujer al
marido, prohibiéndole incluso su intervención en las asambleas:
-“La mujer aprenda en silencio con plena
sumisión. No consiento que la mujer enseñe ni domine al marido, sino que ha de
estar en silencio. Pues primero fue formado Adán, y después Eva. Y no fue Adán
el que se dejó engañar, sino la mujer que, seducida, incurrió en la
transgresión”[9].
-“…que las mujeres guarden silencio en
las reuniones; no les está, pues, permitido hablar, sino que deben mostrarse
recatadas, como manda la ley. Y si quieren aprender algo, que pregunten en casa
a sus maridos, pues no es decoroso que la mujer hable en la asamblea”[10].
Por
cierto, la actitud de la jerarquía católica respecto a la mujer, aunque
ha ido evolucionando hasta cierto punto a lo largo de los siglos, no ha estado
a la vanguardia de estos cambios hacia la igualdad de derechos sino que
simplemente los ha ido aceptando, aunque sólo parcialmente y a regañadientes,
hasta el punto de que en la actualidad sigue manteniendo planteamientos
retrógrados como los que hacen referencia a la prohibición de que la mujer
pueda ser ordenada como sacerdotisa o para otros cargos clericales de cierta
importancia, y manteniendo en general puntos de vista machistas, aunque
actuando astutamente a fin de poder presentar sus doctrinas desde una
perspectiva diferente, según la oportunidad del momento, recurriendo para ello
a la exaltación de la figura de María, “la madre de Dios”, de la que curiosa y
sospechosamente se habla muy poco en los evangelios, y nada en absoluto en el
resto de escritos del Nuevo Testamento: Ni en los Hechos de los
apóstoles, ni en las cartas de Pablo de Tarso, ni en el Apocalipsis.
c)
Respecto al carácter particular o
universal de la “buena nueva” las diferencias entre el punto de vista de
Jesús y Pablo de Tarso –y el de la posterior jerarquía católica son igualmente
evidentes:
1)
Jesús presenta su predicación como una exhortación al pueblo de Israel a fin de
que cumpla en espíritu las enseñanzas de
los profetas, es decir, de la religión tradicional de Israel y, por ello,
su mensaje tiene un carácter particular,
ligado a su propio pueblo y no extendido a la humanidad en general.
Es claramente significativo a este respecto el pasaje
evangélico en el que Jesús dice:
“No penséis que he venido a abolir las enseñanzas
de la ley y los profetas; no he venido a abolirlas, sino a llevarlas hasta sus últimas
consecuencias”[11]
Es
igualmente significativo el pasaje en el que Jesús atiende a una mujer cananea
que le pide ayuda, pasaje en el que, aunque finalmente Jesús se interesa por
ella, las primera palabras que le dirige no son especialmente acogedoras y
muestran cómo el propio Jesús considera que su misión religiosa se relacionaba esencialmente
con su pueblo, con el pueblo de Israel. Así lo indica el propio Jesús cuando le
dice a la mujer cananea:
“-No está bien tomar el pan de los hijos
para echárselo a los cachorrillos”[12],
frase en la que los
hijos simbolizan al pueblo de Israel, mientras que los cachorrillos simbolizan
a los demás pueblos.
2)
Finalmente frente al particularismo de las enseñanzas de Jesús,
referidas al pueblo de Israel, Pablo de Tarso defiende con gran visión
de futuro su carácter universal,
“católico”, lo cual evidentemente ha sido mucho más eficaz para la
expansión del inmenso negocio que significó y significa en estos momentos la
“Multinacional Católica”.
Si
alguien se pregunta por qué se produjo esta asombrosa contradicción entre
la actitud de Jesús y la de Pablo de Tarso, la respuesta es evidente: Si el
Cristianismo debía construirse como una organización económicamente rentable,
como lo ha sido y lo sigue siendo, eso no podía lograrse mediante la condena de
los ricos, tal como la había expresado Jesús, sino mediante la alianza con
ellos, de forma que mientras Jesús había condenado la codicia y la obsesión de
los ricos por el dinero, Pablo de Tarso comprendió que le interesaba contar con
su apoyo y, en consecuencia, defendió sin escrúpulos que los ricos disfrutasen
de sus riquezas y que los esclavos siguieran siendo esclavos, de forma que no
se les ocurriese rebelarse contra “sus amos” terrenales. De ese modo conseguía
tranquilizar a los ricos y poderosos hasta el punto de aceptar la nueva
religión y le diesen su progresivo apoyo hasta convertirse en la religión
oficial del imperio romano. Igualmente resulta evidente que los planteamientos
de Pablo respecto a la mujer y respecto al carácter universal de
las enseñanzas y del mensaje de salvación de Jesús iban a ser mucho más
rentables si, en lugar de mantenerlos en el ámbito del pueblo de Israel, los
consideraba extensibles al ámbito de los “gentiles”, es decir, de los no
judíos, de la humanidad en general.
Desde esta perspectiva, Pablo de Tarso presentaba el
Cristianismo ante los poderes políticos y sociales de su época como una
religión perfectamente compatible con las costumbres y tradiciones reinantes y,
por ello, nada revolucionaria en comparación con aquellas duras palabras de
Jesús que aparecían en los evangelios. Y ciertamente ésa ha sido la actitud que
la jerarquía cristiana en general y la católica en particular han tenido a lo
largo de los siglos, ganándose de ese modo la alianza y el favor de las clases
poderosas, tanto del imperio romano como del feudalismo medieval y del
capitalismo moderno, con quienes tanto poder político, riquezas e influencia social
han logrado.
Además de estas diferencias abismales entre la
doctrina de Jesús y la de Pablo de Tarso, a pesar de que los dirigentes de la
secta católica pretendan que existe una línea de continuidad y de simple
desarrollo de las doctrinas del “Mesías”, hay que llamar la atención sobre el
hecho absurdo de que, si Jesús, como supuesto “Hijo de Dios”, hubiera
querido transmitir algún mensaje, lo habría hecho de forma completa para toda
la humanidad en el tiempo en que vivió, en lugar de haber dejado que fueran los
dirigentes de la Iglesia Católica quienes se encargasen de tal misión, oponiéndose
a diversas enseñanzas de Jesús y “descubriendo” (?) nuevos mensajes a lo largo
de casi ya dos mil años, en los que el grupo dirigente católico ha ido
estableciendo diversos dogmas como el de la propia infalibilidad del Papa, y
todo lo que este dogma implica respecto a las declaraciones de los diversos
papas en materia de fe y costumbres, declaraciones con las que la jerarquía
católica estaría convirtiéndose en esclava de sus palabras, a pesar de que… ni
eso, pues en diversas ocasiones las declaraciones de un papa se contradicen con
las del siguiente y se quedan tan frescos porque la humanidad es así: Existe un
grupo social con una mentalidad muy peculiar a la hora de asumir como
verdaderas las contradicciones y los absurdos más extraños que puedan
imaginarse. La jerarquía católica no sólo lo sabe sino que lo fomenta de un
modo especial mediante su constante actividad delictiva de “adoctrinamiento”
contra la infancia, y, por este motivo, no tiene ningún inconveniente en
contradecirse continuamente según cuáles sean sus intereses de cada momento,
pues es consciente de que su labor “pastoral” al frente de su inmenso rebaño de
mansos “borregos” se producirá sin complicación alguna, pues el rebaño dejará en
manos de sus “pastores” la complicada labor de pensar en la coherencia y en la
verdad de sus doctrinas, mientras que ellos cumplirán sobradamente dejándose llevar
por ellos, aceptando cualquier doctrina que se les enseñe, creyendo en lo que
les digan y haciendo lo que les manden sin desgaste alguno de neuronas.
[1] Lucas, 18:24.
[2] Hechos,
2:44.
[3] O. c., 4:34.
[4] Pablo, I Timoteo,
6:17.
[5] Pablo: Efesios,
6:5-6. Pablo se expresa en términos muy parecidos a los de este párrafo en
otros lugares como en I Corintios, 7:21-24, en Colosenses, 3:22;
y en I Timoteo, 6:1-2.
[6] Juan,
4:7-26.
[7] Pablo, I Corintios,
4, 7-10. La cursiva es mía.
[8] Pablo, I Corintios,
4, 5.
[9] Pablo: Timoteo,
2: 11-14.
[10] Pablo, I Corintios,
14: 34-35.