viernes, 25 de enero de 2013


JESÚS  NO  FUE CRISTIANO SINO PRACTICANTE DE LA RELIGIÓN DE ISRAEL, MIENTRAS QUE EL CRISTIANISMO FUE UNA SECTA ESCINDIDA DE DICHA RELIGIÓN.

La “buena nueva” del cristianismo no apareció de manera completa en sus comienzos siendo fiel a las enseñanzas de Jesús: Los dirigentes cristianos fabricaron su “buena nueva” a lo largo de los siglos según la “oportunidad” del momento, alejándose de las enseñanzas de Jesús, que nada tuvo que ver con la creación del cristianismo.

CRÍTICA: Si la “buena nueva”, que, según la jerarquía católica, debía ir unida a la encarnación, vida, pasión y muerte de Jesús, tenía una importancia tan definitiva para la humanidad, es sorprendente que la jerarquía católica haya seguido presentando nuevas doctrinas por su cuenta, usurpando el papel del supuesto Espíritu Santo, presunto inspirador de quienes transmitieron tal “buena nueva” en los últimos libros de la Biblia católica a partir de los “Evangelios”.
Esa forma de actuar se pone de manifiesto cuando la jerarquía católica, en lugar de limitarse a propagar la supuesta “buena nueva” de Jesús, va añadiendo nuevos dogmas y contenidos doctrinales a las antiguas doctrinas, cuya importancia principal es la de servirles para amoldar sus contradictorios puntos de vista a la mentalidad de cada época a fin de no quedar en evidencia por sus arcaicas doctrinas, rotundamente desfasadas, perdiendo por ello poder económico e influencia política y social.
Como ejemplos evidentes de estos cambios doctrinales estratégicos, puede hacerse una referencia especial a las contradicciones doctrinales entre Jesús y Pablo de Tarso por lo que se refiere a las siguientes cuestiones:
a) Jesús se pronuncia en contra de los ricos, en favor de los pobres y en favor del amor a los enemigos, mientras Pablo de Tarso –y la jerarquía católica en general- se pronuncia en favor de los ricos y de la esclavitud. Y los dirigentes del cristianismo en general y de la Iglesia Católica en particular se han ido pronunciando a lo largo de la historia  en favor del odio, la muerte y exterminio de quienes no han estado de acuerdo con sus doctrinas, tal como se muestra a lo largo de la historia con sus “cruzadas” contra los musulmanes, con su implacable persecución y quema en la hoguera de los considerados “herejes”, efectuada por la “Santa Inquisición”, en su colaboración para el exterminio de la población americana autóctona a partir de la conquista española y portuguesa de aquellas tierras, o contra la España republicana del año 1.936, colaborando con el general Franco en la guerra calificada como “cruzada nacional” por el cardenal Gomá, o en su defensa y su colaboración con los sanguinarios regímenes dictatoriales de Sudamérica de hace no mucho tiempo.
b) Jesús muestra un trato respetuoso e igualitario respecto a la mujer, pero Pablo –y la jerarquía católica en general-, más de acuerdo con la tradición bíblica machista, defiende un sometimiento servil y radical de la mujer respecto al varón;
c) Jesús considera que su labor de predicación tiene un carácter particular referida al pueblo de Israel y referida a la búsqueda de una religiosidad más auténtica relacionada con la misma religión judía, mientras que Pablo –y la jerarquía de la secta católica- defiende el carácter universal del mensaje evangélico y, junto con otros personajes, como los apóstoles Pedro y Santiago, crea una nueva religión que se aparta de la judía.
A continuación se analizan con algún detalle estas diferencias entre las doctrinas de Jesús, las de Pablo de Tarso y las de los dirigentes de la Iglesia Católica.
a) Así, por lo que se refiere a las relaciones con el prójimo y a la valoración de las diferencias entre ricos y pobres, pueden observarse diferencias radicales:
1) En líneas generales la doctrina de Jesús, según los evangelios, es muy clara respecto a la defensa de amor al prójimo, que incluía el amor a los enemigos, y en líneas generales suponía un importante avance respecto a la doctrina dominante en el Antiguo Testamento. Del mismo modo fue especialmente clara y rotunda su actitud crítica contra los ricos, pronunciando frases de condena contra ellos del estilo
“es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar en el reino de Dios”[1].
Es también evidente, al menos según se narra en diversos pasajes de los Hechos de los apóstoles, el comunismo de los cristianos de los primeros tiempos después de la muerte de Jesús, donde se dice:
- “Todos los creyentes vivían unidos y lo tenían todo en común. Vendían sus posesiones y haciendas y las distribuían entre todos, según las necesidades de cada uno”[2].
- “No había entre ellos necesitados, porque todos los que tenían hacienda o casas las vendían, llevaban el precio de lo vendido, lo ponían a los pies de los apóstoles, y se repartía a cada uno según su necesidad”[3].
Y, por lo que se refiere a la esclavitud, aunque Jesús no hace referencia a ella en ningún momento, de lo anterior se deduce con total claridad que la habría rechazado de manera tajante.
2) Por su parte, Pablo de Tarso adopta una actitud radicalmente distinta respecto a los ricos, como puede comprobarse fácilmente acudiendo a su primera epístola a Timoteo en la que le dice:
“a los ricos de este mundo recomiéndales que no sean orgullosos, ni pongan su esperanza en la incertidumbre de las riquezas, sino en Dios, que nos provee de todos los bienes en abundancia para que disfrutemos de ellos”[4].
En esta carta, traicionando la postura de condena de Jesús contra los ricos, Pablo de Tarso les defiende y tranquiliza, diciéndoles que no van a tener problemas para entrar en el reino de los cielos, y que no hace falta que repartan sus riquezas sino sólo “que no sean orgullosos” mientras las disfrutan.
En este mismo sentido y por lo que se refiere a la esclavitud, mientras Jesús defiende incluso el amor a los enemigos, Pablo de Tarso adopta una escandalosa actitud en defensa de esa repugnante institución, actitud que la jerarquía católica procura silenciar ahora, pero que aparece de modo inequívoco en textos supuestamente sagrados en cuanto presunta “palabra de Dios” como los siguientes:
“Esclavos, obedeced a vuestros amos terrenos con profundo respeto y con sencillez de corazón, como si de Cristo se tratara. No con una sencillez aparente que busca sólo el agrado a los hombres, sino como siervos de Cristo que cumplen de corazón la voluntad de Dios”[5].
b) Respecto a la cuestión de la valoración de la mujer puede verse igualmente una diferencia abismal entre las enseñanzas de Jesús y las de Pablo de Tarso:
1) Hay pasajes de los evangelios en los que Jesús aparece conversando con una samaritana manteniendo un trato de igualdad y de respeto[6] o refiriéndose a María Magdalena con un trato absolutamente comprensivo y amable, a pesar de tratarse de una mujer “pecadora”. No obstante esto no significa que la actitud de Jesús hacia la mujer fuera especialmente modélica sino que en líneas generales siguió, aunque bastante suavizada, la línea de la tradición de Israel, conservando en sus doctrinas y en sus actitudes considerables restos de machismo, en cuanto, por ejemplo, no eligió a ninguna mujer como miembro de su grupo de “apóstoles” y en cuanto los personajes femeninos no ocupan en general ninguna relevancia especial en los evangelios.
Sin embargo y por lo que se refiere a la actitud de Pablo de Tarso, más en línea con las “enseñanzas” del Antiguo Testamento respecto a esta misma cuestión, puede comprobarse que fue absolutamente vergonzosa, considerando a la mujer como una esclava que debía mantenerse sumisa al servicio del varón. Este punto de vista representó una continuidad del machismo tradicional judío imperante en el Antiguo Testamento y representó un vergonzoso retroceso respecto a la doctrina y a la práctica de Jesús.
Escribe Pablo de Tarso en este sentido:
- “el varón no debe cubrirse la cabeza, porque es imagen y reflejo de la gloria de Dios. Pero la mujer es gloria del varón, pues no procede el varón de la mujer, sino la mujer del varón, ni fue creado el varón por causa de la mujer, sino la mujer por causa del varón. Por eso […] debe llevar la mujer sobre su cabeza una señal de sujeción[7].
-“toda mujer que ora o habla en nombre de Dios con la cabeza descubierta, deshonra al marido, que es su cabeza”[8].
Abundando en esta misma perspectiva, no simplemente machista sino incluso de desprecio a la mujer, Pablo de Tarso defiende igualmente la sumisión de la mujer al marido, prohibiéndole incluso su intervención en las asambleas:
-“La mujer aprenda en silencio con plena sumisión. No consiento que la mujer enseñe ni domine al marido, sino que ha de estar en silencio. Pues primero fue formado Adán, y después Eva. Y no fue Adán el que se dejó engañar, sino la mujer que, seducida, incurrió en la transgresión”[9].
-“…que las mujeres guarden silencio en las reuniones; no les está, pues, permitido hablar, sino que deben mostrarse recatadas, como manda la ley. Y si quieren aprender algo, que pregunten en casa a sus maridos, pues no es decoroso que la mujer hable en la asamblea”[10].
Por cierto, la actitud de la jerarquía católica respecto a la mujer, aunque ha ido evolucionando hasta cierto punto a lo largo de los siglos, no ha estado a la vanguardia de estos cambios hacia la igualdad de derechos sino que simplemente los ha ido aceptando, aunque sólo parcialmente y a regañadientes, hasta el punto de que en la actualidad sigue manteniendo planteamientos retrógrados como los que hacen referencia a la prohibición de que la mujer pueda ser ordenada como sacerdotisa o para otros cargos clericales de cierta importancia, y manteniendo en general puntos de vista machistas, aunque actuando astutamente a fin de poder presentar sus doctrinas desde una perspectiva diferente, según la oportunidad del momento, recurriendo para ello a la exaltación de la figura de María, “la madre de Dios”, de la que curiosa y sospechosamente se habla muy poco en los evangelios, y nada en absoluto en el resto de escritos del Nuevo Testamento: Ni en los Hechos de los apóstoles, ni en las cartas de Pablo de Tarso, ni en el Apocalipsis.
c) Respecto al carácter particular o universal de la “buena nueva” las diferencias entre el punto de vista de Jesús y Pablo de Tarso –y el de la posterior jerarquía católica son igualmente evidentes:
1) Jesús presenta su predicación como una exhortación al pueblo de Israel a fin de que cumpla en espíritu las enseñanzas de los profetas, es decir, de la religión tradicional de Israel y, por ello, su mensaje tiene un carácter particular, ligado a su propio pueblo y no extendido a la humanidad en general.
Es claramente significativo a este respecto el pasaje evangélico en el que Jesús dice:
“No penséis que he venido a abolir las enseñanzas de la ley y los profetas; no he venido a abolirlas, sino a llevarlas hasta sus últimas consecuencias”[11]
Es igualmente significativo el pasaje en el que Jesús atiende a una mujer cananea que le pide ayuda, pasaje en el que, aunque finalmente Jesús se interesa por ella, las primera palabras que le dirige no son especialmente acogedoras y muestran cómo el propio Jesús considera que su misión religiosa se relacionaba esencialmente con su pueblo, con el pueblo de Israel. Así lo indica el propio Jesús cuando le dice a la mujer cananea:
“-No está bien tomar el pan de los hijos para echárselo a los cachorrillos”[12],
frase en la que los hijos simbolizan al pueblo de Israel, mientras que los cachorrillos simbolizan a los demás pueblos.
2) Finalmente frente al particularismo de las enseñanzas de Jesús, referidas al pueblo de Israel, Pablo de Tarso defiende con gran visión de futuro su carácter universal, “católico”, lo cual evidentemente ha sido mucho más eficaz para la expansión del inmenso negocio que significó y significa en estos momentos la “Multinacional Católica”.
Si alguien se pregunta por qué se produjo esta asombrosa contradicción entre la actitud de Jesús y la de Pablo de Tarso, la respuesta es evidente: Si el Cristianismo debía construirse como una organización económicamente rentable, como lo ha sido y lo sigue siendo, eso no podía lograrse mediante la condena de los ricos, tal como la había expresado Jesús, sino mediante la alianza con ellos, de forma que mientras Jesús había condenado la codicia y la obsesión de los ricos por el dinero, Pablo de Tarso comprendió que le interesaba contar con su apoyo y, en consecuencia, defendió sin escrúpulos que los ricos disfrutasen de sus riquezas y que los esclavos siguieran siendo esclavos, de forma que no se les ocurriese rebelarse contra “sus amos” terrenales. De ese modo conseguía tranquilizar a los ricos y poderosos hasta el punto de aceptar la nueva religión y le diesen su progresivo apoyo hasta convertirse en la religión oficial del imperio romano. Igualmente resulta evidente que los planteamientos de Pablo respecto a la mujer y respecto al carácter universal de las enseñanzas y del mensaje de salvación de Jesús iban a ser mucho más rentables si, en lugar de mantenerlos en el ámbito del pueblo de Israel, los consideraba extensibles al ámbito de los “gentiles”, es decir, de los no judíos, de la humanidad en general.
Desde esta perspectiva, Pablo de Tarso presentaba el Cristianismo ante los poderes políticos y sociales de su época como una religión perfectamente compatible con las costumbres y tradiciones reinantes y, por ello, nada revolucionaria en comparación con aquellas duras palabras de Jesús que aparecían en los evangelios. Y ciertamente ésa ha sido la actitud que la jerarquía cristiana en general y la católica en particular han tenido a lo largo de los siglos, ganándose de ese modo la alianza y el favor de las clases poderosas, tanto del imperio romano como del feudalismo medieval y del capitalismo moderno, con quienes tanto poder político, riquezas e influencia social han logrado.
Además de estas diferencias abismales entre la doctrina de Jesús y la de Pablo de Tarso, a pesar de que los dirigentes de la secta católica pretendan que existe una línea de continuidad y de simple desarrollo de las doctrinas del “Mesías”, hay que llamar la atención sobre el hecho absurdo de que, si Jesús, como supuesto “Hijo de Dios”, hubiera querido transmitir algún mensaje, lo habría hecho de forma completa para toda la humanidad en el tiempo en que vivió, en lugar de haber dejado que fueran los dirigentes de la Iglesia Católica quienes se encargasen de tal misión, oponiéndose a diversas enseñanzas de Jesús y “descubriendo” (?) nuevos mensajes a lo largo de casi ya dos mil años, en los que el grupo dirigente católico ha ido estableciendo diversos dogmas como el de la propia infalibilidad del Papa, y todo lo que este dogma implica respecto a las declaraciones de los diversos papas en materia de fe y costumbres, declaraciones con las que la jerarquía católica estaría convirtiéndose en esclava de sus palabras, a pesar de que… ni eso, pues en diversas ocasiones las declaraciones de un papa se contradicen con las del siguiente y se quedan tan frescos porque la humanidad es así: Existe un grupo social con una mentalidad muy peculiar a la hora de asumir como verdaderas las contradicciones y los absurdos más extraños que puedan imaginarse. La jerarquía católica no sólo lo sabe sino que lo fomenta de un modo especial mediante su constante actividad delictiva de “adoctrinamiento” contra la infancia, y, por este motivo, no tiene ningún inconveniente en contradecirse continuamente según cuáles sean sus intereses de cada momento, pues es consciente de que su labor “pastoral” al frente de su inmenso rebaño de mansos “borregos” se producirá sin complicación alguna, pues el rebaño dejará en manos de sus “pastores” la complicada labor de pensar en la coherencia y en la verdad de sus doctrinas, mientras que ellos cumplirán sobradamente dejándose llevar por ellos, aceptando cualquier doctrina que se les enseñe, creyendo en lo que les digan y haciendo lo que les manden sin desgaste alguno de neuronas.



[1] Lucas, 18:24.
[2] Hechos, 2:44.
[3] O. c., 4:34.
[4] Pablo, I Timoteo, 6:17.
[5] Pablo: Efesios, 6:5-6. Pablo se expresa en términos muy parecidos a los de este párrafo en otros lugares como en I Corintios, 7:21-24, en Colosenses, 3:22; y en I Timoteo, 6:1-2.
[6] Juan, 4:7-26.
[7] Pablo, I Corintios, 4, 7-10. La cursiva es mía.
[8] Pablo, I Corintios, 4, 5.
[9] Pablo: Timoteo, 2: 11-14.
[10] Pablo, I Corintios, 14: 34-35.
[11] Mateo, 5:17.
[12] Mateo, 15: 26.

jueves, 24 de enero de 2013


LA VIRGINIDAD DE MARÍA

Los dirigentes de la Iglesia Católica se contradicen 
cuando exaltan la virginidad de María como un mérito especial, 
en cuanto tal valoración implica la correspondiente valoración negativa de la sexualidad, 
a pesar de que ésta habría sido creada por Dios
 de acuerdo con su infinita sabiduría.

La Jerarquía Católica defiende la doctrina según la cual María, habiendo sido madre de Jesús, fue virgen “antes del parto, en el parto y después del parto”; es decir, que nunca mantuvo relaciones sexuales con su marido José ni con cualquier otro hombre, sino que dio a luz a Jesús, como único hijo, por la acción milagrosa del “Espíritu Santo”.
CRÍTICA: Se trata de una doctrina que de nuevo supone una tácita denigración de la sexualidad humana en cuanto implica que el hecho que María hubiese mantenido relaciones sexuales con José la habría hecho menos digna y menos santa, y en cuanto implica igualmente que el hecho de ser “virgen” implicaría un mérito especial frente al hecho de vivir de acuerdo con la satisfacción de sus naturales necesidades sexuales, la cual habría estado más de acuerdo con su naturaleza humana, ya que la motivación sexual es consustancial a dicha naturaleza.
Esta misma visión deshonrosa de la sexualidad no sólo se muestra en relación con María, sino de forma general en los planteamientos de Pablo de Tarso cuando escribió:
“A los solteros y a las viudas les digo que es bueno que permanezcan como yo. Pero si no pueden guardar continencia, que se casen. Es mejor casarse que abrasarse”[1].
Utilizando tal criterio de pureza –tan alejado de lo natural-, la jerarquía católica igualmente hubiera podido exaltar una mayor pureza de María afirmando que nunca comió ni bebió ni meó ni defecó a lo largo de toda su vida de manera que sus órganos corporales relacionados con tales funciones vitales permanecieron puros e incontaminados a lo largo de toda su vida. Pero del mismo modo que el comer, el beber, el mear o el defecar no tienen nada que ver con el etéreo concepto moral de “pureza”, por lo mismo tampoco lo tiene la acción natural de follar libremente, dando satisfacción a la necesidad sexual que supuestamente el propio Dios habría implantado en el ser humano y en muchas otras especies animales, necesidad gracias a la cual la humanidad cumple además con mayor dedicación y júbilo el mandato bíblico “creced y multiplicaos”. De hecho en el Antiguo Testamento se aceptan como normales las relaciones sexuales con excepciones como la de tenerlas con alguna de las mujeres que son propiedad del propio padre. En este sentido se dice en Levítico:
“No ofenderás a tu padre teniendo relaciones sexuales con otra mujer suya”[2].
Otra norma respecto a las relaciones sexuales era la siguiente:
-“No tendrás relaciones sexuales con tus hermanas por parte de padre”[3]
Esta norma implica evidentemente que sí era lícito mantener relaciones sexuales con muchas otras mujeres con tal que no fueran mujeres del padre o hermanas por parte de padre –o de madre, según se dice en otro momento-, por lo que era lícito tenerlas con cualquier otra mujer con la que no existieran lazos familiares y que no fuera propiedad de otro hombre, pues parece que lo más importante en la Biblia en el terreno de las relaciones sexuales con una mujer es que no implicasen un atentado contra su propietario. Recordemos que en el último mandamiento de Moisés, el noveno –pues no hay décimo, a pesar de lo que diga el Catecismo Católico- es el no codiciar los diversos bienes ajenos, entre los cuales se encuentran sus mujeres o su mujer.
Y, sin embargo, junto a esta permisividad sexual se da una prohibición que no parece tener ningún sentido, a excepción de que se trata de un método anticonceptivo natural permitido hoy por la Iglesia Católico, que en este punto desprecia la prohibición del Antiguo Testamento, por muy “palabra de Dios” que sea:
-“No tendrás relaciones sexuales con una mujer durante su menstruación”[4].
Tiene interés observar que, en línea con el machismo bíblico tradicional, las diversas normas sexuales van dirigidas al varón, pero a ninguna a la mujer, la cual es una propiedad que pasa de su padre a su marido -o que se convierte en concubina o en puta-. Finalmente también conviene observar que, al igual que en muchas otras ocasiones, también en este terreno y según la apreciación de la Biblia, es la mujer la que actúa con engaños, como sucede con las hijas de Lot, que emborrachan a su padre para tener relaciones sexuales con él, y como sucede con la suegra de Judá que se hizo pasar por puta para acostarse con su yerno.
Igualmente en Génesis se cuenta con la mayor naturalidad y sin asomo alguno de crítica cómo las dos hijas de Lot emborracharon a su padre para tener relaciones sexuales con él y así tener descendencia:
“La mayor le dijo a la menor:
-Nuestro padre se va haciendo viejo y no queda ya varón en la región que pueda unirse a nosotras, como hace todo el mundo. Ven, vamos a emborrachar a nuestro padre y nos acostaremos con él; así tendremos descendientes de nuestro padre.
Aquella misma noche emborracharon a su padre y la mayor se acostó con él, sin que él se diera cuenta ni al acostarse ni al levantarse ella.
Al día siguiente dijo la mayor a la menor:
-Anoche dormí yo con mi padre; vamos a emborracharlo también esta noche y te acuestas tú con él; así tendremos descendencia de nuestro padre.
Aquella noche emborracharon también a su padre y la menor se acostó con él, sin que se diera cuenta ni al acostarse ni al levantarse ella.
Así las dos hijas de Lot concibieron de su padre”[5].
Otros casos curiosos son los del propio Abraham, que se acostó con su esclava Agar porque su mujer Saray le invitó a que tuviera relaciones sexuales con su esclava, ya que ella no podía tener hijos: 
“Saray, la mujer de Abrán, no le había dado hijos; pero tenía una esclava egipcia, llamada Agar. Y Saray dijo a Abrán:
-Mira, el Señor me ha hecho estéril; así que acuéstate con mi esclava, a ver si por medio de ella puedo tener hijos
A Abrán le pareció bien la propuesta
[…] Saray tomó a Agar, su esclava egipcia, y se la dio por mujer a su marido Abrán. Él se acostó con Agar, y ella concibió, pero cuando se vio encinta, empezó a mirar con desprecio a su señora”[6].
Y del mismo modo sucede en el caso de Jacob y Raquel: Raquel no podía tener hijos y le dijo a Jacob:
“-Ahí tienes a mi criada Balá; únete a ella. Ella dará a luz sobre mis rodillas y así yo también tendré hijos por medio de ella”[7].
Y Balá tuvo dos hijos de Jacob. Pero, a pesar de tener ya descendencia, lo mismo le sucedió a Jacob con Lía, su otra mujer, que le dio a su criada Zilpá para que tuviera un hijo con ella[8]. Más adelante Lía exclamó:
“-Dios me ha recompensado por haber dado mi criada a mi marido”[9].
Otro caso peculiar fue el de la suegra de Judá, que se hizo pasar por una puta para acostarse con su yerno a fin de quedar embarazada de él. Judá le dijo a su suegra:
    “-Deja que me acueste contigo.
Pues no sabía que era su suegra. Ella le preguntó:
    -¿Qué me vas a dar por acostarme contigo?
    Él respondió:
    -Te enviaré un cabrito del rebaño”[10].
Y su suegra quedó embarazada, que es lo que ella quería.
En este pasaje tiene interés señalar que no se da ninguna importancia al hecho de que uno se acueste con una puta, ni al oficio de puta, y que tampoco se de importancia ninguna a las relaciones sexuales entre suegra y yerno ni a la mentira como base para lograr tal objetivo por parte de la suegra.
En cualquier caso y teniendo en cuenta el tratamiento bíblico de la sexualidad, la doctrina de la “virginidad” de María es absurda y contradictoria además con la defensa que en otras ocasiones realizan los dirigentes católicos de lo natural, “lo que está de acuerdo con la naturaleza”, y es también una forma de antropomorfismo en cuanto se considera que, para que Jesús pudiera ser considerado como hijo de Dios, no podía ser hijo de un padre y de una madre humanos.
Por otra parte, quienes escribieron los evangelios no tuvieron el menor reparo en contradecirse cuando, al tratar de demostrar la filiación divina de Jesús, se lo hicieron remontándose en su genealogía siguiendo la línea paterna, es decir, aceptando que José fue el auténtico padre de Jesús, hasta llegar a Dios, lo cual implicaba una valoración natural y nada negativa de las relaciones sexuales entre María y José, es decir, de la sexualidad en general. Pero, si con el fin de lograr que el linaje de Jesús fuera exclusivamente divino y no un híbrido se llegó a considerar que el padre humano sobraba, en tal caso habrían podido darse cuenta de que tampoco era necesaria la figura de una madre humana, y de que Dios mismo, creador del hombre, hubiera podido encarnarse directamente en un ser humano, habiendo nacido directamente de Dios Padre, pues por su omnipotencia Dios, que había creado a Adán podía igualmente haberse encarnado directamente en un hombre. Sin embargo, parece que la mentalidad de aquella época, como consecuencia de su antropomorfismo, no alcanzó a imaginar esta posibilidad y por ello se consideró que Dios, para hacerse humano, debía nacer de un ser humano, una mujer, pero “virgen”. Parece, pues, que la interpretación que defendió la divinidad de Jesús, considerando que era hijo de una “virgen” y del propio Dios, no se relacionaba con una valoración negativa de la sexualidad sino con el deseo de presentar a esa “virgen” como ligada exclusivamente con la divinidad y no “contaminada” por haber tenido relaciones sexuales con otro ser humano.
Sin embargo, los evangelios aceptados por los dirigentes de la Iglesia Católica contradicen el dogma de la virginidad de María cuando afirman con total claridad que Jesús tuvo varios hermanos y hermanas, tal como puede verse en pasajes como el siguiente:
“¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llaman su madre María, y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? ¿No están todas sus hermanas entre nosotros?”[11].
Más adelante en este mismo evangelio se dice igualmente:
“Entonces se presentaron su madre y sus hermanos… Entonces le pasaron el aviso:
-Tu madre y tus hermanos están ahí y quieren verte.
Él les respondió:
-Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica”[12].
Por su parte en el evangelio atribuido a Mateo hay pasajes[13] similares a los atribuidos a Marcos, diciéndose que Jesús tenía hermanos (Santiago, José, Simón y Judas) y hermanas, cuyos nombres –como sucede en general en la Biblia cuando hay que hacer referencia a alguna mujer- no se mencionan.
Igualmente en el evangelio de Juan se dice:
-“Después, Jesús bajó a Cafarnaúm, acompañado de su madre, sus hermanos y sus discípulos, y se quedaron allí unos cuantos días”[14];
-“…cuando ya estaba cerca la fiesta judía de las tiendas, sus hermanos le dijeron…”[15]
-“Sus hermanos hablaban así porque ni siquiera ellos creían en él”[16].
-“…más tarde, cuando sus hermanos se habían marchado ya a la fiesta, fue también Jesús, pero de incógnito…”[17].
Conviene señalar que en casi todos estos pasajes a la vez que se habla de los hermanos de Jesús se habla de su madre, lo cual es muy significativo en contra de la tesis que interpreta que el término que hace referencia a “hermanos o parientes”, se estaba empleando para hacer referencia a sus “primos” (parientes), pues es evidente que en este caso se refiere de forma clara a hermanos en sentido estricto, lo cual contradice claramente la doctrina católica según la cual María continuó siendo virgen después del parto –a no ser que sus otros hijos lo hubieran sido también del Espíritu Santo-.
Por su parte en el evangelio erróneamente atribuido a Lucas se escribe:
“Mientras estaban en Belén le llegó a María el tiempo del parto, y dio a luz a su hijo primogénito[18];
es decir, se habla del hijo “primogénito” de María, lo cual sólo tiene sentido en cuanto se presuponga que Jesús tuvo otros hermanos menores que él. Este detalle tiene su importancia como nueva réplica contra quienes pretenden que la palabra que aparece en otros textos traducida como “hermano” podría significar y haber sido utilizada simplemente como equivalente a “pariente” y no estrictamente como “hermano”, que es el significado claro con que se la utiliza. En definitiva, el dogma de la virginidad de María no tiene nada que ver con la mentalidad ni con la intención de quienes escribieron los evangelios, supuestamente inspirados por el Espíritu Santo, y, como en tantas otras ocasiones, se observa cómo los dirigentes católicos han realizado sus propias aportaciones, no teniendo escrúpulos a la hora de corregir y de contradecir en muchas ocasiones los textos supuestamente inspirados por el Espíritu Santo, según cuáles fueran sus intereses en los diversos momentos de la historia.


[1] Romanos, 7:8-9.
[2] Levítico, 18:8.
[3] Levítico, 18:11.
[4] Levítico, 18:19.
[5] Génesis, 19:31-36.
[6] Génesis, 16:1-4.
[7] Génesis, 30:3.
[8] Génesis, 30:9-13.
[9] Génesis, 30:18.
[10] Génesis, 38:16-17.
[11] Mateo, 13: 55-56. La cursiva es mía. Pasajes similares a éste se encuentra en Marcos, 3:31-32 y 6:3.
[12] O. c., 8: 19-21. La cursiva es mía.
[13] Mateo, 12:47-50 y 13:55-56.
[14] Juan, 2: 12. La cursiva es mía.
[15] O. c., 7:2-3. La cursiva es mía.
[16] O. c., 7:5. La cursiva es mía.
[17] O. c., 7:10: La cursiva es mía.
[18] Lucas, 2: 6-7. La cursiva es mía.

¿MARÍA, MADRE DE DIOS?
La contradicción de la jerarquía católica según la cual 
María fue y no fue la madre de Dios.

La jerarquía católica defiende la doctrina de que María fue madre de Dios, pero al mismo tiempo afirma que Dios, tanto Padre como Hijo y Espíritu Santo, son eternos, lo cual implica que, si María no era eterna –y no lo era-, el Hijo existió antes que la madre, lo cual resulta bastante insólito.
En cuanto ser madre implica generar una vida en un momento determinado del tiempo, la maternidad de María respecto a Dios implicaría la negación de la eternidad de Dios o la afirmación de la eternidad de María, lo cual la excluiría del conjunto de los seres humanos, que tenemos carácter temporal.
En efecto, si el Hijo nació de María, después de que ésta quedase embarazada por una gracia del Espíritu Santo, en tal caso parece evidente que el Hijo comenzó a existir hace alrededor de 2.000 años, que es cuando se supone que nació Jesús, el supuesto Dios-Hijo. Y, si alguien replicase que, aunque Jesús nació de María, de hecho ya existía eternamente y que María fue el instrumento del que Dios se sirvió para su “encarnación”, en tal caso afirmar que María es la “madre de Dios” es una nueva superchería que, aunque sirve para alimentar la fantasía del redil católico respecto a la idea de una madre humana de Dios, muy accesible a las súplicas humanas de todo género, es contradictoria con la eternidad del propio Dios, eternidad no compartida por María, hija de Joaquín y de Ana, y madre de Jesús, a la cual, en consecuencia, sería el colmo del absurdo considerar como “madre de Dios”.
De hecho en los evangelios no se concede a María ninguna importancia especial sino todo lo contrario, pero además en los primeros tiempos del Cristianismo ni siquiera se la tuvo en cuenta. Más adelante, cuando los dirigentes de la secta cristiana se dieron cuenta de que la presencia de diosas en otras religiones era un elemento positivo para su éxito en el proselitismo correspondiente, comprendieron que la incorporación, si no de una divinidad femenina, al menos de un sucedáneo de ella podía ayudarles para el éxito de su negocio, y, en consecuencia, decidieron incorporar a María como un fichaje esencial para enriquecer el elenco de iconos de su escaparate religioso, pues la idea de una “madre divina” tenía su atractivo especial, hasta el punto de que a lo largo de muchos siglos se ha ido haciendo bastante más elevada la cantidad de cristianos y cristianas que siente una devoción particular por la “madre de Dios” que la de quienes sienten una devoción similar por el propio Dios-Padre, Yahvé, al cual no parece que haya muchas iglesias dedicadas –supongo que habrá alguna-.
Esta devoción a “María” se hace patente en sus diversas versiones más o menos milagreras relacionadas con los correspondientes santuarios e incluso con la variedad de nombres que adopta la misma madre de Dios según los lugares en los que se la venera, lugares en que curiosa y sospechosamente, tratándose de la misma madre de Dios, en unos santuarios parece mostrarse mucho más dadivosa que en otros a la hora de realizar sus “milagros”, como si hubiese hecho un contrato especial con el clero de tales lugares, dejando caprichosamente los restantes en el olvido. Los santuarios de tales sitios, como se ha dicho, se corresponden con diversas advocaciones a María, que han dado lugar a una extensa variedad de nombres de mujer (Amparo, Angustias, Asunción, Carmen, Consolación, Consuelo, Dolores, Esperanza, Fátima, Guadalupe, Inmaculada, Lourdes, Macarena, María, Milagros, Misericordia, Montserrat, Pilar, Rocío, Socorro, Soledad, etc.).
Por ello mismo, el número de santuarios en los que se venera a una “madre de Dios milagrosa” es muy superior al de los lugares en los que se venera y adora al propio Dios en espera de “sus milagros”, veneración explicable a partir del antropomorfismo de considerar que a una madre se la puede camelar con mucha mayor facilidad que a un padre, especialmente si se trata del “Padre eterno”, e incluso a partir del prejuicio según el cual María, como madre de Dios, puede interceder ante él para que conceda diversos bienes que por sí mismo –y a pesar de su amor infinito- no concedería.
Por otra parte resulta ingenuamente arrogante hasta un grado inconmensurable por parte de quienes inventaron este tipo de religiones, en las que un ser humano aparece como “madre de Dios”, enaltecer hasta ese punto a un ser tan insignificante como cualquiera de nosotros para concederle el honor de ser madre de un ser en teoría tan infinitamente superior. Si imaginamos a una simple pulga y la considerásemos madre de una ballena, esa metáfora no reflejaría adecuadamente la distancia de infinitos millones de años luz existente entre la figura de María y la de un Dios como el que presentan los dirigentes católicos. Además, mientras tanto las ballenas como las pulgas existen y en ese sentido podría existir alguna relación, no sucede lo mismo en el caso de Dios y de María, pues mientras María existió como madre de Jesús y de otros hombres y mujeres, el supuesto Dios cristiano es imposible que exista por su carácter contradictorio, tal como se ha explicado en los primeros capítulos de esta obra. 

miércoles, 23 de enero de 2013


“NO JUZGUÉIS Y NO SERÉIS JUZGADOS”

Los caciques de la Iglesia católica asumen la contradicción según la cuál Jesús ordena no juzgar, a la vez que advierte que él sí juzgará a quienes juzgan, lo cual no es precisamente predicar con el ejemplo ni es congruente con un Dios cuyo amor se supone infinito.
CRÍTICA: Es evidente que, si Jesús no quería que juzgásemos a los demás –lo cual parece muy razonable teniendo en cuenta que, según la “teología” católica, todo lo que el hombre hace es Dios quien lo hace-, debería haberse abstenido de añadir a su frase “no juzguéis” la continuación “y no seréis juzgados”, ya que, al hacerlo, incurría en el mismo error que criticaba, y, por ello, hubiera sido más lógico que dijera: “no juzguéis, pues nadie es culpable ya que todo lo que los hombres hacen ha sido programado por Dios” o, también, “No juzguéis, pues, aunque los obispos os digan lo que se les ocurra para la prosperidad de su negocio, pensad que mi amor es infinito y que es incompatible con cualquier castigo, y mucho menos con un castigo eterno, que no sirve para nada”. Jesús no dijo estas palabras, sino que, al menos según los evangelios, cayó en el error de amenazar con el juicio de Dios a quienes juzgasen a los demás, lo cual no era precisamente una forma de predicar con el ejemplo. No vio que el amor era incompatible con la venganza. Y, precisamente, una reflexión acerca de esta doctrina fue uno de los muchos argumentos por los que Nietzsche criticó el dios del Cristianismo. En este sentido consideró que había una contradicción entre un Dios-Amor y un Dios-Juez, que juzga y castiga, y que además no ama suficientemente al hombre sino que sólo es capaz de un amor condicionado, que llega incluso a vengarse contra quien no cree en él:
- “¿Cómo? ¡Un dios que ama a los hombres siempre que crean en él y fulmina con terribles miradas y amenazas a quien no cree en ese amor! ¿Cómo? ¡Un amor condicionado, como sentir de un dios todopoderoso”[1].
- “Quien le alaba como Dios de amor no tiene una idea cabal del amor mismo. Ese Dios ¿no quería también ser juez? Pero quien ama, ama más allá del castigo y de la recompensa”[2];
Y efectivamente, en este sentido, tal como Nietzsche critica, en el evangelio atribuido a Mateo, aparece la frase:
“No juzguéis, para que Dios no os juzgue”[3].
Por otra parte y en relación con el tema del perdón, en este mismo evangelio aparece la frase:
“Lo mismo hará con vosotros mi Padre celestial si no os perdonáis de corazón unos a otros”[4].
En ambos casos resulta curioso que, a pesar de las ocasiones en que Jesús parece oponerse a la “Ley del Talión”, estas advertencias sean una expresión más de dicha ley en cuanto subordina el juicio y el perdón de Dios a cuál sea la actitud de los hombres por lo que se refiere a su propio perdón al prójimo. Las palabras de Jesús son una huella de su dependencia ideológica de la “Ley del Talión”, dependencia que le impide dar el salto definitivo desde la idea de un dios vengativo, propio de esa tradición, hasta la idea auténtica de un Dios amor, no siendo todavía consecuente con ella.
Por otra parte, esta dependencia de Jesús respecto al pensamiento judío tradicional, corrobora la idea, ya señalada en otro capítulo de esta obra, de que Jesús no pretendió fundar una nueva religión distinta de la judía, sino predicar a su pueblo que la siguieran con una rectitud auténtica y no sólo desde el cumplimiento de rituales que no iban más allá de observar su contenido externo.


[1] F. Nietzsche: La gaya ciencia, parág. 141.
[2] F. Nietzsche: Así habló Zaratustra, IV, El jubilado; p. 288; Ed. Planeta-De Agostini, 1992, Barcelona. Ya antes, en La gaya ciencia, Nietzsche se había expresado en un sentido semejante: “Si Dios quería llegar a ser objeto de amor, debía antes renunciar al papel de juez supremo y a la justicia divina” (parág. 140).
[3] Mateo, 7:1.
[4] Mateo, 18: 35. Un planteamiento prácticamente idéntico a éste aparece en Marcos, 11:25.