viernes, 14 de marzo de 2008

La Jerarquía Católica –y en especial su jefe supremo- incurre en un “círculo vicioso” cuando afirma el dogma de la infalibilidad del Papa

La Iglesia Católica: Crítica de sus doctrinas fundamentales (25)

Antonio García Ninet
Doctor en Filosofía y en Ciencias de la Educación

La Jerarquía Católica miente cuando afirma que su jefe supremo, el Papa, es infalible cuando habla “ex cathedra” en materias de fe y costumbres. Esta doctrina fue declarada dogma de fe por el papa Pío IX en el Concilio Vaticano I en el año 1870.
Resulta realmente curioso que la Iglesia Católica haya estado funcionando durante casi 2.000 años sin tener conciencia de tal infalibilidad del papa y que sólo hace poco más de un siglo la haya descubierto. Pero, el problema de carácter simplemente lógico que plantea la proclamación de un dogma como éste es que incurre en un “círculo vicioso” en cuanto su valor está supeditado a la aceptación previa del supuesto de que las doctrinas conciliares sean infalibles, lo cual equivale a decir que si las doctrinas de los concilios son infalibles, entonces el Papa es infalible”, con lo cual el problema se traslada al de demostrar que las doctrinas conciliares sean infalibles, lo cual sólo podría establecerse de manera dogmática, procedimiento que efectivamente es el más usual en los procedimientos de las altas jerarquías de la Iglesia Católica –y, en general, en la conjunto de las diversas confesiones religiosas-.
Por ello, en definitiva, si se quisiera ser fiel a las leyes de la Lógica y del conocimiento en general, el dogma de la infalibilidad del papa quedaría reducido a la tautología según la cual se dijera “si el papa es infalible, entonces el papa es infalible”, ya que para proclamar su infalibilidad el papa Pío IX partía una situación de un desconocimiento secular o milenario de este poder tan especial y, claro está, desde el desconocimiento de si era infalible o no, no podía desde la coherencia lógica afirmar como dogma que el papa era infalible. La proclamación fue algo así como un golpe de estado ideológico, golpe de estado a partir del cual en lo sucesivo nadie podría opinar libremente acerca de las doctrinas de fe o de la moralidad de las costumbres o formas de vida de los seres humanos a excepción del propio Jefe de la Iglesia Católica.
Para la Iglesia Católica, sin embargo, este dogma es otra herramienta importante para su funcionamiento económico y político, que de ese modo puede dedicarse a excomulgar y a amenazar a todo aquel que no se atenga a las interpretaciones doctrinales defendidas por el Papa, quien de ese modo puede ejercer mayor dominio sobre cualquiera cuyas palabras o acciones puedan ser peligrosas para la buena marcha de la economía de su organización “religiosa”, como sucede con los “Teólogos de la Liberación”, cuyo compromiso con los pobres es constantemente reprimido por las jerarquías a quienes les interesa especialmente mantener buenas relaciones con los grandes explotadores de quienes reciben sustanciales beneficios económicos por su complicidad y no con los pobres, de quienes sólo reciben problemas y miseria, aunque también la coartada para proclamar su misión de defenderlos, aunque luego se olvide de ellos mientras sus palacios y sus tesoros siguen engrandeciéndose.

domingo, 9 de marzo de 2008

La Jerarquía Católica miente cuando afirma
que fuera de la Iglesia Católica no hay salvación

La Iglesia Católica: Crítica de sus doctrinas fundamentales (24)

Antonio García Ninet
Doctor en Filosofía y en Ciencias de la Educación


La Jerarquía Católica, con raras excepciones, afirma la doctrina según la cual fuera de la Iglesia Católica no hay salvación y que la Iglesia Católica es la única mediadora entre Dios y los hombres.
En cuanto el propio Jesús no fundó Iglesia o secta de ninguna clase pues fue Pablo Tarso el fundador de esta organización, quienes le sucedieron en la ocupación de los altos cargos y en la introducción de aquellas doctrinas que podían beneficiarles, traicionaron el espíritu de las enseñanzas de Jesús, quien dijo que no había venido a negar la ley sino a cumplirla, expresando de esa y de muchas otras maneras que él, como buen esenio, se consideraba un continuador del judaísmo y no lo negó para sustituirlo por una nueva religión, sino que criticó la actitud de los fariseos y de los saduceos por no vivir con autenticidad las doctrinas de la religión judía.
Por otra parte, incluso bajo el supuesto de que Jesús hubiera fundado una nueva religión, en ningún caso afirmó la absurda doctrina de que fuera de su Iglesia no hubiera salvación.
Se trataría de una doctrina absurda porque estaría negando el amor y la misericordia infinitas de Dios, en cuanto exigiera un requisito tan accidental como el de la pertenencia a una entidad tan ligada a un determinado tiempo y a un determinado espacio que cualquier habitante de la Tierra que no hubiese conocido nada acerca de la existencia habría quedado excluido de esa vida eterna con la que las jerarquías de la Iglesia Católica pretenden premiar a quienes sigan sus consignas, enviando al fuego eterno a quienes se mantengan al margen o lleguen a encontrar toda una serie de contradicciones en sus doctrinas que les impidan integrarse en esa organización si a la vez pretenden ser consecuentes con su conciencia.
Además, la jerarquía católica insulta a su mismo Dios al defender una doctrina tan contraria al supuesto amor y misericordia infinita de ese dios.
Por otra parte, es un absurdo antropomórfico considerar que la comunicación de un supuesto Dios con la humanidad tuviera que requerir de la existencia de un grupo privilegiado de personas –las de la Jerarquía Católica- tuviera que ejercer la labor de servir de puente para que Dios se comunique con el resto de sus hijos, como si no tuviera suficiente poder para ponerse en contacto con ellos de modo directo y sin necesidad de tales mediadores –o, mejor, de simples embaucadores-.
Sin embargo, los dirigentes de la secta católica tienen especial interés económico por mantener esa doctrina porque en caso contrario su medio de vida dejaría de tener justificación desde el momento en que “sus fieles” comprendieran que para relacionarse con Dios no era necesaria la mediación de tales “pontífices” sino que podían hacerlo por sí mismos y que para esa salvación eterna no era para nada imprescindible la mediación de esa organización tan teatral y tan alejada de esa esencia del mensaje de Jesús, relacionada con el amor y no con las riquezas, que constituyen el objetivo obsesivo de esa organización de cuervos siniestros.
La Jerarquía Católica afirma
que sin la fe no hay salvación

La Iglesia Católica: Crítica de sus doctrinas fundamentales (XXIII)

Antonio García Ninet
Doctor en Filosofía y en Ciencias de la Educación

Esta doctrina se remonta al pasado más remoto del Cristianismo, de forma que ya en el evangelio de Juan se afirma:
“...es necesario que sea puesto en alto el Hijo del hombre, para que todo el que crea en él alcance la vida eterna. Porque así amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo Unigénito, a fin de que todo el que crea en él no perezca, sino alcance la vida eterna” ,
y
“en verdad, en verdad os digo, el que escucha mi palabra y cree al que me envió, tiene vida eterna y no incurre en sentencia de condenación, sino que ha pasado de la muerte a la vida” ;

Del mismo modo Pablo de Tarso en su Epístola a los Romanos defiende esta misma doctrina en diversos lugares, como cuando indica que “sin la fe no hay salvación” , o cuando dice “si confesares con tu boca a Jesús por Señor y creyeres en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo” .
Tiene interés reflejar respecto a estas palabras, comparándolas con los planteamientos de la posterior “Teológía” católica, el hecho de que mientras en ellas la fe se muestra como una opción personal libre a la que uno mismo podría adherirse o alejarse voluntariamente, sin embargo la postura frente a la tesis de que la fe es un don gratuito divino que concede a quien el propio Dios quiere.
Cuando se objeta a los defensores de esta interpretación que uno no es responsable de que Dios le haya concedido o no la fe, se le suele responder que en cualquier caso, si no se tiene fe, hay que pedirla a Dios. Pero quienes así proceden actúan de modo ingenuo o llevados de una pereza mental asombrosa al ser incapaces de darse cuenta de que, para pedir la fe en Dios, antes haría falta creer en la existencia de ese Dios a quien habría que pedirle la fe, por lo que en tal planteamiento existiría un círculo vicioso en cuanto para tener fe habría que pedirla a Dios, pero para pedirla haría falta tener fe en él.
Desde la otra perspectiva la fe, según la cual la fe se entiende como un acto voluntario por el cual se intenta creer en la verdad de una doctrina en relación con la cual no existe evidencia ni demostración objetiva, tal acto desde una perspectiva moral estaría en contradicción con la veracidad, actitud consistente en aquella disposición mental por la que se pretende reconocer exclusivamente como verdad aquello que lo sea o aquello de lo que se pueda estar seguro de acuerdo con pruebas rigurosas, racionales o empíricas, o de ambas clases.
Desde este punto de vista, que es el que aparece en el evangelio de Juan y en los escritos de Pablo de Tarso, la creencia en los diversos dogmas y misterios afirmados por la Jerarquía Católica implicaría un desprecio a la veracidad, es decir, al octavo mandamiento de las tablas de Moisés. En resumidas cuentas, el mandamiento “no mentirás” es incompatible con una valoración positiva de la fe en cuanto ésta pretende que se acepten como verdad, renunciando a la propia racionalidad, doctrinas cuya verdad se desconoce en cuanto, por definición, la Jerarquía religiosa afirma que sobrepasan las posibilidades de la razón para comprenderlas.
Ante esta manera de entender la fe como una opción personal, es conocida la famosa “apuesta de Pascal”, quien consideraba que ante la duda de si Dios existe o no, la apuesta no puede ser dudosa: Hay que apostar en favor de la existencia de Dios, es decir, hay que someterse a la fe en él, pues, si no existiera, nada se pierde, mientras que, si existiera, se habrá ganado todo.
Esta famosa “apuesta” dice muy poco a favor de Pascal desde el punto de vista de su consideración de la bondad de la divinidad en la que creía, pues triste sería que dicha divinidad tuviera que juzgar, salvar o condenar al hombre por el hecho de que renunciase o no a su propia racionalidad para aceptar sumisamente doctrinas cuyo valor de verdad se desconociese.
Por otra parte, en relación con la actitud que pueda mantenerse respecto a la fe y a su relación con la veracidad tiene interés reflejar las palabras de B. Russell cuando señala acertadamente la actitud que conviene adoptar ante cualquier problema de carácter teórico en cuanto se desee mantener el rigor intelectual:
“el verdadero precepto de la veracidad [...] es el siguiente: ‘Debemos dar a toda proposición que consideramos [...] el grado de crédito que esté justificado por la probabilidad que procede de las pruebas que conocemos’” .
La misión que cumplen las supuestas “verdades de fe” es la de proteger a la propia secta católica de cualquier crítica racional contraria a los contenidos doctrinales que ellos pretendan imponer a partir de una supuesta autoridad sobre los “fieles” de su iglesia, pues, cuando tales contenidos puedan ser racionalmente criticables, la mejor forma de mantener la autoridad de la Jerarquía religiosa acerca del valor de tales contenidos es recurrir a la propia autoridad divina, supuestamente delegada en el Papa o en el grupo elitista de su jerarquía de cardenales, arzobispos y obispos.
Si más adelante ven que les conviene corregir alguna doctrina en cuanto la Ciencia va mostrando su falsedad de un modo lento pero implacable, en tal caso y a fin de no perder clientela –aunque momentáneamente pierdan parte de su autoridad- se amoldan a las evidencias científicas, pero no por humildad y reconocimiento de sus anteriores errores sino considerando que las doctrinas bíblicas se habían interpretado mal, o que eran una metáfora, o mediante cualquier otra explicación que les permita seguir afirmando dogmáticamente lo que les convenga sin que la ciencia o la razón pueda quitarles autoridad, tal como sucedió en el caso de la defensa del heliocentrismo por parte de Galileo en el siglo XVII o como sucedió en el caso de Darwin en el XIX.
La afirmación de la virginidad de María
no sólo es absurda sino que representa
una degradación de la sexualidad humana

La secta católica: Crítica de sus doctrinas fundamentales (XXII)

Antonio García Ninet
Doctor en Filosofía y en Ciencias de la Educación

La Jerarquía Católica defiende la doctrina según la cual María, habiendo sido madre de Jesús, fue virgen “antes del parto, en el parto y después del parto”; es decir, que nunca mantuvo relaciones sexuales con su marido José ni con cualquier otro hombre, sino que dio a luz a Jesús por obra y gracia del “Espíritu Santo”.
Se trata de una doctrina que de nuevo supone una implícita denigración de la sexualidad humana en cuanto supone que el hecho que María hubiese mantenido relaciones sexuales con José la hubiera hecho menos digna y menos santa, y en cuanto supone igualmente que el hecho de ser “virgen” implicaría un mérito especial frente al hecho de vivir de acuerdo con la satisfacción de las necesidades naturales, como las relacionadas con la sexualidad. Utilizando tales criterios de pureza en grado extremo, la Jerarquía Católica igual hubiera podido exaltar la pureza de María afirmando que ni comió ni bebió ni meó ni defecó en toda su vida, por lo que nunca tuvo que limpiarse el culo, pero del mismo modo que el comer, el beber, el mear, o el cagar no tienen nada que ver con el etéreo concepto de “pureza”, por lo mismo tampoco lo tiene el follar, actividad sin la cual la humanidad no habría cumplido con el mandato bíblico “creced y multiplicaos”.
Esta doctrina es absurda y contradictoria con la defensa que en otras ocasiones realiza la Jerarquía Católica de “lo que está de acuerdo con la Naturaleza”, y es también una forma de antropomorfismo en cuanto considera que, para que Jesús pudiera ser considerado como hijo de Dios, no podía a la vez ser hijo de un padre y de una madre humanos, lo cual, por otra parte, no es una doctrina exclusiva de la Iglesia Católica sino también propia de otras religiones de aquellos tiempos de oscurantismo religioso en los que sus dioses también nacieron de una “virgen”. Los evangelistas, por otra parte, no tuvieron el menor reparo en contradecirse cuando, al tratar de demostrar la filiación divina de Jesús, se remontaron en su genealogía a partir de la línea paterna, es decir, aceptando que José fue el auténtico padre de Jesús. Así puede verse en el evangelio de Mateo, quien considera a José como padre de Jesús para negarla a continuación de modo implícito cuando afirma que María concibió por obra del Espíritu Santo.
Una contradicción igual de ingenua es la que aparece en Lucas, quien tampoco tiene reparos en afirmar la filiación divina no Jesús para indicar poco después la serie de ascendientes que, comenzando por José, se remontan hasta Adán y hasta Dios como creador de Adán, lo cual nos concede a todos la alegría de ser tan hijos de Dios como el propio Jesús, ni más ni menos.
Si, con el fin de lograr que el linaje de Jesús fuera exclusivamente divino y no un híbrido, se llegó a considerar que el padre sobraba, en tal caso también habría sobrado la madre y Dios hubiera podido encarnarse directamente en un ser humano venido directamente desde el Cielo a la Tierra, pero al parecer la mentalidad de aquella época no alcanzó a imaginar esta posibilidad y por ello pensó que Dios tenía que nacer de una “virgen”. Por otra parte los Evangelios aceptados por la Jerarquía Católica se contradicen por lo que se refiere a la virginidad de María cuando afirman abiertamente que Jesús tuvo varios hermanos .
La Jerarquía Católica se contradice
al considerar que María nació sin pecado
y que el resto de la humanidad nació con él

La secta católica: Crítica de sus doctrinas fundamentales (XXI)

El ocho de diciembre de 1854 el papa Pío IX, jefe supremo de la jerarquía católica, declaró dogma de fe la doctrina según la cual María, madre de Jesús, nació sin el “pecado original” con el que, según dicha jerarquía católica, nacemos el resto de los seres humanos.
Se trata de una doctrina ingenuamente absurda, pues, si nacer con dicho pecado es un mal, si el amor de Dios a toda la humanidad es infinito y si su omnipotencia le permitió conceder a María la gracia de nacer sin pecado, esa misma omnipotencia debiera haberle bastado para conceder la misma gracia a toda la humanidad, ahorrándose el tener que sacrificar en la cruz a su hijo hecho hombre, a fin de conseguir así el perdón de aquel pecado y a partir de la absurda consideración de que “el sufrimiento purifica”, lo cual sólo tendría sentido para un dios sádico. ¿Tiene sentido considerar que Dios amaba a su madre de un modo “tan infinito” que sólo a María quiso o pudo concederle la “gracia” tan especial de nacer sin pecado? Pero, si la concesión de tal “gracia” era consecuencia del amor infinito de Dios a María, madre de su hijo, y si el amor de Dios a los hombres era también infinito, entonces, si pudo librar a la María de nacer en pecado, no tiene ningún sentido considerar que el poder y el amor de dicho Dios no pudiese extenderse hasta conceder esa misma gracia al conjunto de la humanidad, especialmente teniendo en cuenta que ese dogma, declarado hace menos de 200 años, convierte en más absurda la doctrina de la Redención, según la cual Dios tuvo que hacerse hombre, padecer y morir en la Cruz para conseguir el perdón de aquel “pecado original” con el que nada teníamos que ver.
Por ello y ante lo absurdo de la doctrina del pecado original o ante el absurdo que Dios sólo tuviese poder para efectuar una única excepción, surge la pregunta del porqué durante casi 2.000 años de existencia del Cristianismo a nadie se le ocurrió la idea de considerar que María naciera con tal gracia especial.
De nuevo el antropomorfismo se presenta aquí como una de las causas de esta doctrina, un antropomorfismo que presenta a Dios como un déspota que exige sacrificios para poder perdonar, que caprichosamente perdona a una mujer y que sólo perdona al resto de sus súbditos desde el previo cumplimiento de un absurdo sacrificio.
Otra causa importante de este dogma puede haber consistido en la necesidad sentida por la jerarquía de esta iglesia de introducir nuevos elementos en sus doctrinas para lograr hacerla más atractiva a esa clientela que, afortunadamente, en los últimos años va alejándose de sus iglesias.

sábado, 1 de marzo de 2008

La Jerarquía Católica,
al condenar la homosexualidad,
reconociendo su carácter natural,
niega estúpidamente la sabiduría de su dios.

La secta católica: Crítica de sus doctrinas fundamentales (XX)

Antonio García Ninet
Doctor en Filosofía y en Ciencias de la Educación

La jerarquía católica condena la conducta de los homosexuales, considerándola “antinatural” o como “desviación” de la naturaleza y, por ello, como intrínsecamente mala, negándoles el derecho a vivir su propia sexualidad y afectividad como mejor la sientan y a contraer una unión jurídica y social como la del matrimonio, con los mismos derechos que tenga cualquier otra forma de unión familiar.
La Jerarquía de la Iglesia Católica, que es la que fija las doctrinas correspondientes, acepta la existencia de una tendencia natural homosexual, pero la considera como una desviación de la naturaleza y, en consecuencia, el comportamiento correspondiente es considerado como “antinatural” e “intrínsecamente malo”.
Resulta también asombroso e hipócrita por parte de la Jerarquía Católica el hecho de que, por una parte, tiendan a aceptar que puede haber casos de homosexualidad o de tendencias homosexuales de carácter natural, pero que, por otra parte, pretendan que el homosexual debe resignarse a vivir aceptando esa carga de sus tendencias, pero sin conducirse de acuerdo con ellas. ¿Habrá algo más contrario a la Naturaleza que esa pretensión de que el homosexual reprima sus tendencias naturales, teniendo además en cuenta que éstas no hacen daño a nadie? ¿Qué absurda irracionalidad ha conducido a la Jerarquía católica a ese destierro social de los homosexuales?
Resulta asombroso que los “teólogos” de esta doctrina no hayan reparado en el hecho de que considerar que haya modos de ser “antinaturales” implica un insulto a la sabiduría y a la perfección de su Dios, supuesto creador de la Naturaleza, pues parecen considerar que Dios se descuidó en algún momento, que la Naturaleza se le escapó de las manos, y que, en consecuencia, algunos seres humanos, como los homosexuales, nacieron desviados (?) del modelo que él pretendía. Quienes así piensan olvidan que la Naturaleza en ningún momento podría desviarse de los designios de Dios y que, por ello, es tan natural ser homosexual como ser heterosexual, nacer diestro o nacer zurdo, en el sentido de que hay causas naturales que determinan que unas personas tengan tendencias sexuales distintas a las de otros, pero ni mejores ni peores.
Los gustos y preferencias sexuales son todos enriquecedores de la vida, con tal de que no perjudiquen a nadie, y perjuicios como el de una violación no son exclusivos, ni mucho menos, de los homosexuales. Por ello, es evidente que la condena de la homosexualidad es un absurdo más de esa Jerarquía anclada en unos dogmas irracionales que no se reconsideran porque dicha Jerarquía se cree tan en posesión de la Verdad, que es incapaz de revisar sus doctrinas… por lo menos hasta el momento en que ve que su clientela de “fieles” disminuye de manera alarmante, como en estos momentos sucede.
Por otra parte, hay una soberbia despreciable en la actitud dogmática de quienes pretender señalar qué es natural y qué no lo es; y tal soberbia se extiende a la defensa igualmente dogmática de que haya que ser esclavos de de lo que esta gente considere “natural”, como si el ser humano no tuviera todo el derecho a vivir de acuerdo con sus propios deseos y decisiones, y al margen de lo que una supuesta “ley natural”, como la defendida por Tomás de Aquino o como la defendida por cualquiera de los escritos bíblicos, pretenda imponer acerca de qué sea lo natural y qué no.
Además, con los avances de la psicología –especialmente desde el Psicoanálisis- y de la Biología, se defiende en la actualidad la existencia de un componente bisexual en todos los seres humanos, al margen de que el sexo anatómico pueda estar claramente diferenciado –que no siempre- en el sentido de ser varón o mujer.
Por otra parte, esta doctrina representa un aspecto más del absurdo carácter represivo de las doctrinas católicas en contra de la sexualidad en general. La actitud de la jerarquía de esta secta igual hubiera podido negar el carácter natural de los juegos de los niños entre sí y el de las niñas entre sí o viceversa, igual que en alguna secta musulmana se defiende el uso de una prenda como el “burka”, que anula casi por completo la posibilidad contemplar la figura de la mujer, anulación que se corresponde igualmente con la visión negativa de la mujer como causa de la introducción del pecado en el mundo y que se corresponde igualmente con la complementaria anulación de casi todos sus derechos como persona.
Tan absurda es esa actitud restrictiva de los derechos de la mujer como la actitud restrictiva de la Jerarquía Católica respecto a los homosexuales, al rechazar su derecho a vivir de acuerdo con su propia manera de sentir su sexualidad, tanto si dicha forma de sexualidad es algo natural como si es el resultado de una elección personal.
Además, esta distinción es absurda en cuanto entre lo natural y lo elegido no existe ninguna diferencia, ya que uno elige de siempre de acuerdo con sus deseos y los deseos son la expresión de la propia individualidad, la cual tiene un carácter natural, pues cualquier elección es siempre necesariamente natural y tan natural como la de la existencia de personas de una raza o de otra.
Por ello, siguiendo las “orientaciones” (?) de la Jerarquía Católica, podría llegarse a un racismo similar al de Hitler, que no sólo atacaría y trataría de exterminar a quienes no pertenecieran a la “raza superior” sino también a quienes no tuvieran las tendencias sexuales adecuadas para la multiplicación de nuestra especie, que, por cierto, parece que ya está bastante multiplicada.
LA JERARQUÍA CATÓLICA
DEFIENDE EL CELIBATO OBLIGATORIO
DE LOS CURAS POR INTERÉS ECONÓMICO

La secta católica: Crítica de sus doctrinas fundamentales (XIX)

Antonio García Ninet
Doctor en Filosofía y en Ciencias de la Educación

La jerarquía católica defiende y ordena en la actualidad el celibato obligatorio de los sacerdotes. Esta actitud no ha impedido que en otros tiempos aceptase que los curas viviesen amancebados con sus respectivas “barraganas” o concubinas, a condición de que pagasen el impuesto correspondiente a la Sede Vaticana, que siempre encontraba medios de ir llenando sus arcas de modo insaciable.
La Iglesia se opone a que los curas puedan casarse, como si el matrimonio fuera algo degradante. Sin embargo, por puro interés y estrategia, y a fin de evitar un cisma, mantiene dos leyes contrarias sobre esta cuestión, pues mientras los curas católicos del rito oriental pueden casarse, los del occidental, no.
Esta “solución” resulta desconcertante por cuanto si es bueno que los curas puedan casarse, este derecho debería concederse a todos, mientras que si no lo es, en tal caso la prohibición debería extenderse también a todos.
A comienzos del siglo XVI el papa León X, en su Taxa Camarae, presentó una “solución pecuniaria” para este problema concediendo que los sacerdotes que quisieran vivir en concubinato con sus “parientes” lo pudiesen hacer, con tal de pagar 76 libras a las arcas el Vaticano .
En la doctrina, que niega el derecho de los sacerdotes al matrimonio, subyace una consideración negativa y pecaminosa de la sexualidad, a pesar de que se considera que dicha sexualidad ha sido teóricamente establecida por el propio Dios en la naturaleza, de la que tanto caso hace la Iglesia en otras ocasiones. Por ello, en este punto, al margen de la estupidez de tal doctrina, tal doctrina resulta contradictoria con los propios principios de la Jerarquía Católica, pues si lo “natural” hubiera sido establecido por Dios como criterio de moralidad, como dicen los cardenales y el jefe de la Iglesia Católica, en tal caso, por lo mismo que prohíben el uso del preservativo, igualmente, siendo coherentes, deberían dejar que los sacerdotes actuasen igualmente de acuerdo con su propia naturaleza y, en consecuencia, no deberían inmiscuirse en su vida privada, negándoles el derecho a elegir libremente entre las diversas opciones individuales: vida de celibato, de matrimonio, homosexual o heterosexual, como expresión de sus tendencias naturales, pudiendo establecer una familia, como el resto de los mortales, en cuanto existiera en ellos una tendencia natural a formarla.
Además y precisamente porque la naturaleza humana tiene un componente afectivo y sexual de enorme importancia, es muy probable que la conducta perversa de tantos curas abusando sexualmente de niños o teniendo que recurrir a relaciones homosexuales o heterosexuales de un modo secreto y en muchos casos con mala conciencia o “conciencia de haber pecado” es un hecho que la Iglesia Católica debería tener muy en cuenta en lugar de dedicarse a encubrir los casos de pedofilia, obrando de un modo hipócrita y en contra de las leyes de los países en los que se pide la colaboración de los ciudadanos en la denuncia de los delitos. La jerarquía de la Iglesia Católica actúa en este caso –como en muchos otros- faltando el respeto a las instituciones de los países en los que actúa, en cuanto se rigen por sus normativas internas en lugar de someterse a las de esos países en los que una importante porción de sus miembros comete tales delitos y su Jerarquía los encubre.
El motivo económico y práctico que tal vez justifique en parte esta normativa de la Jerarquía Vaticana es que de ese modo pueden disponer mejor de la vida de los curas para enviarlos a donde les plazca y en el momento en que les plazca, tratándolos como simples peones de su ajedrez particular encaminado al dominio de la sociedad.
Un segundo motivo podría estar relacionado con la herencia de los curas al morir, pues, por ejemplo, en cada pueblo existe la “casa del cura” o la “casa del abad”, cuya posesión es de la Iglesia Católica y que, por ello, plantearía un problema: En el caso de la muerte de un cura casado y con hijos, ¿qué sucedería con la casa?, ¿qué sucedería con la mujer y los hijos del cura difunto?, ¿tendrían que abandonar la vivienda y quedar en la calle? Es evidente que ese problema se multiplicaría por el número de todas las iglesias parroquiales de la Iglesia Católica y eso representaría un serio problema tanto económico como social para dicha Iglesia en cuanto su despreocupación por dichas familias repercutiría en su desprestigio social.
Ahora bien, en cuanto el celibato obligatorio represente una de las causas que influyen en el alarmante descenso de “vocaciones” al sacerdocio, y el consiguiente freno en la expansión económica de la Iglesia Católica, es probable que sus altas jerarquías se replanteen qué les interesa más para su negocio, y así, de acuerdo con sus cálculos económicos, decidirán.
LA JERARQUÍA CATÓLICA
CONSIDERA EL DIVORCIO COMO PECADO
La Iglesia Católica: Crítica de sus doctrinas fundamentales (XVIII)

Antonio García Ninet
Doctor en Filosofía y en Ciencias de la Educación

La jerarquía católica considera que el matrimonio es una institución natural establecida por Dios que debe tener un carácter indisoluble, y, por eso (?), prohíbe el divorcio, ordenan a sus fieles la obediencia a Dios y diciéndoles: “Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”.
Esta doctrina es absurda y se basa en la antigua consideración del matrimonio como un contrato en el que se compraba a la mujer pagando a los padres determinados bienes en especie o en dinero, como propietarios anteriores de la hija que va a pasar a ser propiedad de su marido. Desde el momento en que la había “comprado” tenía su lógica considerar a la mujer propiedad del “comprador” y, en consecuencia, pensar que el “matrimonio” –entendido como un contrato de compra respecto a la mujer- debía ser indisoluble o, en el mejor de los casos, sólo podía darse el “repudio” –o rechazo- de la mujer, dependiendo éste de la decisión del marido o comprador.
Sin embargo, desde el momento en que esa institución ha dejado de considerarse como una relación económica de compra-venta, y desde que se ha evolucionado, considerando que el varón y la mujer se unen libremente en matrimonio, esa misma libertad es la que debe prevalecer a la hora de determinar la permanencia o disolución de tal contrato, el cual, en cuanto se base en la existencia de determinados condiciones, sólo tiene sentido mientras tales condiciones se mantengan y, especialmente, mientras quienes constituyen la unidad familiar mantengan la voluntad de seguir unidos. Y, por ello, es absurdo encadenar la libertad futura del matrimonio a las decisiones del momento en el que se haya realizado el contrato matrimonial, pues nadie es capaz de saber en el momento presente cómo será la situación futura por lo que se refiere a la pervivencia de las condiciones que motivaron el acuerdo matrimonial.
Una promesa acerca de una acción futura, como la de asesinar al vecino, tendría la misma obligatoriedad moral que la de seguir conviviendo con una persona cuyos sentimientos hacia uno mismo se hubieran extinguido o incluso se hubieran transformado en un odio que hiciera de la convivencia un auténtico infierno. Nadie es culpable de los sentimientos que tenga en un momento dado, pero, por lo mismo, nadie tiene la obligación de encadenar su futuro a una persona por el hecho de que haya “prometido” hacerlo.
En este punto lo que de verdad habría que eliminar es la promesa misma y no su incumplimiento. Del mismo modo que cualquier otro tipo de sociedad se establece de acuerdo con unas bases y nunca se acepta la obligación de permanecer en ella cuando deja de interesar por los motivos que sean, igualmente y por lo que se refiere a la sociedad matrimonial, aunque tenga sentido mantenerla de acuerdo con el cumplimiento de ciertas cláusulas, debe quedar abierta la puerta para su disolución cuando las personas que han adquirido tal compromiso consideren que las razones de su vínculo han dejado de existir.
Por lo que se refiere al problema de los hijos, si los hay, es una cuestión que debe resolverse del mejor modo posible, pero nunca pretendiendo esclavizar a los padres mediante la obligación de mantener una convivencia que haya dejado de tener sentido. Por todas estas consideraciones lo que sí tiene sentido es que en las cláusulas del matrimonio se establezcan las condiciones que deben regir durante el tiempo de duración del correspondiente contrato, las causas por las cuales cualquiera de los contrayentes podrá reclamar una indemnización en cuanto por la otra parte haya dejado de cumplirse alguna de las cláusulas del contrato y el modo más justo en que debe procederse a su disolución del contrato matrimonial.
Desde la consideración doctrinal interna de la Iglesia Católica es incongruente la afirmación de que el matrimonio se produzca como consecuencia de una unión realizada por el propio Dios, mientras que, cuando se habla de los sujetos activos – o ministros- de este compromiso se reconozca que son los contrayentes, que libremente deciden compartir su vida, de manera que Dios sólo sería quien otorgaría su bendición a dicha unión pero en ningún caso sería que la hubiese ordenado, pues en tal caso además, no sería libre. Por ello, en los rituales de la Iglesia católica lo que debería desaparecer es la referencia a ese vínculo incluyendo la expresión “Hasta que la muerte os separe”, pues son los contrayentes los que deben decidir y en tal decisión no debería incluirse referencia alguna a ningún plazo determinado sino sólo a “hasta que vosotros queráis”, entendiendo así que nadie puede ligar su futuro a una decisión del presente, pues una actitud de ese tipo implicaría una renuncia o hipoteca de las decisiones del futuro a los planteamientos del presente, que podrían ser erróneos o ser vistos como tales por cualquiera de los contrayentes y que, en consecuencia, tendrían todo el derecho a actuar de acuerdo con sus puntos de vista actuales en lugar de seguir fieles –o esclavos- respecto a cualquier consideración del pasado.
Por otra parte, la jerarquía de la Iglesia Católica ha sabido sacar un importante provecho económico respecto a esta cuestión en cuanto ha sabido encontrado fórmulas para aceptar el divorcio de hecho, aunque en teoría lo siga rechazando. Eso es lo que la jerarquía de la Iglesia Católica ha hecho mediante el establecimiento de los tribunales eclesiásticos, como el de la Rota, introduciendo un concepto especial, como es el de “nulidad”, que en la práctica es equivalente al divorcio, siendo la propia jerarquía de la Iglesia Católica la encargada de concederla en aquellos casos en que quienes la solicitan tengan dinero suficiente para conseguir que los tribunales eclesiásticos se la concedan. En tales casos, la secta católica, en lugar de aceptar explícitamente el divorcio, lo que afirma es que en realidad no hubo matrimonio, incluso después de una convivencia de años y después incluso de que el matrimonio haya tenido varios hijos, como de hecho ha sucedido con la princesa Leticia, casada con el príncipe Felipe, pero “divorciada” previamente o en otros casos igualmente conocidos por la relevancia económica de quienes consiguieron la “nulidad” para poder casarse de nuevo “por la Iglesia”.
Mediante este recurso a la “nulidad” matrimonial, la Iglesia Católica no sólo ha encontrado la forma de aumentar las fuentes de sus ingresos económicos sino que además ha aprendido a ser más prudente en este asunto para así evitar situaciones como la producida cuando Enrique VIII pidió el divorcio y la Iglesia católica se lo negó, lo cual generó la secesión de la iglesia inglesa y la creación de la Iglesia Anglicana, con la consiguiente pérdida económica y de poder por parte de la Iglesia de Roma.