El
aborto y la Iglesia Católica
Antonio
García Ninet
Doctor
en Filosofía
Los
dirigentes de la Iglesia Católica condenan el
aborto, a pesar de que en el Antiguo
Testamento son muchos los momentos en que Yahvé no duda en ordenar la
muerte de mujeres, de niños e incluso de mujeres embarazadas; a pesar de que la unión de dos células no es todavía
un ser humano, y a pesar de que, en el caso de que lo fuera, el aborto sería la
mejor garantía de que tal ser humano fuera a unirse eternamente con Dios sin poner
en riesgo su “eterna salvación” como consecuencia de la posibilidad de morir en
pecado mortal, lo cual implicaría su “eterna condenación”.
La
reproducción de la vida humana se realiza a partir del momento en que las
células sexuales masculina y femenina, espermatozoide y óvulo, se unen formando
una sola célula llamada cigoto. A partir de dicha unión, el cigoto
comienza un proceso de multiplicación y de diferenciación celular de acuerdo
con las instrucciones genéticas existentes en él, proceso al final del cual y
al cabo de alrededor de nueve meses nacerá un nuevo ser humano.
1.
El
concepto de aborto hace referencia a la interrupción natural o provocada
del embarazo antes de concluido el plazo a partir del cual nacería un nuevo ser
humano, apto para vivir de manera autónoma aunque con la ayuda de otros seres
vivos, como especialmente la de su madre, que le proporcionen alimento y unas
condiciones adecuadas para su supervivencia.
En
cuanto el aborto puede ser involuntario o voluntario, en relación con este
último se ha planteado la cuestión de si es moralmente aceptable y, en el caso
de que así se considere, en qué supuestos o hasta qué momento del desarrollo del
feto lo sería. Se suele considerar que la respuesta a esta cuestión depende de
cuándo se considere que se está ante un ser humano y cuándo no,
entendiéndose que el aborto voluntario sólo sería moralmente aceptable en el
caso en el que el organismo vivo cuyo proceso de desarrollo se interrumpiera no
fuera todavía un ser humano, sino sólo una agrupación celular diferente.
2.
Entre
las perspectivas relacionadas con la licitud o ilicitud, moralidad o
inmoralidad del aborto se hará una breve referencia a la científica,
pero lo que aquí se va a tratar especialmente de manera crítica es del punto de
vista de la jerarquía de la secta católica.
Las
diversas culturas en los distintos momentos de la historia han mantenido puntos
de vista muy diferentes acerca del momento de la gestación en el que puede
hablarse de la existencia de un auténtico “ser humano” como resultado de las
transformaciones que se producen a partir de la unión de las células sexuales
que podrían culminar en el nacimiento de un niño.
En relación con esta cuestión y después de muchos
años de discusión infructuosa, todavía en la actualidad sigue habiendo una
controversia que lo único que demuestra, si acaso, es lo absurdo de pretender
fijar un momento mágico en el que se produciría dicha transformación en
lugar de aceptar que esa cuestión en el fondo tiene carácter convencional,
pues, al margen de doctrinas religiosas basadas en creencias dogmáticas, es
evidente que entre el momento en que se produce la unión de un espermatozoide y
un óvulo, y el momento en que esa unión celular o cigoto alcanza un cierto
desarrollo a partir del cual puede decirse que nos encontramos ante un ser
humano, existe un tiempo en el que afirmar o negar que nos encontremos ante
tal ser humano dependerá del concepto que se tenga de ser humano, al
margen de que la jerarquía católica defienda ahora –que no siempre- que el
simple cigoto ya lo es.
Sin embargo, del mimo modo que las células sexuales
por separado no constituyen un ser humano no parece que tenga sentido
considerar que su unión lo sea –como si de pronto la supuesta divinidad católica
hubiera insuflado a dicha unión celular un “alma” espiritual a la que de forma
más o menos explícita se refieren cuando hablan de “ser humano”- ni tampoco que
una estructura formada por cuatro, ocho o dieciséis células lo sean. Eso
demuestra la imposibilidad para señalar un momento exacto a partir del cual pueda
afirmarse que se está en presencia de tal ser. Esto mismo puede comprenderse igualmente
si uno se plantea qué pensaría si alguien le dijera: “La unión de x número de
células todavía no es un ser humano, pero la de x + una célula ya lo es”. En
este punto lo único evidente es que antes del comienzo del ciclo de
multiplicación celular, el espermatozoide y el óvulo ya existían como formas de
vida, y que del mismo modo que nadie diría que esas dos células por separado
constituyan un ser humano, por lo mismo no tendría sentido afirmar que
inmediatamente después de su unión lo constituyan, aunque estén más cerca de
llegar a serlo y aunque a lo largo de un proceso de multiplicación celular haya
un momento en el que pueda decirse que ya lo constituyen.
En relación con esta cuestión los científicos han
diferenciado diversas fases de desarrollo del cigoto, como son las de
pre-embrión, embrión, feto y neonato, por nombrar sólo las más representativas.
El desarrollo natural del cigoto dará lugar en último término al alumbramiento
del neonato, y será después del alumbramiento cuando el neonato será legalmente
reconocido como persona. Pero
referirse al momento mágico antes del cual no hay ser humano y después
del cual sí lo hay es simplemente una pérdida de tiempo en cuanto la opinión
que se defienda depende de criterios subjetivos o culturales, o simplemente es
un punto de vista que tiene carácter convencional
y, por ello mismo, no admite una solución matemática.
Por lo que se refiere a esta cuestión, la jerarquía católica
ha defendido a lo largo de los siglos teorías muy diversas acerca del momento
en que, a partir de la unión entre un espermatozoide y un óvulo, puede
afirmarse la existencia de vida humana. Así por ejemplo el concilio de Vienne,
en 1.312, consideró que este cambio se producía al final del tercer mes después
del embarazo, pero en 1.869 Pío IX consideró que la vida humana comenzaba
a partir de la formación del cigoto y, en consecuencia, proclamó que el
concepto de aborto era aplicable a cualquier momento de la interrupción del
embarazo, pues sería en el momento de la formación del cigoto cuando Dios
crearía un alma inmaterial para ese minúsculo ser.
Precisamente esa misma contradicción entre ambas
doctrinas de la secta católica, la del concilio de Vienne y la del papa Pío IX,
es una demostración más del carácter arbitrario y convencional que tiene
pretender señalar un momento exacto en el que se produzca dicha
transformación.
Pero, consecuente con el punto de vista de Pío IX y en
contra del punto de vista del concilio de Vienne la jerarquía católica
considera que el cigoto es ya un ser humano y que, por ello mismo, el aborto
voluntario en cualquier fase del embarazo es un asesinato, una de las
manifestaciones de la “cultura de la muerte”, según expresión del papa Juan
Pablo II.
Ahora bien,
en cuanto la Jerarquía Católica defiende el dogma de la infalibilidad de los
Concilios y el de la infalibilidad del Papa, y en cuanto el Concilio de Vienne
y las declaraciones del Papa Pío IX en 1869 se contradicen, la Jerarquía
Católica estaría proclamando como dogma de fe la verdad de tal contradicción,
lo cual no contribuye mucho a la solución del problema, ya que, como dice la
Lógica, a partir de una contradicción se deduce cualquier cosa, por lo que se
podría deducir como consecuencia la negación de la doctrina de Pio IX así como la
del concilio de Vienne.
Pero, en relación con los planteamientos de la jerarquía
católica y al margen de la contradicción en que incurre, tiene interés considerar
dos cuestiones:
En primer lugar, tiene interés reflexionar acerca
del problema que plantea el aborto de un supuesto ser humano cuando se tiene en
cuenta que, de acuerdo con el dogma de fe relacionado con “la vida eterna”,
cualquier ser humano muerto antes de tener uso de razón va directamente al
Cielo a gozar de la vida eterna. Ahora bien, teniendo en cuenta que, según las
doctrinas de la Iglesia Católica, como consecuencia de morir en “pecado mortal”
un ser humano puede incurrir en “sentencia de eterna condenación”, en el caso
de que uno creyese firmemente tal doctrina, ¿no sería un acto de auténtica
caridad tratar de evitar a los niños el gravísimo peligro de morir en pecado
mortal y de ser castigados al fuego eterno, enviándolos por el contrario a
gozar directamente de la Vida Eterna? Al fin y al cabo, ¿qué valor puede tener
la vida terrena en comparación con la vida eterna? Ciertamente ninguno, por muy
feliz que en ésta se pueda llegar a ser. Además, según dijo Jesús, “muchos son
los llamados, pero pocos los escogidos”. ¿Para qué asumir el riesgo vivir esta
vida terrena para ser finalmente condenados al fuego eterno? ¿No será
infinitamente mejor morir lo antes posible, siendo ya un “ser humano” y gozar
inmediatamente de la vida eterna, especialmente ahora que además el papa ha
suprimido el “limbo”? Estos razonamientos podrán parecer extraños y muy osados,
pero ¿acaso son absurdos? Por lo menos no deberían parecerlo a todo aquel que
de verdad creyese en esa supuesta vida eterna acompañada de eterna felicidad.
Y, en segundo lugar, por lo que se refiere al
trato dado a los niños, teniendo en cuanta la asombrosa diferencia existente
entre la actuación de Yahvé en el Antiguo
Testamento y la que los dirigentes de la secta católica dicen defender en
la actualidad, es una contradicción que en el Antiguo Testamento el propio Yahvé -o diversos personajes bíblicos
especialmente importantes- no tuviese inconveniente en asesinar cruelmente a cientos
de miles de niños, no dejando a nadie con vida,
sin que dieran la menor importancia a esas muertes –a pesar de que en aquellos
momentos los escritores de la Biblia creían
en líneas generales que la vida terrena era la única de que disponíamos y que la
muerte era definitiva, no imaginando la posibilidad de la existencia de una
vida más allá de la muerte, por lo que dicha muerte la veían como un final
realmente trágico
frente al enfoque actual de los dirigentes de la secta católica, que, a pesar
de aceptar en teoría que el Antiguo
Testamento es tan “palabra de Dios” como el Nuevo, dicen escandalizarse y hablan con enfurecida condena del aborto
de un embrión o de un pre-embrión, cuya realidad como ser humano no sólo es
objeto de polémica por parte de los científicos sino que fue negada incluso por
la misma jerarquía católica de otros tiempos. Por ello, teniendo en cuenta esta
valoración antitética de la vida terrena, la forma de actuar de los dirigentes
católicos transmite la impresión de que en realidad son ellos quienes en verdad
no creen en esa “Vida Eterna” de la que tanto hablan –como, de hecho, tampoco
creían los autores de la mayor parte de libros del Antiguo Testamento- y que por ello parece que consideren de una
gravedad extrema la interrupción de la vida terrena de esos seres humanos en
formación, como si estuvieran convencidos de que no van a tener otra, a pesar
de que, en el caso de que esos embriones todavía no fueran humanos, eso no les
plantearía ningún problema de conciencia, y a pesar de que, en el caso de que
lo fueran, se les estaría enviando a disfrutar de la vida celestial sin
necesidad de pasar por los sufrimientos de “este valle de lágrimas” y por los
peligros de caminar hacia su condenación eterna.
3.1.
Por
lo que se refiere a la primera cuestión, la que se relaciona
con el contraste radical entre la absoluta crueldad con que en el Antiguo Testamento se muestra Yahvé, que
mata despiadadamente a niños inocentes, y la actitud de la jerarquía católica,
que manifiesta tanta preocupación por la vida de seres de los que ni siquiera
puede demostrar que sean humanos, parece que lo único que podría concluirse es,
en primer lugar, la paradoja de que mientras en los pasajes del Antiguo Testamento en que se considera
que la muerte terrenal es una muerte definitiva, hay además por parte de Yahvé
–o de quienes escribieron estas salvajadas- un enorme desprecio contra esa vida
terrena de mujeres y de niños que no son responsables de nada, en el Nuevo Testamento, donde ya se cree en
una vida eterna, se defiende, sin embargo, la vida terrena –al menos en esos
discutibles comienzos- como si en realidad no creyeran en aquella otra cuya
existencia sería la única deseable.
En cualquier caso, tiene interés mostrar algunos
pasajes de aquella “palabra de Dios”, en donde se muestra ese trato según el
cual, si la vida terrena fuera sagrada, sería una contradicción que Dios
hubiera ordenado tales asesinatos, que, efectivamente, aparecen en el Antiguo Testamento ordenados directa o
indirectamente por Yahvé –según los escritores de la Biblia- tal como puede comprobarse en los siguientes pasajes:
a) “A media noche hizo morir el Señor a
todos los primogénitos en Egipto, desde el primogénito del faraón, el heredero
del trono, hasta el del que estaba preso en la cárcel”.
b) “[Moisés les dijo] Matad, pues, a todos los niños varones y a todas las mujeres que hayan tenido
relaciones sexuales con algún hombre”.
c) “Josué conquistó Maquedá y la pasó a
cuchillo, consagrando al exterminio a su rey y a todos sus habitantes sin dejar ni uno”.
d) “Entonces la asamblea envió doce mil
hombres de los más valientes, con esta orden:
-Id y pasad a cuchillo a todos los habitantes de Yabés de Galaad, incluidas mujeres y niños”.
f) “Así dice el Señor todopoderoso: He
resuelto castigar a Amalec por lo que hizo a Israel, cerrándole el paso cuando
subía de Egipto. Así que vete, castiga a Amalec y consagra al exterminio todas
sus pertenencias sin piedad; mata hombres, mujeres, muchachos y niños de pecho, bueyes y ovejas, camellos y asnos”.
g) “Oráculo contra Babilonia que Isaías,
hijo de Amós, recibió en esta visión: […] Haré que los cielos se estremezcan y
la tierra se mueva de su sitio; […] Al que encuentren lo atravesarán, al que
agarren lo pasarán a espada. Delante de ellos estrellarán a sus hijos, saquearan sus casas y violarán a sus
mujeres”.
h) “Por eso, así dice el Señor […] Yo
los castigaré: sus jóvenes morirán a espada, sus hijos y sus hijas morirán de hambre”.
i) “Y el Señor me dijo:
[…] Y aquellos a quienes ellos
profetizan serán tirados por las calles de Jerusalén, víctimas del hambre y de
la espada; no habrá quien los sepulte, ni a ellos ni a sus mujeres ni a sus hijos; yo haré recaer sobre
ellos su maldad”.
j) “El Señor me dijo: […] Les haré comer la carne de sus hijos y de
sus hijas, y se devorarán unos a otros en la angustia del asedio y en la
miseria a que los reducirán los enemigos que buscan matarles”.
k) “Por eso, así dice el Señor: […] Por
tus prácticas idolátricas haré contigo lo que jamás he hecho ni volveré a
hacer: Los padres se comerán a sus hijos,
y los hijos a sus padres. Ejecutaré mi sentencia contra ti y esparciré a
todos los vientos lo que quede de ti”.
l) “Y pude oír lo que [el Dios de
Israel] dijo a los otros:
-Recorred la ciudad detrás de él, matando
sin compasión y sin piedad.”.
Aunque
se trate de una cuestión hasta cierto punto marginal, tiene interés observar el
carácter injusto, brutal, arbitrario y cruel de estas órdenes divinas
en cuanto en muchas de ellos no sólo se ordena la muerte de mujeres y de niños
sino que el autor de los correspondientes escritos se recrea en su crueldad
cuando exige pasar a cuchillo a todos los habitantes de una ciudad, incluyendo
“mujeres y niños” sin dejar a nadie vivo; en cuanto en el texto f se ordena matar “hombres,
mujeres, muchachos y niños de pecho, bueyes y ovejas, camellos y asnos”; en
cuanto en el texto g se dice “al que
encuentren lo atravesarán, al que agarren lo pasarán a espada. Delante de ellos
estrellarán a sus hijos, saquearan
sus casas y violarán a sus mujeres”, manifestando un sadismo extremo; en cuanto
en el texto j se dice “les haré comer la carne de sus hijos y de
sus hijas, y se devorarán unos a otros” poniendo de manifiesto un goce
patológico en la barbarie ordenada pero también en su descripción; en cuanto,
en el texto k, se dice “los padres se
comerán a sus hijos, y los hijos a sus padres” con un sadismo y una crueldad
increíbles, viniendo de un Dios del que posteriormente se dirá que es “amor
infinito”; o cuando en el texto l se
dice “matad a viejos, jóvenes, doncellas, niños y mujeres, hasta exterminarlos”,
donde ese amor resulta tan difícil de calificar.
Esta serie de crueldades y de matanzas no parecen
obedecer a otro fin que el de conseguir que el pueblo de Israel llegase a
hacerse dueño de toda una extensa región, aunque para ello debiera exterminar a
sus habitantes, mujeres y niños, simplemente porque esa manera de actuar era
una manera de mostrar a Israel que del mismo modo que él, su Dios, era capaz de
las mayores atrocidades en beneficio de su pueblo, por lo mismo esperaba de su
pueblo una obediencia incondicional y que nunca cometiera el mayor delito de
todos, el de adorar a otros dioses pues Yahvé les había escogido sólo a ellos
como su pueblo, y su pueblo debía serle fiel y mantener para siempre su
obediencia y su alianza con Yahvé.
A través de la lectura de estos pasajes se muestra un
contradictorio contraste entre la actuación de Yahvé, tan cruel y carente de
compasión hacia aquellas gentes a las que ordena asesinar sin piedad,
despreciando el valor de su vida, y la actitud de la jerarquía católica actual
que, pretendiendo ser portavoz de la voluntad divina, dice escandalizarse ante
la idea de un aborto, como si creyera que la muerte de un cigoto o de un
embrión, considerados ya como “seres humanos”, sin base científica de ningún
tipo, representa una pérdida definitiva y no tuviera ninguna fe en su
supervivencia en la vida eterna. De hecho, la sospecha de esta falta de fe en
la vida eterna por parte del clero en general se acrecienta cuando uno asiste a
un funeral y escucha sus teatrales sermones afligidos como si lo que realmente
creyeran fuera que el difunto hubiera muerto para siempre en lugar de haber
pasado a una vida más plena en eterna unión con su Dios.
3.2.
Por
lo que se refiere a la segunda cuestión, parece efectivamente
que, si la doctrina de la Jerarquía Católica fuera correcta al considerar que
un cigoto fuera ya un ser humano, no tendría ningún sentido su preocupación por
su continuidad vital “en este valle de lágrimas” ya que su aparente muerte no
sería otra cosa que en tránsito directo a la vida eterna en unión con Dios, en
la que dicen creer los dirigentes católicos.
Este problema podría expresarse mediante un hipotético
diálogo entre un católico y un ateo como podría ser el siguiente:
- Pero, ¿acaso no crees en la vida eterna? –podría
preguntar el ateo que hubiera realizado las anteriores reflexiones-.
-¿Cómo que no creo? ¡Pues claro que sí! –podría
responder el católico algo desconcertado y escandalizado-.
-Entonces ¿por qué te preocupa el tema del aborto?
-¿Cómo que por qué me preocupa? ¡El aborto es un
asesinato!
-Bueno. Eso me parece una afirmación precipitada,
pues habría que averiguar primero si el cigoto, el embrión o el feto son seres
humanos, o en qué casos sí y en qué casos no.
-Pues para mí no hay ningún problema. Tanto el
cigoto como el embrión y el feto son seres humanos, y, en consecuencia, un
aborto voluntario es lo mismo que un asesinato.
-Pero, vamos a ver: Si consideras que el mismo
cigoto es ya un ser humano, su aborto implicaría que desde ese momento
comenzaría a gozar de la vida eterna. ¿Es así o no? ¿No te parece que de ese
modo se le estaría haciendo un enorme favor? ¿No te das cuenta de que así se le
evitarían los peligros de la vida terrenal y los riesgos que ésta conlleva para
su eterna salvación? No olvides que, según la doctrina de tu religión, ¡todos
los niños que mueren van directos al Cielo! ¡Ni siquiera pasarían por el Limbo,
que recientemente el papa declaró como inexistente, ni por el Purgatorio! ¿No
sería ése el mejor regalo que podría hacerse a esos supuestos seres humanos en
el caso de que lo fueran de verdad?
-Pero, ¿quién eres tú para arrogarte el derecho de
disponer de la vida de nadie? ¡La dignidad de la persona está por encima de
cualquier otra consideración!
-Ya sé que soy un simple ser humano como tú, y que,
según tu religión, el aborto es inmoral, pero la verdad es que no entiendo por
qué quienes creéis en una vida eterna calificáis como inmoral una acción como
ésa, que no significa otra cosa que cambiar esta vida, tan llena de penalidades
y de peligros, por esa otra que, según vosotros, implicaría una felicidad plena
y definitiva.
-¿Pero cómo puedes hablar así? ¡No te hagas el
tonto, que sabes muy bien que el aborto es un asesinato y todo asesinato es
inmoral!
-Bien. Supongamos que sea inmoral. Te insisto en la
pregunta: Si con ese “asesinato”, consigo que ese supuesto niño, en lugar de
vivir esta vida terrena que, según vuestra religión, conlleva el peligro de ser
condenado al fuego eterno, fuera directamente al Cielo, como afirma la jerarquía
de vuestra iglesia, ¿no crees que le haría un favor impagable?
-¡Lo que creo es que terminarás recluido en un
psiquiátrico si sigues rayándote la cabeza con esos absurdos razonamientos!
-¿Por qué dices que son absurdos? Te aseguro que, si
yo tuviera la fe que tú dices tener, no me habría importado haber muerto como un
simple aborto, pues a estas horas hace ya tiempo que estaría gozando de la “vida
celestial”, y no aquí, haciendo cola en las oficinas del paro.
- Pero, ¡¿cómo puedes hablar tan a la ligera de
asesinatos como si fueran obras de caridad?! No puedo creer que estés hablando
en serio.
- Te repito que hablo en serio, aunque no estoy
hablando de lo que yo creo sino de lo que implican las doctrinas que defiende
tu propia religión. Y así, si yo creyera firmemente en esas doctrinas, no
sabría cómo refutar el argumento que te he expuesto.
-¡Pues yo tengo esas creencias y precisamente por
ellas estoy seguro de que tu idea es una monstruosidad!
-Entiendo que la conclusión te parezca algo
monstruoso y todos lo negativa que quieras, pero la cuestión principal es si se
sigue de vuestras doctrinas o no, pues en tal caso no encuentro argumentos para
rechazar su validez.
-¡Por favor! ¡No me digas que hablas en serio!
-¡Pues claro que hablo en serio! ¿Crees que puedes
rebatir el argumento que te he expuesto?
-Pues no veo ninguna dificultad: En cuanto es Dios
quien da la vida, ningún ser humano tiene derecho a matar a otro.
-Efectivamente, en eso tal vez podrías tener razón,
aunque me parece que habría que analizarlo con detalle. Si Dios existiera y
fuera el dueño de la vida humana, ¿crees que con mi acción estaría
desobedeciéndole?
-Pues sí. Eso es lo que he dicho.
-Pero creo que puedo rebatir tus objeciones sin
demasiada dificultad.
-No veo cómo.
-Pues te lo explico. Tú argumentas diciendo que Dios
es dueño de la vida y que yo no tengo derecho a matar a nadie. ¿No es así?
-Eso es lo que he dicho.
-Vale. Supongamos que tienes razón en lo que dices.
Sin embargo, creo que pasas por alto un pequeño detalle. Pues, en realidad,
cuando yo hablo a favor del aborto, no pretendo matar a nadie.
-¿Cómo que no? ¡El aborto es ya un asesinato!
-Por favor, ten un poco de paciencia y déjame que
termine mi explicación.
-Me pides un poco de paciencia…¡Lo que no entiendo
es cómo puedo seguir escuchando esas barbaridades! En fin, sigue con tus
desvaríos, si quieres.
-No te veo muy bien dispuesto para escucharme si ya
tratas mis pensamientos como desvaríos.
-Bueno. Disculpa. Es que lo que me dices me parece
tan demencial que me cuesta mucho tomármelo en serio. Pero intentaré
escucharte.
-Pues voy a tratar de hablar con mayor claridad. Tú
dices que abortar equivale a asesinar y que asesinar equivale a matar a un ser
humano y supongo que dirás también que matar equivale a privar a alguien de la
vida.
-Efectivamente. No veo que esté diciendo nada del
otro mundo. Puedes preguntar a cualquiera, a ver si están o no de acuerdo con
estas equivalencias.
-Ya sé que en principio esas equivalencias las
aceptaría todo el mundo, incluso yo mismo. Sin embargo, creo que precisamente
quienes aceptáis las doctrinas de la Iglesia Católica no deberíais aceptar
tales equivalencias, a no ser de un modo meramente convencional, pero no
riguroso.
- ¿Qué quieres decir?
- Pues es más sencillo de lo que puedes imaginar.
- Te escucho. A ver qué brillante idea se te ocurre
ahora.
- Me parece que la solución de este problema pasa
por un uso bien definido de las palabras que utilizamos.
- ¿Acaso he hablado de modo incorrecto?
- No es eso lo que quiero decir. Lo que me parece
más importante es que nos pongamos de acuerdo respecto al significado que damos
a las palabras que empleamos en nuestra conversación.
-Pues yo creía que nos entendíamos perfectamente.
-Poco más o menos, sí. Pero no del todo.
-No te entiendo.
-Por ejemplo, tú has dicho que abortar es una manera
de cometer un asesinato, que asesinar es matar a alguien y que matar es lo mismo
que quitar la vida…
-No creo que pueda entenderse de otra manera. Todo
el mundo te diría que matar es privar a alguien de su vida.
-También yo estoy de acuerdo con esa definición. No
vayas a creer que soy tan retorcido como para inventarme otra.
-Entonces, ¿en qué consiste nuestro desacuerdo?
-Pues verás. Tú dices que el aborto es una forma de
matar, es decir, una forma de privar a un ser humano de su vida. Pues, bien,
aquí es donde empieza nuestro desacuerdo, pues, según las doctrinas de tu
religión, en ningún caso es posible que el ser humano prive de la vida a ningún
otro ser humano, ya que, según vosotros, lo que sucede es que hay una vida
terrena, que es limitada y que termina con eso que todos llamamos “muerte”. Pero
también proclamáis que hay otra vida que es continuidad de la primera y que
comienza justo en el momento en que finaliza la primera.
-¡No me vengas con esos cuentos, por favor! Es
verdad que nuestra religión dice que hay otra vida, pero también dice el quinto
mandamiento de Moisés “No matarás”. Así que no me vengas con sofismas.
-Si quieres que saquemos algún provecho de este
diálogo, te pido que mantengas la calma.
-Vale. No me eches sermones y di lo que quieras, si
es que tienes algo que añadir.
-Pues, bien. Aunque no creo que vayamos a llegar a
ningún acuerdo, quiero insistir en lo que te he dicho. La palabra “muerte”
tiene un significado claro para quienes no creemos en la existencia de otra
vida. Significa simplemente “el cese de la vida”. Sin embargo, para quienes
tenéis ese tipo de creencias religiosas, en cuanto pensáis que después de la
vida terrenal existe otra que dura eternamente, me parece que el concepto de
muerte sólo podría hacer referencia al momento en el que una forma de vida es
sustituida por la otra. Y, por ello, en realidad habría decir que para vosotros
la muerte no existe, puesto que no habría ni un solo momento en el que un ser
humano dejase de existir, pues o bien existiría en su vida terrena o bien en la
vida eterna, una vez finalizada la primera.
-Me parece que ya me estoy cansando... ¿A dónde
quieres ir a parar?
-Lo que quiero decir es que mientras desde el
planteamiento de quienes pensamos que la muerte significa el fin de la vida sí
es posible matar, desde la doctrina católica en realidad el hombre no podría
físicamente matar a nadie, ya que para bien o para mal el ser humano sería
inmortal.
-Si quieres ver así las cosas, por mí no hay
inconveniente alguno, pero no sé qué tiene eso que ver con lo que antes te he
dicho. Si Dios dijo “no matarás”, me parece que está claro qué fue lo que quiso
decir y todo el mundo lo entendió, al margen de cómo quieras interpretar tú el
concepto de matar.
-El caso es que, aunque no nos pusiéramos de acuerdo
acerca del significado de este concepto, el fondo de la cuestión que te estoy
explicando es el mismo.
-No sé de qué fondo hablas.
-Lo que te estaba planteando desde el principio es
que desde mi punto de vista, si un embrión es ya un ser humano, en tal caso y a
partir de los presupuestos de tu religión, mediante el aborto se le estaría
haciendo un favor al enviarlo a gozar de la vida eterna.
-Te repito lo que te he dicho antes: Las órdenes de
Dios son sagradas y tú no eres quien para interferir en sus planes segando una
vida humana porque se te haya ocurrido una idea tan absurda. ¿No has pensado en
que tu acción podría significar tu propia condenación?
-Es posible. Pero yo no estoy hablando de lo que
Dios pudiera hacer conmigo, sino de lo que yo podría hacer por ese hipotético
ser humano. ¿Qué sería mejor para él, lanzarlo a esta aventura de la vida
terrena, que podría significar su eterna condenación en el Infierno, o alejarle
de ese peligro ayudándole a alcanzar la vida eterna?
-Pero, ¿cómo puedes tener la soberbia de pretender
convertirte en un Dios para disponer de la vida de otros?
-Yo no pretendo sustituir a tu Dios ni causar ningún
daño a ese presunto niño, sino todo lo contrario. Debes tener en cuenta además
que en los evangelios se dice que “muchos son los llamados, pero pocos los
escogidos”, y eso significa que la probabilidad de que ese posible niño fuera a
parar al Infierno no sería precisamente pequeña sino todo lo contrario. Así que
insisto: ¿No crees que a ese niño le estaría haciendo un bien incalculable al
evitarle tener que jugar a la siniestra lotería que implica la vida terrena?
-¡Déjate de tonterías y no me vengas con argumentos
absurdos!
-Vale. Te dejo. Veo que te estás poniendo nervioso. Pero
ten en cuenta que lo único que he hecho ha sido extraer las conclusiones que
derivan de vuestras doctrinas, que, desde luego, yo no comparto. Y por eso
mismo y aunque te parezca una idea de locos, considero que la decisión de
abortar debería considerarse como la auténticamente congruente con vuestras
doctrinas, pues en cuanto un embrión o un pre-embrión o un simple cigoto
constituyesen un ser humano, el aborto sería la única manera de garantizar su
felicidad eterna, pues, como ya te he dicho, su aparente muerte le garantizaría
que no correría el peligro de su eterna condenación sino que iría directamente
al Cielo.
-¡¡Déjame ya en paz!! ¡Allá tú con tus absurdos
razonamientos! ¡Aprende a aceptar la palabra de Dios, a creer en ella y a
ponerla en práctica! ¡Y olvida esos ridículos desvaríos!
Seguramente
el diálogo podría terminar así, pues ni la razón proporciona creencias ni la fe
proporciona razones, por lo que sería un dialogo inútil mientras el católico quisiera
imponer sus creencias de manera irracional y mientras el ateo se empeñase en
seguir razonando en lugar de asumir ciegamente las creencias del católico
No obstante, parece que en el fondo muchos de los
dirigentes de la Iglesia Católica no creen en la vida eterna, tanto por su
actitud tan irracional ante el aborto como por la aparente desolación y
tristeza con que realizan sus ritos funerarios, como si el difunto hubiera
muerto definitivamente en lugar de haber pasado a mejor vida,
4.
En
conclusión, asumiendo que la doctrina de la Jerarquía Católica fuera verdadera
y que, después de la muerte terrenal, cigotos, embriones, fetos y niños fueran
al Cielo, en tal caso no habría justificación alguna para la crítica del aborto
e incluso para el asesinato de esos niños, pues, como ya se ha demostrado, por
mucho que a simple vista esta defensa del aborto pueda parecer el argumento de
un loco, la supuesta muerte de tales seres no sería una muerte real sino sólo
el “tránsito” de su vida terrena, tan llena de peligros para su eterna salvación,
a la vida celestial eterna de que hablan los dirigentes católicos. Y así, con su
crítica al aborto, parece que la jerarquía católica sea más escéptica acerca de
la existencia de esa vida eterna que el más escéptico de todos los ateos.
Como
ejemplos de la crueldad de Yahvé puede hacerse referencia a alguno de los numerosos
pasajes en que ésta se manifiesta, tales como los siguientes: “El Señor me
dijo: […] Les haré comer la carne de sus hijos y de sus hijas, y se devorarán
unos a otros en la angustia del asedio y en la miseria a que los reducirán los
enemigos que buscan matarles” (Jeremías, 19:1-9); “Y pude oír lo que [el Dios de Israel] dijo
a los otros:
-Recorred la
ciudad detrás de él, matando sin compasión y sin piedad. Matad a viejos,
jóvenes, doncellas, niños y mujeres, hasta exterminarlos” (Ezequiel,
9:5-6).