jueves, 28 de marzo de 2013


La Iglesia Católica y la eutanasia
Antonio García Ninet
Doctor en Filosofía
Aunque en el Antiguo Testamento se habla con admiración de varios suicidios, los dirigentes católicos rechazan la eutanasia, pero están de acuerdo con la pena de muerte, con la santificación de guerras y cruzadas, y con la muerte de alrededor de 35.000 niños cada día como consecuencia del hambre, en relación con las cuales muestra una absoluta indiferencia.
La Jerarquía Católica defiende la doctrina según la cual es moralmente inaceptable que el ser humano decida acerca del momento de su muerte, hasta el punto de que ni siquiera acepta el uso de medidas paliativas contra el dolor en cuanto puedan adelantar la muerte unos días o unas horas. El argumento por el que defiende este punto de vista consiste en que dice considerar que la vida pertenece a Dios, que el hombre debe aceptar su voluntad y tratar de vivir todo el tiempo posible hasta que él decida otra cosa, aunque sea en medio de atroces sufrimientos que sólo sirven para prolongar una absurda agonía, pues sólo Dios tendría derecho a disponer el cese de la vida.
Se trata de un argumento muy pobre que puede ser criticado desde diversas perspectivas.
En primer lugar, habría que demostrar que efectivamente existiera ese supuesto ser al que llaman Dios, lo cual es imposible, tal como ya demostró Hume y tal como al comienzo de este trabajo se ha demostrado.
En segundo lugar, suponiendo que ese Dios existiera, la afirmación de los dirigentes católicos según la cual la vida humana le pertenece y por ello el hombre no tiene derecho a decidir libremente acerca de cuándo poner fin a esa vida, hay que decir que esas afirmaciones son erróneas en cuanto, si la vida la diese Dios, por ello mismo, en cuanto fuese un don, quien la recibiese la tomaría como un regalo, es decir, en propiedad, lo cual implica el derecho para hacer con ella lo que uno considere más conveniente y durante el tiempo que considere oportuno, sin que tenga obligación de luchar por seguir viviendo, sea cual sea el grado de sufrimiento que deba padecer como consecuencia de una enfermedad terminal o en cualquier otra situación límite en la que una persona pueda llegar a sentir la vida como una carga insoportable que es mejor abandonar voluntariamente, en lugar de tener que esperar a que la muerte llegue después de un penoso sufrimiento absurdo. Además, esto debería ser así especialmente, porque, si antes de recibir la vida se hubiera firmado un contrato entre cada ser humano y Dios, en el sentido de que el hombre aceptaba la vida con la condición de dejar que fuese Dios quien decidiese acerca de su final, en ese caso todavía podría tener algún sentido someterse a su voluntad a fin de cumplir con tal contrato. Pero, resulta que ese contrato era imposible realizarlo porque para ello uno tenía que haber nacido previamente, lo cual implicaría disponer ya de la vida sin haber dado su consentimiento previo[1].
En tercer lugar, al margen de que no exista una realidad como ésa que los dirigentes católicos pretende nombrar con el término “Dios”, el concepto de Dios de la secta católica es realmente contradictorio, en cuanto un Dios al que no le importase para nada el sufrimiento, tan presente a lo largo de la vida humana y tantas veces especialmente presente en los últimos días de la vida,  o que negase a las personas el derecho a decidir sobre el término de su propia vida sería un Dios sádico y en cualquier caso incompatible con las cualidades de la bondad y del amor infinito que al mismo tiempo se le atribuyen. Por ello, la suposición de que Dios pudiera querer tal sufrimiento sería un insulto a ese Dios del que la jerarquía de la secta católica dice que es “nuestro padre”.
Quienes a estas alturas pretenden justificar el sufrimiento lo siguen haciendo además a partir de la consideración de que la humanidad todavía está “pagando” por el “pecado original” –del que, por otra parte, se dice que Jesús redimió a la humanidad- sin entender que la idea de que el sufrimiento pueda verse como una compensación del pecado sólo cabe en la mente retorcida de personas patológicamente vengativas, como quienes defendieron y siguen defendiendo la Ley del Talión (“ojo por ojo, diente por diente”), tan dominante en el Antiguo Testamento, tan “palabra divina” como el Nuevo.
Por otra parte, en el Antiguo Testamento se habla al menos de tres suicidios sin hacer referencia a ellos de modo condenatorio e incluso hablando del tercero como de un acto de “honor”.
En primer lugar se cuentan los suicidios del rey Saúl y de su escudero mediante una sencilla descripción en la que lo que llama la atención del narrador es que el escudero de Saúl no se atreviera a obedecer la orden de su rey de que le matase y, en segundo lugar, que en aquel mismo día muriesen Saúl, sus tres hijos y el escudero, que también se suicidó, pero el autor de la narración en ningún caso muestra ningún sentimiento de escándalo o de condena moral por la decisión de Saúl ni por la de su escudero.
Más adelante, en 2 Macabeos se cuenta un tercer suicidio. En este caso se trata de Razis, un senador de Jerusalén, quien
“acorralado, se echó sobre su espada; prefirió morir con honor antes que caer en manos criminales y sufrir ultrajes indignos de su nobleza”[2].
En este caso tiene especial interés que el narrador de la “palabra divina”, refiriéndose al suicidio de Razis, diga que éste prefirió “morir con honor”, lo cual representa una valoración altamente positiva de su decisión de suicidarse y, por ello mismo, en ningún caso una condena moral. Pero, si efectivamente el suicidio hubiese sido valorado como moralmente negativo en el Antiguo Testamento, los suicidios de Saúl y de su escudero así como el suicidio de Razis habrían merecido una descalificación moral, la cual no aparece para nada. En efecto, según dice el primer libro de Daniel,
“Los filisteos cercaron a Saúl y a sus hijos, y mataron a Jonatán, a Abinadab y a Melguisúa, hijos de Saúl. El peso del combate cayó entonces sobre Saúl, que fue descubierto por los arqueros y herido gravemente. Saúl dijo a su escudero:
    -Saca tu espada y mátame, no sea que vengan los incircuncisos y me ultrajen.
Pero su escudero se negó, pues tenía mucho miedo. Entonces Saúl tomó su espada y se echó sobre ella. Su escudero, al ver que Saúl había muerto, se echó él también sobre la suya y murió con él. Así murieron juntos el mismo día, Saúl, sus tres hijos y su escudero”[3].
Por otra parte, esta “palabra de Dios” resulta sorprendente porque, a pesar de que no condena el suicidio ni, por ello mismo, la eutanasia, a continuación, casi al comienzo del segundo libro de Samuel, se contradice con la mayor ingenuidad del mundo, narrando que Saúl no llegó a suicidarse sino que pidió a un amalecita que le matase y que éste le hizo ese favor:
“Él se volvió, me vio y me llamó. Yo respondí: “Aquí me tienes”. Me preguntó: “¿Quién eres?” Respondí: “Soy un amalecita”. Me dijo: “Acércate a mí, por favor, y mátame; porque se ha apoderado de mí la angustia y aún sigo vivo”. Así que me acerqué a él y lo maté, porque sabía que no podría sobrevivir a su derrota”[4].
La condena de la eutanasia –la “buena muerte”- por parte de la jerarquía católica no sólo es contradictoria con cualquiera de estos textos de la Biblia, esa tantas veces pregonada “palabra de Dios”, sino también con su aceptación constante de la pena de muerte, por la que la misma jerarquía católica se ha arrogado en tantas ocasiones el derecho de privar de la vida a tantos seres humanos, vida a la que, según ella, sólo Dios tendría derecho a poner fin. Y es contradictoria con la serie de ocasiones en que ha perseguido y condenado a muerte a quienes no pensaban como ella; es contradictoria, con las ocasiones en que ha defendido, alentado y promovido guerras como las de las Cruzadas o como la guerra civil española, bautizada como “cruzada nacional”, que provocó cientos de miles de muertos; es contradictoria con su despreocupación por los miles de niños que cada día mueren a causa del hambre, o con su silencio hipócrita, casi absoluto, ante las actuales guerras en la zona de Oriente medio y en muchas otras zonas del mundo cuando le interesa seguir manteniendo buenas relaciones diplomáticas con los gobiernos de los países agresores.
Y resulta especialmente hipócrita y vergonzoso que este grupo mafioso se preocupe infinitamente más por que se alargue la agonía de quienes están llegado al fin de sus días que por emplear sus incalculables riquezas en salvar las vidas de los casi 35.000 niños que cada día mueren como consecuencia del hambre.




[1] De hecho, hay personas que en ocasiones han reprochado a sus padres el haberles obligado a nacer y que ante los sufrimientos que implica la vida hubieran preferido no haber nacido. Parece que, siendo Dios el máximo responsable de esas vidas, esas personas, en cuanto creyeran en Dios, deberían haberle pedido cuentas a él acerca de ese regalo no deseado.
[2] 2 Macabeos, 14:41-42.
[3] 1 Samuel, 31, 2-6.
[4] 2 Samuel, 1, 7-10. En 1 Crónicas, 10, se narra la muerte de Saúl con idénticas palabras que las que aparecen en la narración de 1 Samuel, 31:2-6, lo cual implica evidentemente que el escritor de uno de los libros copió literalmente lo que había escrito el otro. 

Iglesia Católica y Homosexualidad
Antonio García Ninet
Doctor en Filosofía
Los dirigentes de la Iglesia Católica consideran que la homosexualidad es antinatural, negando así la omnisciencia y la omnipotencia de su Dios al crear la naturaleza humana.
Aunque diversos dirigentes de la secta católica aceptan la existencia de una tendencia natural de carácter homosexual, muchos consideran que en el fondo se trata de una desviación de la naturaleza y que, por ello, los homosexuales deben resignarse a vivir reprimiendo las tendencias de tal “naturaleza desviada”, en cuanto dejarse llevar por ellas significaría ceder a un comportamiento “antinatural” y, por ello, intrínsecamente malo. En consecuencia, condenan la conducta de carácter homosexual, negando a los homosexuales el derecho a vivir de acuerdo con su propia sexualidad y afectividad según la sientan y, en consecuencia, el derecho a contraer una unión jurídica y social como la del matrimonio, con el mismo valor que esta institución tiene entre parejas heterosexuales. Además y a pesar de reconocer que las tendencias homosexuales pueden ser consecuencia de causas naturales, el señor Ratzinger, anterior jefe de la secta católica, no sólo ha prohibido la ordenación de religiosos y religiosas que se comporten de acuerdo con tales tendencias homosexuales sino también la de quienes simplemente las sientan.
A pesar de que en otro tipo de apreciaciones morales la jerarquía católica se ha alejado de las doctrinas del Antiguo Testamento, como sucede con su actual rechazo de la poligamia, en el tema de la homosexualidad se ha mantenido fiel a aquella doctrina primitiva en la que el comportamiento homosexual era juzgado de un modo especialmente negativo, aunque sin explicar las causas de tal valoración. Dice el Antiguo Testamento en este sentido:
“No te acostarás con un hombre como se hace con una mujer; es algo horrible”[1];
En este pasaje se afirma sin justificación de ninguna clase que la relación homosexual “es algo horrible”. El interés de esta afirmación se encuentra mucho más en lo que calla que en lo que dice, pues la simple condena de la homosexualidad sin argumento de ninguna clase sólo puede servir como prueba de que quien escribió tales palabras no tenía más argumento para condenarla que la simple proclamación dogmática de tal condena. ¿Por qué era “algo horrible”? Porque, de acuerdo con los gustos de quien escribió esta frase, así lo sentía él. Pero eso, desde luego, no representa ningún argumento. 
Un poco más adelante se señala el castigo que corresponde a la “abominación” que conlleva el comportamiento homosexual:
“Si un hombre se acuesta con otro hombre, como se hace con una mujer, cometen abominación; se les castigará con la muerte. Ellos serán los responsables de su propia muerte”[2].

Es posible que textos como éste, en cuanto deben ser aceptados como expresión de la “palabra de Dios”, hayan determinado que los dirigentes de la secta católica sigan condenando los comportamientos homosexuales, aunque tímidamente comiencen a aceptar que la homosexualidad pueda tener causas naturales y aunque entre el clero de su propia organización exista una proporción elevada de homosexuales y un elevado número de casos de pederastia. Por suerte, la sociedad civil avanza –como siempre- con mayor sentido común y en este sentido se dirige progresivamente hacia una aceptación de la homosexualidad como una forma de ser tan natural como cualquier otra, que ni es una enfermedad, ni un vicio, ni un comportamiento antinatural. Pero los dirigentes de la secta católica presentan de modo implícito como argumento la idea de que cometerían una especie de sacrilegio si rechazaran la “palabra de Dios” y aceptaran la homosexualidad del mismo modo que se aceptan las diversas peculiaridades físicas de cada persona y las conductas que derivan de ellas en cuanto no impliquen ningún daño para la sociedad, a pesar de que ése no sea el auténtico motivo de su teórico rechazo.
El hecho de que la homosexualidad se castigase en el Antiguo Testamento con la pena de muerte, a pesar de que parezca una pena realmente grave, puede verse como anecdótico si se tiene en cuenta que esta misma pena era la que se aplicaba a los hijos rebeldes reincidentes, según se indica en el siguiente pasaje:
“Si uno tiene un hijo indócil y rebelde, que no hace caso a sus padres, y ni siquiera a fuerza de castigos obedece, su padre y su madre lo llevarán a los ancianos de la ciudad, a la plaza pública, y dirán a los ancianos de la ciudad: “Este hijo nuestro es indócil y desobediente, no nos hace caso; es un libertino y un borracho”. Entonces todos los hombres de la ciudad lo apedrearán hasta que muera”[3].
Sin embargo, resulta algo chocante que la jerarquía católica, a la hora de condenar la homosexualidad, no haya tenido en cuenta un pasaje de la Biblia en el que el rey David, “hijo primogénito de Dios”, con ocasión de la muerte de su “amigo” Jonatán, hijo del rey Saúl, expresa de manera perfectamente clara su amor homosexual hacia él:
“¡Qué angustia me ahoga,
hermano mío, Jonatán!
¡Cómo te quería!
Tu amor era para mí más dulce
que el amor de las mujeres[4].
Y no es que la jerarquía católica –o israelita- tuviese algún motivo para condenar estas palabras de lamento o los sentimientos que dejan traslucir, pues se trata de sentimientos muy nobles y vitalmente enriquecedores. Lo absurdo es que, cuando se trata de los sentimientos de un rey –al que en otros momentos se le califica como “hijo primogénito de Dios”-, la jerarquía católica tenga el cuidado de silenciarlos de modo hipócrita, mientras que luego condena el comportamiento homosexual basándose en los textos que están de acuerdo con esta absurda doctrina sin otra argumentación que la simple y dogmática afirmación de que se trata de una conducta antinatural, pontificando acerca de qué es natural y qué es antinatural y considerando además “lo supuestamente natural” como criterio de moralidad, cuando en realidad lo que debería haber entendido ese gremio de iluminados es que, tanto desde la hipótesis de que Dios exista como desde la contraria, todo lo real es natural y todo lo natural es real.
Los ideólogos de esta organización no parecen haber reparado en la contradicción consistente en considerar que haya modos de ser “antinaturales”, pues desde el momento en que juzgan que Dios se descuidó en algún momento al crear la Naturaleza y que, en consecuencia, algunos seres humanos habrían nacido desviados (?) respecto al modelo que él pretendía obtener, tal doctrina implica un insulto a la sabiduría y a omnipotencia de su Dios. La Jerarquía Católica olvida torpemente que, si su Dios existiera y fuera el creador de la Naturaleza, ésta en ningún momento habría podido desviarse de sus designios y que, por ello, es tan natural ser homosexual como ser heterosexual, ser diestro o ser zurdo, rubio o moreno, blanco o negro, en el sentido de que hay causas naturales que determinan el modo de ser de cada persona, modos que por sí mismos no son ni mejores ni peores sino simplemente distintos.
Por otra parte, hay una soberbia ofensiva en la actitud dogmática de quienes pretenden establecer qué es lo natural y qué no lo es, al tiempo que sacralizan lo supuestamente natural considerándolo como criterio de moralidad. Olvidan en estos casos que el concepto de lo natural proviene de la metafísica aristotélica –basada a su vez en la platónica- acerca de qué constituye la esencia y la naturaleza correspondiente de una sustancia, y qué manifestaciones y actuaciones se corresponden con tal naturaleza. Pero, al margen de que las metafísicas platónica y aristotélica hace ya muchos siglos que han sido criticadas y superadas adecuadamente y aunque hubieran sido correctas, sólo habrían tenido un valor orientativo acerca de qué virtudes y actividades correspondientes eran las más adecuadas para la proyección más adecuada del propio ser, para la obtención de la propia felicidad o qué virtudes y actividades correspondientes eran las más adecuadas para lograr el bien de la pólis, tal como lo expuso Aristóteles en su Ética Nicomáquea, pero no qué formas de conducta eran absolutamente morales o inmorales sin referencia a la propia felicidad o a la del grupo social[5].
Por otra parte, suponiendo que “lo natural” debiera servir de criterio para descubrir “lo moral”, en tal caso lo que habría que tener en cuenta es que para descubrir qué es natural y qué no, habría que partir de la observación de cómo actúan de hecho los seres humanos para describir su naturaleza en lugar de partir de una idea preconcebida de ella para luego señalar cómo debían actuar desde el punto de vista de una supuesta obligación moral.
Por otra parte, la soberbia de la jerarquía católica se extiende hasta la exigencia igualmente dogmática de que la sociedad amolde sus leyes a los principios que ella considera “naturales”, como si cada persona no tuviera derecho a vivir de acuerdo con su propia conciencia y sin que nadie trate de imponerle nada relacionado con su vida privada. Por ello, resulta hipócrita y ridículo que los dirigentes católicos, aceptando la existencia de tendencias homosexuales de carácter natural, defiendan que el homosexual debe resignarse a vivir aceptándolas pero sin comportarse de acuerdo con ellas.
Cuando se pregunta a los dirigentes católicos por qué condenan la homosexualidad, responde en otras ocasiones que la práctica de la homosexualidad es un comportamiento “desordenado” en cuanto el fin de la sexualidad es la procreación.
Se trata de un argumento igual de absurdo que el que utilizan para condenar el uso del preservativo, en cuanto afirman que es inmoral servirse de la sexualidad con el fin exclusivo de la obtención de placer en lugar de servirse de ella para la procreación.
Por ello, la crítica realizada en el capítulo 4.7. de este trabajo a la condena del disfrute sexual es igualmente aplicable a la condena del comportamiento homosexual en general, en cuanto cualquier tendencia y forma de disfrute sexual es tan respetable como las demás, pues en la medida en que el comportamiento de acuerdo con las propias tendencias naturales no perjudique a nadie, no tiene ningún sentido la represión de tales tendencias naturales sin otra justificación que la de la proclamación gratuita de la existencia de supuestas leyes divinas que así lo ordenan.
La doctrina de la jerarquía católica acerca de la homosexualidad representa un aspecto más del absurdo carácter represivo de sus doctrinas en contra de la sexualidad en general, al rechazar el derecho de los homosexuales a vivir su sexualidad de acuerdo con su propia manera de sentirla, tanto si la entienden como algo natural como si fuera el resultado de una elección personal, la cual no dejaría de ser igualmente natural, pues entre lo natural y lo elegido no existe ninguna diferencia, ya que uno elige de acuerdo con sus deseos, los cuales son la expresión de la propia individualidad, que a su vez no puede tener otro carácter que el de natural, por lo que no tiene sentido considerar que exista nada “antinatural” –ni siquiera el propio término-.
Por otra parte y por lo que se refiere a las causas de la homosexualidad en ocasiones se oyen otras interpretaciones absurdas como la que afirma que no tiene una causa natural sino que se trata de un vicio, calificativo que implica ya una valoración negativa de lo que, si acaso, podría considerarse como un hábito adquirido. Pues bien, aceptando esta posibilidad, la pregunta que surgiría a continuación sería: ¿Qué hay de moralmente perverso en una conducta que a nadie perjudica y que es enriquecedora de la propia vida y de la de otra u otras personas, sean del mismo género, de distinto género, o del mismo y de distinto género a la vez? A esa pregunta la jerarquía católica, anclada perezosamente en doctrinas conservadoras, heredadas de una tradición irracional, ni sabe ni se esfuerza por responder, conformándose con pretender imponer dogmas irracionales, en los que ni ella misma cree –al menos según parece indicar el alto porcentaje de curas y obispos con una sexualidad tan descontrolada que llega hasta la pederastia en una cantidad todavía desconocida, pero nada despreciable y muy significativa de los trastornos psíquicos que suelen acompañar en bastantes casos las doctrinas de la Iglesia Católica acerca de la sexualidad y más concretamente acerca de la homosexualidad, trastornos que, al parecer,  desembocan con bastante frecuencia en conductas pederastas, social y jurídicamente condenadas por cuanto representan una violación sexual infantil-.
Por ello, la condena de la homosexualidad es un absurdo más de los dirigentes de la secta católica, anclada en unos dogmas irracionales que no reconsidera porque calcula que rectificar es una manera de aceptar su falta de infalibilidad, lo cual no conviene a sus intereses de dominio sobre la sociedad. Sin embargo, puede llegar un momento –como en otras ocasiones- en que vea peligrar su clientela de manera alarmante, y es entonces cuando trata de amoldarse a aquella forma de pensamiento que resulta evidentemente natural para todos menos para ella.
Por lo que se refiere a las causas de la homosexualidad en los últimos sesenta años se han realizando estudios serios, aunque todavía sin resultados definitivos. Sin embargo, lo que parece evidente es que nadie elige ser homosexual sino que todo lo más descubre que lo es, y lo descubre en general de un modo traumático como consecuencia en una importante medida de la cizaña introducida en nuestra sociedad por los dirigentes católicos a lo largo de los siglos, al margen de que la causa de dicha homosexualidad sea genética o ambiental.
Por otra parte y desde una perspectiva científica, desde la segunda mitad del pasado siglo se habla de la ambivalencia de la sexualidad humana en el sentido de considerar que las personas en general sentirían atracción sexual tanto por otras de su mismo sexo como por otras del otro sexo. En este sentido y según los estudios de Alfred Kinsey, entre el 80 y el 90 % de las personas serían bisexuales, mientras que sólo el resto podría tener una sexualidad plenamente diferenciada de carácter heterosexual.
Por otra parte y como dirían Freud o Marcuse en referencia a la motivación sexual en general, es cierto que para la existencia de la civilización es necesario cierto nivel de represión de los instintos, pero una cosa es comprender la conveniencia de tal represión en cuanto contribuya al mantenimiento del orden social, y otra muy distinta es considerar que haya tendencias sexuales o de cualquier otro tipo que, consideradas en sí mismas, deban ser valoradas como moralmente negativas y contrarias a una supuesta y misteriosa “ley sagrada” que hubiera que respetar porque sí o porque así lo quisiera imponer cualquier agrupación de iluminados como los dirigentes de la secta católica.
En este punto así como en cualquier otro que se pretenda aplicar desde la perspectiva política, social o moral, los únicos criterios que se deberían tener en cuenta son los del respeto a la propia individualidad y los del respeto a la individualidad ajena, es decir, el respeto al derecho de cada persona a vivir como mejor le parezca, con tal que el uso de su libertad no implique una violación de los derechos y libertades ajenas, y de manera especial, de los derechos relacionados con los menores.


[1] Levítico, 18:22.
[2] Levítico, 20:13.
[3] Deuteronomio, 21:18-21.
[4] 2 Samuel, 1:26. La cursiva es mía.
[5] Aunque en diversos momentos Aristóteles conservó en su obra algunos planteamientos intuicionistas por los que juzgó que determinadas acciones eran buenas o malas en sí mismas-.

martes, 26 de marzo de 2013


El aborto y la Iglesia Católica
Antonio García Ninet
Doctor en Filosofía

Los dirigentes de la Iglesia Católica condenan el aborto, a pesar de que en el Antiguo Testamento son muchos los momentos en que Yahvé no duda en ordenar la muerte de mujeres, de niños e incluso de mujeres embarazadas; a pesar de que la unión de dos células no es todavía un ser humano, y a pesar de que, en el caso de que lo fuera, el aborto sería la mejor garantía de que tal ser humano fuera a unirse eternamente con Dios sin poner en riesgo su “eterna salvación” como consecuencia de la posibilidad de morir en pecado mortal, lo cual implicaría su “eterna condenación”.
La reproducción de la vida humana se realiza a partir del momento en que las células sexuales masculina y femenina, espermatozoide y óvulo, se unen formando una sola célula llamada cigoto. A partir de dicha unión, el cigoto comienza un proceso de multiplicación y de diferenciación celular de acuerdo con las instrucciones genéticas existentes en él, proceso al final del cual y al cabo de alrededor de nueve meses nacerá un nuevo ser humano.
1. El concepto de aborto hace referencia a la interrupción natural o provocada del embarazo antes de concluido el plazo a partir del cual nacería un nuevo ser humano, apto para vivir de manera autónoma aunque con la ayuda de otros seres vivos, como especialmente la de su madre, que le proporcionen alimento y unas condiciones adecuadas para su supervivencia.
En cuanto el aborto puede ser involuntario o voluntario, en relación con este último se ha planteado la cuestión de si es moralmente aceptable y, en el caso de que así se considere, en qué supuestos o hasta qué momento del desarrollo del feto lo sería. Se suele considerar que la respuesta a esta cuestión depende de cuándo se considere que se está ante un ser humano y cuándo no, entendiéndose que el aborto voluntario sólo sería moralmente aceptable en el caso en el que el organismo vivo cuyo proceso de desarrollo se interrumpiera no fuera todavía un ser humano, sino sólo una agrupación celular diferente.
2. Entre las perspectivas relacionadas con la licitud o ilicitud, moralidad o inmoralidad del aborto se hará una breve referencia a la científica, pero lo que aquí se va a tratar especialmente de manera crítica es del punto de vista de la jerarquía de la secta católica.
Las diversas culturas en los distintos momentos de la historia han mantenido puntos de vista muy diferentes acerca del momento de la gestación en el que puede hablarse de la existencia de un auténtico “ser humano” como resultado de las transformaciones que se producen a partir de la unión de las células sexuales que podrían culminar en el nacimiento de un niño.
En relación con esta cuestión y después de muchos años de discusión infructuosa, todavía en la actualidad sigue habiendo una controversia que lo único que demuestra, si acaso, es lo absurdo de pretender fijar un momento mágico en el que se produciría dicha transformación en lugar de aceptar que esa cuestión en el fondo tiene carácter convencional, pues, al margen de doctrinas religiosas basadas en creencias dogmáticas, es evidente que entre el momento en que se produce la unión de un espermatozoide y un óvulo, y el momento en que esa unión celular o cigoto alcanza un cierto desarrollo a partir del cual puede decirse que nos encontramos ante un ser humano, existe un tiempo en el que afirmar o negar que nos encontremos ante tal ser humano dependerá del concepto que se tenga de ser humano, al margen de que la jerarquía católica defienda ahora –que no siempre- que el simple cigoto ya lo es.
Sin embargo, del mimo modo que las células sexuales por separado no constituyen un ser humano no parece que tenga sentido considerar que su unión lo sea –como si de pronto la supuesta divinidad católica hubiera insuflado a dicha unión celular un “alma” espiritual a la que de forma más o menos explícita se refieren cuando hablan de “ser humano”- ni tampoco que una estructura formada por cuatro, ocho o dieciséis células lo sean. Eso demuestra la imposibilidad para señalar un momento exacto a partir del cual pueda afirmarse que se está en presencia de tal ser. Esto mismo puede comprenderse igualmente si uno se plantea qué pensaría si alguien le dijera: “La unión de x número de células todavía no es un ser humano, pero la de x + una célula ya lo es”. En este punto lo único evidente es que antes del comienzo del ciclo de multiplicación celular, el espermatozoide y el óvulo ya existían como formas de vida, y que del mismo modo que nadie diría que esas dos células por separado constituyan un ser humano, por lo mismo no tendría sentido afirmar que inmediatamente después de su unión lo constituyan, aunque estén más cerca de llegar a serlo y aunque a lo largo de un proceso de multiplicación celular haya un momento en el que pueda decirse que ya lo constituyen.
En relación con esta cuestión los científicos han diferenciado diversas fases de desarrollo del cigoto, como son las de pre-embrión, embrión, feto y neonato, por nombrar sólo las más representativas. El desarrollo natural del cigoto dará lugar en último término al alumbramiento del neonato, y será después del alumbramiento cuando el neonato será legalmente reconocido como persona. Pero referirse al momento mágico antes del cual no hay ser humano y después del cual sí lo hay es simplemente una pérdida de tiempo en cuanto la opinión que se defienda depende de criterios subjetivos o culturales, o simplemente es un punto de vista que tiene carácter convencional y, por ello mismo, no admite una solución matemática.
Por lo que se refiere a esta cuestión, la jerarquía católica ha defendido a lo largo de los siglos teorías muy diversas acerca del momento en que, a partir de la unión entre un espermatozoide y un óvulo, puede afirmarse la existencia de vida humana. Así por ejemplo el concilio de Vienne, en 1.312, consideró que este cambio se producía al final del tercer mes después del embarazo, pero en 1.869 Pío IX consideró que la vida humana comenzaba a partir de la formación del cigoto y, en consecuencia, proclamó que el concepto de aborto era aplicable a cualquier momento de la interrupción del embarazo, pues sería en el momento de la formación del cigoto cuando Dios crearía un alma inmaterial para ese minúsculo ser.
Precisamente esa misma contradicción entre ambas doctrinas de la secta católica, la del concilio de Vienne y la del papa Pío IX, es una demostración más del carácter arbitrario y convencional que tiene pretender señalar un momento exacto en el que se produzca dicha transformación. 
Pero, consecuente con el punto de vista de Pío IX y en contra del punto de vista del concilio de Vienne la jerarquía católica considera que el cigoto es ya un ser humano y que, por ello mismo, el aborto voluntario en cualquier fase del embarazo es un asesinato, una de las manifestaciones de la “cultura de la muerte”, según expresión del papa Juan Pablo II.
Ahora bien, en cuanto la Jerarquía Católica defiende el dogma de la infalibilidad de los Concilios y el de la infalibilidad del Papa, y en cuanto el Concilio de Vienne y las declaraciones del Papa Pío IX en 1869 se contradicen, la Jerarquía Católica estaría proclamando como dogma de fe la verdad de tal contradicción, lo cual no contribuye mucho a la solución del problema, ya que, como dice la Lógica, a partir de una contradicción se deduce cualquier cosa, por lo que se podría deducir como consecuencia la negación de la doctrina de Pio IX así como la del concilio de Vienne.
Pero, en relación con los planteamientos de la jerarquía católica y al margen de la contradicción en que incurre, tiene interés considerar dos cuestiones:
En primer lugar, tiene interés reflexionar acerca del problema que plantea el aborto de un supuesto ser humano cuando se tiene en cuenta que, de acuerdo con el dogma de fe relacionado con “la vida eterna”, cualquier ser humano muerto antes de tener uso de razón va directamente al Cielo a gozar de la vida eterna. Ahora bien, teniendo en cuenta que, según las doctrinas de la Iglesia Católica, como consecuencia de morir en “pecado mortal” un ser humano puede incurrir en “sentencia de eterna condenación”, en el caso de que uno creyese firmemente tal doctrina, ¿no sería un acto de auténtica caridad tratar de evitar a los niños el gravísimo peligro de morir en pecado mortal y de ser castigados al fuego eterno, enviándolos por el contrario a gozar directamente de la Vida Eterna? Al fin y al cabo, ¿qué valor puede tener la vida terrena en comparación con la vida eterna? Ciertamente ninguno, por muy feliz que en ésta se pueda llegar a ser. Además, según dijo Jesús, “muchos son los llamados, pero pocos los escogidos”. ¿Para qué asumir el riesgo vivir esta vida terrena para ser finalmente condenados al fuego eterno? ¿No será infinitamente mejor morir lo antes posible, siendo ya un “ser humano” y gozar inmediatamente de la vida eterna, especialmente ahora que además el papa ha suprimido el “limbo”? Estos razonamientos podrán parecer extraños y muy osados, pero ¿acaso son absurdos? Por lo menos no deberían parecerlo a todo aquel que de verdad creyese en esa supuesta vida eterna acompañada de eterna felicidad.

Y, en segundo lugar, por lo que se refiere al trato dado a los niños, teniendo en cuanta la asombrosa diferencia existente entre la actuación de Yahvé en el Antiguo Testamento y la que los dirigentes de la secta católica dicen defender en la actualidad, es una contradicción que en el Antiguo Testamento el propio Yahvé -o diversos personajes bíblicos especialmente importantes- no tuviese inconveniente en asesinar cruelmente a cientos de miles de niños, no dejando a nadie con vida[1], sin que dieran la menor importancia a esas muertes –a pesar de que en aquellos momentos los escritores de la Biblia creían en líneas generales que la vida terrena era la única de que disponíamos y que la muerte era definitiva, no imaginando la posibilidad de la existencia de una vida más allá de la muerte, por lo que dicha muerte la veían como un final realmente trágico[2] frente al enfoque actual de los dirigentes de la secta católica, que, a pesar de aceptar en teoría que el Antiguo Testamento es tan “palabra de Dios” como el Nuevo, dicen escandalizarse y hablan con enfurecida condena del aborto de un embrión o de un pre-embrión, cuya realidad como ser humano no sólo es objeto de polémica por parte de los científicos sino que fue negada incluso por la misma jerarquía católica de otros tiempos. Por ello, teniendo en cuenta esta valoración antitética de la vida terrena, la forma de actuar de los dirigentes católicos transmite la impresión de que en realidad son ellos quienes en verdad no creen en esa “Vida Eterna” de la que tanto hablan –como, de hecho, tampoco creían los autores de la mayor parte de libros del Antiguo Testamento- y que por ello parece que consideren de una gravedad extrema la interrupción de la vida terrena de esos seres humanos en formación, como si estuvieran convencidos de que no van a tener otra, a pesar de que, en el caso de que esos embriones todavía no fueran humanos, eso no les plantearía ningún problema de conciencia, y a pesar de que, en el caso de que lo fueran, se les estaría enviando a disfrutar de la vida celestial sin necesidad de pasar por los sufrimientos de “este valle de lágrimas” y por los peligros de caminar hacia su condenación eterna.
3.1. Por lo que se refiere a la primera cuestión, la que se relaciona con el contraste radical entre la absoluta crueldad con que en el Antiguo Testamento se muestra Yahvé, que mata despiadadamente a niños inocentes, y la actitud de la jerarquía católica, que manifiesta tanta preocupación por la vida de seres de los que ni siquiera puede demostrar que sean humanos, parece que lo único que podría concluirse es, en primer lugar, la paradoja de que mientras en los pasajes del Antiguo Testamento en que se considera que la muerte terrenal es una muerte definitiva, hay además por parte de Yahvé –o de quienes escribieron estas salvajadas- un enorme desprecio contra esa vida terrena de mujeres y de niños que no son responsables de nada, en el Nuevo Testamento, donde ya se cree en una vida eterna, se defiende, sin embargo, la vida terrena –al menos en esos discutibles comienzos- como si en realidad no creyeran en aquella otra cuya existencia sería la única deseable.
En cualquier caso, tiene interés mostrar algunos pasajes de aquella “palabra de Dios”, en donde se muestra ese trato según el cual, si la vida terrena fuera sagrada, sería una contradicción que Dios hubiera ordenado tales asesinatos, que, efectivamente, aparecen en el Antiguo Testamento ordenados directa o indirectamente por Yahvé –según los escritores de la Biblia- tal como puede comprobarse en los siguientes pasajes:
a) “A media noche hizo morir el Señor a todos los primogénitos en Egipto, desde el primogénito del faraón, el heredero del trono, hasta el del que estaba preso en la cárcel”[3].
b) “[Moisés les dijo] Matad, pues, a todos los niños varones y a todas las mujeres que hayan tenido relaciones sexuales con algún hombre”[4].
c) “Josué conquistó Maquedá y la pasó a cuchillo, consagrando al exterminio a su rey y a todos sus habitantes sin dejar ni uno”[5].
d) “Entonces la asamblea envió doce mil hombres de los más valientes, con esta orden:
    -Id y pasad a cuchillo a todos los habitantes de Yabés de Galaad, incluidas mujeres y niños[6].
f) “Así dice el Señor todopoderoso: He resuelto castigar a Amalec por lo que hizo a Israel, cerrándole el paso cuando subía de Egipto. Así que vete, castiga a Amalec y consagra al exterminio todas sus pertenencias sin piedad; mata hombres, mujeres, muchachos y niños de pecho, bueyes y ovejas, camellos y asnos”[7].
g) “Oráculo contra Babilonia que Isaías, hijo de Amós, recibió en esta visión: […] Haré que los cielos se estremezcan y la tierra se mueva de su sitio; […] Al que encuentren lo atravesarán, al que agarren lo pasarán a espada. Delante de ellos estrellarán a sus hijos, saquearan sus casas y violarán a sus mujeres”[8].
h) “Por eso, así dice el Señor […] Yo los castigaré: sus jóvenes morirán a espada, sus hijos y sus hijas morirán de hambre[9].
i) “Y el Señor me dijo:
[…] Y aquellos a quienes ellos profetizan serán tirados por las calles de Jerusalén, víctimas del hambre y de la espada; no habrá quien los sepulte, ni a ellos ni a sus mujeres ni a sus hijos; yo haré recaer sobre ellos su maldad”[10].
j) “El Señor me dijo: […] Les haré comer la carne de sus hijos y de sus hijas, y se devorarán unos a otros en la angustia del asedio y en la miseria a que los reducirán los enemigos que buscan matarles”[11].
k) “Por eso, así dice el Señor: […] Por tus prácticas idolátricas haré contigo lo que jamás he hecho ni volveré a hacer: Los padres se comerán a sus hijos, y los hijos a sus padres. Ejecutaré mi sentencia contra ti y esparciré a todos los vientos lo que quede de ti”[12].
l) “Y pude oír lo que [el Dios de Israel] dijo a los otros:
    -Recorred la ciudad detrás de él, matando sin compasión y sin piedad.”[13].
Aunque se trate de una cuestión hasta cierto punto marginal, tiene interés observar el carácter injusto, brutal, arbitrario y cruel de estas órdenes divinas[14] en cuanto en muchas de ellos no sólo se ordena la muerte de mujeres y de niños sino que el autor de los correspondientes escritos se recrea en su crueldad cuando exige pasar a cuchillo a todos los habitantes de una ciudad, incluyendo “mujeres y niños” sin dejar a nadie vivo; en cuanto en el texto f  se ordena matar “hombres, mujeres, muchachos y niños de pecho, bueyes y ovejas, camellos y asnos”; en cuanto en el texto g se dice “al que encuentren lo atravesarán, al que agarren lo pasarán a espada. Delante de ellos estrellarán a sus hijos, saquearan sus casas y violarán a sus mujeres”, manifestando un sadismo extremo; en cuanto en el texto j se dice “les haré comer la carne de sus hijos y de sus hijas, y se devorarán unos a otros” poniendo de manifiesto un goce patológico en la barbarie ordenada pero también en su descripción; en cuanto, en el texto k, se dice “los padres se comerán a sus hijos, y los hijos a sus padres” con un sadismo y una crueldad increíbles, viniendo de un Dios del que posteriormente se dirá que es “amor infinito”; o cuando en el texto l se dice “matad a viejos, jóvenes, doncellas, niños y mujeres, hasta exterminarlos”, donde ese amor resulta tan difícil de calificar.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                    
Esta serie de crueldades y de matanzas no parecen obedecer a otro fin que el de conseguir que el pueblo de Israel llegase a hacerse dueño de toda una extensa región, aunque para ello debiera exterminar a sus habitantes, mujeres y niños, simplemente porque esa manera de actuar era una manera de mostrar a Israel que del mismo modo que él, su Dios, era capaz de las mayores atrocidades en beneficio de su pueblo, por lo mismo esperaba de su pueblo una obediencia incondicional y que nunca cometiera el mayor delito de todos, el de adorar a otros dioses pues Yahvé les había escogido sólo a ellos como su pueblo, y su pueblo debía serle fiel y mantener para siempre su obediencia y su alianza con Yahvé.
A través de la lectura de estos pasajes se muestra un contradictorio contraste entre la actuación de Yahvé, tan cruel y carente de compasión hacia aquellas gentes a las que ordena asesinar sin piedad, despreciando el valor de su vida, y la actitud de la jerarquía católica actual que, pretendiendo ser portavoz de la voluntad divina, dice escandalizarse ante la idea de un aborto, como si creyera que la muerte de un cigoto o de un embrión, considerados ya como “seres humanos”, sin base científica de ningún tipo, representa una pérdida definitiva y no tuviera ninguna fe en su supervivencia en la vida eterna. De hecho, la sospecha de esta falta de fe en la vida eterna por parte del clero en general se acrecienta cuando uno asiste a un funeral y escucha sus teatrales sermones afligidos como si lo que realmente creyeran fuera que el difunto hubiera muerto para siempre en lugar de haber pasado a una vida más plena en eterna unión con su Dios.
3.2. Por lo que se refiere a la segunda cuestión, parece efectivamente que, si la doctrina de la Jerarquía Católica fuera correcta al considerar que un cigoto fuera ya un ser humano, no tendría ningún sentido su preocupación por su continuidad vital “en este valle de lágrimas” ya que su aparente muerte no sería otra cosa que en tránsito directo a la vida eterna en unión con Dios, en la que dicen creer los dirigentes católicos.
Este problema podría expresarse mediante un hipotético diálogo entre un católico y un ateo como podría ser el siguiente:
- Pero, ¿acaso no crees en la vida eterna? –podría preguntar el ateo que hubiera realizado las anteriores reflexiones-.
-¿Cómo que no creo? ¡Pues claro que sí! –podría responder el católico algo desconcertado y escandalizado-.
-Entonces ¿por qué te preocupa el tema del aborto?
-¿Cómo que por qué me preocupa? ¡El aborto es un asesinato!
-Bueno. Eso me parece una afirmación precipitada, pues habría que averiguar primero si el cigoto, el embrión o el feto son seres humanos, o en qué casos sí y en qué casos no.
-Pues para mí no hay ningún problema. Tanto el cigoto como el embrión y el feto son seres humanos, y, en consecuencia, un aborto voluntario es lo mismo que un asesinato.
-Pero, vamos a ver: Si consideras que el mismo cigoto es ya un ser humano, su aborto implicaría que desde ese momento comenzaría a gozar de la vida eterna. ¿Es así o no? ¿No te parece que de ese modo se le estaría haciendo un enorme favor? ¿No te das cuenta de que así se le evitarían los peligros de la vida terrenal y los riesgos que ésta conlleva para su eterna salvación? No olvides que, según la doctrina de tu religión, ¡todos los niños que mueren van directos al Cielo! ¡Ni siquiera pasarían por el Limbo, que recientemente el papa declaró como inexistente, ni por el Purgatorio! ¿No sería ése el mejor regalo que podría hacerse a esos supuestos seres humanos en el caso de que lo fueran de verdad?
-Pero, ¿quién eres tú para arrogarte el derecho de disponer de la vida de nadie? ¡La dignidad de la persona está por encima de cualquier otra consideración!
-Ya sé que soy un simple ser humano como tú, y que, según tu religión, el aborto es inmoral, pero la verdad es que no entiendo por qué quienes creéis en una vida eterna calificáis como inmoral una acción como ésa, que no significa otra cosa que cambiar esta vida, tan llena de penalidades y de peligros, por esa otra que, según vosotros, implicaría una felicidad plena y definitiva.
-¿Pero cómo puedes hablar así? ¡No te hagas el tonto, que sabes muy bien que el aborto es un asesinato y todo asesinato es inmoral!
-Bien. Supongamos que sea inmoral. Te insisto en la pregunta: Si con ese “asesinato”, consigo que ese supuesto niño, en lugar de vivir esta vida terrena que, según vuestra religión, conlleva el peligro de ser condenado al fuego eterno, fuera directamente al Cielo, como afirma la jerarquía de vuestra iglesia, ¿no crees que le haría un favor impagable?
-¡Lo que creo es que terminarás recluido en un psiquiátrico si sigues rayándote la cabeza con esos absurdos razonamientos!
-¿Por qué dices que son absurdos? Te aseguro que, si yo tuviera la fe que tú dices tener, no me habría importado haber muerto como un simple aborto, pues a estas horas hace ya tiempo que estaría gozando de la “vida celestial”, y no aquí, haciendo cola en las oficinas del paro.
- Pero, ¡¿cómo puedes hablar tan a la ligera de asesinatos como si fueran obras de caridad?! No puedo creer que estés hablando en serio.
- Te repito que hablo en serio, aunque no estoy hablando de lo que yo creo sino de lo que implican las doctrinas que defiende tu propia religión. Y así, si yo creyera firmemente en esas doctrinas, no sabría cómo refutar el argumento que te he expuesto.
-¡Pues yo tengo esas creencias y precisamente por ellas estoy seguro de que tu idea es una monstruosidad!
-Entiendo que la conclusión te parezca algo monstruoso y todos lo negativa que quieras, pero la cuestión principal es si se sigue de vuestras doctrinas o no, pues en tal caso no encuentro argumentos para rechazar su validez.
-¡Por favor! ¡No me digas que hablas en serio!
-¡Pues claro que hablo en serio! ¿Crees que puedes rebatir el argumento que te he expuesto?
-Pues no veo ninguna dificultad: En cuanto es Dios quien da la vida, ningún ser humano tiene derecho a matar a otro.
-Efectivamente, en eso tal vez podrías tener razón, aunque me parece que habría que analizarlo con detalle. Si Dios existiera y fuera el dueño de la vida humana, ¿crees que con mi acción estaría desobedeciéndole?
-Pues sí. Eso es lo que he dicho.
-Pero creo que puedo rebatir tus objeciones sin demasiada dificultad.
-No veo cómo.
-Pues te lo explico. Tú argumentas diciendo que Dios es dueño de la vida y que yo no tengo derecho a matar a nadie. ¿No es así?
-Eso es lo que he dicho.
-Vale. Supongamos que tienes razón en lo que dices. Sin embargo, creo que pasas por alto un pequeño detalle. Pues, en realidad, cuando yo hablo a favor del aborto, no pretendo matar a nadie.
-¿Cómo que no? ¡El aborto es ya un asesinato!
-Por favor, ten un poco de paciencia y déjame que termine mi explicación.
-Me pides un poco de paciencia…¡Lo que no entiendo es cómo puedo seguir escuchando esas barbaridades! En fin, sigue con tus desvaríos, si quieres.
-No te veo muy bien dispuesto para escucharme si ya tratas mis pensamientos como desvaríos.
-Bueno. Disculpa. Es que lo que me dices me parece tan demencial que me cuesta mucho tomármelo en serio. Pero intentaré escucharte.
-Pues voy a tratar de hablar con mayor claridad. Tú dices que abortar equivale a asesinar y que asesinar equivale a matar a un ser humano y supongo que dirás también que matar equivale a privar a alguien de la vida.
-Efectivamente. No veo que esté diciendo nada del otro mundo. Puedes preguntar a cualquiera, a ver si están o no de acuerdo con estas equivalencias.
-Ya sé que en principio esas equivalencias las aceptaría todo el mundo, incluso yo mismo. Sin embargo, creo que precisamente quienes aceptáis las doctrinas de la Iglesia Católica no deberíais aceptar tales equivalencias, a no ser de un modo meramente convencional, pero no riguroso.
- ¿Qué quieres decir?
- Pues es más sencillo de lo que puedes imaginar.
- Te escucho. A ver qué brillante idea se te ocurre ahora.
- Me parece que la solución de este problema pasa por un uso bien definido de las palabras que utilizamos.
- ¿Acaso he hablado de modo incorrecto?
- No es eso lo que quiero decir. Lo que me parece más importante es que nos pongamos de acuerdo respecto al significado que damos a las palabras que empleamos en nuestra conversación.
-Pues yo creía que nos entendíamos perfectamente.
-Poco más o menos, sí. Pero no del todo.
-No te entiendo.
-Por ejemplo, tú has dicho que abortar es una manera de cometer un asesinato, que asesinar es matar a alguien y que matar es lo mismo que quitar la vida…
-No creo que pueda entenderse de otra manera. Todo el mundo te diría que matar es privar a alguien de su vida.
-También yo estoy de acuerdo con esa definición. No vayas a creer que soy tan retorcido como para inventarme otra.
-Entonces, ¿en qué consiste nuestro desacuerdo?
-Pues verás. Tú dices que el aborto es una forma de matar, es decir, una forma de privar a un ser humano de su vida. Pues, bien, aquí es donde empieza nuestro desacuerdo, pues, según las doctrinas de tu religión, en ningún caso es posible que el ser humano prive de la vida a ningún otro ser humano, ya que, según vosotros, lo que sucede es que hay una vida terrena, que es limitada y que termina con eso que todos llamamos “muerte”. Pero también proclamáis que hay otra vida que es continuidad de la primera y que comienza justo en el momento en que finaliza la primera.
-¡No me vengas con esos cuentos, por favor! Es verdad que nuestra religión dice que hay otra vida, pero también dice el quinto mandamiento de Moisés “No matarás”. Así que no me vengas con sofismas.
-Si quieres que saquemos algún provecho de este diálogo, te pido que mantengas la calma.
-Vale. No me eches sermones y di lo que quieras, si es que tienes algo que añadir.
-Pues, bien. Aunque no creo que vayamos a llegar a ningún acuerdo, quiero insistir en lo que te he dicho. La palabra “muerte” tiene un significado claro para quienes no creemos en la existencia de otra vida. Significa simplemente “el cese de la vida”. Sin embargo, para quienes tenéis ese tipo de creencias religiosas, en cuanto pensáis que después de la vida terrenal existe otra que dura eternamente, me parece que el concepto de muerte sólo podría hacer referencia al momento en el que una forma de vida es sustituida por la otra. Y, por ello, en realidad habría decir que para vosotros la muerte no existe, puesto que no habría ni un solo momento en el que un ser humano dejase de existir, pues o bien existiría en su vida terrena o bien en la vida eterna, una vez finalizada la primera.
-Me parece que ya me estoy cansando... ¿A dónde quieres ir a parar?
-Lo que quiero decir es que mientras desde el planteamiento de quienes pensamos que la muerte significa el fin de la vida sí es posible matar, desde la doctrina católica en realidad el hombre no podría físicamente matar a nadie, ya que para bien o para mal el ser humano sería inmortal.
-Si quieres ver así las cosas, por mí no hay inconveniente alguno, pero no sé qué tiene eso que ver con lo que antes te he dicho. Si Dios dijo “no matarás”, me parece que está claro qué fue lo que quiso decir y todo el mundo lo entendió, al margen de cómo quieras interpretar tú el concepto de matar.
-El caso es que, aunque no nos pusiéramos de acuerdo acerca del significado de este concepto, el fondo de la cuestión que te estoy explicando es el mismo.
-No sé de qué fondo hablas.
-Lo que te estaba planteando desde el principio es que desde mi punto de vista, si un embrión es ya un ser humano, en tal caso y a partir de los presupuestos de tu religión, mediante el aborto se le estaría haciendo un favor al enviarlo a gozar de la vida eterna.
-Te repito lo que te he dicho antes: Las órdenes de Dios son sagradas y tú no eres quien para interferir en sus planes segando una vida humana porque se te haya ocurrido una idea tan absurda. ¿No has pensado en que tu acción podría significar tu propia condenación?
-Es posible. Pero yo no estoy hablando de lo que Dios pudiera hacer conmigo, sino de lo que yo podría hacer por ese hipotético ser humano. ¿Qué sería mejor para él, lanzarlo a esta aventura de la vida terrena, que podría significar su eterna condenación en el Infierno, o alejarle de ese peligro ayudándole a alcanzar la vida eterna?
-Pero, ¿cómo puedes tener la soberbia de pretender convertirte en un Dios para disponer de la vida de otros?
-Yo no pretendo sustituir a tu Dios ni causar ningún daño a ese presunto niño, sino todo lo contrario. Debes tener en cuenta además que en los evangelios se dice que “muchos son los llamados, pero pocos los escogidos”, y eso significa que la probabilidad de que ese posible niño fuera a parar al Infierno no sería precisamente pequeña sino todo lo contrario. Así que insisto: ¿No crees que a ese niño le estaría haciendo un bien incalculable al evitarle tener que jugar a la siniestra lotería que implica la vida terrena?
-¡Déjate de tonterías y no me vengas con argumentos absurdos!
-Vale. Te dejo. Veo que te estás poniendo nervioso. Pero ten en cuenta que lo único que he hecho ha sido extraer las conclusiones que derivan de vuestras doctrinas, que, desde luego, yo no comparto. Y por eso mismo y aunque te parezca una idea de locos, considero que la decisión de abortar debería considerarse como la auténticamente congruente con vuestras doctrinas, pues en cuanto un embrión o un pre-embrión o un simple cigoto constituyesen un ser humano, el aborto sería la única manera de garantizar su felicidad eterna, pues, como ya te he dicho, su aparente muerte le garantizaría que no correría el peligro de su eterna condenación sino que iría directamente al Cielo.
-¡¡Déjame ya en paz!! ¡Allá tú con tus absurdos razonamientos! ¡Aprende a aceptar la palabra de Dios, a creer en ella y a ponerla en práctica! ¡Y olvida esos ridículos desvaríos!
Seguramente el diálogo podría terminar así, pues ni la razón proporciona creencias ni la fe proporciona razones, por lo que sería un dialogo inútil mientras el católico quisiera imponer sus creencias de manera irracional y mientras el ateo se empeñase en seguir razonando en lugar de asumir ciegamente las creencias del católico
No obstante, parece que en el fondo muchos de los dirigentes de la Iglesia Católica no creen en la vida eterna, tanto por su actitud tan irracional ante el aborto como por la aparente desolación y tristeza con que realizan sus ritos funerarios, como si el difunto hubiera muerto definitivamente en lugar de haber pasado a mejor vida,
4. En conclusión, asumiendo que la doctrina de la Jerarquía Católica fuera verdadera y que, después de la muerte terrenal, cigotos, embriones, fetos y niños fueran al Cielo, en tal caso no habría justificación alguna para la crítica del aborto e incluso para el asesinato de esos niños, pues, como ya se ha demostrado, por mucho que a simple vista esta defensa del aborto pueda parecer el argumento de un loco, la supuesta muerte de tales seres no sería una muerte real sino sólo el “tránsito” de su vida terrena, tan llena de peligros para su eterna salvación, a la vida celestial eterna de que hablan los dirigentes católicos. Y así, con su crítica al aborto, parece que la jerarquía católica sea más escéptica acerca de la existencia de esa vida eterna que el más escéptico de todos los ateos.









[1] Como ejemplos de la crueldad de Yahvé puede hacerse referencia a alguno de los numerosos pasajes en que ésta se manifiesta, tales como los siguientes: “El Señor me dijo: […] Les haré comer la carne de sus hijos y de sus hijas, y se devorarán unos a otros en la angustia del asedio y en la miseria a que los reducirán los enemigos que buscan matarles” (Jeremías, 19:1-9);    “Y pude oír lo que [el Dios de Israel] dijo a los otros:
-Recorred la ciudad detrás de él, matando sin compasión y sin piedad. Matad a viejos, jóvenes, doncellas, niños y mujeres, hasta exterminarlos” (Ezequiel, 9:5-6).
[2] Una prueba evidente de esto es que Yahvé promete a quienes le son fieles una larga vida o una descendencia numerosa –como las arenas del desierto-, pero no la vida eterna, hasta que a alguien se le ocurrió esa fantástica y atractiva idea y la fue plasmando en algunos escritos del Antiguo Testamento y en todos los del nuevo.
[3] Éxodo, 12:29.
[4] Números, 31:17. La cursiva es mía.
[5] Josué,10:28. La cursiva es mía.
[6] Jueces, 21:10. La cursiva es mía.
[7] 1 Samuel, 15:2-3. La cursiva es mía.
[8] Isaías, 13, 1- 13, 16. La cursiva es mía.
[9] Jeremías, 11:21-22. La cursiva es mía.
[10] Jeremías, 14:14-16. La cursiva es mía
[11] Jeremías, 19:1-9. La cursiva es mía.
[12] Ezequiel, 5:8-10. La cursiva es mía.
[13] Ezequiel, 9:5-6. La cursiva es mia.                                                                                                                             
[14] Como es fácil comprender y se ha indicado en otro momento, es absurdo suponer que pudiera existir un Dios tan sanguinario, tan vengativo y tan asesino como el Dios de Israel. Sin embargo, el afán de los sacerdotes judíos por tener dominado a su pueblo mediante el terror debío de ser el motivo principal que les llevó a crear a  un Yahvé inmensamente despótico y cruel, no sólo con los enemigos de su pueblo sino también con su propio pueblo.