sábado, 30 de abril de 2011

Contradicciones del cristianismo:
Acerca del “pecado original”, del “mesías”
y de la “salvación”

Antonio García Ninet
Doctor en Filosofía


El llamado “pecado original” con el que la Humanidad –a excepción de María- habría nacido, es una contradicción evidente, en cuanto el concepto de pecado hace referencia a una acción voluntaria en contra de una supuesta ley divina y en cuanto en el momento de nacer nadie ha realizado acción alguna, ni voluntaria ni involuntaria. La doctrina según la cual Dios habría enviado a su hijo como “mesías” para “salvar” del pecado al hombre mediante su sacrificio en una cruz es igualmente absurda en cuanto se basa en el absurdo anterior y por motivos intrínsecos a dicha doctrina.

1. Desde el Concilio de Cartago a finales del siglo IV la jerarquía cristiana proclamó como dogma de fe la existencia de un “pecado” cometido por Adán y Eva, que se transmitiría al resto de la humanidad con la excepción de María, la madre de Jesús. Se trata del llamado “pecado original”, cometido por Adán y Eva, desobedeciendo a Dios al comer del árbol del bien y del mal.
Sin embargo, en el Antiguo Testamento no se menciona tal “pecado original”, aunque se hace referencia a la desobediencia de Adán y Eva a una prohibición de Dios, y al correspondiente castigo, tal como puede leerse en el Génesis, donde Dios le habría dicho a Eva después de su desobediencia:
“Multiplicaré los dolores de tu preñez, parirás a tus hijos con dolor; desearás a tu marido, y él te dominará” ,
y a continuación habría dicho a Adán:
“Por haber hecho caso a tu mujer y haber comido del árbol prohibido, maldita sea la tierra por tu culpa. Con fatiga comerás sus frutos todos los días de tu vida […] Con el sudor de tu frente comerás el pan, hasta que vuelvas a la tierra de la que fuiste formado, porque eres polvo y al polvo volverás” .
Es decir, esa desobediencia habría determinado que Dios les expulsara del Paraíso, les condenase a ganar el pan con el sudor de su frente, y en el caso de la mujer a parir con dolor y a quedar sometida al hombre. Sin embargo y por lo que se refiere a la cuestión de la mortalidad del hombre, en el último texto citado no se considera que estuviera relacionada con aquella desobediencia primitiva, sino que simplemente se da como un hecho que el hombre muere porque es polvo y al polvo ha de regresar, al margen de aquel pecado.
Sin embargo y fiel al machismo bíblico, pero en contradicción con el texto anterior por lo que se refiere a la causa de la mortalidad del hombre, hacia comienzos del siglo II a. C. el autor de Eclesiástico considera que
“Por la mujer comenzó el pecado, por culpa de ella morimos todos” .
Pero, así como son muchas las ocasiones en que se hacía referencia a Dios, castigando hasta la tercera y la cuarta generación, ésta es la única ocasión en que se hace referencia al primer pecado considerando a la mujer, representada por Eva, culpable de tal pecado. Y, del mismo modo, así como Yahvé castigaba a sucesivas generaciones como un modo de vengar las ofensas de personas concretas, en cuanto el castigo individual a tales personas podía considerarse insuficiente, por ese mismo motivo la desobediencia de Adán y Eva determina que Yahvé les condene a ellos, pero también al resto de la humanidad por el simple hecho de ser su descendencia, al margen de que tenga nada que ver con tal desobediencia. Sin embargo, en ningún momento del Génesis se afirma que el resto de la humanidad nazca con pecado que implica aquella desobediencia, al margen de que herede sus consecuencias, y, por ello mismo, tampoco se menciona nunca un pecado “tan original” que requiera de la encarnación divina para liberar de él a la Humanidad. Esa ocurrencia pertenece al Nuevo Testamento y se analizará más adelante.
Lo más probable es que la idea de una falta o de un pecado, como el que se conoce como “pecado original”, se debiese inicialmente al hecho de que el pensamiento judeo-cristiano –como el de tantos otros pueblos- había tratado de dar una explicación acerca de la realidad en general y se había preguntado también por la causa de la muerte y de los continuos padecimientos de la vida, como enfermedades, hambre, sufrimiento, calor, frío, lluvias destructivas, etc. El pensamiento de entonces, del mismo modo que había llevado a las diversas culturas antiguas a interpretaciones antropomórficas de toda esa serie de fenómenos, considerando que estaban provocados por seres invisibles dotados de poderes extraordinarios, igualmente condujo a los sacerdotes judíos a construir, de modo más consciente e interesado, sus diversas fábulas para controlar y dominar a su pueblo, fábulas según las cuales los sufrimientos que padecía el pueblo eran el castigo por determinadas ofensas realizadas contra Yahvé, y advirtiendo que sólo mediante la fidelidad a su Dios –es decir, a las órdenes de los sacerdotes, que decían hablar en su nombre y transmitir sus órdenes- y mediante el cumplimiento de ciertos sacrificios y donación de bienes a tales sacerdotes, podrían aplacar su ira y conseguir su perdón.

1.1. La doctrina de los dirigentes católicos, que consideran que el supuesto pecado original –y no sólo el castigo divino- se trasmite de padres a hijos desde Adán y Eva, de los cuales descendería toda la humanidad, parece que fue defendida inicialmente en los evangelios y en las cartas de Pablo de Tarso, aunque en los evangelios se hace referencia también a la salvación por “los pecados” en general, y quedó expresada en la serie de ocasiones en que, con la mayor frescura y aparente naturalidad del mundo escribe:
“por el delito de uno solo la condenación alcanzó a todos los hombres” ,
aunque éstos no hubiesen cometido delito, ofensa o daño alguno.
Un modo de pensar tan absurdo pudo tener un fundamento importante en la mentalidad de los autores de la Biblia, en donde se cuenta, por ejemplo, que en la última de las famosas plagas de Egipto Yahvé, de manera despótica y absurda, castigó a los egipcios con la muerte de todos sus primogénitos a fin de conseguir que su faraón permitiese la marcha de los judíos. Igualmente son muchas las ocasiones en las que los sacerdotes, aparentando trasmitir órdenes del Señor, exhortan a los judíos a atacar a determinados pueblos y a exterminar a toda su población, incluyendo a ancianos, mujeres y niños; y son también numerosas las ocasiones en las que Yahvé –según lo presentan los sacerdotes-se muestra como un ser vengativo que castiga las ofensas recibidas “hasta la tercera y cuarta generación” , lo cual representa ya el mismo tipo de arbitrariedad que la de condenar a todas las generaciones posteriores, tal como sucedería según el supuesto “pecado original”, aunque en este último caso la injusta arbitrariedad queda elevada a la máxima potencia. ¿Qué delito habían cometido estas personas para merecer aquella absurda represalia? Ninguno. Simplemente se cumplía a nivel de fábula bíblica lo que era habitual en el contexto de la “cultura” del pueblo de Israel.
Y, por cierto, la narración de la ocupación de la llamada “tierra prometida” es un ejemplo de barbarie total, en cuanto los judíos llegan a la tierra de Canaán y la ocupan sin más, conquistándola y asesinando a sus habitantes, a partir del argumento según el cual los dirigentes sacerdotales de Israel, que se hacen pasar por emisarios de su Dios Yahvé, dicen que ésa era “la tierra prometida” que Yahvé les había dado:
“Él […] derrotó a muchas naciones y mató a reyes poderosos: a Sijón, rey de los amorreos, a Og, rey de Basán, y a todos los reyes de Canaán; y dio sus tierras en herencia a su pueblo Israel […] Porque el Señor salva a su pueblo y se compadece de sus siervos”
Conviene tener en cuenta que en el Génesis, primer libro de la Biblia, en el que aparece el relato de aquella desobediencia, Dios castiga a Eva y a Adán, pero nada en absoluto se dice de una “culpa universal”, al margen de que el castigo divino recayera en la descendencia de Adán y Eva, como era frecuente en gran medida en los demás castigos divinos . En este mismo sentido, Yahvé castiga absurdamente también a la serpiente –que, por cierto, nada tiene que ver con el demonio- y a su descendencia a vivir arrastrándose.
Pero, en cualquier caso, en el Antiguo Testamento no sólo no se habla del llamado “pecado original”, extensivo a toda la humanidad, sino que existen textos en los que de manera explícita se habla en contra de ese supuesto pecado. Así sucede, por ejemplo, en Ezequías, donde se dice:
Vosotros decís: “¿Por qué no carga el hijo con la culpa de su padre?” Pues porque el hijo, recta y honradamente, ha guardado todos mis mandamientos y los ha puesto en práctica: por eso vivirá. El que peca es el que morirá. El hijo no cargará con la culpa del padre, ni el padre con la del hijo”
1.2. El dogma absurdo del pecado original implica además diversas contradicciones nuevas:
La primera consiste en el hecho de que en el Antiguo Testamento no se menciona nada que haga referencia a tal pecado, a diferencia de lo que luego, a finales del siglo IV, la secta cristina vino a defender hasta proclamar el dogma correspondiente. Y, además, sólo en el Nuevo Testamento comienza a hablarse del Hijo de Dios muriendo para redimir al hombre de ese pecado, mientras que la idea central que preside el Antiguo Testamento es la “salvación” de Israel de la esclavitud en Egipto, su “alianza” con el pueblo de Jacob, elegido por Yahvé como su pueblo y su promesa de darle una tierra en donde viva en lo sucesivo, liberado de la opresión egipcia y multiplicándose como las arenas del desierto –ya que los sacerdotes judíos todavía no habían tenido la audacia de imaginar la posibilidad de una vida eterna que Yahvé pudiera concederles, más allá de esta vida mortal. Esta idea comenzó a surgir en alguno de los últimos libros del Antiguo Testamento y fue afirmada ya de una manera más definitiva en el Nuevo Testamento-.
La segunda consiste en el propio carácter absurdo y contradictorio de un pecado que se hereda, pues en cuanto el concepto de pecado hace referencia a una acción voluntariamente cometida en contra de supuestas leyes divinas, no tiene sentido la tesis de que el hombre nazca ya en pecado, pues antes de nacer no puede haber realizado acción alguna, ni voluntaria ni involuntaria, en contra de tales supuestas leyes. De hecho, el mismo Aurelio Agustín –“san Agustín”- sólo pudo encontrar, como explicación de la “herencia” de ese pecado, una nueva doctrina tan absurda como la anterior, consistente en la teoría de que los hijos heredaban de los padres no sólo el cuerpo, sino también el alma -doctrina conocida con el nombre de “traducianismo”-, ya que estando relacionado el pecado con una potencia del alma como sería la voluntad, si el hombre sólo heredase el cuerpo, Aurelio Agustín- no entendía qué lógica podía haber en la doctrina de este supuesto pecado, pues el cuerpo era sólo el instrumento del que se servía el alma para realizar aquellos actos que podían estar o no de acuerdo con la voluntad divina, pero no podía ser el origen del pecado, mientras que, por otra parte, si el alma era creada directamente por Dios para cada uno de los hombres, era absurdo imaginar que Dios hubiese creado un alma en pecado. Sin embargo, los dirigentes cristianos de la época no aceptaron la tesis de Agustín, seguramente por-que, al considerar el alma como una realidad espiritual, no podían aceptar que el alma espiritual se transmitiese de padres a hijos como consecuencia de una relación sexual, que era meramente física. Así que, no encontrando ninguna explicación racional para esta doctrina, no tuvieron ningún reparo en considerar el pecado original -¡y tan “original”!- como un misterio, concepto con el que los dirigentes cristianos tratan de esconder y negar la serie de contradicciones en que han ido incurriendo a lo largo de su ya larga historia.
Y la tercera consiste en que, en cuanto la jerarquía católica considera que la omnipotencia divina pudo evitar que María naciera en pecado, proclamando como dogma de fe hace menos de dos siglos –en 1854- la doctrina de la “inmaculada concepción de María”, tal doctrina representaría la demostración más evidente de que nacer en pecado no era necesario e inevitable, y, en consecuencia, plantea una insuperable dificultad: ¿No es contradictorio con la supuesta omnipotencia y amor infinito de Dios negar que concediese al resto de la humanidad la gracia que concedió a María? ¿Por qué no la concedió? ¿Acaso pensó que era bueno que el hombre naciera en pecado? Pero, si era bueno, ¿por qué privó a María de ese “privilegio”? Y, si no era bueno, ¿por qué sólo utilizó su poder para librar del pecado a María y no al resto de la humanidad? Pues, suponiendo que el amor de Dios fuera infinito, no tendría sentido que ese poder se debilitase, una vez concedida esa gracia a María. Y tampoco tendría sentido considerar que su amor fuera “más infinito” para unos que para otros. Quizá alguien, con ganas de decir disparates, pudiera sugerir que el pecado original era bueno a fin de que Dios manifestase su amor muriendo en una cruz, pero en tal caso la consideración del pecado como bueno sería contradictoria con la supuesta necesidad de la llamada “redención”. Además, habría sido un nuevo absurdo que el perdón a la humanidad se obtuviese por la mediación del sufrimiento y de la muerte injusta de alguien, tanto si se trataba de un hombre como si se trataba del mismo Dios en una cruz. Tal explicación sólo podría tener sentido en el contexto de una mentalidad sádica en la que las ofensas al rey o al faraón sólo se perdonaban con la muerte del ofensor o de algún familiar como su hijo -en este caso, el propio Dios convertido en hombre-, que pagaría por el delito de otro hombre. Por ello mismo, esta doctrina representaría además una aplicación de la ley del Talión, “ojo por ojo, diente por diente”, que, aunque defendida en el Antiguo Testamento , habría sido luego criticada por Jesús -según los Evangelios-, siendo radicalmente incompatible con la constante referencia al perdón y a la misericordia infinitas de Dios, cuya aplicación debería ser gratuita precisamente por tratarse de una gracia y no el resultado de una “transacción” como la que podría expresar la supuesta “redención”, doctrina basada en la aplicación de una doctrina transaccional del estilo de “tú me ofreces un sacrificio y, a cambio, yo te perdono”.

1.2.1. Por otra parte, el pecado original, considerado en sí mismo, plantea además otros dos problemas que muestran igualmente su carácter absurdo:
1) Si en el momento de la supuesta creación de Adán y Eva no hubo contrato alguno entre Dios y “nuestros primeros padres”, que estableciese para éstos la obligación de obedecer los mandatos que él quisiera imponerles, es absurda la doctrina según la cual el hombre tuviera la obligación de obedecer a Dios a partir del argumento de que, como Dios les había creado, tenía derecho a exigirles obediencia en aquello que quisiera mandarles, argumento que, como acertadamente señaló Hume respecto a la imposibilidad de obtener una conclusión prescriptiva a partir de premisas meramente descriptivas, no podría ser concluyente.
2) Es igualmente absurdo que Dios impusiera a Adán y a Eva la prohibición de comer de aquel árbol –al igual que cualquier otro deber o prohibición- en cuanto, a causa de su predeterminación y de su presciencia, no sólo sabría de antemano que comerían del fruto prohibido sino que además les habría predeterminado para que lo hicieran.
Así que de nuevo nos encontramos ante la idea antropomórfica de un Dios que, al igual que un niño que jugando deja volar su fantasía e imagina diversas aventuras entre sus muñecos, aunque sólo sea él quien actúe mientras que sus juguetes sólo “hacen” aquello que él quiere que “hagan”, del mismo modo sería el propio Dios, quien, de acuerdo con la Biblia y con la teología católica, habría determinado las acciones del hombre y la misma ilusión de cada uno de ser el auténtico protagonista de “sus actos” y, por ello mismo, habría sido un nuevo absurdo castigar a Adán y a Eva por ejecutar aquella desobediencia para cuya ejecución el propio Dios les habría programado. Y evidentemente este mismo absurdo es el que existe para el castigo de cualquier otra desobediencia o pecado, en cuanto todos los actos realizados por el hombre, según se defiende en la Biblia y en la misma teología católica, hayan sido programados o prede-terminados por Dios.

2. Lo que sí es frecuente en el Antiguo Testamento es la referencia a sucesivos salvadores, “libertadores” o “mesías” que Dios enviaría para librar a su pueblo de la esclavitud a que otros pueblos le sometían a lo largo de su historia.

2.1. El salvador por excelencia es el propio Dios, que es quien, según los textos del Antiguo Testamento, liberó a Israel de la esclavitud a que le tenía sometido el faraón de Egipto. Y así, se dice en Génesis:
“Os tomaré para que seáis mi pueblo, y yo seré vuestro Dios; entonces conoceréis que yo soy el Señor, vuestro Dios, el que os libró de la opresión egipcia” .
En este primer texto tiene interés hacer referencia a la primera frase, en la que el propio Dios seleccionaría para sí al pueblo de Israel –“para que seáis mi pueblo”- en lugar de presentarse como Dios único y de todos los pueblos. Complementariamente ese Dios se impone a sí mismo como Dios de Israel al que los judíos deben reconocer como tal en cuanto fue él quien les “libró de la opresión egipcia”.
En otros textos, como el que sigue, se insiste en esta misma idea: Yahvé se convierte en Dios de Israel como consecuencia de su actuación como libertador o mesías de Israel, al margen de que, como se acepta en otros momentos, haya otros dioses que el pueblo de Israel tiene que ignorar y no adorar, pues ese “Dios celoso” considera como la mayor ofensa que su pueblo llegue a adorar a otros dioses:
“Yo soy el Señor tu Dios desde Egipto. No conoces a otro Dios fuera de mí, yo soy el único salvador” .
Conviene puntualizar que las manifestaciones celosas de ese dios no son otra cosa que las manifestaciones teatrales y mentirosas de los sacerdotes judíos, que tienen como finalidad mantener e incrementar su dominio tiránico sobre su pueblo, del que obtienen su sustento, sus riquezas y su poder.
Otros textos igualmente significativos de esta consideración de Yahvé como Dios y salvador de Israel son los siguientes:
a) “Él mató a los primogénitos de Egipto […] Derrotó a muchas naciones y mató a reyes poderosos: a Sijón, rey de los amorreos, a Og, rey de Basán, y a todos los reyes de Canaán; y dio sus tierras en herencia a su pueblo Israel […] Porque el Señor salva a su pueblo y se compadece de sus siervos” .
Fruto de la liberación de Israel frente a Egipto, en cuya descripción se hace referencia ¡con orgullo! del absurdo asesinato de los primogénitos egipcios realizado por Dios, se habría producido su alianza con el pueblo de Israel, a quien habría de defender de otros pueblos siempre que le guardase fidelidad. Es este Dios quien considera a Israel como “su siervo”, a quien él mismo eligió:
b) “Tú, Israel, siervo mío; Jacob, a quien yo elegí” ,
y es el propio Yahvé quien directamente, según los diversos escritores de la Biblia, salva a su pueblo Israel en múltiples ocasiones.
En este punto conviene insistir en que a) la salvación siempre se relaciona exclusivamente con el pueblo de Israel, que es el pueblo elegido por Dios, b) esa salvación tiene un sentido inequívocamente político y suele ir acompañada de la destrucción o al menos la derrota del pueblo que había esclavizado a Israel y c) esa derrota suele ir acompañada de actos de bárbara crueldad realizados por el propio Dios, como puede verse en el texto a, antes citado, y en los textos que siguen y, más concretamente en los textos d, e y, especialmente, g:
c) “Yo mismo os liberaré muy pronto, mi salvación no tardará. Traeré a Sión mi salvación y colmaré a Israel de mi esplendor” .
d) “Voy a vengarme y seré implacable, dice nuestro libertador, cuyo nombre es el Señor todopoderoso, el Santo de Israel” .
e) “¡Salid de Babilonia, huid de los caldeos! Anunciadlo y proclamadlo con gritos de júbilo, publicadlo hasta el confín de la tierra. Decid: “El Señor ha rescatado a su siervo Jacob [ = Israel]” ” .
f) “Obligaré a tus opresores a comer su propia carne, se emborracharán con su sangre como si fuera vino. Y todos sabrán que yo soy el Señor, tu salvador y que tu libertador es el fuerte de Jacob” .
g) “Pronto quedará libre el que estaba cautivo; no morirá en la fosa ni le faltará el pan. Yo soy el Señor, tu Dios, el que agita el mar y hace bramar sus olas […] He puesto mi palabra en tu boca, y te he cobijado al amparo de mi mano. Desplegué el cielo, cimenté la tierra, y dije a Sión: “Tú eres mi pueblo”” .
h) “Dios es nuestra salvación” .
i) “Cantad al Señor un cantar nuevo, porque ha hecho maravillas […] El Señor hace pública su victoria, a la vista de la naciones revela su salvación .
El sentido político y particular, y no religioso ni moral, de las victorias de Yahvé se muestra más evidente, si cabe, si se tiene en cuenta la larga serie de textos y momentos del Antiguo Testamento en los que Yahvé actúa provocando la destrucción y la muerte de los enemigos de Israel.

2.2. En otros momentos y de acuerdo con este concepto de salvador, entendido como libertador, no se hace referencia al propio Dios de un modo directo, sino indicando que Dios suscitó en Israel a un libertador que en su nombre le salvaría de los enemigos que le tenían esclavizado. Así sucede, por ejemplo, en los textos siguientes:
j) “Entonces la ira del Señor se encendió contra Israel y los entregó en poder de Cusán Risatain, rey de Edom […] Pero clamaron al Señor, y el Señor les suscitó un libertador para salvarlos: Otoniel, hijo de Quenaz y hermano menor de Caleb” .
k) “Los israelitas estuvieron sometidos a Eglón, rey de Moab, dieciocho años. Pero clamaron al Señor, y el Señor les suscitó un libertador: Eud, hijo de Guera, benjaminita” .
l) “El Señor suscitó a Israel un libertador, que los libró del yugo de Siria, y los israelitas habitaron como antes en sus casas” .
Esta serie de textos parecen más que suficientes para dejar definitivamente claro el sentido político que tienen en el Antiguo Testamento las referencias a un libertador –o mesías-, en relación con la liberación de Israel respecto a la esclavitud a que fue sometido en múltiples ocasiones, y no un sentido tan alejado y radicalmente distinto de éste como lo sería el que aparece después en el Nuevo testamento, en el que el propio Hijo de Dios libera a la humanidad del pecado original mediante su sacrificio en una cruz.

2.3. Este cambio de sentido del concepto de “libertador” o “mesías” se muestra en el evangelio de Juan, referido a la obtención de la vida eterna, y, de manera especialmente clara, en los escritos de Pablo de Tarso, quien adopta no sólo la idea de que el Hijo de Dios “libera” del pecado sino también que su “liberación” no se dirige exclusivamente al pueblo de Israel, como sucedía en el Antiguo Testamento, sino a todos los pueblos de la tierra, tanto judíos como “gentiles”, es decir, no judíos.
En este sentido escribe Pablo de Tarso:
m) “Quien alcance la salvación por la fe, ese vivirá” .
n) “el hombre alcanza la salvación por la fe y no por el cumplimiento de la ley” .
ñ) “Y si por el delito de uno solo la muerte inauguró su reinado universal, mucho más por obra de uno solo, Jesucristo, vivirán y reinarán los que acogen la sobrea-bundancia de la gracia y del don de la salvación” .
o) “si proclamas con tu boca que Jesús es el Señor y crees con tu corazón que Dios lo ha resucitado de entre los muertos, te salvarás” .
p) “Dios salva al hombre, no por el cumplimiento de la ley, sino a través de la fe en Jesucristo. Así que nosotros hemos creído en Cristo Jesús para alcanzar la salvación por medio de esa fe en Cristo y no por el cumplimiento de la ley. En efecto, por el cumplimiento de la ley ningún hombre alcanzará la salvación” .
Y, en un sentido bastante similar, pero haciendo hincapié en el supuesto sacrificio de Jesús muriendo en la cruz “para librarnos de nuestros pecados”, escribe Juan:
q) “el Hijo del hombre tiene que ser levantado en alto, para que todo el que crea en él tenga vida eterna” .
r) “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré el último día” .
s) “envió a su Hijo para librarnos de nuestros pecados” [pero ya no de nuestros enemigos o de los del pueblo de Israel ni del “pecado original”].

2.3.1. Al margen de este cambio de sentido del concepto de libertador en estos textos del Nuevo Testamento, tiene interés señalar la contradicción existente de los texto n y p, de Pablo de Tarso con respecto al punto de vista que aparece en la carta de Santiago, pues, mientras Pablo insiste en que la salvación viene por la fe y no por las obras o por el cumplimiento de la ley, en la carta de Santiago se insiste en que
“por las obras alcanza [el hombre] la salvación y no sólo por la fe” .
Por su parte, el texto s hace referencia a la liberación “de nuestros pecados” , y deja de referirse a nuestros “enemigos” o a “los enemigos del pueblo de Israel” o al “pecado original”.

2.4. La doctrina de la “salvación” o “redención” no tuvo exclusivamente la finalidad de ser presentada como la forma mediante la cual Dios otorgaba su perdón, sino que, de acuerdo con las “religiones mistéricas”, aparecidas más de un siglo antes que el cristianismo, sirvió a los dirigentes cristianos para ofrecer al creyente la doctrina de su propia filiación e identificación con Dios a través de su incorporación al “cuerpo místico de Cristo”, constituido por “su Iglesia”. Tal incorporación era la que proporcionaba al cristiano no sólo el perdón de Dios sino la novedad de la “vida eterna”, a la que apenas se había hecho referencia en los libros del Antiguo Testamento, en los que se habla sobre todo de:
-una larga vida (2.4.1), o
-la multiplicación de la propia descendencia (2.4.2),
-la muerte como el final absoluto de la vida del hombre (2.4.3), y
-la defensa del “carpe diem”, a partir de la toma de conciencia de la finitud de la vida humana (2.4.4).

2.4.1. Así, en multitud de ocasiones se habla de una larga vida del propio pueblo o de la propia descendencia, como en las siguientes:
1) “El señor se le apareció [a Isaac] y le dijo: […] Multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo” .
2) “Tu descendencia será como el polvo de la tierra” .
En estos dos primeros textos no se habla de vida eterna y ni siquiera de una vida terrena especialmente prolongada sino sólo de una descendencia muy numerosa.
En los textos que siguen se hace ya referencia a una larga vida terrena personal como recompensa de la fidelidad a Dios:
3) “Daréis culto al Señor vuestro Dios […] y os daré una vida muy larga”.
4) “Y el Señor bendijo el final de la vida de Job más que su comienzo […] Después de todo esto, Job vivió todavía hasta la edad de ciento cuarenta años, y vio a sus hijos y a sus nietos, hasta la cuarta generación” .
5) “El temor del Señor alarga la vida, los años del malvado se acortan”
Conviene reflexionar en que si los judíos hubieran creído en una vida eterna, hablar de una vida terrena más o menos larga no sólo hubiera estado de sobra sino que habría sido un contrasentido respecto a dicha creencia, ya que mientras los dirigentes católicos dicen que esta vida es sólo un destierro y un valle de lágrimas, la “otra vida” representaría el definitivo regreso al Paraíso.
6) [Moisés dijo] “Guarda sus leyes y mandamientos que yo te prescribo hoy, para que seas feliz tú y tus hijos después de ti, y prolongues tus días en la tierra que el Señor te da para siempre” .
Igualmente, tampoco este texto habría tenido sentido, con esa referencia a una vida larga, si en la mente de quien lo escribió hubiera estado la creencia de que después de la muerte había una vida mejor y eterna, pues, si así lo hubiera imaginado, la prolongación de la vida terrena se le habría mostrado más como un castigo que otra cosa.
7) “No te postrarás ante ellos [= otros dioses] ni les darás culto, porque yo, el Señor tu Dios, soy un Dios celoso, que castigo la maldad de los hombres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación” .
El castigo hasta la tercera y cuarta generación es señal de crueldad, pero sobre todo es una prueba de que en esos momentos a los judíos no se les había ocurrido todavía la idea de que pudiera haber un más allá después de esta vida, ni para bien ni para mal: Ni gloria eterna, ni castigo eterno.

2.4.2. En los textos siguientes 1 y 2 –y en muchos otros- ni siquiera se habla de una larga vida sino solo de tomar posesión de la tierra prometida y de de la multiplicación de la propia descendencia, única forma de inmortalidad que se les ocurrió o que tuvieron la osadía de idear en aquellos momentos:
1) “Haz lo que es justo y bueno a los ojos del Señor, para que seas dichoso y entres a tomar posesión de la tierra buena que el Señor prometió a tus antepasados, expulsando delante de ti a todos tus enemigos” .
2) “Poned en práctica todos los mandamientos que yo os prescribo hoy. De esta manera viviréis, os multiplicaréis y entraréis a tomar posesión de la tierra que el Señor prometió con juramento a vuestros antepasados .
Tiene interés llamar la atención acerca de la diferencia entre este texto y uno de los evangelios, en el que un hombre pregunta a Jesús: “-Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?” , pues mientras en el primero, como premio de poner “en práctica todos los mandamientos” Yahvé promete a los israelitas mantenerles vivos -durante su vida natural-, multiplicar su descendencia y darles la tierra prometida, en el texto de los evangelios Jesús indica que cumplir los mandamientos es el camino para alcanzar la vida eterna, respondiendo a aquel hombre: “[…] Si quieres entrar en la vida [eterna], guarda los mandamientos”

2.4.3. Pero, además, por si podía quedar alguna duda sobre está negación implícita del más allá en la mayor parte del Antiguo Testamento, pueden verse otra serie de pasajes diversos en los que de manera inequívoca y explícita se confirma que, en general, la muerte se contemplaba como el fin absoluto de la vida humana.
En este sentido se dice en el Génesis:
1) “eres polvo y al polvo volverás” ;
se dice en el libro de los Salmos:
2) “El hombre es como un soplo; sus días, como sombra que no deja huella” ;
Se dice en el libro de Job:
3) “Como nube que pasa y se disipa, así es el que baja al abismo para no volver” ;
4) “mis días son un soplo” ;
5) “Recuerda que me amasaste como arcilla, y que al polvo me has de devolver” ;
6) “Déjame ya en paz para que pueda gozar de algún consuelo, antes de que me vaya, para no volver, a la región de las tinieblas y las sombras, a la tierra oscura de sombras y caos, donde la misma claridad es noche oscura” ;
7) “Puesto que están contados ya sus días y has establecido el número de sus meses, y le has fijado un límite que no traspasará, aparta de él tus ojos y olvídate de él; que, como un jornalero, acabe su jornada” ;
8) “el hombre, cuando muere, queda inerte” ;
9) “el hombre que yace muerto no se levantará jamás […] no volverá a levantarse de su sueño” ;
10) “¿Dónde está mi esperanza? Mi felicidad, ¿quién la divisa? Bajarán conmigo hasta el abismo, cuando juntos nos hundamos en el polvo” ;
11) “Acaban felizmente sus días [los impíos], y en paz descienden al abismo” ;
12) “Hay quienes mueren en pleno vigor, en el colmo de la dicha y de la paz, […] Otros mueren llenos de amargura, sin haber gustado la felicidad. Pero ambos yacen juntos en el polvo, cubiertos de gusanos” ;
se dice en el libro Eclesiastés:
13) “una misma es la suerte de los hombres y la de los animales: la muerte de unos es como la de los otros, ambos tienen un mismo hálito vital, sin que el hombre aventaje al animal, pues todo es vanidad. Todos van al mismo lugar: todos vienen del polvo y vuelven al polvo .
14) “Los vivos saben que han de morir, pero los muertos no saben nada; no tendrán ya recompensa alguna y quedarán completamente en el olvido”
15) “el ser humano no es inmortal” .
16) “Los años del hombre están contados, el tiempo del descanso eterno [es decir, la muerte] es para todos imprevisible y son muchos si llegan a cien [los años de vida]”.
17) “Una gota del mar, un grano de arena, esos son sus pocos años junto a la eternidad”;
y se dice en el libro Eclesiástico:
18) “Por eso el Señor es paciente con los hombres, y derrama sobre ellos su misericordia.
Él ve y sabe que su fin es miserable, por eso los perdona una y otra vez” .
19) “El hombre tiene los días contados, pero los días de Israel no tienen número” .
20) “Recuerda que no hay retorno; no aprovechará al muerto tu tristeza y te harás daño a ti.
Ten presente que su suerte será también la tuya: “A mí me tocó ayer, a ti te toca hoy”” .
21) “Todo lo que de la tierra viene, a la tierra vuelve” .
22) “No temas por estar sentenciado a muerte; recuerda a los que te precedieron y te seguirán.
Es el destino que el Señor ha impuesto a todo viviente.
¿Por qué rebelarte contra la voluntad del Altísimo?
Aunque vivas diez, cien, o mil años,
nadie discutirá en el abismo la duración de tu vida” .
Conviene recordar que, para los dirigentes católicos, la Biblia es la “palabra de Dios”, tanto la parte del Antiguo como la del Nuevo Testamento. En consecuencia, en cuanto existe una contradicción evidente entre los textos citados y aquellos otros en los que se habla de “la vida eterna”, tal contradicción es una prueba más del absurdo de estas doctrinas.

2.4.4. Una consecuencia –a la vez que una confirmación del sentido de esta creencia de que la muerte es el fin absoluto de la vida- es la aparición complementaria de la filosofía del “carpe diem”, planteamiento vital que aparecerá de nuevo en la Edad Media y que opta por disfrutar de la vida mientras dura, pues es lo único que tiene el hombre:
1) “yo alabo la alegría, porque la única felicidad del hombre bajo el sol consiste en comer, beber y disfrutar, pues eso le acompañará en los días de vida que Dios le conceda bajo el sol” .
2) “Da, recibe y disfruta de la vida, porque no hay que esperar deleite en el abismo. Todo viviente se gasta como un vestido, porque es ley eterna que hay que morir” .
Sin embargo y a pesar de su carácter contradictorio, los dirigentes cristianos, al orientar y adoctrinar a sus fieles para que lean e interpreten la Biblia como ellos quieran, al procurar que tales fieles desarrollen lo menos posible su capacidad racional y crítica, y, al introducir las doctrinas de la salvación y de la vida eterna como dogmas, han conseguido un provecho económico muy sustancial, a pesar del carácter contradictorio de estas doctrinas con los anteriores textos y a pesar de la contradicción consistente en que ¡¡un Dios infinitamente misericordioso necesite del sacrificio de su propio hijo para poder perdonar!!
Con una doctrina de ese tipo, que exalta la idea del sacrificio y del amor divino hasta la muerte, los dirigentes católicos pudieron lograr además otros propósitos, como:
1) el de la satisfacción del rencor de los primeros cristianos hacia quienes inicialmente les habían perseguido, en cuanto la Redención no se aplicaría a sus perseguidores, que serían condenados al “fuego eterno”; y
2) la atracción provocada por esta nueva religión en quienes pudieran sentirse solos, abandonados, miserables y descontentos con su situación económica y social, ofreciéndoles el amor del Hijo de Dos y la esperanza de una compensación en “otra vida mejor” a cambio de su fe, de su sumisión y de su entrega a la “Iglesia de Jesús” (?) –así como la entrega de una parte considerable de sus bienes- y su acatamiento de las consignas de los dirigentes cristianos.
Por lo que se refiere a la satisfacción del rencor de los cristianos contra los paganos y por su forma de proselitismo mediante el miedo a un castigo eterno ya Pablo de Tarso escribió:
“Puesto que Dios es justo, vendrá a retribuir con sufrimiento a los que os ocasionan sufrimiento; y vosotros, los que sufrís, descansaréis con nosotros cuando Jesús, el Señor […] aparezca entre llamas de fuego y tome venganza de los que no quieren conocer a Dios ni obedecer el evangelio de Jesús, nuestro Señor. Éstos sufrirán el castigo de una perdición eterna, lejos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder” .
En esta misma línea, todavía después de más de mil años de la creación de esta secta, ya en el siglo XIII Tomás de Aquino llegó a escribir:
“Ut beatitudo sanctorum eis magis complaceat, et de ea uberiores gratias Deo agant, datur eis ut poenam impiorum perfecte intueantur” .
Por otra parte, cuando los dirigentes católicos hacen referencia a la “redención”, considerándola como la puerta para la salvación, olvidan que, de acuerdo con sus propias doctrinas -en este caso la de Pablo de Tarso-, aunque “el hombre se salva por la fe”, defienden también de manera categórica que la fe es un don de Dios, por lo que sólo se salvaría aquel a quien Dios concediera dicha fe. A quien se sienta desconcertado ante tal arbitrariedad le replican que, si no se tiene fe, se la tiene que pedir a Dios, sin tomar conciencia de lo absurdo que es pedir nada a alguien en cuya existencia no se cree previamente; pero es que además, para que dicha “salvación” se produjera, debería cumplirse el requisito indispensable de la “predestinación” divina, según la cual es el propio Dios quien desde la eternidad ha establecido a quiénes salvará y a quiénes condenará, tal como se dice en diversos lugares de la Biblia como cuando Pablo de Tarso escribe:
“Por eso Dios les envía [a quienes va a condenar] un poder embaucador [=que les embaucará], de modo que crean en la mentira y se condenen todos los que en lugar de creer en la verdad, se complacen en la iniquidad” .
Y, por ello, tampoco las obras no tendrían valor alguno para la salvación, ya que Dios salva a quien quiere y su voluntad no puede estar subordinada a nada. Esta consideración conduce a ver la historia de la supuesta redención como una simple comedia burlesca de ese Dios tan caprichoso que juega a ofrecerse en sacrificio para luego condenar de modo absurdo y ridículo a la mayor parte de los seres por quienes, según los evangelios, se habría sacrificado.
Pero, de nuevo, como la capacidad humana para razonar y para ser coherente con la razón es tan insignificante, deben de ser muy pocos los católicos que se hayan detenido a considerar estas cuestiones, otorgando su confianza a su propia razón en lugar de dársela al obispo o al cura de turno, que predican desde el púlpito de una catedral o de una iglesia rural con palabras de una incoherencia total.

3. Como consecuencia de la liberación de Israel del dominio egipcio, se habría producido una alianza de Dios con el pueblo de Israel, de acuerdo con la cual Israel debería permanecer fiel a su Dios libertador, y él sería su protector siempre que Israel mantuviera su fidelidad y no adorase a otros dioses -cuya existencia, por cierto, se afirma en di-versas ocasiones-. Por ello, parece más que evidente que la encarnación, muerte y resurrección de Jesús, al que los dirigentes católicos dicen considerar “Hijo de Dios”, no fue otra cosa que un montaje de quienes, como Pablo de Tarso, participaron en el engendro de la secta cristiana, surgida de la religión judía.

3.1. Según parece, en relación con la muerte de Jesús sus discípulos difundieron muy pronto la afirmación de que había resucitado y que, si no estaba con ellos, era porque había ascendido al Cielo para regresar prontamente a fin de establecer su reino después de un “juicio universal”. Esta idea de la resurrección de Jesús fue tan importante dentro de la dogmática cristiana que Pablo de Tarso llegó a afirmar:
“Si Cristo no ha resucitado, vuestra fe carece de sentido” .
De hecho, según los relatos que aparecen en Hechos de los apóstoles, los primeros cristianos vivieron en comunidades, compartiendo sus bienes, plenamente convencidos de la pronta y nueva venida del Mesías, como rey y como juez, hasta que con el paso del tiempo, fueron constatando que tal regreso no se producía. Tal frustración determinó una serie de cambios en la mentalidad de aquellos primeros cristianos, desde una vida más solidaria en organizaciones que en principio vivieron en buenas relaciones y sin una articulación especialmente jerarquizada hasta una organización sumamente jerarquizada y dirigida finalmente por el “obispo” de Roma.
A partir de ese momento, los dirigentes cristianos, como consecuencia de su ambición, trocaron sus “intereses espirituales” por los materiales hasta que éstos últimos se convirtieron en lo auténticamente esencial, y se dedicaron de manera más o menos encubierta a crear su propio “reino terrenal”, adquiriendo un enorme poder político y grandes riquezas a partir de su alianza con los emperadores romanos y a partir de la formación de una amplia y diversa base social entre sus fieles, convirtiéndose progresivamente, desde entonces hasta la actualidad, en una potencia política y económica de primer orden, a pesar de que, desde el punto de vista de su extensión territorial, el estado del Vaticano sea el más pequeño del mundo.

3.2. Aunque el dogma de la redención, unido al de la resurrección y ascensión de Jesús al Cielo, se convirtió en el pilar más importante del Catolicismo, se trata de una doctrina contradictoria con la del amor y de la misericordia infinita de Dios, el cual, si algo tenía que perdonar, para ello no necesitaba del “sacrificio” de su propio hijo, pues bastaba con su simple voluntad.
En este punto es evidente que la doctrina de la redención de pecado original y demás pecados mediante el sacrificio del Hijo de Dios en una cruz no encajaba en absoluto con la nueva doctrina que hablaba de un Dios misericordioso, sino más bien con las del Dios justiciero y vengativo del Antiguo Testamento, en el que Yahvé se mostraba como un déspota que exigía sacrificios y que por cualquier motivo era capaz de eliminar a la casi totalidad de la especie humana -como ya habría sucedido en el mito del “diluvio universal”, cuando Yahvé no sólo decidió eliminar a la práctica totalidad de la humanidad de aquel momento, sino incluso toda forma de vida, con la excepción de una pareja de cada especie -.
Y así, se da la paradoja de que, por una parte, se dice en el Nuevo Testamento que Dios es amor, pero, por otra y de modo contradictorio, ese mismo Dios aparece en el Antiguo Testamento como un ser déspota, cruel y vengativo, que exige sacrificios para conceder su perdón y que llega a arrepentirse de haber creado al hombre, como si su omnisciencia no le hubiera permitido saber cómo se iba a comportar y como si su predeterminación no eximiese al hombre de cualquier responsabilidad por “sus” actos, que en realidad habrían sido actos del propio Dios en cuanto habrían sido prede-terminados por él.
Conviene recordar que en el Antiguo Testamento el propio Dios establece para el pueblo de Israel la vengativa Ley del Talión:
“ojo por ojo y diente por diente” ,
ley según la cual, el perdón de cualquier falta o daño sólo podía producirse mediante un castigo o un daño equivalente de algún modo a la ofensa o daño causado por el ofensor. Por ello, si el ofendido había sido el propio Dios, la ofensa cometida no podía lavarse mediante un sacrificio simplemente humano, pues el ofendido era infinitamente superior, mientras que el ofensor valía menos que las uñas de un gusano. Así que sólo el propio Dios hecho hombre podía ofrecerse a sí mismo en sacrificio ante su “Padre” para pagar aquella gravísima (?) desobediencia.
Sin embargo, aunque desde la perspectiva teológica introducida en alguno de los libros del Antiguo Testamento y en diversos pasajes del nuevo era absurdo que Dios mismo no pudiera perdonar sin más, todavía en aquellos tiempos se siguió encontrando más natural el punto de vista dominante del Antiguo Testamento, en el que se veía a Dios como un ser especialmente celoso, despótico, vengativo y cruel. Por ello y como ya se ha dicho, la paradoja de la doctrina de la redención es que en ella se pretende ofrecer un sincretismo entre la perspectiva del Antiguo Testamento respecto a Dios como Señor de los ejércitos y de la venganza, y la del Nuevo, en la que Dios llega a perdonar –aunque no siempre, ni mucho menos- sin más requisito que el de la fe, a pesar de que tal sincretismo resultaba inviable por la contradicción existente entre ambos puntos de vista.

3.3. Esa misma contradicción entre la concepción de la divinidad en el Antiguo y en el Nuevo Testamento se presenta también en la figura de Jesús en cuanto, por una parte, predica el amor a los enemigos, pero, por otra, castiga con el fuego eterno a quienes no creen en él, o cae en la contradicción de amenazar con el juicio divino a todo el que juzgue a los demás, pues en cuanto exhorta a sus discípulos con las palabras “no juzguéis, para que Dios no os juzgue ”, que implican una valoración negativa del hecho de juzgar, la consecuencia lógica que debería derivar de tales palabras es la que el propio Dios no debería incurrir en aquel tipo de conducta que él mismo desaprobaba, ni siquiera aplicándola a quienes cometiesen la falta de juzgar a los demás.

jueves, 21 de abril de 2011

2.3. Contradicciones evangélicas relacionadas con Jesús.
Antonio García Ninet

2.3.1. En los evangelios se argumenta que Jesús fue hijo de Dios porque fue hijo de José, pero a la vez se niega que Jesús fuera hijo de José.
Se trata de otro ejemplo de contradicción, de ésas a las que los dirigentes católicos llaman “misterios”.
Dice el evangelio atribuido a Mateo que Jesús era hijo de Dios porque, tras analizar su ascendencia de manera exhaustiva, pudo concluir en que ésta, comenzando por José, el esposo de María, se remontaba hasta Abraham. Aunque el argumento no era concluyente por cerrar las bases argumentativas en Abraham, parece fácil suponer que quien lo escribió utilizó como premisa implícita la de que Abraham era hijo de Adán y como Adán era hijo de Dios, Jesús era hijo de Dios. De manera que Jesús era hijo de Dios porque era hijo de José. Así lo dice –o parece decirlo- este evangelio, que, tras enumerar a toda una serie de descendientes de Abraham, finalmente dice:
“Y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Mesías” .
Lo curioso del caso es que, después de haberse servido de José para demostrar que Jesús era hijo de Dios, casi a continuación en este mismo evangelio se diga que María
“había concebido por la acción del Espíritu Santo” .
Así que, si lo que quería quien escribió este relato era demostrar que Jesús era hijo de Dios, podía haberse ahorrado esta contradicción de afirmar primero y de negar después que Jesús fuera hijo de José, quedándose o bien con el argumento de que Jesús era hijo de Dios porque su ascendencia, pasando por José, se remontaba hasta Abra-ham, y éste era descendiente de Adán, el cual era hijo de Dios, o bien con el de que era hijo de María, que le había concebido “por la acción del Espíritu Santo”. Así que lo más grave de este planteamiento es precisamente que la afirmación simultánea de esos dos argumentos determina la aparición de una nueva contradicción, ya que cada uno de ellos es incompatible con el otro. Es decir, si Jesús era hijo de Dios por ser hijo de José, que era hijo de Abraham, que era hijo de Dios, entonces no tenía sentido considerar que fuera hijo de Dios porque María lo hubiera concebido por obra del Espíritu Santo, mientras que, si era hijo de Dios por este último motivo, entonces no tenía sentido devaluar “la labor” del Espíritu Santo, añadiendo a ella la que se relacionaba con su ascendencia hasta Abraham a partir de la línea “paterna” representada por José. Además, mediante esta última demostración, todos seríamos tan hijos de Dios o más que el propio Jesús.
El evangelio atribuido a Lucas incurre en la misma contradicción en cuanto, por una parte, afirma que Jesús fue concebido por obra del Espíritu Santo y, por otra, lo considera igualmente como si fuera hijo de José y en la exposición de su genealogía se remonta desde José hasta Dios.
En efecto, por lo que se refiere a la primera tesis y según dice este evangelio, el ángel Gabriel le dice a María que concebirá a un hijo y ella le responde:
“¿Cómo será esto, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?” .
Y entonces Gabriel le responde:
“El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, el que va a nacer será santo y se llamará Hijo de Dios” .
Pero, por otra parte, el escritor de ese relato dice que Jesús “en opinión de la gente era hijo de José” y, según parece, concedió una importancia especial a esta opinión de “la gente”, pues a continuación y tomándola en cuenta, enumera la ascendencia de Jesús a partir de José, para remontarse en esta ocasión hasta el mismo Adán, que era hijo de Dios, por lo que Jesús también lo era. En efecto, escribe en este sentido:
“en opinión de la gente, [Jesús] era hijo de José. Estos eran sus ascendientes: Helí, Matat, Leví […] Set, Adán, y Dios” .
Pero, ¡oh, curioso y anecdótico misterio!, a pesar de que, según los dirigentes católicos, los evangelios están inspirados por el mismo Dios, ninguno de los diez ascendientes más próximos a José que aparecen en la lista de Lucas coincide con los de la del evangelio de Mateo.
Por su parte, el evangelio atribuido a Marcos no dice nada relacionado con el nacimiento ni con la ascendencia de Jesús: Simplemente afirma que era “Hijo de Dios” . Y el evangelio de Juan tampoco dice nada acerca de los orígenes de Jesús.
Parece que Mateo y Lucas –o quienes escribieron los evangelios que se les atribuyen- estaban tan interesados en demostrar que Jesús era el Hijo de Dios que, con tal de acumular pruebas, no les importó contradecirse –cada uno en su propio escrito-, afirmando la paternidad de José respecto a Jesús cuando quisieron utilizar el argumento basado en la ascendencia humana de Jesús para llegar hasta el propio Dios, y negando de forma implícita tal paternidad cuando quisieron utilizar el argumento de que Jesús fue engendrado directamente por el Espíritu Santo.
Por otra parte, la prueba basada en la ascendencia de Jesús resulta extremadamente machista en cuanto ni a Mateo ni a Lucas se les ocurrió buscar los ascendientes de Jesús por línea materna sino sólo por la paterna. Pero, ¿qué importancia podía tener esa línea paterna si José no hubiera sido realmente el padre de Jesús? Además, si lo hubiera sido y si para considerar a Jesús hijo de Dios tenían que remontarse hasta Adán, como hace Lucas, en tal caso nos encontraríamos ante una estúpida redundancia, en cuanto si la Biblia considera que toda la Humanidad desciende de Adán,
1) sería innecesario buscar ninguna línea de ascendientes para llegar hasta Adán;
2) todos los seres humanos podrían considerarse hijos de Dios en la misma medida que el propio Jesús, en cuanto todos serían descendientes de Adán, aunque desconocieran la línea ascendente que les llevase hasta él; y
3) teniendo en cuenta la genealogía de Jesús, los judíos y los testigos de Jehová podrían tener razón en calcular que el mundo fue creado hace menos de 6.000 años, y, por ello, sería lógico y coherente con sus planteamientos que negasen el largo proceso temporal que implica la teoría evolucionista. Así que una de dos: O bien la teoría del evolucionismo es falsa o bien son falsos los evangelios de Mateo y de Lucas cuando consideran que el mundo sólo tendría un pasado de 5.800 años aproximadamente. Por ello, quienes consideren que la teoría evolucionista es verdadera, tendrían que negar el valor de estos evangelios y quienes consideren que estos evangelios son verdaderos tendrían que negar el valor del evolucionismo. Pero que nadie se preocupe: Todo esto sólo será así en cuanto se acepte el valor del principio de contradicción en lugar de aceptar los misterios que los dirigentes católicos proclaman para ser creídos y no razonados, en cuanto ¡tales misterios están por encima de dicho principio!
Por desgracia, lo más asombroso del caso no son las contradicciones tan patentes aquí mostradas -que todo el mundo podría comprobar con su propia capacidad de razonar-, lo más asombroso es la actitud de los ciegos que lo son no por otra causa sino por la de que no quieren ver o porque no les importan las mentiras que les cuenten con tal de que les resulten confortadoras.
Lo más lamentable de este argumento es que es contradictorio con las interpretaciones de los dirigentes cristianos según los cuales Jesús no fue hijo de José, en cuanto fue engendrado en María por el Espíritu Santo –sin petición previa de su consentimiento y sólo mediante un comunicado de lo que iba a sucederle-. Por ello, quienes escribieron los evangelios habrían tenido más fácil demostrar que Jesús era hijo de Dios si hubieran dicho que lo era porque el propio Dios lo había engendrado en María o porque María descendía de Adán y Adán era hijo de Dios, pero, al considerarlo hijo de José, niegan la labor del Espíritu Santo, y, al afirmar que fue engendrado por el Espíritu Santo, niegan la de José.
Pero, además, el hecho de que recurrieran a la genealogía de Jesús para llegar a Adán y a continuación a Dios para afirmar que Jesús era hijo de Dios implicaría además que Jesús habría tenido un comienzo temporal, que se habría iniciado en el momento en que fue engendrado, y no sería eterno como el “Padre”, lo cual representa una nueva contradicción en relación con el dogma católico de la eternidad del hijo de Dios, al que, por cierto, ni siquiera se nombra en el Antiguo Testamento donde no hay más Dios que Yahvé, mientras que los dirigentes católicos proclaman de modo contradictorio que el Hijo es tan Dios como el Padre y coeterno con él.

2.3.2. En los evangelios se niega de modo implícito que Jesús fuera Dios.
Por otra parte y a pesar de que los evangelios proclaman que Jesús era el Hijo de Dios, también lo niegan de manera implícita al considerar que fue un profeta, un enviado o un siervo de Dios, pues tales calificativos –especialmente el de siervo- excluyen que Jesús fuera hijo de Dios y mucho más que se identificase con él. Así puede comprobarse a través de los siguientes pasajes:
a) Estando ya crucificado, Jesús exclama:
“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” ,
palabras que evidentemente no tendrían sentido si Jesús se identificase con el propio Dios y que además parecen implicar por parte de Jesús un desengaño respecto a ese Dios por haberle abandonado.
b) Igualmente, en el evangelio de Mateo se dice:
“Jesús se acercó y se dirigió a ellos con estas palabras:
-Dios me ha dado autoridad plena sobre el cielo y la tierra” .
Resulta evidente que, el hecho de que Dios le haya dado autoridad sólo tiene sentido en cuanto el propio Jesús no se identifique con Dios, pues no tendría sentido afirmar que Dios ha dado autoridad a Dios, mientras que sí lo tiene afirmar que Dios ha dado autoridad a Jesús en cuanto Jesús sea distinto de Dios.
c) Del mismo modo en el evangelio de Marcos se dice:
“el Señor Jesús fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios” ,
frase en la que, por una parte, se niega el dogma de la ascensión, ya que en ella no se afirma que Jesús ascendiera al cielo por su propio poder sino que “fue elevado”, y, por otra, se dice que se sentó a la diestra de Dios, lo cual no podría suceder si Jesús fuera Dios, pues afirmar que alguien se siente a su propia diestra no tiene sentido.
d) En el evangelio de Juan se afirma igualmente:
-“La doctrina que yo enseño no es mía, sino de aquél que me ha enviado” ,
pero es evidente que si Jesús fuera Dios la doctrina de Dios sería idéntica a la doctrina de Jesús.
En este mismo evangelio se dice:
-“Porque yo no hablo en virtud de mi propia autoridad; es el Padre, que me ha enviado, quien me ordenó lo que debo decir y enseñar. Y sé que sus mandamientos llevan a la vida eterna. Por eso, yo enseño lo que he oído al Padre” .
Es decir, Jesús dice que él no tiene autoridad por sí mismo sino por el Padre, que le ha enviado, pero, si Jesús se hubiera identificado con Dios, no habría tenido sentido la subordinación de Jesús al Padre en cuanto éste le hubiera enviado, pues Dios no puede estar subordinado a nada, y considerar que Dios (Hijo) estuviera subordinado a Dios (Padre) es igualmente absurdo, como lo es también la afirmación según la cual él no hablaba en virtud de su propia autoridad, pues, en cuanto fuera Dios, no podía existir una autoridad superior a la suya. Además, dice que fue el Padre quien le ordenó lo que debía decir, lo cual sería igualmente absurdo teniendo en cuenta que, desde la propia dogmática de la jerarquía católica, tanto el Padre como el Hijo serían Dios y, por ello, sería totalmente inadmisible que Dios (Padre) diese órdenes a Dios (Hijo). Igualmente, cuando dice “yo enseño lo que he oído al Padre” Jesús está reconociendo que él es sólo un mandado, que ni siquiera tiene criterio propio para saber qué tiene que decir, lo cual no encaja para nada con la idea de que Jesús fuera Dios en cuanto se considere que Dios es omnisapiente –y no sólo Dios Padre-.
e) En Hechos de los apóstoles se señala también la diferencia entre Jesús y Dios, cuando se dice:
“A este Jesús Dios lo ha resucitado, y de ello somos testigos todos nosotros” ,
pues la frase Dios ha resucitado a Jesús sólo parece tener sentido en cuanto Dios y Jesús sean distintos.
f) Más adelante se insiste en esta misma diferencia entre Jesús y Dios, y en la consideración de que Dios resucitó a Jesús:
“Pedro y los apóstoles respondieron:
-Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros antepasados ha resucitado a Jesús […] Dios lo ha exaltado a su derecha como Príncipe y Salvador” .
g) Igualmente, momentos antes de morir, Esteban dice:
“-Veo los cielos abiertos, y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios” ,
frase en la que se diferencian claramente las figuras de Jesús –Hijo del hombre- y Dios de un modo jerárquico: Dios como figura principal y Jesús como figura secundaria, aunque importante. Tiene importancia insistir en este detalle porque, si no se hubiera querido reflejar esta diferencia entre Dios y Jesús, el autor de ese escrito habría podido escribir que Esteban veía a Jesús sentado a la diestra del Padre, lo cual hubiera podido ser más verosímil o menos incompatible con el reconocimiento implícito de que tanto el Padre como Jesús eran Dios, pero no “a la diestra de Dios”, pues en ese caso se está diferenciando inevitablemente entre Jesús, por un parte, y Dios, por otra.
h) En esta misma obra se llega incluso a considerar que Jesús sólo es un siervo de Dios, que, por lo tanto, no se identificaría con el propio Dios ni sería siquiera su hijo. En efecto, se dice en el correspondiente pasaje:
“El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros antepasados, ha manifestado la gloria de su siervo Jesús…” .
i) Más adelante se insiste en esta misma consideración de Jesús como “siervo de Dios”, obediente a sus decisiones:
“En esta ciudad, en efecto, se han aliado Herodes y Poncio Pilato, junto con extranjeros y gentes de Israel, contra tu siervo Jesús, al que ungiste, para hacer lo que tu poder y tu voluntad habían decidido de antemano que sucediera […] Manifiesta tu poder para que se realicen curaciones, señales y prodigios en el nombre de tu santo siervo Jesús” ,
de manera que, si Jesús era “siervo de Dios”, difícilmente podía ser “Dios”.
j) A continuación se diferencia entre Jesús y el Señor, identificando a ese “Señor” con Dios, el cual habría enviado al Mesías como un profeta semejante en el mejor de los casos al propio Moisés, pero no superior a él, un profeta “suscitado entre vuestros hermanos”, es decir, procedente del propio pueblo judío:
“Llegarán así tiempos de consuelo de parte del Señor, que os enviará de nuevo a Jesús, el Mesías que os estaba destinado […] Moisés, en efecto, dijo: el Señor Dios vuestro suscitará de entre vuestros hermanos un profeta como yo; escuchad todo lo que os diga; y el que no escuche a este profeta será excluido del pueblo” .
k) En el evangelio atribuido a Mateo se insiste en la diferencia entre Jesús y Dios cuando se pone en boca del propio Jesús la frase:
“No juzguéis, para que Dios no os juzgue” ,
frase en el narrador de este escrito está entendiendo que Jesús no es Dios, pues en caso contrario hubiera podido escribir “para que yo no os juzgue” y, si en su lugar escribió la otra expresión, debió de ser porque, al menos en este pasaje el narrador no identificaba a Jesús con Dios.
l) Igualmente, en Hechos de los apóstoles se afirma con absoluta claridad la diferencia entre Dios, por una parte, y Jesús, por otra, considerando a Jesús como “ungido” y “resucitado”, y como “juez” designado por el propio Dios:
[Pedro tomó la palabra y dijo:] “me refiero a Jesús de Nazaret, a quien Dios ungió con Espíritu santo y poder […] Dios lo resucitó el tercer día […] Dios lo ha constituido juez de vivos y muertos” .
m) Poco después en este mismo escrito se considera a Jesús como “hombre” designado por Dios:
“[Dios] ha establecido un día, en el que va a juzgar al universo con justicia por medio de un hombre designado por él, a quien ha acreditado ante todos resucitándolo de entre los muertos” ,
pero, si Jesús fuera Dios, no tendría sentido alguno escribir que Dios había designado a Dios para juzgar a los hombres; y, además, aquí se habla claramente de un hombre designado por Dios, lo cual no tendría sentido si ese hombre fuera el propio Dios, pues, aunque el narrador pudiera entender que Dios podía ser hombre, al mismo tiempo que Dios, a la hora de hablar de él su esencia más propia era la divina, por lo que hablar de él simplemente como de “un hombre” y olvidar que se trataba del mismo Dios hubiera sido realmente absurdo.
n) Por su parte Pablo de Tarso califica a Jesús como alguien que se “somete” al poder de Dios:
“Y cuando le estén sometidas todas las cosas, entonces el mismo hijo se someterá también al que le sometió todo, para que Dios sea todo en todas las cosas” ,
pero esta frase no tendría sentido si el propio Jesús se identificase con Dios, ya que decir que Dios se sometió al poder de Dios carece de sentido.
ñ) Una prueba indirecta, pero muy interesante, de que Jesús no se presentaba ante sus discípulos más directos como Dios, aparece en el evangelio de Lucas, donde en unas pocas líneas se muestra a un Jesús dispuesto para luchar con la espada contra quienes iban a ir a prenderlo, lo cual no encaja para nada con la idea de un Dios omnipotente que hubiera podido lograr sus objetivos sin dificultad de ningún tipo ni con el Dios pacífico no opone violencia contra violencia. Dice así este pasaje:
“Jesús añadió:
-pues ahora, el que tenga bolsa, que la tome, y lo mismo el que tenga alforja; y el que no tenga espada, que venda su manto y se la compre […]
Ellos le dijeron:
-Señor, aquí hay dos espadas.
Jesús dijo:
-¡Es suficiente!” .
Al parecer, quien escribió este pasaje o quien permitió que figurase entre los textos canónicos del catolicismo no se dio cuenta de que se trataba de un texto especialmente incongruente con aquellos otros en los que Jesús había estado predicando la paz y el amor al prójimo, pues aquí Jesús parece haber adoptado la línea dura de los zelotas, la de la lucha armada contra el imperio romano, que era la seguida por Judas, a pesar de que resulte chocante que en el pasaje citado Jesús exhorte inicialmente a que “el que no tenga espada, que venda su manto y se la compre”, que a continuación, cuando se le dice que tienen dos, diga “¡Es suficiente!”, y que finalmente, cuando los soldados llegan al “Huerto de los olivos” para prender a Jesús, sólo “uno de los que estaban con Jesús” recurra a ella cortando la oreja a uno de los que venían a prenderle , acción que es reprobada por Jesús diciendo
“-Guarda tu espada, que todos los que empuñan la espada perecerán a espada” .
Tal actitud representaba una nueva contradicción en relación con su anterior exhortación para que comprasen espadas: ¿Para qué tenían que comprarlas si luego iba a desautorizar a quienes se sirvieran de ellas?
En cualquier caso parece que en el último momento Jesús pensó que no tenía escapatoria y que por ese motivo desistió de emplear las armas, a pesar de que, según el evangelio de Juan , Pedro intentó defenderle utilizando su espada.
Todo esto tiene sentido desde el supuesto de que Jesús, a pesar de que parece que fue un esenio, grupo que tenía una ideología más de tipo religioso que de tipo político, en algún momento pudo haber estado bastante próximo al movimiento de los “zelotes”, al que pertenecía Judas Iscariote, aunque sin llegar a decidirse por completo a integrarse en la organización.
Pero el hecho de que los evangelistas reflejen que Jesús animó a sus apóstoles a que comprasen espadas es, entre otras cosas, una prueba de su ineptitud para hacer un montaje coherente, al margen de que pudiera ser cierto que Jesús les animase a luchar, lo cual resulta difícilmente compatible con su supuesta mansedumbre, con su amor incondicional al pueblo de Israel, por encima de conflictos políticos y más allá de cualquier conducta violenta en relación con el prójimo a quien había que amar como a uno mismo.
o) En relación el dogma de la ascensión de Jesús, tiene cierto interés, comprobar la existencia de textos en los que en lugar de defenderse la idea de que Jesús ascendiera al cielo por su propio poder se afirma que “fue elevado”, es decir, llevado por el poder de alguien que no era él mismo. Así queda expresado en el evangelio de Marcos, en el de Lucas y en los Hechos de los apóstoles en pasajes como los siguientes:
- “…el Señor Jesús fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios” ,
- “…hasta el día en que fue elevado a los cielos” ,
- “…y mientras los bendecía se separó de ellos y fue llevado al cielo. Ellos, después de postrarse ante él, se volvieron a Jerusalén rebosantes de alegría” ,
lo cual no tendría sentido si el propio Jesús se identificase con Dios, ya que, en cuanto se considere que Dios es omnipotente, habría que considerar igualmente que Jesús lo era, pero eso queda negado desde el momento en que se dice que Jesús “fue elevado” al cielo, en cuanto tal expresión da a entender que Jesús era incapaz de ascender al cielo por su propio poder, por lo que no sería omnipotente y no sería Dios.

2.3.3. Jesús fue un seguidor del judaísmo y no pretendió crear una nueva religión.
Por otra parte y en relación con el último pasaje citado, tiene interés destacar que a continuación se dice que los discípulos de Jesús
“estaban continuamente en el templo bendiciendo a Dios” ,
pues, evidentemente el templo en el que estaban era un templo judío, lo cual refuerza de manera muy importante la tesis según la cual Jesús, siendo muy probablemente un ese-nio, no había intentado crear una nueva religión alejada del judaísmo, sino predicar la práctica de dicha religión de un modo más auténtico y menos ligado a los rituales meramente formales y vacíos de espiritualidad.
En apoyo de esta tesis conviene recordar que en diversas ocasiones, tanto en su vida como en sus palabras, los escritores de los evangelios presentan a Jesús perfectamente integrado con la religión de su pueblo.
En este sentido, ya a los pocos días de nacer, según se cuenta en el evangelio de Lucas, Jesús fue circuncidado cumpliendo con el rito de la religión judía . Y a los pocos días fue llevado a Jerusalén “para presentarlo al Señor” y, según se cuenta en ese mismo evangelio, a los doce años Jesús ya estaba en el templo de Jerusalén,
“sentado en medio de los doctores, escuchándolos y haciéndoles preguntas” .
Posteriormente, durante los años de su predicación, según cuentan los evangelios,
“Jesús entró en el templo, e inmediatamente se puso a expulsar a los vendedores, diciéndoles:
-Está escrito: Mi casa ha de ser casa de oración, pero vosotros la habéis convertido en cueva de ladrones” ,
poniendo de manifiesto nuevamente su actitud de respeto hacia la religión judía, de manera que, si hubiera deseado fundar una nueva, se habría despreocupado de la que había recibido en lugar de indignarse y de rebelarse ante la actitud de quienes acudían al templo para fines nada religiosos.
Además y desde una perspectiva ya totalmente centrada en el terreno de lo doctrinal, en el evangelio de Mateo se dice:
“No penséis que he venido a abolir las enseñanzas de la ley y los profetas; no he venid a abolirlas, sino a llevarlas hasta sus últimas consecuencias” ,
palabras que confirman claramente la actitud favorable de Jesús hacia la religión tradicional judía y no la necesidad de crear una nueva.
De conformidad con lo anterior, se cuenta más adelante en este mismo evangelio que Jesús concedió a una extranjera el favor de una curación, pero diciéndole primero: “Dios me ha enviado sólo a las ovejas perdidas del pueblo de Israel”, lo cual era una clara muestra de que el propio Jesús –o, más exactamente, quien escribió este relato- consideró que su misión religiosa se debía centrar en su propio pueblo, en Israel, que tenía su propio Dios, Yahvé, y no en otros pueblos ni, por supuesto, en la humanidad en general. Conviene observar en este sentido la comparación que, según el narrador de este pasaje, hace Jesús entre los hijos y el pueblo judío, y los perrillos y los otros pueblos, pues es una clara muestra de la actitud particularista de Jesús frente a la posterior universalista de Pablo de Tarso, que no sólo defenderá la nueva religión, sino también su carácter católico o universal. Dice el pasaje mencionado:
“Jesús se marchó de allí y se retiró a la región de Tiro y Sidón. En esto, una mujer cananea y venida de aquellos contornos se puso a gritar:
-Ten piedad de mí, Señor, Hijo de David; mi hija vive maltratada por un demonio.
Jesús no le respondió nada. Pero sus discípulos se acercaron y le decían:
-Atiéndela, porque viene gritando detrás de nosotros.
Él respondió:
-Dios me ha enviado sólo a las ovejas perdidas del pueblo de Israel.
Pero ella fue, se postró ante Jesús y le suplicó:
-¡Señor, socórreme!
Él respondió:
-No está bien tomar el pan de los hijos para echarselo a los perrillos.
Ella replicó:
-Eso es cierto, Señor, pero también los perrillos comen las migajas que caen de la mesa de sus amos.
Entones Jesús le dijo:
-¡Mujer, qué grande es tu fe! Que te suceda lo que pides.
Y desde ese momento quedó curada su hija” .
Todas estas consideraciones demuestran que Jesús no pretendía fundar una nueva religión sino depurar la que él mismo había recibido durante su infancia… y durante su probable formación como esenio.

domingo, 17 de abril de 2011

2.1. La contradicción del “pecado original”.
Antonio García Ninet

Desde el Concilio de Cartago a finales del siglo IV, la jerarquía cristiana afirma como dogma de fe la existencia de un “pecado” cometido por Adán y Eva, consistente en una desobediencia a Dios, que se transmitiría al resto de la humanidad con la excepción de María, la madre de Jesús. Se trata del llamado “pecado original”.
En el Génesis se menciona, aunque de un modo algo ambiguo, tal “pecado original” haciendo referencia a la desobediencia de Adán y Eva a una prohibición de Dios, y al correspondiente castigo, tal como puede leerse en dicho libro, donde Yahvé le habría dicho a Eva:
“Multiplicaré los dolores de tu preñez, parirás a tus hijos con dolor; desearás a tu marido, y él te dominará” ,
y, a continuación, a Adán:
“Por haber hecho caso a tu mujer y haber comido del árbol prohibido, maldita sea la tierra por tu culpa. Con fatiga comerás sus frutos todos los días de tu vida […] Con el sudor de tu frente comerás el pan, hasta que vuelvas a la tierra de la que fuiste formado, porque eres polvo y al polvo volverás” .
Es decir: Esa desobediencia habría determinado que Dios les expulsara del Paraíso, les condenase a ganar el pan con el sudor de su frente, a parir con dolor, y, en el caso de la mujer, a quedar sometida al hombre. La ambigüedad del texto consiste en que las palabras de castigo iban dirigidas a Eva y a Adán de manera directa, pero evidentemente es la humanidad en general la que vive en las condiciones señaladas en dicho pasaje. Y, por lo que se refiere a la cuestión de la mortalidad del hombre, en el último texto citado no se considera que exista una relación de causalidad entre aquella desobediencia primitiva y dicha mortalidad, sino que simplemente se presenta como un hecho natural que el hombre es polvo y que al polvo volverá, o, lo que es lo mismo, que después de la muerte no hay otra vida sino que el hombre se convierte de nuevo en aquella materia inerte de la que fue formado, sin que este regreso represente un aspecto más del castigo divino.
Este relato bíblico junto con el de la creación del mundo debió de tener como fundamento el deseo natural de entender diversos hechos, como el de la existencia del mundo, el de la existencia del sufrimiento y de las diversas dificultades de la vida en general y el del sufrimiento particular de la mujer durante los alumbramientos, y el de explicar por qué la mujer estaba sometida al varón. Y en todos los casos de situaciones negativas los sacerdotes judíos o quienes escribieron estos relatos se sirvieron de ellos para controlar y dominar a su pueblo, advirtiendo que sólo mediante la fidelidad a su Dios –es decir, a las órdenes de los sacerdotes-, mediante el cumplimiento de ciertos sacrificios y mediante la donación de bienes a los sacerdotes de Yahvé se podría aplacar su ira y conseguir su perdón. Tales doctrinas se defendían además porque afirmar la existencia de su Dios Yahvé a la vez que la de los diversos males de la vida como si vinieran de Yahvé de un modo gratuito no parecía nada lógico, pues el Dios de Israel, siendo bueno, hubiera debido evitarlos y, si no lo había hecho, debía de ser como consecuencia de un castigo por alguna conducta negativa del ser humano. Y efectivamente, según el escritor de esta fantasía, en un primer momento Yahvé habría actuado bondadosamente creando el mundo y al ser humano en excelentes condiciones durante el tiempo en que Adán y Eva vivieron en el Edén, en el que incluso estaba el “árbol de la vida” que hubiera podido concederles la inmortalidad si el propio Yahvé no lo hubiera evitado mediante sus poderosos querubines cuando les expulsó del Edén como castigo por su desobediencia. El texto bíblico de Eclesiástico, fiel al machismo tradicional de la época pero en contradicción con el texto del Génesis por lo que se refiere a la causa de la mortalidad del hombre, relacionó la muerte con el pecado de Eva:
“Por la mujer comenzó el pecado, por culpa de ella morimos todos” .
Pero, así como son muchas las ocasiones en que se hace referencia a Dios castigando a los judíos infieles hasta la tercera y la cuarta generación, ésta es la única en que se hace referencia al primer pecado considerando a la mujer, representada por Eva, culpable de él. Sin embargo, en el Antiguo Testamento, con la excepción del texto mencionado, nunca se hace referencia a un pecado tan “original” que recaiga en la descendencia de Adán y Eva y, sobre todo, que requiriese de la encarnación divina para liberar de él a la Humanidad.
2.1.1. Como se acaba de ver, la doctrina de los dirigentes católicos, que consideran que el supuesto pecado original se trasmite de padres a hijos desde Adán y Eva, de los cuales descendería toda la humanidad, fue defendida ya en el Antiguo Testamento a comienzos del siglo II a. C., en Eclesiástico. Posteriormente, en el Nuevo Testamento, Pablo de Tarso defendió esta doctrina con palabras muy similares cuando escribió:
“por el delito de uno solo la condenación alcanzó a todos los hombres” .
a pesar de que no tenía ningún sentido que, a consecuencia de una supuesta falta cometida por Eva y Adán, el conjunto de la humanidad, que nada tuvo que ver con dicha falta, debiera ser condenado.
Por la misma época en que escribió Pablo de Tarso, en los evangelios se hacía referencia a la salvación de los hombres por “los pecados” en general.
Este modo de pensar tan absurdo era coherente sin embargo con la mentalidad de los autores de la Biblia, en donde se cuenta, por ejemplo, que en la última de las famosas plagas de Egipto Yahvé, de manera despótica y absurda, castigó a los egipcios con la muerte de todos sus primogénitos –y la de los primogénitos de sus animales- a fin de conseguir que su faraón permitiese la marcha de los judíos. Igualmente son muchas las ocasiones en las que los sacerdotes, aparentando trasmitir órdenes de Yahvé, exhortan a los judíos a atacar a determinados pueblos y a exterminar a toda su población, incluyendo a ancianos, mujeres y niños; y son también numerosas las ocasiones en las que Yahvé, según lo presentan los sacerdotes, se muestra como un ser vengativo que castiga las ofensas recibidas “hasta la tercera y la cuarta generación” , lo cual representa ya el mismo tipo de arbitrariedad que el condenar a todas las generaciones posteriores, tal como habría sucedido como consecuencia del supuesto “pecado original”, aunque en este último caso esa arbitrariedad tan injusta contra el conjunto de la humanidad, que nada tuvo que ver con aquel supuesto pecado, quedaba elevada a la máxima potencia. En cualquier caso, así se daba una explicación, a nivel de fábula bíblica, de los diversos males que en el contexto de su “cultura” el pueblo judío quizá no hubiera podido entender si se le presentaban como males que él, a pesar de su poder, no hubiera podido evitar o como una decisión arbitraria de Yahvé, aunque también es verdad que la misma ocupación de la llamada “tierra prometida” por parte del pueblo de Israel era un ejemplo de arbitrariedad y de barbarie total del propio Yahvé, en cuanto los judíos llegaron a la tierra de Canaán y la ocuparon sin más, conquistándola y asesinando a sus habitantes a partir del argumento según el cual los sacerdotales de Israel, que se presentaban como emisarios de ese Dios, dijeron que ésa era “la tierra prometida” que Yahvé les había entregado:
“Él […] derrotó a muchas naciones y mató a reyes poderosos: a Sijón, rey de los amorreos, a Og, rey de Basán, y a todos los reyes de Canaán; y dio sus tierras en herencia a su pueblo Israel […] Porque el Señor salva a su pueblo y se compadece de sus siervos”
Conviene señalar igualmente que en el Génesis, primer libro de la Biblia, en el que aparece el relato de aquella desobediencia, Dios castiga absurdamente a la serpiente -que, por cierto, nada tiene que ver con el demonio- y a su descendencia, y castiga a Eva y a Adán, pero nada se dice explícitamente de un castigo para su descendencia, al margen del simple hecho de que, una vez expulsados del Paraíso, ya nadie regresó a aquel idílico lugar, en el que además, según el relato bíblico, se encontraba el “árbol de la vida” , que hubiera permitido al hombre vivir para siempre . Además, en el Antiguo Testamento existen textos en los que de manera explícita se habla en contra de que los hijos carguen con las culpas de los padres. Así sucede en Ezequías, donde se dice:
Vosotros decís: “¿Por qué no carga el hijo con la culpa de su padre?” Pues porque el hijo, recta y honradamente, ha guardado todos mis mandamientos y los ha puesto en práctica: por eso vivirá. El que peca es el que morirá. El hijo no cargará con la culpa del padre, ni el padre con la del hijo”
2.1.2. El absurdo dogma del pecado original implica además otras nuevas contradicciones:
La primera consiste en el hecho de que en los diversos libros del Antiguo Testamento –con la excepción mencionada del libro Eclesiástico, escrito hacia el año 180 a. C.– no se dice nada que haga referencia a tal pecado, a diferencia de lo que luego se comenzó a defender en el Nuevo Testamento hasta que la secta cristina lo proclamó como dogma de fe a finales del siglo IV. Y, además, sólo en el Nuevo Testamento comienza a hablarse del Hijo de Dios muriendo para redimir al hombre de ese o de otros pecados.
La segunda consiste en el propio carácter absurdo y contradictorio de un pecado que se hereda, pues, en cuanto el concepto de pecado hace referencia a una acción voluntariamente cometida en contra de supuestas leyes divinas, no tiene sentido la tesis de que el hombre nazca ya en pecado, pues antes de nacer no puede haber realizado acción alguna, ni voluntaria ni involuntaria, en contra de tales supuestas leyes. De hecho, el mismo Aurelio Agustín –“san Agustín”- sólo pudo encontrar como expli-cación de la “herencia” de ese pecado una nueva doctrina tan absurda como la anterior, consistente en la teoría de que los hijos heredaban de los padres no sólo el cuerpo, sino también el alma -doctrina conocida con el nombre de “traducianismo”-, ya que estando relacionado el pecado con una potencia del alma como lo sería la voluntad, si el hombre sólo heredase el cuerpo, Aurelio Agustín no entendía qué lógica podía haber en la doctrina de tal supuesto pecado, pues el cuerpo era sólo el instrumento del que se servía el alma para realizar aquellos actos que podían estar o no de acuerdo con la voluntad divina, pero no podía ser la causa del pecado. Por otra parte, si el alma era creada directamente por Dios para cada uno de los hombres, era absurdo imaginar que Dios hubiese creado un alma en pecado. Sin embargo, los dirigentes cristianos de la época no aceptaron la tesis de Agustín, seguramente porque, al considerar el alma como una realidad espiritual, no podían aceptar que se transmitiese de padres a hijos como consecuencia de una relación meramente física y material. Así que, no encontrando ninguna explicación racional para esta doctrina, los dirigentes cristianos de los primeros siglos no tuvieron ningún reparo en considerar el pecado original -¡y tan “original”!- como un misterio, concepto con el que trataban de esconder y negar la serie de contradicciones en que incurrían continuamente.
En tercer lugar, en cuanto la jerarquía católica considera que la omnipotencia divina pudo evitar que María naciera en pecado, esta doctrina representa la demos-tración más evidente de que nacer en pecado no sólo era absurdo en sí mismo sino que era evitable. En consecuencia, a partir de tal situación se plantea una insuperable dificultad: ¿No es contradictorio con la supuesta omnipotencia y amor infinito de Dios negar que concediese al resto de la humanidad la gracia que concedió a María? ¿Por qué no la concedió al resto de la humanidad? ¿Acaso pensó que era bueno que el hombre naciera en pecado? Pero, si era bueno, ¿por qué privó a María de ese “privilegio”? Y, si no era bueno, ¿por qué sólo utilizó su poder para librar del pecado a María y no al resto de la humanidad? Pues, a partir del supuesto de que el amor y el poder de Dios fuera infinito, no tendría sentido que ese poder se debilitase una vez concedida esa gracia a María. Y tampoco tendría sentido considerar que su amor fuera “más infinito” para unos que para otros. Quizá alguien, con ganas de decir disparates, pudiera sugerir que el pecado original era bueno a fin de que Dios manifestase su amor muriendo en una cruz, pero en tal caso la consideración del pecado como bueno sería contradictoria con la supuesta necesidad de la llamada “redención”. Además, habría sido un nuevo absurdo que el perdón a la humanidad se obtuviese por la mediación del sufrimiento y de la muerte injusta de alguien, tanto si se trataba de un hombre como si se trataba del mismo Dios. Tal explicación sólo podría tener sentido en el contexto de una mentalidad sádica en la que las ofensas al rey o al faraón sólo se perdonaban con la muerte del ofensor o de algún familiar, como su hijo -en este caso, el propio Dios convertido en hombre-, que pagaría por el delito de otro hombre.
Y, en cuarto lugar, esta doctrina representaría además una aplicación de la ley del Talión, “ojo por ojo, diente por diente”, que, aunque defendida en el Antiguo Testamento , fue luego, según los evangelios, criticada por Jesús, y habría sido radicalmente incompatible con la constante referencia al perdón y a la misericordia infinitas de Dios, cuya aplicación debería ser gratuita precisamente por tratarse de una gracia y no el resultado de una “transacción” como la que podría expresar la supuesta “redención”, doctrina basada en la aplicación de una doctrina del estilo de “tú me ofreces un sacrificio y, a cambio, yo te perdono”.
2.1.3. Por otra parte, el pecado original, considerado en sí mismo, plantea además otros dos problemas que muestran igualmente su carácter absurdo:
2.1.3.1. Si en el momento de la supuesta creación de Adán y Eva no hubo contrato alguno entre Yahvé y Adán y Eva, que estableciese para éstos la obligación de obedecer los mandatos que él quisiera imponerles, es absurda la doctrina según la cual tuvieran tal obligación de obedecer a Dios a partir del argumento de que, como éste les había creado, tenía derecho a exigirles obediencia en aquello que quisiera mandarles, argumento que, como acertadamente señaló Hume respecto a la imposibilidad de obtener una conclusión prescriptiva a partir de premisas meramente descriptivas, no podía conducir a tal conclusión.
2.1.3.2. Es igualmente absurdo que Dios impusiera a Adán y a Eva la prohibición de comer de aquel árbol –al igual que cualquier otra prohibición- en cuanto, a causa de su predeterminación y de su presciencia, no sólo sabría de antemano que comerían del fruto prohibido sino que además, de acuerdo con la doctrina católica acerca de la omnipotencia y de la predeterminación divinas, Dios mismo les habría programado para que obrasen del modo en que lo hicieron.
Así que de nuevo nos encontramos ante la idea antropomórfica de un Dios que, al igual que un niño que, jugando con sus muñecos, deja volar su fantasía e imagina diversas aventuras entre ellos, aunque sólo sea él quien actúe mientras que sus juguetes sólo “hacen” aquello que él quiere que “hagan”, del mismo modo el propio Dios sería quien, de acuerdo con la Biblia y con la teología católica, habría determinado las acciones del hombre y la misma ilusión de cada uno de ser el auténtico protagonista de “sus actos”. Y, por ello mismo, habría sido un nuevo absurdo castigar a Adán y a Eva por ejecutar aquella desobediencia para la cual el propio Dios les habría programado. Y evidentemente este mismo absurdo es el que existe en el castigo de cualquier otra desobediencia o pecado, en cuanto todos los actos realizados por el hombre, según se defiende en la Biblia y en la misma teología católica, hayan sido programados o predeterminados por Dios.





2.2. La contradicción de la “salvación”
Antonio García Ninet

En el Antiguo Testamento es frecuente la referencia a sucesivos salvadores, “libertadores” o “mesías”, que Yahvé enviaba para librar a su pueblo de la esclavitud a que otros pueblos le sometían a lo largo de su historia.
2.2.1. El salvador por excelencia es el propio Dios, que es quien, según los textos del Antiguo Testamento, liberó a Israel de la esclavitud a que le tenía sometido el faraón de Egipto. Y así, se dice en Génesis:
“Os tomaré para que seáis mi pueblo, y yo seré vuestro Dios; entonces cono-ceréis que yo soy el Señor, vuestro Dios, el que os libró de la opresión egipcia” .
En este pasaje tiene interés hacer referencia a la primera frase, en la que el propio Dios elegiría para sí al pueblo de Israel –“para que seáis mi pueblo”- en lugar de considerarse a sí mismo como Dios único y de todos los pueblos. Complemen-tariamente ese Dios se impone a sí mismo como Dios de Israel al que el propio Israel debe reconocer como tal por cuanto fue él quien les “libró de la opresión egipcia”.
En otros textos, como el que sigue, se insiste en esta misma idea: Yahvé se convierte en el Dios de los judíos de manera especial como consecuencia de su actuación como libertador –mesías- de Israel, al margen de que, como se acepta en diversos momentos, haya otros dioses que el pueblo de Israel tiene que ignorar y no adorar, pues su “Dios celoso” considera como la mayor ofensa que su pueblo llegue a adorar a otros dioses, tal como se dice en los siguientes pasajes:
-“a ti te ha elegido el Señor tu Dios, para que seas el pueblo de su propiedad entre todos los pueblos que hay sobre la superficie de la tierra” ;
-“Yo soy el Señor tu Dios desde Egipto. No conoces a otro Dios fuera de mí, yo soy el único salvador” .
Conviene aclarar que evidentemente las manifestaciones celosas de ese dios no son otra cosa que las manifestaciones teatrales y mentirosas de los sacerdotes judíos que tienen como finalidad seguir dominando a su pueblo, ya que es él quien le proporciona su sustento, sus riquezas y su poder.
Otros textos igualmente significativos son:
a) “Él mató a los primogénitos de Egipto […] Derrotó a muchas naciones y mató a reyes poderosos: a Sijón, rey de los amorreos, a Og, rey de Basán, y a todos los reyes de Canaán; y dio sus tierras en herencia a su pueblo Israel […] Porque el Señor salva a su pueblo y se compadece de sus siervos” .
Fruto de la liberación de Israel frente a Egipto, en cuya descripción se hace referencia, ¡con orgullo!, del absurdo asesinato de los primogénitos egipcios realizado por Dios, se habría producido la alianza de este Dios con el pueblo de Israel, a quien habría de defender de otros pueblos siempre que le guardase fidelidad. Es este Dios quien considera a Israel como “su siervo”, a quien él mismo eligió:
b) “Tú, Israel, siervo mío; Jacob, a quien yo elegí” ,
y es el propio Dios quien directamente, al menos según los diversos escritores de la Biblia, salva a su pueblo Israel de la esclavitud en múltiples ocasiones.
En este punto conviene insistir en que:
- la salvación siempre se relaciona con el pueblo de Israel, que es el pueblo elegido por Dios;
- esa salvación tiene un sentido inequívocamente político, que suele ir acompañada de la destrucción o de la derrota del pueblo que se había enfrentado o había esclavizado a Israel; y
- que esa derrota suele ir acompañada de actos de bárbara crueldad realizados por el propio Dios, como puede verse en el texto a, antes citado, y en los textos que siguen y, más concretamente en los textos e, f y, especialmente, h:
d) “Yo mismo os liberaré muy pronto, mi salvación no tardará. Traeré a Sión mi salvación y colmaré a Israel de mi esplendor” .
e) “Él mató a los primogénitos de Egipto […] Derrotó a muchas naciones y mató a reyes poderosos: a Sijón, rey de los amorreos, a Og, rey de Basán, y a todos los reyes de Canaán; […] Porque el Señor salva a su pueblo y se compadece de sus siervos” .
f) “Voy a vengarme y seré implacable, dice nuestro libertador, cuyo nombre es el Señor todopoderoso, el Santo de Israel”
g) “¡Salid de Babilonia, huid de los caldeos! Anunciadlo y proclamadlo con gritos de júbilo, publicadlo hasta el confín de la tierra. Decid: “El Señor ha rescatado a su siervo Jacob [ = Israel]” ” .
h) “Obligaré a tus opresores a comer su propia carne, se emborracharán con su sangre como si fuera vino. Y todos sabrán que yo soy el Señor, tu salvador y que tu libertador es el fuerte de Jacob” .
i) “Dios es nuestra salvación” .
j) “Cantad al Señor un cantar nuevo, porque ha hecho maravillas […] El Señor hace pública su victoria, a la vista de la naciones revela su salvación .
Todos estos pasajes se refieren claramente a la salvación del pueblo de Israel de sus enemigos y no a la salvación de un supuesto pecado original o de cualesquiera otros pecados relacionados con el conjunto de la humanidad, heredados o no de Adán y Eva. Además el sentido político y no religioso ni moral de tal salvación es más evidente si se tiene en cuenta la larga serie de textos y momentos del Antiguo Testamento en los que Yahvé actúa de ese mismo modo, provocando la destrucción y muerte de los enemigos de Israel.
2.2.2. En otros momentos y de acuerdo con este concepto de salvador, entendido como libertador, no se hace referencia al propio Dios de un modo directo como tal salvador, sino a un libertador que, enviado por Yahvé, salva a Israel de sus enemigos. Así sucede, por ejemplo, en los textos siguientes:
k) “Entonces la ira del Señor se encendió contra Israel y los entregó en poder de Cusán Risatain, rey de Edom […] Pero clamaron al Señor, y el Señor les suscitó un libertador para salvarlos: Otoniel, hijo de Quenaz y hermano menor de Caleb” .
l) “Los israelitas estuvieron sometidos a Eglón, rey de Moab, dieciocho años. Pero clamaron al Señor, y el Señor les suscitó un libertador: Eud, hijo de Guera, benjaminita” .
m) “El Señor suscitó a Israel un libertador, que los libró del yugo de Siria, y los israelitas habitaron como antes en sus casas” .
Esta serie de textos parecen más que suficientes para dejar definitivamente claro que el sentido que tienen en el Antiguo Testamento las referencias a un libertador –o mesías- es claramente político, en relación con la liberación de Israel respecto a la situación de esclavitud a que fue sometido en múltiples ocasiones, y no un sentido tan alejado y distinto de éste como lo es el que aparece después en el Nuevo Testamento, en el que, según los dirigentes cristianos, el propio Hijo de Dios libera a la humanidad del pecado original mediante su sacrificio en una cruz.
En efecto, este cambio de sentido del concepto de “libertador” o de “mesías” aparece en el evangelio de Juan, referido a la obtención de la vida eterna, y, de manera especialmente clara, en los escritos de Pablo de Tarso, quien adopta no sólo la idea de que el Hijo de Dios “libera” del pecado sino también que su “liberación” no se dirige exclusivamente al pueblo de Israel, como sucedía en el Antiguo Testamento, sino a todos los pueblos de la tierra, tanto judíos como “gentiles”, es decir, no judíos.
En este sentido escribe Pablo de Tarso:
n) “Quien alcance la salvación por la fe, ese vivirá” .
ñ) “el hombre alcanza la salvación por la fe y no por el cumplimiento de la ley” .
o) “Y si por el delito de uno solo la muerte inauguró su reinado universal, mucho más por obra de uno solo, Jesucristo, vivirán y reinarán los que acogen la sobrea-bundancia de la gracia y del don de la salvación” .
p) “si proclamas con tu boca que Jesús es el Señor y crees con tu corazón que Dios lo ha resucitado de entre los muertos, te salvarás” .
q) “Dios salva al hombre, no por el cumplimiento de la ley, sino a través de la fe en Jesucristo. Así que nosotros hemos creído en Cristo Jesús para alcanzar la salva-ción por medio de esa fe en Cristo y no por el cumplimiento de la ley. En efecto, por el cumplimiento de la ley ningún hombre alcanzará la salvación” .
Y, en un sentido bastante similar, pero haciendo hincapié de manera especial en el supuesto sacrificio de Jesús muriendo en la cruz para salvarnos o librarnos de nuestros pecados, se escribe en el evangelio de Juan:
r) “el Hijo del hombre tiene que ser levantado en alto, para que todo el que crea en él tenga vida eterna” .
s) “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré el último día” .
t) “envió a su Hijo para librarnos de nuestros pecados”
2.2.3. Al margen de este cambio de sentido del concepto de libertador en estos pasajes del Nuevo Testamento, tiene interés señalar la contradicción existente entre los textos ñ y q, de Pablo de Tarso, y el punto de vista que aparece en la carta de Santiago, pues, mientras Pablo insiste en que la salvación viene por la fe y no por las obras o por el cumplimiento de la ley, en la carta de Santiago se insiste en que
“por las obras alcanza [el hombre] la salvación y no sólo por la fe” .
Por su parte, el texto t hace referencia a la liberación “de nuestros pecados” , y ya no se hace referencia a “nuestros enemigos”, ni a “los enemigos del pueblo de Israel” ni al “pecado original”.
2.2.4. Aunque la doctrina de la salvación, unida a la de la resurrección de Jesús, se convirtió en el pilar más importante del Catolicismo, se trata de una doctrina contradictoria con la de la misericordia y amor infinitos de Dios, el cual, si algo tenía que perdonar, para ello no tenía ninguna necesidad de “sacrificio” alguno, y menos el de su propio hijo, pues hubiera bastado con su simple voluntad.
En este punto es evidente que esta doctrina no encajaba en absoluto con las nuevas acerca de un Dios más bondadoso, sino más bien con las del Dios justiciero, déspota y vengativo del Antiguo Testamento, en el que Yahvé –o sus sacerdotes- por cualquier ligero motivo es capaz de eliminar a la casi totalidad de la especie humana, tal como ya había sucedido en el mito del “diluvio universal”, cuando Yahvé no sólo decidió eliminar a casi la totalidad de la humanidad sino incluso toda forma de vida, con la excepción de una pareja de cada especie .
Y así, se da la paradoja de que, por una parte, se dice que Dios es amor, pero, por otra y de modo contradictorio, ese mismo Dios aparece como un ser déspota, cruel y vengativo, que exige sacrificios para conceder su perdón y que llega a arrepentirse de haber creado al hombre –como si su omnisciencia no le hubiera permitido saber cómo se iba a comportar y como si su predeterminación no eximiese al hombre de cualquier responsabilidad por “sus” actos, que en realidad habrían sido actos del propio Dios en cuanto habrían sido programados por él.
Conviene recordar que en el Antiguo Testamento el propio Dios establece para el pueblo de Israel la vengativa Ley del Talión:
“ojo por ojo y diente por diente” ,
ley según la cual, el perdón de cualquier falta o daño sólo podía producirse mediante un castigo o un daño equivalente a la ofensa o daño causado por el ofensor. Por ello, si el ofendido había sido el propio Dios, la ofensa cometida no podía lavarse mediante un sacrificio humano, pues el ofendido era infinitamente superior, mientras que el ofensor valía menos que las patas de un gusano. Así que sólo el propio Dios hecho hombre podía ofrecerse a sí mismo en sacrificio ante su “Padre” para pagar aquella gravísima (?) desobediencia.
Sin embargo, aunque desde la perspectiva teológica introducida en alguno de los libros del Antiguo Testamento y en diversos pasajes del nuevo era absurdo que Dios mismo no pudiera perdonar sin más, todavía en aquellos tiempos se siguió encontrando más natural el punto de vista dominante del Antiguo Testamento, en el que se veía a Dios un ser especialmente celoso, despótico, vengativo y cruel. Por ello y como ya se ha dicho, la paradoja de la doctrina de “la salvación” es que en ella se pretende ofrecer un sincretismo entre la perspectiva del Antiguo Testamento respecto al Dios de los ejércitos y de la venganza, y la del Nuevo, en la que Dios llega a perdonar –aunque no siempre, ni mucho menos- sin más requisito que el de la fe, a pesar de que tal sincretismo resultaba inviable por contradictorio con el punto de vista del Antiguo Testamento.
2.2.4.1. Esa misma paradoja entre la idea de la divinidad en el Antiguo y en el Nuevo Testamento, se presenta igualmente en la misma figura de Jesús en cuanto, por una parte, predica el amor a los enemigos, pero, por otra, castiga con el fuego eterno a quienes no creen en él, o cae en la contradicción de amenazar con el juicio divino a todo el que juzgue a los demás, pues en cuanto exhorta a sus discípulos con las palabras “no juzguéis, para que Dios no os juzgue ”, que implican una valoración negativa del hecho de juzgar, la consecuencia lógica que debería derivar de tales palabras es la que el propio Dios no debería incurrir en aquel tipo de conducta que él mismo desaprobaba, ni siquiera aplicándola a quienes cometiesen la falta de juzgar a los demás.
2.2.5. La doctrina de la “Salvación” no tuvo exclusivamente la finalidad de ser presentada como la forma mediante la cual Dios otorgaba su perdón, sino que, de acuerdo con las “religiones mistéricas” aparecidas más de un siglo antes que el Cristia-nismo, sirvió a los dirigentes cristianos para ofrecer al creyente la doctrina de su propia filiación e identificación con Dios a través de su incorporación al “cuerpo místico de Cristo”, materializado en “su Iglesia”. Tal incorporación era la que proporcionaba al cristiano no sólo el perdón de Dios sino la novedad de la “vida eterna”, a la que no se había hecho referencia en casi ningún momento de los libros del Antiguo Testamento, en los que se habla especialmente
1) de una larga vida, o
2) de la multiplicación de la propia descendencia,
3) de la muerte como el final absoluto de la vida del hombre, y
4) de la defensa del “carpe diem”, a partir de la toma de conciencia de la finitud de la vida humana.
2.2.5.1. Así, respecto a las referencias a una larga vida del propio pueblo o de la propia descendencia, se habla en multitud de ocasiones, como las siguientes:
1) “El señor se le apareció [a Isaac] y le dijo: […] Multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo” .
2) “Tu descendencia será como el polvo de la tierra” .
Como puede verse, en estos dos primeros textos no se habla de vida eterna ni tampoco de una vida terrena especialmente prolongada sino sólo de una descendencia muy numerosa.
En los textos que siguen se hace ya referencia a una larga vida terrena personal como recompensa de la fidelidad a Dios:
3) “Daréis culto al Señor vuestro Dios […] y os daré una vida muy larga”.
4) “Y el Señor bendijo el final de la vida de Job más que su comienzo […] Después de todo esto, Job vivió todavía hasta la edad de ciento cuarenta años, y vio a sus hijos y a sus nietos, hasta la cuarta generación” .
5) “El temor del Señor alarga la vida, los años del malvado se acortan”
Conviene reflexionar en que si los judíos hubieran creído en una vida eterna, hablar de una vida terrena más o menos larga no sólo hubiera estado de sobra sino que habría sido un contrasentido respecto a dicha creencia, ya que mientras los dirigentes católicos dicen que esta vida es sólo un destierro y un valle de lágrimas, la “otra vida” represen-taría el definitivo regreso al Paraíso.
6) [Moisés dijo] “Guarda sus leyes y mandamientos que yo te prescribo hoy, para que seas feliz tú y tus hijos después de ti, y prolongues tus días en la tierra que el Señor te da para siempre” .
Igualmente, tampoco este texto habría tenido sentido, con esa referencia a una vida larga si en la mente de quien lo escribió hubiera estado la creencia de que después de la muerte había una vida mejor y eterna, pues, si así lo hubiera imaginado, la prolongación de la vida terrena se le habría mostrado más como un castigo que otra cosa.
7) “No te postrarás ante ellos ni les darás culto, porque yo, el Señor tu Dios, soy un Dios celoso, que castigo la maldad de los hombres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación” .
El castigo hasta la tercera y cuarta generación es señal de crueldad, pero sobre todo es una prueba de que en esos momentos a los judíos no se les había ocurrido todavía la idea de que pudiera haber un más allá después de esta vida, ni para bien ni para mal: Ni gloria eterna, ni castigo eterno.
2.2.6. En los textos siguientes 1 y 2 –y en muchos otros- ni siquiera se habla de una larga vida sino solo de tomar posesión de la tierra prometida y de la multipli-cación de la propia descendencia, única forma de inmortalidad que se les ocurrió o que tuvieron la osadía de idear en aquellos momentos:
1) “Haz lo que es justo y bueno a los ojos del Señor, para que seas dichoso y entres a tomar posesión de la tierra buena que el Señor prometió a tus antepa-sados, expulsando delante de ti a todos tus enemigos” .
2) “Poned en práctica todos los mandamientos que yo os prescribo hoy. De esta manera viviréis, os multiplicaréis y entraréis a tomar posesión de la tierra que el Señor prometió con juramento a vuestros antepasados .
2.2.6.1. Pero, además, por si podía quedar alguna duda sobre está negación implícita del más allá, pueden verse otra serie de textos en los que de manera inequívoca y explícita se niega explícitamente esta posibilidad, entendiendo que la muerte es el fin absoluto de la vida humana:
1) “eres polvo y al polvo volverás” .
2) “El hombre es como un soplo; sus días, como sombra que no deja huella” .
3) “Como nube que pasa y se disipa, así es el que baja al abismo para no volver” .
4) “mis días son un soplo” .
5) “Recuerda que me amasaste como arcilla, y que al polvo me has de devolver” .
6) “Déjame ya en paz para que pueda gozar de algún consuelo, antes de que me vaya, para no volver, a la región de las tinieblas y las sombras, a la tierra oscura de sombras y caos, donde la misma claridad es noche oscura” .
7) “Puesto que están contados ya sus días y has establecido el número de sus meses, y le has fijado un límite que no traspasará, aparta de él tus ojos y olvídate de él; que, como un jornalero, acabe su jornada” .
8) “Pero el hombre, cuando muere, queda inerte” .
9) “el hombre que yace muerto no se levantará jamás […] no volverá a levantarse de su sueño” .
10) “¿Dónde está mi esperanza? Mi felicidad, ¿quién la divisa? Bajarán conmigo hasta el abismo, cuando juntos nos hundamos en el polvo” .
11) “Acaban felizmente sus días [los impíos], y en paz descienden al abismo” .
12) “Hay quienes mueren en pleno vigor, en el colmo de la dicha y de la paz, […] Otros mueren llenos de amargura, sin haber gustado la felicidad. Pero ambos yacen juntos en el polvo, cubiertos de gusanos” .
13) “una misma es la suerte de los hombres y la de los animales: la muerte de unos es como la de los otros, ambos tienen un mismo hálito vital, sin que el hombre aventaje al animal, pues todo es vanidad. Todos van al mismo lugar: todos vienen del polvo y vuelven al polvo .
14) “Los vivos saben que han de morir, pero los muertos no saben nada; no tendrán ya recompensa alguna y quedarán completamente en el olvido”
15) “el ser humano no es inmortal” .
16) “Los años del hombre están contados, el tiempo del descanso eterno [ es decir, la muerte] es para todos imprevisible y son muchos si llegan a cien [los años de vida].
17) “Una gota del mar, un grano de arena, esos son sus pocos años junto a la eternidad”.
18) “Por eso el Señor es paciente con los hombres, y derrama sobre ellos su misericordia.
Él ve y sabe que su fin es miserable, por eso los perdona una y otra vez” .
19) “El hombre tiene los días contados, pero los días de Israel no tienen número” .
20) “Recuerda que no hay retorno; no aprovechará al muerto tu tristeza y te harás daño a ti.
Ten presente que su suerte será también la tuya: “A mí me tocó ayer, a ti te toca hoy”” .
21) “Todo lo que de la tierra viene, a la tierra vuelve” .
22) “No temas por estar sentenciado a muerte; recuerda a los que te precedieron y te seguirán.
Es el destino que el Señor ha impuesto a todo viviente.
¿Por qué rebelarte contra la voluntad del Altísimo?
Aunque vivas diez, cien, o mil años,
nadie discutirá en el abismo la duración de tu vida” .
Conviene recordar que para los dirigentes católicos la Biblia es la “palabra de Dios”, tanto la parte del Antiguo como la del Nuevo Testamento. En consecuencia, en cuanto existe una contradicción evidente entre los textos citados y aquellos otros en los que se habla de “la vida eterna”, tal contradicción es una prueba más del absurdo de estas doctrinas.
2.2.6.2. Una consecuencia –a la vez que una confirmación del sentido de esta creencia de que la muerte es el fin absoluto de la vida- es la aparición complementaria de la filosofía del “carpe diem”, planteamiento vital que aparecerá de nuevo en la Edad Media, apostando por disfrutar de la vida mientras dura, pues es lo único que tenemos:
1) “yo alabo la alegría, porque la única felicidad del hombre bajo el sol consiste en comer, beber y disfrutar, pues eso le acompañará en los días de vida que Dios le conceda bajo el sol” .
2) “Da, recibe y disfruta de la vida, porque no hay que esperar deleite en el abismo. Todo viviente se gasta como un vestido, porque es ley eterna que hay que morir” .
Sin embargo y a pesar de su carácter contradictorio, los dirigentes cristianos, al orientar y adoctrinar a sus fieles para que lean e interpreten la Biblia según la interpretación “oficial” que ellos fijan, al procurar que tales fieles desarrollen lo menos posible su capacidad racional y crítica, y, al introducir las doctrinas de la salvación y de la vida eterna como dogmas, han conseguido un provecho económico muy sustancial, a pesar del carácter contradictorio de estas doctrinas con los anteriores textos y a pesar de la contradicción consistente en que ¡¡un Dios infinitamente misericordioso necesite del sacrificio de su propio hijo para poder perdonar!!
Con una doctrina de ese tipo, que exalta la idea del sacrificio y del amor divino hasta la muerte, los dirigentes católicos pudieron lograr además otros propósitos, como 1) el de la satisfacción del rencor de los primeros cristianos hacia quienes inicialmente les habían perseguido, en cuanto la Redención no se aplicaría a sus perseguidores, que serían condenados al “fuego eterno”, y 2) el de atraer a esta nueva religión a quienes pudieran sentirse solos, abandonados, miserables y descontentos con su situación económica y social, ofreciéndoles el amor y el cobijo de Jesús, y la esperanza de una compensación en “otra vida mejor” a cambio de su fe, de su sumisión y de su entrega a la “Iglesia de Jesús” (?) –así como la entrega de una parte considerable de sus bienes- y su acatamiento a las consignas de los dirigentes católicos.
Por lo que se refiere a la satisfacción del rencor de los cristianos contra los paganos y por su forma de proselitismo mediante el miedo a un castigo eterno ya Pablo de Tarso escribió:
“Puesto que Dios es justo, vendrá a retribuir con sufrimiento a los que os ocasionan sufrimiento; y vosotros, los que sufrís, descansaréis con nosotros cuando Jesús, el Señor […] aparezca entre llamas de fuego y tome venganza de los que no quieren conocer a Dios ni obedecer el evangelio de Jesús, nuestro Señor. Éstos sufrirán el castigo de una perdición eterna, lejos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder” .
En esta misma línea, todavía después de más de mil años de la creación de esta secta, ya en el siglo XIII Tomás de Aquino llegó a escribir:
“Para que la felicidad de los santos más les complazca y de ella den a Dios más amplias gracias, se les concede que contemplen perfectamente los castigos de los condenados” .
Por otra parte, cuando los dirigentes católicos hacen referencia a la muerte de Jesús considerándola como la puerta para la salvación, olvidan que, de acuerdo con sus propias doctrinas -en este caso la de Pablo de Tarso-, “el hombre se salva por la fe”, pero proclaman igualmente que la fe es un don de Dios, por lo que sólo se salvaría aquel a quien Dios la hubiera concedido. A quien criticase tal arbitrariedad le replicarían en algunos casos que, si no tiene fe, debe pedirla a Dios, sin tomar conciencia de lo absurdo que es pedir nada a alguien en cuya existencia no se cree previamente. Además, para que dicha “salvación” se produjera, debería cumplirse otro requisito indispensable como lo era el de la “predestinación” divina, según la cual era el propio Dios quien desde la eternidad había establecido a quiénes salvaría y a quiénes condenaría, tal como se dice en diversos lugares de la Biblia como cuando Pablo de Tarso escribe: “Por eso Dios les envía [a quienes va a condenar] un poder embaucador [=que les embaucará], de modo que crean en la mentira y se condenen todos los que en lugar de creer en la verdad, se complacen en la iniquidad” . Y, por ello, tampoco las obras tendrían valor alguno para la salvación, ya que Dios salva a quien quiere y la voluntad divina no puede estar subordinada a nada. Esta consideración conduce a ver la historia de la supuesta redención como una simple comedia burlesca de ese Dios tan caprichoso que juega a ofrecerse en sacrificio para luego condenar de modo absurdo y ridículo a la mayor parte de los seres por quienes se habría sacrificado.
Pero, de nuevo, como la capacidad humana para razonar y para ser coherente con la razón es tan insignificante, deben de ser muy pocos los católicos que se hayan detenido a considerar estas cuestiones, otorgando su confianza a su propia razón en lugar de dársela al obispo o al cura de turno, que predican desde el púlpito de una catedral o de una iglesia rural con sus disfraces de pavo real y con frases rimbombantes de una incoherencia total.