lunes, 14 de enero de 2013


LA CONTRADICCIÓN DE LA SUPUESTA REDENCIÓN
Antonio García Ninet
Doctor en Filosofía

LA CONTRADICCIÓN ENTRE LA INFINITA MISERICORDIA DIVINA
Y LA NECESIDAD DE LA REDENCIÓN.

Efectivamente existe una contradicción entre la supuesta “redención”, según la cual Jesús tuvo que sacrificarse muriendo en una cruz para lograr el “perdón de los pecados” o la “salvación” de la humanidad, y la supuesta misericordia divina infinita, por la cual Dios, en el caso de que hubiera existido y hubiera tenido algo que perdonar, lo habría hecho sin necesidad de sacrifico alguno.
La jerarquía de la secta católica afirma como dogma de fe que Adán y Eva, considerados en la Biblia como “nuestros primeros padres”, desobedecieron a Yahvé y que por ese motivo toda la Humanidad nace en pecado y seguiría en pecado si no hubiera sido porque, para librarnos de él, Dios mismo se hizo hombre en la figura de “Jesús”, ofreciéndose en sacrificio a ese mismo Dios, al que ahora llaman “Dios-Padre”, para liberar a la Humanidad de aquél y de cualquier otro pecado. Tal “sacrificio” -según dicen- se realizó mediante la encarnación, la pasión y la muerte de Jesús en una cruz.
Esta doctrina es tan absurda que lo más asombroso es que haya quien pueda creer en ella, pues tiene tantas contradicciones que resulta difícil elegir alguna por la cual comenzar la crítica.
2.3.1. En primer lugar, en ella se olvida que Dios, como consecuencia de su infinita misericordia, habría perdonado al hombre -si es que tenía algo que perdonarle- sin necesidad de sacrificio alguno y, por ello, esta doctrina es igualmente contradictoria con las que hacen referencia al infinito amor divino. ¿Qué clase de amor sería el de quien fuera incapaz de perdonar a no ser mediante el sacrificio de un hombre que además fuera Dios, en cuanto su supuesto amor infinito fuera insuficiente para perdonar cualquier ofensa? Pues, si Dios tenía algo que perdonar, para ello no tenía necesidad del “sacrificio” de su propio hijo ni el de ningún otro hombre; para ello le hubiera bastado su simple voluntad.
En este punto es evidente que la doctrina que considera a Dios como un ser que para perdonar necesita de un sacrificio no sólo humano sino incluso divino no encaja en absoluto con las nuevas doctrinas acerca de un Dios-amor, sino más bien con las del Dios vengativo del Antiguo Testamento, en el que Yahvé se mostraba en líneas generales como un déspota que mataba despiadadamente, que exigía absoluta fidelidad y que tomaba venganza contra quienes caían en la tentación de adorar a otros dioses y asesinaba igualmente a su descendencia “hasta la tercera y cuarta generación”, habiendo estado tentado en diversas ocasiones de eliminar a la casi totalidad de la especie humana -como casi habría llegado a suceder según el mito del “diluvio universal[1]-.
Conviene recordar que en el Antiguo Testamento el propio Dios establece para el pueblo de Israel la vengativa Ley del Talión: “ojo por ojo y diente por diente”[2], ley según la cual, el perdón de cualquier falta o daño sólo podía producirse mediante un castigo o un daño equivalente a la ofensa o daño causado por el ofensor. Por ello, si el ofendido había sido el propio Dios, la ofensa cometida no podía lavarse mediante un sacrificio humano, pues el ofendido era infinitamente superior, mientras que el valor del ofensor era insignificante. Así que sólo el propio Dios hecho hombre podía ofrecerse a sí mismo en sacrificio ante su “Padre” para compensar aquella ofensa.
Sin embargo, aunque desde la perspectiva introducida a partir de Jesús era absurdo que Dios mismo no pudiera perdonar directamente, de manera paradójica todavía en aquellos tiempos se siguió encontrando más natural el punto de vista del Antiguo Testamento en el que dominaba la idea de Dios como la de un ser especialmente vengativo y sanguinario[3]. Por ello y como ya se ha dicho, la paradójica doctrina de “la redención” consiste en que en ella se pretende ofrecer un sincretismo entre la perspectiva del Antiguo Testamento respecto al Dios de los ejércitos y de la venganza, y la del Nuevo, en la que Dios puede perdonar sin otro requisito que el de la fe, a pesar de que tal sincretismo resultaba inviable por contradictorio, en cuanto, por una parte, Jesús predica el amor a los enemigos, pero, por otra, castiga con el fuego eterno a quienes no creen en él y sobre todo porque si, de acuerdo con los dirigentes de la Iglesia Católica, el Dios del Antiguo Testamento y el del Nuevo son el mismo, en tal caso es una simple comedia que se pretenda presentar al nuevo Dios como una mejora del antiguo, como un Dios más cercano y accesible.
En segundo lugar, se olvida igualmente que quienes nacieron después de Adán y Eva no tuvieron nada que ver con su supuesto pecado, por lo que tal doctrina no tiene sentido en cuanto implica el absurdo de considerar que Dios habría creado en pecado (?) el alma de cada uno de los seres humanos nacidos de Adán y Eva, que habrían sido quienes, en el peor de los casos, habrían cometido aquel pecado -lo cual, por otra parte, sería igualmente criticable desde la dogmática de la Iglesia Católica según la cual las decisiones y las acciones de Adán y Eva habrían sido predeterminadas desde la eternidad por el propio Dios, quien programa todos los actos humanos y cualquier suceso que se produzca en el Universo. En efecto, cuando la jerarquía católica hace referencia a la “Redención”, considerándola como la puerta para la eterna salvación, olvida que, de acuerdo con sus propias doctrinas, para que dicha “salvación” se produzca debe cumplirse otro requisito indispensable como lo es el de la predestinación divina, según la cual es el propio Dios quien desde la eternidad ha establecido ya a quiénes salvará y a quiénes condenará, siendo “muchos los llamados, pero pocos los escogidos”[4].
En tercer lugar, el antropomorfismo de la doctrina de la “Redención” es patente en diversos aspectos y va ligado a múltiples contradicciones.
Tal antropomorfismo se muestra en primer lugar en el hecho de que se suponga que el mismo Dios pueda tener un hijo –¿por qué no una hija? ¿por qué no un sobrino?-, lo cual no es otra cosa que una absurda proyección de las categorías biológicas de la paternidad y de la filiación humanas al hipotético ser divino.
Pero, en cuarto lugar, este antropomorfismo va ligado a la contradicción de unir la teórica simplicidad divina con su complejidad en la misma medida en que los dirigentes de la secta católica defienden que Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo son iguales –en cuanto los tres son Dios-, pero son distintos –en cuanto son personas diferenciadas de la Trinidad divina, ya que, si no fueran distintas en algún aspecto, en tal caso nos encontraríamos con el nuevo absurdo de hablar de tres personas iguales en un sentido absoluto, por lo cual de acuerdo con el principio de identidad de los indiscernibles de Leibniz no podrían ser tres personas sino una sola.  Por ello, el hecho de que los dirigentes católicos defiendan la doctrina de que Dios Padre, su Hijo y el Espíritu Santo constituyan la “Santísima Trinidad”, aunque se trate de una apreciación de la divinidad frecuente en diversas religiones del tiempo en que apareció la secta cristiana y aunque represente un misterio maravilloso y sublime, apto para llegar a conocer el alcance de la necedad del hombre y de su capacidad para asumir y aceptar cualquier barbaridad con la que se le quiera adoctrinar, nadie sabe qué papel cumple que no pudiera cumplir un Dios no fragmentado en “tres personas”, “iguales y realmente distintas” y representa igualmente una nueva contradicción cuando se tiene en cuenta la teórica doctrina de la simplicidad del ser divino.
En quinto lugar, conviene tener en cuenta además que el concepto de salvación, reinterpretado por la secta cristiana ya en los primeros tiempos de su historia como salvación de los pecados, fue un concepto ya utilizado por los diversos autores del Antiguo Testamento mucho tiempo antes de los tiempos de Jesús, pero dándole un sentido político totalmente alejado del que posteriormente le dieron los inventores del cristianismo.
2.3.2. El sentido de la salvación en el Antiguo Testamento, como luego se verá, fue el de la protección y liberación del pueblo judío del sometimiento y esclavitud a que había estado sometido por diversos pueblos como Egipto, Asiria o, en tiempos de Jesús, el imperio romano. Los diversos sacerdotes y profetas habían tratado de confortar al pueblo judío para que no desesperase por sus situaciones de opresión, diciéndole que Yahvé les enviaría un “Mesías”, un libertador, un “salvador” que les conduciría a la libertad, al triunfo frente a sus enemigos y finalmente a la “tierra prometida”.
La salvación del pueblo de Israel por Yahvé debía producirse como una consecuencia de la alianza establecida entre Yahvé y Abraham[5], alianza por la cual Dios salvaría a Israel del dominio de los egipcios y a cambio Yahvé se convertiría en el Dios de Israel al que los judíos deberían guardar fidelidad, estaría siempre a su lado y destruiría a sus enemigos o les salvaría de ellos cuando por alguna infidelidad, como la de adorar a otros dioses, les hubiese abandonado o castigado a ser derrotados y esclavizados. Finalmente y como consecuencia de la alianza, les daría “la tierra prometida”, derrotando y exterminando a quienes la habitaban en el momento en que Israel llegase a ella.
Por lo que se refiere a esta alianza puede verse en muchos pasajes del Antiguo Testamento, donde, por ejemplo, se dice:
- “Yo haré con ellos [Israel, Judá] una alianza eterna, para que yo sea su Dios, y ellos sean mi pueblo; y no volveré a expulsar a mi pueblo Israel de la tierra que les di”[6].
 - “Si rompéis la alianza que el Señor vuestro Dios hizo con vosotros, dando culto a otros dioses y postrándoos ante ellos, entonces se desatará la ira del Señor contra vosotros y muy pronto desapareceréis de esta tierra buena que él os ha dado”[7];
 - “Si me obedecéis y guardáis mi alianza, vosotros seréis el pueblo de mi propiedad entre todos los pueblos, porque toda la tierra es mía”[8].
Como consecuencia de esta alianza entre Yahvé y Abraham, según se plantea en el Antiguo Testamento, surge el compromiso de Yahvé de defender a su pueblo y de salvarle de la opresión de otros pueblos, salvación que nada tiene que ver con el pecado original ni con ningún otro sino, como ya se ha dicho, con la liberación del pueblo de Israel del dominio de otros pueblos y con la destrucción de sus enemigos.  
Entre los diversos pasajes del Antiguo Testamento en los que se habla de la liberación o de la salvación del pueblo de Israel en este sentido puramente político y militar pueden mencionarse los siguientes:
-“Los israelitas estuvieron sometidos a Eglón, rey de Moab, dieciocho años. Pero clamaron al Señor, y el Señor les suscitó un libertador: Eud, hijo de Guera, benjaminita”[9].
“Entonces la ira del Señor se encendió contra Israel y los entregó en poder de Cusán Risatain, rey de Edom […] Pero clamaron al Señor, y el Señor les suscitó un libertador para salvarlos: Otoniel, hijo de Quenaz y hermano menor de Caleb”[10].
“El Señor suscitó a Israel un libertador, que los libró del yugo de Siria, y los israelitas habitaron como antes en sus casas”[11];
 “Escuchadme, corazones obstinados, que estáis lejos de la liberación: Yo mismo os liberaré muy pronto, mi salvación no tardará. Traeré a Sión mi salvación y colmaré a Israel de mi esplendor”[12];
“Pronto quedará libre el que estaba cautivo; no morirá en la fosa ni le faltará el pan. Yo soy el Señor, tu Dios, el que agita el mar y hace bramar sus olas […] He puesto mi palabra en tu boca, y te he cobijado al amparo de mi mano. Desplegué el cielo, cimenté la tierra, y dije a Sión: “Tú eres mi pueblo””[13].
Comentario: Los textos anteriores se refieren a una salvación puramente política del pueblo de Israel respecto a sus enemigos, aunque los dos últimos pasajes pueden parecer algo oscuros. Obsérvese que en todos los casos se habla de la salvación de Israel o de Sión –que en sentido restringido se referiría a Jerusalén, pero que en sentido amplio designa a la Tierra de Israel- y no se habla ni mucho menos de una salvación generalizada de la humanidad, a diferencia de la interpretación cristiana de la salvación
“Dios es nuestra salvación”[14]
Comentario: Esta frase, tan utilizada y cantada en diversas ceremonias del culto católico, no tiene nada que ver con la la idea de “salvación” que sugieren los dirigentes católicos, dándole un sentido espiritual y asociándola con la supuesta redención de Jesús, sino que, observando el contexto, se comprende fácilmente que el salmo 68 en su totalidad, al igual que los anteriores pasajes, se refiere a una salvación del pueblo de Israel respecto a sus enemigos –como puede verse en los versículos 22-24 de dicho salmo, reflejados en la nota anterior.
“Voy a vengarme y seré implacable, dice nuestro libertador, cuyo nombre es el Señor todopoderoso, el Santo de Israel”[15]
“¡Salid de Babilonia, huid de los caldeos! Anunciadlo y proclamadlo con gritos de júbilo, publicadlo hasta el confín de la tierra. Decid: “El Señor ha rescatado a su siervo Jacob”[16].  
Comentario: Recordemos que Jacob es Israel:
“-Tu nombre es Jacob, pero ya no te llamarán Jacob; tu nombre será Israel[17],
pero aquí no se refiere a la persona de Jacob sino al pueblo de Israel, formado a partir de Jacob y de sus doce hijos, que dieron origen a las doce tribus correspondientes. Como en tantas ocasiones sucede en la Biblia, la hija de Jacob, Dina, no cuenta para nada. Aún gracias que al menos se la menciona en alguna ocasión.
“Haré con ellos [con el pueblo de Israel] una alianza de paz, una alianza eterna […] Pondré en medio de ellos mi morada, yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo”[18].
Comentario: Aquí no se habla de salvación, pero sí de alianza, y dicha alianza incluye como parte de su contenido la protección y salvación de Israel por parte de Yahvé, un Dios tribal que defiende a su pueblo y aniquila a quien se le opone. Así, de nuevo conviene observar que el pueblo de Dios no es la humanidad sino el pueblo de Israel, a pesar de que los dirigentes católicos procuran que sus fieles crean lo contrario y por ello mismo no les animan a leer la Biblia para que descubran por sí mismos qué dice ese conjunto de libros sino sólo a escuchar los pasajes seleccionados por ellos que, aisladamente considerados, puedan tener un sentido ambiguo más acorde con lo que desean que su redil crea.
“Cantad al Señor un cantar nuevo, porque ha hecho maravillas […] El Señor hace pública su victoria, a la vista de la naciones revela su salvación”[19]
Comentario: De nuevo se trata de la salvación de Israel de sus enemigos y no de la salvación de la humanidad de sus pecados.
Y, de este modo, el concepto de “salvador” no tuvo en un principio el sentido que luego adoptó en el Cristianismo como liberador de aquel supuesto “pecado original” o de cualquier otro, sino el de libertador del pueblo judío de las situaciones de opresión en que había vivido a lo largo de muchos años, la última de las cuales fue la de su sometimiento al Imperio Romano.
2.3.3. Aunque se sabe muy poco –o apenas nada- de Jesús desde un punto de vista rigurosamente histórico, podría ser que en un principio el pueblo de Israel hubiera visto en él a uno de esos “mesías” que tanto se mencionan en el Antiguo Testamento o en la obra del historiador judío Flavio Josefo –contemporáneo de Jesús-, que luego se hubiera sentido traicionado por Jesús cuando éste pudo haberse desmarcado de la acción política proclamando, por ejemplo, “mi reino no es de este mundo” o “dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”- para mantenerse en una actitud más religiosa y menos cercana al activismo militar propio de los zelotes, grupo al que había pertenecido el apóstol Simón “el zelote” y posiblemente también Judas Iscariote, quien finalmente –al menos según los evangelios- pudo haberle traicionado –quizá porque a su vez se hubiese sentido traicionado-, que, a pesar de los intentos de Jesús por mantenerse alejado de la política, los romanos le hubiesen condenado a muerte por el delito político de “sedición”, y que a partir de su muerte aquellos de sus seguidores que tuvieron la ocurrencia de construir una nueva religión en torno a la figura de Jesús hubiesen modificado el concepto habitual de “salvador”, entendido como “libertador político y militar”, para darle el sentido de “salvador religioso” en relación con los pecados y, más concretamente, con aquel “pecado original” –del que no se habla en el Antiguo Testamento como pecado universal, sino sólo como pecado de Eva y luego de Adán-.
Por otra parte, sin embargo, el hecho de que el apóstol Pedro llevase una espada cuando los romanos fueron a detener a Jesús y el hecho de que el mismo Jesús ordenase a quienes estaban con él en aquellos momentos que vendiesen su manto y comprasen espadas[20] es un indicio muy importante de que el supuesto pacifismo de Jesús no era tan inequívoco como lo han querido presentar los dirigentes de la Iglesia Católica.
2.3.3.1. En relación con las anteriores especulaciones acerca de la figura de Jesús y acerca de cuáles debieron de ser los fines políticos o religiosos que se propuso, tiene especial interés hacer referencia a determinado pasaje evangélico relacionado con esta cuestión que tiene un tratamiento contradictorio en uno de los evangelios si lo comparamos con el que se le da en los otros, lo cual demuestra una vez más que los autores de los evangelios no se pusieron de acuerdo en presentar sus respectivas historias de un modo coherente y que, en cualquier caso, no estuvieron precisamente inspirados por el supuesto Espíritu Santo.
El pasaje al que me refiero es el que hace referencia al prendimiento de Jesús en el llamado “huerto de los olivos”, pues en la descripción de este suceso existe una grave contradicción entre los evangelios atribuidos a Mateo, Marcos y Juan, que presentan a Jesús como un auténtico practicante de la mansedumbre y de la paz que predicaba, dejándose detener sin oponerse y pensando que estaría cumpliendo la misión para la que fue enviado por Dios-Padre, y el atribuido a Lucas, que presenta a Jesús ordenando a sus apóstoles comprar espadas para enfrentarse a quienes pudieran venir a detenerle.
Así en el evangelio atribuido a Mateo se dice:  
“Uno de los que estaban con Jesús sacó su espada y, dando un golpe al criado del sumo sacerdote, le cortó una oreja. Jesús le dijo:
    -Guarda tu espada, que todos los que empuñan la espada, perecerán a espada. ¿O crees que no puedo acudir a mi Padre, que pondría a mi disposición en seguida más de doce legiones de ángeles? Pero, ¿cómo se cumplirían las escrituras, según las cuales tiene que suceder así?”[21].
Comentario: Resulta asombrosa la contradicción entre este texto, en el que Jesús pide a su defensor que guarde su espada y le diga además que todos los que empuñan la espada perecerán a espada, y el texto de Lucas, en el que el propio Jesús ordena a sus discípulos que compren espadas. En efecto se dice en Lucas:
“-Pues ahora, el que tenga bolsa que la tome, y lo mismo el que tenga alforja; y el que no tenga espada, que venda su manto y se la compre”[22].
Es igualmente chocante que Jesús diga que hubiera podido    acudir a su Padre y que éste habría puesto a su disposición más de doce legiones de ángeles. Tales palabras representan, en primer lugar, un reconocimiento implícito de la superioridad del Padre sobre el Hijo, ya que habría sido el Padre quien le habría tenido que salvar de ser detenido; y, en según lugar, un reconocimiento de que el autor de este pasaje consideró que el poder de Jesús no era mayor que el de cualquier otro ser humano, incapaz de enfrentarse con éxito a quienes iban a detenerle y necesitado para ello de la ayuda de alguna “legión de ángeles”, lo cual es, por otra parte, una muestra más del infantilismo del autor de este evangelio.         
Por su parte, en los evangelios atribuidos a Marcos y a Juan se da una versión análoga de este hecho[23], aunque bastante más resumida.
¿Qué tienen de particular estos textos? Pues que mientras en los pasajes de Mateo, Marcos y Juan se presenta a Jesús como un pacifista, dispuesto a cumplir con la misión para la que supuestamente había sido enviado por Dios, en el texto de Lucas se le presenta como un hombre dispuesto a enfrentarse, incluso con el uso de espadas, contra quienes van a detenerle, llegando a decirse en el evangelio de Juan que Pedro llevaba una espada con la que hirió a uno de los que venían a prender a Jesús[24], detalle que se cuenta con la mayor naturalidad, como si el uso de espadas por parte de los apóstoles fuese algo normal y corriente, a pesar de que no encaja con su anterior profesión de pescadores ni con el tipo de moral que Jesús había estado predicando, y a pesar de que el hecho de que los apóstoles llevasen espada no se menciona en ningún otro pasaje evangélico. Pero lo más sorprendente de todo es que el propio Jesús ordene a los apóstoles que quien no tenga espada venda su manto para comprar una, pues tales palabras son una muestra clara de una actitud radicalmente contraria a la mansedumbre que había estado predicando y que había aceptado como norma moral esencial en los diversos pasajes evangélicos.
Por ello y al margen de estas contradicciones, si se intenta encontrar una explicación para este pasaje del evangelio de Lucas tal vez pueda encontrarse a partir del supuesto de que Jesús se encontrase bastante próximo al movimiento de los “zelotes”, al que pertenecía Simón “Cananeo”, a quien en Lucas se llama precisamente “Simón, el zelote”[25], y muy posiblemente Judas Iscariote. La pertenencia de éstos al grupo de los apóstoles elegidos por Jesús puede ser un indicio claro de que el pensamiento de Jesús a nivel político-religioso pudo encontrarse en una línea próxima a la de los zelotes, claramente belicistas en contra de la dominación romana de Israel, aunque también lo estuviera a la de los esenios, más esencialmente religiosos. Por ello la traición de Judas pudo tener cierta explicación en cuanto Jesús hubiera dudado entre adoptar una actitud exclusivamente religiosa como la de los esenios o integrarse de manera clara en el grupo de los “zelotes” optando finalmente por la alternativa religiosa.
En cualquier caso, el hecho de que el autor del evangelio atribuido a Lucas escriba que Jesús ordenó a sus apóstoles que comprasen espadas es, entre otras cosas, una prueba de la falta de cuidado por parte de quienes escribieron los evangelios para ponerse de acuerdo y presentar un montaje coherente, al margen de que pudiera ser cierto que Jesús les animase a luchar, lo cual no resulta compatible con su teórica mansedumbre, por encima de conflictos políticos y más allá de cualquier conducta violenta en relación con el prójimo, a quien había que amar como a uno mismo, sino, si acaso, con la lucha armada contra el pueblo romano, defendida por el movimiento zelote.
Pero, en definitiva, nos encontramos ante una nueva contradicción que parece impropia del supuesto Espíritu Santo, de quien los dirigentes católicos afirman que inspiró los escritos bíblicos.
2.3.3.2. Como ya se ha dicho, a pesar de su carácter tan irracional la salvación, que en el Antiguo Testamento había tenido el significado de una liberación política referida al pueblo de Israel, pasó a significar en el Nuevo Testamento una liberación de la humanidad respecto al pecado, que habría tenido como condición el sacrificio de Jesús en una cruz para conseguir el perdón de Dios-Padre, a pesar del cual, sin embargo, dicho perdón sólo lo conseguirían “los escogidos”, según se indica en los evangelios.
En cuanto al hecho de si la salvación se refiere al perdón del pecado en general, al perdón del “pecado original” o a ambos, Pablo de Tarso defiende la primera interpretación:
“Dios nos ha mostrado su amor haciendo morir a Cristo por nosotros cuando aún éramos pecadores”[26].
Sin embargo, los dirigentes de la secta católica introdujeron la absurda doctrina del “pecado original”, cuyo fundamento por lo que se refiere a la idea de que se trata de un pecado que se hereda se encuentra posiblemente en el Antiguo Testamento, donde con excesiva facilidad el daño cometido por determinada persona iba seguido de un castigo que recaía no sólo en quien lo había cometido sino en toda su familia, “hasta la tecera y cuarta generación”, como se hace decir a Yahvé en tantas ocasiones. Tal mentalidad es también la que tal vez serviría de explicación a la leyenda bíblica según la cual en la última de las plagas de Egipto, Yahvé ordenó la muerte de todos los primogénitos de Egipto –incluso la de los animales-, los cuales no tenían nada que ver con el comportamiento de su faraón cuando éste se negó a permitir la marcha de los israelitas.
Según los autores del Antiguo Testamento, tanta crueldad y tantas muertes se producían como consecuencia del abandono de Yahvé por parte de los israelitas, que se dejaban llevar por la tentación de adorar a otros dioses. Pero, en realidad y como ya se ha dicho, eran los sacerdotes de Israel, como dirigentes de su pueblo, quienes por temor a perder autoridad castigaban de un modo especialmente cruel y salvaje a quienes adorasen a otros dioses y a su descendencia “hasta la tercera y cuarta generación”, diciendo que era Yahvé quien les había ordenado castigar de ese modo a los idólatras, y consiguiendo así mantener su autoridad de modo férreo, pero  seguro.





[1] Génesis, 6:18-20
[2] Éxodo, 21:24. También en otros pasajes, como Levítico, 24:20, y Deuteronomio, 19:21.
[3] En este sentido y como confirmación de esta idea del Dios del Antiguo Testamento pueden consultarse los capítulos correspondientes de este estudio (capítulos 1.3 y sus correspondientes apartados 1.3.1-1.3.5).
[4] Mateo, 22:14.
[5] Leyendo el pasaje donde se habla de tal alianza, cualquiera puede darse cuenta de que más bien que se trata de una imposición de tal tratado por parte de Yahvé a Abraham que de una auténtica alianza. Es evidente, por otra parte, que tal imposición no tuvo nada que ver con Yahvé sino con los creadores de tal divinidad, interesados en que el pueblo obedeciera las órdenes que ellos le daban “en nombre de Yahvé”.      
[6] Baruc, 2:35. Además de éste, hay muchos otros pasajes del Antiguo Testamento que reflejan estas mismas ideas, como sucede en el siguiente: “Tú, Señor, eres el Dios que elegiste a Abrán […] Viste que su corazón te era fiel e hiciste una alianza con él. Prometiste darle, a él y a su descendencia, la tierra de los cananeos, hititas, amorreos, pereceos, jebuseos y guergueseos” (Nehemías, 9: 7-8). La cursiva es mía.
[7] Josué, 23, 16. La cursiva es mía.
[8] Génesis, 19: 5. La cursiva es mía.
[9] Jueces, 3:14-15. La cursiva es mía.
[10] Jueces, 3:8-9. La cursiva es mía.
[11] 2 Reyes, 13:5. La cursiva es mía.
[12] Isaías, 46:12-13. La cursiva es mía.
[13] Isaías, 51:14-16.
[14] Salmos, 68:20. Los versículos 22-24 dicen: “Pero Dios aplastará las cabezas de sus enemigos, el cráneo de los que proceden criminalmente. Dijo el Señor: De Basán los traeré, los traeré desde el fondo del mar, para que bañes tus pies en la sangre de tus enemigos y la puedan lamer las lenguas de los perros”.
[15] Isaías, 47:3-4. La cursiva es mía.
[16] Isaías, 48:20.
[17] Génesis, 35:10.
[18] Ezequiel, 37:26.
[19] Salmos, 98:1-2.
[20] Lucas, 22:36.
[21] Mateo, 26:51-54.
[22] Lucas, 22:36.
[23] Lucas, 22:49-51.
[24] Juan, 18:10-11: “Entonces Simón Pedro, que tenía una espada, la desenvainó e hirió con ella a un siervo del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha”.
[25] “Simón llamado Zelota” (Lucas, 6:15).
[26] Romanos, 5:8.

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