JESÚS NO ES DIOS NI ES HIJO DE DIOS
La contradicción evangélica entre la
doctrina que afirma que Jesús es Dios y la que lo niega.
Ya
el mismo hecho de que se diga que Jesús fue HIJO
de Dios es por sí mismo más que sospechoso de tratarse de una invención
porque la categoría biológica de hijo es
realmente antropomórfica, de manera que mezclar a Dios en este tipo de cosas
considerándolo como padre, en cuanto
Dios-“Padre”, y como hijo, en cuanto
Dios-“Hijo”, suena a cuentecillo infantil bastante cursi, pero mucho más cuando
se intenta entender cómo Dios pudo ser padre de sí mismo, por mucha imaginación
que se quiera poner a este asunto diciendo que esta relación tiene un carácter
eterno, de manera que ni siquiera en el tiempo Dios Padre habría sido anterior
a Dios-Hijo ya que eternidad y temporalidad son conceptos inconmensurables. El
problema se complica un poco más cuando, a la vez que se habla del carácter
eterno del Hijo, se dice que el éste nació de María hace alrededor de dos mil
años, pues en tal caso no habría estado completo
hasta el momento en que por fin adquirió un cuerpo humano gracias a María, pero
esta hipótesis no encaja para nada en la doctrina según la cual Dios –tanto el
Padre como el Hijo o el Espíritu Santo- es eterno.
Pero,
al margen de los problemas que plantean estas consideraciones de carácter
general, existen otros que se encuentran en los escritos bíblicos y que se
analizan a continuación.
El primero de todos es el hecho de que en todo el Antiguo Testamento no hay un solo texto
que hable del Hijo de Dios –y mucho
menos de la madre que lo parió-.
Paso
ahora al comentario de los diversos textos evangélicos que tratan de algún modo
de esta cuestión.
Aunque
en los evangelios aparece la afirmación según la cual Jesús es “Hijo de Dios”,
también aparecen afirmaciones que, de manera explícita o implícita, consideran
que Jesús, aunque fuera un profeta, un enviado o un siervo de Dios, sin embargo
no se identificaba con Dios ni con su supuesto hijo. Por otra parte, en
diversos textos se presenta un argumento para demostrar la filiación divina de
Jesús que podría servir igualmente para que cualquiera pudiera demostrar la
suya propia: En efecto, el empeño de los autores de estos pasajes evangélicos
por demostrar que Jesús era hijo de Dios fue tan exagerado –y tan interesado- que
llegaron a utilizar el ridículo argumento de concluir que Jesús era hijo de
Dios porque era hijo de José, cuya genealogía se remontaba hasta Adán y la de
éste hasta el propio Dios. Pero lo más absurdo del caso era que, a continuación
de este argumento, aparecía otro que era incompatible con el primero, de manera
que, si uno de ellos era verdadero, el otro era necesariamente falso.
Efectivamente dice el segundo argumento que María había concebido por obra del
Espíritu Santo, lo cual representaba una negación implícita de que Jesús fuera
hijo de José, por lo que resulta asombroso que el autor de estos pasajes
evangélicos, que aparecen en el evangelio atribuido a Lucas, presentase ambos argumentos sin detenerse a pensar que cada
uno de ellos era incompatible con el otro, ya que, si Jesús era hijo del
Espíritu Santo, no podía ser hijo de José, mientras que, si era hijo de José,
no podía ser hijo del Espíritu Santo.
Ahora bien, en cuanto estas doctrinas son
contradictorias, eso representa una nueva demostración de que tales escritos no
pueden haber sido inspirados por ninguna divinidad veraz sino por aquellos que
por los motivos que fueran no estaban muy a gusto sometidos a los dirigentes de
la religión de Israel y optaron por crear una variante de ella hace casi dos
mil años.
Conviene tener en cuenta que una sola falsedad en
los “libros sagrados”, supuestamente inspirados por Dios, es suficiente como
para tener que dejar de dar crédito alguno a cualquier doctrina que simplemente
haya que aceptar por fe, en cuanto no existe obligación alguna de creer lo que
los dirigentes católicos dicen que hay que creer.
Como ya he
comentado antes, en Lucas, 3:23-38,
el autor de este pasaje “demuestra” la filiación divina de Jesús a partir del
supuesto de que, según opinaba la gente, Jesús era hijo de José, pues el autor
enumera todo el árbol genealógico de Jesús hasta llegar a “Adán y Dios”[1].
En este asunto hay realmente un hecho realmente extraño
que conduce a la idea de que el autor de este evangelio es plenamente
consciente de que no habla desde la inspiración del Espíritu Santo sino sólo
desde el interés demostrar lo que le interesa, aunque para ello deba utilizar
argumentos que resultan incoherentes entre sí, como son el de que
“Jesús
[…] en opinión de la gente, era hijo de José”[2],
y el de que Jesús no
era hijo de José sino del Espíritu Santo, pues, si contaba con el privilegio de
estar inspirado por el Espíritu Santo, ¿qué necesidad tenía de presentar tal
conjetura a partir de la “opinión de la gente”, cuando tal conjetura estaba ya
implícitamente rechazada desde el momento en que en un pasaje anterior este
mismo autor había escrito que el ángel Gabriel había comunicado a María que el
Espíritu Santo sería el padre de su hijo:
“-El Espíritu Santo
vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, el
que va a nacer será santo y se llamará Hijo de Dios”[3].
Es cierto que estos dos
pasajes no son contradictorios entre sí, pues el primero se basa en “la opinión
de la gente” mientras que el segundo habría sido inspirado por el mismo Espíritu
Santo. Sin embargo, el hecho de contar con dicha inspiración habría sido una
razón definitiva para desechar de manera fulminante “la opinión de la gente” en
lugar de darle la importancia que el evangelista le concede sólo por el interés
de contar con “una bala en la recámara”, es decir, de contar con el argumento
basado en la genealogía de José para el caso de que el portentoso acontecimiento
de que Jesús era hijo del Espíritu Santo resultase increíble. Otro aspecto
curioso y sospechoso de este caso consiste en que, cuando el autor de este
evangelio dice “de acuerdo con la opinión de la gente”, utiliza el argumento
basado en tal filiación, pero no hace luego, en ningún momento, ninguna crítica
de esta opinión a pesar de su incompatibilidad con la que consideraba al
Espíritu Santo padre de Jesús.
Esta contradicción tan burda conduce a la sospecha
de que el autor de este escrito fue un falsificador de toda esta historia, especialmente
interesado en demostrar por todos los medios que Jesús era Hijo de Dios, de
manera que su “evangelio”, a pesar de sus errores y contradicciones, sirvió para la creación de la secta
cristiana, que se separó de la religión judía tradicional y que en poco tiempo
se extendió ampliamente por el imperio romano gracias a la habilidad de Pablo
de Tarso para presentar la labor del “mesías” o “salvador” como una misión
universal de carácter no material sino espiritual y, por ello mismo, no
orientada a la “salvación” o liberación del pueblo de Israel.
2.1.1. A
continuación se presenta una serie de pasajes evangélicos en los que se
defiende de modo implícito pero muy claro la idea de que Jesús no se identifica con Dios y la de que ni siquiera se
considera que sea “su hijo”:
a)
Así sucede, por ejemplo, cuando, según el evangelio
de Mateo, estando ya crucificado exclama:
“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?”[4],
palabras que
evidentemente no tendrían sentido si Jesús se identificase con el propio Dios y
que además implican una desconfianza y un reproche a ese Dios por parte de
Jesús por haberle abandonado, a no ser que los evangelistas colocasen tales
palabras en boca de Jesús porque, como conocedores del Antiguo Testamento sabían que aquella frase pertenecía a los Salmos y querían que hacer creer a
quienes querían convertir a la nueva religión que lo que había sucedido era que
en el Antiguo Testamento se habían
profetizado las palabras que Jesús diría estando en la cruz –y otras muchas que
aparecen en diversos pasajes evangélicos-.
b)
Igualmente, en este mismo evangelio se dice:
“Jesús se acercó y se dirigió a ellos
con estas palabras:
-Dios me ha
dado autoridad plena sobre el cielo y la tierra”[5].
Resulta
evidente que, si Dios le ha dado autoridad, eso sólo tiene sentido en
cuanto el propio Jesús no se identifique con Dios, pues no tendría sentido
afirmar que Dios ha dado autoridad a Dios, mientras que sí lo tiene
afirmar que Dios ha dado autoridad a Jesús en cuanto el propio Jesús no
se identifique con Dios. Si algún cristiano convencido quisiera encontrar una
solución más acorde con sus creencias, quizá podría decir que el significado de
esta frase era que Dios –en cuanto Padre-
había dado autoridad plena a Jesús –en cuanto hijo-, en tal caso el
problema surgiría a partir de la consideración de que, en cuanto el Padre, el
Hijo y el Espíritu Santo era Dios, ninguno de ellos podía tener autoridad sobre
los otros y, por ello, aquella frase sólo tendría sentido en cuanto Jesús no
fuera visto como Dios.
Una consecuencia que se deduce de todo esto es que
posiblemente en aquellos primeros tiempos ni los propios cristianos tuvieron
claro qué papel habían de atribuir a Jesús en la nueva religión. De hecho hubo
numerosos evangelios que la primitiva organización cristiana desechó como
“apócrifos” porque decían incongruencias demasiado evidentes respecto a las
doctrinas que inicialmente se consideraron como el cuerpo básico de doctrinas
del cristianismo. Finalmente, hacia los años del siglo IV los cuatro evangelios
-de Lucas, Mateo, Marcos y Juan- fueron considerados como canónicos y, por ello
mismo, únicos como evangelios inspirados por el Espíritu Santo por los
dirigentes cristianos del momento que al parecer estaban superinspirados por
dicho Espíritu para poder decidir qué evangelio estaba igualmente inspirado y
cuál no. No obstante, tuvo que llegar el siglo XVI para que finalmente en el
Concilio de Trento, en el año 1546, se presentase de forma dogmática la lista
oficial de libros del Nuevo Testamento..
c)
Del mismo modo en el evangelio de Marcos
se dice:
“…el Señor Jesús fue elevado al cielo y
se sentó a la diestra de Dios”[6],
frase en la que, en
primer lugar, se niega el dogma de la ascensión, ya que en ella no se afirma
que el propio Jesús ascendiera al cielo por su propio poder sino que “fue
elevado”; en segundo lugar, se dice que se sentó a la diestra de Dios,
lo cual no podría suceder si Jesús fuera Dios, pues afirmar que alguien se
siente a su propia diestra no tiene sentido; en tercer lugar, el autor de
este escrito presenta esta descripción como si hubiera estado presente en este
supuesto acontecimiento, lo cual es más que improbable y conduce a la sospecha
de que autor de este evangelio se deja llevar de su fantasía –más que de la
inspiración del supuesto Espíritu Santo- al escribir este pasaje y muchos otros;
y, finalmente, este texto es claramente antropomórfico cuando dice que Jesús “se
sentó”, lo cual sugiere la idea de un rey que se sienta en su trono para estar
más cómodo que estando en pie o de alguien que se encuentra cansado y se sienta
para descansar, pero no encaja con la idea de un Dios, cuya perfección no se
ajustaría para nada con la idea de “sentarse”, acción que se relaciona
especialmente con una necesidad como
la de descansar.
d)
Y en el evangelio de Juan se afirma
igualmente:
“Porque yo [= Jesús] no hablo en virtud
de mi propia autoridad; es el Padre, que me ha enviado, quien me ordenó lo que
debo decir y enseñar. Y sé que sus mandamientos llevan a la vida eterna. Por
eso, yo enseño lo que he oído al Padre”[7].
Es
decir, Jesús dice que él no tiene autoridad por sí mismo sino por el Padre, que
le habría enviado, pero, si Jesús se hubiera identificado con Dios, la
afirmación según la cual él no hablaba en virtud de su propia autoridad habría
sido sencillamente absurda y en contradicción con la misma dogmática católica.
Además, dice este pasaje que fue el Padre quien
le ordenó lo que debía decir, lo cual sería absurdo teniendo en cuenta que,
desde la propia dogmática de la jerarquía católica, tanto el Padre como el Hijo
serían Dios y, por ello, sería totalmente inadmisible que Dios (Padre) ordenase
algo a Dios (Hijo). Igualmente, cuando dice “yo enseño lo que he oído al Padre”
Jesús está reconociendo que él es sólo un mandado, que ni siquiera tiene
criterio propio para saber qué tiene que decir, lo cual no encaja para nada con
la idea de que Jesús fuera Dios en cuanto se considere que Dios, tanto si es
Padre como si es Hijo, es infinitamente sabio.
e) Igualmente y por lo que se refiere a la segunda
venida del “Hijo del hombre” el autor del evangelio atribuido a Marcos
escribe:
“En cuanto al
día y la hora, nadie sabe nada, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sino sólo
el Padre”[8].
De
nuevo nos encontramos aquí con el absurdo de suponer que mientras Dios-Padre
sería omnisciente, Dios-Hijo no lo sería en cuanto desconocería hechos como el
que aquí se mencionan. Ahora bien, al margen de que el dogma de la Trinidad,
criticado en otro capítulo, hable de tres personas y un solo Dios, lo que
resulta inadmisible de manera especial es que tales personas puedan diferir por
el grado mayor o menor de posesión de cualidades que pertenecen a Dios en
cuanto tal, como la de la omnisciencia –que no admite grados-, por lo que el
texto citado es otro ejemplo de contradicción.
f)
En los Hechos de los apóstoles se
señala también la diferencia entre Jesús y Dios, cuando se dice:
“A este Jesús Dios lo ha resucitado, y
de ello somos testigos todos nosotros”[9],
pues, en efecto, la
frase Dios ha resucitado a Jesús sólo puede tener sentido desde el
momento en que Dios y Jesús sean distintos, siendo Dios quien con su poder
resucita a Jesús. Pero de nuevo nos encontramos con que esta distinción
contradice la dogmática de la Iglesia Católica, para la cual Dios y Jesús no
son distintos, aunque admitan de modo contradictorio la distinción entre el
Hijo, el Padre y el Espíritu Santo, pues, si cada una de esas tres personas son
Dios, por lo mismo deben poseer en grado infinito el conjunto de todas las
perfecciones divinas, de manera que sería absurdo que se dijera que el Padre tiene
mayor autoridad que el Hijo, que el Hijo ama más que el Padre o que el Espíritu
Santo es más fuerte que el Hijo. ¿En qué se diferenciarían entonces? En nada más
que en el nombre.
g)
Más adelante se insiste en esta misma diferencia entre Jesús y Dios, y en la
consideración de que Dios resucitó a Jesús:
“Pedro y los apóstoles respondieron:
-Hay que
obedecer a Dios antes que a los hombres. El
Dios de nuestros antepasados ha resucitado a Jesús […] Dios lo ha exaltado
a su derecha como Príncipe y Salvador […] Nosotros y el Espíritu Santo que Dios
ha dado a los que le obedecen somos testigos de todo esto”[10].
En este pasaje se
insiste en la diferente categoría entre Dios y Jesús, considerando que Dios “ha
resucitado a Jesús” y “lo ha exaltado a su derecha como Príncipe y Salvador”,
lo cual representa un reconocimiento explícito de que, desde la perspectiva del
autor de esta obra, Dios y Jesús son realidades distintas.
Llama también la atención el hecho de que en el
relato de Lucas se diga “somos testigos de todo esto”, afirmación que representa
un punto de vista dogmático, propio de todos los creadores de religiones en
cuanto, siendo unos impostores, se presentan como si realmente hubiesen tenido
una revelación especial en la que los demás debieran creer en lugar de
sospechar o estudiar de forma crítica si quienes dicen haber tenido tal
revelación lo que tal vez tuvieron fue una alucinación o tal vez mintieron de
manera calculada para convencer a la población ignorante e ingenua. ¿Con qué
derecho podían exigir los iluminados de entonces o los obispos actuales que se
tuviera fe en sus palabras cuando no han presentado ninguna señal especial que
les haga acreedores de la más mínima confianza y cuando además su propia forma
de vida es tan repugnante que el creer en sus mentiras sería una clara muestra
de pusilanimidad y de ligereza intelectual?
h)
De modo similar, momentos antes de morir Esteban dice:
“–Veo los cielos abiertos,
y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios”[11],
frase en la que se
diferencian claramente ambas figuras de un modo jerárquico: Dios como figura
principal y Jesús –el Hijo del hombre- como figura secundaria, aunque importante.
Tiene interés insistir en este detalle porque, si no se hubiera querido
reflejar esta diferencia entre Dios y Jesús, el autor de ese escrito habría
podido escribir que Esteban veía a Jesús a la diestra del Padre –o al Hijo de
Dios a la diestra de su Padre-, lo cual hubiera podido ser compatible con el
reconocimiento implícito de que tanto el Padre como Jesús eran Dios, pero no “a
la diestra de Dios”, pues en ese caso se está diferenciando inevitablemente
entre Jesús, por un parte, y Dios, por otra.
i)
El hecho de que Jesús critique la acción de Dios cuando en referencia a Judas dice
“más le valdría a ese hombre no haber
nacido” implica que Jesús no podía ser Dios, pues en caso contrario no tendría
ningún sentido que se hubiera criticado a sí mismo por haber creado a Judas, pues
efectivamente se dice en Mateo:
“Más le valdría a ese hombre no haber nacido”[12]
i)
En esta misma obra se llega incluso a considerar que Jesús sólo es un siervo
de Dios, que, por lo tanto, no se identificaría con el propio Dios ni sería
siquiera su hijo, como se dice en otras ocasiones. En efecto, se dice en el
correspondiente pasaje:
“El Dios de Abrahán, de Isaac y de
Jacob, el Dios de nuestros antepasados, ha manifestado la gloria de su siervo Jesús…”[13].
Más
adelante se insiste en esta misma consideración presentando a Jesús como
“siervo de Dios”, obediente a sus decisiones:
“En esta ciudad, en efecto, se han
aliado Herodes y Poncio Pilato, junto con extranjeros y gentes de Israel,
contra tu siervo Jesús, al que
ungiste, para hacer lo que tu poder y tu voluntad habían decidido de antemano
que sucediera […] Manifiesta tu poder para que se realicen curaciones, señales
y prodigios en el nombre de tu santo
siervo Jesús”[14].
Pero,
si Jesús era “siervo de Dios”, difícilmente podía ser “Dios”, es decir, “siervo
de sí mismo”. Pues, aceptando incluso el dogma de la Trinidad según el cual en
Dios hay tres personas, en ningún caso podría tener sentido que, siendo Dios
cada una de esas tres personas, una de ellas –el Hijo- pudiera ser sierva de
otra –el Padre-, por mucho sentido metafórico que se quiera dar al texto.
j)
A continuación se llega incluso a distinguir entre Jesús y el Señor,
considerando que ese “Señor”, identificado con Dios, es quien habría enviado al
Mesías como un profeta semejante en el mejor de los casos al propio
Moisés, pero no superior a él, un profeta “suscitado entre vuestros hermanos”,
es decir, procedente del propio pueblo de Israel:
“Llegarán así tiempos de consuelo de
parte del Señor, que os enviará de nuevo a Jesús, el Mesías que os estaba
destinado […] Moisés, en efecto, dijo: el Señor Dios vuestro suscitará de
entre vuestros hermanos un profeta como yo; escuchad todo lo que os diga; y el
que no escuche a este profeta será excluido del pueblo”[15].
k)
En el evangelio atribuido a Mateo se insiste en la diferencia entre Jesús y
Dios cuando se pone en boca del propio Jesús la frase:
“No juzguéis, para que
Dios no os juzgue”[16],
frase en la que Jesús
declara nuevamente, de modo implícito pero incuestionable, que él no es Dios,
pues en caso contrario en lugar de decir “para que Dios no os juzgue” –como si
al nombrar a Dios se estuviera refiriendo a alguien distinto de sí mismo-,
hubiera podido decir “para que yo no os juzgue”, y mucho más teniendo en cuenta
que en otros pasajes, como el que se cita a continuación, se hace referencia a
Jesús como juez que juzgará a todos los hombres al final de los tiempos.
l)
En efecto, en Hechos de los apóstoles se afirma con absoluta claridad la
diferencia entre Dios, por una parte, y Jesús, por otra, considerando a Jesús
el “ungido” y “resucitado” gracias al poder de Dios –no al suyo propio-, y también
como el “juez” designado por el propio Dios, lo cual implica asumir que Dios
tiene autoridad sobre Jesús en cuanto es el propio Dios quien “constituye” a
Jesús como “juez de vivos y muertos”:
[Pedro tomó la palabra
y dijo:] “me refiero a Jesús de Nazaret, a quien Dios ungió con Espíritu
santo y poder […] Dios lo resucitó el tercer día […] Dios lo ha
constituido juez de vivos y muertos”[17].
m)
En esta misma obra se considera a Jesús como “hombre” elegido por Dios, pero
sólo como “hombre” y no como “Hijo de Dios”. En efecto, se dice en Hechos de los apóstoles:
“[Dios] ha establecido un día, en el que
va a juzgar al universo con justicia por medio de un hombre designado por él,
a quien ha acreditado ante todos resucitándolo de entre los muertos”[18].
De
nuevo Dios es aquí el protagonista que ha designado a un hombre, a Jesús, como
juez, y quien lo ha resucitado de entre los muertos”. ¿Cómo podría decirse el
mismo tiempo que Dios y Jesús fueran una misma realidad? ¿Cómo es posible que
los cristianos sean tan ciegos y no se enteren de lo que está dicho con tanta
claridad en tantos pasajes del Nuevo
Testamento? Parece que una de las principales explicaciones de este hecho
se encuentra en que sencillamente los cristianos, en su inmensa mayoría, no se
han leído la Biblia, ni el Antiguo ni el Nuevo Testamento y que permiten que el cura de turno les manipule
de diversas maneras y, entre ellas, leyéndoles los pasajes evangélicos que
están más acordes con aquello que desean escuchar, y ocultándoles aquellos
otros que están en contradicción con los anteriores -como todos estos que estamos
viendo- y que niegan la divinidad de Jesús.
n)
Por su parte, Pablo de Tarso se refiere a Jesús como un siervo “sometido” al
poder de Dios, lo cual no tendría sentido si el propio Jesús se identificase
con Dios:
“Y cuando le estén sometidas todas las
cosas, entonces el mismo hijo se someterá también al que le sometió todo,
para que Dios sea todo en todas las cosas”[19].
ñ)
En relación con esta cuestión tiene interés también hacer referencia al dogma
de la ascensión de Jesús pues se
puede comprobar la existencia de textos “sagrados” en los que en lugar de
defenderse la idea de que Jesús ascendió a los cielos por su propio poder, se
afirma que fue elevado, es decir, que fue llevado por un poder que,
aunque no se menciona de modo explícito, evidentemente se trataría del poder de
Dios. Así queda expresado en los evangelios atribuidos a Marcos y a Lucas, y en
los Hechos de los apóstoles en pasajes como los siguientes:
-“el Señor Jesús fue elevado al
cielo y se sentó a la diestra de Dios”[20],
-“hasta el día en que fue elevado a
los cielos”[21]
-“y mientras los bendecía se separó de
ellos y fue llevado al cielo. Ellos, después de postrarse ante él, se
volvieron a Jerusalén rebosantes de alegría”[22].
En
relación con esta última cita, tiene interés llamar la atención acerca del
hecho de que en ella se dice que los discípulos de Jesús “estaban continuamente
en el templo”. Ahora bien, ¿en qué templo? Se trataría evidentemente de un
templo judío, el templo de Jerusalén, lo cual refuerza de manera muy
importante la tesis ya defendida de que Jesús, siendo muy probablemente un esenio,
no intentaba crear una nueva religión alejada del judaísmo, sino predicar la
práctica de dicha religión de un modo más auténtico y menos ligado a los
rituales meramente formales y vacíos de espiritualidad.
2.1.2. Por
otra parte, según se deduce de las afirmaciones de los dirigentes de la Iglesia
Católica Jesús sería tan hijo de Dios como yo, pero no más. No es que
esos señores lo afirmen, pero, según el argumento utilizado por los evangelios para afirmar la filiación
divina de Jesús, cualquiera que aceptase que su genealogía se remontaba hasta
Adán podría considerarse hijo de Dios, en la misma o incluso en mayor medida en
que los dirigentes católicos consideran que Jesús lo es, pues desde esta línea
de argumentación, la filiación divina de Jesús habría quedado sin demostrar por
haberse basado en una ascendencia, negada en los lugares en que se dice que
Jesús no fue hijo de José.
Esta línea argumentativa podían haberla defendido
sin problemas si el machismo bíblico no hubiera sido tan radical, pues los
autores de estos escritos habrían podido buscar los ascendientes de Jesús por
vía materna en lugar de hacerlo
por la paterna, ya que tanto si se tenía en cuenta que María era descendiente
de Adán como si se consideraba que concibió por obra del Espíritu Santo, en
ambos casos podía concluirse que Jesús era hijo de Dios. Pero, al
considerar a Jesús hijo de José y a la vez hijo del Espíritu Santo afirmaron
como verdad doctrinas incompatibles, una de las cuales al menos era falsa, por
lo que también lo era el argumento que se montase sobre tal premisa.
Resulta por ello más que sospechoso que el Espíritu
Santo inspirase ambas doctrinas y en cuanto sea sospechoso respecto a la verdad
de una, de manera automática se convierte en igualmente sospechoso todo lo que hubiera
podido inspirar en cualquier momento.
2.1.3. Por
otra parte y aunque se trate de un tema tangencial al anterior, tiene interés
señalar que la doctrina según la cual Jesús era hijo de María implicaba que Jesús
habría tenido un origen temporal, que habría tenido su comienzo en el
momento en que fue engendrado, y, por ello, no
sería eterno como el “Padre”. De hecho el Hijo no aparece por ninguna parte
en el Antiguo Testamento y el motivo
no parece haber sido otro que el hecho que la nueva religión exigía un cambio
esencial respecto a la religión de Israel, cambio que, entre otros aspectos,
consistió en presentar a Jesús como “Hijo de Dios”, por muy ridícula y absurda
que tal doctrina fuera. Y, desde luego lo era, entre otros motivos porque era contradictoria
con la doctrina, aceptada por la nueva religión, el cristianismo, de que Dios,
tanto en la persona del Padre como en la del Hijo o en la del Espíritu Santo, era
eterno, pues, si el Hijo era eterno, no pudo haber nacido en ningún momento,
mientras que la nueva religión le asignó una madre en la persona de María que
le habría engendrado hace poco más de dos mil años.
2.1.4.
La contradicción evangélica según la cual Jesús fue y no fue hijo de José.
Dice el evangelio atribuido a Mateo que Jesús era
hijo de Dios porque, tras analizar su ascendencia de manera exhaustiva, pudo
concluir en que ésta, ¡¡comenzando por José, el esposo de María!!, se remontaba
hasta Abraham.
CRÍTICA:
He aquí otro ejemplo de contradicción, de ésas a las que los dirigentes
católica llama “misterios”.
Aunque el argumento no es concluyente por cerrar las
bases argumentativas en Abraham, parece fácil suponer que quien escribió tal
argumento utilizaba como premisa implícita la de que Abraham era hijo de Adán y
éste de Dios y que, por ello, ¡Jesús era hijo de Dios! Así que en resumidas
cuentas Jesús era hijo de Dios porque era hijo de José. Así lo dice
efectivamente este evangelio, que tras enumerar a toda una serie de
descendientes de Abraham, finalmente dice:
“Y Jacob engendró a José, el esposo de
María, de la cual nació Jesús, llamado Mesías”[23].
Lo
más curioso del caso es que, después de haberse servido de José para demostrar
que Jesús era hijo de Dios, casi a continuación este mismo evangelio diga que
María “había concebido por la acción del Espíritu Santo”[24].
Así que, si lo que quería quien escribió este relato era demostrar que Jesús
era hijo de Dios, podía haberse ahorrado esta contradicción de afirmar
primero y de negar después que Jesús fuera hijo de José, quedándose o bien con
el argumento de que Jesús era hijo de Dios porque su ascendencia, pasando por
José, se remontaba hasta Abraham y éste descendía de Dios, o bien con el de que
era hijo de María, que había concebido a Jesús “por obra del Espíritu Santo”.
Así que lo más grave de este planteamiento es precisamente
que la suma de esos dos argumentos determina la aparición de una nueva contradicción, pues cada uno de ellos es
incompatible con el otro. Es decir, si Jesús era hijo de Dios por ser hijo
de José, que era hijo de Abraham, que era hijo de Dios, entonces no tenía
sentido considerar que fuera hijo de Dios porque María hubiera concebido por
obra del Espíritu Santo, mientras que si era hijo de Dios por este último
motivo, entonces no tenía sentido devaluar “la labor” del Espíritu Santo,
añadiendo a ella la que se relacionaba con la ascendencia genealógica de José hasta
Abraham y hasta Dios.
Además, mediante esta última demostración tan
infantil, todos seríamos tan hijos de Dios o más que el propio Jesús –en cuanto,
si se niega que Jesús fuera hijo de José, a partir de tal negación se niega la
totalidad de su ascendencia hasta Dios-.
El evangelio atribuido a Lucas incurre en la misma
contradicción que el de Mateo en cuanto, por una parte, afirma que Jesús fue
concebido por obra del Espíritu Santo y, por otra, lo considera igualmente como
hijo de José y, remontándose desde la genealogía
de José hasta Adán, como hijo de Dios.
En efecto, por lo que se refiere a la primera tesis
y según este evangelio, el ángel Gabriel le dice a María que concebirá a un
hijo y ella le responde:
“¿Cómo será esto, si yo no tengo
relaciones con ningún hombre?”[25].
Y entonces Gabriel le
responde:
“El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el
poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, el que va a nacer será
santo y se llamará Hijo de Dios”[26].
Pero,
por otra parte, el escritor de ese relato dice que Jesús “en opinión de la
gente era hijo de José” y, según parece, dicho autor concedió una importancia
especial a esta opinión de “la gente”, pues a continuación y tomándola en
cuenta, enumera la ascendencia de Jesús para remontarse en esta ocasión hasta
el mismo Adán, que era hijo de Dios, por lo que Jesús también lo era. En
efecto, escribe en este sentido:
“en opinión de la gente, [Jesús] era
hijo de José. Estos eran sus ascendientes: Helí, Matat, Leví […] Set, Adán, y
Dios”[27].
Resulta
realmente llamativa la inefable sabiduría del Espíritu Santo al inspirar un argumento
tan agudo y profundo como el que se acaba de ver. Pero, ¡oh, curioso y
anecdótico misterio!, a pesar de que según la jerarquía católica los evangelios
están inspirados por el mismo Dios, ninguno de los diez ascendientes más
próximos a José según el evangelio atribuido a Lucas coincide con los de la
lista que aparece en el evangelio atribuido a Mateo. No es fácil comprender
los despistes del Espíritu Santo respecto a la enumeración de los ascendientes de
José, pero lo que es evidente es que si una de las listas de tales ascendientes
es verdadera, de acuerdo con el principio de contradicción la otra debe ser falsa
y viceversa.
Por su parte, el evangelio atribuido a Marcos no
dice nada relacionado con el nacimiento ni con la ascendencia de Jesús;
simplemente afirma que era “Hijo de Dios”[28] y
el evangelio de Juan tampoco dice nada acerca de los orígenes de Jesús.
Parece que Mateo y Lucas –o, más exactamente,
quienes escribieron estos evangelios- estaban tan interesados en demostrar que
Jesús era el Hijo de Dios que, con tal de acumular “pruebas”, no les importó contradecirse
–cada uno en su propio escrito-, afirmando la paternidad de José respecto a
Jesús cuando quisieron utilizar el argumento basado en la ascendencia genealógica
de Jesús para llegar al propio Dios, y negando tal paternidad cuando quisieron
utilizar el argumento de que Jesús fue engendrado directamente por el Espíritu
Santo.
Por otra parte, la prueba basada en la ascendencia
de Jesús resulta extremadamente machista en cuanto ni a Mateo ni a Lucas
se les ocurrió buscar los ascendientes de Jesús por línea materna sino sólo por
la paterna, pues ¿qué importancia podía tener esa línea paterna si José no
hubiera sido realmente el padre de Jesús? Además, si lo hubiera sido y si para
considerar a Jesús hijo de Dios había que remontarse hasta Adán, como hace
Lucas, en tal caso nos encontraríamos ante una argumentación ridícula, en
cuanto, si la Biblia considera que
todos descendemos de Adán,
1) sería innecesario buscar ninguna línea de
ascendientes para llegar hasta Adán;
2) todos seríamos Hijos de Dios en el mismo sentido
que el propio Jesús, en cuanto todos seríamos descendientes de Adán, aunque
desconociéramos la línea genealógica ascendente que nos llevase hasta él; y
3) los judíos y los testigos de Jehová podrían tener
razón en calcular que el mundo fue creado hace cerca de 5.800 años –o tal vez
esta cantidad de años sería ya demasiado alta-, y, por ello, sería lógico y
coherente con sus planteamientos que negasen el largo proceso temporal que
implica la teoría evolucionista.
Así que una de dos: O bien la teoría del evolucionismo
es falsa o bien son falsos los evangelios de Mateo y de Lucas cuando consideran
que el mundo sólo tendría un pasado de no llega a 5.800 años. Por ello, quienes
consideren que la teoría evolucionista es verdadera, tendrán que negar el valor
de estos evangelios por lo que se refiere a esta doctrina, y quienes consideren
que estas doctrinas evangélicas son verdaderas tendrán que negar el valor del evolucionismo a
fin de evitar la contradicción, aunque siempre podrán utilizar el recurso de
suponer, como hacen los dirigentes católicos en tantas ocasiones, que se trata
de un misterio que la jerarquía católica expone y propone para ser
creído y no razonado, pues los misterios están por encima del principio de contradicción.
Por desgracia, lo más asombroso del caso no son las
contradicciones tan patentes aquí mostradas. Lo más asombroso es esa actitud de
los ciegos que lo son no por carecer del órgano de la vista sino por no querer
ver o porque no les importan las mentiras que les cuenten, con tal de que les resulten
confortadoras. Pero según parece el ser humano es así en líneas generales. La
vida está hecha de fantasía y sin ella sería difícil de soportar.
[4] Mateo, 27:46. Como se ha
dicho ya, estas palabras aparecen en el Antiguo
Testamento, concretamente en
Salmos, 22:2. Quienes escribieron los evangelios quisieron presentar las
palabras de Jesús como el cumplimiento de profecías que aparecían en el Antiguo Testamento. Una manera de lograr
este objetivo pudo consistir en buscar en tales escritos frases un tanto
ambiguas o enigmáticas que pudieran encajar con algún acontecimiento real de la
vida de Jesús y a continuación ponerla en su boca como si tal “coincidencia”
hubiera sido un acontecimiento asombroso cuando en realidad había sido un burdo
falseamiento de los hechos y una “coincidencia” especialmente preparada.
[10] Hechos, 5:29-32.
[11] Hechos, 7:56.
[12]
Mateo, 26:24. Este pasaje no sólo
tiene el interés de representar una crítica a Dios por haber programado el
nacimiento de Judas, sino también toda una serie de críticas complementarias a
diversas cualidades divinas como son las
siguientes: a) a la supuesta omnipotencia de Dios, en cuanto la existencia de Judas, junto con todas sus
cualidades y sus acciones, incluida la traición a Jesús y su propio suicidio,
habrían sido predeterminados por Dios, y, en consecuencia, Judas, no
habiendo sido responsable de nada de lo que hizo, no habría merecido tales
palabras de condena; b) a su supuesta omnisciencia, es decir, su
conocimiento absoluto de todo, y, por ello, de la futura existencia de Judas en
cuanto programada por él mismo, que, por ese mismo motivo, habría podido evitar
como consecuencia de su poder; c) a su supuesta misericordia infinita de acuerdo con la cual no habría ofensa que
no pudiera perdonar.
Por otra parte, en cuanto el propio Jesús se
identificase con Dios y en cuanto por su bondad infinita hiciera siempre lo
mejor, sus palabras habrían carecido de sentido en cuanto se habría
criticado a sí mismo, que era quien habría hecho nacer a ese personaje
maldito. Ahora bien, si se tienen en cuenta aquellos textos evangélicos
–indicados en este mismo estudio- en los que se niega que Jesús fuera Dios,
podría entenderse que el propio Jesús simplemente se equivocase al olvidarse de
la infinita misericordia divina o que asumiese, como también asumen los
evangelios, que la misericordia divina no era infinita, por lo que la frase
referida a Judas estaría motivada por la convicción de que la acción de Judas
no podía ser perdonada por Dios. Por otra parte, el absurdo de las palabras de
Jesús se hace mayor, si cabe, si se tiene en cuenta que la doctrina cristiana
considera que Jesús se encarnó a fin de ofrecerse en sacrificio en la cruz para
el perdón de los pecados, sacrificio que, aunque era otro absurdo en sí mismo
-pues Dios por su amor y misericordia infinitas hubiera podido perdonar, si
tenía algo que perdonar, sin necesidad
de sacrificio alguno-, se produjo mediante la colaboración de Judas, que
a su manera fue un instrumento programado
por Dios que habría servido para que Jesús llevase a término su supuesta,
innecesaria y absurda inmolación.
[19] Pablo, Corintios 1, 15:28. La cursiva es mía.
[20] Marcos, 16:19.
[21] O. c., 1:22. La
cursiva es mía.
[23] Mateo,
1:16. Este pasaje tiene su paralelo correspondiente en el evangelio de Lucas,
pero con la esencia diferencia de que Lucas intentó evitar la contradicción
diciendo que Jesús “en opinión de la gente, era hijo de José”. No obstante el
hecho de que Lucas no se posicione explícitamente en contra de dicha opinión
resulta absurdo, pues desde el momento en que en Lucas se afirma que María
concibió por obra del Espíritu Santo es un completo absurdo plantear como
hipótesis que José fuera el padre de Jesús, pues dicho planteamiento implica
poner en duda lo que previamente se había afirmado como verdad absoluta, a
saber: Que el Espíritu Santo fue el padre de Jesús.
[24] Mateo, 1:18.
[25] Lucas,
1:34.
[26] Lucas,
1:35.
[27] Lucas,
3:23-38.
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