sábado, 12 de enero de 2013


JESÚS  NO  ES  DIOS  NI  ES  HIJO DE DIOS

La contradicción evangélica entre la doctrina que afirma que Jesús es Dios y la que lo niega.


Ya el mismo hecho de que se diga que Jesús fue HIJO de Dios es por sí mismo más que sospechoso de tratarse de una invención porque la categoría biológica de hijo es realmente antropomórfica, de manera que mezclar a Dios en este tipo de cosas considerándolo como padre, en cuanto Dios-“Padre”, y como hijo, en cuanto Dios-“Hijo”, suena a cuentecillo infantil bastante cursi, pero mucho más cuando se intenta entender cómo Dios pudo ser padre de sí mismo, por mucha imaginación que se quiera poner a este asunto diciendo que esta relación tiene un carácter eterno, de manera que ni siquiera en el tiempo Dios Padre habría sido anterior a Dios-Hijo ya que eternidad y temporalidad son conceptos inconmensurables. El problema se complica un poco más cuando, a la vez que se habla del carácter eterno del Hijo, se dice que el éste nació de María hace alrededor de dos mil años, pues en tal caso no habría estado completo hasta el momento en que por fin adquirió un cuerpo humano gracias a María, pero esta hipótesis no encaja para nada en la doctrina según la cual Dios –tanto el Padre como el Hijo o el Espíritu Santo- es eterno.
Pero, al margen de los problemas que plantean estas consideraciones de carácter general, existen otros que se encuentran en los escritos bíblicos y que se analizan a continuación.
El primero de todos es el hecho de que en todo el Antiguo Testamento no hay un solo texto que hable del Hijo de Dios –y  mucho menos de la madre que lo parió-. 
Paso ahora al comentario de los diversos textos evangélicos que tratan de algún modo de esta cuestión.
Aunque en los evangelios aparece la afirmación según la cual Jesús es “Hijo de Dios”, también aparecen afirmaciones que, de manera explícita o implícita, consideran que Jesús, aunque fuera un profeta, un enviado o un siervo de Dios, sin embargo no se identificaba con Dios ni con su supuesto hijo. Por otra parte, en diversos textos se presenta un argumento para demostrar la filiación divina de Jesús que podría servir igualmente para que cualquiera pudiera demostrar la suya propia: En efecto, el empeño de los autores de estos pasajes evangélicos por demostrar que Jesús era hijo de Dios fue tan exagerado –y tan interesado- que llegaron a utilizar el ridículo argumento de concluir que Jesús era hijo de Dios porque era hijo de José, cuya genealogía se remontaba hasta Adán y la de éste hasta el propio Dios. Pero lo más absurdo del caso era que, a continuación de este argumento, aparecía otro que era incompatible con el primero, de manera que, si uno de ellos era verdadero, el otro era necesariamente falso. Efectivamente dice el segundo argumento que María había concebido por obra del Espíritu Santo, lo cual representaba una negación implícita de que Jesús fuera hijo de José, por lo que resulta asombroso que el autor de estos pasajes evangélicos, que aparecen en el evangelio atribuido a Lucas, presentase ambos argumentos sin detenerse a pensar que cada uno de ellos era incompatible con el otro, ya que, si Jesús era hijo del Espíritu Santo, no podía ser hijo de José, mientras que, si era hijo de José, no podía ser hijo del Espíritu Santo.
Ahora bien, en cuanto estas doctrinas son contradictorias, eso representa una nueva demostración de que tales escritos no pueden haber sido inspirados por ninguna divinidad veraz sino por aquellos que por los motivos que fueran no estaban muy a gusto sometidos a los dirigentes de la religión de Israel y optaron por crear una variante de ella hace casi dos mil años.
Conviene tener en cuenta que una sola falsedad en los “libros sagrados”, supuestamente inspirados por Dios, es suficiente como para tener que dejar de dar crédito alguno a cualquier doctrina que simplemente haya que aceptar por fe, en cuanto no existe obligación alguna de creer lo que los dirigentes católicos dicen que hay que creer.
 Como ya he comentado antes, en Lucas, 3:23-38, el autor de este pasaje “demuestra” la filiación divina de Jesús a partir del supuesto de que, según opinaba la gente, Jesús era hijo de José, pues el autor enumera todo el árbol genealógico de Jesús hasta llegar a “Adán y Dios”[1].
En este asunto hay realmente un hecho realmente extraño que conduce a la idea de que el autor de este evangelio es plenamente consciente de que no habla desde la inspiración del Espíritu Santo sino sólo desde el interés demostrar lo que le interesa, aunque para ello deba utilizar argumentos que resultan incoherentes entre sí, como son el de que
“Jesús […] en opinión de la gente, era hijo de José”[2],
y el de que Jesús no era hijo de José sino del Espíritu Santo, pues, si contaba con el privilegio de estar inspirado por el Espíritu Santo, ¿qué necesidad tenía de presentar tal conjetura a partir de la “opinión de la gente”, cuando tal conjetura estaba ya implícitamente rechazada desde el momento en que en un pasaje anterior este mismo autor había escrito que el ángel Gabriel había comunicado a María que el Espíritu Santo sería el padre de su hijo:
“-El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, el que va a nacer será santo y se llamará Hijo de Dios”[3].
Es cierto que estos dos pasajes no son contradictorios entre sí, pues el primero se basa en “la opinión de la gente” mientras que el segundo habría sido inspirado por el mismo Espíritu Santo. Sin embargo, el hecho de contar con dicha inspiración habría sido una razón definitiva para desechar de manera fulminante “la opinión de la gente” en lugar de darle la importancia que el evangelista le concede sólo por el interés de contar con “una bala en la recámara”, es decir, de contar con el argumento basado en la genealogía de José para el caso de que el portentoso acontecimiento de que Jesús era hijo del Espíritu Santo resultase increíble. Otro aspecto curioso y sospechoso de este caso consiste en que, cuando el autor de este evangelio dice “de acuerdo con la opinión de la gente”, utiliza el argumento basado en tal filiación, pero no hace luego, en ningún momento, ninguna crítica de esta opinión a pesar de su incompatibilidad con la que consideraba al Espíritu Santo padre de Jesús.
Esta contradicción tan burda conduce a la sospecha de que el autor de este escrito fue un falsificador de toda esta historia, especialmente interesado en demostrar por todos los medios que Jesús era Hijo de Dios, de manera que su “evangelio”, a pesar de sus errores y contradicciones,  sirvió para la creación de la secta cristiana, que se separó de la religión judía tradicional y que en poco tiempo se extendió ampliamente por el imperio romano gracias a la habilidad de Pablo de Tarso para presentar la labor del “mesías” o “salvador” como una misión universal de carácter no material sino espiritual y, por ello mismo, no orientada a la “salvación” o liberación del pueblo de Israel.     
2.1.1. A continuación se presenta una serie de pasajes evangélicos en los que se defiende de modo implícito pero muy claro la idea de que Jesús no se identifica con Dios y la de que ni siquiera se considera que sea “su hijo”:
a) Así sucede, por ejemplo, cuando, según el evangelio de Mateo, estando ya crucificado exclama:
“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”[4],
palabras que evidentemente no tendrían sentido si Jesús se identificase con el propio Dios y que además implican una desconfianza y un reproche a ese Dios por parte de Jesús por haberle abandonado, a no ser que los evangelistas colocasen tales palabras en boca de Jesús porque, como conocedores del Antiguo Testamento sabían que aquella frase pertenecía a los Salmos y querían que hacer creer a quienes querían convertir a la nueva religión que lo que había sucedido era que en el Antiguo Testamento se habían profetizado las palabras que Jesús diría estando en la cruz –y otras muchas que aparecen en diversos pasajes evangélicos-.
b) Igualmente, en este mismo evangelio se dice:
“Jesús se acercó y se dirigió a ellos con estas palabras:
-Dios me ha dado autoridad plena sobre el cielo y la tierra”[5].
Resulta evidente que, si Dios le ha dado autoridad, eso sólo tiene sentido en cuanto el propio Jesús no se identifique con Dios, pues no tendría sentido afirmar que Dios ha dado autoridad a Dios, mientras que sí lo tiene afirmar que Dios ha dado autoridad a Jesús en cuanto el propio Jesús no se identifique con Dios. Si algún cristiano convencido quisiera encontrar una solución más acorde con sus creencias, quizá podría decir que el significado de esta frase era que Dios –en cuanto Padre- había dado autoridad plena a Jesús –en cuanto hijo-, en tal caso el problema surgiría a partir de la consideración de que, en cuanto el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo era Dios, ninguno de ellos podía tener autoridad sobre los otros y, por ello, aquella frase sólo tendría sentido en cuanto Jesús no fuera visto como Dios.
Una consecuencia que se deduce de todo esto es que posiblemente en aquellos primeros tiempos ni los propios cristianos tuvieron claro qué papel habían de atribuir a Jesús en la nueva religión. De hecho hubo numerosos evangelios que la primitiva organización cristiana desechó como “apócrifos” porque decían incongruencias demasiado evidentes respecto a las doctrinas que inicialmente se consideraron como el cuerpo básico de doctrinas del cristianismo. Finalmente, hacia los años del siglo IV los cuatro evangelios -de Lucas, Mateo, Marcos y Juan- fueron considerados como canónicos y, por ello mismo, únicos como evangelios inspirados por el Espíritu Santo por los dirigentes cristianos del momento que al parecer estaban superinspirados por dicho Espíritu para poder decidir qué evangelio estaba igualmente inspirado y cuál no. No obstante, tuvo que llegar el siglo XVI para que finalmente en el Concilio de Trento, en el año 1546, se presentase de forma dogmática la lista oficial de libros del Nuevo Testamento..     
c) Del mismo modo en el evangelio de Marcos se dice:
“…el Señor Jesús fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios”[6],
frase en la que, en primer lugar, se niega el dogma de la ascensión, ya que en ella no se afirma que el propio Jesús ascendiera al cielo por su propio poder sino que “fue elevado”; en segundo lugar, se dice que se sentó a la diestra de Dios, lo cual no podría suceder si Jesús fuera Dios, pues afirmar que alguien se siente a su propia diestra no tiene sentido; en tercer lugar, el autor de este escrito presenta esta descripción como si hubiera estado presente en este supuesto acontecimiento, lo cual es más que improbable y conduce a la sospecha de que autor de este evangelio se deja llevar de su fantasía –más que de la inspiración del supuesto Espíritu Santo- al escribir este pasaje y muchos otros; y, finalmente, este texto es claramente antropomórfico cuando dice que Jesús “se sentó”, lo cual sugiere la idea de un rey que se sienta en su trono para estar más cómodo que estando en pie o de alguien que se encuentra cansado y se sienta para descansar, pero no encaja con la idea de un Dios, cuya perfección no se ajustaría para nada con la idea de “sentarse”, acción que se relaciona especialmente con una necesidad como la de descansar.    
d) Y en el evangelio de Juan se afirma igualmente:
“Porque yo [= Jesús] no hablo en virtud de mi propia autoridad; es el Padre, que me ha enviado, quien me ordenó lo que debo decir y enseñar. Y sé que sus mandamientos llevan a la vida eterna. Por eso, yo enseño lo que he oído al Padre”[7].
Es decir, Jesús dice que él no tiene autoridad por sí mismo sino por el Padre, que le habría enviado, pero, si Jesús se hubiera identificado con Dios, la afirmación según la cual él no hablaba en virtud de su propia autoridad habría sido sencillamente absurda y en contradicción con la misma dogmática católica.
Además, dice este pasaje que fue el Padre quien le ordenó lo que debía decir, lo cual sería absurdo teniendo en cuenta que, desde la propia dogmática de la jerarquía católica, tanto el Padre como el Hijo serían Dios y, por ello, sería totalmente inadmisible que Dios (Padre) ordenase algo a Dios (Hijo). Igualmente, cuando dice “yo enseño lo que he oído al Padre” Jesús está reconociendo que él es sólo un mandado, que ni siquiera tiene criterio propio para saber qué tiene que decir, lo cual no encaja para nada con la idea de que Jesús fuera Dios en cuanto se considere que Dios, tanto si es Padre como si es Hijo, es infinitamente sabio.
e) Igualmente y por lo que se refiere a la segunda venida del “Hijo del hombre” el autor del evangelio atribuido a Marcos escribe:    
“En cuanto al día y la hora, nadie sabe nada, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sino sólo el Padre”[8].
De nuevo nos encontramos aquí con el absurdo de suponer que mientras Dios-Padre sería omnisciente, Dios-Hijo no lo sería en cuanto desconocería hechos como el que aquí se mencionan. Ahora bien, al margen de que el dogma de la Trinidad, criticado en otro capítulo, hable de tres personas y un solo Dios, lo que resulta inadmisible de manera especial es que tales personas puedan diferir por el grado mayor o menor de posesión de cualidades que pertenecen a Dios en cuanto tal, como la de la omnisciencia –que no admite grados-, por lo que el texto citado es otro ejemplo de contradicción.
f) En los Hechos de los apóstoles se señala también la diferencia entre Jesús y Dios, cuando se dice:
“A este Jesús Dios lo ha resucitado, y de ello somos testigos todos nosotros”[9],
pues, en efecto, la frase Dios ha resucitado a Jesús sólo puede tener sentido desde el momento en que Dios y Jesús sean distintos, siendo Dios quien con su poder resucita a Jesús. Pero de nuevo nos encontramos con que esta distinción contradice la dogmática de la Iglesia Católica, para la cual Dios y Jesús no son distintos, aunque admitan de modo contradictorio la distinción entre el Hijo, el Padre y el Espíritu Santo, pues, si cada una de esas tres personas son Dios, por lo mismo deben poseer en grado infinito el conjunto de todas las perfecciones divinas, de manera que sería absurdo que se dijera que el Padre tiene mayor autoridad que el Hijo, que el Hijo ama más que el Padre o que el Espíritu Santo es más fuerte que el Hijo. ¿En qué se diferenciarían entonces? En nada más que en el nombre. 
g) Más adelante se insiste en esta misma diferencia entre Jesús y Dios, y en la consideración de que Dios resucitó a Jesús:
“Pedro y los apóstoles respondieron:
-Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros antepasados ha resucitado a Jesús […] Dios lo ha exaltado a su derecha como Príncipe y Salvador […] Nosotros y el Espíritu Santo que Dios ha dado a los que le obedecen somos testigos de todo esto”[10].
En este pasaje se insiste en la diferente categoría entre Dios y Jesús, considerando que Dios “ha resucitado a Jesús” y “lo ha exaltado a su derecha como Príncipe y Salvador”, lo cual representa un reconocimiento explícito de que, desde la perspectiva del autor de esta obra, Dios y Jesús son realidades distintas.
Llama también la atención el hecho de que en el relato de Lucas se diga “somos testigos de todo esto”, afirmación que representa un punto de vista dogmático, propio de todos los creadores de religiones en cuanto, siendo unos impostores, se presentan como si realmente hubiesen tenido una revelación especial en la que los demás debieran creer en lugar de sospechar o estudiar de forma crítica si quienes dicen haber tenido tal revelación lo que tal vez tuvieron fue una alucinación o tal vez mintieron de manera calculada para convencer a la población ignorante e ingenua. ¿Con qué derecho podían exigir los iluminados de entonces o los obispos actuales que se tuviera fe en sus palabras cuando no han presentado ninguna señal especial que les haga acreedores de la más mínima confianza y cuando además su propia forma de vida es tan repugnante que el creer en sus mentiras sería una clara muestra de pusilanimidad y de ligereza intelectual?
h) De modo similar, momentos antes de morir Esteban dice:
“–Veo los cielos abiertos, y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios”[11],
frase en la que se diferencian claramente ambas figuras de un modo jerárquico: Dios como figura principal y Jesús –el Hijo del hombre- como figura secundaria, aunque importante. Tiene interés insistir en este detalle porque, si no se hubiera querido reflejar esta diferencia entre Dios y Jesús, el autor de ese escrito habría podido escribir que Esteban veía a Jesús a la diestra del Padre –o al Hijo de Dios a la diestra de su Padre-, lo cual hubiera podido ser compatible con el reconocimiento implícito de que tanto el Padre como Jesús eran Dios, pero no “a la diestra de Dios”, pues en ese caso se está diferenciando inevitablemente entre Jesús, por un parte, y Dios, por otra.
i) El hecho de que Jesús critique la acción de Dios cuando en referencia a Judas dice “más le valdría a ese hombre no haber nacido” implica que Jesús no podía ser Dios, pues en caso contrario no tendría ningún sentido que se hubiera criticado a sí mismo por haber creado a Judas, pues efectivamente se dice en Mateo:
“Más le valdría a ese hombre no haber nacido”[12]
i) En esta misma obra se llega incluso a considerar que Jesús sólo es un siervo de Dios, que, por lo tanto, no se identificaría con el propio Dios ni sería siquiera su hijo, como se dice en otras ocasiones. En efecto, se dice en el correspondiente pasaje: 
“El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros antepasados, ha manifestado la gloria de su siervo Jesús…”[13].
Más adelante se insiste en esta misma consideración presentando a Jesús como “siervo de Dios”, obediente a sus decisiones:
“En esta ciudad, en efecto, se han aliado Herodes y Poncio Pilato, junto con extranjeros y gentes de Israel, contra tu siervo Jesús, al que ungiste, para hacer lo que tu poder y tu voluntad habían decidido de antemano que sucediera […] Manifiesta tu poder para que se realicen curaciones, señales y prodigios en el nombre de tu santo siervo Jesús[14].
Pero, si Jesús era “siervo de Dios”, difícilmente podía ser “Dios”, es decir, “siervo de sí mismo”. Pues, aceptando incluso el dogma de la Trinidad según el cual en Dios hay tres personas, en ningún caso podría tener sentido que, siendo Dios cada una de esas tres personas, una de ellas –el Hijo- pudiera ser sierva de otra –el Padre-, por mucho sentido metafórico que se quiera dar al texto.
j) A continuación se llega incluso a distinguir entre Jesús y el Señor, considerando que ese “Señor”, identificado con Dios, es quien habría enviado al Mesías como un profeta semejante en el mejor de los casos al propio Moisés, pero no superior a él, un profeta “suscitado entre vuestros hermanos”, es decir, procedente del propio pueblo de Israel:
“Llegarán así tiempos de consuelo de parte del Señor, que os enviará de nuevo a Jesús, el Mesías que os estaba destinado […] Moisés, en efecto, dijo: el Señor Dios vuestro suscitará de entre vuestros hermanos un profeta como yo; escuchad todo lo que os diga; y el que no escuche a este profeta será excluido del pueblo[15].
k) En el evangelio atribuido a Mateo se insiste en la diferencia entre Jesús y Dios cuando se pone en boca del propio Jesús la frase:
“No juzguéis, para que Dios no os juzgue”[16],
frase en la que Jesús declara nuevamente, de modo implícito pero incuestionable, que él no es Dios, pues en caso contrario en lugar de decir “para que Dios no os juzgue” –como si al nombrar a Dios se estuviera refiriendo a alguien distinto de sí mismo-, hubiera podido decir “para que yo no os juzgue”, y mucho más teniendo en cuenta que en otros pasajes, como el que se cita a continuación, se hace referencia a Jesús como juez que juzgará a todos los hombres al final de los tiempos.
l) En efecto, en Hechos de los apóstoles se afirma con absoluta claridad la diferencia entre Dios, por una parte, y Jesús, por otra, considerando a Jesús el “ungido” y “resucitado” gracias al poder de Dios –no al suyo propio-, y también como el “juez” designado por el propio Dios, lo cual implica asumir que Dios tiene autoridad sobre Jesús en cuanto es el propio Dios quien “constituye” a Jesús como “juez de vivos y muertos”:
[Pedro tomó la palabra y dijo:] “me refiero a Jesús de Nazaret, a quien Dios ungió con Espíritu santo y poder […] Dios lo resucitó el tercer día […] Dios lo ha constituido juez de vivos y muertos”[17].
m) En esta misma obra se considera a Jesús como “hombre” elegido por Dios, pero sólo como “hombre” y no como “Hijo de Dios”. En efecto, se dice en Hechos de los apóstoles:
“[Dios] ha establecido un día, en el que va a juzgar al universo con justicia por medio de un hombre designado por él, a quien ha acreditado ante todos resucitándolo de entre los muertos”[18].
De nuevo Dios es aquí el protagonista que ha designado a un hombre, a Jesús, como juez, y quien lo ha resucitado de entre los muertos”. ¿Cómo podría decirse el mismo tiempo que Dios y Jesús fueran una misma realidad? ¿Cómo es posible que los cristianos sean tan ciegos y no se enteren de lo que está dicho con tanta claridad en tantos pasajes del Nuevo Testamento? Parece que una de las principales explicaciones de este hecho se encuentra en que sencillamente los cristianos, en su inmensa mayoría, no se han leído la Biblia, ni el Antiguo ni el Nuevo Testamento y que permiten que el cura de turno les manipule de diversas maneras y, entre ellas, leyéndoles los pasajes evangélicos que están más acordes con aquello que desean escuchar, y ocultándoles aquellos otros que están en contradicción con los anteriores -como todos estos que estamos viendo- y que niegan la divinidad de Jesús.
n) Por su parte, Pablo de Tarso se refiere a Jesús como un siervo “sometido” al poder de Dios, lo cual no tendría sentido si el propio Jesús se identificase con Dios:
“Y cuando le estén sometidas todas las cosas, entonces el mismo hijo se someterá también al que le sometió todo, para que Dios sea todo en todas las cosas”[19].
ñ) En relación con esta cuestión tiene interés también hacer referencia al dogma de la ascensión de Jesús pues se puede comprobar la existencia de textos “sagrados” en los que en lugar de defenderse la idea de que Jesús ascendió a los cielos por su propio poder, se afirma que fue elevado, es decir, que fue llevado por un poder que, aunque no se menciona de modo explícito, evidentemente se trataría del poder de Dios. Así queda expresado en los evangelios atribuidos a Marcos y a Lucas, y en los Hechos de los apóstoles en pasajes como los siguientes:
-“el Señor Jesús fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios”[20],
-“hasta el día en que fue elevado a los cielos”[21]
-“y mientras los bendecía se separó de ellos y fue llevado al cielo. Ellos, después de postrarse ante él, se volvieron a Jerusalén rebosantes de alegría”[22].
En relación con esta última cita, tiene interés llamar la atención acerca del hecho de que en ella se dice que los discípulos de Jesús “estaban continuamente en el templo”. Ahora bien, ¿en qué templo? Se trataría evidentemente de un templo judío, el templo de Jerusalén, lo cual refuerza de manera muy importante la tesis ya defendida de que Jesús, siendo muy probablemente un esenio, no intentaba crear una nueva religión alejada del judaísmo, sino predicar la práctica de dicha religión de un modo más auténtico y menos ligado a los rituales meramente formales y vacíos de espiritualidad.
2.1.2. Por otra parte, según se deduce de las afirmaciones de los dirigentes de la Iglesia Católica Jesús sería tan hijo de Dios como yo, pero no más. No es que esos señores lo afirmen, pero, según el argumento utilizado por los evangelios para afirmar la filiación divina de Jesús, cualquiera que aceptase que su genealogía se remontaba hasta Adán podría considerarse hijo de Dios, en la misma o incluso en mayor medida en que los dirigentes católicos consideran que Jesús lo es, pues desde esta línea de argumentación, la filiación divina de Jesús habría quedado sin demostrar por haberse basado en una ascendencia, negada en los lugares en que se dice que Jesús no fue hijo de José.
Esta línea argumentativa podían haberla defendido sin problemas si el machismo bíblico no hubiera sido tan radical, pues los autores de estos escritos habrían podido buscar los ascendientes de Jesús por vía materna en lugar de hacerlo por la paterna, ya que tanto si se tenía en cuenta que María era descendiente de Adán como si se consideraba que concibió por obra del Espíritu Santo, en ambos casos podía concluirse que Jesús era hijo de Dios. Pero, al considerar a Jesús hijo de José y a la vez hijo del Espíritu Santo afirmaron como verdad doctrinas incompatibles, una de las cuales al menos era falsa, por lo que también lo era el argumento que se montase sobre tal premisa.
Resulta por ello más que sospechoso que el Espíritu Santo inspirase ambas doctrinas y en cuanto sea sospechoso respecto a la verdad de una, de manera automática se convierte en igualmente sospechoso todo lo que hubiera podido inspirar en cualquier momento.
2.1.3. Por otra parte y aunque se trate de un tema tangencial al anterior, tiene interés señalar que la doctrina según la cual Jesús era hijo de María implicaba que Jesús habría tenido un origen temporal, que habría tenido su comienzo en el momento en que fue engendrado, y, por ello, no sería eterno como el “Padre”. De hecho el Hijo no aparece por ninguna parte en el Antiguo Testamento y el motivo no parece haber sido otro que el hecho que la nueva religión exigía un cambio esencial respecto a la religión de Israel, cambio que, entre otros aspectos, consistió en presentar a Jesús como “Hijo de Dios”, por muy ridícula y absurda que tal doctrina fuera. Y, desde luego lo era, entre otros motivos porque era contradictoria con la doctrina, aceptada por la nueva religión, el cristianismo, de que Dios, tanto en la persona del Padre como en la del Hijo o en la del Espíritu Santo, era eterno, pues, si el Hijo era eterno, no pudo haber nacido en ningún momento, mientras que la nueva religión le asignó una madre en la persona de María que le habría engendrado hace poco más de dos mil años.
2.1.4. La contradicción evangélica según la cual Jesús fue y no fue hijo de José.
Dice el evangelio atribuido a Mateo que Jesús era hijo de Dios porque, tras analizar su ascendencia de manera exhaustiva, pudo concluir en que ésta, ¡¡comenzando por José, el esposo de María!!, se remontaba hasta Abraham.
CRÍTICA: He aquí otro ejemplo de contradicción, de ésas a las que los dirigentes católica llama “misterios”.
Aunque el argumento no es concluyente por cerrar las bases argumentativas en Abraham, parece fácil suponer que quien escribió tal argumento utilizaba como premisa implícita la de que Abraham era hijo de Adán y éste de Dios y que, por ello, ¡Jesús era hijo de Dios! Así que en resumidas cuentas Jesús era hijo de Dios porque era hijo de José. Así lo dice efectivamente este evangelio, que tras enumerar a toda una serie de descendientes de Abraham, finalmente dice:
“Y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Mesías”[23].
Lo más curioso del caso es que, después de haberse servido de José para demostrar que Jesús era hijo de Dios, casi a continuación este mismo evangelio diga que María “había concebido por la acción del Espíritu Santo”[24]. Así que, si lo que quería quien escribió este relato era demostrar que Jesús era hijo de Dios, podía haberse ahorrado esta contradicción de afirmar primero y de negar después que Jesús fuera hijo de José, quedándose o bien con el argumento de que Jesús era hijo de Dios porque su ascendencia, pasando por José, se remontaba hasta Abraham y éste descendía de Dios, o bien con el de que era hijo de María, que había concebido a Jesús “por obra del Espíritu Santo”.
Así que lo más grave de este planteamiento es precisamente que la suma de esos dos argumentos determina la aparición de una nueva contradicción, pues cada uno de ellos es incompatible con el otro. Es decir, si Jesús era hijo de Dios por ser hijo de José, que era hijo de Abraham, que era hijo de Dios, entonces no tenía sentido considerar que fuera hijo de Dios porque María hubiera concebido por obra del Espíritu Santo, mientras que si era hijo de Dios por este último motivo, entonces no tenía sentido devaluar “la labor” del Espíritu Santo, añadiendo a ella la que se relacionaba con la ascendencia genealógica de José hasta Abraham y hasta Dios.
Además, mediante esta última demostración tan infantil, todos seríamos tan hijos de Dios o más que el propio Jesús –en cuanto, si se niega que Jesús fuera hijo de José, a partir de tal negación se niega la totalidad de su ascendencia hasta Dios-.
El evangelio atribuido a Lucas incurre en la misma contradicción que el de Mateo en cuanto, por una parte, afirma que Jesús fue concebido por obra del Espíritu Santo y, por otra, lo considera igualmente como hijo de José y, remontándose  desde la genealogía de José hasta Adán, como hijo de Dios.
En efecto, por lo que se refiere a la primera tesis y según este evangelio, el ángel Gabriel le dice a María que concebirá a un hijo y ella le responde:
“¿Cómo será esto, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?”[25].
Y entonces Gabriel le responde:
“El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, el que va a nacer será santo y se llamará Hijo de Dios”[26].
Pero, por otra parte, el escritor de ese relato dice que Jesús “en opinión de la gente era hijo de José” y, según parece, dicho autor concedió una importancia especial a esta opinión de “la gente”, pues a continuación y tomándola en cuenta, enumera la ascendencia de Jesús para remontarse en esta ocasión hasta el mismo Adán, que era hijo de Dios, por lo que Jesús también lo era. En efecto, escribe en este sentido:
“en opinión de la gente, [Jesús] era hijo de José. Estos eran sus ascendientes: Helí, Matat, Leví […] Set, Adán, y Dios”[27].
Resulta realmente llamativa la inefable sabiduría del Espíritu Santo al inspirar un argumento tan agudo y profundo como el que se acaba de ver. Pero, ¡oh, curioso y anecdótico misterio!, a pesar de que según la jerarquía católica los evangelios están inspirados por el mismo Dios, ninguno de los diez ascendientes más próximos a José según el evangelio atribuido a Lucas coincide con los de la lista que aparece en el evangelio atribuido a Mateo. No es fácil comprender los despistes del Espíritu Santo respecto a la enumeración de los ascendientes de José, pero lo que es evidente es que si una de las listas de tales ascendientes es verdadera, de acuerdo con el principio de contradicción la otra debe ser falsa y viceversa.
Por su parte, el evangelio atribuido a Marcos no dice nada relacionado con el nacimiento ni con la ascendencia de Jesús; simplemente afirma que era “Hijo de Dios”[28] y el evangelio de Juan tampoco dice nada acerca de los orígenes de Jesús.
Parece que Mateo y Lucas –o, más exactamente, quienes escribieron estos evangelios- estaban tan interesados en demostrar que Jesús era el Hijo de Dios que, con tal de acumular “pruebas”, no les importó contradecirse –cada uno en su propio escrito-, afirmando la paternidad de José respecto a Jesús cuando quisieron utilizar el argumento basado en la ascendencia genealógica de Jesús para llegar al propio Dios, y negando tal paternidad cuando quisieron utilizar el argumento de que Jesús fue engendrado directamente por el Espíritu Santo.
Por otra parte, la prueba basada en la ascendencia de Jesús resulta extremadamente machista en cuanto ni a Mateo ni a Lucas se les ocurrió buscar los ascendientes de Jesús por línea materna sino sólo por la paterna, pues ¿qué importancia podía tener esa línea paterna si José no hubiera sido realmente el padre de Jesús? Además, si lo hubiera sido y si para considerar a Jesús hijo de Dios había que remontarse hasta Adán, como hace Lucas, en tal caso nos encontraríamos ante una argumentación ridícula, en cuanto, si la Biblia considera que todos descendemos de Adán,
1) sería innecesario buscar ninguna línea de ascendientes para llegar hasta Adán;
2) todos seríamos Hijos de Dios en el mismo sentido que el propio Jesús, en cuanto todos seríamos descendientes de Adán, aunque desconociéramos la línea genealógica ascendente que nos llevase hasta él; y
3) los judíos y los testigos de Jehová podrían tener razón en calcular que el mundo fue creado hace cerca de 5.800 años –o tal vez esta cantidad de años sería ya demasiado alta-, y, por ello, sería lógico y coherente con sus planteamientos que negasen el largo proceso temporal que implica la teoría evolucionista.
Así que una de dos: O bien la teoría del evolucionismo es falsa o bien son falsos los evangelios de Mateo y de Lucas cuando consideran que el mundo sólo tendría un pasado de no llega a 5.800 años. Por ello, quienes consideren que la teoría evolucionista es verdadera, tendrán que negar el valor de estos evangelios por lo que se refiere a esta doctrina, y quienes consideren que estas doctrinas evangélicas son verdaderas  tendrán que negar el valor del evolucionismo a fin de evitar la contradicción, aunque siempre podrán utilizar el recurso de suponer, como hacen los dirigentes católicos en tantas ocasiones, que se trata de un misterio que la jerarquía católica expone y propone para ser creído y no razonado, pues los misterios están por encima del principio de contradicción.
Por desgracia, lo más asombroso del caso no son las contradicciones tan patentes aquí mostradas. Lo más asombroso es esa actitud de los ciegos que lo son no por carecer del órgano de la vista sino por no querer ver o porque no les importan las mentiras que les cuenten, con tal de que les resulten confortadoras. Pero según parece el ser humano es así en líneas generales. La vida está hecha de fantasía y sin ella sería difícil de soportar.


[1] Lucas, 3:38.
[2] Lucas, 3:23.
[3] Lucas, 1:35.
[4] Mateo, 27:46. Como se ha dicho ya, estas palabras aparecen en el Antiguo Testamento, concretamente en Salmos, 22:2. Quienes escribieron los evangelios quisieron presentar las palabras de Jesús como el cumplimiento de profecías que aparecían en el Antiguo Testamento. Una manera de lograr este objetivo pudo consistir en buscar en tales escritos frases un tanto ambiguas o enigmáticas que pudieran encajar con algún acontecimiento real de la vida de Jesús y a continuación ponerla en su boca como si tal “coincidencia” hubiera sido un acontecimiento asombroso cuando en realidad había sido un burdo falseamiento de los hechos y una “coincidencia” especialmente preparada.   
[5] Mateo, 28:18.
[6] Marcos, 16:19.
[7] Juan, 12:49.
[8] Marcos, 13:32.
[9] Hechos de los apóstoles, 2:32.
[10] Hechos, 5:29-32.
[11] Hechos, 7:56.
[12] Mateo, 26:24. Este pasaje no sólo tiene el interés de representar una crítica a Dios por haber programado el nacimiento de Judas, sino también toda una serie de críticas complementarias a diversas cualidades divinas  como son las siguientes: a) a la supuesta omnipotencia de Dios, en cuanto la existencia de Judas, junto con todas sus cualidades y sus acciones, incluida la traición a Jesús y su propio suicidio, habrían sido predeterminados por Dios, y, en consecuencia, Judas, no habiendo sido responsable de nada de lo que hizo, no habría merecido tales palabras de condena; b) a su supuesta omnisciencia, es decir, su conocimiento absoluto de todo, y, por ello, de la futura existencia de Judas en cuanto programada por él mismo, que, por ese mismo motivo, habría podido evitar como consecuencia de su poder; c) a su supuesta misericordia infinita de acuerdo con la cual no habría ofensa que no pudiera perdonar.
Por otra parte, en cuanto el propio Jesús se identificase con Dios y en cuanto por su bondad infinita hiciera siempre lo mejor, sus palabras habrían carecido de sentido en cuanto se habría criticado a sí mismo, que era quien habría hecho nacer a ese personaje maldito. Ahora bien, si se tienen en cuenta aquellos textos evangélicos –indicados en este mismo estudio- en los que se niega que Jesús fuera Dios, podría entenderse que el propio Jesús simplemente se equivocase al olvidarse de la infinita misericordia divina o que asumiese, como también asumen los evangelios, que la misericordia divina no era infinita, por lo que la frase referida a Judas estaría motivada por la convicción de que la acción de Judas no podía ser perdonada por Dios. Por otra parte, el absurdo de las palabras de Jesús se hace mayor, si cabe, si se tiene en cuenta que la doctrina cristiana considera que Jesús se encarnó a fin de ofrecerse en sacrificio en la cruz para el perdón de los pecados, sacrificio que, aunque era otro absurdo en sí mismo -pues Dios por su amor y misericordia infinitas hubiera podido perdonar, si tenía algo que perdonar,  sin necesidad de sacrificio alguno-, se produjo mediante la colaboración de Judas, que a su manera fue un instrumento programado por Dios que habría servido para que Jesús llevase a término su supuesta, innecesaria y absurda inmolación.
[13] Hechos 3:13. La cursiva es mía.
[14] Hechos, 4:27. La cursiva es mía.
[15] Hechos, 3:20-22.
[16] Mateo, 7:1.
[17] Hechos, 10:38-42.
[18] Hechos, 17:31.
[19] Pablo, Corintios 1, 15:28. La cursiva es mía.
[20] Marcos, 16:19.
[21] O. c., 1:22. La cursiva es mía.
[22] Lucas, 24:51-52. La cursiva es mía.
[23] Mateo, 1:16. Este pasaje tiene su paralelo correspondiente en el evangelio de Lucas, pero con la esencia diferencia de que Lucas intentó evitar la contradicción diciendo que Jesús “en opinión de la gente, era hijo de José”. No obstante el hecho de que Lucas no se posicione explícitamente en contra de dicha opinión resulta absurdo, pues desde el momento en que en Lucas se afirma que María concibió por obra del Espíritu Santo es un completo absurdo plantear como hipótesis que José fuera el padre de Jesús, pues dicho planteamiento implica poner en duda lo que previamente se había afirmado como verdad absoluta, a saber: Que el Espíritu Santo fue el padre de Jesús. 
[24] Mateo, 1:18.
[25] Lucas, 1:34.
[26] Lucas, 1:35.
[27] Lucas, 3:23-38.
[28] Marcos, 1:1.

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