YAHVÉ, EL DIOS
JUDEO-CRISTIANO, UNA DIVINIDAD ANTROPOMÓRFICA, INMENSAMENTE DESPÓTICA, CRUEL
Y VENGATIVA
Si
atendemos al significado que el concepto de Dios ha tenido a lo largo de la
historia del judeo-cristianismo nos encontramos con unas ideas totalmente
antropomórficas: Un ser que ama y que odia, que es celoso y vengativo, que
premia, castiga, ordena, se equivoca, se arrepiente, amenaza, rectifica, destruye
y mata, y que es vulnerable en la misma medida en que puede ser ofendido,
desobedecido, traicionado y olvidado.
Esta
perspectiva respecto a la esencia de ese Dios conduce al absurdo de considerar
que, siendo omnipotente y habiendo programado por ello las decisiones y las acciones
humanas, castiga de manera absurda a quienes se han comportado de acuerdo con
los objetivos para los que él mismo les habría predeterminado, de manera que
tal actuación convertiría al propio Dios en un ser caprichoso, déspota y
contradictorio. Es verdad, sin embargo, que los autores de la Biblia –a pesar de estar supuesta-mente
inspirados por el “Espíritu Santo”, según dicen los dirigentes de la Iglesia Católica-
no repararon en el hecho de que la predeterminación divina implicaba la
automática anulación del libre albedrío, de la responsabilidad, del mérito o de la culpa
aplicadas al hombre, de manera que, como un aspecto de dicha predeterminación,
el propio Dios –como se dice en la Biblia-
habría programado al faraón egipcio para que no dejase salir del país a los
israelitas y de ese modo poner de manifiesto su poder para liberar a su pueblo
y para castigar a los egipcios, a pesar de que los egipcios no tendrían culpa
alguna de la predeterminación a que Dios les habría sometido; igualmente habría
programado a Judas para que traicionase
a Jesús, por lo que aquél no habría podido hacer otra cosa que lo que hizo, y sólo
habría sido un instrumento para que todo se cumpliese de acuerdo con los planes
divinos. Por ello mismo, sería una contradicción considerarle culpable de su
acción, a pesar de que aquella traición se la considere tal vez como la mayor
ofensa que podía cometerse contra Dios si Judas hubiera sido libre para
cometerla. Recordemos cómo en los Evangelios
aparece la afirmación de Jesús:
“os
aseguro que uno de vosotros me va a entregar”[1],
es decir, que ya todo
estaba dispuesto así desde la eternidad, pues no se trataba sólo de que Dios
por su omnisciencia supiera qué iba a
suceder, sino que además él mismo lo había programado.
Otro aspecto de este antropomorfismo sería la
suposición de que Dios quiso crear a la humanidad para que le amase y le
adorase, lo cual supone ignorar que su perfección quedaría anulada
desde el momento en que su propia autosuficiencia estaría contradictoriamente
subordinada a la satisfacción o al enfado que sintiese como
consecuencia de las acciones y de los sentimientos que el ser humano tuviera
hacia él, sentimientos que, por otra parte, habrían sido igualmente programados
por el propio Dios, por lo que el origen de tal satisfacción sería un ridículo
autoengaño.
Un aspecto complementario de este antropomorfismo
con-siste en la pretensión de que la adoración, las penitencias, los ayunos y
las oraciones de los hombres pudieran causar alguna satisfacción al
supuesto Dios, pues nuevamente este punto de vista implicaría una negación de
la inmutabilidad y de la perfección divina, y al mismo tiempo la contradicción
de suponer que Dios tuviera estados emocionales variables y subordinados
a las actitudes y sentimientos que el hombre tuviera hacia él.
Por otra parte y como ya se ha visto en el capítulo
anterior, la existencia de Dios como ser perfecto sería incompatible no sólo
con la existencia del Universo sino también con la presencia en él de tantos
aspectos absurdos como lo son en una gran medida los que rodean la existencia
humana y no humana, como en especial cualquier forma de sufrimiento. Esta
incompatibilidad se hace más patente si se tiene en cuenta que, de acuerdo con
un aforismo escolástico, el modo de actuar de cada ser es consecuencia y
manifestación de su modo de ser (“operari sequitur esse”), de manera que, suponiendo
incluso la absurda hipóte-sis de que un ser perfecto hubiera deseado
crear algo, lo habría creado tan perfecto como lo fuera él mismo, pues su
amor infinito –suponiendo que el amor fuera una aspecto de su perfección- le
habría llevado a conceder al hombre la perfección en el mis-mo grado en que su
poder se lo hubiese permitido, y, siendo este poder infinito, habría creado al
ser humano tan perfecto como lo fuera el propio Dios, del mismo modo que
obraría un padre en relación con su hijo, hasta ayudarle a alcanzar metas
superiores incluso a las que él mismo hubiera podido lograr. Pero, además, ese
amor infinito no sólo sería contradictorio con las imperfecciones humanas
–pues lo perfecto no puede amar lo imperfecto- sino, como ya se ha dicho, con
la existencia de las enfermedades, de la muerte y de todas las calamidades que
rodean la existencia humana a lo largo de su vida y que están igualmente presentes
en los seres capaces de sentir.
El antropomorfismo del concepto religioso de
Dios se muestra igualmente en la consideración de B. Spinoza según la cual la infinitud
de Dios sería incompatible con la existencia de cualquier otra realidad que
pudiera limitar la suya y, en consecuencia, un concepto menos
antropomórfico de Dios sería aquél que lo identificase con el conjunto de lo real, por lo que el mismo ser humano sería parte
de Dios en cuanto nada más podría existir además de él pues su infinitud
abarcaría cualquier otra realidad, o, dicho de otra manera, su infinitud sería
incompatible con la existencia independiente de cualquier realidad a la que su
ser no alcanzase.
Este concepto significaría renunciar a la idea de un
Dios personal para asumir la de un dios global, es decir, un panteísmo según el
cual Dios se identificaría con el conjunto de lo existente.
Sin embargo y como ya se ha dicho, los dirigentes del
antiguo Israel y los de la Iglesia Católica introdujeron desde sus comienzos
un concepto sumamente antropomórfico de Dios que les ha resultado muy rentable
para el crecimiento de su “negocio espiritual”, dado que a la humanidad en
general le resulta mucho más asequible, más de acuerdo con su fantasía y con la
satisfacción de sus miedos y de sus deseos asumir la idea de un Dios con
sentimientos y cualidades humanas que la de un Dios que, según la pura Lógica, estaría
radicalmente alejado de cualquier sentimiento y de cualquier actividad o modificación
de su estado de absoluta e inmutable perfección.
La
serie de aspectos antropomórficos que el judeo-cristianismo
ha atribuido a su Dios puede
conocerse de modo directo leyendo la larga serie de pasajes bíblicos en que
tales cualidades se ponen de manifiesto. Entre ellos destacamos un conjunto
significativo para comprobar de un modo más directo aquello que los seguidores
de la Iglesia Católica dicen que su Dios comunicó acerca de sí mismo y para
mostrar el carácter contra-dictorio de las cualidades que en dichos pasajes se
le atribuyen, cualidades que a los dirigentes de la Iglesia Católica les ha con-venido
resaltar, procurando presentar interpretaciones intere-sadas de los que se
contradicen con éstos.
1. El Dios
judeo-cristiano, un Dios “humano, demasiado humano”:
A lo largo de las
páginas que siguen presentaré una serie de textos bíblicos junto con los
comentarios correspondientes a fin de demostrar –o simplemente mostrar- el
carácter antropomórfico del Dios judeo-cristiano:
a) En este sentido ya en Génesis, primer libro de la Biblia,
se dice:
“…y descansó el
día séptimo de todo lo que había hecho”[2].
En
este pasaje se atribuye a Dios no sólo la imperfección antropomórfica de desear y de hacer algo, como la supuesta creación, como si ese algo le faltase
a su teórica perfección, sino también la de cansarse
de actuar, como nos sucede a los humanos, y la correspondiente necesidad de descansar, lo cual no parece propio de ningún Dios que se precie
sino una primera muestra del antropomorfismo que caracteriza a ese mítico Dios.
El hecho de que la religión judeo-cristina entienda que efectivamente Dios
creó el mundo en seis días y que tal afirmación no hay que interpretarla como una
simple metáfora parece evidente si se tiene en cuenta que en Éxodo se dice:
“Quien haga algún
trabajo en día de sábado morirá sin remedio […] porque en seis días hizo el
Señor los cielos y la tierra y el séptimo día dejó de trabajar y descansó”[3].
Sería
el colmo del absurdo que se impusiera pena de muerte a quien trabajase en
sábado si la afirmación de que el mundo fue creado en seis días hubiera sido
una simple metáfora –al margen de que ya sea igualmente absurdo imponer tal
castigo por el incumplimiento de una ley de carácter tan intrascendente-.
b) “Al ver el
Señor que crecía en la tierra la maldad del hombre y que todos sus proyectos
tendían siempre al mal, se arrepintió
de haber creado al hombre en la tierra”[4].
Este
pasaje es otro claro ejemplo de antropomorfismo y de contradicción interna con
respecto al concepto del Dios judeo-cristiano y con respecto al de un Dios
mínimamente cercano a la perfección. En efecto, en primer lugar en él se olvida
que Dios, por su omnipotencia y omnisciencia, debía conocer desde la eternidad
“el crecimiento de la maldad del hombre” –pues él mismo la habría programado-,
por lo que era una contradicción escribir “se arrepintió de haber creado al
hombre” como si sólo en aquel momento
hubiera llegado a enterarse del crecimiento de dicha maldad. Pero, además, si
por la omnipotencia divina los actos humanos estaban programados por él, tal
como se reconoce en diversos momentos de la Biblia, no tenía sentido decir que “crecía en la tierra la maldad
del hombre”, puesto que el hombre no habría podido hacer otra cosa que aquello
para lo cual hubiera sido programado por ese Dios.
Igualmente,
la perfección de los actos divinos sería incompatible con la idea de que en
algunos se hubiera equivocado, de manera que luego tuviera
que arrepentirse de haberlos
realizado.
c) Un pasaje similar a éste es el que dice:
“Y añadió el
Señor [hablando con Moisés]:
-Me
estoy dando cuenta de que ese pueblo [= Israel] es un pueblo obcecado.
Déjame; voy a desahogar mi furor
contra ellos y los aniquilaré”[5].
Se
dice aquí de manera contradictoria que Dios se
estaba dando cuenta en ese momento de
que Israel era un pueblo obcecado. Es decir, que antes de crear al pueblo de
Israel, a pesar de haber predeterminado todo su comportamiento futuro, Yahvé no
sabía cómo se iba a comportar en el futuro. Evidentemente hay una contradicción
entre la predeterminación divina y el desconocimiento de Yahvé del modo de ser
de su pueblo.
Por otra parte, el
pasaje incurre en el antropomorfismo de atribuir a ese Dios la debilidad humana
de enfurecerse, lo cual presupone la
idea de que un ser tan insignificante como el hombre tendría el poder de
alterar la impasibilidad de todo un Dios perfecto –del que además se dice que
es inmutable- hasta el punto de
provocar su decisión de aniquilarlo, decisión que luego tampoco llegó a
cumplir, por lo que de nuevo se pone en evidencia que su supuesta
inmutabilidad es pura palabrería, en contra de lo que debería ser la cualidad
de ese Dios como ser perfecto. Finalmente, cuando Yahvé dice “ese pueblo [=
Israel] es un pue-blo obcecado” está atribuyendo al pueblo de Israel tal cualidad
en lugar de considerar que, de acuerdo con la supuesta libertad que Yahvé
habría dado al hombre, ninguna cualidad moral podría pertenecer al hombre de
modo intrínseco sino sólo como consecuencia de una práctica por la que el
hombre alcanzase o no las correspondiente cualidades o virtudes morales o como
consecuencia de la misma predeterminación divina. Por otra parte y como puede
comprenderse, la supuesta libertad humana estaría en contradicción con la
omnipotencia divina.
d) En el pasaje siguiente se atribuye a Dios la
imperfección del olvido, negando, en
consecuencia, su omnisciencia, pues evidentemente
el hecho de que tuviese que recordar
la promesa que había hecho implica que previamente la había olvidado, es decir, que, en terminología aristotélica, no se
encontraba en po-sesión de un conocimiento
en acto (enérgeia):
“Dios escuchó
sus lamentos y recordó la promesa que
había hecho a Abraham, Isaac y Jacob. Dios se fijó en los israelitas y
comprendió su situación”[6].
e) En el texto que sigue Moisés consigue aplacer la ira divina, consigue igualmente que Dios
se arrepienta de haber querido hacer
el mal a su pueblo y convence a Dios
para que no lo destruya. El Dios con quien habla Moisés es un Dios ingenua-mente
antropomórfico con sentimientos de ira,
con errores en sus actuaciones de los
que luego se arrepiente y, en
definitiva, un Dios al que un hombre, el propio Moisés, tiene que exhortar para
lograr que se arrepienta “del mal que había querido hacer”. Todo ello
representa una ingenua proyección en Dios de imperfecciones simplemente
humanas que son evidentemente contradictorias con el concepto de un Dios
perfecto:
“Aplaca el ardor
de tu ira y arrepiéntete de haber querido hacer el mal a tu pueblo […] Y el Señor se arrepintió del mal que había
querido hacer a su pueblo”[7].
Muchos
de quienes defienden la Biblia como “la
palabra de Dios”, inspirada por el Espíritu Santo, podrían replicar a esta
crítica diciendo que sus aspectos antropomórficos se debían a la dificultad que
el pueblo de Israel habría tenido en aquellos momentos para comprender las
cualidades divinas si se utilizaba un lenguaje distinto y unos conceptos más
exactos. Sin embargo, a esta réplica habría que responder de diversas maneras:
Podría decirse que Dios hubiera podido dar al pueblo la capacidad suficiente
para entender su perfección y su forma de manifestarse en lugar de tener que
recurrir a metáforas que eran incompatibles
con tal perfección y con actos criminales
que, más allá de cual-quier metáfora, daban una idea de Dios realmente absurda
y totalmente alejada de aquella perfección que hubiera debido corresponderle.
Son tantos los momentos en que Yahvé se muestra con
ras-gos antropomórficos que dejo de exponer otros ejemplos, pues a lo largo de
los sucesivos pasajes que se irán mostrando por otros motivos, podrá verse que
en todos ellos hay además una muestra más de ese antropomorfismo al que me he
referido en este apartado.
2.
Yahvé, un Dios tribal.
En los siguientes
pasajes se pone de manifiesto que, en lí-neas generales -quizá con alguna
excepción-, el Dios de que se habla en el Antiguo
Testamento no es un Dios universal
sino un Dios tribal, que se preocupa
por su pueblo, Israel, alejando –o destruyendo en muchos casos- a los pueblos
que representen un peligro para el suyo. Tiene interés observar igualmente que
ese Dios es tan imperfecto que ni siquiera tiene seguridad en sí mismo respecto
al autodominio de sus actos, hasta el punto de que renuncia a acompañar a su
pueblo porque “acabaría con vosotros en el camino”.
a) En
efecto, se dice en Éxodo:
“Mandaré
mi ángel delante de ti y desalojaré a los cana-neos, amorreos, hititas,
pereceos, jeveos, y jebuseos […] Sin embargo, yo no iré contigo, porque sois un
pueblo obcecado y acabaría con vosotros
en el camino”[8].
b) El texto siguiente refleja
descaradamente –como en tantas otras ocasiones- los intereses y ambiciones materiales
de los sacerdotes israelitas, que
piden a su pueblo toda una serie de bienes “para su Dios”, aunque evidentemente
son para su exclusivo disfrute, pues ¿de qué iban a servir a su Dios? Está
claro que éste no habría tenido necesidad alguna de las ofrendas, alimentos y
sacrificios que aquí se exigen, ya que por su omnipotencia y perfección no
necesitaría de ninguno y, en consecuencia, no podía depender de las ofrendas
de su pueblo. Sin embargo, tanto entonces como ahora, la ingenuidad del pueblo
determina que los sacerdotes de las diversas religiones, en este caso la de
Israel y la de la Iglesia Católica, se sigan enrique-ciendo por las constantes
limosnas de sus fieles así como por los robos directos –por ejemplo,
“inmatriculando” bienes a su nombre aquí en España en cuanto inexplicablemente
nuestras leyes se lo permiten- o indirectos, que cometen sus dirigentes chantajeando
a los gobiernos de los países donde tienen influencia política y social para
que éstos le den una parte considerable de los impuestos que el pueblo paga
para fines que nada tienen que ver con el enriquecimiento insaciable de los
jefes de la Iglesia Católica. En este sentido, se dice en Números:
“El
Señor dijo a Moisés:
-Di a los israelitas: No os olvidéis de
presentarme a su tiempo las ofrendas que me pertenecen, mis alimentos y
sacrificios por fuego de suave aroma para mí”[9].
De acuerdo con las críticas
señaladas al anterior pasaje el presente es de una ingenuidad pasmosa y sugiere
la idea de una fiera mitológica exigiendo sus ofrendas al poblado al que puede
destruir en el caso de que no cumpla con tales requerimientos. Resulta
especialmente ridículo imaginar a un “Dios perfecto” exigiendo ofrendas y
“alimento” a su pueblo, y es más que evidente que quienes lo piden son los
sacerdotes de Israel, cuya ambición irá progresivamente en aumento hasta
alcanzar las incalculables riquezas que posee en la actualidad como consecuencias
de las dádivas alcanzadas y de los robos efectuados por ellos a lo largo de la
historia.
2.1.
Yahvé, un Dios que pacta con Israel y sólo con Israel, que destruye a quienes
se le oponen y que no es único ni universal.
De
acuerdo con su carácter tribal, Yahvé pretende estable-cer una alianza perpetua
con Israel, que desde la alianza de Yahvé con Abraham, será su pueblo. Y así, respecto
a tal alianza se dice en Éxodo:
“Os
tomaré para que seáis mi pueblo, y yo seré vuestro Dios; entonces conoceréis
que yo soy el Señor, vuestro Dios, el que os libró de la opresión egipcia”[10].
¿Qué importancia tienen estas
palabras? Pues realmente una importancia esencial, ya que a lo largo de la Biblia se habla en muchas ocasiones de
una alianza entre Yahvé y el pueblo
de Israel por la que éste será el pueblo exclusivo
de Yahvé –del mismo modo que Yahvé será Dios exclusivo de Israel y de ningún
otro pueblo-.
Pero,
¿qué clase de alianza es ésta? Como puede verse por los textos que a
continuación se citan, aquí lo que hay no es propiamente un pacto o alianza
entre Yahvé y el pueblo de Israel sino una simple imposición divina –que no es otra que la ideada por los sacerdotes
dirigentes del pueblo de Israel para tener así mejor controlado al pueblo-. Por
dicha “alianza” Yahvé propone –o impone a Abraham- que el pueblo de Israel le acepte
como “su Dios” y le guarde fidelidad. A cambio éste le concede-rá su protección
contra sus enemigos, le ayudará a superar la situación de esclavitud en que el
faraón egipcio todavía le había de someter, y le concederá un lugar en el que
poder establecerse para siempre, la llamada “tierra prometida”.
Sin
embargo, Abraham en ningún momento llegó a pronunciarse acerca de la propuesta
(?) de Yahvé, al margen de que lo más lógico es que la hubiera aceptado –en el
caso de que se hubiera producido-, pues, aunque en Génesis aparece un diálogo entre Yahvé y Abraham en referencia a
esa supuesta alianza, en ningún momento de ese supuesto encuentro Abraham asiente
formalmente a dicha alianza.
Pero,
en cualquier caso, hay que decir que tal “alianza” habría tenido un valor nulo
en cuanto, a la hora de la verdad y posteriormente a dicho encuentro, Yahvé
introducía en la práctica una cláusula que para nada aparecía en aquella “negociación”
con Abraham: Se trata de que Yahvé no le advierte de que, si el pueblo de
Israel incumple la fidelidad que deberá mantener-le, él actuará de forma
despótica contra su pueblo, matando y destruyendo sin piedad a justos y
pecadores hasta que su ira se aplaque.
Además,
hay que decir igualmente que, incluso en el caso de que Abraham hubiera
aceptado formalmente tal “alianza”, ésta se habría producido entre Yahvé y
Abraham, pero no entre Yahvé y el pueblo de Israel por los siglos de los siglos
amén, pues la decisión de Abraham no tenía por qué ligar al resto de su pueblo
ni a su descendencia. Sin embargo, en aquellos tiempos el individuo no contaba
como tal sino que lo que contaba era el pueblo, la tribu, la colectividad y,
por ello, una supuesta alianza con Abraham, patriarca del futuro pueblo de
Israel, era valorada como una alianza con el pueblo que surge a partir de Jacob,
nieto de Abraham, y sus doce hijos varones, que dieron origen a las doce tribus
de Israel.
Por
ello, el sentimiento israelita de unidad tribal y de pueblo debía de ser tan
intenso en aquellos tiempos que el autor de este relato consideró con toda
naturalidad que un supuesto pacto entre Yahvé y Abraham obligaba a todo su
pueblo, como si éste fuera una simple prolongación de Abraham y como si las
personas careciesen de dignidad individual propia, de manera que su libre
decisión para ratificar o para anular aquel dudoso pacto no hubiera merecido siquiera
ser tomada en cuenta.
Hay
otros pasajes que insisten en esta misma idea, aunque en ocasiones con algún
matiz digno de ser destacado, como son los siguientes:
a)
“…si me obedecéis y guardáis mi alianza, vosotros
seréis el pueblo de mi propiedad entre todos los pueblos”[11].
b)
“No tendrás otros dioses fuera de mí”[12].
c)
“Habitaré en medio de los israelitas y seré su Dios”[13].
d)
“Viviré en medio de vosotros; seré
vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo”[14].
e)
“No profanéis la tierra que habitáis, en medio de la cual habito yo también,
pues yo soy el Señor, que habito en medio de los hijos de Israel”[15].
Lo más destacable y común de estos pasajes es la
clara y exclusiva predilección de Yahvé por el pueblo de Israel, al margen de
que en ellos no se haga referencia en ningún caso a ningún mérito especial de
ese pueblo como para ser elegido por Yahvé como “su pueblo entre todos los
pueblos”. Y, por ello, del mismo modo que Yahvé elige a su pueblo, exige a éste
que no tenga otro Dios que él.
De
forma latente, pero clara, puede descubrirse en todos estos pasajes la
intención y la mano de los sacerdotes israelitas, que, en un momento dado de su
historia, introducen a Yahvé como Dios de Israel, como un poder mágico que les
servirá para reforzar su autoridad ante su pueblo desde el momento en que,
cuando dirijan órdenes a su pueblo, ya no lo harán por su propia autoridad, que
sería la de simples seres humanos, sino por la del poderoso Yahvé, que se
comunica con los sacerdotes para que éstos transmitan sus órdenes a su pueblo.
Por
otra parte, también tiene interés señalar cómo en el pasaje b se hace alusión a la existencia de otros dioses como algo
absolutamente natural, advirtiendo a Israel que no debe tener otros dioses distintos de Yahvé. Casi todas las
matanza de Yahvé contra su propio pueblo se producen por la serie de infidelidades
de su pueblo, que en diversas ocasiones cae en la tentación de adorar a otros
dioses, según se narra en la Biblia,
al margen de que el motivo real de tales desastres provenga de otras causas
como la del poder de sus enemigos, siendo luego los sacerdotes quienes
aprovechen tales derrotas para calificarlas como castigo de Yahvé a su pueblo por
haber adorado a otros dioses.
El texto que sigue a continuación es
especialmente duro, amenazando al pueblo de Israel con terribles consecuencias en
el caso de que no cumpla con las supuestas “condiciones del pac-to” impuesto
por Yahvé, condiciones que no se nombran en el momento en que se supone que
dicho pacto o alianza se produjo, y muestra a un Dios brutal y cruel en grado
extremo, lo cual representa la antítesis del Dios al que el cristianismo considera
como amor infinito y a pesar de que el cristianismo considera que Yahvé y Jesús
se identifican, en cuanto ambos serían Dios, al margen de que los creadores del
cristianismo hayan conside-rado al mismo tiempo que Jesús es “Hijo de Dios”. El
Dios de este pasaje no tiene escrúpulos en amenazar a su pueblo advirtiéndole
de que, si no le obedece, le hará comer
la carne de sus hijos y llegará a detestarle, con las consecuencias que
ello implica. Pero la idea de que Dios llegue a imaginar una salvajada tan
bestial como la de que los padres deban comer la carne de sus hijos así como la
de que él vaya a detestarles y a perseguirles con la espada es contradictoria
con la de su amor infinito de la que
se habla igualmente en otros pasajes de la Biblia
y especial-mente en el Nuevo Testamento.
En
efecto, en este sentido se dice en Levítico:
“Si a pesar de todo esto no me obedecéis y
seguís obstinados contra mí […] Comeréis
la carne de vuestros hijos y de vuestras hijas […] amontonaré vuestros
cadáveres sobre los cadáveres de vuestros ídolos y os detestaré […] os dispersaré
entre las naciones y os perseguiré con la espada desenvainada”[16].
Como puede ver cualquiera que tenga
un mínimo de sensi-bilidad, este pasaje no puede servir para mostrar las
“buenas cualidades” de una divinidad capaz de suscitar amor sino, si acaso, el
modo de ser de un monstruo sanguinario y despiadado hasta extremos realmente
insuperables.
Las referencias a la discutible
“alianza” de Yahvé con el pueblo de Israel, excluyendo de dicha alianza a los
demás pue-blos, aparecen también de modo indiscutible en muchos otros pasajes
como los siguientes:
“Yo haré con ellos [Israel] una alianza
eterna, para que yo sea su Dios, y ellos sean mi pueblo; y no volveré a
expulsar a mi pueblo Israel de la tierra que les di”[17].
“Abrahán fue ilustre padre de muchos
pueblos, y no hubo quien lo superara […] Por eso Dios le prometió con juramento
bendecir a las naciones de su descendencia, multiplicarlo como el polvo de la
tierra, exaltar como las estrellas su linaje […] La bendición de todos los
hombres [de Israel] y la alianza las hizo descansar sobre la cabeza de Jacob;
lo confirmó en sus bendiciones, le dio la tierra en herencia, la dividió en
porciones y la repartió entre las doce tribus”[18].
“Haré con ellos [con el pueblo de Israel] una
alianza de paz, una alianza eterna […] Pondré en medio de ellos mi morada, yo
seré su Dios y ellos serán mi pueblo”[19].
“Yo establecí con ellos mi alianza,
prometiéndoles la tierra de Canaán”[20].
“Si me obedecéis y guardáis mi alianza,
vosotros seréis el pueblo de mi propiedad entre todos los pueblos, porque toda
la tierra es mía”[21].
El libro de los Salmos en general insiste también en
multitud de ocasiones en la idea de esta alianza
de Yahvé con Israel.
Sin embargo, esta supuesta alianza
merece diversas críticas tanto por su carácter antropomórfico como por otros
motivos que se exponen a continuación:
En
primer lugar, es realmente absurdo el antropomorfismo de este Dios por su
interés –simplemente humano- en establecer una alianza, un pacto o un contrato
con determinado pueblo, el pueblo de Israel, como si Yahvé fuera a obtener algún
beneficio por dicho pacto, como si fuera a perder algo por no realizarlo o como
si Israel tuviera algún mérito especial para convertirse en “el pueblo elegido”.
Por ello, de forma espontánea surge la pregunta: ¿Entonces, por qué se produce
tal alianza?
Es
evidente que quienes estaban realmente interesados en dicho “pacto” o en
presentar la “comedia” de que dicho pacto se había producido no eran otros que los sacerdotes de Israel, que embaucan a
su pueblo en nombre del supuesto Yahvé, para que los israelitas obedezcan ciegamente
las órdenes que reciban de ellos, en cuanto se presentan como los intermediarios entre Yahvé y su pueblo,
como si Yahvé no hubiese tenido suficiente poder para hablar directamente a todos
y a cada uno de los miembros del pueblo de Israel sin necesidad de
intermediarios que hubieran podido tergiversar sus palabras, como de hecho
hicieron en su totalidad, no porque las falsearan sino porque sencillamente,
tal como ya se ha dicho, fueron esos sacerdotes quienes crearon o moldearon a
su Dios, a su imagen y semejan-za, al tomar conciencia de la utilidad de esa
invención para tener más controlado a su propio pueblo.
En
tercer lugar, es igualmente antropomórfica y absurda la idea de que un Dios
pueda sentir predilección por un pueblo frente a todos los demás, al margen de
que con el transcurso del tiempo dicho Dios o, más exactamente, sus sacerdotes
llegasen a presentarlo finalmente como un Dios único y universal, lo cual
implica, por otra parte, una contradicción con las referencias que se acaban de
hacer respecto a Yahvé como Dios de Israel, como un Dios propio y
exclusivo, así como si se tienen en cuenta las cualidades que deberían estar
implícitas en el concepto de Dios desde el momento en que le se considera como
un “ser perfecto”.
En
cuarto lugar y en relación con el punto anterior, hay que decir que son muchas
las ocasiones en que se insiste en la idea de que la alianza se produjo
exclusivamente entre Yahvé y el pueblo de Israel por la mediación de Abraham,
pero no entre Yahvé y la humanidad en general, a pesar de que el pasaje que
narra el encuentro de Yahvé con Abraham no contiene ninguna fórmula que sugiera
que en tal encuentro se produjera pacto alguno. Así, en Éxodo, 19:5, se dice de manera clara y explícita que Yahvé será el Dios de Israel entre todos los pueblos. Es decir, se
dice con claridad que Yahvé no pretende ser un Dios universal, protector de todos
los pueblos o de la humanidad en general, sino exclusivamente de ese pequeño
pueblo del oriente próximo, rodeado de tantos otros con sus respectivos dioses
protectores, cuya existencia no sólo no se niega sino que llega a reconocerse
de manera explícita, tal como se verá más adelante.
En
cualquier caso, más que de un pacto o de una alianza se trata de una promesa
que supuestamente Yahvé hace a Abraham y que éste acepta, pues, viniendo de
Yahvé, no parecía que pudiera tener sino aspectos positivos ni habría sido
prudente que Abraham se negase a replicarle nada. Como Yahvé les había librado
de Ur y ahora prometía a Abraham que en el futuro libe-raría a su pueblo de la
opresión egipcia[22] y
además le ofrecía tierras para que su pueblo se estableciera en ellas de manera
definitiva, era lógico que Abraham no pusiera objeción alguna a dicho
ofrecimiento. A cambio el pueblo de Israel debía aceptar a Yahvé como “su Dios”
y rechazar a cualquier Dios de otro pueblo que pudiera inducirles a adorarlo,
llevándoles a ofrecerle algún tipo de respeto, de ofrendas, de sacrificios y de
obediencia, pues tal actitud implicaría un abandono de su Dios Yahvé o, más
exactamente, una desconfianza hacia sus sacerdotes, los cuales pretendían
dirigir al pueblo siguiendo las órdenes que supuestamente Yahvé les trasmitía.
Es
evidente, por otra parte, que, a pesar del carácter exclusivo con que se
muestra esta alianza entre Yahvé y el pueblo de Israel, los dirigentes de la
Iglesia Católica modificaron el sentido de aquella supuesta alianza para darle
un valor nuevo, no tribal sino “católico”, universal, que fue el que
especialmente defendió Pablo de Tarso, y el que ayudó en una importante medida
a que el Cristianismo, separado de la religión de Israel, se convirtiera al
cabo de pocos siglos en “la multinacional religiosa” con mayor poder
económico, político y social de todo el planeta.
En
quinto lugar, tiene interés señalar la contradicción según la cual en algún
momento de la Biblia se olvida que la
supuesta alianza se realiza en esta encuentro de Yahvé con Abraham, y se diga
que se originó a partir de Moisés, después de producirse la liberación de los israelitas
del dominio egipcio, al margen de que sea cierto que Yahvé en su encuentro con
Abraham incluyese entre sus promesas la de liberar a Israel de los egipcios
cuando ya estuvieran esclavizados por el faraón de Egipto, en lugar de impedir
que fueran esclavizados, que es lo que hubiera sido más lógico. En cualquier
caso, Ageo entiende mal “al Espí-ritu Santo” –o es éste el que falla- cuando el
profeta escribe:
“Siguen
en pie los términos de la alianza que hice con vosotros cuando salisteis de Egipto”[23],
no siendo consciente de que dicha alianza se habría establecido
mucho tiempo antes de aquella liberación respecto a Egipto. En cualquier caso parece
que el Espíritu Santo estuvo algo despistado y se olvidó de “inspirar”
adecuadamente a Ageo acerca del momento en que se produjo tal alianza, lo cual
no es muy propio de un Dios al que se considere “perfecto”.
Sin
embargo, siendo realistas y dejando de lado historietas míticas, parece que quien
tuvo la idea de imaginar aquella alian-za entre Yahvé y Abraham –o el pueblo de
Israel- lo hizo ya bastante tiempo después de que se produjera la liberación
del pueblo de Israel, pues habría sido realmente absurdo que Yahvé prometiera a
Abraham liberarle de una situación de esclavitud que todavía no se había
producido en lugar de prometerle impedir que se produjera. Y, por ello, es muy
posible que el “error” de Ageo se produjese por haber entendido que lo más
lógico era que dicha alianza se produjese después
o a partir de la liberación de Israel y no antes, a pesar de los muchos pasajes
que insisten en lo contrario.
Por
lo que se refiere a los contenidos de esta alianza im-puesta hay que señalar
los siguientes:
a) Como ya se ha dicho, la supuesta
alianza implicaba que Yahvé entregaría a los israelitas una tierra para que se establecieran en ella de manera definitiva.
Se trataba de la conocida como “tierra prometida” también nombrada en la Biblia como “tierra de Canaán”, habitada
ya por otros pueblos:
“Aquel día hizo el Señor una alianza con
Abrán en estos términos:
-A tu descendencia le daré esta tierra,
desde el torrente de Egipto hasta el gran río, el Eufrates: quineos, quineceos,
admeos, hititas, pereceos, refaítas, amorreos, cananeos, guergueseos y
jebuseos”[24].
No se trataba de un paraíso
deshabitado en espera de ser ocupado sino de la tierra de Canaán, habitada ya
por una serie de pueblos contra los que Israel luchó para apoderarse de ella
con el argumento de que Yahvé se la había dado. Y, desde luego, con un
argumento de esa clase, surgido no de ninguna alianza sino de la ambición de
los dirigentes de Israel, cualquier nación sin escrúpulos podría tratar de
apoderarse de todo el planeta “en nombre de Dios”.
En
relación con este asunto, tiene interés comentar un pasa-je de los Salmos por su relevancia para conocer la
curiosa manera que tiene Yahvé –o mejor, los sacerdotes israelitas- de entender
la moral, pues se presenta desde la perspectiva
de los imperativos hipotéticos kantianos, los cuales, como Kant vio acerta-damente,
no podían tener valor moral a causa de su carácter interesado. En efecto, se
dice en Salmos:
“[Yahvé]
les dio [a los israelitas] las tierras de los paganos, les hizo heredar las
riquezas de las naciones, para que
guar-dasen sus mandamientos, y cumpliesen sus leyes. ¡Ale-luya!”[25].
Como ya se ha dicho, este pasaje presenta un modo de
actuar por parte de Yahvé coincidente con lo que Kant llamaría “imperativo
hipotético”. En este caso los versículos citados podrían adquirir más
claramente la forma de dicho imperativo mediante la siguiente estructura: “Si queréis heredar las riquezas de las
naciones que os daré, debéis guardar
mis mandamientos y cumplir mis leyes”, forma mediante la cual aparece
claramente la subordinación del deber de
cumplir las normas al hecho de que quieran
obtener las riquezas que Yahvé les ofrece. Pero, como Kant diría, cumplir
con una norma por los beneficios que pueda reportarnos no entra dentro de la
moralidad, la cual se relaciona con el cumplimiento del deber o de las normas
morales cuando se hace por la conciencia de que tales normas son expresión de
una ley absoluta que debe cumplirse incondicionalmente,
más allá de cualquier interés y sólo por respeto a la ley moral de la que emanaría
el deber correspondiente.
Una
cuestión distinta sería la de demostrar la existencia de leyes morales que valieran
por ellas mismas y no precisamente por el bien que a través de su cumplimiento
se pudiera lograr, pero, como más adelante se verá, tal demostración es
realmente imposible, y, por ello, el hecho de que los israelitas guardasen los
mandamientos de Yahvé y cumpliesen sus leyes por ese motivo de carácter
interesado, aunque privaba a sus actos de auténtico valor moral, al menos en el
sentido kantiano de la moral, sin embargo era una manera muy lógica y humana de
actuar, al margen de que el fundamento de dicha norma no se encontrase
realmente en la voluntad de Yahvé sino en los inte-reses de los dirigentes de
Israel.
Por
otra parte, el hecho de que Yahvé concediese a Israel la “tierra prometida”,
exterminando a la práctica totalidad de sus anteriores habitantes, despreciando
el derecho de éstos a vivir en ella, no dice mucho en favor de la justicia de Yahvé
y sí en favor del carácter tribal de ese Dios, creado por los astutos
dirigentes de Israel, que protege a su pueblo pero desprecia o se desentiende
de todos los demás. A tales dirigentes no les importaba masacrar y exterminar a
los habitantes de la supuesta “Tierra Prometida” para instalarse en ella
después de su huida de Egipto. Y así, en descargo de Yahvé sólo puede decirse
que no podía ser culpable de nada y que estos pasajes bíblicos lo que dejan
traslucir es la ambición y el belicismo de Israel y de sus dirigen-tes a la
hora de apoderarse de tierras ya ocupadas, matando a sus ocupantes para
asentarse en ellas y poniendo como excusa de sus ataques criminales, en los que
no dejaron a nadie con vida, que cumplían con las órdenes de su Dios Yahvé, el
cual les había concedido dichas tierras ordenando matar a sus habitantes. Como
atenuante de su conducta puede tenerse en cuenta que Israel había logrado
escapar de la opresión egipcia y que luego había estado vagando por el desierto
durante bastante tiempo, ¿cuarenta años?, para encontrar un lugar donde
asentarse.
b) Lo que el supuesto Yahvé no
comunicó a Abraham en aquel mítico momento de su “alianza” fue la serie de
terribles y crueles represalias que tomaría en el caso de que Israel no le
mantuviese la fidelidad exigida. Y, estas bárbaras amenazas, al menos según los
textos bíblicos, serían constantes y se cumplirían en muy numerosas ocasiones,
como la ya señalada en el texto de Levítico,
26:27-33, tan lleno de crueldad.
c) En otros pasajes, como los siguientes,
se insiste en esta misma idea de la estrecha y exclusiva unión entre Yahvé y el
pueblo de Israel y en su obsesión por que
su pueblo no adorase a otros dioses.
Respecto
al conjunto de estos pasajes tiene interés comentar algunos en particular por
las ideas que expresan y por las que se deducen de ellos, pues, por una parte,
se habla de la alianza, pero complementariamente se insiste en la exaltación de
Israel como único pueblo al que Dios ha
elegido. Se habla también de la recompensa divina, de los castigos de Yahvé
a su pueblo si cae en la tentación de adorar a otros dioses, de la misma existencia
de esos otros dioses, entre los cuales se considera que Yahvé es el más
poderoso, o en el paso de esta consideración, por la que –al igual que en otros
lugares de la Biblia- se acepta la
existencia de otros dioses a la afirmación definitiva de que Yahvé es el único
Dios.
d) Respecto a la glorificación del pueblo de Israel que
tal pacto implicaba por haber sido elegido
por Yahvé con carácter exclusivo
entre todos los pueblos de la tierra, pueden mencionarse, además de otros
pasajes ya citados, algunos más en los que tal glorificación se manifiesta, como
son los siguientes:
d1)
“Porque tú eres un pueblo consagrado al Señor tu Dios, para que seas el pueblo de su propiedad entre todos los pueblos que hay
sobre la superficie de la tierra”[26].
d2)
“El Señor se fijó en vosotros y os eligió […] por el amor que os tiene y para
cumplir el juramento hecho a vuestros antepasados”[27].
d3)
“Sin embargo, sólo en tus antepasados se
fijó el Señor, y esto por amor”[28].
d4)
“El Señor tu Dios te ha elegido para ser
su pueblo entre todos los pueblos de la tierra”[29].
d5)
“El Señor, en efecto, ha querido hacer de vosotros su pueblo”[30].
d6)
“¿Existe en la tierra un pueblo que sea como tu pueblo Israel, al que Dios
mismo haya venido a rescatar para hacerlo su pueblo, para hacerlo famoso, para
realizar en su favor grandes y terribles prodigios, expulsando a las nació-nes
y a sus dioses delante de tu pueblo, a quien rescataste para ti de Egipto? Has
consolidado a tu pueblo Israel y lo has hecho tu pueblo para siempre, y tú,
Señor, te has con-vertido en su Dios”[31].
d7)
“Habitaré en medio de los hijos de Israel y no abandonaré a mi pueblo Israel”[32].
d8)
“De todas las familias de la tierra sólo
a vosotros os elegí”[33].
d9)
“Yo cambiaré la suerte de mi pueblo Israel […] Yo los plantaré en su tierra y
nunca más serán arrancados de la tierra que yo les di, dice el Señor tu Dios”[34].
d10)
“Tú libras a Israel de todo mal; elegiste a nuestros antepasados y los
consagraste a ti”[35].
d11)
“¡Pueblos todos, aplaudid; aclamad a Dios con voces de júbilo! Porque el Señor
[…] es el rey de toda la tierra. Él nos somete los pueblos, y nos subyuga las
naciones. Él escogió nuestra heredad, orgullo de Jacob, su amado”[36].
d12) “En aquel tiempo, oráculo del Señor, yo seré el Dios de todas
las familias de Israel, y ellas serán mi pueblo”[37].
d13)
“Porque así dice el Señor todopoderoso […]: “El que os toca a vosotros toca la
niña de mis ojos” ”[38].
d14)
“Haré con ellos [= con el pueblo de Israel] una alianza de paz, una alianza
eterna […] Pondré en medio de ellos mi morada, yo seré su Dios y ellos serán mi
pueblo”[39]
d15) Posteriormente, ya en el Nuevo Testamento, la idea de que la
alianza va destinada exclusivamente
al pueblo de Israel aparece en las palabras atribuidas al propio Jesús, tal
como se narra en el evangelio de Mateo. En
relación con una mujer cana-nea, es decir, no israelita, que fue a pedirle a
Jesús el favor de que liberase a su hija del demonio que la poseía,
“[Jesús] respondió:
-Dios me ha enviado sólo a las ovejas
perdidas del pueblo de Israel.
Pero ella fue, se postró ante Jesús y le
suplicó:
-¡Señor, socórreme!
Él respondió:
-No está bien tomar el pan de los hijos
para echárselo a los perrillos.
Ella replicó:
-Eso es cierto, Señor, pero también los
perrillos comen las migajas que caen de la mesa de sus amos.
Entonces Jesús le dijo:
-¡Mujer, qué grande es tu fe! Que suceda lo
que pides.
Y desde aquel momento quedó curada su hija”[40].
Como comentario a los pasajes citados hay que decir,
en primer lugar, que en general el conjunto de todos ellos elimina cualquier
duda acerca de la absoluta predilección exclusiva
de Yahvé por el pueblo de Israel, lo cual no encaja para nada con la idea
de un Dios universal –católico- que
“ama infinitamente a toda su creación”. Por ello mismo, los dirigentes de la Iglesia Católica se contradicen cuando identifican
a su Dios Universal con Yahvé, que es sólo el Dios de Israel, un Dios tribal. El
cinismo de los dirigentes católicos llega al extremo de componer cánticos en
honor de “el Señor” –Yahvé- utilizando como letra de dichos cánticos diversos
pasajes bíblicos en los que se habla del amor del Señor por su pueblo, pero silenciando que ese pueblo no es otro que el de Israel o incluso dando a entender falsamente
que su pueblo es el formado por todos aquéllos que aceptan la religión católica
y las consignas del Vaticano.
En segundo
lugar tiene interés señalar cómo en diversos libros de la Biblia la existencia de Yahvé no se presenta como excluyente de la existencia de otros dioses, tal como en este caso se refleja en el
pasaje b6. Pero la doctrina posterior
de las diversas religiones –y entre ellas la de la Iglesia Católica- ha ido
evolucionando hacia un planteamiento monoteísta, por lo que en los
planteamientos bíblicos habría una contradicción entre aquellos pasajes en que
se defiende la existencia de los diversos dio-ses
tribales y aquellos en los que se afirma finalmente la existencia de un Dios único.
En tercer lugar los pasajes d6, d11 y d13 tienen el interés de mostrarnos el carácter político y militar de tal alianza
en cuanto Yahvé se presenta como la fuerza de Israel que, por una parte,
alejará o destruirá a los enemigos que intenten dañarla y, por otra además, no
conformándose con esa labor puramente defen-siva, se convierte además en “Dios
de las batallas”, en una fuer-za agresiva que fomenta y anima la expansión y el
dominio de Israel sobre los demás pueblos, tal como se dice en el pasaje d11: “Él nos somete los pueblos, y nos
subyuga las naciones”. Resulta por ello escandaloso comprobar la falsedad de la
Iglesia Católica al olvidar o silenciar el carácter guerrero de ese Dios en
favor de Israel, tan alejado de un Dios universal, de amor y de paz, como el
que más adelante se ha intentado presentar.
Finalmente tiene interés hacer una referencia
especial al pasaje d15 por diversos
motivos: En primer lugar porque en dicho pasaje –al igual que en otros que se
mencionarán en el capítulo correspondiente- se reconoce de manera implícita que
Jesús no es Dios sino sólo que Dios le ha
enviado.
Aceptando la hipótesis
de que Jesús hubiera sido Dios, la frase “Dios me ha enviado” equivaldría “Dios
ha enviado a Dios”, equivalencia cuya justificación se apoya en la doctrina de
la Iglesia Católica según la cual tanto el Hijo como el Padre son Dios, por lo
que la afirmación “Dios me ha enviado” carecería de sentido. Y, en segundo
lugar porque este pasaje, a pesar de que en él Jesús hace una excepción a su
misión haciendo final-mente el favor que le pide la mujer cananea, después de
comparar al pueblo de Israel con los propios “hijos” y a los pueblos no judíos
con “perrillos”, afirma abiertamente:
“-Dios me ha
enviado sólo a las ovejas perdidas
del pueblo de Israel”[41],
lo
cual es una manera de insistir en el carácter tribal de ese Dios, tal como se ha podido ver en múltiples pasajes
del Antiguo Testamento. Además, por
si esta referencia exclusivista de Jesús al “Dios de Israel” pudiera parecer
insuficiente, puede tenerse en cuenta otra que resulta especialmente
ilustrativa como es la siguiente:
“No penséis que
he venido a abolir las enseñanzas de la ley y los profetas; no he venido a
abolirlas, sino a llevarlas hasta sus últimas consecuencias”[42].
Este
pasaje que tiene la doble importancia de mostrar, por una parte, a Jesús
perfectamente integrado en el respeto de la religión de su pueblo Israel,
hasta el punto de querer ir más allá por lo que se refiere a su observación y
cumplimiento más auténtico, llevándolo
hasta sus últimas consecuencias, y, por otra, la de mostrar con una
claridad similar que Jesús no pretendió
crear una nueva religión, en contra de lo que sucedió después de su muerte,
sino dar ejemplo con su conducta de cómo había que practicar la religión de su
pueblo.
Es cierto, por otra
parte, que existen diversos pasajes en los que parece como si Jesús pretendiera
algo distinto, de carácter más político y revolucionario, pero conviene tener
en cuenta que los evangelios fueron escritos bastantes años después de la
muerte de Jesús y que durante los años transcurridos, de los que se sabe muy
poco, sus seguidores formaron un grupo religioso disidente del de los judíos
ortodoxos y muy pronto crearon una secta separada de manera definitiva de la
religión tradicional de Israel. Pero como refuerzo en favor de la idea de que
Jesús no pretendió crear una nueva religión, conviene recordar también la
ocasión en que entró en el templo escandalizado con los mercaderes que habían
convertido el templo en una “cueva de ladro-nes”: Si Jesús hubiera despreciado
la religión judía no se habría indignado en absoluto por el hecho de que el templo,
en lugar de ser un sitio de auténtico culto religioso, se hubiese convertido en
un lugar donde hacer negocios de carácter puramente material, pero el hecho de
que dijera:
“Está escrito.
Mi casa es casa de oración, pero vosotros la habéis convertido en cueva de
ladrones”[43]
es
una prueba clara de su identificación con la religión y con el templo judío, aunque
el hecho de que en el evangelio atribuido a Lucas se dijera “mi casa”, en
referencia a dicho templo, pudo haber sido una de las muchas frases que los
escritores de los evangelios hicieron decir a Jesús para convencer a sus fieles
de que Jesús era mucho más que aquel “mesías” esperado, de carácter
esencialmente guerrero, que habría de liberarles del do-minio del imperio
romano, pues, según aquellos primeros cristianos, era el Hijo de Dios,
redentor de los pecados y creador de la nueva y auténtica religión.
Igualmente puede recordarse que, según se
indica en el evangelio atribuido a Lucas, después que Jesús fue llevado al cielo, sus discípulos
“estaban
continuamente en el templo
bendiciendo a Dios”[44],
lo cual no habría tenido sentido si el templo judío –y no cristiano- no le hubiese
importado a Jesús ni a sus discípulos.
Aunque sea de forma circunstancial,
tiene interés observar que en estas palabras de los discípulos de Jesús se diga
que estaban en el templo “bendiciendo a Dios”. Ahora bien, si hubieran estado realmente
convencidos de la divinidad de Jesús, parece lógico que el autor de este pasaje
hubiera escrito sin reparo alguno que sus discípulos estaban en el templo
“bendiciendo a Jesús”.
Como se ha indicado antes, la alianza de Yahvé con
Israel tuvo un carácter especialmente belicista, tanto defensivo como agresivo
y expansionista respecto a los pueblos vecinos. Dicho belicismo iba acompañado
de un odio especialmente intenso contra aquellos pueblos por los que había sido
derrotado y en ocasiones reducido a esclavitud.
También en este punto
existe una contradicción, al menos teórica, entre las enseñanzas de Jesús,
relacionadas con el amor a los enemigos,
y las enseñanzas que se desprenden de una serie de textos bíblicos en los que
se pone de manifiesto el odio contra los
enemigos, odio sentido incluso por el propio Yahvé.
Como ejemplos de textos
en los que Israel manifiesta su odio feroz contra estos pueblos pueden verse
los siguientes:
d16) “Perseguiré
a vuestros enemigos, y éstos caerán a espada delante de vosotros”[45].
d17) “Capital de
Babilonia, criminal, dichoso el que te pague el mal que nos has hecho, dichoso
el que agarre a tus hijos y los estrelle contra la roca”[46].
d18) “…Despierta tu furor, derrama tu ira,
destruye al adversario, aniquila al enemigo […] Tu fuego vengador devore a los
que queden, y perezcan los que oprimen a tu pueblo”[47].
Ninguno de estos pasajes es precisamente una muestra
de amor y de compasión hacia los enemigos de Israel sino de la sed de venganza
de ese pueblo –o la de su clase sacerdotal-, donde al propio Yahvé se presenta
persiguiendo y matando a los enemigos de Israel, donde se considera dichoso al
que agarre a los hijos de los pueblos
enemigos y los estrelle contra la roca, o donde se pide a Yahvé la
destrucción y la muerte de los enemigos de su pueblo.
Resulta difícil
encontrar la compatibilidad entre estos dese-os y peticiones a Yahvé y la
defensa de la caridad, del perdón, de la misericordia, que en otros momentos se
defiende en los escritos bíblicos, y en momentos y personajes concretos de la
historia de la Iglesia Católica. Realmente se trata de plantea-mientos contradictorios, pues la sed de venganza y el odio
son los extremos opuestos al perdón y al amor.
e) Por lo que se refiere a la exigencia de Yahvé a
Israel de que le guarde fidelidad y que no adore a otros dioses las alusiones a esta cuestión son
constantes y, por ello, se mostrarán sólo algunos ejemplos:
e1) “No tendrás
otros dioses fuera de mí”[48].
e2) “Cuando el Señor tu Dios haya aniquilado ante ti
las naciones que vas a despojar; cuando las hayas despojado y habites en sus
dominios, ten cuidado para no caer en la trampa siguiendo su ejemplo, una vez
que ellas hayan desaparecido ante ti. No busques, pues, a sus dioses diciendo
“Yo también voy a dar culto a los dioses a quienes esos pueblos daban culto”.
No procederás así con el Señor tu Dios, ya que nada hay más odioso y abominable
para el Señor que lo que hacían estos pueblos por sus dioses, pues incluso
quemaban a sus hijos e hijas en honor de sus dioses”[49].
e3) “Si rompéis
la alianza que el Señor vuestro Dios hizo con vosotros, dando culto a otros
dioses y postrándoos ante ellos, entonces se desatará la ira del Señor contra
vosotros y muy pronto desapareceréis de esta tierra buena que él os ha dado”[50].
El texto e1
tiene el interés especial de que afirma de manera muy escueta pero indudable
la exigencia de Yahvé de ser el único
Dios de Israel, pero tiene por lo mismo el interés añadido de que tal
exigencia va acompañada de un implícito reconocimiento
de la existencia de otros dioses a los que Israel no debe someterse en
ningún caso, reconocimiento que es contradictorio con la doctrina católica que proclama
la existencia de un solo Dios.
Evidentemente esta
preocupación por la actitud de Israel respecto a los otros dioses no proviene
de nadie más que de los sacerdotes de Israel, obsesionados por mantener su
poder y su control sobre su pueblo, pues poco podía importar a Yahvé lo que
Israel hiciera, ya que, siendo Dios, debía ser inmutable e imperturbable, por
lo que nada hubiera podido afectarle la conducta de los judíos respecto a él o
respecto a los demás dioses.
Igualmente el texto e2 insiste obsesivamente en esta
misma idea de la exclusiva fidelidad de Israel a Yahvé, pero haciendo
referencia igualmente a la acción criminal divina al aniquilar a los pueblos
que habitaban la “tierra prometida” para entregarla a Israel, cumpliendo así una
parte de la promesa relacionada con su “alianza” con este pueblo. En efecto, se
dice al comienzo de dicho pasaje: “Cuando el
Señor tu Dios haya aniquilado[51]
ante ti las naciones que vas a despojar…”. Y, de hecho, más adelante el
ejército de Israel conquista la “tierra prometida” aniquilando a sus habitantes
sin otra justificación que la fundamentada en aquel supuesto regalo de su Dios,
que, sin duda alguna, no era otra cosa que una mentira más de los dirigentes
para que sirviera de acicate a fin de que el pueblo se entregase a la lucha con
mayor tesón en su afán por conquistar
aquellas tierras, confiando en que Yahvé
estaba con ellos y les daría la victoria –del mismo modo que lo habría hecho
(?) en España el apóstol Santiago, “Santiago Matamoros”, luchando junto a los
cristianos y contra los musulmanes, y del mismo modo que lo habría hecho (?) la
diosa Atenea luchando junto a los aqueos en contra de los troyanos. Un
argumento similar a ése sirvió posteriormente a los musulmanes para hacer su
“guerra santa” y crear en poco tiempo, mediante la ayuda de su fe y de su
fanatismo, un imperio extra-ordinario. Y la misma Iglesia Católica, junto con
el poder militar de diversas naciones, utilizó este argumento para justificar las
guerras de las cruzadas, la conquista de América y la aniquilación o
esclavización de una gran parte de los nativos que no se convertían a la nueva
religión. Así que, mientras los pueblos se han ido desangrando en sus luchas
religiosas, el poder político, económico y social de religiones como la Iglesia
Católica ha ido creciendo de modo incesante gracias a la ambición y a la falta
de escrúpulos de sus dirigentes, y a la ingenuidad de las masas para sacudirse
de encima la sarta de estupideces y mentiras con que se les adoctrina desde la
infancia.
Finalmente el texto e3 representa una de las muchas
amenazas con que Yahvé advierte a su “amado pueblo” de que, si da culto a
otros dioses, lo hará desaparecer de la tierra. Evidente-mente, la amenaza no
proviene de nadie más que de los sacerdotes del pueblo de Israel, que lo que
exigen a su pueblo no es otra cosa que fidelidad a ellos mismos y a sus
órdenes, como supuestos transmisores de las palabras y las órdenes de Yahvé.
f) Respecto a las promesas de Yahvé acerca de la extensión de la “tierra prometida”
así como de la defensa de Israel
frente a sus enemigos y de la masacre
total de los pueblos que habitaban aquella tierra, puede hacerse referencia
a los siguientes pasajes:
f1) “[Moisés les
dijo] si amáis al Señor vuestro Dios, seguís todos sus caminos y os adherís a
él, el Señor expulsará ante vosotros a todas estas naciones, aunque sean más
poderosas y fuertes que vosotros y os apoderaréis de sus posesiones. Los
lugares que piséis con la planta de vuestro pie serán vuestros: desde el
desierto hasta el Líbano, desde el río Éufrates hasta el mar Mediterráneo será
territorio vuestro. Nadie podrá resistir ante vosotros. El Señor vuestro Dios
sembrará delante de vosotros el pánico y el terror sobre toda la tierra en la
que piséis, como os ha dicho”[52].
El texto f1
insiste en la idea de que la acción aniquiladora de Yahvé se extenderá de
manera terrorífica contra los pueblos habitantes de la “tierra prometida”: “El
Señor vuestro Dios sembrará delante de vosotros el pánico y el terror sobre
toda la tierra en la que piséis”. Pero, ¿qué sentido de la justicia o de la
miseri-cordia habría en ese supuesto Dios, que para favorecer a su pueblo lo
hiciera a costa de aniquilar a los habitantes de las regiones que deseaba
proporcionarle? Desde luego no es nada fácil ver aquí la acción de un Dios
bueno, justo y misericordioso en lugar de ver la acción de un tirano sin
misericordia y sin sentido alguno de la justicia. Además, ¿cómo la Iglesia
Católica tuvo posteriormente la osadía de presentar a su Dios, identificado
con ese mismo Dios de Israel, como Dios universal que amaba a todos los seres
humanos con un amor infinito? Parece que el cinismo de los fundadores de la
secta católica sólo quedó superado por la ingenuidad y la ignorancia de quienes
les siguieron durante aquellos primeros años desde su creación y de los que les
han seguido desde entonces –incluido durante demasiado tiempo el autor del
presente trabajo-.
f2) “…en las
ciudades de estas naciones que el Señor tu Dios te da como heredad no dejarás ni un alma con vida.
Consagrarás al exterminio a los hititas, amorreos, cananeos, pereceos, jeveos,
y jebuseos, como te ha mandado el Señor,
tu Dios”[53].
El texto f2 es un ejemplo de los que tanto
abundan en el Antiguo Testamento en
los que Yahvé ordena de manera fría,
inflexible e injusta no dejar ni un alma
con vida, exterminando en este caso a los pueblos que habitaban la “tierra
prometida”.
Pero, ¿cómo defender la creencia en un Dios
tan cruel que da esas órdenes tan injustas y asesinas en lugar de haber buscado
–o creado- para su pueblo un lugar
deshabitado en el que pudiera instalarse sin necesidad de tener que matar a
nadie? ¿Cómo un Dios, tan exclusivamente pendiente de su pueblo, iba a poder convertirse luego en un Dios universal? Sólo la ambición política y económica, y la falta
de escrúpulos de los dirigentes religiosos junto con la ingenuidad del pueblo
explican este cambio sobre el que los mismos cristianos de base todavía siguen
sin tomar conciencia, a pesar de poder consultar la Biblia en cual-quier momento para comprobar esta contradicción.
También es verdad que la jerarquía católica no manifiesta ningún interés, sino
todo lo contrario, en que su adoctrinado rebaño lea o conozca estos pasajes
bíblicos tan contradictorios respecto a la idea de un Dios Universal, que ama
infinitamente a todos los hombres y no sólo al pueblo de Israel.
f3) “…Despierta
tu furor, derrama tu ira, destruye
al adversario, aniquila al enemigo
[…] Tu fuego vengador devore a los que queden, y perezcan los que oprimen a tu
pueblo”[54].
El interés del
texto f3 consiste especialmente en su antropomorfismo en cuanto relaciona
a Yahvé con toda una serie de pasiones humanas, como el furor, la ira y la venganza
así como la petición de que actúe de forma implacable contra los enemigos
de su pueblo. Es evidente que tales sentimientos y tales acciones eran las que
los dirigentes de Israel procuraban transmitir al pueblo en su lucha contra
sus enemigos, pero no las de un supuesto Dios inmutable y omnipotente, cuyos
hipotéticos sentimientos no podían depender en absoluto de los avatares por los
que hubiera pasado su pueblo, avatares que –no se olvide- ese mismo Dios habría
predeterminado.
g) Respecto a los castigos que Yahvé infiere a su pueblo Israel por haberse alejado
de él adorando a otros dioses, dejo
para más adelante un exposición más amplia, pero señalo al menos un par de pasajes
similares a muchos otros que se encuentran en esta misma línea:
g1) “Israel se estableció en Sitín y el
pueblo se entregó al desenfreno con las moabitas. Éstas los invitaron a los sacrificios
de sus dioses, y el pueblo comió y se postró ante ellos […] Entonces el Señor
dijo a Moisés:
-Reúne a todos los jefes del pueblo y
cuélgalos ante el Señor, cara al sol, para que la cólera del Señor se aparte de
Israel.
Moisés dijo a los jueces de Israel:
-Matad a todos los que hayan dado culto al
ídolo de Peor.
[…]
Los que habían muerto por el castigo sumaban veinticuatro mil”[55].
g2) “[Los judíos] no exterminaron a los
pueblos como el Señor les había ordenado, sino que se mezclaron con los
paganos, y aprendieron sus prácticas: dieron culto a sus ídolos, que fueron la
causa de su ruina, e inmolaron sus hijos e hijas a demonios. Derramaron sangre
inocente, la sangre de sus hijos y sus hijas, que inmolaron a los ídolos de
Canaán. […] Por eso el Señor se enfureció contra su pueblo y llegó a aborrecer
su heredad […] Pero […] recordó su alianza con ellos, se arrepintió por su
gran amor”[56].
Se observa en estos pasajes cómo los castigos más
duros de Yahvé recaen contra Israel cuando éste cede a la tentación de adorar a
los dioses de otros pueblos, lo cual parece ser mucho más grave que asesinar o
realizar cualquier otro delito por muy grave que pueda parecer. Pero, claro
está, como ya se ha indicado en otros momentos, la crueldad de los castigos de
Yahvé por la adoración de Israel a otros dioses no proviene de Yahvé, a quien
poco hubieran podido importar las fantasías de su pueblo, sino de sus
sacerdotes, que se sirven de Yahvé, su mejor invención, para mantener por
encima de todo su poder y su control absoluto sobre su pueblo.
En estos últimos pasajes
se muestra de nuevo el carácter tribal
del Dios de Israel -a la vez que su índole sanguinaria-, ligada a la exigencia
a su pueblo de que no adore a otros dioses, pues fue él quien les salvó de su esclavitud
en Egipto y es con él con quien su pueblo, a través de Abraham, realizó un
pacto de fidelidad en el que se insiste en tantas ocasiones.
El Dios de Israel, como
se ha podido ver, no es un Dios uni-versal, pues no ama a los otros pueblos
sino que exige su destrucción en cuanto representen un peligro para la
fidelidad de Israel a Yahvé, o simplemente en cuanto estén ocupando la tierra
que Yahvé ha prometido a su pueblo.
Pero, evidentemente
quienes piden y profetizan la destrucción de estos pueblos son los sacerdotes de
Israel, que quieren mantener incontaminado y fuera de peligro su dominio sobre
su pueblo y por ello están interesados en que éste no conozca los dioses de los
otros pueblos a fin de evitar que sea seducido por sus cualidades –o por las que
supuestamente se les atribuya, según las creencias de esos pueblos- y se olvide
de Yahvé, es decir, de obedecer y seguir fielmente las órdenes de sus diri-gentes
en todo lo que quieran mandarle y de pagar sus diezmos a los sacerdotes de Yahvé.
h) Por lo que se refiere a la evolución del concepto
que los sacerdotes judíos fueron transmitiendo acerca de su Dios Yahvé, hay que
señalar que en un primer momento lo consideraron simplemente como uno más entre los dioses de los diversos
pueblos, pero muy pronto lo consideraron como el Dios más fuerte y poderoso entre todos ellos y, finalmente, como el único Dios, doctrina que prevalecerá
de modo definitivo en el Nuevo Testamento,
pero implicando una contradicción con las doctrinas del Antiguo, tan “palabra de Dios” como las del nuevo, según el punto
de vista de los dirigentes de la Iglesia Católica.
Así, el politeísmo de
Israel unido a la idea de que Yahvé es el Dios más poderoso aparece en pasajes
como los siguientes:
h1) “…el Señor
vuestro Dios es el Dios de los dioses
y el Señor de los señores; el Dios grande, fuerte y temible”[57].
h2) “Porque el
Señor es un Dios grande, rey poderoso más
que todos los dioses […] Porque
él es nuestro Dios, y nosotros su pueblo”[58].
Y el cambio de perspectiva por el que finalmente se
considera a Yahvé como único Dios
puede observarse en textos como el siguiente:
h3) “[Ezequías
oró así:] –Señor, Dios de Israel, que te sien-tas sobre los querubines, tú eres
el Dios de todos los reinos de la tierra, tú has hecho el cielo y la tierra […]
Te suplico, Señor, Dios nuestro, que nos libres de su poder [del de los reyes
de Asiria], para que todos los reinos de la tierra sepan que tú, Señor, eres el único Dios”[59].
2.3.
Yahvé, un Dios déspota, cruel y asesino en grado superlativo.
Como se ha podido ver,
son muchas las ocasiones en que Yahvé se muestra como un Dios déspota y sanguinario,
un Dios que no tiene ningún reparo en sembrar la destrucción y la muerte por
cualquier motivo insignificante o sin motivo alguno, como sucede cuando castiga
cruel y despiadadamente a seres absoluta-mente inocentes, como en especial a
los niños. Veamos algunos ejemplos más:
“El Señor dijo a
Elías, el tesbita:
-¿Has visto cómo Ajab se ha humillado ante
mí? Por haberse humillado ante mí, no lo castigaré mientras viva, sino que
castigaré a su familia en [= con la] vida de su hijo”[60].
Este pasaje muestra a un Dios arbitrario e injusto
que en esta ocasión perdona a quien se humilla ante él, pero que no por eso
deja de castigar, como si el castigo fuera una condición ineludible para
anular una culpa. Sin embargo y de modo absurdo el castigo se desvía y se
aplicará a su familia, como si ella hubiera sido culpable de algo. El hecho
de que se castigue a su familia sólo
puede entenderse hasta cierto punto teniendo en cuenta que en aquel tiempo la
cohesión familiar y social era tan intensa que se consideraba a la familia como
una simple prolongación del padre –en este caso, de Ajab-. Y, por eso, Dios no
hacía nada “injusto”: simplemente destruía lo suyo. Este pasaje está en la
misma línea de muchos otros que presentan a Dios como un ser arbitrario y
déspota, pero está en contradicción con el que rechaza castigar a los hijos por
los pecados de los padres y, desde luego, con todos aquellos que hablan de Dios
como de un ser infinitamente misericordioso, lo cual es doctrina oficial de la Iglesia
Católica en la actualidad del mismo modo que también es “palabra de Dios” el
pasaje citado, por lo que en consecuencia, nos encontramos ante una nueva
contradicción.
Más adelante es el
propio Yahvé quien defiende de forma explícita su derecho a la más absoluta
arbitrariedad en sus actos, que sólo obedecen a lo que le place y no a un
criterio moral previamente establecido o a un criterio basado en su teórico
amor infinito.
Para evitar un absurdo
absoluto a la hora de entender las actuaciones de Yahvé conviene no olvidar que
su omnipotencia se encuentra por
encima cualquier norma moral, llegando a decir por ello:
“Yo protejo a quien quiero y tengo compasión
de quien me place”[61],
palabras
que contradicen la doctrina según la cual la misericordia de Dios es infinita,
pues ésta queda subordinada y por ello mismo encuentra su límite en la
omnipotencia divina. Pero además conviene tener presente que las
contradicciones de ese conjunto de libros que es la Biblia de tienen nada que ver con el supuesto “Espíritu Santo” sino
con la astucia, la fantasía y los intereses de quienes escribieron cada una de
sus partes, intereses especialmente ligados con la clase social dominante de
Israel, que proyectaba y justificaba mediante su Dios Yahvé las acciones
despóticas y criminales que ellos mismos realizaban contra sus enemigos y
contra su propio pueblo para mantenerlo bajo su férreo control.
Poco más adelante el mismo Yahvé proclama que es un
Dios celoso, y, por ello mismo, añade en tono amenazante:
“No tendrás otros
dioses fuera de mí […] porque yo, el Señor tu Dios, soy un Dios celoso, que
castigo la maldad de los que me aborrecen en sus hijos hasta la tercera y
cuarta generación”[62].
Las amenazas de Yahvé, con castigos aplicados “hasta
la tercera y cuarta generación”, especialmente abundantes, son una muestra del
despotismo tan injusto de esta divinidad, al margen de que haya algún momento
en el que se defienda la idea –en contradicción con tantas actuaciones divinas opuestas-
según la cual “los hijos no pagarán las culpas de sus padres”.
Pero, tras la
afirmación según la cual el propio Yahvé dice: “soy un Dios celoso” o “castigo
la maldad de los que me aborrecen en sus hijos hasta la tercera y cuarta
generación” se perciben las artimañas de los dirigentes de Israel, al poner en
el Dios for-jado por su imaginación esa imperfección antropomórfica de los celos, como si a un Dios autosuficiente
pudiera importarle la mayor o menos fidelidad de sus “fieles” y como si ese
Dios pu-diera llegar a indignarse por la maldad de los hombres hasta el punto
de sentir la necesidad o el deseo de castigarles, a ellos y a su descendencia,
de un modo tan irracional.
Pero, de hecho, en este
mismo libro vuelve a hablarse de Yahvé insitiendo en esta misma amenaza según
la cual
“…castiga la
iniquidad de los padres en los hijos y nietos hasta la tercera y cuarta
generación”[63].
Otro de los muchos textos especialmente
sanguinarios, injustos y crueles del Dios de Israel -que es el mismo que el de
la Iglesia Católica- es el que, refiriéndose a Moisés, caudillo de su pueblo supuestamente
nombrado por Yahvé, y a los coman-dantes de su tropa les dice:
¿Por qué habéis
dejado con vida a las mujeres? Fueron ellas precisamente las que, siguiendo el
consejo de Balaán, sedujeron a los israelitas, apartándolos del señor […] Matad, pues, a todos los niños varones y a
todas las mujeres que hayan tenido relaciones sexuales con algún hombre”[64].
Llama
la atención en este texto comprobar con cuánta naturalidad Moisés ordena la
muerte de mujeres y de “niños varones” considerando que ellas “sedujeron a los
israelitas, apartándolos del Señor”. ¿Qué habría que decir de un Dios que le
hubiese dado una orden semejante, tan cruel y tan injusta? Desde luego, un Dios
así sólo puede tener sentido para mentes primitivas en las que la racionalidad
apenas ha comenzado a dar sus primeros pasos, de manera que la creencia en un
ser semejante sólo nos sirve para vislumbrar cómo pudo ser la sociedad
israelita de aquellos tiempos, pues, como dice Marx, la superestructura ideológica
de una determinada formación social sólo es el reflejo de su estructura
económica y productiva. Por ello, una sociedad férreamente dirigida por sus
gobernantes era compatible con semejante Dios criminal para quien la vida de
los niños carece por completo de importancia.
De nuevo se observa
aquí cómo el mayor delito de los israelitas es el que se relaciona con
cualquier acción que pueda alejar a Israel de su sometimiento a Yahvé, o, lo
que es lo mismo, de su sometimiento a los
sacerdotes del supuesto Yahvé.
2.3.1.
Nuevas muestras del despotismo criminal de Yahvé.
Las condenas a muerte
por delitos de este tipo se producen con suma facilidad y son frecuentes en
grado extremo, tal como puede verse con otros ejemplos especialmente representativos
como los siguientes:
1) “Así dice el
Señor. Voy a llenar de embriaguez […] a todos los habitantes de Jerusalén. Los
estrellaré unos contra otros, padres e hijos juntos, oráculo del Señor. Los
aniquilaré sin piedad, sin misericordia, y sin compasión”[65].
En este pasaje Yahvé –o los sacerdotes de Israel- está
ha-blando del pueblo de Jerusalén, parte esencial del pueblo elegido y, sin
embargo, no tiene reparos en manifestar sus intenciones de aniquilarlo sin
hacer distinción alguna entre culpables e inocentes del delito que haya podido
provocar su ira, delito que en el pasaje de Jeremías no se nombra. También dice
“los estrellaré unos contra otros, padres e hijos juntos”, tal como haría cual-quier
tirano cegado por un odio incontrolable, sin tener en cuenta para nada el más
mínimo sentido de la justicia ni de la misericordia, pues, efectivamente, el
propio Yahvé advierte que aniquilará “a todos los habitantes de Jerusalén […] sin
piedad, sin misericordia, y sin compasión”, de manera que los dogmas
relacionados con el supuesto amor y misericordia infinitas de Dios quedan contradichos por este Dios que, tanto en
este pasaje como en muchos otros, proclama su odio y su falta de compa-sión
contra sus enemigos o contra quienes le traicionan adoran-do a otros dioses.
Ante el escándalo que
algunos católicos pudieran sentir por estas constantes muestras de crueldad y
de falta de amor, con-viene tener en cuenta que al fin y al cabo el Dios del Nuevo Testamento sólo en apariencia es
mejor que el del antiguo, pues, al margen de la comedia de la encarnación,
pasión y muerte de Jesús, el “Hijo de Dios” –de la que más adelante se hablará-,
ese Dios que los dirigentes católicos tienden a presentar de un modo tan
bondadoso castiga a sus enemigos todavía más duramente que Yahvé, no sólo
privándoles de la vida, sino condenándolos a un fuego eterno en el que su sufrimiento se prolongará eterna-mente.
Por ello la
contradicción no se encuentra entre el odio del Dios del Antiguo Testamento y el amor del Dios del Nuevo Testamento, sino entre este mismo Dios de toda la Biblia –o lo que de él escriben los
diversos autores bíblicos- y la serie de doctrinas mediante las cuales, a pesar
de lo ya señalado, los dirigentes católicos se empeñan en seguir hablando de ¡un
Dios que ama a los hombres con un amor infinito! ¿Cómo es posible proclamar tal
doctrina cuando resulta tan fácil conocer como sería ese Dios consultando sólo
algunas páginas de la Biblia?
2)
“Por eso, así dice el Señor todopoderoso: […] Convertiré a Jerusalén en un
montón de piedras, en una guarida de chacales; dejaré desiertas y sin
habitantes a las ciudades de Judá”[66].
Como suele suceder en los escritos de Jeremías, los
motivos de la ira de Yahvé son confusos en este pasaje, pero casi siempre se
trata de un asunto relacionado con el hecho de que los israe-litas han adorado
a otros dioses o que simplemente no adoran a Yahvé como merece y se olvidan de
él. Pero, en teoría eso no debería ser motivo de preocupación ni de enfado para
un Dios inmutable cuyos sentimientos no deberían estar subordinados o
condicionados por la actitud de los hombres hacia él, pues un Dios cuyos
sentimientos de satisfacción o de enfado dependieran
en alguna medida del hombre no sería omnipotente ni inmutable y, en
consecuencia, no sería Dios. Pero, si además ese Dios toma el tipo de
represalias que en este mismo texto se mencionan, sólo demuestra tener
sentimientos de odio, de sed de venganza, de despotismo salvaje y de falta de
misericordia, cualidades que serían contradictorias
con las que en otros momentos se le atribuyen, por lo que un Dios así no sería
digno de tal nombre.
3) “Por todos
los collados del desierto llegan los devasta-dores, porque el Señor empuña una
espada devastadora, de un extremo al otro de la tierra; no hay paz para nadie”[67].
De
nuevo Jeremías manifiesta su desbordada imaginación para presentar a Yahvé
empuñando “una espada devastadora, de un extremo al otro de la tierra”. Se
trata de un Dios terrorífico que siembra la destrucción y la muerte. Un Dios
nuevamente contradictorio con aquél que manda amar a los propios enemigos. Y,
sin embargo, para los dirigentes de la Iglesia Católica se trata del mismo Dios
que el suyo, pues proclaman que Yahvé es Dios y que Jesús también lo es, al
margen de que procuren ocultar tal contradicción escondiendo al Dios de
Jeremías, ignorándolo en las diversas lecturas litúrgicas dirigidas a su fiel
rebaño, en sus oraciones y demás ceremonias para que nadie asocie al Dios
católico con el Dios israelita, tan déspota y asesino. Y, sin embargo, como ya
se ha dicho, resulta que Jesús es todavía más cruel que el propio Yahvé, pese a
su apariencia de manso cordero, pues amenaza y castiga con el fuego eterno a la mayor parte de la
humanidad, pues pocos son los escogidos para
la vida eterna. Por ello, ante esta crueldad gratuita representada por un castigo
que no tiene otra finalidad que el castigo mismo, la crueldad de Jesús –o la
que le atribuyen los autores de los evangelios- llega a superar a la del mismo
Yahvé, quien, al fin y al cabo, sólo castiga al hombre con la muerte, con el
regreso al polvo del que fue formado.
4) “Entonces el
Señor me dijo:
-No intercedas a favor de este pueblo.
Aunque ayunen, no escucharé su súplica; aunque ofrezcan holocaustos y ofrendas,
no los aceptaré; con espada, hambre y peste los exterminaré”[68].
Aquí
de nuevo tenemos el Dios de Jeremías, pero con el matiz añadido de que en esta
ocasión, en contradicción con la misericordia infinita que debía caracterizarle,
según los dirigentes de la Iglesia Católica,
se niega a tener misericordia aunque se le suplique y se le ofrezcan
sacrificios. De nada sirve el arrepentimiento. La cólera de este Dios no tiene
límites y sólo busca satisfacerse mediante el sufrimiento y la muerte de quien
la haya provocado, y, en muchos casos, también con la de su descendencia. Es
un Dios colérico, un loco, un sádico insaciable.
¿Es ése es el Dios tan
bueno, que tanto nos quiere, capaz de dar su vida por nosotros? Es, sin duda de
ninguna clase, un Dios contradictorio con el supuesto Dios infinitamente
misericordioso del que hablan los dirigentes de la Iglesia Católica, cerrando
los ojos, entre otras cosas, a sus crueles venganzas del Antiguo Tes-tamento y a su falta de misericordia.
5)
“El Señor es un Dios celoso y vengador;
[…], su ira es terrible. El Señor se
venga de sus adversarios, guarda ren-cor
contra sus enemigos”[69].
Y
aquí el Dios de Nahum, similar al de Jeremías, un Dios vengativo, que no
ofrece la otra mejilla y que “guarda rencor contra sus enemigos” en lugar de
perdonarles. Ese Dios, desde luego, está muy lejos de aquel Dios-amor del que
en ocasiones se habla, aunque también lo está en casi todas las ocasiones en
que aparece en la Biblia, pues casi
siempre aparece amenazando, hiriendo y castigando; a unos con la muerte
terrenal, a otros con el fuego eterno del Infierno. Así que en el fondo es
lógico que se diga que se trata del mismo Dios, pero no por tratarse de un
Dios-Amor infinito, sino porque tanto Yahvé como el Dios del Nuevo Testamento coinciden en su sed de
venganza, una venganza descomunal, insaciable y sin sentido alguno.
Y, evidentemente, hay
una contradicción entre este Dios “que guarda rencor contra sus enemigos” y el supuesto Dios, amor infinito, del
que hablan los dirigentes católicos.
Una
peculiaridad del absurdo despotismo de Yahvé, ese Dios que en el Nuevo Testamento aparece en ocasiones
como “justo y misericordioso”, es la que
aparece en forma de castigos totalmente irracionales en pasajes como los
siguientes:
- “El Señor
castigó a la gente de Bet Semes porque habían mirado el arca del Señor; hirió
[= mató] a setenta hombres de entre ellos”[70].
- “Entonces el Señor se encolerizó contra Uzá;
lo hirió por haber tocado el arca con la mano, y allí mismo murió delan-te de
Dios”[71].
En
estos pasajes y al margen de la absurda desproporción de este castigo por “el
delito” (?) cometido por “la gente de Bet Semes” –que se atrevieron a mirar el arca de la alianza- o por Uzá
–que de forma refleja trató de impedir que el arca cayese al suelo-, lo que
llama la atención es que una simple mirada al arca de la alianza o el hecho de
haberla “tocado” para impedir que cayera, es decir, una acción buena, pues
buena era la intención, fueran motivos de la fulminante ira divina, esa ira de
aquel Dios que después, bajo la figura de Jesús, diría aquellas otras palabras,
tan contradictorias con esta absurda represalia:
“Dejad
que los niños vengan a mí”[72].
¿Cómo es posible esta actuación tan déspota y criminal
en un Dios del que a la vez se dice que es misericordia y amor infinito?
Evidentemente de nuevo
la explicación de estos pasajes tan irracionales se encuentra en el sencillo
hecho de que, si Yahvé era amor infinito, no pudo ser el causante de esos actos
de barbarie, mientras que, si realizó tales actos criminales, no se puede
decir de él que fuera amor infinito.
Por ello, de nuevo hay
que suponer, como en tantos otros casos, que fueron los sacerdotes de Israel, quienes, movidos por su ambición de dominio y
control sobre su pueblo se presentaban ante él como los únicos intermediarios de Yahvé con su pueblo, alegando que habían
sido elegidos por el propio Yahvé
entre los descendientes de la tribu de Leví –a la que pertenecieron Moisés y
Aarón-. Pero, ¿quién comunicó al pueblo tal supuesta decisión de Yahvé respecto
a la tribu de Leví? Pues, al parecer, debió de ser Moisés, el miembro de dicha
tribu que dirigió a su pueblo en su salida de Egipto. Implantado tal estatus
especial para Aarón y sus hijos, miembros de la tribu de Leví, los sacerdotes
de Israel trataban de impedir por todos los medios que el pueblo pudiera
familiarizarse de algún modo con aquellos tesoros y objetos sagrados, como el Arca
de la Alianza, que en teoría se encontraban especialmente relacionados con Yahvé
y, así, para que el pueblo pudiera hacerse una idea del carácter terrible y
lejano de su Dios, tomaron “en su nombre” aquellas represalias tan absurdas
contra la gente de Bet Semes, sólo por haber mirado el arca, y contra Uzá, sólo por haber tocado el arca de la alianza, a pesar de haberlo hecho con la
intención de evitar que cayese al suelo.
Sin embargo, los
dirigentes de la Iglesia Católica deben aceptar que nos encontramos ante “la
palabra de Dios”, y, por ello, hay que aceptar que fue el propio Dios quien
tuvo esa actuación criminal ¡tan coherente! (?) con su amor infinito.
Otro ejemplo claro de esta actuación teatral de los
sacerdotes de Israel engañando a su pueblo aparece en Éxodo, donde su autor cuenta que Yahvé indicó al propio Moisés los límites del monte Sinaí que su pueblo no
podía cruzar, pues era en dicha montaña donde Yahvé iba a aparecerse a Moisés y
le iba a entre-gar las famosas tablas con sus preceptos. Se dice en Éxodo:
“Después
el Señor dijo a Moisés:
-Ve con el pueblo y purifícalos hoy y
mañana; que laven sus vestidos y estén preparados para el tercer día, porque el
tercer día bajará el Señor sobre el monte Sinaí a la vista de todo el pueblo[73].
Tú señalarás un límite por todo el contorno diciendo: No subáis al monte, ni
piséis su falda. Todo el que pise el monte morirá”[74].
Es evidente que, al igual que en otras ocasiones,
los sacerdotes de Israel tienen un interés especial en hacer creer a su pueblo
que Yahvé es un Dios tan terrible que su visión mata, pero en realidad lo que
procuran es que el pueblo no suba al monte y descubra que todo lo relativo a
Yahvé es un puro montaje. No se trata de que Yahvé sea un Dios terrible sino
simple-mente de que no existe. Pero Yahvé es la mejor arma de los sacerdotes
para hacerse obedecer por el pueblo y tienen que justificar su lejanía con la
excusa de que su grandeza es tan absoluta que el pueblo perecería ante su terrible
presencia.
Esta misma explicación,
relacionada con la lejanía de Yahvé, sirve para comprender el relato de
Moisés, a quien, cuando Yahvé se le aparece en el monte Sinaí, le dice que sólo
puede verle de espaldas “porque de frente no se me puede ver”[75]quien
ve a Dios de frente muere, y explica igualmente las muertes que se producen en
Bet Semes por haber mirado el arca de la alianza así como la muerte de Uzá por
haberla tocado.
Parece que ni los
sacerdotes de Israel ni el pueblo com-prendieron que el inmenso poder de Yahvé
hubiera podido hacer que su pueblo pudiera gozar de su presencia y de su visión
sin tener que morir por ello. Si los sacerdotes hubieran sido cons-cientes de
tal posibilidad, habrían tenido un problema que resol-ver antes de decirle al
pueblo que no podía acercarse al monte Sinaí, pero por suerte, ni el pueblo ni
ellos mismos se percataron de que el poder de le Dios hubiera permitido hacerse
visible al pueblo sin peligro alguno. De hecho, el pasaje ya mencionado en el
que Jesús dice “dejad que los niños vengan a mí”[76]
es un claro ejemplo de la contradicción
entre el Dios tan lejano del monte
Sinaí y el tan cercano de los
evangelios.
Son tan abundantes los pasajes bíblicos en los que
Yahvé se muestra como un Dios amenazador, colérico, déspota, implacable y
asesino que tratar de exponer y de comentar esa larga serie de textos sería una
labor ingente que, sin embargo, apenas aportaría alguna novedad al estudio de
estas cuestiones. Por ello y para completar la exposición de lo ya tratado en
el apartado anterior, se añaden a continuación algunos otros pasajes, especialmente
representativos, junto con el comentario correspondiente:
1)
“Así
dice el Señor todopoderoso: […] Así que vete, castiga a Amalec y consagra al
exterminio todas sus per-tenencias sin piedad; mata hombres y mujeres, mu-chachos
y niños de pecho, bueyes y ovejas,
camellos y asnos”[77].
La
brutalidad de Yahvé se muestra aquí mezclada de nuevo con actuaciones de
extrema crueldad irracional. ¿Qué sentido tiene esa matanza de “hombres y
mujeres, muchachos y niños de pecho, bueyes y ovejas, camellos y asnos”. ¿Qué
culpa podían tener, especialmente los “muchachos y niños de pecho, bueyes y
ovejas, camellos y asnos”? ¿Dónde se esconde la bondad de Yahvé? ¿dónde la
justicia? ¿dónde el amor, cuando ni siquiera es capaz de respetar la vida de los
“niños de pecho”? Está reservada exclusivamente para los hijos de Israel, y
eso sólo mientras se encuentre de buen humor, porque tampoco tiene escrúpulos a
la hora de ejecutar matanzas contra ellos por no haberle sido suficientemente
fieles.
Pero, como ya se ha
dicho en varias ocasiones, la única explicación para tanta crueldad absurda
consiste en tomar con-ciencia de que no es Yahvé quien tiene ese comportamiento
tan cruel, sino los sacerdotes dirigentes del pueblo, que han creado a Yahvé
para amenazar y tener subyugado a su pueblo.
2)
“Dad
gracias al Señor […] porque es eterno su amor […] Dad gracias al Señor de los
señores […] Al que hirió a los
primogénitos de Egipto, porque es eterno su amor”[78].
Se
trata de un texto contradictorio como puede comprenderse a primera vista, pues
en él se dice que el amor de Yahvé es eterno, pero de manera asombrosa se
justifica tal afirmación con el argumento de que hirió [es decir, mató] a los
primogénitos de Egipto. La única explicación que libra al texto de la contradic-ción
es que habla del amor de Yahvé a los
israelitas, pero no del amor de Yahvé a los egipcios o a cualquier otro
pueblo. No obstante la contradicción permanece en cuanto se quiera hacer compatible
ese Dios con el que siente un amor infinito de carácter universal, es decir, no
sólo por Israel sino por el conjunto de la humanidad, que es el Dios del que
hablan los dirigentes de la Iglesia Católica.
En cualquier caso lo
que es el colmo del sadismo es que se diga que el amor de Yahvé es eterno porque mató a los primogénitos de
Egipto, teniendo en cuenta especialmente que tales primogénitos no tenían culpa
ninguna de la actitud de su faraón cuando éste trató de impedir que los israelitas
marchasen de Egipto, y que la acción de Yahvé –o, mejor, la de los sacerdotes
de Israel o la de quienes escribieron el correspondiente pasaje bíblico- habría
sido injusta y despótica, y lo más contrario al amor.
3)
“Un hombre de Dios llegó donde estaba el rey de Israel, y le dijo:
-Así dice el Señor: Los sirios dicen: “El
Señor [Yahvé] es Dios de las montañas, pero no de los valles”. Pues bien, los
entregaré en tu poder, para que sepáis que yo soy el Señor […] Al séptimo día
se entabló la lucha, y los israelitas mataron en un solo día cien mil sirios
de a pie”[79].
¡Con
cuánta facilidad mata Yahvé a cien mil sirios para demostrar a su pueblo qué él
es el más poderoso! ¡Cuánto orgullo y vanidad cruel hay en ese Dios! ¡Vaya
desprecio por la vida de quienes adoran a otros dioses! ¡Vaya Dios más déspota!
Pero, claro está, como
en tantas otras ocasiones hay que recordar que Yahvé no es otra cosa que un
invento de la clase sacerdotal israelita que hace decir o hacer a Yahvé aquello
que en cada momento considera más conveniente para controlar y dominar a su
pueblo, amenazándole con el “coco Yahvé”, que hará con ellos lo mismo que con
los sirios en el caso de que se desmanden y se les ocurra adorar a otros dioses,
es decir, en el caso de que dejen de hacer aquello que les ordenan los sacerdotes
“de Yahvé”, quienes crean a ese Dios y luego le hacen decir y ordenar lo que
ellos quieren decir y ordenar a su pueblo, pues saben que el pueblo obedecerá
mucho más diligentemente al terrorífico Yahvé que a ellos, que son simples mortales
como el resto del pueblo de Israel.
4)
“Aquella misma noche, el ángel del Señor vino al campamento asirio e hirió [=
mató] a ciento ochenta y cinco mil hombres. Cuando se levantaron por la mañana,
no había más que cadáveres”[80].
Y
ahora les toca a los asirios: Ciento ochenta y cinco mil muertos en una sola
noche, aunque en esta ocasión el propio Yahvé no se mancha las manos
directamente sino que envía a su “ángel exterminador”. Al parecer, al autor de
pasajes como éste, no se le ocurrió que un ser tan poderoso como Yahvé no
necesitaba enviar a nadie para cumplir sus caprichos criminales, pues le hubiera
bastado su simple deseo de hacer morir a los asirios para que tal deseo se hiciera
realidad. Yahvé cumple con la parte de su pacto impuesto: Mata a los enemigos
de su pueblo para que éste tenga la seguridad de que su Dios es el más poderoso
y de que siéndole fieles, les irán mucho mejor las cosas.
Pero de nuevo tras el
nombre de Yahvé se esconden los sacerdotes israelitas que utilizan este montaje
para tener mejor controlado al pueblo de Israel ante la contemplación de las
matanzas que Yahvé realiza contra sus enemigos.
5)
“Pecaj, hijo de Romelías, mató en un solo día ciento veinte mil guerreros
valerosos de Judá: todo por haber abandonado al Señor, el Dios de los
antepasados”[81].
Precisamente
en este último texto se cumple lo indicado en el comentario anterior: Si antes
la matanza de Yahvé se había dirigido contra los enemigos de Israel, ahora se
dirige contra su propio pueblo, contra quienes le habían abandonado.
El objetivo principal
que los sacerdotes de Israel pretenden conseguir es el de tener dominado al
pueblo y esto se consigue de tres maneras: o bien ejerciendo la violencia
contra sus enemigos, o bien ejerciéndola contra su propio pueblo, o bien contra
ambos según demanden las circunstancias.
Evidentemente quien
ejerce esa violencia no es el pobrecito Yahvé, que ni siquiera existe, ni
tampoco su “ángel exterminador”, otra invención para el momento, sino los mismos
sacerdotes, que aterrorizan al pueblo con amenazas y con historias de terror,
reales o fantásticas, para que se mantenga fiel y obediente a las órdenes de
Yahvé, es decir, a las que ellos mismos dan a su pueblo “en nombre de Yahvé”.
6) “Voy a
barrerlo todo de la superficie de la tierra, oráculo del Señor. Barreré hombres
y ganados, barreré aves del cielo y peces del mar; haré perecer a los malvados,
eliminaré a los hombres de la superficie
de la tierra, oráculo del Señor”[82].
Una
nueva barbaridad, más propia, sin duda, de un psicópata que de un Dios. Es de
una destructividad total y más irracional de lo que pudiera imaginarse: Se dice
en Génesis que Yahvé creó el mundo y
creó al hombre, y, en aquel famoso momento, “vio Dios que era bueno”. Es decir,
quedó satisfecho de su obra, Además, por su omnipotencia y su predeterminación
programó a los hombres para que hicieran todo aquello que él había decidido.
Y, sin embargo, ¡ahora le viene la ocurrencia de renegar de cualquier ser vivo
de su creación, incluido el propio ser humano, a pesar de que, además,
anteriormente, cuando, según el mito del Diluvio Universal, casi habría llevado
a cabo esta misma decisión y sólo habría dejado vivos a Noé y a su familia, había prometido que nunca más volvería a
realizar una salvajada semejante! En este pasaje Sofonías, su autor, llega
a superar al mismo Jeremías a la hora de imaginar brutalidades para desa-hogo y
diversión de Yahvé.
7) “…exterminaré por completo a todos los
habitantes de la tierra”[83].
De
nuevo Sofonías quiere imprimir en la Biblia
su sello personal y para ello insiste en esta misma brutalidad, donde Yahvé
olvida su promesa de no repetir su hazaña del Diluvio Universal y don-de
nuevamente el amor de Yahvé brilla por su ausencia, desapa-reciendo por
completo y siendo sustituido por el odio más abso-luto. Yahvé –o, mejor, los
sacerdotes judíos del momento o el inspirado Sofonías- insiste en la misma
amenaza de exterminio total. De nuevo nos encontramos ante el antropomorfismo
de un Dios que se arrepiente de haber
creado al hombre y que se pro-pone aniquilarlo, aunque, según parece,
finalmente se arrepintió de tal decisión. ¡Qué muestra de amor infinito y
eterno más admirable! Pero eso del “amor” es una mera cuestión lingüística que
depende de cómo lo definamos en cuanto queramos hacer compatibles las acciones
y sentimientos divinos con el califica-tivo que se da a Yahvé cuando se dice
“Dios es amor”.
En cualquier caso, por
lo que se refiere a estos dos últimos pasajes en los que Yahvé se plantea la
posibilidad de destruir a toda la humanidad, hay que añadir que evidentemente
resultan absolutamente contradictorios de manera especial con la omnis-ciencia
y con la predeterminación divina, según las cuales todas las acciones y sucesos
de la naturaleza están presentes ante él en todo momento, de manera que ningún
suceso podría dar lugar a un cambio de sus planes eternos como si no lo hubiera
previsto y programado él mismo.
Así que nuevamente nos
encontramos ante pasajes que sirven para mostrarnos su carácter simplemente
humano. Son pasajes realmente ingenuos, en ningún caso inspirados por el
supuesto “Espíritu Santo” sino escritos por hombres dotados de fantasía, pero
no de suficiente capacidad crítica para tomar con-ciencia de la incoherencia de
sus historias con muchos otros pasajes bíblicos. Sería realmente absurdo que un
Dios inmuta-ble, que además se identifica con el “logos”, estuviera cambian-do
de opinión según sus variables estados de humor según se produjeran las
acciones humanas previamente predeterminadas por él mismo.
8) “El Señor los
consumirá [a sus enemigos] con su ira y el fuego los devorará. Tú borrarás su
estirpe de la tierra, y su raza de en medio de los hombres”[84].
Aquí
la ira exterminadora de Yahvé se dirige exclusivamente a los enemigos de su
pueblo. Los sacerdotes de Israel parecen haber comprendido por fin que una
amenaza universal no tiene demasiado sentido y que, sobre todo, no es útil para
sus propó-sitos de control sobre el pueblo, pues si Yahvé va a destruir su
creación, sin distinción alguna entre quienes le siguen y quienes siguen a
otros dioses, ¿de qué sirve obedecerle y ofrecerle sacrificios? Sin embargo, esta
nueva actitud de Yahvé sigue muy alejada del cumplimiento de su propio precepto
de amar a los enemigos. Continúa y se
acrecienta, pues, la contradicción
interna de los escritos bíblicos.
9)
“El Señor está a tu derecha; aplasta a los reyes el día de su ira; juzga a las
naciones, amontona cadáveres, quebranta cabezas a lo ancho de la tierra”[85].
Parece
que en este pasaje quien está a la derecha del Señor es el rey David, pero eso
es secundario. Lo esencial es su acción
exterminadora frente a todo el que no esté con él o con su siervo. ¡Qué
obsesión! ¿Qué puede importarle a un Dios, que nada necesita, que los hombres
le sigan o se alejen de él? Es mucho más absurdo que si cualquiera de nosotros
nos situásemos delante de un hormiguero y fuéramos matando a todas las hormigas
que no nos honrasen con determinada muestra de respeto y sumisión. ¡Vaya
estupidez más excéntrica!
10)
“Haz bien al humilde y no des al malvado; niégale el pan […] Que también el Altísimo odia a los pecadores y se venga
del malvado”[86].
Como
en otras ocasiones, en este pasaje quien refleja las supuestas palabras
divinas afirma claramente que Dios “odia a los pecadores” y “se venga del
malvado”. Así que pasajes como éste, que son tan abundantes, se contradicen con
aquellos otros o con aquellas doctrinas de la Iglesia Católica que consideran
que Yahvé es amor infinito. ¿Qué
sentido tendría que Dios viniera o enviase a su hijo –otro absurdo antropomorfismo- para morir y así redimir a
los hombres del pecado y defender al mismo tiem-po que ese Dios odia a los pecadores y se venga del malvado. ¿Acaso no se
encarnó y murió en una cruz para redimirnos de nuestros pecados? ¿Cómo podía
entonces que odiar a los peca-dores?
Nueva contradicción
evidente. ¡Y vaya preocupaciones le atribuyen a Dios los inventores de estas
fábulas! ¡Un Dios que se rebaja a odiar a quienes no pueden causarle la más
mínima molestia, a quienes son y actúan de acuerdo con su eterna predeterminación!
¡Con lo desagradable que resulta además vivir con odio! ¡Un Dios que se venga,
como si alguien hubiera podido dañarle y como si la sed de venganza, conducta irracional propia de los seres humanos,
pudiera encontrarse en él o resolviera algo del mal causado!
Cada vez que se
escriben disparates de esta clase, atribuyendolos a Dios, se está incurriendo
en una nueva contradicción con la mayor ligereza del mundo al olvidar las
consideraciones anteriores. Parafraseando a Stendhal, se podría decir que la
única excusa para quienes escribieron tales barbaridades es que Dios no existe
–y ellos escribieron lo que quisieron acerca de él precisamente porque también
fueron ellos quienes lo crearon para dominar mejor a su pueblo-.
11) “[Dijo el
Señor:] Dirás: Esto dice el Señor: Aquí estoy contra ti; desenvainaré la espada
y mataré a inocentes y culpables”[87].
Por lo que se refiere a este pasaje no requiere
apenas comentario: ¿Qué clase de Dios es ése que castiga a todos con la
muerte, sin distinguir entre inocentes y culpables? Sólo un Dios asesino,
déspota, injusto y nuevamente contradictorio con el teórico Dios-amor podría
llegar a desvariar hasta ese punto, pero, claro está, un ser así no merecería
para nada el nombre de “Dios”. ¡Pobre Yahvé! ¡Cuántas barbaridades le
atribuyeron “sus” sacerdotes! ¿Pero acaso no estaban inspirados por el Espíritu
Santo? Según los dirigentes católicos, sin duda sí lo estaban. Y la verdad es
que, aunque parezca que su brutalidad fue realmente extraordinaria y totalmente
alejada de la bondad del Dios que suelen presentar los dirigentes católicos, en
realidad sólo existen diferencias aparentes entre ellos, pues, en primer
lugar, conviene no olvidar que, según los dirigentes de la Iglesia Católica, su
Dios no es otro que el Dios de Israel –al margen de que los cristianos lo
adornasen con dos acompañantes especiales como “el Hijo” y “el Espíritu Santo”,
identificados con él por su divinidad, pero distintos de él en no se sabe qué-
, y, en segundo lugar, que la aparente bondad del Dios católico es eso: sólo
aparente, pues su brutalidad, infinitamente mayor que la del Dios de Israel,
simplemente aplaza su venganza para después de la muerte, enviando al fuego eterno
a todo aquel que no crea en él o no cumpla sus preceptos.
En relación con las ideas de la omnipotencia y de la impasibilidad divina tiene especial
interés hacer referencia a dos pasajes del libro de Job en los que se el autor de este interesante libro de la Biblia se muestra consciente de la
incompatibilidad entre ambas cualidades y la idea de que Dios pudiera ser
afecta-do de algún modo por las acciones virtuosas o pecaminosas del hombre.
Se dice en el primer
pasaje:
“¿Acaso te causa
perjuicio mi pecado…?”[88].
Y,
en efecto, el autor de esta obra advierte de forma implícita que, siendo
consecuentes con la idea de un Dios omnipotente, es realmente presuntuoso por
parte del hombre suponer que sus pecados pudieran causar un perjuicio a Dios.
Y, como consecuencia de lo anterior, no tendría sentido que Dios quisiera vengarse
del hombre por su mal comportamiento –y mucho menos vengarse de Job, que era un
siervo fidelísimo-.
Lo mismo habría que
decir respecto a la buena conducta del hombre, pues tampoco ésta podría influir
en Dios, ni para bien ni para mal, ya que su omnipotencia y su inmutabilidad le
situarían más allá de las posibilidades humanas de alterar su estado lo más
mínimo, provocando en él cambios de humor o de senti-mientos -alegría, tristeza,
cólera, sed de venganza-, a pesar de la serie de pasajes bíblicos en que la
volubilidad divina se manifiesta de manera tan despiadada y brutal, y teniendo
en cuenta además que las acciones humanas habrían sido programadas por el
propio Dios. Por ello el autor de este libro plantea con plena razón la
siguiente pregunta, que lleva implícita una respuesta negativa:
“¿Qué saca el
Poderoso con que tú seas justo? ¿Qué gana con tu conducta íntegra?”[89]
Por otra parte, hay algún momento en la Biblia en que se dice que Yahvé -o algún
sacerdote con más sentido común que el propio Yahvé- desaprueba su actitud tan
absurdamente vengativa. Y así, se dice en 2 Crónicas:
“Pero [Amasías]
no mató a los hijos de los asesinos, con-forme a lo prescrito por el Señor en
el libro de la ley de Moisés: “No morirán los padres por culpa de los hijos, ni
los hijos por culpa de los padres. Cada uno morirá por su propio pecado”[90].
Tal
prescripción –que no aparece de modo explícito en la ley de Moisés, ni en la
teoría ni en la práctica- representa un importante progreso por lo que se
refiere a la formación de una moral con más sentido común que la que defiende
el castigo de la propia descendencia “hasta la tercera y la cuarta generación”,
pero por ello mismo está en contradicción con la serie de ocasiones en que
Yahvé actúa un modo contrario a esta nueva actitud, como en el momento en que
se introduce por parte del Cristianismo la absurda doctrina del “pecado
original”, según la cual toda la
humanidad nace con dicho pecado y, por ello mismo, heredando la culpa de Adán y Eva.
2.3.2.
Yahvé, asesino de mujeres y de niños inocentes.
La crueldad despótica de
Yahvé –o, más exactamente, la de sus sacerdotes, que lo presentaron con tal
cualidad- es realmente asombrosa. No obstante, en el presente apartado me ha
parecido conveniente mostrar cómo la ejerce cuando la aplica contra ancianos,
mujeres y, especialmente, contra niños inocentes, lo cual sucede en no pocas
ocasiones, pues tal forma de comporta-miento representa la máxima expresión de
la crueldad y en ningún caso podría representar al actitud de un Dios y mucho
menos la de un Dios considerado como bondad y amor infinitos. A pesar de que
muchos de los pasajes que se muestran a conti-nuación representan una mera
redundancia insistente en la crueldad de Yahvé, pienso que tiene interés hacer
hincapié en ellos porque, a pesar de la enorme gravedad de las barbaridades que
en la Biblia se cuentan acerca de las
acciones de Yahvé, la gran mayoría de católicos no ha llegado a tomar
conciencia del carácter contradictorio de ese Dios. Así que veremos a continuación
algunos pasajes especialmente significativos:
a)
“El
Señor mandó contra ellos [contra los israelitas] al rey de los caldeos, que
mató a espada a sus jóvenes en el santuario mismo, sin perdonar a nadie, ni
muchacho ni doncella, ni anciano, ni anciana: Dios entregó a todos en su poder”[91].
Tal
como se ha observado antes, la matanza de Yahvé –por mediación del rey de los
caldeos- se ejerce contra su propio pueblo en general, “sin perdonar a nadie”,
como si tuviera algún sentido que los castigos correspondientes a determinados
delitos fueran colectivos en lugar de
ser individuales, como lo serían los
delitos mismos –olvidando, entre otras cosas, que las acciones humanas no
estuvieran predeterminadas por Yahvé y que los castigos sir-vieran para algo
más que para satisfacer el rencor y la agresividad de quien pudiera sentirse
ofendido, el cual en ningún caso podría ser Dios, quien, por ser perfecto,
estaría más allá de cual-quier posibilidad humana de ofenderle y de alterar su absoluta inmutabilidad.
Pero de nuevo nos
encontramos con que la preocupación de los sacerdotes de Israel por controlar a
su pueblo les lleva a aterrorizarle con estos supuestos “castigos divinos”,
que no eran otra cosa que las derrotas sufridas por el pueblo de Israel, reinterpretadas
a conciencia por los sacerdotes como tales castigos divinos, de manera que, como
los sacerdotes no podían decir a su pueblo que Yahvé les había abandonado sin
motivo alguno en lugar de protegerles y que por eso habían sido derrotados, lo
que le dicen es que ha sido el pueblo el que ha abandonado a Yahvé y que por
eso Yahvé le ha castigado duramente con esa derrota y con esas muertes
indiscriminadas.
b) “David dijo a
Natán:
-He pecado contra el Señor.
Entonces Natán
le respondió:
-El Señor perdona tu pecado. No morirás.
Pero, por haber ultrajado al Señor de este modo, morirá el
niño que te ha nacido […] Al séptimo día murió el niño”[92].
Aquí
Yahvé “sólo” mata a un niño recién
nacido, pero el texto tiene interés por diversos motivos: En primer lugar,
porque el pecador que ha provocado el castigo divino ha sido el rey David. ¿Qué
importancia tiene eso? Pues que los sacerdotes que forjan tal interpretación,
como no están en condiciones de condenar ni de asesinar al rey David para
recuperar el poder que habían perdido con la ocupación del poder político por
parte de los reyes a partir Saúl, parece que aprovechan la muerte de un hijo de
David para aclarar que Yahvé le había castigado matando a ese hijo suyo, lo
cual evidentemente, aunque es una barbaridad, está en la línea de otras
atrocidades de Yahvé –o, más exacta-mente, de la mendacidad de sus sacerdotes- .
Sin embargo el pueblo parece estar acostumbrado a ver como algo natural tales
barbaridades, supuestamente debidas a la voluntad de Yahvé, pues, como ya
sabemos, en aquella cultura los hijos apenas representan algo más que una
prolongación de los padres, de manera que pueden servir para pagar por los
pecados de aquéllos, no teniendo apenas valor alguno por ellos mismos.
También tiene cierto interés
subrayar el machismo que im-plica la
afirmación según la cual el niño le ha
nacido a David, no a la madre del niño, que no pinta nada.
c)
“[Así
dice el Señor todopoderoso, Dios de Israel, respecto a su propio pueblo:] Les
haré comer la carne de sus hijos y de sus hijas, y se devorarán unos a otros en
la angustia del asedio y en la miseria a que los reducirán los enemigos que
buscan matarlos”[93].
El
pecado de su pueblo por el que Yahvé toma venganza es, como en tantas
ocasiones, el de haber adorado a otros dioses. El castigo, sin embargo, es de
una dureza tan extrema que les con-dena a tener que comerse a sus propios hijos e hijas y a devorar-se unos a otros.
Como es de suponer, el castigo divino es nueva-mente una invención de los
sacerdotes de Israel o de quien escribió este relato, pero pudo basarse en
sucesos reales relacionados con las guerras de aquellos tiempos, cuando los prolongados
asedios pudieron conducir a tales actos de crueldad. En cual-quier caso lo
típico de estas descripciones consiste en que sus inventores pueden haberse
basado en un hecho real en relación con el cual inventan una causa relacionada
con una supuesta actuación de Yahvé para beneficiar o para perjudicar al pueblo
según que el suceso que deban explicar sea beneficioso o perjudicial para
Israel, de manera que, si es beneficioso, eso significa que Yahvé ha querido
premiarles su fidelidad, mientras que, si el suceso ha sido perjudicial, eso
significa que Yahvé estaba enfadado y les ha castigado.
Ahora bien, de acuerdo
con la dogmática de la Iglesia Católica, la Biblia expresa la palabra de Dios y, en consecuencia, los
cristianos deben asumir que Dios castiga
a su pueblo haciéndole cometer actos de canibalismo, despreciando la vida
de seres inocentes, como niños y niñas. El texto es absolutamente claro y no
hace falta que venga ningún intérprete oficial de la Iglesia Católica para
iluminarnos acerca del sentido que haya que dar a este pasaje.
¡Qué Dios tan “justo”, “bondadoso”
y “misericordioso”! ¡¿Quién podría amar y adorar a semejante monstruo si
existiera?! Pero, al margen de sus “virtudes”, ¡tan extraordinarias!, lo que
es evidente de nuevo es la existencia de una nueva contra-dicción entre ese
Dios cruel y el Dios sumamente bondadoso y misericordioso de que habla la
Iglesia Católica, a pesar de que en último término tanto Yahvé como el Dios del
Nuevo Testamento no sólo son el
mismo Dios sino que además este último es tan cruel como el primero, pues si,
Yahvé mataba sin piedad, el Dios cristiano manifiesta su crueldad mediante el
castigo del fuego eterno, castigo infinitamente más duro que la misma muerte.
d)
“Oráculo
contra Babilonia que Isaías, hijo de Amós, recibió en una visión: […] El Señor
y los instrumentos de su furia vienen desde una tierra lejana, desde los
confines del cielo; vienen para devastar la tierra. Dad alaridos, el día del
Señor se acerca, vendrá como devastación del Devastador […] Al que encuentren
lo atravesarán, al que agarren lo pasarán a espada. Delante de ellos
estrellarán a sus hijos, saquearán sus casas y violarán a sus mujeres. Pues yo incito contra ellos a los medos […]
sus arcos abatirán a los jóvenes, no se apiadarán del fruto de las entrañas ni
se compadecerán de sus hijos”[94].
Nos
encontramos aquí con uno de los pasajes bíblicos que presentan al Dios más
terrorífico brutal que pueda imaginarse, donde Yahvé y los instrumentos de su
furia vendrán a devastar Babilonia o cualquier otra región. Y Yahvé advierte de
la serie de atrocidades que va a realizar a través de los medos, que son el
instrumento con el que materializará sus amenazas: Muerte para todo el que
encuentren, muerte violenta para sus hijos, que morirán estrellados contra el
suelo o contra lo que sea, con el odio brutal que sugieren esas muertes absurdas
y, de manera particular, el modo según el cual se producirán. Acciones divinas
más allá de toda moral y de cualquier atisbo de amor. Odio irracional a todos
los seres humanos de Babilonia. Incluso Yahvé dispone que “violarán a sus
mujeres”. No se trata de que simplemente lo advierta o profetice. ¡Es él quien
decide que suceda!, convirtiendo en lícito y sagrado lo que normalmente se
juzga como criminal. Y por lo tanto es él quien hace todo aquello que a la vez
prohíbe, simplemente porque ésa es su voluntad y porque de ese modo desahoga su
ira. No es un Dios de amor, es el Dios del odio más trágico y tiránico. Y, para
completar este cuadro criminal, advierte que él incita a los medos contra los babilonios y dispone que aquéllos
“abatirán a los jóvenes, no se apiadarán del fruto de las entrañas ni se
compadecerán de sus hijos”. Es decir, no se trata sólo de matar a jóvenes y a
niños sino incluso de asesinar a niños todavía no nacidos. ¡Y ésa orden
implacable la da ése al que llaman “el Dios del amor”, el mismo Dios de la Igle-sia
Católica que ahora reprueba el aborto como un crimen horrendo, a pesar de que
tal acción se realice sobre agrupaciones celulares que sólo potencialmente
podrían considerarse humanas de modo poco distinto del que podrían considerarse
humanos un espermatozoide o un óvulo o una célula de la piel. ¡Cuánta hipo-cresía
hay en quienes condenan el aborto a la vez que consideran tan naturales las
actuaciones criminales divinas, asesinando a niños nacidos y a punto de nacer!
¡Cuánta hipocresía en quienes se despreocupan de los miles de niños que cada
día mueren de hambre mientras ellos se escandalizan teatralmente por la ley del
aborto –que a nadie obliga-, olvidando la larga serie de actuaciones
criminales de su Dios!
Todos podemos imaginar,
de acuerdo con el simple sentido común, que tales acciones no hubieran podido ser
mandadas por un Dios bueno y que, si sucedieron hechos similares en la histo-ria
de Israel, en tal caso fueron aprovechadas sin escrúpulo por quienes
escribieron este macabro relato para atribuírselas a su Dios con la intención
de que el pueblo conociera hasta dónde podía llegar su cólera si se le
provocaba con alguna infidelidad.
A pesar de todo, para
los dirigentes de la secta católica nos encontramos ante “la palabra de Dios”,
de un Dios veraz que habría inspirado este relato. Pero, ¡a ver quién es capaz
de mostrar un mínimo de compatibilidad entre este Dios y el Dios del amor, de
la misericordia infinita o de la mera justicia!
Otros pasajes relevantes que van por esta misma
línea de crueldad son los siguientes:
e) “Y el Señor
me [= a Jeremías] dijo: […] Y aquellos a quienes ellos profetizan serán tirados
por las calles de Jerusalén, víctimas del hambre y de la espada; no habrá quien
los sepulte, ni a ellos ni a sus mujeres ni a sus hijos; yo haré recaer sobre
ellos su maldad”[95].
Estos
pasajes tienen en común el salvajismo con el que se mata a los niños y el
desprecio brutal con el que se trata a ancianos, mujeres y niños, que en ningún
caso aparecen como responsa-bles de nada sino sólo como víctimas y como simples
propiedades de los cabezas de familia, que, por ello mismo, reciben la cólera
y la arbitrariedad despótica de Yahvé al igual que los jefes de tales familias.
Pero, tales actuaciones tan llenas de crueldad no pueden ser obra de un Dios,
por lo que son la plasmación de la terrorífica fantasía de los sacerdotes de
Israel, inventores de estos relatos, basados o no en sucesos realmente brutales
propios de aquellos tiempos.
No obstante, los
dirigentes de la Iglesia Católica deben asumir que se trata de sucesos reales
ocurridos por voluntad de Yahvé, en cuanto aparecen en relatos bíblicos que,
según sus palabras exlícitas, deben considerarse verdaderos en cuanto estarían inspirados por el Espíritu Santo.
f) “El Señor me
habló así:
-No
te cases; no tengas hijos ni hijas en este lugar. Porque así dice el Señor de los hijos e hijas que nazcan en este lugar, de las
madres que los den a luz y de los padres que los engendren: Morirán cruelmente; no serán llorados ni
enterrados, sino que quedarán como estiércol sobre la tierra; perecerán a
espada y de hambre, y sus cadáveres serán pasto de las aves del cielo y de las
bestias de la tierra.
Así
dice el Señor: No entres en una casa donde hay duelo; no vayas al duelo ni les
des el pésame, porque yo retiro de este
pueblo, oráculo del Señor, mi paz, mi misericordia y mi compasión. Grandes y pequeños morirán en esta tierra
sin ser enterrados ni llorados”[96].
El texto f
refleja cruelmente el temor de los sacerdotes y dirigentes de Israel a que los
hombres de su pueblo se unan en matrimonio a otros pueblos, en cuanto tal unión
podría venir acompañada de la adopción de los dioses de sus mujeres extranjeras
y de un abandono de Yahvé. Ese temor les lleva a amenazar a su pueblo con que
los hijos e hijas que nazcan de esa unión y sus respectivos padres y madres “morirán
cruelmente [y] que-darán como estiércol sobre la tierra [o como] pasto de las
aves del cielo y de las bestias de la tierra”.
Ante una actitud tan
cruel, injusta y brutal por parte de Yahvé, aunque pueda parecer asombroso que
los dirigentes actuales de la Iglesia Católica no se escandalicen por ella, en
realidad no tienen de qué escandalizarse, pues a lo largo de su historia los
dirigentes de la Iglesia Católica han cometido críme-nes y asesinatos tan
graves o mucho más que los cometidos por su Dios, como los de su “Santa
Inquisición”, sus cruzadas, su actitud ante la conquista de América por
españoles y portugueses, su apoyo y defensa de dictaduras criminales como la
del general Franco, “caudillo de España por la gracia de Dios”, o las de muchas
otras dictaduras como las de Sudamérica de no hace muchos años. Pero en
cualquier caso este Dios nada tendría que ver con el Dios supuestamente
misericordioso del que hablan los dirigentes de la secta católica.
g) “Por eso, así
dice el Señor: […] Por tus prácticas idolátricas haré contigo [con Israel, su
pueblo] lo que nunca he hecho y jamás volveré a hacer: los padres se comerán a sus hijos, y los hijos a sus padres”[97].
El texto g tiene
la inefable brutalidad de algunos otros en los que Yahvé decide el canibalismo de padres contra hijos y de hijos contra
padres. En la actualidad acciones como ésa serían objeto de la mayor y más
horrorizada reprobación, pero, siendo Yahvé quien las ordena, son plenamente
respetables y santas, pues, como dicen los dirigentes católicos ellos para
justificar cualquier barbaridad realizada por su Dios, “los designios de la
Providencia son inescrutables”.
Pero, ¿cómo un Dios
inmutable y justo pudo considerar como santas aquellas mismas acciones que a la
vez prohíbe como infames? La explicación es la misma que a hemos dado en los
demás casos: Recordemos que todos estos escritos, por mu-chas mentiras que
quiera decir la jerarquía de la Iglesia Católica, no son el resultado de la
inspiración del Espíritu Santo –otro invento cristiano- sino amenazas
inventadas por los dirigentes de Israel para tener subyugado a su pueblo. ¡Qué
triste sería creer en un Dios capaz de cometer semejantes atrocidades!
h) “Y pude oír
lo que [el Señor] dijo a los otros:
-Recorred
la ciudad detrás de él, matando sin compasión y sin piedad. Matad a viejos, jóvenes, doncellas, niños y
mujeres, hasta exterminarlos”[98].
Igualmente el texto
h, en el que Yahvé ordena matar sin
compasión y sin piedad, representa una actitud contraria respec-to
a las virtudes que en otros momentos defiende y por las que se le suele
caracterizar a él mismo: La compasión y la piedad. Y, para colmo, Yahvé no sólo no es compasivo sino que además ordena que no se tenga compasión ni piedad
de nadie: “Matad a viejos, jóvenes,
doncellas, niños y mujeres, hasta exterminar-los”. ¡Otra muestra insondable de
la bondad, de la misericordia y del infinito amor de Yahvé!
¡¿Cómo es posible que
se pueda seguir aceptando una religión tan absurda, cuyo fundamento esencial
se encuentra en los textos tan salvajes que supuestamente reflejan la palabra y
las acciones tan criminales de su Dios?!
Entre los abundantísimos pasajes donde pueden observarse
otras actuaciones similares de Yahvé, que siguen esta misma línea de crueldad
despótica y asesina, aunque se encuentran a lo largo de toda la Biblia, tienen especial interés los que aparecen en Éxodo, Números, 14:29-30,
14:32-36, 16:20-21, 17:6-11, 27:12-14, Deuteronomio,
28:49-68, Josué, 2 Reyes, 9:6-10, Isaías, Jeremías, Ezequiel... y Apocalipsis.
[2] Génesis, 2:2.
[22] Resulta curioso este
aspecto de la alianza en el que Yahvé promete liberar a Israel de la esclavitud
egipcia cuando ésta se produzca en lugar de evitar que se produzca. Es evidente
que quien escribió este pasaje vivió después
de la salida de Egipto del pueblo de Israel, con lo cual le resultó muy
fácil profe-tizar lo que Yahvé haría
finalmente para alcanzar la liberación de su pueblo de la opresión egipcia.
[24] Génesis, 15:18-21. En Nehemías se refleja un pasaje similar a
éste y se dice:
-“Tú, Señor, eres el Dios que elegiste a
Abrán […] Viste que su corazón te era fiel e hiciste una alianza con él. Prometiste
darle, a él y a su descendencia, la tierra de los cananeos, hititas, amorreos,
pereceos, jebuseos y guergueseos” (Nehemías,
9:7-8).
[30] 1 Samuel, 12:22.
[73] Es el colmo de la
desvergüenza que el autor de Éxodo escriba
“a la vista de todo el pueblo” cuando el pueblo no ve absolutamente nada y
además tiene prohibido subir al monte e incluso pisar su falda bajo pena de
muerte. Se dice además que “todo el monte Sinaí estaba envuelto en humo” (Éxodo, 19:18), lo cual sugiere que
Moisés y los dirigentes más allegados, como su hermano Aarón, debieron de
preparar ese escenario tan teatral haciendo diversas hogueras por las zonas
altas del monte Sinaí a fin de impresionar al pueblo. El pueblo sólo oyó el
sonido de una trompeta y de trueno.
[80] Isaías, 37:36.
Curiosamente en 2 Reyes se repite al
pie de la letra este mismo texto, pero, suponiendo que Isaías sea anterior a 2 Reyes,
de ahí se deduciría que el autor de este último libro copió este párrafo del
libro de Isaías. En muchos oros pasajes,
como en Ezequiel, 32:12, pueden verse
más ejemplos de actuaciones divinas parecidamente destructivas.
[89] Job, 22:3.
No hay comentarios:
Publicar un comentario