jueves, 1 de agosto de 2013

YAHVÉ, EL DIOS JUDEO-CRISTIANO, UNA DIVINIDAD ANTROPOMÓRFICA, INMENSAMENTE DESPÓTICA, CRUEL Y VENGATIVA
Si atendemos al significado que el concepto de Dios ha tenido a lo largo de la historia del judeo-cristianismo nos encontramos con unas ideas totalmente antropomórficas: Un ser que ama y que odia, que es celoso y vengativo, que premia, castiga, ordena, se equivoca, se arrepiente, amenaza, rectifica, destruye y mata, y que es vulnerable en la misma medida en que puede ser ofendido, desobedecido, traicionado y olvidado.
Esta perspectiva respecto a la esencia de ese Dios conduce al absurdo de considerar que, siendo omnipotente y habiendo programado por ello las decisiones y las acciones humanas, castiga de manera absurda a quienes se han comportado de acuerdo con los objetivos para los que él mismo les habría predeterminado, de manera que tal actuación convertiría al propio Dios en un ser caprichoso, déspota y contradictorio. Es verdad, sin embargo, que los autores de la Biblia –a pesar de estar supuesta-mente inspirados por el “Espíritu Santo”, según dicen los dirigentes de la Iglesia Católica- no repararon en el hecho de que la predeterminación divina implicaba la automática anulación del libre albedrío, de la responsabilidad, del mérito o de la culpa aplicadas al hombre, de manera que, como un aspecto de dicha predeterminación, el propio Dios –como se dice en la Biblia- habría programado al faraón egipcio para que no dejase salir del país a los israelitas y de ese modo poner de manifiesto su poder para liberar a su pueblo y para castigar a los egipcios, a pesar de que los egipcios no tendrían culpa alguna de la predeterminación a que Dios les habría sometido; igualmente habría programado  a Judas para que traicionase a Jesús, por lo que aquél no habría podido hacer otra cosa que lo que hizo, y sólo habría sido un instrumento para que todo se cumpliese de acuerdo con los planes divinos. Por ello mismo, sería una contradicción considerarle culpable de su acción, a pesar de que aquella traición se la considere tal vez como la mayor ofensa que podía cometerse contra Dios si Judas hubiera sido libre para cometerla. Recordemos cómo en los Evangelios aparece la afirmación de Jesús:
“os aseguro que uno de vosotros me va a entregar”[1],
es decir, que ya todo estaba dispuesto así desde la eternidad, pues no se trataba sólo de que Dios por su omnisciencia supiera qué iba a suceder, sino que además él mismo lo había programado.
Otro aspecto de este antropomorfismo sería la suposición de que Dios quiso crear a la humanidad para que le amase y le adorase, lo cual supone ignorar que su perfección quedaría anulada desde el momento en que su propia autosuficiencia estaría contradictoriamente subordinada  a la satisfacción o al enfado que sintiese como consecuencia de las acciones y de los sentimientos que el ser humano tuviera hacia él, sentimientos que, por otra parte, habrían sido igualmente programados por el propio Dios, por lo que el origen de tal satisfacción sería un ridículo autoengaño.
Un aspecto complementario de este antropomorfismo con-siste en la pretensión de que la adoración, las penitencias, los ayunos y las oraciones de los hombres pudieran causar alguna satisfacción al supuesto Dios, pues nuevamente este punto de vista implicaría una negación de la inmutabilidad y de la perfección divina, y al mismo tiempo la contradicción de suponer que Dios tuviera estados emocionales variables y subordinados a las actitudes y sentimientos que el hombre tuviera hacia él.
Por otra parte y como ya se ha visto en el capítulo anterior, la existencia de Dios como ser perfecto sería incompatible no sólo con la existencia del Universo sino también con la presencia en él de tantos aspectos absurdos como lo son en una gran medida los que rodean la existencia humana y no humana, como en especial cualquier forma de sufrimiento. Esta incompatibilidad se hace más patente si se tiene en cuenta que, de acuerdo con un aforismo escolástico, el modo de actuar de cada ser es consecuencia y manifestación de su modo de ser (“operari sequitur esse”), de manera que, suponiendo incluso la absurda hipóte-sis de que un ser perfecto hubiera deseado crear algo, lo habría creado tan perfecto como lo fuera él mismo, pues su amor infinito –suponiendo que el amor fuera una aspecto de su perfección- le habría llevado a conceder al hombre la perfección en el mis-mo grado en que su poder se lo hubiese permitido, y, siendo este poder infinito, habría creado al ser humano tan perfecto como lo fuera el propio Dios, del mismo modo que obraría un padre en relación con su hijo, hasta ayudarle a alcanzar metas superiores incluso a las que él mismo hubiera podido lograr. Pero, además, ese amor infinito no sólo sería contradictorio con las imperfecciones humanas –pues lo perfecto no puede amar lo imperfecto- sino, como ya se ha dicho, con la existencia de las enfermedades, de la muerte y de todas las calamidades que rodean la existencia humana a lo largo de su vida y que están igualmente presentes en los seres capaces de sentir.
El antropomorfismo del concepto religioso de Dios se muestra igualmente en la consideración de B. Spinoza según la cual la infinitud de Dios sería incompatible con la existencia de cualquier otra realidad que pudiera limitar la suya y, en consecuencia, un concepto menos antropomórfico de Dios sería aquél que lo identificase con el conjunto de lo real, por lo que el mismo ser humano sería parte de Dios en cuanto nada más podría existir además de él pues su infinitud abarcaría cualquier otra realidad, o, dicho de otra manera, su infinitud sería incompatible con la existencia independiente de cualquier realidad a la que su ser no alcanzase.
Este concepto significaría renunciar a la idea de un Dios personal para asumir la de un dios global, es decir, un panteísmo según el cual Dios se identificaría con el conjunto de lo existente.
Sin embargo y como ya se ha dicho, los dirigentes del antiguo Israel y los de la Iglesia Católica introdujeron desde sus comienzos un concepto sumamente antropomórfico de Dios que les ha resultado muy rentable para el crecimiento de su “negocio espiritual”, dado que a la humanidad en general le resulta mucho más asequible, más de acuerdo con su fantasía y con la satisfacción de sus miedos y de sus deseos asumir la idea de un Dios con sentimientos y cualidades humanas que la de un Dios que, según la pura Lógica, estaría radicalmente alejado de cualquier sentimiento y de cualquier actividad o modificación de su estado de absoluta e inmutable perfección.
La serie de aspectos antropomórficos que el judeo-cristianismo ha atribuido a su Dios puede conocerse de modo directo leyendo la larga serie de pasajes bíblicos en que tales cualidades se ponen de manifiesto. Entre ellos destacamos un conjunto significativo para comprobar de un modo más directo aquello que los seguidores de la Iglesia Católica dicen que su Dios comunicó acerca de sí mismo y para mostrar el carácter contra-dictorio de las cualidades que en dichos pasajes se le atribuyen, cualidades que a los dirigentes de la Iglesia Católica les ha con-venido resaltar, procurando presentar interpretaciones intere-sadas de los que se contradicen con éstos.
1. El Dios judeo-cristiano, un Dios “humano, demasiado humano”:
A lo largo de las páginas que siguen presentaré una serie de textos bíblicos junto con los comentarios correspondientes a fin de demostrar –o simplemente mostrar- el carácter antropomórfico del Dios judeo-cristiano:
a) En este sentido ya en Génesis, primer libro de la Biblia, se dice:
“…y descansó el día séptimo de todo lo que había hecho”[2].
En este pasaje se atribuye a Dios no sólo la imperfección antropomórfica de desear y de hacer algo, como la supuesta creación, como si ese algo le faltase a su teórica perfección, sino también la de cansarse de actuar, como nos sucede a los humanos, y la correspondiente necesidad de descansar, lo cual no parece propio de ningún Dios que se precie sino una primera muestra del antropomorfismo que caracteriza a ese mítico Dios. El hecho de que la religión judeo-cristina entienda que efectivamente Dios creó el mundo en seis días y que tal afirmación no hay que interpretarla como una simple metáfora parece evidente si se tiene en cuenta que en Éxodo se dice:
“Quien haga algún trabajo en día de sábado morirá sin remedio […] porque en seis días hizo el Señor los cielos y la tierra y el séptimo día dejó de trabajar y descansó”[3].   
Sería el colmo del absurdo que se impusiera pena de muerte a quien trabajase en sábado si la afirmación de que el mundo fue creado en seis días hubiera sido una simple metáfora –al margen de que ya sea igualmente absurdo imponer tal castigo por el incumplimiento de una ley de carácter tan intrascendente-.
b) “Al ver el Señor que crecía en la tierra la maldad del hombre y que todos sus proyectos tendían siempre al mal, se arrepintió de haber creado al hombre en la tierra”[4].
Este pasaje es otro claro ejemplo de antropomorfismo y de contradicción interna con respecto al concepto del Dios judeo-cristiano y con respecto al de un Dios mínimamente cercano a la perfección. En efecto, en primer lugar en él se olvida que Dios, por su omnipotencia y omnisciencia, debía conocer desde la eternidad “el crecimiento de la maldad del hombre” –pues él mismo la habría programado-, por lo que era una contradicción escribir “se arrepintió de haber creado al hombre” como si sólo en aquel momento hubiera llegado a enterarse del crecimiento de dicha maldad. Pero, además, si por la omnipotencia divina los actos humanos estaban programados por él, tal como se reconoce en diversos momentos de la Biblia, no tenía sentido decir que “crecía en la tierra la maldad del hombre”, puesto que el hombre no habría podido hacer otra cosa que aquello para lo cual hubiera sido programado por ese Dios.
Igualmente, la perfección de los actos divinos sería incompatible con la idea de que en algunos se hubiera equivocado, de manera que luego tuviera que arrepentirse de haberlos realizado.  
c) Un pasaje similar a éste es el que dice:
“Y añadió el Señor [hablando con Moisés]:
    -Me estoy dando cuenta de que ese pueblo [= Israel] es un pueblo obcecado. Déjame; voy a desahogar mi furor contra ellos y los aniquilaré”[5].
Se dice aquí de manera contradictoria que Dios se estaba dando cuenta en ese momento de que Israel era un pueblo obcecado. Es decir, que antes de crear al pueblo de Israel, a pesar de haber predeterminado todo su comportamiento futuro, Yahvé no sabía cómo se iba a comportar en el futuro. Evidentemente hay una contradicción entre la predeterminación divina y el desconocimiento de Yahvé del modo de ser de su pueblo.
Por otra parte, el pasaje incurre en el antropomorfismo de atribuir a ese Dios la debilidad humana de enfurecerse, lo cual presupone la idea de que un ser tan insignificante como el hombre tendría el poder de alterar la impasibilidad de todo un Dios perfecto –del que además se dice que es inmutable- hasta el punto de provocar su decisión de aniquilarlo, decisión que luego tampoco llegó a cumplir, por lo que de nuevo se pone en evidencia que su supuesta inmutabilidad es pura palabrería, en contra de lo que debería ser la cualidad de ese Dios como ser perfecto. Finalmente, cuando Yahvé dice “ese pueblo [= Israel] es un pue-blo obcecado” está atribuyendo al pueblo de Israel tal cualidad en lugar de considerar que, de acuerdo con la supuesta libertad que Yahvé habría dado al hombre, ninguna cualidad moral podría pertenecer al hombre de modo intrínseco sino sólo como consecuencia de una práctica por la que el hombre alcanzase o no las correspondiente cualidades o virtudes morales o como consecuencia de la misma predeterminación divina. Por otra parte y como puede comprenderse, la supuesta libertad humana estaría en contradicción con la omnipotencia divina.     
d) En el pasaje siguiente se atribuye a Dios la imperfección del olvido, negando, en consecuencia, su omnisciencia, pues evidentemente el hecho de que tuviese que recordar la promesa que había hecho implica que previamente la había olvidado, es decir, que, en terminología aristotélica, no se encontraba en po-sesión de un conocimiento en acto (enérgeia):
“Dios escuchó sus lamentos y recordó la promesa que había hecho a Abraham, Isaac y Jacob. Dios se fijó en los israelitas y comprendió su situación”[6].
e) En el texto que sigue Moisés consigue aplacer la ira divina, consigue igualmente que Dios se arrepienta de haber querido hacer el mal a su pueblo y convence a Dios para que no lo destruya. El Dios con quien habla Moisés es un Dios ingenua-mente antropomórfico con sentimientos de ira, con errores en sus actuaciones de los que luego se arrepiente y, en definitiva, un Dios al que un hombre, el propio Moisés, tiene que exhortar para lograr que se arrepienta “del mal que había querido hacer”. Todo ello representa una ingenua proyección en Dios de imperfecciones simplemente humanas que son evidentemente contradictorias con el concepto de un Dios perfecto:
“Aplaca el ardor de tu ira y arrepiéntete de haber querido hacer el mal a tu pueblo […] Y el Señor se arrepintió del mal que había querido hacer a su pueblo”[7].
Muchos de quienes defienden la Biblia como “la palabra de Dios”, inspirada por el Espíritu Santo, podrían replicar a esta crítica diciendo que sus aspectos antropomórficos se debían a la dificultad que el pueblo de Israel habría tenido en aquellos momentos para comprender las cualidades divinas si se utilizaba un lenguaje distinto y unos conceptos más exactos. Sin embargo, a esta réplica habría que responder de diversas maneras: Podría decirse que Dios hubiera podido dar al pueblo la capacidad suficiente para entender su perfección y su forma de manifestarse en lugar de tener que recurrir a metáforas que eran incompatibles con tal perfección y con actos criminales que, más allá de cual-quier metáfora, daban una idea de Dios realmente absurda y totalmente alejada de aquella perfección que hubiera debido corresponderle.
Son tantos los momentos en que Yahvé se muestra con ras-gos antropomórficos que dejo de exponer otros ejemplos, pues a lo largo de los sucesivos pasajes que se irán mostrando por otros motivos, podrá verse que en todos ellos hay además una muestra más de ese antropomorfismo al que me he referido en este apartado.
2. Yahvé, un Dios tribal.
En los siguientes pasajes se pone de manifiesto que, en lí-neas generales -quizá con alguna excepción-, el Dios de que se habla en el Antiguo Testamento no es un Dios universal sino un Dios tribal, que se preocupa por su pueblo, Israel, alejando –o destruyendo en muchos casos- a los pueblos que representen un peligro para el suyo. Tiene interés observar igualmente que ese Dios es tan imperfecto que ni siquiera tiene seguridad en sí mismo respecto al autodominio de sus actos, hasta el punto de que renuncia a acompañar a su pueblo porque “acabaría con vosotros en el camino”.
a)      En efecto, se dice en Éxodo:
“Mandaré mi ángel delante de ti y desalojaré a los cana-neos, amorreos, hititas, pereceos, jeveos, y jebuseos […] Sin embargo, yo no iré contigo, porque sois un pueblo obcecado y acabaría con vosotros en el camino[8].
b) El texto siguiente refleja descaradamente –como en tantas otras ocasiones- los intereses y ambiciones materiales de los sacerdotes israelitas, que piden a su pueblo toda una serie de bienes “para su Dios”, aunque evidentemente son para su exclusivo disfrute, pues ¿de qué iban a servir a su Dios? Está claro que éste no habría tenido necesidad alguna de las ofrendas, alimentos y sacrificios que aquí se exigen, ya que por su omnipotencia y perfección no necesitaría de ninguno y, en consecuencia, no podía depender de las ofrendas de su pueblo. Sin embargo, tanto entonces como ahora, la ingenuidad del pueblo determina que los sacerdotes de las diversas religiones, en este caso la de Israel y la de la Iglesia Católica, se sigan enrique-ciendo por las constantes limosnas de sus fieles así como por los robos directos –por ejemplo, “inmatriculando” bienes a su nombre aquí en España en cuanto inexplicablemente nuestras leyes se lo permiten- o indirectos, que cometen sus dirigentes chantajeando a los gobiernos de los países donde tienen influencia política y social para que éstos le den una parte considerable de los impuestos que el pueblo paga para fines que nada tienen que ver con el enriquecimiento insaciable de los jefes de la Iglesia Católica. En este sentido, se dice en Números:
“El Señor dijo a Moisés:
    -Di a los israelitas: No os olvidéis de presentarme a su tiempo las ofrendas que me pertenecen, mis alimentos y sacrificios por fuego de suave aroma para mí”[9].
De acuerdo con las críticas señaladas al anterior pasaje el presente es de una ingenuidad pasmosa y sugiere la idea de una fiera mitológica exigiendo sus ofrendas al poblado al que puede destruir en el caso de que no cumpla con tales requerimientos. Resulta especialmente ridículo imaginar a un “Dios perfecto” exigiendo ofrendas y “alimento” a su pueblo, y es más que evidente que quienes lo piden son los sacerdotes de Israel, cuya ambición irá progresivamente en aumento hasta alcanzar las incalculables riquezas que posee en la actualidad como consecuencias de las dádivas alcanzadas y de los robos efectuados por ellos a lo largo de la historia.
2.1. Yahvé, un Dios que pacta con Israel y sólo con Israel, que destruye a quienes se le oponen y que no es único ni universal.
De acuerdo con su carácter tribal, Yahvé pretende estable-cer una alianza perpetua con Israel, que desde la alianza de Yahvé con Abraham, será su pueblo. Y así, respecto a tal alianza se dice en Éxodo:
“Os tomaré para que seáis mi pueblo, y yo seré vuestro Dios; entonces conoceréis que yo soy el Señor, vuestro Dios, el que os libró de la opresión egipcia”[10].
¿Qué importancia tienen estas palabras? Pues realmente una importancia esencial, ya que a lo largo de la Biblia se habla en muchas ocasiones de una alianza entre Yahvé y el pueblo de Israel por la que éste será el pueblo exclusivo de Yahvé –del mismo modo que Yahvé será Dios exclusivo de Israel y de ningún otro pueblo-.
Pero, ¿qué clase de alianza es ésta? Como puede verse por los textos que a continuación se citan, aquí lo que hay no es propiamente un pacto o alianza entre Yahvé y el pueblo de Israel sino una simple imposición divina –que no es otra que la ideada por los sacerdotes dirigentes del pueblo de Israel para tener así mejor controlado al pueblo-. Por dicha “alianza” Yahvé propone –o impone a Abraham- que el pueblo de Israel le acepte como “su Dios” y le guarde fidelidad. A cambio éste le concede-rá su protección contra sus enemigos, le ayudará a superar la situación de esclavitud en que el faraón egipcio todavía le había de someter, y le concederá un lugar en el que poder establecerse para siempre, la llamada “tierra prometida”.
Sin embargo, Abraham en ningún momento llegó a pronunciarse acerca de la propuesta (?) de Yahvé, al margen de que lo más lógico es que la hubiera aceptado –en el caso de que se hubiera producido-, pues, aunque en Génesis aparece un diálogo entre Yahvé y Abraham en referencia a esa supuesta alianza, en ningún momento de ese supuesto encuentro Abraham asiente formalmente a dicha alianza.
Pero, en cualquier caso, hay que decir que tal “alianza” habría tenido un valor nulo en cuanto, a la hora de la verdad y posteriormente a dicho encuentro, Yahvé introducía en la práctica una cláusula que para nada aparecía en aquella “negociación” con Abraham: Se trata de que Yahvé no le advierte de que, si el pueblo de Israel incumple la fidelidad que deberá mantener-le, él actuará de forma despótica contra su pueblo, matando y destruyendo sin piedad a justos y pecadores hasta que su ira se aplaque.
Además, hay que decir igualmente que, incluso en el caso de que Abraham hubiera aceptado formalmente tal “alianza”, ésta se habría producido entre Yahvé y Abraham, pero no entre Yahvé y el pueblo de Israel por los siglos de los siglos amén, pues la decisión de Abraham no tenía por qué ligar al resto de su pueblo ni a su descendencia. Sin embargo, en aquellos tiempos el individuo no contaba como tal sino que lo que contaba era el pueblo, la tribu, la colectividad y, por ello, una supuesta alianza con Abraham, patriarca del futuro pueblo de Israel, era valorada como una alianza con el pueblo que surge a partir de Jacob, nieto de Abraham, y sus doce hijos varones, que dieron origen a las doce tribus de Israel.
Por ello, el sentimiento israelita de unidad tribal y de pueblo debía de ser tan intenso en aquellos tiempos que el autor de este relato consideró con toda naturalidad que un supuesto pacto entre Yahvé y Abraham obligaba a todo su pueblo, como si éste fuera una simple prolongación de Abraham y como si las personas careciesen de dignidad individual propia, de manera que su libre decisión para ratificar o para anular aquel dudoso pacto no hubiera merecido siquiera ser tomada en cuenta.
Hay otros pasajes que insisten en esta misma idea, aunque en ocasiones con algún matiz digno de ser destacado, como son los siguientes:
a) “…si me obedecéis y guardáis mi alianza, vosotros seréis el pueblo de mi propiedad entre todos los pueblos[11].
b) “No tendrás otros dioses fuera de mí”[12].
c) “Habitaré en medio de los israelitas y seré su Dios”[13].
d) “Viviré en medio de vosotros; seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo[14].
e) “No profanéis la tierra que habitáis, en medio de la cual habito yo también, pues yo soy el Señor, que habito en medio de los hijos de Israel[15].
Lo más destacable y común de estos pasajes es la clara y exclusiva predilección de Yahvé por el pueblo de Israel, al margen de que en ellos no se haga referencia en ningún caso a ningún mérito especial de ese pueblo como para ser elegido por Yahvé como “su pueblo entre todos los pueblos”. Y, por ello, del mismo modo que Yahvé elige a su pueblo, exige a éste que no tenga otro Dios que él.
De forma latente, pero clara, puede descubrirse en todos estos pasajes la intención y la mano de los sacerdotes israelitas, que, en un momento dado de su historia, introducen a Yahvé como Dios de Israel, como un poder mágico que les servirá para reforzar su autoridad ante su pueblo desde el momento en que, cuando dirijan órdenes a su pueblo, ya no lo harán por su propia autoridad, que sería la de simples seres humanos, sino por la del poderoso Yahvé, que se comunica con los sacerdotes para que éstos transmitan sus órdenes a su pueblo.
Por otra parte, también tiene interés señalar cómo en el pasaje b se hace alusión a la existencia de otros dioses como algo absolutamente natural, advirtiendo a Israel que no debe tener otros dioses distintos de Yahvé. Casi todas las matanza de Yahvé contra su propio pueblo se producen por la serie de infidelidades de su pueblo, que en diversas ocasiones cae en la tentación de adorar a otros dioses, según se narra en la Biblia, al margen de que el motivo real de tales desastres provenga de otras causas como la del poder de sus enemigos, siendo luego los sacerdotes quienes aprovechen tales derrotas para calificarlas como castigo de Yahvé a su pueblo por haber adorado a otros dioses.        
El texto que sigue a continuación es especialmente duro, amenazando al pueblo de Israel con terribles consecuencias en el caso de que no cumpla con las supuestas “condiciones del pac-to” impuesto por Yahvé, condiciones que no se nombran en el momento en que se supone que dicho pacto o alianza se produjo, y muestra a un Dios brutal y cruel en grado extremo, lo cual representa la antítesis del Dios al que el cristianismo considera como amor infinito y a pesar de que el cristianismo considera que Yahvé y Jesús se identifican, en cuanto ambos serían Dios, al margen de que los creadores del cristianismo hayan conside-rado al mismo tiempo que Jesús es “Hijo de Dios”. El Dios de este pasaje no tiene escrúpulos en amenazar a su pueblo advirtiéndole de que, si no le obedece, le hará comer la carne de sus hijos y llegará a detestarle, con las consecuencias que ello implica. Pero la idea de que Dios llegue a imaginar una salvajada tan bestial como la de que los padres deban comer la carne de sus hijos así como la de que él vaya a detestarles y a perseguirles con la espada es contradictoria con la de su amor infinito de la que se habla igualmente en otros pasajes de la Biblia y especial-mente en el Nuevo Testamento.
En efecto, en este sentido se dice en Levítico:
    “Si a pesar de todo esto no me obedecéis y seguís obstinados contra mí […] Comeréis la carne de vuestros hijos y de vuestras hijas […] amontonaré vuestros cadáveres sobre los cadáveres de vuestros ídolos y os detestaré […] os dispersaré entre las naciones y os perseguiré con la espada desenvainada[16].
Como puede ver cualquiera que tenga un mínimo de sensi-bilidad, este pasaje no puede servir para mostrar las “buenas cualidades” de una divinidad capaz de suscitar amor sino, si acaso, el modo de ser de un monstruo sanguinario y despiadado hasta extremos realmente insuperables.  
Las referencias a la discutible “alianza” de Yahvé con el pueblo de Israel, excluyendo de dicha alianza a los demás pue-blos, aparecen también de modo indiscutible en muchos otros pasajes como los siguientes: 
    “Yo haré con ellos [Israel] una alianza eterna, para que yo sea su Dios, y ellos sean mi pueblo; y no volveré a expulsar a mi pueblo Israel de la tierra que les di”[17].
    “Abrahán fue ilustre padre de muchos pueblos, y no hubo quien lo superara […] Por eso Dios le prometió con juramento bendecir a las naciones de su descendencia, multiplicarlo como el polvo de la tierra, exaltar como las estrellas su linaje […] La bendición de todos los hombres [de Israel] y la alianza las hizo descansar sobre la cabeza de Jacob; lo confirmó en sus bendiciones, le dio la tierra en herencia, la dividió en porciones y la repartió entre las doce tribus”[18].
     “Haré con ellos [con el pueblo de Israel] una alianza de paz, una alianza eterna […] Pondré en medio de ellos mi morada, yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo”[19].
    “Yo establecí con ellos mi alianza, prometiéndoles la tierra de Canaán”[20].
    “Si me obedecéis y guardáis mi alianza, vosotros seréis el pueblo de mi propiedad entre todos los pueblos, porque toda la tierra es mía”[21].
El libro de los Salmos en general insiste también en multitud de ocasiones en la idea de esta alianza de Yahvé con Israel.
Sin embargo, esta supuesta alianza merece diversas críticas tanto por su carácter antropomórfico como por otros motivos que se exponen a continuación:
En primer lugar, es realmente absurdo el antropomorfismo de este Dios por su interés –simplemente humano- en establecer una alianza, un pacto o un contrato con determinado pueblo, el pueblo de Israel, como si Yahvé fuera a obtener algún beneficio por dicho pacto, como si fuera a perder algo por no realizarlo o como si Israel tuviera algún mérito especial para convertirse en “el pueblo elegido”. Por ello, de forma espontánea surge la pregunta: ¿Entonces, por qué se produce tal alianza?
Es evidente que quienes estaban realmente interesados en dicho “pacto” o en presentar la “comedia” de que dicho pacto se había producido no eran otros que los sacerdotes de Israel, que embaucan a su pueblo en nombre del supuesto Yahvé, para que los israelitas obedezcan ciegamente las órdenes que reciban de ellos, en cuanto se presentan como los intermediarios entre Yahvé y su pueblo, como si Yahvé no hubiese tenido suficiente poder para hablar directamente a todos y a cada uno de los miembros del pueblo de Israel sin necesidad de intermediarios que hubieran podido tergiversar sus palabras, como de hecho hicieron en su totalidad, no porque las falsearan sino porque sencillamente, tal como ya se ha dicho, fueron esos sacerdotes quienes crearon o moldearon a su Dios, a su imagen y semejan-za, al tomar conciencia de la utilidad de esa invención para tener más controlado a su propio pueblo.
En tercer lugar, es igualmente antropomórfica y absurda la idea de que un Dios pueda sentir predilección por un pueblo frente a todos los demás, al margen de que con el transcurso del tiempo dicho Dios o, más exactamente, sus sacerdotes llegasen a presentarlo finalmente como un Dios único y universal, lo cual implica, por otra parte, una contradicción con las referencias que se acaban de hacer respecto a Yahvé como  Dios de Israel, como un Dios propio y exclusivo, así como si se tienen en cuenta las cualidades que deberían estar implícitas en el concepto de Dios desde el momento en que le se considera como un “ser perfecto”.
En cuarto lugar y en relación con el punto anterior, hay que decir que son muchas las ocasiones en que se insiste en la idea de que la alianza se produjo exclusivamente entre Yahvé y el pueblo de Israel por la mediación de Abraham, pero no entre Yahvé y la humanidad en general, a pesar de que el pasaje que narra el encuentro de Yahvé con Abraham no contiene ninguna fórmula que sugiera que en tal encuentro se produjera pacto alguno. Así, en Éxodo, 19:5, se dice de manera clara y explícita que Yahvé será el Dios de Israel entre todos los pueblos. Es decir, se dice con claridad que Yahvé no pretende ser un Dios universal, protector de todos los pueblos o de la humanidad en general, sino exclusivamente de ese pequeño pueblo del oriente próximo, rodeado de tantos otros con sus respectivos dioses protectores, cuya existencia no sólo no se niega sino que llega a reconocerse de manera explícita, tal como se verá más adelante.
En cualquier caso, más que de un pacto o de una alianza se trata de una promesa que supuestamente Yahvé hace a Abraham y que éste acepta, pues, viniendo de Yahvé, no parecía que pudiera tener sino aspectos positivos ni habría sido prudente que Abraham se negase a replicarle nada. Como Yahvé les había librado de Ur y ahora prometía a Abraham que en el futuro libe-raría a su pueblo de la opresión egipcia[22] y además le ofrecía tierras para que su pueblo se estableciera en ellas de manera definitiva, era lógico que Abraham no pusiera objeción alguna a dicho ofrecimiento. A cambio el pueblo de Israel debía aceptar a Yahvé como “su Dios” y rechazar a cualquier Dios de otro pueblo que pudiera inducirles a adorarlo, llevándoles a ofrecerle algún tipo de respeto, de ofrendas, de sacrificios y de obediencia, pues tal actitud implicaría un abandono de su Dios Yahvé o, más exactamente, una desconfianza hacia sus sacerdotes, los cuales pretendían dirigir al pueblo siguiendo las órdenes que supuestamente Yahvé les trasmitía.  
Es evidente, por otra parte, que, a pesar del carácter exclusivo con que se muestra esta alianza entre Yahvé y el pueblo de Israel, los dirigentes de la Iglesia Católica modificaron el sentido de aquella supuesta alianza para darle un valor nuevo, no tribal sino “católico”, universal, que fue el que especialmente defendió Pablo de Tarso, y el que ayudó en una importante medida a que el Cristianismo, separado de la religión de Israel, se convirtiera al cabo de pocos siglos en “la multinacional religiosa” con mayor poder económico, político y social de todo el planeta.
En quinto lugar, tiene interés señalar la contradicción según la cual en algún momento de la Biblia se olvida que la supuesta alianza se realiza en esta encuentro de Yahvé con Abraham, y se diga que se originó a partir de Moisés, después de producirse la liberación de los israelitas del dominio egipcio, al margen de que sea cierto que Yahvé en su encuentro con Abraham incluyese entre sus promesas la de liberar a Israel de los egipcios cuando ya estuvieran esclavizados por el faraón de Egipto, en lugar de impedir que fueran esclavizados, que es lo que hubiera sido más lógico. En cualquier caso, Ageo entiende mal “al Espí-ritu Santo” –o es éste el que falla- cuando el profeta escribe:
“Siguen en pie los términos de la alianza que hice con vosotros cuando salisteis de Egipto[23],
no siendo consciente de que dicha alianza se habría establecido mucho tiempo antes de aquella liberación respecto a Egipto. En cualquier caso parece que el Espíritu Santo estuvo algo despistado y se olvidó de “inspirar” adecuadamente a Ageo acerca del momento en que se produjo tal alianza, lo cual no es muy propio de un Dios al que se considere “perfecto”.
Sin embargo, siendo realistas y dejando de lado historietas míticas, parece que quien tuvo la idea de imaginar aquella alian-za entre Yahvé y Abraham –o el pueblo de Israel- lo hizo ya bastante tiempo después de que se produjera la liberación del pueblo de Israel, pues habría sido realmente absurdo que Yahvé prometiera a Abraham liberarle de una situación de esclavitud que todavía no se había producido en lugar de prometerle impedir que se produjera. Y, por ello, es muy posible que el “error” de Ageo se produjese por haber entendido que lo más lógico era que dicha alianza se produjese después o a partir de la liberación de Israel y no antes, a pesar de los muchos pasajes que insisten en lo contrario.
Por lo que se refiere a los contenidos de esta alianza im-puesta hay que señalar los siguientes:     
a) Como ya se ha dicho, la supuesta alianza implicaba que Yahvé entregaría a los israelitas una tierra para que se establecieran en ella de manera definitiva. Se trataba de la conocida como “tierra prometida” también nombrada en la Biblia como “tierra de Canaán”, habitada ya por otros pueblos:
    “Aquel día hizo el Señor una alianza con Abrán en estos términos:
    -A tu descendencia le daré esta tierra, desde el torrente de Egipto hasta el gran río, el Eufrates: quineos, quineceos, admeos, hititas, pereceos, refaítas, amorreos, cananeos, guergueseos y jebuseos”[24].
No se trataba de un paraíso deshabitado en espera de ser ocupado sino de la tierra de Canaán, habitada ya por una serie de pueblos contra los que Israel luchó para apoderarse de ella con el argumento de que Yahvé se la había dado. Y, desde luego, con un argumento de esa clase, surgido no de ninguna alianza sino de la ambición de los dirigentes de Israel, cualquier nación sin escrúpulos podría tratar de apoderarse de todo el planeta “en nombre de Dios”.
En relación con este asunto, tiene interés comentar un pasa-je de los Salmos por su relevancia para conocer la curiosa manera que tiene Yahvé –o mejor, los sacerdotes israelitas- de entender la moral, pues se presenta desde la perspectiva de los imperativos hipotéticos kantianos, los cuales, como Kant vio acerta-damente, no podían tener valor moral a causa de su carácter interesado. En efecto, se dice en Salmos:   
“[Yahvé] les dio [a los israelitas] las tierras de los paganos, les hizo heredar las riquezas de las naciones, para que guar-dasen sus mandamientos, y cumpliesen sus leyes. ¡Ale-luya!”[25].
Como ya se ha dicho, este pasaje presenta un modo de actuar por parte de Yahvé coincidente con lo que Kant llamaría “imperativo hipotético”. En este caso los versículos citados podrían adquirir más claramente la forma de dicho imperativo mediante la siguiente estructura: “Si queréis heredar las riquezas de las naciones que os daré, debéis guardar mis mandamientos y cumplir mis leyes”, forma mediante la cual aparece claramente la subordinación del deber de cumplir las normas al hecho de que quieran obtener las riquezas que Yahvé les ofrece. Pero, como Kant diría, cumplir con una norma por los beneficios que pueda reportarnos no entra dentro de la moralidad, la cual se relaciona con el cumplimiento del deber o de las normas morales cuando se hace por la conciencia de que tales normas son expresión de una ley absoluta que debe cumplirse incondicionalmente, más allá de cualquier interés y sólo por respeto a la ley moral de la que emanaría el deber correspondiente.
Una cuestión distinta sería la de demostrar la existencia de leyes morales que valieran por ellas mismas y no precisamente por el bien que a través de su cumplimiento se pudiera lograr, pero, como más adelante se verá, tal demostración es realmente imposible, y, por ello, el hecho de que los israelitas guardasen los mandamientos de Yahvé y cumpliesen sus leyes por ese motivo de carácter interesado, aunque privaba a sus actos de auténtico valor moral, al menos en el sentido kantiano de la moral, sin embargo era una manera muy lógica y humana de actuar, al margen de que el fundamento de dicha norma no se encontrase realmente en la voluntad de Yahvé sino en los inte-reses de los dirigentes de Israel.
Por otra parte, el hecho de que Yahvé concediese a Israel la “tierra prometida”, exterminando a la práctica totalidad de sus anteriores habitantes, despreciando el derecho de éstos a vivir en ella, no dice mucho en favor de la justicia de Yahvé y sí en favor del carácter tribal de ese Dios, creado por los astutos dirigentes de Israel, que protege a su pueblo pero desprecia o se desentiende de todos los demás. A tales dirigentes no les importaba masacrar y exterminar a los habitantes de la supuesta “Tierra Prometida” para instalarse en ella después de su huida de Egipto. Y así, en descargo de Yahvé sólo puede decirse que no podía ser culpable de nada y que estos pasajes bíblicos lo que dejan traslucir es la ambición y el belicismo de Israel y de sus dirigen-tes a la hora de apoderarse de tierras ya ocupadas, matando a sus ocupantes para asentarse en ellas y poniendo como excusa de sus ataques criminales, en los que no dejaron a nadie con vida, que cumplían con las órdenes de su Dios Yahvé, el cual les había concedido dichas tierras ordenando matar a sus habitantes. Como atenuante de su conducta puede tenerse en cuenta que Israel había logrado escapar de la opresión egipcia y que luego había estado vagando por el desierto durante bastante tiempo, ¿cuarenta años?, para encontrar un lugar donde asentarse.
b) Lo que el supuesto Yahvé no comunicó a Abraham en aquel mítico momento de su “alianza” fue la serie de terribles y crueles represalias que tomaría en el caso de que Israel no le mantuviese la fidelidad exigida. Y, estas bárbaras amenazas, al menos según los textos bíblicos, serían constantes y se cumplirían en muy numerosas ocasiones, como la ya señalada en el texto de Levítico, 26:27-33, tan lleno de crueldad.
c) En otros pasajes, como los siguientes, se insiste en esta misma idea de la estrecha y exclusiva unión entre Yahvé y el pueblo de Israel y en su obsesión por que su pueblo no adorase a otros dioses.
Respecto al conjunto de estos pasajes tiene interés comentar algunos en particular por las ideas que expresan y por las que se deducen de ellos, pues, por una parte, se habla de la alianza, pero complementariamente se insiste en la exaltación de Israel como único pueblo al que Dios ha elegido. Se habla también de la recompensa divina, de los castigos de Yahvé a su pueblo si cae en la tentación de adorar a otros dioses, de la misma existencia de esos otros dioses, entre los cuales se considera que Yahvé es el más poderoso, o en el paso de esta consideración, por la que –al igual que en otros lugares de la Biblia- se acepta la existencia de otros dioses a la afirmación definitiva de que Yahvé es el único Dios.
d) Respecto a la glorificación del pueblo de Israel que tal pacto implicaba por haber sido elegido por Yahvé con carácter exclusivo entre todos los pueblos de la tierra, pueden mencionarse, además de otros pasajes ya citados, algunos más en los que tal glorificación se manifiesta, como son los siguientes:
d1) “Porque tú eres un pueblo consagrado al Señor tu Dios, para que seas el pueblo de su propiedad entre todos los pueblos que hay sobre la superficie de la tierra[26].
d2) “El Señor se fijó en vosotros y os eligió […] por el amor que os tiene y para cumplir el juramento hecho a vuestros antepasados”[27].
d3) “Sin embargo, sólo en tus antepasados se fijó el Señor, y esto por amor[28].
d4) “El Señor tu Dios te ha elegido para ser su pueblo entre todos los pueblos de la tierra[29].
d5) “El Señor, en efecto, ha querido hacer de vosotros su pueblo”[30].
d6) “¿Existe en la tierra un pueblo que sea como tu pueblo Israel, al que Dios mismo haya venido a rescatar para hacerlo su pueblo, para hacerlo famoso, para realizar en su favor grandes y terribles prodigios, expulsando a las nació-nes y a sus dioses delante de tu pueblo, a quien rescataste para ti de Egipto? Has consolidado a tu pueblo Israel y lo has hecho tu pueblo para siempre, y tú, Señor, te has con-vertido en su Dios”[31].
d7) “Habitaré en medio de los hijos de Israel y no abandonaré a mi pueblo Israel”[32].
d8) “De todas las familias de la tierra sólo a vosotros os elegí[33].
d9) “Yo cambiaré la suerte de mi pueblo Israel […] Yo los plantaré en su tierra y nunca más serán arrancados de la tierra que yo les di, dice el Señor tu Dios”[34].
d10) “Tú libras a Israel de todo mal; elegiste a nuestros antepasados y los consagraste a ti”[35].
d11) “¡Pueblos todos, aplaudid; aclamad a Dios con voces de júbilo! Porque el Señor […] es el rey de toda la tierra. Él nos somete los pueblos, y nos subyuga las naciones. Él escogió nuestra heredad, orgullo de Jacob, su amado”[36].
d12) “En aquel tiempo, oráculo del Señor, yo seré el Dios de todas las familias de Israel, y ellas serán mi pueblo”[37].
d13) “Porque así dice el Señor todopoderoso […]: “El que os toca a vosotros toca la niña de mis ojos” ”[38].
d14) “Haré con ellos [= con el pueblo de Israel] una alianza de paz, una alianza eterna […] Pondré en medio de ellos mi morada, yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo”[39]
d15) Posteriormente, ya en el Nuevo Testamento, la idea de que la alianza va destinada exclusivamente al pueblo de Israel aparece en las palabras atribuidas al propio Jesús, tal como se narra en el evangelio de Mateo. En relación con una mujer cana-nea, es decir, no israelita, que fue a pedirle a Jesús el favor de que liberase a su hija del demonio que la poseía,
    “[Jesús] respondió:
    -Dios me ha enviado sólo a las ovejas perdidas del pueblo de Israel.
    Pero ella fue, se postró ante Jesús y le suplicó:
    -¡Señor, socórreme!
    Él respondió:
    -No está bien tomar el pan de los hijos para echárselo a los perrillos.
    Ella replicó:
    -Eso es cierto, Señor, pero también los perrillos comen las migajas que caen de la mesa de sus amos.
    Entonces Jesús le dijo:
    -¡Mujer, qué grande es tu fe! Que suceda lo que pides.
    Y desde aquel momento quedó curada su hija”[40].
Como comentario a los pasajes citados hay que decir, en primer lugar, que en general el conjunto de todos ellos elimina cualquier duda acerca de la absoluta predilección exclusiva de Yahvé por el pueblo de Israel, lo cual no encaja para nada con la idea de un Dios universal –católico- que “ama infinitamente a toda su creación”. Por ello mismo, los dirigentes de la Iglesia Católica se contradicen cuando identifican a su Dios Universal con Yahvé, que es sólo el Dios de Israel, un Dios tribal. El cinismo de los dirigentes católicos llega al extremo de componer cánticos en honor de “el Señor” –Yahvé- utilizando como letra de dichos cánticos diversos pasajes bíblicos en los que se habla del amor del Señor por su pueblo, pero silenciando que ese pueblo no es otro que el de Israel o incluso dando a entender falsamente que su pueblo es el formado por todos aquéllos que aceptan la religión católica y las consignas del Vaticano. 
 En segundo lugar tiene interés señalar cómo en diversos libros de la Biblia la existencia de Yahvé no se presenta como  excluyente de la existencia de otros dioses, tal como en este caso se refleja en el pasaje b6. Pero la doctrina posterior de las diversas religiones –y entre ellas la de la Iglesia Católica- ha ido evolucionando hacia un planteamiento monoteísta, por lo que en los planteamientos bíblicos habría una contradicción entre aquellos pasajes en que se defiende la existencia de los diversos dio-ses tribales y aquellos en los que se afirma finalmente la existencia de un Dios único.
En tercer lugar los pasajes d6, d11 y d13 tienen el interés de mostrarnos el carácter político y militar de tal alianza en cuanto Yahvé se presenta como la fuerza de Israel que, por una parte, alejará o destruirá a los enemigos que intenten dañarla y, por otra además, no conformándose con esa labor puramente defen-siva, se convierte además en “Dios de las batallas”, en una fuer-za agresiva que fomenta y anima la expansión y el dominio de Israel sobre los demás pueblos, tal como se dice en el pasaje d11: “Él nos somete los pueblos, y nos subyuga las naciones”. Resulta por ello escandaloso comprobar la falsedad de la Iglesia Católica al olvidar o silenciar el carácter guerrero de ese Dios en favor de Israel, tan alejado de un Dios universal, de amor y de paz, como el que más adelante se ha intentado presentar.
Finalmente tiene interés hacer una referencia especial al pasaje d15 por diversos motivos: En primer lugar porque en dicho pasaje –al igual que en otros que se mencionarán en el capítulo correspondiente- se reconoce de manera implícita que Jesús no es Dios sino sólo que Dios le ha enviado.
Aceptando la hipótesis de que Jesús hubiera sido Dios, la frase “Dios me ha enviado” equivaldría “Dios ha enviado a Dios”, equivalencia cuya justificación se apoya en la doctrina de la Iglesia Católica según la cual tanto el Hijo como el Padre son Dios, por lo que la afirmación “Dios me ha enviado” carecería de sentido. Y, en segundo lugar porque este pasaje, a pesar de que en él Jesús hace una excepción a su misión haciendo final-mente el favor que le pide la mujer cananea, después de comparar al pueblo de Israel con los propios “hijos” y a los pueblos no judíos con “perrillos”, afirma abiertamente:
“-Dios me ha enviado sólo a las ovejas perdidas del pueblo de Israel”[41],
lo cual es una manera de insistir en el carácter tribal de ese Dios, tal como se ha podido ver en múltiples pasajes del Antiguo Testamento. Además, por si esta referencia exclusivista de Jesús al “Dios de Israel” pudiera parecer insuficiente, puede tenerse en cuenta otra que resulta especialmente ilustrativa como es la siguiente:
“No penséis que he venido a abolir las enseñanzas de la ley y los profetas; no he venido a abolirlas, sino a llevarlas hasta sus últimas consecuencias”[42].
Este pasaje que tiene la doble importancia de mostrar, por una parte, a Jesús perfectamente integrado en el respeto de la religión de su pueblo Israel, hasta el punto de querer ir más allá por lo que se refiere a su observación y cumplimiento más auténtico, llevándolo hasta sus últimas consecuencias, y, por otra, la de mostrar con una claridad similar que Jesús no pretendió crear una nueva religión, en contra de lo que sucedió después de su muerte, sino dar ejemplo con su conducta de cómo había que practicar la religión de su pueblo.
Es cierto, por otra parte, que existen diversos pasajes en los que parece como si Jesús pretendiera algo distinto, de carácter más político y revolucionario, pero conviene tener en cuenta que los evangelios fueron escritos bastantes años después de la muerte de Jesús y que durante los años transcurridos, de los que se sabe muy poco, sus seguidores formaron un grupo religioso disidente del de los judíos ortodoxos y muy pronto crearon una secta separada de manera definitiva de la religión tradicional de Israel. Pero como refuerzo en favor de la idea de que Jesús no pretendió crear una nueva religión, conviene recordar también la ocasión en que entró en el templo escandalizado con los mercaderes que habían convertido el templo en una “cueva de ladro-nes”: Si Jesús hubiera despreciado la religión judía no se habría indignado en absoluto por el hecho de que el templo, en lugar de ser un sitio de auténtico culto religioso, se hubiese convertido en un lugar donde hacer negocios de carácter puramente material, pero el hecho de que dijera:
“Está escrito. Mi casa es casa de oración, pero vosotros la habéis convertido en cueva de ladrones”[43]
es una prueba clara de su identificación con la religión y con el templo judío, aunque el hecho de que en el evangelio atribuido a Lucas se dijera “mi casa”, en referencia a dicho templo, pudo haber sido una de las muchas frases que los escritores de los evangelios hicieron decir a Jesús para convencer a sus fieles de que Jesús era mucho más que aquel “mesías” esperado, de carácter esencialmente guerrero, que habría de liberarles del do-minio del imperio romano, pues, según aquellos primeros cristianos, era el Hijo de Dios, redentor de los pecados y creador de la nueva y auténtica religión.
 Igualmente puede recordarse que, según se indica en el evangelio atribuido a Lucas, después que Jesús fue llevado al  cielo, sus discípulos
“estaban continuamente en el templo bendiciendo a Dios”[44],
 lo cual no habría tenido sentido si el templo judío –y no cristiano- no le hubiese importado a Jesús ni a sus discípulos.
Aunque sea de forma circunstancial, tiene interés observar que en estas palabras de los discípulos de Jesús se diga que estaban en el templo “bendiciendo a Dios”. Ahora bien, si hubieran estado realmente convencidos de la divinidad de Jesús, parece lógico que el autor de este pasaje hubiera escrito sin reparo alguno que sus discípulos estaban en el templo “bendiciendo a Jesús”.
Como se ha indicado antes, la alianza de Yahvé con Israel tuvo un carácter especialmente belicista, tanto defensivo como agresivo y expansionista respecto a los pueblos vecinos. Dicho belicismo iba acompañado de un odio especialmente intenso contra aquellos pueblos por los que había sido derrotado y en ocasiones reducido a esclavitud.
También en este punto existe una contradicción, al menos teórica, entre las enseñanzas de Jesús, relacionadas con el amor a los enemigos, y las enseñanzas que se desprenden de una serie de textos bíblicos en los que se pone de manifiesto el odio contra los enemigos, odio sentido incluso por el propio Yahvé.
Como ejemplos de textos en los que Israel manifiesta su odio feroz contra estos pueblos pueden verse los siguientes:           
d16) “Perseguiré a vuestros enemigos, y éstos caerán a espada delante de vosotros”[45].
d17) “Capital de Babilonia, criminal, dichoso el que te pague el mal que nos has hecho, dichoso el que agarre a tus hijos y los estrelle contra la roca”[46].
 d18) “…Despierta tu furor, derrama tu ira, destruye al adversario, aniquila al enemigo […] Tu fuego vengador devore a los que queden, y perezcan los que oprimen a tu pueblo”[47].
Ninguno de estos pasajes es precisamente una muestra de amor y de compasión hacia los enemigos de Israel sino de la sed de venganza de ese pueblo –o la de su clase sacerdotal-, donde al propio Yahvé se presenta persiguiendo y matando a los enemigos de Israel, donde se considera dichoso al que agarre a los hijos de los pueblos enemigos y los estrelle contra la roca, o donde se pide a Yahvé la destrucción y la muerte de los enemigos de su pueblo.
Resulta difícil encontrar la compatibilidad entre estos dese-os y peticiones a Yahvé y la defensa de la caridad, del perdón, de la misericordia, que en otros momentos se defiende en los escritos bíblicos, y en momentos y personajes concretos de la historia de la Iglesia Católica. Realmente se trata de plantea-mientos contradictorios, pues la sed de venganza y el odio son los extremos opuestos al perdón y al amor.    
e) Por lo que se refiere a la exigencia de Yahvé a Israel de que le guarde fidelidad y que no adore a otros dioses las alusiones a esta cuestión son constantes y, por ello, se mostrarán sólo algunos ejemplos:
e1) “No tendrás otros dioses fuera de mí”[48].
e2) “Cuando el Señor tu Dios haya aniquilado ante ti las naciones que vas a despojar; cuando las hayas despojado y habites en sus dominios, ten cuidado para no caer en la trampa siguiendo su ejemplo, una vez que ellas hayan desaparecido ante ti. No busques, pues, a sus dioses diciendo “Yo también voy a dar culto a los dioses a quienes esos pueblos daban culto”. No procederás así con el Señor tu Dios, ya que nada hay más odioso y abominable para el Señor que lo que hacían estos pueblos por sus dioses, pues incluso quemaban a sus hijos e hijas en honor de sus dioses”[49].
e3) “Si rompéis la alianza que el Señor vuestro Dios hizo con vosotros, dando culto a otros dioses y postrándoos ante ellos, entonces se desatará la ira del Señor contra vosotros y muy pronto desapareceréis de esta tierra buena que él os ha dado”[50].
El texto e1 tiene el interés especial de que afirma de manera muy escueta pero indudable la exigencia de Yahvé de ser el único Dios de Israel, pero tiene por lo mismo el interés añadido de que tal exigencia va acompañada de un implícito reconocimiento de la existencia de otros dioses a los que Israel no debe someterse en ningún caso, reconocimiento que es contradictorio con la doctrina católica que proclama la existencia de un solo Dios.
Evidentemente esta preocupación por la actitud de Israel respecto a los otros dioses no proviene de nadie más que de los sacerdotes de Israel, obsesionados por mantener su poder y su control sobre su pueblo, pues poco podía importar a Yahvé lo que Israel hiciera, ya que, siendo Dios, debía ser inmutable e imperturbable, por lo que nada hubiera podido afectarle la conducta de los judíos respecto a él o respecto a los demás dioses.
Igualmente el texto e2 insiste obsesivamente en esta misma idea de la exclusiva fidelidad de Israel a Yahvé, pero haciendo referencia igualmente a la acción criminal divina al aniquilar a los pueblos que habitaban la “tierra prometida” para entregarla a Israel, cumpliendo así una parte de la promesa relacionada con su “alianza” con este pueblo. En efecto, se dice al comienzo de dicho pasaje: “Cuando el Señor tu Dios haya aniquilado[51] ante ti las naciones que vas a despojar…”. Y, de hecho, más adelante el ejército de Israel conquista la “tierra prometida” aniquilando a sus habitantes sin otra justificación que la fundamentada en aquel supuesto regalo de su Dios, que, sin duda alguna, no era otra cosa que una mentira más de los dirigentes para que sirviera de acicate a fin de que el pueblo se entregase a la lucha con mayor tesón  en su afán por conquistar aquellas tierras,  confiando en que Yahvé estaba con ellos y les daría la victoria –del mismo modo que lo habría hecho (?) en España el apóstol Santiago, “Santiago Matamoros”, luchando junto a los cristianos y contra los musulmanes, y del mismo modo que lo habría hecho (?) la diosa Atenea luchando junto a los aqueos en contra de los troyanos. Un argumento similar a ése sirvió posteriormente a los musulmanes para hacer su “guerra santa” y crear en poco tiempo, mediante la ayuda de su fe y de su fanatismo, un imperio extra-ordinario. Y la misma Iglesia Católica, junto con el poder militar de diversas naciones, utilizó este argumento para justificar las guerras de las cruzadas, la conquista de América y la aniquilación o esclavización de una gran parte de los nativos que no se convertían a la nueva religión. Así que, mientras los pueblos se han ido desangrando en sus luchas religiosas, el poder político, económico y social de religiones como la Iglesia Católica ha ido creciendo de modo incesante gracias a la ambición y a la falta de escrúpulos de sus dirigentes, y a la ingenuidad de las masas para sacudirse de encima la sarta de estupideces y mentiras con que se les adoctrina desde la infancia.
Finalmente el texto e3 representa una de las muchas amenazas con que Yahvé advierte a su “amado pueblo” de que, si da culto a otros dioses, lo hará desaparecer de la tierra. Evidente-mente, la amenaza no proviene de nadie más que de los sacerdotes del pueblo de Israel, que lo que exigen a su pueblo no es otra cosa que fidelidad a ellos mismos y a sus órdenes, como supuestos transmisores de las palabras y las órdenes de Yahvé.       
f) Respecto a las promesas de Yahvé acerca de la extensión de la “tierra prometida” así como de la defensa de Israel frente a sus enemigos y de la masacre total de los pueblos que habitaban aquella tierra, puede hacerse referencia a los siguientes pasajes:
f1) “[Moisés les dijo] si amáis al Señor vuestro Dios, seguís todos sus caminos y os adherís a él, el Señor expulsará ante vosotros a todas estas naciones, aunque sean más poderosas y fuertes que vosotros y os apoderaréis de sus posesiones. Los lugares que piséis con la planta de vuestro pie serán vuestros: desde el desierto hasta el Líbano, desde el río Éufrates hasta el mar Mediterráneo será territorio vuestro. Nadie podrá resistir ante vosotros. El Señor vuestro Dios sembrará delante de vosotros el pánico y el terror sobre toda la tierra en la que piséis, como os ha dicho”[52].
El texto f1 insiste en la idea de que la acción aniquiladora de Yahvé se extenderá de manera terrorífica contra los pueblos habitantes de la “tierra prometida”: “El Señor vuestro Dios sembrará delante de vosotros el pánico y el terror sobre toda la tierra en la que piséis”. Pero, ¿qué sentido de la justicia o de la miseri-cordia habría en ese supuesto Dios, que para favorecer a su pueblo lo hiciera a costa de aniquilar a los habitantes de las regiones que deseaba proporcionarle? Desde luego no es nada fácil ver aquí la acción de un Dios bueno, justo y misericordioso en lugar de ver la acción de un tirano sin misericordia y sin sentido alguno de la justicia. Además, ¿cómo la Iglesia Católica tuvo posteriormente la osadía de presentar a su Dios, identificado con ese mismo Dios de Israel, como Dios universal que amaba a todos los seres humanos con un amor infinito? Parece que el cinismo de los fundadores de la secta católica sólo quedó superado por la ingenuidad y la ignorancia de quienes les siguieron durante aquellos primeros años desde su creación y de los que les han seguido desde entonces –incluido durante demasiado tiempo el autor del presente trabajo-.
f2) “…en las ciudades de estas naciones que el Señor tu Dios te da como heredad no dejarás ni un alma con vida. Consagrarás al exterminio a los hititas, amorreos, cananeos, pereceos, jeveos, y jebuseos, como te ha mandado el Señor, tu Dios”[53].
El texto f2 es un ejemplo de los que tanto abundan en el Antiguo Testamento en los que Yahvé ordena de manera fría, inflexible e injusta no dejar ni un alma con vida, exterminando en este caso a los pueblos que habitaban la “tierra prometida”.
 Pero, ¿cómo defender la creencia en un Dios tan cruel que da esas órdenes tan injustas y asesinas en lugar de haber buscado –o creado- para su pueblo un lugar deshabitado en el que pudiera instalarse sin necesidad de tener que matar a nadie? ¿Cómo un Dios, tan exclusivamente pendiente de su pueblo, iba a poder convertirse luego en un Dios universal? Sólo la ambición política y económica, y la falta de escrúpulos de los dirigentes religiosos junto con la ingenuidad del pueblo explican este cambio sobre el que los mismos cristianos de base todavía siguen sin tomar conciencia, a pesar de poder consultar la Biblia en cual-quier momento para comprobar esta contradicción. También es verdad que la jerarquía católica no manifiesta ningún interés, sino todo lo contrario, en que su adoctrinado rebaño lea o conozca estos pasajes bíblicos tan contradictorios respecto a la idea de un Dios Universal, que ama infinitamente a todos los hombres y no sólo al pueblo de Israel.  
f3) “…Despierta tu furor, derrama tu ira, destruye al adversario, aniquila al enemigo […] Tu fuego vengador devore a los que queden, y perezcan los que oprimen a tu pueblo”[54].
El interés del texto f3 consiste especialmente en su antropomorfismo en cuanto relaciona a Yahvé con toda una serie de pasiones humanas, como el furor, la ira  y la venganza así como la petición de que actúe de forma implacable contra los enemigos de su pueblo. Es evidente que tales sentimientos y tales acciones eran las que los dirigentes de Israel procuraban transmitir al pueblo en su lucha contra sus enemigos, pero no las de un supuesto Dios inmutable y omnipotente, cuyos hipotéticos sentimientos no podían depender en absoluto de los avatares por los que hubiera pasado su pueblo, avatares que –no se olvide- ese mismo Dios habría predeterminado.  
g) Respecto a los castigos que Yahvé infiere a su pueblo Israel por haberse alejado de él adorando a otros dioses, dejo para más adelante un exposición más amplia, pero señalo al menos un par de pasajes similares a muchos otros que se encuentran en esta misma línea:
    g1) “Israel se estableció en Sitín y el pueblo se entregó al desenfreno con las moabitas. Éstas los invitaron a los sacrificios de sus dioses, y el pueblo comió y se postró ante ellos […] Entonces el Señor dijo a Moisés:
    -Reúne a todos los jefes del pueblo y cuélgalos ante el Señor, cara al sol, para que la cólera del Señor se aparte de Israel.
    Moisés dijo a los jueces de Israel:
    -Matad a todos los que hayan dado culto al ídolo de Peor.
[…] Los que habían muerto por el castigo sumaban veinticuatro mil”[55].
    g2) “[Los judíos] no exterminaron a los pueblos como el Señor les había ordenado, sino que se mezclaron con los paganos, y aprendieron sus prácticas: dieron culto a sus ídolos, que fueron la causa de su ruina, e inmolaron sus hijos e hijas a demonios. Derramaron sangre inocente, la sangre de sus hijos y sus hijas, que inmolaron a los ídolos de Canaán. […] Por eso el Señor se enfureció contra su pueblo y llegó a aborrecer su heredad […] Pero […] recordó su alianza con ellos, se arrepintió por su gran amor”[56].
Se observa en estos pasajes cómo los castigos más duros de Yahvé recaen contra Israel cuando éste cede a la tentación de adorar a los dioses de otros pueblos, lo cual parece ser mucho más grave que asesinar o realizar cualquier otro delito por muy grave que pueda parecer. Pero, claro está, como ya se ha indicado en otros momentos, la crueldad de los castigos de Yahvé por la adoración de Israel a otros dioses no proviene de Yahvé, a quien poco hubieran podido importar las fantasías de su pueblo, sino de sus sacerdotes, que se sirven de Yahvé, su mejor invención, para mantener por encima de todo su poder y su control absoluto sobre su pueblo.
En estos últimos pasajes se muestra de nuevo el carácter tribal del Dios de Israel -a la vez que su índole sanguinaria-, ligada a la exigencia a su pueblo de que no adore a otros dioses, pues fue él quien les salvó de su esclavitud en Egipto y es con él con quien su pueblo, a través de Abraham, realizó un pacto de fidelidad en el que se insiste en tantas ocasiones.
El Dios de Israel, como se ha podido ver, no es un Dios uni-versal, pues no ama a los otros pueblos sino que exige su destrucción en cuanto representen un peligro para la fidelidad de Israel a Yahvé, o simplemente en cuanto estén ocupando la tierra que Yahvé ha prometido a su pueblo.
Pero, evidentemente quienes piden y profetizan la destrucción de estos pueblos son los sacerdotes de Israel, que quieren mantener incontaminado y fuera de peligro su dominio sobre su pueblo y por ello están interesados en que éste no conozca los dioses de los otros pueblos a fin de evitar que sea seducido por sus cualidades –o por las que supuestamente se les atribuya, según las creencias de esos pueblos- y se olvide de Yahvé, es decir, de obedecer y seguir fielmente las órdenes de sus diri-gentes en todo lo que quieran mandarle y de pagar sus diezmos a los sacerdotes de Yahvé.
h) Por lo que se refiere a la evolución del concepto que los sacerdotes judíos fueron transmitiendo acerca de su Dios Yahvé, hay que señalar que en un primer momento lo consideraron simplemente como uno más entre los dioses de los diversos pueblos, pero muy pronto lo consideraron como el Dios más fuerte y poderoso entre todos ellos y, finalmente, como el único Dios, doctrina que prevalecerá de modo definitivo en el Nuevo Testamento, pero implicando una contradicción con las doctrinas del Antiguo, tan “palabra de Dios” como las del nuevo, según el punto de vista de los dirigentes de la Iglesia Católica.
Así, el politeísmo de Israel unido a la idea de que Yahvé es el Dios más poderoso aparece en pasajes como los siguientes:  
h1) “…el Señor vuestro Dios es el Dios de los dioses y el Señor de los señores; el Dios grande, fuerte y temible”[57].
h2) “Porque el Señor es un Dios grande, rey poderoso más que todos los dioses […] Porque él es nuestro Dios, y nosotros su pueblo”[58].
Y el cambio de perspectiva por el que finalmente se considera a Yahvé como único Dios puede observarse en textos como el siguiente:
h3) “[Ezequías oró así:] –Señor, Dios de Israel, que te sien-tas sobre los querubines, tú eres el Dios de todos los reinos de la tierra, tú has hecho el cielo y la tierra […] Te suplico, Señor, Dios nuestro, que nos libres de su poder [del de los reyes de Asiria], para que todos los reinos de la tierra sepan que tú, Señor, eres el único Dios[59].
2.3. Yahvé, un Dios déspota, cruel y asesino en grado superlativo.
Como se ha podido ver, son muchas las ocasiones en que Yahvé se muestra como un Dios déspota y sanguinario, un Dios que no tiene ningún reparo en sembrar la destrucción y la muerte por cualquier motivo insignificante o sin motivo alguno, como sucede cuando castiga cruel y despiadadamente a seres absoluta-mente inocentes, como en especial a los niños. Veamos algunos ejemplos más:
“El Señor dijo a Elías, el tesbita:
    -¿Has visto cómo Ajab se ha humillado ante mí? Por haberse humillado ante mí, no lo castigaré mientras viva, sino que castigaré a su familia en [= con la] vida de su hijo”[60].
Este pasaje muestra a un Dios arbitrario e injusto que en esta ocasión perdona a quien se humilla ante él, pero que no por eso deja de castigar, como si el castigo fuera una condición ineludible para anular una culpa. Sin embargo y de modo absurdo el castigo se desvía y se aplicará a su familia, como si ella hubiera sido culpable de algo. El hecho de  que se castigue a su familia sólo puede entenderse hasta cierto punto teniendo en cuenta que en aquel tiempo la cohesión familiar y social era tan intensa que se consideraba a la familia como una simple prolongación del padre –en este caso, de Ajab-. Y, por eso, Dios no hacía nada “injusto”: simplemente destruía lo suyo. Este pasaje está en la misma línea de muchos otros que presentan a Dios como un ser arbitrario y déspota, pero está en contradicción con el que rechaza castigar a los hijos por los pecados de los padres y, desde luego, con todos aquellos que hablan de Dios como de un ser infinitamente misericordioso, lo cual es doctrina oficial de la Iglesia Católica en la actualidad del mismo modo que también es “palabra de Dios” el pasaje citado, por lo que en consecuencia, nos encontramos ante una nueva contradicción.
Más adelante es el propio Yahvé quien defiende de forma explícita su derecho a la más absoluta arbitrariedad en sus actos, que sólo obedecen a lo que le place y no a un criterio moral previamente establecido o a un criterio basado en su teórico amor infinito.
Para evitar un absurdo absoluto a la hora de entender las actuaciones de Yahvé conviene no olvidar que su omnipotencia se encuentra por encima cualquier norma moral, llegando a decir por ello:
Yo protejo a quien quiero y tengo compasión de  quien me place[61],
palabras que contradicen la doctrina según la cual la misericordia de Dios es infinita, pues ésta queda subordinada y por ello mismo encuentra su límite en la omnipotencia divina. Pero además conviene tener presente que las contradicciones de ese conjunto de libros que es la Biblia de tienen nada que ver con el supuesto “Espíritu Santo” sino con la astucia, la fantasía y los intereses de quienes escribieron cada una de sus partes, intereses especialmente ligados con la clase social dominante de Israel, que proyectaba y justificaba mediante su Dios Yahvé las acciones despóticas y criminales que ellos mismos realizaban contra sus enemigos y contra su propio pueblo para mantenerlo bajo su férreo control.  
Poco más adelante el mismo Yahvé proclama que es un Dios celoso, y, por ello mismo, añade en tono amenazante: 
“No tendrás otros dioses fuera de mí […] porque yo, el Señor tu Dios, soy un Dios celoso, que castigo la maldad de los que me aborrecen en sus hijos hasta la tercera y cuarta generación”[62].
Las amenazas de Yahvé, con castigos aplicados “hasta la tercera y cuarta generación”, especialmente abundantes, son una muestra del despotismo tan injusto de esta divinidad, al margen de que haya algún momento en el que se defienda la idea –en contradicción con tantas actuaciones divinas opuestas- según la cual “los hijos no pagarán las culpas de sus padres”.
Pero, tras la afirmación según la cual el propio Yahvé dice: “soy un Dios celoso” o “castigo la maldad de los que me aborrecen en sus hijos hasta la tercera y cuarta generación” se perciben las artimañas de los dirigentes de Israel, al poner en el Dios for-jado por su imaginación esa imperfección antropomórfica de los celos, como si a un Dios autosuficiente pudiera importarle la mayor o menos fidelidad de sus “fieles” y como si ese Dios pu-diera llegar a indignarse por la maldad de los hombres hasta el punto de sentir la necesidad o el deseo de castigarles, a ellos y a su descendencia, de un modo tan irracional.  
Pero, de hecho, en este mismo libro vuelve a hablarse de Yahvé insitiendo en esta misma amenaza según la cual
“…castiga la iniquidad de los padres en los hijos y nietos hasta la tercera y cuarta generación”[63].
Otro de los muchos textos especialmente sanguinarios, injustos y crueles del Dios de Israel -que es el mismo que el de la Iglesia Católica- es el que, refiriéndose a Moisés, caudillo de su pueblo supuestamente nombrado por Yahvé, y a los coman-dantes de su tropa les dice:
¿Por qué habéis dejado con vida a las mujeres? Fueron ellas precisamente las que, siguiendo el consejo de Balaán, sedujeron a los israelitas, apartándolos del señor […] Matad, pues, a todos los niños varones y a todas las mujeres que hayan tenido relaciones sexuales con algún hombre”[64].
Llama la atención en este texto comprobar con cuánta naturalidad Moisés ordena la muerte de mujeres y de “niños varones” considerando que ellas “sedujeron a los israelitas, apartándolos del Señor”. ¿Qué habría que decir de un Dios que le hubiese dado una orden semejante, tan cruel y tan injusta? Desde luego, un Dios así sólo puede tener sentido para mentes primitivas en las que la racionalidad apenas ha comenzado a dar sus primeros pasos, de manera que la creencia en un ser semejante sólo nos sirve para vislumbrar cómo pudo ser la sociedad israelita de aquellos tiempos, pues, como dice Marx, la superestructura ideológica de una determinada formación social sólo es el reflejo de su estructura económica y productiva. Por ello, una sociedad férreamente dirigida por sus gobernantes era compatible con semejante Dios criminal para quien la vida de los niños carece por completo de importancia.
De nuevo se observa aquí cómo el mayor delito de los israelitas es el que se relaciona con cualquier acción que pueda alejar a Israel de su sometimiento a Yahvé, o, lo que es lo mismo, de su sometimiento a los sacerdotes del supuesto Yahvé.
2.3.1. Nuevas muestras del despotismo criminal de Yahvé.
Las condenas a muerte por delitos de este tipo se producen con suma facilidad y son frecuentes en grado extremo, tal como puede verse con otros ejemplos especialmente representativos como los siguientes:
1) “Así dice el Señor. Voy a llenar de embriaguez […] a todos los habitantes de Jerusalén. Los estrellaré unos contra otros, padres e hijos juntos, oráculo del Señor. Los aniquilaré sin piedad, sin misericordia, y sin compasión”[65].
En este pasaje Yahvé –o los sacerdotes de Israel- está ha-blando del pueblo de Jerusalén, parte esencial del pueblo elegido y, sin embargo, no tiene reparos en manifestar sus intenciones de aniquilarlo sin hacer distinción alguna entre culpables e inocentes del delito que haya podido provocar su ira, delito que en el pasaje de Jeremías no se nombra. También dice “los estrellaré unos contra otros, padres e hijos juntos”, tal como haría cual-quier tirano cegado por un odio incontrolable, sin tener en cuenta para nada el más mínimo sentido de la justicia ni de la misericordia, pues, efectivamente, el propio Yahvé advierte que aniquilará “a todos los habitantes de Jerusalén […] sin piedad, sin misericordia, y sin compasión”, de manera que los dogmas relacionados con el supuesto amor y misericordia infinitas de Dios quedan contradichos por este Dios que, tanto en este pasaje como en muchos otros, proclama su odio y su falta de compa-sión contra sus enemigos o contra quienes le traicionan adoran-do a otros dioses.
Ante el escándalo que algunos católicos pudieran sentir por estas constantes muestras de crueldad y de falta de amor, con-viene tener en cuenta que al fin y al cabo el Dios del Nuevo Testamento sólo en apariencia es mejor que el del antiguo, pues, al margen de la comedia de la encarnación, pasión y muerte de Jesús, el “Hijo de Dios” –de la que más adelante se hablará-, ese Dios que los dirigentes católicos tienden a presentar de un modo tan bondadoso castiga a sus enemigos todavía más duramente que Yahvé, no sólo privándoles de la vida, sino condenándolos a un fuego eterno en el que su sufrimiento se prolongará eterna-mente.
Por ello la contradicción no se encuentra entre el odio del Dios del Antiguo Testamento y el amor del Dios del Nuevo Testamento, sino entre este mismo Dios de toda la Biblia –o lo que de él escriben los diversos autores bíblicos- y la serie de doctrinas mediante las cuales, a pesar de lo ya señalado, los dirigentes católicos se empeñan en seguir hablando de ¡un Dios que ama a los hombres con un amor infinito! ¿Cómo es posible proclamar tal doctrina cuando resulta tan fácil conocer como sería ese Dios consultando sólo algunas páginas de la Biblia?
2) “Por eso, así dice el Señor todopoderoso: […] Convertiré a Jerusalén en un montón de piedras, en una guarida de chacales; dejaré desiertas y sin habitantes a las ciudades de Judá”[66].
Como suele suceder en los escritos de Jeremías, los motivos de la ira de Yahvé son confusos en este pasaje, pero casi siempre se trata de un asunto relacionado con el hecho de que los israe-litas han adorado a otros dioses o que simplemente no adoran a Yahvé como merece y se olvidan de él. Pero, en teoría eso no debería ser motivo de preocupación ni de enfado para un Dios inmutable cuyos sentimientos no deberían estar subordinados o condicionados por la actitud de los hombres hacia él, pues un Dios cuyos sentimientos de satisfacción o de enfado dependieran en alguna medida del hombre no sería omnipotente ni inmutable y, en consecuencia, no sería Dios. Pero, si además ese Dios toma el tipo de represalias que en este mismo texto se mencionan, sólo demuestra tener sentimientos de odio, de sed de venganza, de despotismo salvaje y de falta de misericordia, cualidades que serían contradictorias con las que en otros momentos se le atribuyen, por lo que un Dios así no sería digno de tal nombre.   
3) “Por todos los collados del desierto llegan los devasta-dores, porque el Señor empuña una espada devastadora, de un extremo al otro de la tierra; no hay paz para nadie”[67].
De nuevo Jeremías manifiesta su desbordada imaginación para presentar a Yahvé empuñando “una espada devastadora, de un extremo al otro de la tierra”. Se trata de un Dios terrorífico que siembra la destrucción y la muerte. Un Dios nuevamente contradictorio con aquél que manda amar a los propios enemigos. Y, sin embargo, para los dirigentes de la Iglesia Católica se trata del mismo Dios que el suyo, pues proclaman que Yahvé es Dios y que Jesús también lo es, al margen de que procuren ocultar tal contradicción escondiendo al Dios de Jeremías, ignorándolo en las diversas lecturas litúrgicas dirigidas a su fiel rebaño, en sus oraciones y demás ceremonias para que nadie asocie al Dios católico con el Dios israelita, tan déspota y asesino. Y, sin embargo, como ya se ha dicho, resulta que Jesús es todavía más cruel que el propio Yahvé, pese a su apariencia de manso cordero, pues amenaza y castiga con el fuego eterno a la mayor parte de la humanidad, pues pocos son los escogidos para la vida eterna. Por ello, ante esta crueldad gratuita representada por un castigo que no tiene otra finalidad que el castigo mismo, la crueldad de Jesús –o la que le atribuyen los autores de los evangelios- llega a superar a la del mismo Yahvé, quien, al fin y al cabo, sólo castiga al hombre con la muerte, con el regreso al polvo del que fue formado.   
4) “Entonces el Señor me dijo:
    -No intercedas a favor de este pueblo. Aunque ayunen, no escucharé su súplica; aunque ofrezcan holocaustos y ofrendas, no los aceptaré; con espada, hambre y peste los exterminaré”[68].
Aquí de nuevo tenemos el Dios de Jeremías, pero con el matiz añadido de que en esta ocasión, en contradicción con la misericordia infinita que debía caracterizarle, según los dirigentes de la Iglesia Católica,  se niega a tener misericordia aunque se le suplique y se le ofrezcan sacrificios. De nada sirve el arrepentimiento. La cólera de este Dios no tiene límites y sólo busca satisfacerse mediante el sufrimiento y la muerte de quien la haya provocado, y, en muchos casos, también con la de su descendencia. Es un Dios colérico, un loco, un sádico insaciable.
¿Es ése es el Dios tan bueno, que tanto nos quiere, capaz de dar su vida por nosotros? Es, sin duda de ninguna clase, un Dios contradictorio con el supuesto Dios infinitamente misericordioso del que hablan los dirigentes de la Iglesia Católica, cerrando los ojos, entre otras cosas, a sus crueles venganzas del Antiguo Tes-tamento y a su falta de misericordia.  
5) “El Señor es un Dios celoso y vengador; […], su ira es terrible. El Señor se venga de sus adversarios, guarda ren-cor contra sus enemigos[69].
Y aquí el Dios de Nahum, similar al de Jeremías, un Dios vengativo, que no ofrece la otra mejilla y que “guarda rencor contra sus enemigos” en lugar de perdonarles. Ese Dios, desde luego, está muy lejos de aquel Dios-amor del que en ocasiones se habla, aunque también lo está en casi todas las ocasiones en que aparece en la Biblia, pues casi siempre aparece amenazando, hiriendo y castigando; a unos con la muerte terrenal, a otros con el fuego eterno del Infierno. Así que en el fondo es lógico que se diga que se trata del mismo Dios, pero no por tratarse de un Dios-Amor infinito, sino porque tanto Yahvé como el Dios del Nuevo Testamento coinciden en su sed de venganza, una venganza descomunal, insaciable y sin sentido alguno.
Y, evidentemente, hay una contradicción entre este Dios “que guarda rencor contra sus enemigos” y el supuesto Dios, amor infinito, del que hablan los dirigentes católicos. 
        Una peculiaridad del absurdo despotismo de Yahvé, ese Dios que en el Nuevo Testamento aparece en ocasiones como  “justo y misericordioso”, es la que aparece en forma de castigos totalmente irracionales en pasajes como los siguientes:
- “El Señor castigó a la gente de Bet Semes porque habían mirado el arca del Señor; hirió [= mató] a setenta hombres de entre ellos”[70].
 - “Entonces el Señor se encolerizó contra Uzá; lo hirió por haber tocado el arca con la mano, y allí mismo murió delan-te de Dios”[71].
En estos pasajes y al margen de la absurda desproporción de este castigo por “el delito” (?) cometido por “la gente de Bet Semes” –que se atrevieron a mirar el arca de la alianza- o por Uzá –que de forma refleja trató de impedir que el arca cayese al suelo-, lo que llama la atención es que una simple mirada al arca de la alianza o el hecho de haberla “tocado” para impedir que cayera, es decir, una acción buena, pues buena era la intención, fueran motivos de la fulminante ira divina, esa ira de aquel Dios que después, bajo la figura de Jesús, diría aquellas otras palabras, tan contradictorias con esta absurda represalia:
“Dejad que los niños vengan a mí”[72].
¿Cómo es posible esta actuación tan déspota y criminal en un Dios del que a la vez se dice que es misericordia y amor infinito?
Evidentemente de nuevo la explicación de estos pasajes tan irracionales se encuentra en el sencillo hecho de que, si Yahvé era amor infinito, no pudo ser el causante de esos actos de barbarie, mientras que, si realizó tales actos criminales, no se puede decir de él que fuera amor infinito.
Por ello, de nuevo hay que suponer, como en tantos otros casos, que fueron los sacerdotes de Israel, quienes, movidos por su ambición de dominio y control sobre su pueblo se presentaban ante él como los únicos intermediarios de Yahvé con su pueblo, alegando que habían sido elegidos por el propio Yahvé entre los descendientes de la tribu de Leví –a la que pertenecieron Moisés y Aarón-. Pero, ¿quién comunicó al pueblo tal supuesta decisión de Yahvé respecto a la tribu de Leví? Pues, al parecer, debió de ser Moisés, el miembro de dicha tribu que dirigió a su pueblo en su salida de Egipto. Implantado tal estatus especial para Aarón y sus hijos, miembros de la tribu de Leví, los sacerdotes de Israel trataban de impedir por todos los medios que el pueblo pudiera familiarizarse de algún modo con aquellos tesoros y objetos sagrados, como el Arca de la Alianza, que en teoría se encontraban especialmente relacionados con Yahvé y, así, para que el pueblo pudiera hacerse una idea del carácter terrible y lejano de su Dios, tomaron “en su nombre” aquellas represalias tan absurdas contra la gente de Bet Semes, sólo por haber mirado el arca, y contra Uzá, sólo por haber tocado el arca de la alianza, a pesar de haberlo hecho con la intención de evitar que cayese al suelo.
Sin embargo, los dirigentes de la Iglesia Católica deben aceptar que nos encontramos ante “la palabra de Dios”, y, por ello, hay que aceptar que fue el propio Dios quien tuvo esa actuación criminal ¡tan coherente! (?) con su amor infinito.
Otro ejemplo claro de esta actuación teatral de los sacerdotes de Israel engañando a su pueblo aparece en Éxodo, donde su autor cuenta que Yahvé indicó al propio Moisés los límites del monte Sinaí que su pueblo no podía cruzar, pues era en dicha montaña donde Yahvé iba a aparecerse a Moisés y le iba a entre-gar las famosas tablas con sus preceptos. Se dice en Éxodo:
“Después el Señor dijo a Moisés:
    -Ve con el pueblo y purifícalos hoy y mañana; que laven sus vestidos y estén preparados para el tercer día, porque el tercer día bajará el Señor sobre el monte Sinaí a la vista de todo el pueblo[73]. Tú señalarás un límite por todo el contorno diciendo: No subáis al monte, ni piséis su falda. Todo el que pise el monte morirá”[74].
Es evidente que, al igual que en otras ocasiones, los sacerdotes de Israel tienen un interés especial en hacer creer a su pueblo que Yahvé es un Dios tan terrible que su visión mata, pero en realidad lo que procuran es que el pueblo no suba al monte y descubra que todo lo relativo a Yahvé es un puro montaje. No se trata de que Yahvé sea un Dios terrible sino simple-mente de que no existe. Pero Yahvé es la mejor arma de los sacerdotes para hacerse obedecer por el pueblo y tienen que justificar su lejanía con la excusa de que su grandeza es tan absoluta que el pueblo perecería ante su terrible presencia.
Esta misma explicación, relacionada con la lejanía de Yahvé, sirve para comprender el relato de Moisés, a quien, cuando Yahvé se le aparece en el monte Sinaí, le dice que sólo puede verle de espaldas “porque de frente no se me puede ver”[75]quien ve a Dios de frente muere, y explica igualmente las muertes que se producen en Bet Semes por haber mirado el arca de la alianza así como la muerte de Uzá por haberla tocado.     
Parece que ni los sacerdotes de Israel ni el pueblo com-prendieron que el inmenso poder de Yahvé hubiera podido hacer que su pueblo pudiera gozar de su presencia y de su visión sin tener que morir por ello. Si los sacerdotes hubieran sido cons-cientes de tal posibilidad, habrían tenido un problema que resol-ver antes de decirle al pueblo que no podía acercarse al monte Sinaí, pero por suerte, ni el pueblo ni ellos mismos se percataron de que el poder de le Dios hubiera permitido hacerse visible al pueblo sin peligro alguno. De hecho, el pasaje ya mencionado en el que Jesús dice “dejad que los niños vengan a mí”[76] es un claro ejemplo de la contradicción entre el Dios tan lejano del monte Sinaí y el tan cercano de los evangelios.
Son tan abundantes los pasajes bíblicos en los que Yahvé se muestra como un Dios amenazador, colérico, déspota, implacable y asesino que tratar de exponer y de comentar esa larga serie de textos sería una labor ingente que, sin embargo, apenas aportaría alguna novedad al estudio de estas cuestiones. Por ello y para completar la exposición de lo ya tratado en el apartado anterior, se añaden a continuación algunos otros pasajes, especialmente representativos, junto con el comentario correspondiente:
1)      “Así dice el Señor todopoderoso: […] Así que vete, castiga a Amalec y consagra al exterminio todas sus per-tenencias sin piedad; mata hombres y mujeres, mu-chachos y niños de pecho, bueyes y ovejas, camellos y asnos”[77].
La brutalidad de Yahvé se muestra aquí mezclada de nuevo con actuaciones de extrema crueldad irracional. ¿Qué sentido tiene esa matanza de “hombres y mujeres, muchachos y niños de pecho, bueyes y ovejas, camellos y asnos”. ¿Qué culpa podían tener, especialmente los “muchachos y niños de pecho, bueyes y ovejas, camellos y asnos”? ¿Dónde se esconde la bondad de Yahvé? ¿dónde la justicia? ¿dónde el amor, cuando ni siquiera es capaz de respetar la vida de los “niños de pecho”? Está reservada exclusivamente para los hijos de Israel, y eso sólo mientras se encuentre de buen humor, porque tampoco tiene escrúpulos a la hora de ejecutar matanzas contra ellos por no haberle sido suficientemente fieles.
Pero, como ya se ha dicho en varias ocasiones, la única explicación para tanta crueldad absurda consiste en tomar con-ciencia de que no es Yahvé quien tiene ese comportamiento tan cruel, sino los sacerdotes dirigentes del pueblo, que han creado a Yahvé para amenazar y tener subyugado a su pueblo.     
2)      “Dad gracias al Señor […] porque es eterno su amor […] Dad gracias al Señor de los señores […] Al que hirió a los primogénitos de Egipto, porque es eterno su amor”[78].
Se trata de un texto contradictorio como puede comprenderse a primera vista, pues en él se dice que el amor de Yahvé es eterno, pero de manera asombrosa se justifica tal afirmación con el argumento de que hirió [es decir, mató] a los primogénitos de Egipto. La única explicación que libra al texto de la contradic-ción es que habla del amor de Yahvé a los israelitas, pero no del amor de Yahvé a los egipcios o a cualquier otro pueblo. No obstante la contradicción permanece en cuanto se quiera hacer compatible ese Dios con el que siente un amor infinito de carácter universal, es decir, no sólo por Israel sino por el conjunto de la humanidad, que es el Dios del que hablan los dirigentes de la Iglesia Católica.
En cualquier caso lo que es el colmo del sadismo es que se diga que el amor de Yahvé es eterno porque mató a los primogénitos de Egipto, teniendo en cuenta especialmente que tales primogénitos no tenían culpa ninguna de la actitud de su faraón cuando éste trató de impedir que los israelitas marchasen de Egipto, y que la acción de Yahvé –o, mejor, la de los sacerdotes de Israel o la de quienes escribieron el correspondiente pasaje bíblico- habría sido injusta y despótica, y lo más contrario al amor.    
3) “Un hombre de Dios llegó donde estaba el rey de Israel, y le dijo:
    -Así dice el Señor: Los sirios dicen: “El Señor [Yahvé] es Dios de las montañas, pero no de los valles”. Pues bien, los entregaré en tu poder, para que sepáis que yo soy el Señor […] Al séptimo día se entabló la lucha, y los israelitas mataron en un solo día cien mil sirios de a pie”[79].
¡Con cuánta facilidad mata Yahvé a cien mil sirios para demostrar a su pueblo qué él es el más poderoso! ¡Cuánto orgullo y vanidad cruel hay en ese Dios! ¡Vaya desprecio por la vida de quienes adoran a otros dioses! ¡Vaya Dios más déspota!
Pero, claro está, como en tantas otras ocasiones hay que recordar que Yahvé no es otra cosa que un invento de la clase sacerdotal israelita que hace decir o hacer a Yahvé aquello que en cada momento considera más conveniente para controlar y dominar a su pueblo, amenazándole con el “coco Yahvé”, que hará con ellos lo mismo que con los sirios en el caso de que se desmanden y se les ocurra adorar a otros dioses, es decir, en el caso de que dejen de hacer aquello que les ordenan los sacerdotes “de Yahvé”, quienes crean a ese Dios y luego le hacen decir y ordenar lo que ellos quieren decir y ordenar a su pueblo, pues saben que el pueblo obedecerá mucho más diligentemente al terrorífico Yahvé que a ellos, que son simples mortales como el resto del pueblo de Israel.
4) “Aquella misma noche, el ángel del Señor vino al campamento asirio e hirió [= mató] a ciento ochenta y cinco mil hombres. Cuando se levantaron por la mañana, no había más que cadáveres”[80].
Y ahora les toca a los asirios: Ciento ochenta y cinco mil muertos en una sola noche, aunque en esta ocasión el propio Yahvé no se mancha las manos directamente sino que envía a su “ángel exterminador”. Al parecer, al autor de pasajes como éste, no se le ocurrió que un ser tan poderoso como Yahvé no necesitaba enviar a nadie para cumplir sus caprichos criminales, pues le hubiera bastado su simple deseo de hacer morir a los asirios para que tal deseo se hiciera realidad. Yahvé cumple con la parte de su pacto impuesto: Mata a los enemigos de su pueblo para que éste tenga la seguridad de que su Dios es el más poderoso y de que siéndole fieles, les irán mucho mejor las cosas.
Pero de nuevo tras el nombre de Yahvé se esconden los sacerdotes israelitas que utilizan este montaje para tener mejor controlado al pueblo de Israel ante la contemplación de las matanzas que Yahvé realiza contra sus enemigos.
5) “Pecaj, hijo de Romelías, mató en un solo día ciento veinte mil guerreros valerosos de Judá: todo por haber abandonado al Señor, el Dios de los antepasados”[81].
Precisamente en este último texto se cumple lo indicado en el comentario anterior: Si antes la matanza de Yahvé se había dirigido contra los enemigos de Israel, ahora se dirige contra su propio pueblo, contra quienes le habían abandonado.
El objetivo principal que los sacerdotes de Israel pretenden conseguir es el de tener dominado al pueblo y esto se consigue de tres maneras: o bien ejerciendo la violencia contra sus enemigos, o bien ejerciéndola contra su propio pueblo, o bien contra ambos según demanden las circunstancias.
Evidentemente quien ejerce esa violencia no es el pobrecito Yahvé, que ni siquiera existe, ni tampoco su “ángel exterminador”, otra invención para el momento, sino los mismos sacerdotes, que aterrorizan al pueblo con amenazas y con historias de terror, reales o fantásticas, para que se mantenga fiel y obediente a las órdenes de Yahvé, es decir, a las que ellos mismos dan a su pueblo “en nombre de Yahvé”.
6) “Voy a barrerlo todo de la superficie de la tierra, oráculo del Señor. Barreré hombres y ganados, barreré aves del cielo y peces del mar; haré perecer a los malvados, eliminaré a los hombres de la superficie de la tierra, oráculo del Señor”[82].
Una nueva barbaridad, más propia, sin duda, de un psicópata que de un Dios. Es de una destructividad total y más irracional de lo que pudiera imaginarse: Se dice en Génesis que Yahvé creó el mundo y creó al hombre, y, en aquel famoso momento, “vio Dios que era bueno”. Es decir, quedó satisfecho de su obra, Además, por su omnipotencia y su predeterminación programó a los hombres para que hicieran todo aquello que él había decidido. Y, sin embargo, ¡ahora le viene la ocurrencia de renegar de cualquier ser vivo de su creación, incluido el propio ser humano, a pesar de que, además, anteriormente, cuando, según el mito del Diluvio Universal, casi habría llevado a cabo esta misma decisión y sólo habría dejado vivos a Noé y a su familia, había prometido que nunca más volvería a realizar una salvajada semejante! En este pasaje Sofonías, su autor, llega a superar al mismo Jeremías a la hora de imaginar brutalidades para desa-hogo y diversión de Yahvé.       
 7) “…exterminaré por completo a todos los habitantes de la tierra”[83].
De nuevo Sofonías quiere imprimir en la Biblia su sello personal y para ello insiste en esta misma brutalidad, donde Yahvé olvida su promesa de no repetir su hazaña del Diluvio Universal y don-de nuevamente el amor de Yahvé brilla por su ausencia, desapa-reciendo por completo y siendo sustituido por el odio más abso-luto. Yahvé –o, mejor, los sacerdotes judíos del momento o el inspirado Sofonías- insiste en la misma amenaza de exterminio total. De nuevo nos encontramos ante el antropomorfismo de un Dios que se arrepiente de haber creado al hombre y que se pro-pone aniquilarlo, aunque, según parece, finalmente se arrepintió de tal decisión. ¡Qué muestra de amor infinito y eterno más admirable! Pero eso del “amor” es una mera cuestión lingüística que depende de cómo lo definamos en cuanto queramos hacer compatibles las acciones y sentimientos divinos con el califica-tivo que se da a Yahvé cuando se dice “Dios es amor”.
En cualquier caso, por lo que se refiere a estos dos últimos pasajes en los que Yahvé se plantea la posibilidad de destruir a toda la humanidad, hay que añadir que evidentemente resultan absolutamente contradictorios de manera especial con la omnis-ciencia y con la predeterminación divina, según las cuales todas las acciones y sucesos de la naturaleza están presentes ante él en todo momento, de manera que ningún suceso podría dar lugar a un cambio de sus planes eternos como si no lo hubiera previsto y programado él mismo.
Así que nuevamente nos encontramos ante pasajes que sirven para mostrarnos su carácter simplemente humano. Son pasajes realmente ingenuos, en ningún caso inspirados por el supuesto “Espíritu Santo” sino escritos por hombres dotados de fantasía, pero no de suficiente capacidad crítica para tomar con-ciencia de la incoherencia de sus historias con muchos otros pasajes bíblicos. Sería realmente absurdo que un Dios inmuta-ble, que además se identifica con el “logos”, estuviera cambian-do de opinión según sus variables estados de humor según se produjeran las acciones humanas previamente predeterminadas por él mismo.       
8) “El Señor los consumirá [a sus enemigos] con su ira y el fuego los devorará. Tú borrarás su estirpe de la tierra, y su raza de en medio de los hombres”[84].
Aquí la ira exterminadora de Yahvé se dirige exclusivamente a los enemigos de su pueblo. Los sacerdotes de Israel parecen haber comprendido por fin que una amenaza universal no tiene demasiado sentido y que, sobre todo, no es útil para sus propó-sitos de control sobre el pueblo, pues si Yahvé va a destruir su creación, sin distinción alguna entre quienes le siguen y quienes siguen a otros dioses, ¿de qué sirve obedecerle y ofrecerle sacrificios? Sin embargo, esta nueva actitud de Yahvé sigue muy alejada del cumplimiento de su propio precepto de amar a los enemigos. Continúa y se acrecienta, pues, la contradicción interna de los escritos bíblicos.  
9) “El Señor está a tu derecha; aplasta a los reyes el día de su ira; juzga a las naciones, amontona cadáveres, quebranta cabezas a lo ancho de la tierra”[85].
Parece que en este pasaje quien está a la derecha del Señor es el rey David, pero eso es secundario. Lo esencial es su acción exterminadora frente a todo el que no esté con él o con su siervo. ¡Qué obsesión! ¿Qué puede importarle a un Dios, que nada necesita, que los hombres le sigan o se alejen de él? Es mucho más absurdo que si cualquiera de nosotros nos situásemos delante de un hormiguero y fuéramos matando a todas las hormigas que no nos honrasen con determinada muestra de respeto y sumisión. ¡Vaya estupidez más excéntrica!
10) “Haz bien al humilde y no des al malvado; niégale el pan […] Que también el Altísimo odia a los pecadores y se venga del malvado[86].
Como en otras ocasiones, en este pasaje quien refleja las supuestas palabras divinas afirma claramente que Dios “odia a los pecadores” y “se venga del malvado”. Así que pasajes como éste, que son tan abundantes, se contradicen con aquellos otros o con aquellas doctrinas de la Iglesia Católica que consideran que Yahvé es amor infinito. ¿Qué sentido tendría que Dios viniera o enviase a su hijo –otro absurdo antropomorfismo- para morir y así redimir a los hombres del pecado y defender al mismo tiem-po que ese Dios odia a los pecadores y se venga del malvado. ¿Acaso no se encarnó y murió en una cruz para redimirnos de nuestros pecados? ¿Cómo podía entonces que odiar a los peca-dores?
Nueva contradicción evidente. ¡Y vaya preocupaciones le atribuyen a Dios los inventores de estas fábulas! ¡Un Dios que se rebaja a odiar a quienes no pueden causarle la más mínima molestia, a quienes son y actúan de acuerdo con su eterna predeterminación! ¡Con lo desagradable que resulta además vivir con odio! ¡Un Dios que se venga, como si alguien hubiera podido dañarle y como si la sed de venganza, conducta irracional propia de los seres humanos, pudiera encontrarse en él o resolviera algo del mal causado!
Cada vez que se escriben disparates de esta clase, atribuyendolos a Dios, se está incurriendo en una nueva contradicción con la mayor ligereza del mundo al olvidar las consideraciones anteriores. Parafraseando a Stendhal, se podría decir que la única excusa para quienes escribieron tales barbaridades es que Dios no existe –y ellos escribieron lo que quisieron acerca de él precisamente porque también fueron ellos quienes lo crearon para dominar mejor a su pueblo-.
11) “[Dijo el Señor:] Dirás: Esto dice el Señor: Aquí estoy contra ti; desenvainaré la espada y mataré a inocentes y culpables[87].
Por lo que se refiere a este pasaje no requiere apenas comentario: ¿Qué clase de Dios es ése que castiga a todos con la muerte, sin distinguir entre inocentes y culpables? Sólo un Dios asesino, déspota, injusto y nuevamente contradictorio con el teórico Dios-amor podría llegar a desvariar hasta ese punto, pero, claro está, un ser así no merecería para nada el nombre de “Dios”. ¡Pobre Yahvé! ¡Cuántas barbaridades le atribuyeron “sus” sacerdotes! ¿Pero acaso no estaban inspirados por el Espíritu Santo? Según los dirigentes católicos, sin duda sí lo estaban. Y la verdad es que, aunque parezca que su brutalidad fue realmente extraordinaria y totalmente alejada de la bondad del Dios que suelen presentar los dirigentes católicos, en realidad sólo existen diferencias aparentes entre ellos, pues, en primer lugar, conviene no olvidar que, según los dirigentes de la Iglesia Católica, su Dios no es otro que el Dios de Israel –al margen de que los cristianos lo adornasen con dos acompañantes especiales como “el Hijo” y “el Espíritu Santo”, identificados con él por su divinidad, pero distintos de él en no se sabe qué- , y, en segundo lugar, que la aparente bondad del Dios católico es eso: sólo aparente, pues su brutalidad, infinitamente mayor que la del Dios de Israel, simplemente aplaza su venganza para después de la muerte, enviando al fuego eterno a todo aquel que no crea en él o no cumpla sus preceptos.
 En relación con las ideas de la omnipotencia y de la impasibilidad divina tiene especial interés hacer referencia a dos pasajes del libro de Job en los que se el autor de este interesante libro de la Biblia se muestra consciente de la incompatibilidad entre ambas cualidades y la idea de que Dios pudiera ser afecta-do de algún modo por las acciones virtuosas o pecaminosas del hombre.
Se dice en el primer pasaje:
“¿Acaso te causa perjuicio mi pecado…?”[88].
Y, en efecto, el autor de esta obra advierte de forma implícita que, siendo consecuentes con la idea de un Dios omnipotente, es realmente presuntuoso por parte del hombre suponer que sus pecados pudieran causar un perjuicio a Dios. Y, como consecuencia de lo anterior, no tendría sentido que Dios quisiera vengarse del hombre por su mal comportamiento –y mucho menos vengarse de Job, que era un siervo fidelísimo-.
Lo mismo habría que decir respecto a la buena conducta del hombre, pues tampoco ésta podría influir en Dios, ni para bien ni para mal, ya que su omnipotencia y su inmutabilidad le situarían más allá de las posibilidades humanas de alterar su estado lo más mínimo, provocando en él cambios de humor o de senti-mientos -alegría, tristeza, cólera, sed de venganza-, a pesar de la serie de pasajes bíblicos en que la volubilidad divina se manifiesta de manera tan despiadada y brutal, y teniendo en cuenta además que las acciones humanas habrían sido programadas por el propio Dios. Por ello el autor de este libro plantea con plena razón la siguiente pregunta, que lleva implícita una respuesta negativa: 
“¿Qué saca el Poderoso con que tú seas justo? ¿Qué gana con tu conducta íntegra?”[89]
Por otra parte, hay algún momento en la Biblia en que se dice que Yahvé -o algún sacerdote con más sentido común que el propio Yahvé- desaprueba su actitud tan absurdamente vengativa. Y así, se dice en 2 Crónicas:
“Pero [Amasías] no mató a los hijos de los asesinos, con-forme a lo prescrito por el Señor en el libro de la ley de Moisés: “No morirán los padres por culpa de los hijos, ni los hijos por culpa de los padres. Cada uno morirá por su propio pecado”[90].
Tal prescripción –que no aparece de modo explícito en la ley de Moisés, ni en la teoría ni en la práctica- representa un importante progreso por lo que se refiere a la formación de una moral con más sentido común que la que defiende el castigo de la propia descendencia “hasta la tercera y la cuarta generación”, pero por ello mismo está en contradicción con la serie de ocasiones en que Yahvé actúa un modo contrario a esta nueva actitud, como en el momento en que se introduce por parte del Cristianismo la absurda doctrina del “pecado original”, según la cual toda la humanidad nace con dicho pecado y, por ello mismo, heredando la culpa de Adán y Eva.
2.3.2. Yahvé, asesino de mujeres y de niños inocentes.
La crueldad despótica de Yahvé –o, más exactamente, la de sus sacerdotes, que lo presentaron con tal cualidad- es realmente asombrosa. No obstante, en el presente apartado me ha parecido conveniente mostrar cómo la ejerce cuando la aplica contra ancianos, mujeres y, especialmente, contra niños inocentes, lo cual sucede en no pocas ocasiones, pues tal forma de comporta-miento representa la máxima expresión de la crueldad y en ningún caso podría representar al actitud de un Dios y mucho menos la de un Dios considerado como bondad y amor infinitos. A pesar de que muchos de los pasajes que se muestran a conti-nuación representan una mera redundancia insistente en la crueldad de Yahvé, pienso que tiene interés hacer hincapié en ellos porque, a pesar de la enorme gravedad de las barbaridades que en la Biblia se cuentan acerca de las acciones de Yahvé, la gran mayoría de católicos no ha llegado a tomar conciencia del carácter contradictorio de ese Dios. Así que veremos a continuación algunos pasajes especialmente significativos:
a)      “El Señor mandó contra ellos [contra los israelitas] al rey de los caldeos, que mató a espada a sus jóvenes en el santuario mismo, sin perdonar a nadie, ni muchacho ni doncella, ni anciano, ni anciana: Dios entregó a todos en su poder”[91].
Tal como se ha observado antes, la matanza de Yahvé –por mediación del rey de los caldeos- se ejerce contra su propio pueblo en general, “sin perdonar a nadie”, como si tuviera algún sentido que los castigos correspondientes a determinados delitos fueran colectivos en lugar de ser individuales, como lo serían los delitos mismos –olvidando, entre otras cosas, que las acciones humanas no estuvieran predeterminadas por Yahvé y que los castigos sir-vieran para algo más que para satisfacer el rencor y la agresividad de quien pudiera sentirse ofendido, el cual en ningún caso podría ser Dios, quien, por ser perfecto, estaría más allá de cual-quier posibilidad humana de ofenderle y de alterar su  absoluta inmutabilidad.
Pero de nuevo nos encontramos con que la preocupación de los sacerdotes de Israel por controlar a su pueblo les lleva a aterrorizarle con estos supuestos “castigos divinos”, que no eran otra cosa que las derrotas sufridas por el pueblo de Israel, reinterpretadas a conciencia por los sacerdotes como tales castigos divinos, de manera que, como los sacerdotes no podían decir a su pueblo que Yahvé les había abandonado sin motivo alguno en lugar de protegerles y que por eso habían sido derrotados, lo que le dicen es que ha sido el pueblo el que ha abandonado a Yahvé y que por eso Yahvé le ha castigado duramente con esa derrota y con esas muertes indiscriminadas.
b) “David dijo a Natán:
      -He pecado contra el Señor.
Entonces Natán le respondió:
     -El Señor perdona tu pecado. No morirás. Pero, por  haber  ultrajado al Señor de este modo, morirá el niño que te ha nacido […] Al séptimo día murió el niño”[92]
Aquí Yahvé “sólo” mata a un niño recién nacido, pero el texto tiene interés por diversos motivos: En primer lugar, porque el pecador que ha provocado el castigo divino ha sido el rey David. ¿Qué importancia tiene eso? Pues que los sacerdotes que forjan tal interpretación, como no están en condiciones de condenar ni de asesinar al rey David para recuperar el poder que habían perdido con la ocupación del poder político por parte de los reyes a partir Saúl, parece que aprovechan la muerte de un hijo de David para aclarar que Yahvé le había castigado matando a ese hijo suyo, lo cual evidentemente, aunque es una barbaridad, está en la línea de otras atrocidades de Yahvé –o, más exacta-mente, de la mendacidad de sus sacerdotes- . Sin embargo el pueblo parece estar acostumbrado a ver como algo natural tales barbaridades, supuestamente debidas a la voluntad de Yahvé, pues, como ya sabemos, en aquella cultura los hijos apenas representan algo más que una prolongación de los padres, de manera que pueden servir para pagar por los pecados de aquéllos, no teniendo apenas valor alguno por ellos mismos.
También tiene cierto interés subrayar el machismo que im-plica la afirmación según la cual el niño le ha nacido a David, no a la madre del niño, que no pinta nada.
c)      “[Así dice el Señor todopoderoso, Dios de Israel, respecto a su propio pueblo:] Les haré comer la carne de sus hijos y de sus hijas, y se devorarán unos a otros en la angustia del asedio y en la miseria a que los reducirán los enemigos que buscan matarlos”[93].
El pecado de su pueblo por el que Yahvé toma venganza es, como en tantas ocasiones, el de haber adorado a otros dioses. El castigo, sin embargo, es de una dureza tan extrema que les con-dena a tener que comerse a sus propios hijos e hijas y a devorar-se unos a otros. Como es de suponer, el castigo divino es nueva-mente una invención de los sacerdotes de Israel o de quien escribió este relato, pero pudo basarse en sucesos reales relacionados con las guerras de aquellos tiempos, cuando los prolongados asedios pudieron conducir a tales actos de crueldad. En cual-quier caso lo típico de estas descripciones consiste en que sus inventores pueden haberse basado en un hecho real en relación con el cual inventan una causa relacionada con una supuesta actuación de Yahvé para beneficiar o para perjudicar al pueblo según que el suceso que deban explicar sea beneficioso o perjudicial para Israel, de manera que, si es beneficioso, eso significa que Yahvé ha querido premiarles su fidelidad, mientras que, si el suceso ha sido perjudicial, eso significa que Yahvé estaba enfadado y les ha castigado.
Ahora bien, de acuerdo con la dogmática de la Iglesia Católica, la Biblia expresa la palabra de Dios y, en consecuencia, los cristianos deben asumir que Dios castiga a su pueblo haciéndole cometer actos de canibalismo, despreciando la vida de seres inocentes, como niños y niñas. El texto es absolutamente claro y no hace falta que venga ningún intérprete oficial de la Iglesia Católica para iluminarnos acerca del sentido que haya que dar a este pasaje.
¡Qué Dios tan “justo”, “bondadoso” y “misericordioso”! ¡¿Quién podría amar y adorar a semejante monstruo si existiera?! Pero, al margen de sus “virtudes”, ¡tan extraordinarias!, lo que es evidente de nuevo es la existencia de una nueva contra-dicción entre ese Dios cruel y el Dios sumamente bondadoso y misericordioso de que habla la Iglesia Católica, a pesar de que en último término tanto Yahvé como el Dios del Nuevo Testamento no sólo son el mismo Dios sino que además este último es tan cruel como el primero, pues si, Yahvé mataba sin piedad, el Dios cristiano manifiesta su crueldad mediante el castigo del fuego eterno, castigo infinitamente más duro que la misma muerte.     
d)     “Oráculo contra Babilonia que Isaías, hijo de Amós, recibió en una visión: […] El Señor y los instrumentos de su furia vienen desde una tierra lejana, desde los confines del cielo; vienen para devastar la tierra. Dad alaridos, el día del Señor se acerca, vendrá como devastación del Devastador […] Al que encuentren lo atravesarán, al que agarren lo pasarán a espada. Delante de ellos estrellarán a sus hijos, saquearán sus casas y violarán a sus mujeres. Pues yo incito contra ellos a los medos […] sus arcos abatirán a los jóvenes, no se apiadarán del fruto de las entrañas ni se compadecerán de sus hijos”[94].
Nos encontramos aquí con uno de los pasajes bíblicos que presentan al Dios más terrorífico brutal que pueda imaginarse, donde Yahvé y los instrumentos de su furia vendrán a devastar Babilonia o cualquier otra región. Y Yahvé advierte de la serie de atrocidades que va a realizar a través de los medos, que son el instrumento con el que materializará sus amenazas: Muerte para todo el que encuentren, muerte violenta para sus hijos, que morirán estrellados contra el suelo o contra lo que sea, con el odio brutal que sugieren esas muertes absurdas y, de manera particular, el modo según el cual se producirán. Acciones divinas más allá de toda moral y de cualquier atisbo de amor. Odio irracional a todos los seres humanos de Babilonia. Incluso Yahvé dispone que “violarán a sus mujeres”. No se trata de que simplemente lo advierta o profetice. ¡Es él quien decide que suceda!, convirtiendo en lícito y sagrado lo que normalmente se juzga como criminal. Y por lo tanto es él quien hace todo aquello que a la vez prohíbe, simplemente porque ésa es su voluntad y porque de ese modo desahoga su ira. No es un Dios de amor, es el Dios del odio más trágico y tiránico. Y, para completar este cuadro criminal, advierte que él incita a los medos contra los babilonios y dispone que aquéllos “abatirán a los jóvenes, no se apiadarán del fruto de las entrañas ni se compadecerán de sus hijos”. Es decir, no se trata sólo de matar a jóvenes y a niños sino incluso de asesinar a niños todavía no nacidos. ¡Y ésa orden implacable la da ése al que llaman “el Dios del amor”, el mismo Dios de la Igle-sia Católica que ahora reprueba el aborto como un crimen horrendo, a pesar de que tal acción se realice sobre agrupaciones celulares que sólo potencialmente podrían considerarse humanas de modo poco distinto del que podrían considerarse humanos un espermatozoide o un óvulo o una célula de la piel. ¡Cuánta hipo-cresía hay en quienes condenan el aborto a la vez que consideran tan naturales las actuaciones criminales divinas, asesinando a niños nacidos y a punto de nacer! ¡Cuánta hipocresía en quienes se despreocupan de los miles de niños que cada día mueren de hambre mientras ellos se escandalizan teatralmente por la ley del aborto –que a nadie obliga-, olvidando la larga serie de actuaciones criminales de su Dios!
Todos podemos imaginar, de acuerdo con el simple sentido común, que tales acciones no hubieran podido ser mandadas por un Dios bueno y que, si sucedieron hechos similares en la histo-ria de Israel, en tal caso fueron aprovechadas sin escrúpulo por quienes escribieron este macabro relato para atribuírselas a su Dios con la intención de que el pueblo conociera hasta dónde podía llegar su cólera si se le provocaba con alguna infidelidad.
A pesar de todo, para los dirigentes de la secta católica nos encontramos ante “la palabra de Dios”, de un Dios veraz que habría inspirado este relato. Pero, ¡a ver quién es capaz de mostrar un mínimo de compatibilidad entre este Dios y el Dios del amor, de la misericordia infinita o de la mera justicia!
Otros pasajes relevantes que van por esta misma línea de crueldad son los siguientes:     
e) “Y el Señor me [= a Jeremías] dijo: […] Y aquellos a quienes ellos profetizan serán tirados por las calles de Jerusalén, víctimas del hambre y de la espada; no habrá quien los sepulte, ni a ellos ni a sus mujeres ni a sus hijos; yo haré recaer sobre ellos su maldad”[95].    
Estos pasajes tienen en común el salvajismo con el que se mata a los niños y el desprecio brutal con el que se trata a ancianos, mujeres y niños, que en ningún caso aparecen como responsa-bles de nada sino sólo como víctimas y como simples propiedades de los cabezas de familia, que, por ello mismo, reciben la cólera y la arbitrariedad despótica de Yahvé al igual que los jefes de tales familias. Pero, tales actuaciones tan llenas de crueldad no pueden ser obra de un Dios, por lo que son la plasmación de la terrorífica fantasía de los sacerdotes de Israel, inventores de estos relatos, basados o no en sucesos realmente brutales propios de aquellos tiempos.
No obstante, los dirigentes de la Iglesia Católica deben asumir que se trata de sucesos reales ocurridos por voluntad de Yahvé, en cuanto aparecen en relatos bíblicos que, según sus palabras exlícitas, deben considerarse verdaderos en cuanto estarían inspirados por el Espíritu Santo.
f) “El Señor me habló así:
-No te cases; no tengas hijos ni hijas en este lugar. Porque así dice el Señor de los hijos e hijas que nazcan en este lugar, de las madres que los den a luz y de los padres que los engendren: Morirán cruelmente; no serán llorados ni enterrados, sino que quedarán como estiércol sobre la tierra; perecerán a espada y de hambre, y sus cadáveres serán pasto de las aves del cielo y de las bestias de la tierra.
Así dice el Señor: No entres en una casa donde hay duelo; no vayas al duelo ni les des el pésame, porque yo retiro de este pueblo, oráculo del Señor, mi paz, mi misericordia y mi compasión. Grandes y pequeños morirán en esta tierra sin ser enterrados ni llorados[96].
El texto f refleja cruelmente el temor de los sacerdotes y dirigentes de Israel a que los hombres de su pueblo se unan en matrimonio a otros pueblos, en cuanto tal unión podría venir acompañada de la adopción de los dioses de sus mujeres extranjeras y de un abandono de Yahvé. Ese temor les lleva a amenazar a su pueblo con que los hijos e hijas que nazcan de esa unión y sus respectivos padres y madres “morirán cruelmente [y] que-darán como estiércol sobre la tierra [o como] pasto de las aves del cielo y de las bestias de la tierra”.
Ante una actitud tan cruel, injusta y brutal por parte de Yahvé, aunque pueda parecer asombroso que los dirigentes actuales de la Iglesia Católica no se escandalicen por ella, en realidad no tienen de qué escandalizarse, pues a lo largo de su historia los dirigentes de la Iglesia Católica han cometido críme-nes y asesinatos tan graves o mucho más que los cometidos por su Dios, como los de su “Santa Inquisición”, sus cruzadas, su actitud ante la conquista de América por españoles y portugueses, su apoyo y defensa de dictaduras criminales como la del general Franco, “caudillo de España por la gracia de Dios”, o las de muchas otras dictaduras como las de Sudamérica de no hace muchos años. Pero en cualquier caso este Dios nada tendría que ver con el Dios supuestamente misericordioso del que hablan los dirigentes de la secta católica.
g) “Por eso, así dice el Señor: […] Por tus prácticas idolátricas haré contigo [con Israel, su pueblo] lo que nunca he hecho y jamás volveré a hacer: los padres se comerán a sus hijos, y los hijos a sus padres[97].
El texto g tiene la inefable brutalidad de algunos otros en los que Yahvé decide el canibalismo de padres contra hijos y de hijos contra padres. En la actualidad acciones como ésa serían objeto de la mayor y más horrorizada reprobación, pero, siendo Yahvé quien las ordena, son plenamente respetables y santas, pues, como dicen los dirigentes católicos ellos para justificar cualquier barbaridad realizada por su Dios, “los designios de la Providencia son inescrutables”.
Pero, ¿cómo un Dios inmutable y justo pudo considerar como santas aquellas mismas acciones que a la vez prohíbe como infames? La explicación es la misma que a hemos dado en los demás casos: Recordemos que todos estos escritos, por mu-chas mentiras que quiera decir la jerarquía de la Iglesia Católica, no son el resultado de la inspiración del Espíritu Santo –otro invento cristiano- sino amenazas inventadas por los dirigentes de Israel para tener subyugado a su pueblo. ¡Qué triste sería creer en un Dios capaz de cometer semejantes atrocidades!
h) “Y pude oír lo que [el Señor] dijo a los otros:
-Recorred la ciudad detrás de él, matando sin compasión y sin piedad. Matad a viejos, jóvenes, doncellas, niños y mujeres, hasta exterminarlos[98].
Igualmente el texto h, en el que Yahvé ordena matar sin compasión y sin piedad, representa una actitud contraria respec-to a las virtudes que en otros momentos defiende y por las que se le suele caracterizar a él mismo: La compasión y la piedad. Y, para colmo, Yahvé no sólo no es compasivo sino que además ordena que no se tenga compasión ni piedad de nadie: “Matad a viejos, jóvenes, doncellas, niños y mujeres, hasta exterminar-los”. ¡Otra muestra insondable de la bondad, de la misericordia y del infinito amor de Yahvé!
¡¿Cómo es posible que se pueda seguir aceptando una religión tan absurda, cuyo fundamento esencial se encuentra en los textos tan salvajes que supuestamente reflejan la palabra y las acciones tan criminales de su Dios?!
Entre los abundantísimos pasajes donde pueden observarse otras actuaciones similares de Yahvé, que siguen esta misma línea de crueldad despótica y asesina, aunque se encuentran a lo largo de toda la Biblia, tienen especial interés los que aparecen en Éxodo, Números, 14:29-30, 14:32-36, 16:20-21, 17:6-11, 27:12-14, Deuteronomio, 28:49-68, Josué, 2 Reyes, 9:6-10, Isaías, Jeremías, Ezequiel... y Apocalipsis.



[1] Mateo, 26:21.
[2] Génesis, 2:2.    
[3] Éxodo, 31:15-17.
[4] Génesis, 6:5-6. La cursiva es mía.
[5] Éxodo, 32:9-10. La cursiva es mía.
[6] Éxodo, 2:24-25. La cursiva es mía.
[7] Éxodo, 32:12-14. La cursiva es mía.
[8] Éxodo, 33:2-3. La cursiva es mía.
[9] Números, 28:1-2.
[10] Éxodo, 6:7.
[11] Éxodo, 19:5. La cursiva es mía.
[12] Éxodo, 20:3.
[13] Éxodo, 29:45.
[14] Levítico, 26:12. La cursiva es mía.
[15] Números, 35:34. La cursiva es mía.
[16] Levítico, 26:27-33.
[17] Baruc, 2:35.
[18] Eclesiástico, 44:19-23.
[19] Ezequiel, 37:26.
[20] Génesis, 6: 4.
[21] Génesis, 19: 5.
[22] Resulta curioso este aspecto de la alianza en el que Yahvé promete liberar a Israel de la esclavitud egipcia cuando ésta se produzca en lugar de evitar que se produzca. Es evidente que quien escribió este pasaje vivió después de la salida de Egipto del pueblo de Israel, con lo cual le resultó muy fácil profe-tizar lo que Yahvé haría finalmente para alcanzar la liberación de su pueblo de la opresión egipcia.  
[23] Ageo, 2:5. La cursiva es mía.
[24] Génesis, 15:18-21. En Nehemías se refleja un pasaje similar a éste y se dice:
    -“Tú, Señor, eres el Dios que elegiste a Abrán […] Viste que su corazón te era fiel e hiciste una alianza con él. Prometiste darle, a él y a su descendencia, la tierra de los cananeos, hititas, amorreos, pereceos, jebuseos y guergueseos” (Nehemías, 9:7-8).
[25] Salmos, 105:44-45. La cursiva es mía.
[26] Deuteronomio, 7:6. La cursiva es mía.
[27] Deuteronomio, 7:7-8.
[28] Deuteronomio, 10:15. La cursiva es mía.
[29] Deuteronomio, 14:2. La cursiva es mía.
[30] 1 Samuel, 12:22.
[31] 2 Samuel, 7:23-24.
[32] 1 Reyes, 6:13.
[33] Amós, 3:2. La cursiva es mía.
[34] Amós, 9:14.
[35] 2 Macabeos, 1:25.
[36] Salmos 47:2-5.
[37] Jeremías, 31:1.
[38] Zacarías, 2:12.
[39] Ezequiel, 37:26. 
[40] Mateo, 15:22-28.
[41] La cursiva es mía.
[42] Mateo, 5:17.
[43] Lucas, 19:46.
[44] Lucas, 24:53. La cursiva es mía.
[45] Levítico, 26:7.
[46] Salmos, 137: 8-9.
[47] Eclesiástico 36:1-8.
[48] Deuteronomio, 5:7.
[49] Deuteronomio, 12:29-31. La cursiva es mía.
[50] Josué, 23:16.
[51] La cursiva es mía.
[52] Deuteronomio, 11:22-25.
[53] Deuteronomio, 20:16-17. La cursiva es mía.
[54] Eclesiástico, 36:6-8. La cursiva es mía.
[55] Números, 25:1-9.
[56] Salmos, 106: 34-45.
[57] Deuteronomio, 10:17. La cursiva es mía.
[58] Salmos 95:3-7. La cursiva es mía.
[59] 2 Reyes, 19:15. La cursiva es mía.
[60] 1 Reyes, 21:28-29.
[61] Éxodo, 33:19. La cursiva es mía.
[62] Éxodo, 20:3-5.
[63] Éxodo, 34:7.
[64] Números, 31:15-17.
[65] Jeremías, 13:13-14.
[66] Jeremías, 9:6-10.
[67] Jeremías, 12:12.
[68] Jeremías, 14:11-12.
[69] Nahum, 1:2. La cursiva es mía.
[70] 1 Samuel, 6:19.
[71] 1 Crónicas, 13:10.
[72] Marcos, 10:14.
[73] Es el colmo de la desvergüenza que el autor de Éxodo escriba “a la vista de todo el pueblo” cuando el pueblo no ve absolutamente nada y además tiene prohibido subir al monte e incluso pisar su falda bajo pena de muerte. Se dice además que “todo el monte Sinaí estaba envuelto en humo” (Éxodo, 19:18), lo cual sugiere que Moisés y los dirigentes más allegados, como su hermano Aarón, debieron de preparar ese escenario tan teatral haciendo diversas hogueras por las zonas altas del monte Sinaí a fin de impresionar al pueblo. El pueblo sólo oyó el sonido de una trompeta y de trueno.
[74] Éxodo, 19:10-13.
[75] Éxodo, 33:23.
[76] Marcos, 10:14.
[77] 1 Samuel, 15:3.
[78] Salmos, 136:1-10. La cursiva es mía
[79] 1 Reyes, 20:28.
[80] Isaías, 37:36. Curiosamente en 2 Reyes se repite al pie de la letra este mismo texto, pero, suponiendo que Isaías sea anterior a 2 Reyes, de ahí se deduciría que el autor de este último libro copió este párrafo del libro de Isaías. En muchos oros pasajes, como en Ezequiel, 32:12, pueden verse más ejemplos de actuaciones divinas parecidamente destructivas.
[81] 2 Crónicas, 28:6.
[82] Sofonías, 1:2. La cursiva es mía.
[83] Sofonías, 1:18.
[84] Salmos 21:10-11.
[85] Salmos 110:5-6. En Salmos, 145:20 y en muchos otros lugares se insiste en una idea similar.
[86] Eclesiástico, 12:5-6. La cursiva es mía.
[87] Ezequiel, 20:8. La cursiva es mía.
[88] Job, 7:20.
[89] Job, 22:3.           
[90] 2 Crónicas, 25:4.
[91] 2 Crónicas, 36:17.
[92] 2 Samuel, 12:13-18.
[93] Jeremías, 19:9.
[94] Isaías, 13:1-18.
[95] Jeremías, 14:14,
[96] Jeremias, 16:1-4.
[97] Ezequiel, 5:8-9.
[98] Ezequiel, 9:5-6.

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