1.3. ¿UN DIOS O MUCHOS DIOSES?
Los dirigentes de la Iglesia
Católica afirman la existencia de un solo Dios, pero incurren en una contradicción
en cuanto, de acuerdo con la Biblia, ¡palabra de Dios!, al mismo tiempo deben
aceptar la existencia de muchos dioses.
En efecto, la Iglesia Católica desde sus comienzos
ha defendido la existencia de un solo Dios, aunque, de acuerdo con su dogma de
la Trinidad, ha considerado que ese Dios se manifestaba bajo la forma de “tres
personas iguales y realmente distintas” lo cual no hay por donde cogerlo, pues
si son iguales no podrían ser no-iguales, es decir, distintas, mientras que si
son distintas, es decir, no-iguales, entonces no podrían ser iguales-. Ahora
bien, si las contradicciones no tuvieran relevancia alguna en los intentos de
dar una explicación racional de la
realidad, en ese caso podría aceptarse el dogma de la Trinidad y cualquier otro
que se nos ocurriese-. Tales personas son el Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo.
En el Antiguo
Testamento sólo se habla de Yahvé, que sería el equivalente de Dios-Padre, pero
nada se dice del Hijo, ni del Espíritu Santo –aunque se hable en ocasiones de “el
espíritu de Dios” del mismo modo que se hubiera podido hablar de “la cólera de
Dios” o de “la omnipotencia de Dios”, y no por ello hablamos de “la Cólera de
Dios” ni de “el Poder de Dios” como otras personas divinas. Pero dejo para el
capítulo correspondiente el comentario acerca de esta contradicción.
Lo que en estos
momentos se va a considerar es la contra-dicción según la cual, mientras los
dirigentes de la Iglesia Cató-lica proclaman la existencia de un solo Dios, la Biblia –a lo largo de los diversos libros
del Antiguo Testamento- proclama la
existencia de una multitud de dioses relacionados con los diversos pueblos con
los que Israel mantuvo alguna relación. Los sacerdotes de Israel aceptan en
diversos momentos que tales dio-ses existen y que tienen su propio poder, pero
progresivamente van afirmando la primacía de Yahvé sobre todos ellos y finalmente
proclamarán la unicidad de Dios, identificado con Yahvé, el Dios de Israel.
A continuación se
muestra una amplia serie de pasajes relacionada con esta temática y se realiza
el comentario correspondiente de aquéllos que tienen alguna peculiaridad
destacable.
1.3.1.
Afirmación del politeísmo.
Se inicia esta
exposición haciendo referencia a los pasajes que simplemente afirman de manera
explícita o implícita la existencia de todos esos dioses distintos de Yahvé. La lista de pasa-jes seleccionada es un
poco amplia, pero mucho más amplio es el número de textos en que aparece esta
referencia a los otros dioses y, por ello, se han elegido algunos especialmente
representativos para que pueda comprobarse en cuántas ocasiones los autores
bíblicos han estado obsesionados por toda la serie de dioses que en algún
momento representaron una tentación para el pueblo de Israel, tentación de
adoración en la que en diversas ocasiones cayó, provocando la reacción
sanguinaria de Yahvé o, más exactamente, de los sacerdotes de Yahvé, cuyo despiadado
poder sobre su pueblo pudo haber determinado matanzas bruta-les contra aquellos
cuya actitud, al adorar a otros dioses, pudo representar un grave peligro para el
mantenimiento de este fé-rreo dominio.
Paso a enumerar y, en
su caso, a comentar los pasajes seleccionados, citando en primer lugar una
serie de textos en los que se exhorta y se amenaza al pueblo de Israel para que
sea fiel a Yahvé y no adore a otros dioses:
a) “Jacob dijo a su familia y a todos los que
estaban con él:
-Tirad los dioses extraños que tengáis”[1].
En el texto a puede
observarse que no se habla de falsos dioses
sino de “otros dioses”, dando por hecho su existencia, pero considerando que no
tienen “jurisdicción” sobre Israel, quien por encima de todo debe permanecer
fiel a Yahvé, con quien su abuelo Abraham estableció una alianza.
b) “No tendrás
otros dioses fuera de mí […] porque yo, el Señor tu Dios, soy un Dios celoso, que castigo la maldad de los que
me aborrecen en sus hijos hasta la tercera y cuarta generación”[2].
c) “No invocarás
el nombre de otros dioses; que no lo pronuncie tu boca”[3].
d) “Así pues,
respetad al Señor y servidle en todo con fidelidad; quitad de en medio de
vosotros los dioses a los que sirvieron vuestros antepasados en Mesopotamia y
en Egipto, y servid al Señor”[4].
e) “No tendrás
un dios extraño, no adorarás a un dios extranjero”[5].
En los textos
b, c, d y e Yahvé –o más
exactamente los creadores o continuadores de tal invención mítica- amenaza de
forma explícita a quien desobedezca –y a su descendencia- por seguir adorando a
otros dioses. No se trata de que Yahvé sea un Dios celoso sino más exactamente
de que los sacerdotes que dirigen al pueblo de Israel quieren por todos los
medios posibles afianzar su autoridad sobre su pueblo y para este fin
“ensalzan” a Yahvé, presentándolo como un Dios terrible y sumamente celoso de
la fidelidad de su pueblo, y complementan esta idea con la farsa de hacerse
pasar por intermediarios de Yahvé con su pueblo. Yahvé es al parecer un Dios
tan soberbio y terrible que no puede mostrarse directamente ante su pueblo, pues
su visión directa mata a quien le ve[6].
En los textos
que siguen a continuación se plantea de manera conflictiva y sanguinaria la
relación de Israel con los pue-blos que tienen otros dioses, de manera que
Yahvé –o, más exactamente, sus sacerdotes- intervienen con total crueldad para
alejar a su pueblo de la aceptación de tales dioses, o infligen castigos
llamativamente crueles a Israel como si no hubiera un delito mayor que el de
adorar a otros dioses, al margen de que se si-ga adorando a Yahvé. También es
especialmente significativo que los sacerdotes no duden de la existencia de los
dioses extranjeros ni del derecho de cada pueblo a adorar a sus respec-tivos
dioses. Lo que les preocupa es que Israel deje de servir a Yahvé, pues eso
implicaría la pérdida de su propio poder abso-luto sobre el pueblo,
precisamente porque éste se fundamenta en una medida importante en su supuesta
función de intermediarios entre Yahvé y su pueblo, transmitiendo a éste las
órdenes de Yahvé:
a) “Yo os
entregaré a los habitantes del país, y tú los echa-rás de tu presencia. No
hagas pacto con ellos ni con sus dioses. No los dejes vivir en tu tierra, no
sea que te inciten a pecar contra mí, dando culto a sus dioses; eso sería tu
ruina”[7].
Este pasaje pone de manifiesto el interés de los
sacerdotes de Israel en mantener la exclusiva por lo que se refiere a la religión
de su pueblo frente a la posibilidad, impensable en aquel tiempo, de aceptar
una “libertad religiosa” por la que los israelitas pudieran adorar a los dioses
de otros pueblos. Pero el mismo hecho de que aquí se ordene a Israel que no
haga “pactos” con los dioses de ese otro país es una manera de situar a esos dioses
en pie de igualdad con Yahvé, quien –a su manera- había hecho ya un primer
“pacto” o “alianza” con Israel, a la que Israel debía mantenerse fiel. Es
igualmente llamativo el “racismo” religioso de los dirigentes de Israel cuando
se dice en este pasaje “No los dejes vivir en tu tierra” por ese temor a que pu-dieran
contaminar a Israel con otras creencias religiosas.
b) “Israel se
estableció en Sitín y el pueblo se entregó al desenfreno con las moabitas.
Estas los invitaron a los sacrificios de sus dioses, y el pueblo comió y se
postró ante ellos […] Entonces el Señor dijo a Moisés:
-Reúne a todos los jefes del pueblo y
cuélgalos ante el Señor, cara al sol, para que la cólera del Señor se aparte de
Israel”[8].
En
este pasaje se pone en evidencia la enorme brutalidad de los castigos de los
sacerdotes judíos contra los inductores al gravísimo delito de adorar a otros
dioses. Los motivos de estos severos castigos no son ni mucho menos de
carácter religioso del mismo modo que tampoco lo fueron los castigos y las
persecuciones de la Inquisición contra las ideas o contra los reforma-dores
religiosos de la Edad Media, como los albigenses, o de momentos posteriores,
como la condena de diversos herejes como Wyclef, Hus, Lutero, Zuinglio o
Calvino, o como el de la condena de Galileo por su simple defensa de una verdad
cien-tífica que la secta católica consideró peligrosa para el buen
funcionamiento de su formidable negocio político y económico, que era lo que
verdaderamente importaba a los dirigentes de la Iglesia Católica. Como ya se ha
dicho en reiteradas ocasiones, el motivo de estos severos castigos era de tipo
exclusivamente político: Los sacerdotes querían mantener y reafirmar su poder sobre
el pueblo y, por ello, se les ocurrió la genial idea de crear un Dios como
Yahvé, que tuviera celos y se encolerizase de modo terrorífico cuando su pueblo
caía en la tentación de adorar a los dioses de los pueblos vecinos o a los de
aquellos pueblos con los que establecían contacto por motivos bélicos o de
cualquier otro tipo.
Esta interpretación,
que podría tratarse de una simple conjetura indemostrable, se muestra con un
valor mucho más firme cuando se tiene en cuenta que en situaciones en las que los
sacerdotes ya no controlan el poder, en cuanto lo han perdido y ha ido a parar
a manos de los reyes a partir de Saúl, no suelen aplicarse tales castigos tan
severos. El caso más llamativo con una diferencia abismal es el del rey
Salomón, que tuvo setecientas esposas extranjeras, con su propia religión, y
trescientas concubinas. Cuanta la Biblia que
el rey Salomón adoró a todos los dioses de sus esposas. ¿Qué castigo adoptó
Yahvé contra Salomón? Absolutamente ninguno. ¿Por qué? Porque, como los
sacerdotes no conservaban su poder anterior, no podían conde-nar a muerte al
rey por mucho que dijeran que se trataba de un castigo de Yahvé. Pero, si Yahvé
hubiera existido y realmente le hubiera importado esta gravísima ofensa de
Salomón, le habría fulminado de inmediato, como había hecho (?) en tantísimas
ocasiones por otras faltas insignificantes en comparación con este delito tan
grave.
c)
“Se prostituyeron ante otros dioses y los adoraron”[9].
Este
pasaje simplemente habla de un modo despectivo contra aquellos israelitas que así
se comportaron, pero muestra, al igual que todos los demás, la obsesión de los
sacerdotes de Yahvé por impedir la anarquía religiosa del pueblo de Israel en
cuanto tendría consecuencias nefastas para el mantenimiento de la autori-dad
de los sacerdotes de Yahvé sobre su pueblo.
d)
“El sacerdote Yoyadá ordenó a los jefes de centuria que estaban al mando del
ejército:
-Sacadla [a Atalía] fuera del recinto [del
templo] y matad a todo el que la siga.
Como el sacerdote había dicho que no la
mataran en el templo del Señor, la prendieron y pasada la puerta de las
caballerizas del palacio real, la mataron. Yoyadá selló un pacto con el rey y
el pueblo por el cual se comprometían a ser el pueblo del Señor. Inmediatamente
todo el pueblo irrumpió en el templo de Baal y lo demolió. Hicieron asti-llas
sus altares e imágenes y allí mismo, delante de los altares, degollaron a
Matán, sacerdote de Baal”[10].
¿Qué necesidad y qué derecho tenía ese
sacerdote para realizar “un pacto” a fin de que su pueblo aceptase a Yahvé como
su Dios? ¿Qué interés o qué necesidad habría tenido Yahvé de encontrar un
pueblo que le adorase y le obedeciese? A lo largo de toda una serie de libros
del Antiguo Testamento se presenta a Yahvé como un Dios llamativamente
dependiente de su pueblo en lugar de
ser un Dios autosuficiente que simplemente ofreciera ayuda sin pedir nada a
cambio, pues en teoría nada podía darle Israel que Yahvé necesitase. Es evidente
que a quien podía interesar ese pacto
no era a Yahvé, que, como tantos otros “dioses” de otros pueblos, no era otra
cosa que un producto de la falsedad y de la fantasía de los dirigentes de
Israel, que con la ayuda de esta invención terrorífica, afianzaban su poder despótico
sobre el pueblo.
e)
[Moisés dijo] “Y en efecto, ¿qué nación hay tan grande que tenga dioses tan
cercanos a ella, como lo está el Señor nuestro Dios, siempre que lo invocamos?”[11].
En
este pasaje el propio Moisés acepta la existencia
de otros dioses, sólo que más lejanos que Yahvé, que, según Moisés, siempre
está con su pueblo para ayudarle, a pesar de que, como se ha visto en páginas
anteriores, Yahvé es en realidad un Dios lejano, sospechosamente lejano, que
sólo entabla contacto con su pueblo a través de sus sacerdotes, los cuales
podrán comunicar o exigir a su pueblo “en nombre de Yahvé” cualquier ocurrencia
que ellos tengan. Las palabras de Moisés son realmente cínicas teniendo en
cuenta aquel pasaje en el que Moisés tiene que establecer unos límites a los
pies del monte Sinaí para evitar la proximidad del pueblo a Yahvé, ante cuya
presencia el pueblo podría morir, lo cual dice mucho del aspecto terrible de
Yahvé, pero nada en favor de su “cercanía”, que efectivamente hubiera podido
tener como consecuencia de su omnipotencia. Pero los sacerdotes y autores de
estos pasajes bíblicos no se detienen para buscar comentarios coherentes
respecto a Yahvé, pues saben que su pueblo está tan convencido del carácter tan
incomprensible de su Dios que acepta cualquier cosa que Moisés o cualquier
otro dirigente diga de él o de cualquier cosa que comuniquen en su
nombre.
e) Respecto a la existencia de esos otros dioses pueden recordarse además,
en apoyo de la creencia israelita en su existencia, las primeras plagas de
Egipto, donde los sacerdotes del faraón compiten con Moisés en hacer
prodigios. Y así, la Biblia afirma que,
cuando Aarón, por orden de Yahvé, tiró su cayado y éste se convirtió en una
serpiente,
“los magos de
Egipto hicieron lo mismo con sus encantamientos: tiró cada uno su bastón, y
también se convirtieron en serpientes”[12],
lo
cual es una manera explícita de afirmar que no sólo Yahvé poseía poderes
sobrenaturales sino que también lo tenían los dioses de esos magos o hechiceros
egipcios. A los sacerdotes de Israel les interesaba reconocer el poder de los
otros dioses en cuanto el negárselo podía dar pie a que la desconfianza en la
existencia los dioses se generalizase, lo cual tendría repercusiones negativas
en su propia autoridad sobre el pueblo en cuanto su fundamento último radicaba en
Yahvé, uno de tantos dioses, aunque el dios exclusivo de Israel.
Por otra parte, indica
la Biblia que la magia de Yahvé, Dios
de Aarón, fue superior a la de los hechiceros egipcios, pues a continuación
“el
cayado de Aarón devoró los bastones de los magos”[13].
Estos actos de magia, realizados por el poder que
les daban a Moisés y a los magos egipcios sus respectivos dioses no se produjeron
exclusivamente en ese momento puntual sino que se produjeron de nuevo durante
las dos primeras plagas de Egipto en las que supuestamente Aarón, bajo las
órdenes de Moisés, y éste, bajo las de Yahvé, hicieron que el agua de Egipto se
convirtiera en sangre, pues
“los magos de
Egipto hicieron lo mismo con sus encantamientos”[14].
Posteriormente,
en la segunda plaga, Aarón, cumpliendo las órdenes de Moisés y de Yahvé, ordenó
que se produjera una plaga de ranas en el Nilo, pero también en este caso,
“los magos
hicieron lo mismo con sus encantamientos, consiguiendo que surgieran ranas por
todo el país”[15].
Estos
hechos son una clara demostración de que para los sacerdotes de Israel, según
lo dan a entender en la Biblia, ¡palabra
de Dios! según dicen, los otros dioses también tenían sus propios poderes con
los que podían oponerse al poder de Yahvé, a pesar de que el poder de éste
fuera superior al suyo.
Pero el concepto de un
Dios omnipotente, como lo sería el Dios judeo-cristiano, es incompatible con la
existencia de otros dioses cuyos designios pudieran oponerse a los del primero.
Es decir, si existiera un Dios omnipotente, no podría haber ningún otro que
pudiera enfrentarse a él. Esa doctrina sería pura mitología infantil, al
margen de que la otra también lo sea.
f)
“…cuando
el Señor tu Dios te los haya entregado [los pueblos que habitaban la “tierra
prometida”] y tú los hayas derrotado, los consagrarás al exterminio. No harás
pactos ni tendrás miramientos con ellos: no darás tu hija a su hijo, ni casarás
a tu hijo con su hija, porque ellos los apartarían de mí para que den culto a
otros dioses”[16].
Pasajes
como éste, relacionados con los pueblos que habitaban la “tierra prometida”,
representan el colmo de la brutalidad y de la crueldad por parte de los
dirigentes del pueblo de Israel, que no se conforman con luchar contra esos
pueblos con el fin de apoderarse de sus tierras sino que además, no
conformándose tampoco con prohibir los matrimonios con habitantes de esos
pueblos para evitar la contaminación religiosa del pueblo de Israel, ordenan el
total exterminio de su población. Como ya sabemos, el miedo al culto a otros
dioses es propio de los sacerdotes de Israel no porque sean “falsos dioses”
sino porque aleja-rían al pueblo de la “obediencia a Yahvé”, es decir, a los
sacerdotes de Yahvé.
Tanto en éste como en
otros textos similares se da la paradoja de que los sacerdotes de Israel comunican
a su pueblo la serie de matanzas que Yahvé ha realizado sobre su pueblo por
haberle abandonado, pero no se les ocurrió (?) que con la misma facilidad con
que castigó tal delito podía haber utilizado su poder para evitar que el
pueblo de Israel fuera seducido por los dioses de otros pueblos y de este modo
no habría tenido que exterminar a los pueblos que habitaban la “tierra
prometida” antes de la llegada del pueblo de Israel.
La explicación de esta
cuestión es evidente: En realidad Yahvé no pudo elegir entre estas dos opciones
por la sencilla razón de que el Dios de Israel era sólo una invención de los
sacerdotes de Israel, y mientras éstos pudieron masacrar a los pobladores de la
“Tierra prometida” –otra invención-, no estaban seguros de poder controlar la
curiosidad de los israelitas por conocer y relacionarse con esos otros pueblos de
forma que llegasen a conocer y a adorar a sus dioses. Por ello, la mejor
solución para mantener al pueblo sometido a su autoridad y a su Dios era
exterminar sin piedad y sin escrúpulos a esos pueblos en lugar de convivir en
paz con ellos.
La obsesión de los
sacerdotes judíos por evitar que su pueblo llegase a adorar a otros dioses era
tan grande que advertencias como las anteriores se repiten de modo llamativamente
insistente, tal como puede verse en los textos siguientes:
- “Pero, si te
olvidas del Señor tu Dios y sigues a otros dioses, dándoles culto y
postrándote ante ellos, entonces os juro hoy que pereceréis sin remedio. Lo
mismo que las naciones que el Señor va a aniquilar delante de vosotros, así
también pereceréis vosotros por no haber obedecido al Señor vuestro Dios”[17].
- “Cuando el
Señor tu Dios haya aniquilado ante ti las naciones que vas a despojar; cuando
las hayas despojado y habites en sus dominios, ten cuidado para no caer en la
trampa siguiendo su ejemplo, una vez que ellas hayan desaparecido ante ti. No
busques, pues, a sus dioses diciendo “Yo también voy a dar culto a los dioses
a quienes esos pueblos daban culto”. No procederás así con el Señor tu Dios, ya
que nada hay más odioso y abominable para el Señor que lo que hacían estos
pueblos por sus dioses, pues incluso quemaban a sus hijos e hijas en honor a
sus dio-ses”[18].
- “Si rompéis la
alianza que el Señor vuestro Dios hizo con vosotros, dando culto a otros dioses
y postrándoos ante ellos, entonces se desatará la ira del Señor contra vosotros
y muy pronto desapareceréis de esta tierra buena que él os ha dado”[19].
- “Yo soy el
Señor, vuestro Dios. No adoréis a los dioses de los amorreos, cuya tierra
ocupáis”[20].
Esta
repetición obsesiva de textos persiguiendo esa misma finalidad de alejar al
pueblo de la tentación de adorar a otros dioses sugiere la idea de que los
sacerdotes de Israel eran plenamente conscientes de que todo este asunto de los
diversos dioses era pura comedia, de que en realidad sabían –o al menos
sospecha-ban- que no había ningún Dios, pero también que, como a ellos les
interesaba que el pueblo creyese en todo ese montaje, en lugar de negar la
existencia de otros dioses –lo cual hubiera podido llevar al pueblo de Israel a
dudar también de la existencia del suyo-, en principio no negaron la
existencia de esos otros dioses, pero sí dijeron a su pueblo que no debían
adorarlos por-que habían hecho un pacto con el Señor y le debían una fideli-dad
absoluta.
Será más adelante,
cuando el pueblo de Israel sea más fuerte y su religión esté más consolidada,
cuando se atrevan a decir que los otros dioses son muy inferiores a Yahvé, que
Yahvé es el Dios de los dioses y, finalmente, que Yahvé es el único Dios.
A continuación puede comprobarse la ira de Yahvé –o,
mejor, la de los sacerdotes de Israel- cuando su pueblo cae en la tentación de
adorar a otros dioses como Baal y Astarté. Es real-mente infantil y
antropomórfico que digan que “el Señor se encolerizó”, pues eso es presentar a
la divinidad como si fuera un vulgar reyezuelo que coge grandes rabietas porque
su pueblo no le quiere lo suficiente o porque no le hace los regalos que a él le
gustarían, ya que un Dios perfecto debería ser inmutable y, por ello mismo, no
podría estar sometido a cambios de humor, y mucho menos podría ser que, suponiendo
la absurda hipótesis de que se produjera algún cambio en su estado de
impasibilidad, éste pudiera deberse a la acción de una realidad ajena a él mismo,
como lo sería la conducta de los hombres.
Los textos en cuestión
dicen:
a) “Los
israelitas volvieron a ofender al Señor con su conducta; adoraron a Baal y
Astarté, a los dioses de Aram, Sidon, Moab, de los amonitas y de los filisteos.
Abando-naron al Señor y no le dieron culto. Entonces el Señor se encolerizó
contra los israelitas y los entregó en poder de los filisteos y de los
amonitas”[21].
Textos
como éste, además de afirmar la existencia de otros dioses, tienen la
peculiaridad de inventar una causa para explicar en efecto no deseado. En este
caso concreto se dice que el Señor se encolerizó y como consecuencia los
israelitas fueron derrotados en lugar de decir simplemente que los israelitas
fueron derrota-dos por los filisteos porque eran superiores en número o por
otra causa puramente natural. Los dirigentes israelitas aprovechan los buenos
resultados bélicos para proclamar que Yahvé les dio la victoria, y los malos
para decir que Yahvé les castigó –en lugar de decir que Yahvé no les había ayudado
por la sencilla razón de que no existía-.
b) “El Señor les
respondió:
-Cuando los egipcios, los amorreos, los
amonitas, los filisteos […] os oprimían y clamasteis a mí, ¿no os salvé de
ellos? Sin embargo, vosotros me habéis abandonado para dar culto a otros
dioses. Por eso no os salvaré ya más. Id, invocad a los dioses que os habéis
elegido. Que os salven ellos en la hora del peligro”[22].
En
este texto su autor pone en boca de Yahvé la amenaza de abandonar a su pueblo.
Un nuevo engaño para conseguir una sumisión más ciega y absoluta del pueblo a
las órdenes que sus dirigentes le dan “en nombre de Yahvé”.
c)
“Fue el Señor Dios de Israel, el que expulsó a los amorreos ante su pueblo,
Israel, ¿y pretendes tú ahora quitarle su posesión? ¿Acaso no posees tú todo lo
que tu dios Camos te ha dado?”[23].
El presente texto tiene un interés especial, pues en
él se habla de otro dios, pero además se le reconoce cierta posición de
igualdad respecto a Yahvé, en cuanto Jefté se indigna de que el rey de los
amonitas pretenda que Israel abandone los territorios donde habitaban los
amorreos y, en consecuencia, envía emisa-rios al rey de los amonitas para aclararle
que tanto los amorreos como los israelitas poseen los territorios que su
respectivo Dios les ha concedido.
Con estas palabras
Jefté estaba aceptando que del mismo modo que ellos habían obtenido la “tierra
prometida” gracias a Yahvé, también los amonitas tenían sus propias posesiones
gracias a Camos, su Dios. Es evidente por tanto que para los israelitas de
ese tiempo no había problema alguno en aceptar la existencia de diversos
dioses, pero cada uno con su respectiva área de influencia, su respectivo
pueblo, que le hacía ofrendas y sacrificios a cambio de los bienes y protección
que éste le daba.
d) De hecho en el texto que sigue el único
inconveniente que encuentra Samuel para que los israelitas adoren a otros
dioses es que éstos son “extranjeros” mientras que los israelitas se deben a su
propio y exclusivo Dios, que es quien les ha dado y les seguirá dando
protección si sólo le adoran a él:
“Y Samuel dijo a
todo el pueblo de Israel:
-Si queréis convertiros al Señor de todo
corazón, quitad de entre vosotros los
dioses y diosas extranjeros, volveos hacia el Señor y adoradlo sólo a él, y
el Señor os librará de los filisteos”[24].
e) Y el propio Yahvé –o, más exactamente, el autor
del pasaje siguiente- se queja de que los israelitas le han abandonado para
dar culto a dioses “extranjeros”, lo cual tiene el sentido claro de que la
queja no es por haber adorado a ídolos o a “falsos dioses” sino a dioses que
tenían una jurisdicción distinta y nada tenían que ver con Israel, que había
establecido una alianza eterna con Yahvé y que había sido protegido y liberado
por el propio Yahvé de diversos pueblos, proporcionándole multitud de
victorias en sus guerras para conquistar la “tierra pro-metida”:
“[El Señor dijo]
me han abandonado para dar culto a dioses extranjeros”[25].
f) Por ello, Yahvé –es decir, los sacerdotes de
Israel- amenaza de nuevo a Israel diciéndole que, si dan culto a otros dioses,
les expulsará de la tierra prometida recién conquistada:
“Pero si
vosotros y vuestros hijos me abandonáis, y en lugar de cumplir las leyes y
mandamientos que os he dado, dais culto a otros dioses y los adoráis, borraré a Israel de la tierra que les he
dado”[26].
Resulta bastante penoso que el pobrecito Yahvé se
muestre tan preocupado por si su pueblo llegase a abandonarle. Pero, más que penoso, resulta ridículo imaginar a un
Dios tan dependiente de la actitud
de su pueblo hacia él. Como ya sabemos, la explicación de esta preocupación de
Yahvé no es otra que la preocupación de los sacerdotes de Israel por mantener
la fidelidad y la obediencia de su pueblo hacia Yahvé, en cuanto Yahvé no es
más que la invención de los sacerdotes para mantener su dominio tiránico sobre
su pueblo.
g) Aunque son muchos los pasajes que los sacerdotes
de Israel, a través de las palabras que ellos mismos atribuyen a Yahvé, insisten
en este mismo temor de ser abandonado, un texto muy similar al anterior e
igualmente obsesivo, pero carente de originalidad, aparece más tarde en 2 Crónicas y dice lo siguiente:
“Pero si me
abandonáis y en lugar de cumplir las leyes y mandamientos que os he dado, dais
culto a otros dioses y los adoráis, yo os arrancaré de la tierra que os he
dado, y rechazaré este templo que he consagrado a mi nombre”[27].
h) En el siguiente pasaje Yahvé –los sacerdotes de
Israel- reitera la prohibición de que los israelitas se casen con mujeres
extranjeras por el temor a que éstas les alejen del culto a Yahvé, lo cual habría
desencadenado su cólera y los correspondientes castigos, como la misma muerte,
a quienes hubiesen incurrido en ese delito.
Sin embargo, en este
pasaje llama mucho la atención que el rey Salomón actúe impunemente en contra de
esta prohibición, casándose con setecientas mujeres extranjeras, teniendo trescientas
concubinas y ofreciendo sacrificios a sus respectivos dioses. Parece evidente
que la única explicación de esta tole-rancia de Yahvé con Salomón consiste en
que Salomón era la máxima autoridad de Israel y que, por ello mismo, los sacerdotes,
a pesar de su enorme poder, no podían hacer nada contra él, hasta el punto de
que quien escribe este relato sólo se atreve a decir que Salomón “no fue tan
fiel como su padre” y que “el Señor se irritó contra Salomón”. Sin embargo –y
como ya se ha dicho antes-, a pesar de que de acuerdo con las leyes de Israel
tal delito estaba penalizado con la muerte, ni los sacerdotes le hicieron
nada, pues nada podían hacer a un rey tan poderoso, ni tampoco Yahvé dio
señales de vida fulminando a Salomón. Hay que insistir nuevamente en que cuando
los sacerdotes o el escritor de estos relatos habla de “el Señor”, aunque
parece referirse a Yahvé, el Dios de Israel, en el fondo se está refiriendo a
los mismos sacerdotes, de manera que ser fiel a Dios no significa sino ser fiel
a los sacerdotes. Pero, como los sacerdotes en esos momentos no tienen ninguna
fuerza que pueda competir con la del rey, procuran ser cuidadosos a la hora de
hablar mal de él y no se les ocurre ni de lejos la idea de intentar destituirlo
o castigarlo, simplemente porque han perdido aquel poder tan absoluto que poseían
anteriormente. Y parece igualmente que el poder de Yahvé es por completo
insuficiente para castigar a Salomón, pues, a diferencia del rey Jehú, que mató
a todos los seguidores de Baal[28],
Yahvé sólo se irrita con Salomón, pero no se menciona ningún castigo en su
contra:
“El rey Salomón
se enamoró de muchas mujeres extranjeras, además de la hija de faraón; mujeres
moabitas, amonitas, adomitas, sidonias, e hititas, respecto a las cuales el
Señor había ordenado a los israelitas: “No os unáis con ellas en matrimonio,
porque inclinarán vuestro corazón hacia sus dioses”. Sin embargo, Salomón se
enamoró loca-mente de ellas, y tuvo setecientas esposas con rango real, y
trescientas concubinas. Ellas lo
pervirtieron y cuando se hizo viejo desviaron hacia otros dioses su corazón,
que ya no perteneció al Señor, como el de su padre David. Dio culto a Astarté,
diosa de los sidonios, y a Moloc, el ídolo de los amonitas […] Otro tanto hizo
para los dioses de todas sus mujeres extranjeras, que quemaban [en los
altares] perfumes y ofrecían sacrificios
a sus dioses. El Señor se irritó contra Salomón porque apartó su corazón
del Señor, Dios de Israel, que se le había aparecido dos veces, ordenándole
que no fuese tras otros dioses, pero él no cumplió esta orden”[29].
i) Más adelante se insiste en estas mismas ideas: No
se niega que existan otros dioses, sino que se insiste en que Yahvé es un dios
celoso y quiere que sólo se le adore a él. Ahora bien, como sabemos que Yahvé y
los sacerdotes son la misma realidad, lo que se presenta como deseo de Yahvé
es en realidad aquello que los sacerdotes desean, y lo que éstos desean es que
su pueblo no obedezca a otra autoridad que a la suya. Los demás dioses, aunque
se acepta su existencia, representan un peligro para los sacerdotes de Yahvé y
por eso éstos amenazan incesantemente a su pueblo en nombre de Yahvé para que
no adoren a esos otros dioses. Esas amenazas no sólo tienen sentido en la
medida en que se crea en la existencia y en el poder de esos otros dioses sino
especialmente en cuanto se considere que el pueblo podría llegar a creer en la
existencia de esos otros dioses, pudiendo llegar a sentirse atraído por ellos:
“El Señor había
hecho con ellos una alianza y les había ordenado:
-No veneréis a dioses extraños ni los adoréis, no les deis culto ni les ofrezcáis
sacrificios. Sólo al Señor, que os sacó de Egipto con brazo poderoso, adoraréis
y ofreceréis sacrificios […] No daréis
culto a otros dioses […] Sólo el Señor será vuestro Dios, y él os librará de
vuestros enemigos”[30].
j) El pasaje siguiente habla nuevamente de la ira de
Yahvé ante el abandono de su pueblo. Es realmente llamativo ver la diferencia
de actitud de Yahvé ante este comportamiento de su pueblo a diferencia de la
pasividad con que consintió que Salomón se casara con setecientas mujeres
extranjeras y que luego adorase a sus respectivos dioses. Pero, como ya se ha
dicho, tal diferencia de actitud, ya señalada antes, sólo parece una prueba más
de que no era Yahvé quien tomaba las decisiones relacionadas con sus severos
castigos sino los sacerdotes se Israel, que, mientras detentaron el poder, pudieron
aplicar castigos crueles y sanguinarios, mientras que, cuando el poder lo ocuparon
los reyes, no pudieron tomar represalias contra ellos, de forma que ni siquiera
quien escribió el libro 1 Reyes se
atrevió a decir de Salomón ninguna otra cosa sino que “su corazón […] ya no
perteneció al Señor”, que el Señor se irritó contra él, pero, a pesar de que él
siguió desobedeciéndole, no se menciona ningún castigo como sí habría sucedido
en cualquier otro caso similar, como el que a continuación se menciona:
“Ellos me
abandonaron, quemando incienso a otros dioses, y me irritaron con su conducta
perversa. Pues bien, mi ira arderá contra este lugar y no se apagará”[31].
1.3.2.
Jerarquía entre los dioses.
A continuación se hace
referencia a algunos pasajes en los que no sólo se menciona la existencia de
otros dioses sino que a esta aceptación se añade la referencia a la distinta categoría
y poder entre ellos y Yahvé, considerando a éste último como el Dios más
poderoso, que podrá incluso eliminar a los demás dioses (texto a), como “el
Dios de los dioses” (texto b), como el más grande de todos ellos (texto c), que
ejerce como juez en me-dio de los dioses (texto d), o que incluso ordena que
todos los demás dioses se postren ante él.
Todos estos textos son
la expresión de un politeísmo jerárquico,
en el que Yahvé es el Dios supremo, pero en el que de manera inequívoca se
acepta que esos otros dioses también existen y tienen cierto poder, aunque sea
inferior al de Yahvé.
Así se deja ver en los
textos siguientes:
a) “El Señor
será terrible contra ellos, eliminará a
todos los dioses de la tierra”[32].
Es
evidente que Yahvé sólo podría pensar en eliminar a todos los dioses en cuanto
éstos existieran, pues no tendría sentido hablar de la eliminación de aquello
que no existiera. Por ello, a los sacerdotes e Israel les interesa hacer creer
a su pueblo que Yahvé existe, y, en cuanto la creencia en la existencia de los
otros dioses sirva para reforzar la creencia en la existencia de Yahvé, en esa
medida a los sacerdotes de Israel también les viene bien que su pueblo crea que
hay otros dioses, siempre que se mantengan fieles al suyo propio.
b) “El Señor, el Dios de los dioses, habla y convoca a
la tierra desde oriente a occidente”[33].
Si
Yahvé es el Dios de los dioses, su
título sería ridículo en el caso de que a la vez se negase la existencia de estos
otros dioses sobre los cuales reina.
c) “Porque el
Señor es un Dios grande, rey poderoso más
que todos los dioses”[34].
Al
igual que en texto anterior sería ridículo decir que Yahvé es más poderoso que
todos los dioses si resultara que tales dioses ni siquiera existieran. Por ello
este pasaje sólo tiene sentido en cuanto su autor este tan convencido de la
existencia de Yahvé como de la existencia de los otros dioses.
d) “Dios se
levanta en la asamblea divina, y ejerce como juez en medio de los dioses”[35].
En
este pasaje se afirma con la misma claridad la existencia de esos otros dioses
en cuanto Yahvé sólo puede ejercer como juez en medio de ellos en la medida en
que existan y estén presentes en dicha asamblea.
e) “¡Que se
postren ante él todos los dioses!”[36].
Y
aquí evidentemente sólo podrán postrarse en el caso de que existan, lo cual
parece claro en la mente del autor de este pasaje, al margen de que tal autor
fuera consciente del carácter mera-mente teatral de sus palabras, referidas a
Yahvé y a todos los demás dioses.
Frente a todo lo dicho
anteriormente acerca de la diversidad de dioses cuya existencia se acepta por
los dirigentes de Israel, progresivamente van desapareciendo todos ellos y al
final sólo queda Yahvé, el cual, a pesar de que en el Antiguo Testamento se muestra como unitario, en el Nuevo Testamento se diversifica en tres
personas “iguales y realmente distintas”, una contradicción más de la serie infinita
de contradicciones de la Biblia, y,
por ello mismo, de la Iglesia Católica.
En cualquier caso, de
nuevo nos encontramos con que, si la Biblia
es la palabra de Dios, y Dios se contradice con tanta facilidad, eso significa
que Yahvé no es Dios, al margen de que, como se ha explicado al principio de esta
obra, el concepto de Dios sea contradictorio en sí mismo.
[2] Éxodo, 20:3-5. En Deuteronomio, 5:7, se dice de un modo más
escueto: “No tendrás otros dioses fuera de mí”, y más adelante, en Deuteronomio 5:9-10, aparece un texto
muy similar al de Éxodo, 20:3-5.
[6] En Éxodo, 19:12 Yahvé comunica a Moisés que
nadie de su pueblo puede avanzar más allá de un límite alrededor del monte
Sinaí, donde él bajará y se entrevistará con Moisés: [Dice Yahvé a Moisés:] “Tu
señalarás un límite por todo el contorno diciendo: No subáis al monte ni piséis
su falda. Todo el que pise el monte morirá. Nadie tocará con la mano al
culpable; será apedreado o asaetado”. Poco después, en Éxodo, 33:20, llega a decir al propio Moisés: “…sin embargo, no
podrás ver mi cara, porque quien la ve no sigue vivo”; y casi a continuación le
dice: “…me verás de espaldas porque de frente no se me puede ver” (Éxodo, 33:23). Otros pasajes igualmente
significativos por lo que se refiere a esa “lejanía” de Yahvé son los
siguientes: -“El Señor castigó a la gente de Bet Semes porque habían mirado el
arca del Señor; hirió a setenta hombres de entre ellos. El pueblo hizo duelo
por el gran castigo que les había infligido el Señor” (1 Samuel, 6:19); “Uzá sujetó el arca de Dios con la mano, porque los
bueyes la hicieron tambalearse. Entonces el Señor se encolerizó contra Uzá. Y
allí mismo lo hirió, muriendo por su atrevimiento junto al arca de Dios” (2 Samuel, 6:6).
[16] Deuteronomio, 7:2-4. En Deuteronomio 7:16 se insiste en estas
mismas órdenes: “Destruye, pues, a todos los pueblos que el Señor tu dios va a
entregarte; no tengas piedad de ellos, ni des culto a sus dioses, pues serían
para ti una trampa”.
[17] Deuteronomio, 8:19-20. Un
pasaje bastante similar a este es el siguiente: “Pero tened cuidado, no os
dejéis seducir ni os apartéis del Señor, sirviendo y dando culto a otros
dioses. Si hacéis esto, el Señor se enfurecerá contra vosotros, cerrará los
cielos y no habrá más lluvia; la tierra no dará fruto y vosotros pereceréis
bien pronto en esa tierra que el Señor os da” (Deuteronomio, 11:16-17).
[34] Salmos, 95:3. También
un poco más adelante se dice: “¿Qué dios es tan grande como nuestro Dios?” (Salmos, 77:14), e, igualmente, “Porque
tú, Señor, eres […] mucho más excelso que todos los dioses” (Salmos, 97:9), y, finalmente, en Salmos, 135:5: “Bien sé que el Señor es
grande […] más que todos los dioses”.
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