viernes, 2 de agosto de 2013

1.3. ¿UN DIOS O MUCHOS DIOSES?
Los dirigentes de la Iglesia Católica afirman la existencia de un solo Dios, pero incurren en una contradicción en cuanto, de acuerdo con la Biblia, ¡palabra de Dios!, al mismo tiempo deben aceptar la existencia de muchos dioses.
En efecto, la Iglesia Católica desde sus comienzos ha defendido la existencia de un solo Dios, aunque, de acuerdo con su dogma de la Trinidad, ha considerado que ese Dios se manifestaba bajo la forma de “tres personas iguales y realmente distintas” lo cual no hay por donde cogerlo, pues si son iguales no podrían ser no-iguales, es decir, distintas, mientras que si son distintas, es decir, no-iguales, entonces no podrían ser iguales-. Ahora bien, si las contradicciones no tuvieran relevancia alguna en los intentos de dar una explicación racional de la realidad, en ese caso podría aceptarse el dogma de la Trinidad y cualquier otro que se nos ocurriese-. Tales personas son el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
En el Antiguo Testamento sólo se habla de Yahvé, que sería el equivalente de Dios-Padre, pero nada se dice del Hijo, ni del Espíritu Santo –aunque se hable en ocasiones de “el espíritu de Dios” del mismo modo que se hubiera podido hablar de “la cólera de Dios” o de “la omnipotencia de Dios”, y no por ello hablamos de “la Cólera de Dios” ni de “el Poder de Dios” como otras personas divinas. Pero dejo para el capítulo correspondiente el comentario acerca de esta contradicción.
Lo que en estos momentos se va a considerar es la contra-dicción según la cual, mientras los dirigentes de la Iglesia Cató-lica proclaman la existencia de un solo Dios, la Biblia –a lo largo de los diversos libros del Antiguo Testamento- proclama la existencia de una multitud de dioses relacionados con los diversos pueblos con los que Israel mantuvo alguna relación. Los sacerdotes de Israel aceptan en diversos momentos que tales dio-ses existen y que tienen su propio poder, pero progresivamente van afirmando la primacía de Yahvé sobre todos ellos y finalmente proclamarán la unicidad de Dios, identificado con Yahvé, el Dios de Israel.
A continuación se muestra una amplia serie de pasajes relacionada con esta temática y se realiza el comentario correspondiente de aquéllos que tienen alguna peculiaridad destacable.
1.3.1. Afirmación del politeísmo.
Se inicia esta exposición haciendo referencia a los pasajes que simplemente afirman de manera explícita o implícita la existencia de todos esos dioses distintos de Yahvé. La lista de pasa-jes seleccionada es un poco amplia, pero mucho más amplio es el número de textos en que aparece esta referencia a los otros dioses y, por ello, se han elegido algunos especialmente representativos para que pueda comprobarse en cuántas ocasiones los autores bíblicos han estado obsesionados por toda la serie de dioses que en algún momento representaron una tentación para el pueblo de Israel, tentación de adoración en la que en diversas ocasiones cayó, provocando la reacción sanguinaria de Yahvé o, más exactamente, de los sacerdotes de Yahvé, cuyo despiadado poder sobre su pueblo pudo haber determinado matanzas bruta-les contra aquellos cuya actitud, al adorar a otros dioses, pudo representar un grave peligro para el mantenimiento de este fé-rreo dominio.
Paso a enumerar y, en su caso, a comentar los pasajes seleccionados, citando en primer lugar una serie de textos en los que se exhorta y se amenaza al pueblo de Israel para que sea fiel a Yahvé y no adore a otros dioses:
a) “Jacob dijo a su familia y a todos los que estaban con él:
    -Tirad los dioses extraños que tengáis”[1].
En el texto a puede observarse que no se habla de falsos dioses sino de “otros dioses”, dando por hecho su existencia, pero considerando que no tienen “jurisdicción” sobre Israel, quien por encima de todo debe permanecer fiel a Yahvé, con quien su abuelo Abraham estableció una alianza.
b) “No tendrás otros dioses fuera de mí […] porque yo, el Señor tu Dios, soy un Dios celoso, que castigo la maldad de los que me aborrecen en sus hijos hasta la tercera y cuarta generación”[2].
c) “No invocarás el nombre de otros dioses; que no lo pronuncie tu boca”[3].
d) “Así pues, respetad al Señor y servidle en todo con fidelidad; quitad de en medio de vosotros los dioses a los que sirvieron vuestros antepasados en Mesopotamia y en Egipto, y servid al Señor”[4].
e) “No tendrás un dios extraño, no adorarás a un dios extranjero”[5].
En los textos b, c, d y e Yahvé –o más exactamente los creadores o continuadores de tal invención mítica- amenaza de forma explícita a quien desobedezca –y a su descendencia- por seguir adorando a otros dioses. No se trata de que Yahvé sea un Dios celoso sino más exactamente de que los sacerdotes que dirigen al pueblo de Israel quieren por todos los medios posibles afianzar su autoridad sobre su pueblo y para este fin “ensalzan” a Yahvé, presentándolo como un Dios terrible y sumamente celoso de la fidelidad de su pueblo, y complementan esta idea con la farsa de hacerse pasar por intermediarios de Yahvé con su pueblo. Yahvé es al parecer un Dios tan soberbio y terrible que no puede mostrarse directamente ante su pueblo, pues su visión directa mata a quien le ve[6].
 En los textos que siguen a continuación se plantea de manera conflictiva y sanguinaria la relación de Israel con los pue-blos que tienen otros dioses, de manera que Yahvé –o, más exactamente, sus sacerdotes- intervienen con total crueldad para alejar a su pueblo de la aceptación de tales dioses, o infligen castigos llamativamente crueles a Israel como si no hubiera un delito mayor que el de adorar a otros dioses, al margen de que se si-ga adorando a Yahvé. También es especialmente significativo que los sacerdotes no duden de la existencia de los dioses extranjeros ni del derecho de cada pueblo a adorar a sus respec-tivos dioses. Lo que les preocupa es que Israel deje de servir a Yahvé, pues eso implicaría la pérdida de su propio poder abso-luto sobre el pueblo, precisamente porque éste se fundamenta en una medida importante en su supuesta función de intermediarios entre Yahvé y su pueblo, transmitiendo a éste las órdenes de Yahvé:  
a) “Yo os entregaré a los habitantes del país, y tú los echa-rás de tu presencia. No hagas pacto con ellos ni con sus dioses. No los dejes vivir en tu tierra, no sea que te inciten a pecar contra mí, dando culto a sus dioses; eso sería tu ruina”[7].
Este pasaje pone de manifiesto el interés de los sacerdotes de Israel en mantener la exclusiva por lo que se refiere a la religión de su pueblo frente a la posibilidad, impensable en aquel tiempo, de aceptar una “libertad religiosa” por la que los israelitas pudieran adorar a los dioses de otros pueblos. Pero el mismo hecho de que aquí se ordene a Israel que no haga “pactos” con los dioses de ese otro país es una manera de situar a esos dioses en pie de igualdad con Yahvé, quien –a su manera- había hecho ya un primer “pacto” o “alianza” con Israel, a la que Israel debía mantenerse fiel. Es igualmente llamativo el “racismo” religioso de los dirigentes de Israel cuando se dice en este pasaje “No los dejes vivir en tu tierra” por ese temor a que pu-dieran contaminar a Israel con otras creencias religiosas.   
b) “Israel se estableció en Sitín y el pueblo se entregó al desenfreno con las moabitas. Estas los invitaron a los sacrificios de sus dioses, y el pueblo comió y se postró ante ellos […] Entonces el Señor dijo a Moisés:
    -Reúne a todos los jefes del pueblo y cuélgalos ante el Señor, cara al sol, para que la cólera del Señor se aparte de Israel”[8].
En este pasaje se pone en evidencia la enorme brutalidad de los castigos de los sacerdotes judíos contra los inductores al gravísimo delito de adorar a otros dioses. Los motivos de estos severos castigos no son ni mucho menos de carácter religioso del mismo modo que tampoco lo fueron los castigos y las persecuciones de la Inquisición contra las ideas o contra los reforma-dores religiosos de la Edad Media, como los albigenses, o de momentos posteriores, como la condena de diversos herejes como Wyclef, Hus, Lutero, Zuinglio o Calvino, o como el de la condena de Galileo por su simple defensa de una verdad cien-tífica que la secta católica consideró peligrosa para el buen funcionamiento de su formidable negocio político y económico, que era lo que verdaderamente importaba a los dirigentes de la Iglesia Católica. Como ya se ha dicho en reiteradas ocasiones, el motivo de estos severos castigos era de tipo exclusivamente político: Los sacerdotes querían mantener y reafirmar su poder sobre el pueblo y, por ello, se les ocurrió la genial idea de crear un Dios como Yahvé, que tuviera celos y se encolerizase de modo terrorífico cuando su pueblo caía en la tentación de adorar a los dioses de los pueblos vecinos o a los de aquellos pueblos con los que establecían contacto por motivos bélicos o de cualquier otro tipo.
Esta interpretación, que podría tratarse de una simple conjetura indemostrable, se muestra con un valor mucho más firme cuando se tiene en cuenta que en situaciones en las que los sacerdotes ya no controlan el poder, en cuanto lo han perdido y ha ido a parar a manos de los reyes a partir de Saúl, no suelen aplicarse tales castigos tan severos. El caso más llamativo con una diferencia abismal es el del rey Salomón, que tuvo setecientas esposas extranjeras, con su propia religión, y trescientas concubinas. Cuanta la Biblia que el rey Salomón adoró a todos los dioses de sus esposas. ¿Qué castigo adoptó Yahvé contra Salomón? Absolutamente ninguno. ¿Por qué? Porque, como los sacerdotes no conservaban su poder anterior, no podían conde-nar a muerte al rey por mucho que dijeran que se trataba de un castigo de Yahvé. Pero, si Yahvé hubiera existido y realmente le hubiera importado esta gravísima ofensa de Salomón, le habría fulminado de inmediato, como había hecho (?) en tantísimas ocasiones por otras faltas insignificantes en comparación con este delito tan grave.      
c) “Se prostituyeron ante otros dioses y los adoraron”[9].
Este pasaje simplemente habla de un modo despectivo contra aquellos israelitas que así se comportaron, pero muestra, al igual que todos los demás, la obsesión de los sacerdotes de Yahvé por impedir la anarquía religiosa del pueblo de Israel en cuanto tendría consecuencias nefastas para el mantenimiento de la autori-dad de los sacerdotes de Yahvé sobre su pueblo.
d) “El sacerdote Yoyadá ordenó a los jefes de centuria que estaban al mando del ejército:
    -Sacadla [a Atalía] fuera del recinto [del templo] y matad a todo el que la siga.
    Como el sacerdote había dicho que no la mataran en el templo del Señor, la prendieron y pasada la puerta de las caballerizas del palacio real, la mataron. Yoyadá selló un pacto con el rey y el pueblo por el cual se comprometían a ser el pueblo del Señor. Inmediatamente todo el pueblo irrumpió en el templo de Baal y lo demolió. Hicieron asti-llas sus altares e imágenes y allí mismo, delante de los altares, degollaron a Matán, sacerdote de Baal”[10].
¿Qué necesidad y qué derecho tenía ese sacerdote para realizar “un pacto” a fin de que su pueblo aceptase a Yahvé como su Dios? ¿Qué interés o qué necesidad habría tenido Yahvé de encontrar un pueblo que le adorase y le obedeciese? A lo largo de toda una serie de libros del Antiguo Testamento  se presenta a Yahvé como un Dios llamativamente dependiente de su pueblo en lugar de ser un Dios autosuficiente que simplemente ofreciera ayuda sin pedir nada a cambio, pues en teoría nada podía darle Israel que Yahvé necesitase. Es evidente que a quien podía  interesar ese pacto no era a Yahvé, que, como tantos otros “dioses” de otros pueblos, no era otra cosa que un producto de la falsedad y de la fantasía de los dirigentes de Israel, que con la ayuda de esta invención terrorífica, afianzaban su poder despótico sobre el pueblo.
e) [Moisés dijo] “Y en efecto, ¿qué nación hay tan grande que tenga dioses tan cercanos a ella, como lo está el Señor nuestro Dios, siempre que lo invocamos?”[11].
En este pasaje el propio Moisés acepta la existencia de otros dioses, sólo que más lejanos que Yahvé, que, según Moisés, siempre está con su pueblo para ayudarle, a pesar de que, como se ha visto en páginas anteriores, Yahvé es en realidad un Dios lejano, sospechosamente lejano, que sólo entabla contacto con su pueblo a través de sus sacerdotes, los cuales podrán comunicar o exigir a su pueblo “en nombre de Yahvé” cualquier ocurrencia que ellos tengan. Las palabras de Moisés son realmente cínicas teniendo en cuenta aquel pasaje en el que Moisés tiene que establecer unos límites a los pies del monte Sinaí para evitar la proximidad del pueblo a Yahvé, ante cuya presencia el pueblo podría morir, lo cual dice mucho del aspecto terrible de Yahvé, pero nada en favor de su “cercanía”, que efectivamente hubiera podido tener como consecuencia de su omnipotencia. Pero los sacerdotes y autores de estos pasajes bíblicos no se detienen para buscar comentarios coherentes respecto a Yahvé, pues saben que su pueblo está tan convencido del carácter tan incomprensible de su Dios que acepta cualquier cosa que Moisés o cualquier otro dirigente diga de él o de cualquier cosa que comuniquen en su nombre.     
e) Respecto a la existencia de esos otros dioses pueden recordarse además, en apoyo de la creencia israelita en su existencia, las primeras plagas de Egipto, donde los sacerdotes del faraón compiten con Moisés en hacer prodigios. Y así, la Biblia afirma que, cuando Aarón, por orden de Yahvé, tiró su cayado y éste se convirtió en una serpiente,
“los magos de Egipto hicieron lo mismo con sus encantamientos: tiró cada uno su bastón, y también se convirtieron en serpientes”[12],
lo cual es una manera explícita de afirmar que no sólo Yahvé poseía poderes sobrenaturales sino que también lo tenían los dioses de esos magos o hechiceros egipcios. A los sacerdotes de Israel les interesaba reconocer el poder de los otros dioses en cuanto el negárselo podía dar pie a que la desconfianza en la existencia los dioses se generalizase, lo cual tendría repercusiones negativas en su propia autoridad sobre el pueblo en cuanto su fundamento último radicaba en Yahvé, uno de tantos dioses, aunque el dios exclusivo de Israel.
Por otra parte, indica la Biblia que la magia de Yahvé, Dios de Aarón, fue superior a la de los hechiceros egipcios, pues a continuación
“el cayado de Aarón devoró los bastones de los magos”[13].
Estos actos de magia, realizados por el poder que les daban a Moisés y a los magos egipcios sus respectivos dioses no se produjeron exclusivamente en ese momento puntual sino que se produjeron de nuevo durante las dos primeras plagas de Egipto en las que supuestamente Aarón, bajo las órdenes de Moisés, y éste, bajo las de Yahvé, hicieron que el agua de Egipto se convirtiera en sangre, pues 
“los magos de Egipto hicieron lo mismo con sus encantamientos”[14].
Posteriormente, en la segunda plaga, Aarón, cumpliendo las órdenes de Moisés y de Yahvé, ordenó que se produjera una plaga de ranas en el Nilo, pero también en este caso,
“los magos hicieron lo mismo con sus encantamientos, consiguiendo que surgieran ranas por todo el país”[15].
Estos hechos son una clara demostración de que para los sacerdotes de Israel, según lo dan a entender en la Biblia, ¡palabra de Dios! según dicen, los otros dioses también tenían sus propios poderes con los que podían oponerse al poder de Yahvé, a pesar de que el poder de éste fuera superior al suyo.
Pero el concepto de un Dios omnipotente, como lo sería el Dios judeo-cristiano, es incompatible con la existencia de otros dioses cuyos designios pudieran oponerse a los del primero. Es decir, si existiera un Dios omnipotente, no podría haber ningún otro que pudiera enfrentarse a él. Esa doctrina sería pura mitología infantil, al margen de que la otra también lo sea.
f)       “…cuando el Señor tu Dios te los haya entregado [los pueblos que habitaban la “tierra prometida”] y tú los hayas derrotado, los consagrarás al exterminio. No harás pactos ni tendrás miramientos con ellos: no darás tu hija a su hijo, ni casarás a tu hijo con su hija, porque ellos los apartarían de mí para que den culto a otros dioses”[16].
Pasajes como éste, relacionados con los pueblos que habitaban la “tierra prometida”, representan el colmo de la brutalidad y de la crueldad por parte de los dirigentes del pueblo de Israel, que no se conforman con luchar contra esos pueblos con el fin de apoderarse de sus tierras sino que además, no conformándose tampoco con prohibir los matrimonios con habitantes de esos pueblos para evitar la contaminación religiosa del pueblo de Israel, ordenan el total exterminio de su población. Como ya sabemos, el miedo al culto a otros dioses es propio de los sacerdotes de Israel no porque sean “falsos dioses” sino porque aleja-rían al pueblo de la “obediencia a Yahvé”, es decir, a los sacerdotes de Yahvé.
Tanto en éste como en otros textos similares se da la paradoja de que los sacerdotes de Israel comunican a su pueblo la serie de matanzas que Yahvé ha realizado sobre su pueblo por haberle abandonado, pero no se les ocurrió (?) que con la misma facilidad con que castigó tal delito podía haber utilizado su poder para evitar que el pueblo de Israel fuera seducido por los dioses de otros pueblos y de este modo no habría tenido que exterminar a los pueblos que habitaban la “tierra prometida” antes de la llegada del pueblo de Israel.
La explicación de esta cuestión es evidente: En realidad Yahvé no pudo elegir entre estas dos opciones por la sencilla razón de que el Dios de Israel era sólo una invención de los sacerdotes de Israel, y mientras éstos pudieron masacrar a los pobladores de la “Tierra prometida” –otra invención-, no estaban seguros de poder controlar la curiosidad de los israelitas por conocer y relacionarse con esos otros pueblos de forma que llegasen a conocer y a adorar a sus dioses. Por ello, la mejor solución para mantener al pueblo sometido a su autoridad y a su Dios era exterminar sin piedad y sin escrúpulos a esos pueblos en lugar de convivir en paz con ellos.     
La obsesión de los sacerdotes judíos por evitar que su pueblo llegase a adorar a otros dioses era tan grande que advertencias como las anteriores se repiten de modo llamativamente insistente, tal como puede verse en los textos siguientes:
- “Pero, si te olvidas del Señor tu Dios y sigues a otros dioses, dándoles culto y postrándote ante ellos, entonces os juro hoy que pereceréis sin remedio. Lo mismo que las naciones que el Señor va a aniquilar delante de vosotros, así también pereceréis vosotros por no haber obedecido al Señor vuestro Dios”[17].   
- “Cuando el Señor tu Dios haya aniquilado ante ti las naciones que vas a despojar; cuando las hayas despojado y habites en sus dominios, ten cuidado para no caer en la trampa siguiendo su ejemplo, una vez que ellas hayan desaparecido ante ti. No busques, pues, a sus dioses diciendo “Yo también voy a dar culto a los dioses a quienes esos pueblos daban culto”. No procederás así con el Señor tu Dios, ya que nada hay más odioso y abominable para el Señor que lo que hacían estos pueblos por sus dioses, pues incluso quemaban a sus hijos e hijas en honor a sus dio-ses”[18].
- “Si rompéis la alianza que el Señor vuestro Dios hizo con vosotros, dando culto a otros dioses y postrándoos ante ellos, entonces se desatará la ira del Señor contra vosotros y muy pronto desapareceréis de esta tierra buena que él os ha dado”[19].
- “Yo soy el Señor, vuestro Dios. No adoréis a los dioses de los amorreos, cuya tierra ocupáis”[20].
Esta repetición obsesiva de textos persiguiendo esa misma finalidad de alejar al pueblo de la tentación de adorar a otros dioses sugiere la idea de que los sacerdotes de Israel eran plenamente conscientes de que todo este asunto de los diversos dioses era pura comedia, de que en realidad sabían –o al menos sospecha-ban- que no había ningún Dios, pero también que, como a ellos les interesaba que el pueblo creyese en todo ese montaje, en lugar de negar la existencia de otros dioses –lo cual hubiera podido llevar al pueblo de Israel a dudar también de la existencia del suyo-, en principio no negaron la existencia de esos otros dioses, pero sí dijeron a su pueblo que no debían adorarlos por-que habían hecho un pacto con el Señor y le debían una fideli-dad absoluta.
Será más adelante, cuando el pueblo de Israel sea más fuerte y su religión esté más consolidada, cuando se atrevan a decir que los otros dioses son muy inferiores a Yahvé, que Yahvé es el Dios de los dioses y, finalmente, que Yahvé es el único Dios.
A continuación puede comprobarse la ira de Yahvé –o, mejor, la de los sacerdotes de Israel- cuando su pueblo cae en la tentación de adorar a otros dioses como Baal y Astarté. Es real-mente infantil y antropomórfico que digan que “el Señor se encolerizó”, pues eso es presentar a la divinidad como si fuera un vulgar reyezuelo que coge grandes rabietas porque su pueblo no le quiere lo suficiente o porque no le hace los regalos que a él le gustarían, ya que un Dios perfecto debería ser inmutable y, por ello mismo, no podría estar sometido a cambios de humor, y mucho menos podría ser que, suponiendo la absurda hipótesis de que se produjera algún cambio en su estado de impasibilidad, éste pudiera deberse a la acción de una realidad ajena a él mismo, como lo sería la conducta de los hombres.
Los textos en cuestión dicen:   
a) “Los israelitas volvieron a ofender al Señor con su conducta; adoraron a Baal y Astarté, a los dioses de Aram, Sidon, Moab, de los amonitas y de los filisteos. Abando-naron al Señor y no le dieron culto. Entonces el Señor se encolerizó contra los israelitas y los entregó en poder de los filisteos y de los amonitas”[21].
Textos como éste, además de afirmar la existencia de otros dioses, tienen la peculiaridad de inventar una causa para explicar en efecto no deseado. En este caso concreto se dice que el Señor se encolerizó y como consecuencia los israelitas fueron derrotados en lugar de decir simplemente que los israelitas fueron derrota-dos por los filisteos porque eran superiores en número o por otra causa puramente natural. Los dirigentes israelitas aprovechan los buenos resultados bélicos para proclamar que Yahvé les dio la victoria, y los malos para decir que Yahvé les castigó –en lugar de decir que Yahvé no les había ayudado por la sencilla razón de que no existía-.   
b) “El Señor les respondió:
    -Cuando los egipcios, los amorreos, los amonitas, los filisteos […] os oprimían y clamasteis a mí, ¿no os salvé de ellos? Sin embargo, vosotros me habéis abandonado para dar culto a otros dioses. Por eso no os salvaré ya más. Id, invocad a los dioses que os habéis elegido. Que os salven ellos en la hora del peligro”[22].
En este texto su autor pone en boca de Yahvé la amenaza de abandonar a su pueblo. Un nuevo engaño para conseguir una sumisión más ciega y absoluta del pueblo a las órdenes que sus dirigentes le dan “en nombre de Yahvé”.
c) “Fue el Señor Dios de Israel, el que expulsó a los amorreos ante su pueblo, Israel, ¿y pretendes tú ahora quitarle su posesión? ¿Acaso no posees tú todo lo que tu dios Camos te ha dado?”[23].
El presente texto tiene un interés especial, pues en él se habla de otro dios, pero además se le reconoce cierta posición de igualdad respecto a Yahvé, en cuanto Jefté se indigna de que el rey de los amonitas pretenda que Israel abandone los territorios donde habitaban los amorreos y, en consecuencia, envía emisa-rios al rey de los amonitas para aclararle que tanto los amorreos como los israelitas poseen los territorios que su respectivo Dios les ha concedido.
Con estas palabras Jefté estaba aceptando que del mismo modo que ellos habían obtenido la “tierra prometida” gracias a Yahvé, también los amonitas tenían sus propias posesiones gracias a Camos, su Dios. Es evidente por tanto que para los israelitas de ese tiempo no había problema alguno en aceptar la existencia de diversos dioses, pero cada uno con su respectiva área de influencia, su respectivo pueblo, que le hacía ofrendas y sacrificios a cambio de los bienes y protección que éste le daba.
d) De hecho en el texto que sigue el único inconveniente que encuentra Samuel para que los israelitas adoren a otros dioses es que éstos son “extranjeros” mientras que los israelitas se deben a su propio y exclusivo Dios, que es quien les ha dado y les seguirá dando protección si sólo le adoran a él:  
“Y Samuel dijo a todo el pueblo de Israel:
    -Si queréis convertiros al Señor de todo corazón, quitad de entre vosotros los dioses y diosas extranjeros, volveos hacia el Señor y adoradlo sólo a él, y el Señor os librará de los filisteos”[24].
e) Y el propio Yahvé –o, más exactamente, el autor del pasaje siguiente- se queja de que los israelitas le han abandonado para dar culto a dioses “extranjeros”, lo cual tiene el sentido claro de que la queja no es por haber adorado a ídolos o a “falsos dioses” sino a dioses que tenían una jurisdicción distinta y nada tenían que ver con Israel, que había establecido una alianza eterna con Yahvé y que había sido protegido y liberado por el propio Yahvé de diversos pueblos, proporcionándole multitud de victorias en sus guerras para conquistar la “tierra pro-metida”:
“[El Señor dijo] me han abandonado para dar culto a dioses extranjeros”[25].
f) Por ello, Yahvé –es decir, los sacerdotes de Israel- amenaza de nuevo a Israel diciéndole que, si dan culto a otros dioses, les expulsará de la tierra prometida recién conquistada:
“Pero si vosotros y vuestros hijos me abandonáis, y en lugar de cumplir las leyes y mandamientos que os he dado, dais culto a otros dioses y los adoráis, borraré a Israel de la tierra que les he dado[26].
Resulta bastante penoso que el pobrecito Yahvé se muestre tan preocupado por si su pueblo llegase a abandonarle. Pero, más que penoso, resulta ridículo imaginar a un Dios tan dependiente de la actitud de su pueblo hacia él. Como ya sabemos, la explicación de esta preocupación de Yahvé no es otra que la preocupación de los sacerdotes de Israel por mantener la fidelidad y la obediencia de su pueblo hacia Yahvé, en cuanto Yahvé no es más que la invención de los sacerdotes para mantener su dominio tiránico sobre su pueblo. 
g) Aunque son muchos los pasajes que los sacerdotes de Israel, a través de las palabras que ellos mismos atribuyen a Yahvé, insisten en este mismo temor de ser abandonado, un texto muy similar al anterior e igualmente obsesivo, pero carente de originalidad, aparece más tarde en 2 Crónicas y dice lo siguiente:
“Pero si me abandonáis y en lugar de cumplir las leyes y mandamientos que os he dado, dais culto a otros dioses y los adoráis, yo os arrancaré de la tierra que os he dado, y rechazaré este templo que he consagrado a mi nombre”[27].
h) En el siguiente pasaje Yahvé –los sacerdotes de Israel- reitera la prohibición de que los israelitas se casen con mujeres extranjeras por el temor a que éstas les alejen del culto a Yahvé, lo cual habría desencadenado su cólera y los correspondientes castigos, como la misma muerte, a quienes hubiesen incurrido en ese delito.
Sin embargo, en este pasaje llama mucho la atención que el rey Salomón actúe impunemente en contra de esta prohibición, casándose con setecientas mujeres extranjeras, teniendo trescientas concubinas y ofreciendo sacrificios a sus respectivos dioses. Parece evidente que la única explicación de esta tole-rancia de Yahvé con Salomón consiste en que Salomón era la máxima autoridad de Israel y que, por ello mismo, los sacerdotes, a pesar de su enorme poder, no podían hacer nada contra él, hasta el punto de que quien escribe este relato sólo se atreve a decir que Salomón “no fue tan fiel como su padre” y que “el Señor se irritó contra Salomón”. Sin embargo –y como ya se ha dicho antes-, a pesar de que de acuerdo con las leyes de Israel tal delito estaba penalizado con la muerte, ni los sacerdotes le hicieron nada, pues nada podían hacer a un rey tan poderoso, ni tampoco Yahvé dio señales de vida fulminando a Salomón. Hay que insistir nuevamente en que cuando los sacerdotes o el escritor de estos relatos habla de “el Señor”, aunque parece referirse a Yahvé, el Dios de Israel, en el fondo se está refiriendo a los mismos sacerdotes, de manera que ser fiel a Dios no significa sino ser fiel a los sacerdotes. Pero, como los sacerdotes en esos momentos no tienen ninguna fuerza que pueda competir con la del rey, procuran ser cuidadosos a la hora de hablar mal de él y no se les ocurre ni de lejos la idea de intentar destituirlo o castigarlo, simplemente porque han perdido aquel poder tan absoluto que poseían anteriormente. Y parece igualmente que el poder de Yahvé es por completo insuficiente para castigar a Salomón, pues, a diferencia del rey Jehú, que mató a todos los seguidores de Baal[28], Yahvé sólo se irrita con Salomón, pero no se menciona ningún castigo en su contra:
“El rey Salomón se enamoró de muchas mujeres extranjeras, además de la hija de faraón; mujeres moabitas, amonitas, adomitas, sidonias, e hititas, respecto a las cuales el Señor había ordenado a los israelitas: “No os unáis con ellas en matrimonio, porque inclinarán vuestro corazón hacia sus dioses”. Sin embargo, Salomón se enamoró loca-mente de ellas, y tuvo setecientas esposas con rango real, y trescientas concubinas. Ellas lo pervirtieron y cuando se hizo viejo desviaron hacia otros dioses su corazón, que ya no perteneció al Señor, como el de su padre David. Dio culto a Astarté, diosa de los sidonios, y a Moloc, el ídolo de los amonitas […] Otro tanto hizo para los dioses de todas sus mujeres extranjeras, que quemaban [en los altares] perfumes y ofrecían sacrificios a sus dioses. El Señor se irritó contra Salomón porque apartó su corazón del Señor, Dios de Israel, que se le había aparecido dos veces, ordenándole que no fuese tras otros dioses, pero él no cumplió esta orden”[29].
i) Más adelante se insiste en estas mismas ideas: No se niega que existan otros dioses, sino que se insiste en que Yahvé es un dios celoso y quiere que sólo se le adore a él. Ahora bien, como sabemos que Yahvé y los sacerdotes son la misma realidad, lo que se presenta como deseo de Yahvé es en realidad aquello que los sacerdotes desean, y lo que éstos desean es que su pueblo no obedezca a otra autoridad que a la suya. Los demás dioses, aunque se acepta su existencia, representan un peligro para los sacerdotes de Yahvé y por eso éstos amenazan incesantemente a su pueblo en nombre de Yahvé para que no adoren a esos otros dioses. Esas amenazas no sólo tienen sentido en la medida en que se crea en la existencia y en el poder de esos otros dioses sino especialmente en cuanto se considere que el pueblo podría llegar a creer en la existencia de esos otros dioses, pudiendo llegar a sentirse atraído por ellos:
“El Señor había hecho con ellos una alianza y les había ordenado:
    -No veneréis a dioses extraños ni los adoréis, no les deis culto ni les ofrezcáis sacrificios. Sólo al Señor, que os sacó de Egipto con brazo poderoso, adoraréis y ofreceréis sacrificios […] No daréis culto a otros dioses […] Sólo el Señor será vuestro Dios, y él os librará de vuestros enemigos”[30].
j) El pasaje siguiente habla nuevamente de la ira de Yahvé ante el abandono de su pueblo. Es realmente llamativo ver la diferencia de actitud de Yahvé ante este comportamiento de su pueblo a diferencia de la pasividad con que consintió que Salomón se casara con setecientas mujeres extranjeras y que luego adorase a sus respectivos dioses. Pero, como ya se ha dicho, tal diferencia de actitud, ya señalada antes, sólo parece una prueba más de que no era Yahvé quien tomaba las decisiones relacionadas con sus severos castigos sino los sacerdotes se Israel, que, mientras detentaron el poder, pudieron aplicar castigos crueles y sanguinarios, mientras que, cuando el poder lo ocuparon los reyes, no pudieron tomar represalias contra ellos, de forma que ni siquiera quien escribió el libro 1 Reyes se atrevió a decir de Salomón ninguna otra cosa sino que “su corazón […] ya no perteneció al Señor”, que el Señor se irritó contra él, pero, a pesar de que él siguió desobedeciéndole, no se menciona ningún castigo como sí habría sucedido en cualquier otro caso similar, como el que a continuación se menciona:
“Ellos me abandonaron, quemando incienso a otros dioses, y me irritaron con su conducta perversa. Pues bien, mi ira arderá contra este lugar y no se apagará”[31].
1.3.2. Jerarquía entre los dioses.
A continuación se hace referencia a algunos pasajes en los que no sólo se menciona la existencia de otros dioses sino que a esta aceptación se añade la referencia a la distinta categoría y poder entre ellos y Yahvé, considerando a éste último como el Dios más poderoso, que podrá incluso eliminar a los demás dioses (texto a), como “el Dios de los dioses” (texto b), como el más grande de todos ellos (texto c), que ejerce como juez en me-dio de los dioses (texto d), o que incluso ordena que todos los demás dioses se postren ante él.
Todos estos textos son la expresión de un politeísmo jerárquico, en el que Yahvé es el Dios supremo, pero en el que de manera inequívoca se acepta que esos otros dioses también existen y tienen cierto poder, aunque sea inferior al de Yahvé.
Así se deja ver en los textos siguientes:  
a) “El Señor será terrible contra ellos, eliminará a todos los dioses de la tierra[32].
Es evidente que Yahvé sólo podría pensar en eliminar a todos los dioses en cuanto éstos existieran, pues no tendría sentido hablar de la eliminación de aquello que no existiera. Por ello, a los sacerdotes e Israel les interesa hacer creer a su pueblo que Yahvé existe, y, en cuanto la creencia en la existencia de los otros dioses sirva para reforzar la creencia en la existencia de Yahvé, en esa medida a los sacerdotes de Israel también les viene bien que su pueblo crea que hay otros dioses, siempre que se mantengan fieles al suyo propio.   
b) “El Señor, el Dios de los dioses, habla y convoca a la tierra desde oriente a occidente”[33].
Si Yahvé es el Dios de los dioses, su título sería ridículo en el caso de que a la vez se negase la existencia de estos otros dioses sobre los cuales reina.
c) “Porque el Señor es un Dios grande, rey poderoso más que todos los dioses[34].
Al igual que en texto anterior sería ridículo decir que Yahvé es más poderoso que todos los dioses si resultara que tales dioses ni siquiera existieran. Por ello este pasaje sólo tiene sentido en cuanto su autor este tan convencido de la existencia de Yahvé como de la existencia de los otros dioses.
d) “Dios se levanta en la asamblea divina, y ejerce como juez en medio de los dioses[35].
En este pasaje se afirma con la misma claridad la existencia de esos otros dioses en cuanto Yahvé sólo puede ejercer como juez en medio de ellos en la medida en que existan y estén presentes en dicha asamblea.
e) “¡Que se postren ante él todos los dioses!”[36].
Y aquí evidentemente sólo podrán postrarse en el caso de que existan, lo cual parece claro en la mente del autor de este pasaje, al margen de que tal autor fuera consciente del carácter mera-mente teatral de sus palabras, referidas a Yahvé y a todos los demás dioses.
Frente a todo lo dicho anteriormente acerca de la diversidad de dioses cuya existencia se acepta por los dirigentes de Israel, progresivamente van desapareciendo todos ellos y al final sólo queda Yahvé, el cual, a pesar de que en el Antiguo Testamento se muestra como unitario, en el Nuevo Testamento se diversifica en tres personas “iguales y realmente distintas”, una contradicción más de la serie infinita de contradicciones de la Biblia, y, por ello mismo, de la Iglesia Católica.
En cualquier caso, de nuevo nos encontramos con que, si la Biblia es la palabra de Dios, y Dios se contradice con tanta facilidad, eso significa que Yahvé no es Dios, al margen de que, como se ha explicado al principio de esta obra, el concepto de Dios sea contradictorio en sí mismo. 




[1] Génesis, 35:2.
[2] Éxodo, 20:3-5. En Deuteronomio, 5:7,  se dice de un modo más escueto: “No tendrás otros dioses fuera de mí”, y más adelante, en Deuteronomio 5:9-10, aparece un texto muy similar al de Éxodo, 20:3-5.
[3] Éxodo, 23:13.
[4] Josué, 24:14.
[5] Salmos 81:10.
[6] En Éxodo, 19:12 Yahvé comunica a Moisés que nadie de su pueblo puede avanzar más allá de un límite alrededor del monte Sinaí, donde él bajará y se entrevistará con Moisés: [Dice Yahvé a Moisés:] “Tu señalarás un límite por todo el contorno diciendo: No subáis al monte ni piséis su falda. Todo el que pise el monte morirá. Nadie tocará con la mano al culpable; será apedreado o asaetado”. Poco después, en Éxodo, 33:20, llega a decir al propio Moisés: “…sin embargo, no podrás ver mi cara, porque quien la ve no sigue vivo”; y casi a continuación le dice: “…me verás de espaldas porque de frente no se me puede ver” (Éxodo, 33:23). Otros pasajes igualmente significativos por lo que se refiere a esa “lejanía” de Yahvé son los siguientes: -“El Señor castigó a la gente de Bet Semes porque habían mirado el arca del Señor; hirió a setenta hombres de entre ellos. El pueblo hizo duelo por el gran castigo que les había infligido el Señor” (1 Samuel, 6:19); “Uzá sujetó el arca de Dios con la mano, porque los bueyes la hicieron tambalearse. Entonces el Señor se encolerizó contra Uzá. Y allí mismo lo hirió, muriendo por su atrevimiento junto al arca de Dios” (2 Samuel, 6:6).
[7] Éxodo, 23:31-33.
[8] Números, 25:1-4.
[9] Jueces, 2:17.
[10] 2 Crónicas, 23:14-16.
[11] Deuteronomio, 4:7.
[12] Éxodo, 7:11-12
[13] Éxodo, 7:12.
[14] Éxodo, 7:22.
[15] Éxodo, 8:3.
[16] Deuteronomio, 7:2-4. En Deuteronomio 7:16 se insiste en estas mismas órdenes: “Destruye, pues, a todos los pueblos que el Señor tu dios va a entregarte; no tengas piedad de ellos, ni des culto a sus dioses, pues serían para ti una trampa”.
[17] Deuteronomio, 8:19-20. Un pasaje bastante similar a este es el siguiente: “Pero tened cuidado, no os dejéis seducir ni os apartéis del Señor, sirviendo y dando culto a otros dioses. Si hacéis esto, el Señor se enfurecerá contra vosotros, cerrará los cielos y no habrá más lluvia; la tierra no dará fruto y vosotros pereceréis bien pronto en esa tierra que el Señor os da” (Deuteronomio, 11:16-17).
[18] Deuteronomio, 12:29-31.
[19] Josué, 23:16. Pasaje similar a los de Deuteronomio, 8:19-20 y 11:16-17.
[20] Jueces, 6:10.
[21] Jueces, 10:6-7.
[22] Jueces, 10:13-14.
[23] Jueces, 11:23-24.
[24] 1Samuel, 7:3. La cursiva es mía.
[25] 1Samuel, 8:8.
[26] 1 Reyes, 9:6-7. La cursiva es mía.
[27] 2 Crónicas, 7:19.
[28] 2 Reyes, 10:18-28.
[29] 1 Reyes, 11:1-10. La cursiva es mía.
[30] 2 Reyes, 17:7-40. La cursiva es mía.
[31] 2 Reyes, 22:17-20.
[32] Sofonías, 2:11.
[33] Salmos, 50:1.
[34] Salmos, 95:3. También un poco más adelante se dice: “¿Qué dios es tan grande como nuestro Dios?” (Salmos, 77:14), e, igualmente, “Porque tú, Señor, eres […] mucho más excelso que todos los dioses” (Salmos, 97:9), y, finalmente, en Salmos, 135:5: “Bien sé que el Señor es grande […] más que todos los dioses”.
[35] Salmos, 82:1.
[36] Salmos 97:7.

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