1.4. DIOS, TRES EN UNO.
Los dirigentes de la Iglesia Católica afirman que
existe un solo Dios, pero a la vez defienden que “el Padre” es Dios, “el Hijo”
es Dios y el “Espíritu Santo” es Dios, proclamando igualmente que “el Padre”,
“el Hijo” y “el Espíritu Santo” son iguales y realmente distintos
Se
trata de una serie de absurdas contradicciones en cuanto es evidente que, si se
afirma que sólo hay un Dios y luego se dice que, siendo distintos el Padre, el
Hijo y el Espíritu Santo, los tres son Dios, se estará afirmando la
contradicción de que Dios es uno y es tres. La contradicción se
acentúa cuando se afirma que Padre, Hijo
y Espíritu Santo son iguales y realmente distintos, lo cual equivale a la contradicción
de decir que una misma cosa es igual
y no igual a otra. Quizá alguien
podría replicar que se puede ser igual en un sentido y desigual en otro, y eso
tendría su lógica referido a realidades materiales que efectivamente pueden
tener algunas cualidades iguales y otras desiguales. Pero tratándose de Dios,
en cuya definición se encuentra la perfección y la simplicidad, no tendría
ningún sentido suponer que, en cuanto “Padre”, tuviera cualidades de las que
careciera en cuanto “Hijo” o en cuanto “Espíritu Santo”, y viceversa tratándose
del Hijo respecto al Padre y al Espíritu Santo, y del Espíritu Santo respecto
al Padre y al Hijo, pues aquello en lo que se diferenciasen o bien sería una
perfección o no lo sería. Pero, si lo fuera, entonces las otras personas
divinas serían imperfectas al carecer de la perfección que sólo tuviera la primera,
mientras que, si no lo fuera, su posesión implicaría que la persona divina que
poseyese tal cualidad no sería perfecta, por lo que no sería Dios.
Por otra parte, en relación con este misterio tan
misterioso de la “Trinidad”, dicen también los dirigentes de la Iglesia Cató-lica
que tanto el Padre, como el Hijo y el Espíritu Santo son eternos, y aquí
tenemos un nuevo misterio, pues, si el Hijo nació de María[1],
después de que ésta quedase embarazada por una gracia del Espíritu Santo, en
tal caso parece evidente que el Hijo comenzó a existir hace poco más de dos mil
años, que es cuando se supone que nació. Y, si alguien replica que, aunque
Jesús nació de María, de hecho ya existía eternamente y que María sólo sirvió
para su “encarnación”, en tal caso, afirmar que María es la “madre de Dios” es
una superchería, contradictoria con la supuesta eternidad del Hijo, eternidad
no compartida por María, la hija de Joaquín y de Ana, a la cual, en
consecuencia, sería el colmo del absurdo considerar como “madre de Dios” –al
margen de que para la fantasía de los creyentes venga muy bien la idea de una madre de Dios por cuya mediación puedan
esperar milagros y favores que tal vez no confíen obtener directamente del
propio Dios, que parece ser más inflexible-.
Además, si el Hijo de Dios hubiera tenido un
comienzo en el tiempo, por lo menos en relación con su cuerpo (?), que habría
adquirido a partir de su “madre” María, el propio Dios sólo habría alcanzado la
plenitud de su ser en el momento en el que Jesús hubiera nacido, adquiriendo un
cuerpo humano, de manera que antes de ese momento la Trinidad Divina habría estado incompleta,
pues el Hijo habría carecido de cuerpo,
adquiriéndolo posteriormente hace alrededor de dos mil años. Pero, tal hipótesis
implica una nueva contradicción, en este caso con la doctrina que defiende la inmutabilidad divina.
En cualquier caso, siempre que aparece una nueva
contradicción, los dirigentes de la secta católica se limitan a negarla,
refugiándose en la consideración de que la razón humana es demasiado limitada
para comprender tales verdades, que en tales casos llaman simplemente
“misterios”, en lugar de aceptar que la búsqueda sincera de la verdad es
incoherente con la aceptación de aquello que se desconoce que lo sea y mucho
más con la aceptación de aquello que se sabe que es una contradicción.
El recurso de los dirigentes católicos para tales
momentos es el de exigir la humildad,
por la que los hombres reconozcan la limitación de su inteligencia para poder
comprender las razones insondables de los misterios divinos, y la de exigir
igualmente un acto de fe por el que
los fieles crean en la verdad de sus ense-ñanzas, ya que “sin la fe no hay
salvación”.
Otro argumento que refuerza esta interpretación, contraria
al valor del dogma de la Trinidad, puede verse en el hecho de que en el Antiguo Testamento –palabra de Dios,
según dicen los dirigentes católicos-, no
aparece tal doctrina en ningún momento, pues nunca se menciona al “Hijo”[2],
y, aunque en algunas ocasiones se habla del “espíritu de Dios”, también se
habla en muchas ocasiones de la “cólera de Dios” y no por ello se llega a
considerar que exista Dios por una parte, y su espíritu o su cólera por otra. En
cualquier caso y como ya se ha dicho, en el Antiguo
Testamento hay algún texto en el que se nombra al “Espíritu del Señor”,
como es el siguiente:
“Entonces el espíritu del Señor descendió en
medio de la asamblea y se posó sobre Jazaziel, hijo de Zacarías […]”[3].
Sin embargo, aunque parezca que en este pasaje se
habla del “espíritu del Señor” como de una realidad sustantiva e independiente
del propio Dios –aunque siendo también Dios-, si así fuera, realmente se
incurriría en una contradicción en cuanto hay otro texto en el Antiguo
Testamento que puede ayudar a com-prender mejor el sentido más lógico de ese
“espíritu del Señor”, y dice así:
“Y cuando
pasaron a la otra orilla, Elías dijo a Eliseo:
-Pídeme lo que quieras antes de que sea
arrebatado de tu presencia.
Eliseo le dijo:
-Dame como herencia dos tercios de tu espíritu.
Elías le contestó:
-¡Mucho pides! Si me ves cuando sea
arrebatado, te será concedido; si no me ves, no se te concederá”[4].
Este diálogo parece bastante esclarecedor en cuanto
es evidente que “el espíritu de Elías” -al margen de lo absurdo que sería que
pudiera dividirse en partes-, no puede separarse del propio Elías como una realidad sustantiva que pudiera tener
una existencia independiente del propio Elías, sino que es una cua-lidad del propio Elías, y, por ello,
parece que lo que Eliseo está pidiendo a Elías es que de algún modo le trasmita
al menos, si ello es posible, una parte importante de sus cualidades espirituales.
Hay ocasiones en que todavía se emplean expresiones similares. Así, un
estudiante puede decirle a su compañero aventajado: “¡Ya podrías prestarme un
poco de tu inteligencia para preparar este examen!”. Pero es evidente que, del
mismo modo que esa petición no puede ser concedida, pues la inteligencia de
cada uno es una propiedad suya inseparable, por lo mismo hablar del “espíritu
de Dios” como si se tratase de una realidad alienable del propio Dios resulta
absurdo, ya que implicaría que Yahvé se quedaría sin espíritu cada vez que éste
saliera de él para posarse, por ejemplo, en personajes como Jazaziel, como
Jesús, después de ser bautizado por Juan Bautista[5],
o como los apóstoles, cuando supuestamente el Espíritu Santo se posó sobre sus
cabezas[6].
Parece que en los casos mencionados con la referencia a la cercanía del
Espíritu del Señor a estos personajes se quiere trasmitir la idea de que de
pronto Dios les dio una fuerza espiritual
de tal categoría que les permitió realizar tareas para las que anteriormente no
estaban preparados.
No obstante, esta
interpretación, aplicada al propio Jesús, tiene el inconveniente de que, en
cuanto se considere a Jesús como una manifestación del propio Dios, no habría
necesitado de ninguna fuerza especial que previamente no tuviera. Sin embargo,
como hay una serie de textos en los que a Jesús no se le considera Dios sino
sólo “siervo de Dios”, en estos casos la idea de que el Espíritu Santo –o una
fuerza especial enviada por Dios- llegase hasta él podría al menos no entrañar
una contra-dicción manifiesta.
Hay diversos pasajes
que tendrían un sentido claro a partir de esta interpretación. Así, por
ejemplo, los siguientes:
“Todos quedaron
llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en lenguas extrañas, según el
Espíritu Santo los movía a expresarse”[7];
“En los últimos
días, dice Dios, derramaré mi Espíritu
sobre todo hombre y profetizaran vuestros hijos y vuestras hijas…”[8].
“Pedro tomó
entonces la palabra y dijo: […] Me refiero a Jesús de Nazaret, a quien Dios ungió con Espíritu Santo y poder”[9].
Las
tres citas –en especial la tercera- sugieren la idea de que el “Espíritu Santo”
es una fuerza especial –en forma de ungüento en la última cita- y no una
persona divina. ¿Qué sentido, si no, podría tener la expresión “Dios ungió [a
Jesús] con Espíritu Santo y poder”? Resulta algo curioso esta última cita en
cuanto, suponiendo que tanto Dios Padre, como Dios Hijo, como Dios Espíritu
Santo en definitiva serían Dios, la frase podría transformarse por simple
Lógica en la siguiente: “Dios ungió a Dios con Dios”, frase que no parece tener
demasiado sentido.
Al mismo tiempo el hecho
de que el propio Dios unja a Jesús con Espíritu Santo resulta difícil entenderlo
de otro modo que a partir de la idea de que hay una clara diferencia entre Dios
y el Espíritu Santo, de manera que este último no aparece como Dios sino como un
bálsamo mágico que ilumina a Jesús
para actuar sabiamente a la vez que el poder, que también da Dios a Jesús, le
sirve para actuar de un modo especialmente valiente y enérgico para cumplir con
la misión para la que supuestamente habría sido enviado, lo cual implica
igualmente que, de acuerdo con este pasaje, tampoco Jesús se identifica con
Dios. Obsérvese igualmente que el hecho de que se diga “derramaré mi Espíritu sobre todo hombre” o “[Dios ungió a Jesús] con Espíritu Santo y poder” convierte a
Dios-Padre en el protagonista, mientras que el Espíritu Santo aparece como la
fuerza que el propio Dios-Padre suministra a quien quiere, siendo Dios-Padre
quien dispo-ne sobre el Espíritu Santo, como si tuviera autoridad sobre él, a
pesar de que éste sería tan Dios como el Padre.
Por otra parte, en
cuanto se considera que Dios es espíritu y se considera igualmente que es
santo, también por ello carece de sentido suponer la existencia separada de un
“espíritu santo”, como si el propio Dios no fuera espíritu o no fuera santo, o
ni espíritu ni santo.
Una nueva contradicción en que incurren los
dirigentes de la Iglesia Católica es la defensa simultánea del dogma de la Trinidad a la vez que la doctrina
de la simplicidad de Dios, la
cual implica que todas las cualidades que se predican de él son formas diversas
e inadecuadas de comprender su ser, en el cual, dada su simplicidad, sólo puede hablarse de sus cualidades mediante una distinción de razón pero no mediante una distinción real. Y, por ello, si
hubiera una distinción real de cualidades en cada una de las tres personas
divinas, en ese caso en cuanto todas las cualidades divinas son perfecciones,
eso implicaría que ninguna de las tres personas de la Trinidad sería perfecta,
puesto que carecería de aquellas cualidades o perfecciones que le
diferenciasen de las otras, mientras que si tuviera las mismas perfecciones –o
cualidades- en tal caso ya no serían tres personas sino una sola, pues,
recordando el “principio de identidad de los indiscernibles” de Leibniz, hay
que reconocer que “dos cosas iguales no son dos cosas sino una sola cosa”.
Sin embargo, en contra de esta concepción unitaria y
simple de la divinidad, la jerarquía de la Iglesia Católica afirma que tal
simplicidad de Dios es compatible con el dogma según el cual en Dios hay tres
personas iguales y realmente distintas, lo cual, además de contradecir
dicha simplicidad, representa una manera de intentar volver estúpidos a sus
prosélitos cuando les invita a que acepten que lo igual y lo distinto son
una misma cosa. Pero desde la aceptación del misterio de la Trinidad no
podría afirmarse la simplicidad de
Dios sino su complejidad o carácter no simple, en cuanto el Padre, el Hijo y Espíritu Santo fueran
Dios, pero fueran distintos entre sí.
Cuando los dirigentes de la Iglesia Católica no
saben cómo salir de una dificultad insuperable como ésta, por tratarse de una
contradicción, la llaman “misterio”. Pero, claro está, si la llaman misterio,
¿cómo han llegado ellos a saber que se trataba de una verdad? Si dicen que se lo
ha comunicado el Espíritu Santo, eso sería un motivo más que suficiente para
saber que están mintiendo, pues por mucho “espíritu” que sea, una
contradicción siempre será una contradicción, y negarse a aceptar tal evidencia
implica negar el valor de todo conocimiento que tenga como uno de sus principios
fundamentales dicho principio de contra-dicción, pues, en definitiva, desde la
negación de tal principio ni siquiera tendría sentido dialogar sobre ningún
tema, pues todo diálogo requiere del uso de ese principio tan elemental y tan
trascendental.
Un aspecto particular de esta cuestión, que merece
un comentario especial, es el que se relaciona con un pasaje del Nuevo Testamento que dice lo siguiente:
“Quien hable mal del Hijo del hombre podrá ser perdonado, pero el que
blasfema contra el Espíritu Santo no será perdonado”[10].
Se
trata, como puede verse sin necesidad de estrujarse el cerebro, de un pasaje simplemente
absurdo y ridículo, pues, si tanto el Padre, como el Hijo y como el Espíritu
Santo fueran Dios, una blasfemia contra el Espíritu Santo sería igual de grave
que otra contra el Padre o contra el Hijo. En caso contrario se estaría
suponiendo que el Espíritu Santo tendría una categoría superior a la de Padre y
a la del Hijo, como si fuera una especie de “Super-Dios”, pero esto estaría en
contradicción con la igualdad de las tres personas en cuanto todas fueran Dios.
Otro pasaje igual de “profundo”
que el anterior, pero en este caso referido al Padre y al conocimiento del fin
del mundo es el siguiente:
“En cuanto al
día y la hora, nadie sabe nada, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sino sólo
el Padre”[11].
El absurdo de este pasaje consiste en considerar de
nuevo que una de las personas de la Trinidad tenga una cualidad de la que las
demás carecen, como lo sería en este caso el conocimiento de cualquier
circunstancia de la realidad, que en este caso sólo la tendría el Padre, pero
no las demás personas de la Trinidad, por lo que el Padre, al tener mayor
sabiduría, sería más perfecto que las otras personas de la Trinidad. Pero, como
la perfección no admite grados, pues se es perfecto o no, en tal caso el Hijo y
el Espíritu Santo serían imperfectos por carecer de la sabiduría del Padre y,
en consecuencia, no serían Dios.
Según
parece la fijación de la doctrina de la Trinidad como dogma oficial de la secta
católica se produjo a lo largo de un periodo que va desde finales del siglo IV,
con el concilio de Constantinopla (año 381), hasta mediados del siglo V, con el
concilio de Calcedonia (año 451). Parece igualmente que la cre-ación de la
doctrina trinitaria por parte de los dirigentes cristianos debió de estar
influida por las correspondientes doctrinas trinitarias de otras religiones,
como la trinidad hindú, formada por Brahma, Vishnú y Shiva, la egipcia, formada
por Horus, Osiris e Isis, o como las de otras
mitologías similares. Este he-cho conduce a la conclusión casi evidente de que
tal “enrique-cimiento” de la teología cristiana fue un producto tardío deriva-do
de elucubraciones calenturientas de los dirigentes cristianos y alejado por
completo de la tradición de la religión de Israel, en la que se produjo la
secesión cristiana. De hecho parece que sólo se estableció como dogma del
cristianismo en el concilio de Constantinopla, hacia finales del siglo IV.
Finalmente
y al margen del absurdo de este asunto, se podría preguntar: ¿Tiene alguna trascendencia
para la vida de los creyentes que se les diga que Dios es “uno” o que es “tres
en uno”?
[1]
Mateo, 1:20: “Después de tomar esta decisión
[de separarse de María], el ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo:
-José, hijo de David, no tengas reparo en
recibir a María como esposa tuya, pues el hijo que espera viene del Espíritu
Santo”.
[2] Para ser más exactos, hay que reconocer que en una ocasión se habla
de “el hijo primogénito de Dios”, pero en dicha ocasión el autor de este pasaje
se refiere al rey David. En efecto, se dice en Salmos: “- Y yo lo constituiré en primogénito mío” (Salmos, 89:28).
[5] “Nada más ser
bautizado, Jesús salió del agua y, mientras salía, se abrie-ron los cielos y
vio al Espíritu de Dios que bajaba como una paloma y venía sobre él. Y una voz
del cielo decía:
-Éste es mi Hijo amado, en quien me
complazco” (Mateo, 3:16).
[6] “Todavía estaba
hablando Pedro, cuando el Espíritu Santo descendió sobre todos los que
escuchaban el mensaje” (Hechos,
10:44).
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