sábado, 3 de agosto de 2013

1.4. DIOS, TRES EN UNO.
Los dirigentes de la Iglesia Católica afirman que existe un solo Dios, pero a la vez defienden que “el Padre” es Dios, “el Hijo” es Dios y el “Espíritu Santo” es Dios, proclamando igualmente que “el Padre”, “el Hijo” y “el Espíritu Santo” son iguales y realmente distintos
Se trata de una serie de absurdas contradicciones en cuanto es evidente que, si se afirma que sólo hay un Dios y luego se dice que, siendo distintos el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, los tres son Dios, se estará afirmando la contradicción de que Dios es uno y es tres. La contradicción se acentúa  cuando se afirma que Padre, Hijo y Espíritu Santo son iguales y realmente distintos, lo cual equivale a la contradicción de decir que una misma cosa es igual y no igual a otra. Quizá alguien podría replicar que se puede ser igual en un sentido y desigual en otro, y eso tendría su lógica referido a realidades materiales que efectivamente pueden tener algunas cualidades iguales y otras desiguales. Pero tratándose de Dios, en cuya definición se encuentra la perfección y la simplicidad, no tendría ningún sentido suponer que, en cuanto “Padre”, tuviera cualidades de las que careciera en cuanto “Hijo” o en cuanto “Espíritu Santo”, y viceversa tratándose del Hijo respecto al Padre y al Espíritu Santo, y del Espíritu Santo respecto al Padre y al Hijo, pues aquello en lo que se diferenciasen o bien sería una perfección o no lo sería. Pero, si lo fuera, entonces las otras personas divinas serían imperfectas al carecer de la perfección que sólo tuviera la primera, mientras que, si no lo fuera, su posesión implicaría que la persona divina que poseyese tal cualidad no sería perfecta, por lo que no sería Dios.
Por otra parte, en relación con este misterio tan misterioso de la “Trinidad”, dicen también los dirigentes de la Iglesia Cató-lica que tanto el Padre, como el Hijo y el Espíritu Santo son eternos, y aquí tenemos un nuevo misterio, pues, si el Hijo nació de María[1], después de que ésta quedase embarazada por una gracia del Espíritu Santo, en tal caso parece evidente que el Hijo comenzó a existir hace poco más de dos mil años, que es cuando se supone que nació. Y, si alguien replica que, aunque Jesús nació de María, de hecho ya existía eternamente y que María sólo sirvió para su “encarnación”, en tal caso, afirmar que María es la “madre de Dios” es una superchería, contradictoria con la supuesta eternidad del Hijo, eternidad no compartida por María, la hija de Joaquín y de Ana, a la cual, en consecuencia, sería el colmo del absurdo considerar como “madre de Dios” –al margen de que para la fantasía de los creyentes venga muy bien la idea de una madre de Dios por cuya mediación puedan esperar milagros y favores que tal vez no confíen obtener directamente del propio Dios, que parece ser más inflexible-.
Además, si el Hijo de Dios hubiera tenido un comienzo en el tiempo, por lo menos en relación con su cuerpo (?), que habría adquirido a partir de su “madre” María, el propio Dios sólo habría alcanzado la plenitud de su ser en el momento en el que Jesús hubiera nacido, adquiriendo un cuerpo humano, de manera que antes de ese momento la Trinidad Divina habría estado incompleta, pues el Hijo habría carecido de cuerpo, adquiriéndolo posteriormente hace alrededor de dos mil años. Pero, tal hipótesis implica una nueva contradicción, en este caso con la doctrina que defiende la inmutabilidad divina.
En cualquier caso, siempre que aparece una nueva contradicción, los dirigentes de la secta católica se limitan a negarla, refugiándose en la consideración de que la razón humana es demasiado limitada para comprender tales verdades, que en tales casos llaman simplemente “misterios”, en lugar de aceptar que la búsqueda sincera de la verdad es incoherente con la aceptación de aquello que se desconoce que lo sea y mucho más con la aceptación de aquello que se sabe que es una contradicción.
El recurso de los dirigentes católicos para tales momentos es el de exigir la humildad, por la que los hombres reconozcan la limitación de su inteligencia para poder comprender las razones insondables de los misterios divinos, y la de exigir igualmente un acto de fe por el que los fieles crean en la verdad de sus ense-ñanzas, ya que “sin la fe no hay salvación”.  
Otro argumento que refuerza esta interpretación, contraria al valor del dogma de la Trinidad, puede verse en el hecho de que en el Antiguo Testamento –palabra de Dios, según dicen los dirigentes católicos-, no aparece tal doctrina en ningún momento, pues nunca se menciona al “Hijo”[2], y, aunque en algunas ocasiones se habla del “espíritu de Dios”, también se habla en muchas ocasiones de la “cólera de Dios” y no por ello se llega a considerar que exista Dios por una parte, y su espíritu o su cólera por otra. En cualquier caso y como ya se ha dicho, en el Antiguo Testamento hay algún texto en el que se nombra al “Espíritu del Señor”, como es el siguiente:
 “Entonces el espíritu del Señor descendió en medio de la asamblea y se posó sobre Jazaziel, hijo de Zacarías […]”[3].
Sin embargo, aunque parezca que en este pasaje se habla del “espíritu del Señor” como de una realidad sustantiva e independiente del propio Dios –aunque siendo también Dios-, si así fuera, realmente se incurriría en una contradicción en cuanto hay otro texto en el Antiguo Testamento que puede ayudar a com-prender mejor el sentido más lógico de ese “espíritu del Señor”, y dice así:
“Y cuando pasaron a la otra orilla, Elías dijo a Eliseo:
    -Pídeme lo que quieras antes de que sea arrebatado de tu presencia.
    Eliseo le dijo:
    -Dame como herencia dos tercios de tu espíritu.
    Elías le contestó:
    -¡Mucho pides! Si me ves cuando sea arrebatado, te será concedido; si no me ves, no se te concederá”[4].
Este diálogo parece bastante esclarecedor en cuanto es evidente que “el espíritu de Elías” -al margen de lo absurdo que sería que pudiera dividirse en partes-, no puede separarse del propio Elías como una realidad sustantiva que pudiera tener una existencia independiente del propio Elías, sino que es una cua-lidad del propio Elías, y, por ello, parece que lo que Eliseo está pidiendo a Elías es que de algún modo le trasmita al menos, si ello es posible, una parte importante de sus cualidades espirituales. Hay ocasiones en que todavía se emplean expresiones similares. Así, un estudiante puede decirle a su compañero aventajado: “¡Ya podrías prestarme un poco de tu inteligencia para preparar este examen!”. Pero es evidente que, del mismo modo que esa petición no puede ser concedida, pues la inteligencia de cada uno es una propiedad suya inseparable, por lo mismo hablar del “espíritu de Dios” como si se tratase de una realidad alienable del propio Dios resulta absurdo, ya que implicaría que Yahvé se quedaría sin espíritu cada vez que éste saliera de él para posarse, por ejemplo, en personajes como Jazaziel, como Jesús, después de ser bautizado por Juan Bautista[5], o como los apóstoles, cuando supuestamente el Espíritu Santo se posó sobre sus cabezas[6]. Parece que en los casos mencionados con la referencia a la cercanía del Espíritu del Señor a estos personajes se quiere trasmitir la idea de que de pronto Dios les dio una fuerza espiritual de tal categoría que les permitió realizar tareas para las que anteriormente no estaban preparados.
No obstante, esta interpretación, aplicada al propio Jesús, tiene el inconveniente de que, en cuanto se considere a Jesús como una manifestación del propio Dios, no habría necesitado de ninguna fuerza especial que previamente no tuviera. Sin embargo, como hay una serie de textos en los que a Jesús no se le considera Dios sino sólo “siervo de Dios”, en estos casos la idea de que el Espíritu Santo –o una fuerza especial enviada por Dios- llegase hasta él podría al menos no entrañar una contra-dicción manifiesta.
Hay diversos pasajes que tendrían un sentido claro a partir de esta interpretación. Así, por ejemplo, los siguientes:
“Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en lenguas extrañas, según el Espíritu Santo los movía a expresarse”[7];
“En los últimos días, dice Dios, derramaré mi Espíritu sobre todo hombre y profetizaran vuestros hijos y vuestras hijas…[8].
“Pedro tomó entonces la palabra y dijo: […] Me refiero a Jesús de Nazaret, a quien Dios ungió con Espíritu Santo y poder”[9].
Las tres citas –en especial la tercera- sugieren la idea de que el “Espíritu Santo” es una fuerza especial –en forma de ungüento en la última cita- y no una persona divina. ¿Qué sentido, si no, podría tener la expresión “Dios ungió [a Jesús] con Espíritu Santo y poder”? Resulta algo curioso esta última cita en cuanto, suponiendo que tanto Dios Padre, como Dios Hijo, como Dios Espíritu Santo en definitiva serían Dios, la frase podría transformarse por simple Lógica en la siguiente: “Dios ungió a Dios con Dios”, frase que no parece tener demasiado sentido.
Al mismo tiempo el hecho de que el propio Dios unja a Jesús con Espíritu Santo resulta difícil entenderlo de otro modo que a partir de la idea de que hay una clara diferencia entre Dios y el Espíritu Santo, de manera que este último no aparece como Dios sino como un bálsamo mágico que ilumina a Jesús para actuar sabiamente a la vez que el poder, que también da Dios a Jesús, le sirve para actuar de un modo especialmente valiente y enérgico para cumplir con la misión para la que supuestamente habría sido enviado, lo cual implica igualmente que, de acuerdo con este pasaje, tampoco Jesús se identifica con Dios. Obsérvese igualmente que el hecho de que se diga “derramaré mi Espíritu sobre todo hombre” o “[Dios ungió a Jesús] con Espíritu Santo y poder” convierte a Dios-Padre en el protagonista, mientras que el Espíritu Santo aparece como la fuerza que el propio Dios-Padre suministra a quien quiere, siendo Dios-Padre quien dispo-ne sobre el Espíritu Santo, como si tuviera autoridad sobre él, a pesar de que éste sería tan Dios como el Padre.
Por otra parte, en cuanto se considera que Dios es espíritu y se considera igualmente que es santo, también por ello carece de sentido suponer la existencia separada de un “espíritu santo”, como si el propio Dios no fuera espíritu o no fuera santo, o ni espíritu ni santo.   
Una nueva contradicción en que incurren los dirigentes de la Iglesia Católica es la defensa simultánea del dogma de la Trinidad a la vez que la doctrina de la simplicidad de Dios, la cual implica que todas las cualidades que se predican de él son formas diversas e inadecuadas de comprender su ser, en el cual, dada su simplicidad, sólo puede hablarse de sus cualidades mediante una distinción de razón pero no mediante una distinción real. Y, por ello, si hubiera una distinción real de cualidades en cada una de las tres personas divinas, en ese caso en cuanto todas las cualidades divinas son perfecciones, eso implicaría que ninguna de las tres personas de la Trinidad sería perfecta, puesto que carecería de aquellas cualidades o perfecciones que le diferenciasen de las otras, mientras que si tuviera las mismas perfecciones –o cualidades- en tal caso ya no serían tres personas sino una sola, pues, recordando el “principio de identidad de los indiscernibles” de Leibniz, hay que reconocer que “dos cosas iguales no son dos cosas sino una sola cosa”.  
Sin embargo, en contra de esta concepción unitaria y simple de la divinidad, la jerarquía de la Iglesia Católica afirma que tal simplicidad de Dios es compatible con el dogma según el cual en Dios hay tres personas iguales y realmente distintas, lo cual, además de contradecir dicha simplicidad, representa una manera de intentar volver estúpidos a sus prosélitos cuando les invita a que acepten que lo igual y lo distinto son una misma cosa. Pero desde la aceptación del misterio de la Trinidad no podría afirmarse la simplicidad de Dios sino su complejidad o carácter no simple, en cuanto el Padre, el Hijo y Espíritu Santo fueran Dios, pero fueran distintos entre sí.
Cuando los dirigentes de la Iglesia Católica no saben cómo salir de una dificultad insuperable como ésta, por tratarse de una contradicción, la llaman “misterio”. Pero, claro está, si la llaman misterio, ¿cómo han llegado ellos a saber que se trataba de una verdad? Si dicen que se lo ha comunicado el Espíritu Santo, eso sería un motivo más que suficiente para saber que están mintiendo, pues por mucho “espíritu” que sea, una contradicción siempre será una contradicción, y negarse a aceptar tal evidencia implica negar el valor de todo conocimiento que tenga como uno de sus principios fundamentales dicho principio de contra-dicción, pues, en definitiva, desde la negación de tal principio ni siquiera tendría sentido dialogar sobre ningún tema, pues todo diálogo requiere del uso de ese principio tan elemental y tan trascendental.    
Un aspecto particular de esta cuestión, que merece un comentario especial, es el que se relaciona con un pasaje del Nuevo Testamento que dice lo siguiente:
 “Quien hable mal del Hijo del hombre podrá ser perdonado, pero el que blasfema contra el Espíritu Santo no será perdonado”[10].
Se trata, como puede verse sin necesidad de estrujarse el cerebro, de un pasaje simplemente absurdo y ridículo, pues, si tanto el Padre, como el Hijo y como el Espíritu Santo fueran Dios, una blasfemia contra el Espíritu Santo sería igual de grave que otra contra el Padre o contra el Hijo. En caso contrario se estaría suponiendo que el Espíritu Santo tendría una categoría superior a la de Padre y a la del Hijo, como si fuera una especie de “Super-Dios”, pero esto estaría en contradicción con la igualdad de las tres personas en cuanto todas fueran Dios.
Otro pasaje igual de “profundo” que el anterior, pero en este caso referido al Padre y al conocimiento del fin del mundo es el siguiente:
“En cuanto al día y la hora, nadie sabe nada, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sino sólo el Padre”[11].
El absurdo de este pasaje consiste en considerar de nuevo que una de las personas de la Trinidad tenga una cualidad de la que las demás carecen, como lo sería en este caso el conocimiento de cualquier circunstancia de la realidad, que en este caso sólo la tendría el Padre, pero no las demás personas de la Trinidad, por lo que el Padre, al tener mayor sabiduría, sería más perfecto que las otras personas de la Trinidad. Pero, como la perfección no admite grados, pues se es perfecto o no, en tal caso el Hijo y el Espíritu Santo serían imperfectos por carecer de la sabiduría del Padre y, en consecuencia, no serían Dios.
Según parece la fijación de la doctrina de la Trinidad como dogma oficial de la secta católica se produjo a lo largo de un periodo que va desde finales del siglo IV, con el concilio de Constantinopla (año 381), hasta mediados del siglo V, con el concilio de Calcedonia (año 451). Parece igualmente que la cre-ación de la doctrina trinitaria por parte de los dirigentes cristianos debió de estar influida por las correspondientes doctrinas trinitarias de otras religiones, como la trinidad hindú, formada por Brahma, Vishnú y Shiva, la egipcia, formada por  Horus, Osiris e Isis, o como las de otras mitologías similares. Este he-cho conduce a la conclusión casi evidente de que tal “enrique-cimiento” de la teología cristiana fue un producto tardío deriva-do de elucubraciones calenturientas de los dirigentes cristianos y alejado por completo de la tradición de la religión de Israel, en la que se produjo la secesión cristiana. De hecho parece que sólo se estableció como dogma del cristianismo en el concilio de Constantinopla, hacia finales del siglo IV.
Finalmente y al margen del absurdo de este asunto, se podría preguntar: ¿Tiene alguna trascendencia para la vida de los creyentes que se les diga que Dios es “uno” o que es “tres en uno”?



[1] Mateo, 1:20: “Después de tomar esta decisión [de separarse de María], el ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo:
    -José, hijo de David, no tengas reparo en recibir a María como esposa tuya, pues el hijo que espera viene del Espíritu Santo”.
[2] Para ser más exactos, hay que reconocer que en una ocasión se habla de “el hijo primogénito de Dios”, pero en dicha ocasión el autor de este pasaje se refiere al rey David. En efecto, se dice en Salmos: “- Y yo lo constituiré en primogénito mío” (Salmos, 89:28).
[3] 2 Crónicas, 20:13.
[4] 2 Reyes, 2:9-10.
[5] “Nada más ser bautizado, Jesús salió del agua y, mientras salía, se abrie-ron los cielos y vio al Espíritu de Dios que bajaba como una paloma y venía sobre él. Y una voz del cielo decía:
     -Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco” (Mateo, 3:16).
[6] “Todavía estaba hablando Pedro, cuando el Espíritu Santo descendió sobre todos los que escuchaban el mensaje” (Hechos, 10:44).

[7] Hechos, 2:4.
[8] Hechos, 2:17.
[9] Hechos, 10:34-38.
[10] Lucas, 12:10.
[11] Marcos, 13:32.

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