EL
DOGMA CATÓLICO DE LA TRINIDAD,
UNA
CONTRADICCIÓN EVIDENTE
Los dirigentes de la Iglesia
Católica afirman que existe un solo Dios, pero a la vez defienden que “el
Padre” es Dios, “el Hijo” es Dios y el “Espíritu Santo” es Dios, proclamando
igualmente que “el Padre”, “el Hijo” y “el Espíritu Santo” son iguales y
realmente distintos.
Se
trata de una serie de absurdas contradicciones en cuanto es evidente que, si se
afirma que sólo hay un Dios y luego se dice que, siendo distintos el Padre, el
Hijo y el Espíritu Santo, los tres son Dios, se estará afirmando la
contradicción de que Dios es uno y es tres en cuanto se diga que cada una de esas tres personas es Dios.
La contradicción se acentúa cuando se
afirma que Padre, Hijo y Espíritu Santo son iguales y realmente distintos, lo
cual equivale a la contradicción de decir que una misma cosa es igual y no igual a otra. Quizá alguien podría replicar que se puede ser
igual en un sentido y desigual en otro, y eso tendría su lógica referido a
realidades materiales que efectivamente pueden tener algunas cualidades iguales
y otras desiguales. Pero tratándose de Dios, en cuya esencia se encuentra la
perfección y la simplicidad, no tendría ningún sentido suponer que en cuanto
“Padre” tuviera cualidades de las que carece en cuanto “Hijo” o en cuanto
“Espíritu Santo”, y viceversa tratándose del Hijo respecto al Padre y el
Espíritu Santo, y del Espíritu Santo respecto al Padre y al Hijo.
Por otra parte, en relación con este misterio tan
misterioso de la “Trinidad”, dicen también los dirigentes de la Iglesia
Católica que tanto el Padre, como el Hijo y el Espíritu Santo son eternos, y
aquí tenemos un nuevo misterio Pues, si el Hijo nació de María[1],
después de que ésta quedase embarazada por una gracia del Espíritu Santo, en
tal caso parece evidente que el Hijo comenzó a existir hace alrededor de 2.000
años, que es cuando se supone que nació. Y, si alguien replica que, aunque
Jesús nació de María, de hecho ya existía eternamente y que María sólo sirvió
para su “encarnación”, en tal caso, afirmar que María es la “madre de Dios” es
una superchería, contradictoria con la supuesta eternidad del Hijo, eternidad
no compartida por María, la hija de Joaquín y de Ana, a la cual, en
consecuencia, sería el colmo del absurdo considerar como “madre de Dios” –al
margen de que para la fantasía de los creyentes les venga muy bien la idea de
una madre de Dios mediante la cual
puedan esperar milagros y favores que tal vez no confíen obtener directamente
del propio Dios, que parece ser más inconmovible.
Otro argumento que refuerza esta interpretación,
contraria al valor del dogma de la Trinidad, puede verse en el hecho de que en
el Antiguo Testamento –palabra de
Dios, según dicen los dirigentes católicos-, no aparece la doctrina de la Trinidad en ningún momento, pues nunca
se menciona al “Hijo” y sólo en algunas ocasiones se habla del “espíritu de
Dios”, aunque sí se habla en muchas ocasiones de la “cólera de Dios”, lo cual
no implica que exista Dios por una parte y su espíritu por otra, del mismo modo
que tampoco implica que existan Dios y su cólera, cada uno por un sitio.
No obstante y como ya se ha dicho, en el Antiguo Testamento hay algún texto que
se refiere al “Espíritu del Señor”, como es el siguiente:
“Entonces el espíritu del Señor descendió en
medio de la asamblea y se posó sobre Jazaziel, hijo de Zacarías […]”[2].
Sin embargo, aunque parezca que en este pasaje se
habla del “espíritu del Señor” como de una realidad sustantiva e independiente
del propio Dios –aunque siendo también Dios-, si así fuera, realmente se
incurriría en una contradicción, pues hay otro texto en el Antiguo Testamento
que puede ayudar a comprender mejor el sentido más lógico de ese “espíritu del
Señor”, y dice así:
“Y cuando
pasaron a la otra orilla, Elías dijo a Eliseo:
-Pídeme lo que quieras antes de que sea
arrebatado de tu presencia.
Eliseo le dijo:
-Dame como herencia dos tercios de tu espíritu.
Elías le contestó:
-¡Mucho pides! Si me ves cuando sea
arrebatado, te será concedido; si no me ves, no se te concederá”[3].
Este diálogo parece bastante esclarecedor en cuanto
es evidente que “el espíritu de Elías” -al margen de lo absurdo que sería que
pudiera dividirse en partes-, no puede separarse del propio Elías como una
realidad sustantiva que tuviera una existencia independiente del propio Elías,
sino que es una cualidad del propio Elías, y, por ello, da la impresión de que
lo que Eliseo está pidiendo a Elías es que de algún modo le trasmita al menos
una parte importante de sus cualidades espirituales. Hay ocasiones en que
todavía se emplean expresiones similares. Así, un estudiante puede decirle a su
compañero aventajado: “¡Ya podrías prestarme un poco de tu inteligencia para
preparar este examen!”. Pero es evidente que, del mismo modo que esa petición
no puede ser concedida pues la inteligencia de cada uno es una propiedad inseparable
de sí mismo, por lo mismo hablar del “espíritu de Dios” como si se tratase de
una realidad alienable del propio Dios, resulta absurdo, ya que implicaría que
el Yahvé se quedaría sin espíritu cada vez que éste saliera de él para posarse,
por ejemplo, en personajes como Jazaziel, como Jesús, después de ser bautizado
por Juan Bautista[4],
o como los apóstoles, cuando supuestamente el Espíritu Santo se posó sobre sus
cabezas[5].
Parece que en los casos mencionados con la referencia a la cercanía del Espíritu
del Señor a estos personajes si quiere trasmitir la idea de que de pronto Dios
les dio una fuerza espiritual de tal categoría que les permitió realizar tareas
para las que anteriormente no estaban preparados. No obstante, esta
interpretación aplicada al propio Jesús tiene el inconveniente de que, en
cuanto se le considere Dios, no habría necesitado de ninguna fuerza especial
que previamente no tuviera. Sin embargo, como hay una serie de textos en los
que a Jesús no se le considera Dios sino sólo siervo de Dios, en estos casos la
idea de que el Espíritu Santo –o una fuerza especial enviada por Dios- llegase
hasta él podría al menos no entrañar una contradicción especialmente
manifiesta.
Hay diversos pasajes
que tendrían un sentido claro a partir de esta interpretación. Así, por
ejemplo, los siguientes:
“Todos quedaron
llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en lenguas extrañas, según el
Espíritu Santo los movía a expresarse”[6];
“En los últimos
días, dice Dios, derramaré mi Espíritu
sobre todo hombre y profetizaran vuestros hijos y vuestras hijas…”[7].
“Pedro tomó
entonces la palabra y dijo: […] Me refiero a Jesús de Nazaret, a quien Dios ungió con Espíritu Santo y poder”[8].
Las
tres citas –en especial la tercera- sugieren la idea de que el “Espíritu Santo”
es una fuerza especial –en forma de ungüento
en la última cita- y no una persona divina. ¿Qué sentido, si no, podría tener
la expresión “Dios ungió [a Jesús] con Espíritu Santo y poder”. Resulta curioso
esta última cita en cuanto, suponiendo que tanto Dios Padre como Dios hijo como
Dios Espíritu Santo en definitiva serían Dios, la frase podría transformarse
por simple Lógica en la siguiente: “Dios ungió a Dios con Dios”, frase que no
parece tener mucho sentido.
Al mismo tiempo el
hecho de que el propio Dios unja a Jesús con Espíritu Santo resulta difícil
entenderla de otro modo que a partir de la idea de que hay una clara diferencia
entre Dios y el Espíritu Santo, de manera que este último no aparece como Dios
sino como un bálsamo mágico que
ilumina a Jesús para actuar sabiamente a la vez que el poder, que también da
Dios a Jesús, le sirve para actuar de un modo especialmente valiente y enérgico
para cumplir con la misión para la que supuestamente fue enviado, lo cual
implica igualmente que, de acuerdo con este pasaje, tampoco Jesús se identifica
con Dios.
Por otra parte, en
cuanto se considera que Dios es espíritu y se considera igualmente que es
santo, también por ello carece de sentido suponer la existencia separada de un
“espíritu santo”, en cuanto eso sería introducir una duplicidad innecesaria y
absurda.
Una nueva contradicción en que incurren los
dirigentes de la Iglesia Católica es su defensa del dogma de la Trinidad a la
vez que la doctrina de la simplicidad de Dios, la cual implica que todas
las cualidades que se predican de él son formas diversas e inadecuadas de
comprender su ser, en el cual, dada su simplicidad,
sólo puede hablarse de sus cualidades mediante una distinción de razón pero no mediante una distinción real.
Pero, además, si hubiera una distinción real de
cualidades en cada una de las tres personas divinas eso implicaría que ninguna
de ellas sería perfecta por carecer de las cualidades -perfecciones- que le
diferenciarían de las otras.
Sin embargo, en contra de esta concepción unitaria y
simple de la divinidad, la jerarquía de la Iglesia Católica afirma que tal
simplicidad de Dios es compatible con el dogma según el cual en Dios hay tres
personas iguales y realmente distintas, lo cual, además de contradecir
dicha simplicidad, representa una manera de intentar volver locos o estúpidos a
sus prosélitos cuando les invita a que acepten que lo igual y lo distinto
son una misma cosa, ya que, si esas tres personas son iguales, en tal caso
no son tres sino una sola, mientras que, si son distintas, en tal caso no son
una sino tres. Y no podría afirmarse la simplicidad
de Dios sino su complejidad o carácter no simple en cuanto el Padre, el
Hijo y Espíritu Santo fueran Dios, pero fueran distintos entre sí.
Un aspecto particular de esta cuestión, que merece
un comentario especial es el que se relaciona con un pasaje del Nuevo Testamento que dice lo siguiente:
“Quien hable mal del Hijo del hombre podrá ser perdonado, pero el que
blasfema contra el Espíritu Santo no será perdonado”[9].
Se
trata, como puede verse sin necesidad de estrujarse el cerebro, de un pasaje
absurdo, pues, si tanto el Padre como el Hijo y como el Espíritu Santo fueran
Dios, una blasfemia contra el Espíritu Santo sería igual de grave que otra
contra el Padre o contra el Hijo. En caso contrario se estaría suponiendo que
el Espíritu Santo tendría una categoría superior a la de Padre y a la del Hijo,
como si fuera una especie de “Super-Dios”, pero esto estaría en contradicción
con la igualdad de las tres personas en cuanto todas serían Dios.
Otro pasaje igual de
chusco, pero en este caso, referido al Padre y al conocimiento del fin del
mundo es el siguiente:
“En cuanto al
día y la hora, nadie sabe nada, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sino sólo
el Padre”[10].
El absurdo de este pasaje consiste en considerar de
nuevo que una de las personas de la Trinidad tenga una cualidad de la que las
demás carecen, como lo sería en este caso el conocimiento de cualquier
circunstancia de la realidad, que en este caso sólo la tendría el Padre, pero
no las demás personas de la Trinidad, por lo que el Padre, al tener mayor
sabiduría, sería más perfecto que las otras. Pero, como la perfección no admite
grados, pues se es perfecto o no, en tal caso el Hijo y el Espíritu Santo
serían imperfectos por carecer de la sabiduría del Padre y, en consecuencia, no
serían Dios en cuanto se proclame que Dios es perfecto.
Según
parece la fijación de la doctrina de la Trinidad como dogma oficial de la secta
católica se produjo a lo largo de un periodo que va desde finales del siglo IV,
con el concilio de Constantinopla (año 381), hasta mediados del siglo V, con el
concilio de Calcedonia (año 451). Parece igualmente que la creación de la
doctrina trinitaria por parte de los dirigentes cristianos debió de estar
influida por las correspondientes doctrinas trinitarias de otras religiones,
como la trinidad hindú formada por Brahma, Vishnú y Shiva, o como otras
mitologías similares. Este hecho conduce a la conclusión casi evidente de que
tal “enriquecimiento” de la teología cristiana fue un producto tardío de
elucubraciones calenturientas de los dirigentes cristianos, alejado por
completo de la tradición de la religión judía de la que surgió la secta
cristiana.
Finalmente,
se podría preguntar: ¿Tiene alguna trascendencia para la vida de los creyentes
que se les diga que Dios es “uno” o que es “tres en uno”?
[1] Mateo, 1:20: “Después de tomar esta decisión
[de separarse de María], el ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo:
-José, hijo de David, no tengas reparo en
recibir a María como esposa tuya, pues el hijo que espera viene del Espíritu
Santo”.
[4] “Nada más ser bautizado, Jesús salió del agua y,
mientras salía, se abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios que bajaba
como una paloma y venía sobre él. Y una voz del cielo decía:
-Éste es mi Hijo amado, en quien me
complazco” (Mateo, 3:16).
[5] “Todavía estaba
hablando Pedro, cuando el Espíritu Santo descendió sobre todos los que
escuchaban el mensaje” (Hechos,
10:44).
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