YAHVÉ,
el
Dios judeo-cristiano:
Un
ser trascendente a la vez que antropomórfico,
inmensamente
despótico, cruel y vengativo.
Antonio
García Ninet
Doctor
en Filosofía
Si
atendemos al significado que el concepto de Dios ha tenido a lo largo de la
historia del judeo-cristianismo nos encontramos con unas ideas totalmente
antropomórficas: Un ser que ama y que odia, que es celoso y vengativo, que
premia, castiga, ordena, se equivoca, se arrepiente, amenaza, rectifica, destruye
y mata, y que es vulnerable en la misma medida en que puede ser ofendido,
desobedecido, traicionado y olvidado.
CRÍTICA:
Esta perspectiva respecto a la esencia de ese Dios conduce al absurdo de
considerar que, siendo omnipotente y habiendo programado por ello las
decisiones y las acciones humanas, castiga de manera absurda a muchos de
quienes se han comportado de acuerdo con los objetivos para los que él mismo
les ha programado, de manera que tal actuación convertiría al propio Dios en un
ser caprichoso, déspota y contradictorio. Es verdad, sin embargo, que los
autores de la Biblia –a pesar de
estar supuestamente inspirados por el Espíritu Santo, según dicen los
dirigentes de la Iglesia Católica- no repararon en el hecho de que la predeterminación
divina implicaba la automática anulación del libre albedrío, de la responsabilidad, del mérito
o de la culpa aplicadas al hombre, de manera que, como un
aspecto de dicha predeterminación, el propio Dios habría programado a Judas
para que traicionase a Jesús, por lo que aquél no pudo hacer otra cosa que lo
que hizo, de manera que Judas sólo habría sido un instrumento para que todo se
cumpliese de acuerdo con los planes divinos, y, por ello mismo, sería una contradicción
considerarle culpable de su acción, a pesar de que aquella traición se la considere
tal vez como la mayor ofensa que podía cometerse contra Dios, si Judas hubiera
sido libre de cometerla. Recordemos cómo en los evangelios aparece la
afirmación de Jesús “uno de vosotros me entregará”, es decir, ya todo estaba
dispuesto así desde la eternidad, pues no se trataba sólo de que Dios por su
omnisciencia supiera qué iba a suceder, sino que además él mismo lo había
programado.
Otro aspecto de este antropomorfismo sería la
suposición de que Dios quiso crear a la humanidad para que le amase y le
adorase, lo cual supone ignorar que su perfección quedaría anulada desde
el momento en que su propia autosuficiencia quedaría anulada al estar subordinada
de algún modo a la satisfacción o
al enfado que sintiese como consecuencia de las acciones y de los
sentimientos que el ser humano tuviera hacia él, sentimientos que, por otra
parte, habrían sido programados igualmente por el propio Dios, por lo
que el origen de tal satisfacción sería un ridículo autoengaño.
Un aspecto complementario de este antropomorfismo
consiste en la pretensión de que la adoración, las penitencias, los ayunos y
las oraciones de los hombres pudieran causarle alguna satisfacción, pues
nuevamente este punto de vista implica una negación de la inmutabilidad y de la
perfección divina, y al mismo tiempo la contradicción de suponer que Dios tenga
estados emocionales variables y subordinados a las actitudes y
sentimientos que el hombre tenga hacia él.
Por otra parte y como ya se ha visto en el capítulo
anterior, la existencia de Dios como ser perfecto es incompatible no sólo con
la existencia del Universo sino también con la presencia en él de tantos
aspectos absurdos como lo son en una gran medida los que rodean la existencia
humana, como en especial cualquier forma de sufrimiento, humano y no humano. Esta
incompatibilidad se hace más patente si se tiene en cuenta que, de acuerdo con
un aforismo escolástico, el modo de actuar de cada ser es consecuencia y
manifestación de su modo de ser (“operari sequitur esse”), de manera que, suponiendo
incluso la absurda hipótesis de que un ser perfecto hubiera deseado
crear algo, lo habría creado tan perfecto como lo fuera él mismo, pues su
amor infinito le habría llevado a conceder al hombre la perfección en el mismo
grado en que su poder se lo hubiese permitido, y, siendo este poder infinito,
habría creado al ser humano tan perfecto como lo fuera el propio Dios, del
mismo modo que obraría un padre en relación con su hijo, hasta ayudarle a
alcanzar metas superiores incluso a las que él mismo hubiera podido lograr.
Pero, además, ese amor infinito no sólo sería contradictorio con las
imperfecciones humanas sino, como ya se ha dicho, con la existencia del sufrimiento,
de las enfermedades, de la muerte y de todas las calamidades que rodean la
existencia humana a lo largo de su vida y que están igualmente presentes en los
seres capaces de sentir.
El antropomorfismo del concepto religioso de
Dios se muestra igualmente en la consideración de B. Spinoza según la cual la infinitud
de Dios sería incompatible con la existencia de cualquier otra realidad que
pudiera limitar la suya y, en consecuencia, un concepto menos
antropomórfico de Dios sería aquél que lo identificase con el conjunto de lo real, por lo que el mismo ser humano sería parte
de Dios en cuanto nada más podría existir además de él. Este concepto
significaría renunciar a la idea de un Dios personal para asumir la de un dios
global, es decir, un panteísmo según el cual Dios se identificaría con el
conjunto de lo existente.
Sin embargo y como ya se ha dicho, los dirigentes de
Israel y los de la Iglesia Católica introdujeron desde sus comienzos un
concepto sumamente antropomórfico de Dios que le ha sido muy rentable para el
crecimiento de su “negocio espiritual”, dado que a la humanidad en general le
resulta mucho más asequible, más de acuerdo con su fantasía y con la
satisfacción de sus miedos y de sus deseos, asumir la idea de un Dios con
sentimientos y cualidades humanas que la de un Dios que, según la pura Lógica,
estaría radicalmente alejado de cualquier sentimiento y de cualquier actividad
o modificación de su estado de absoluta e impasible perfección.
1.
La serie de aspectos antropomórficos
que el judeo-cristianismo ha atribuido a su Dios puede conocerse de un modo
directo leyendo los continuos pasajes en que tales cualidades se ponen de
manifiesto. Entre ellos destacamos un conjunto significativo para comprobar de
un modo más directo aquello que los seguidores de la Iglesia Católica dicen que
su Dios comunicó acerca de sí mismo y para mostrar el carácter contradictorio
de las cualidades que en dichos pasajes se le atribuyen, cualidades que a los
dirigentes de la Iglesia Católica les ha interesado resaltar, procurando
presentar elucidaciones interesadas de aquéllos que se contradicen con éstos.
2. Un Dios “humano, demasiado humano”:
A lo largo de las páginas que siguen presentaré una
serie de textos bíblicos y de los comentarios correspondientes a fin de
demostrar el carácter antropomórfico del Dios judeo-cristiano.
En este sentido ya en
el Génesis, primer libro de la Biblia, se dice:
a) “…y descansó
el día séptimo de todo lo que había hecho”[1].
En
este pasaje se atribuye a Dios no sólo la imperfección antropomórfica de desear y hacer algo, como la supuesta creación, como si ese algo le faltase a su teórica
perfección, sino también la de cansarse de
actuar, como nos sucede a los humanos, y la correspondiente necesidad de descansar, lo cual no parece propio de ningún Dios que se precie
sino una primera muestra del antropomorfismo que caracteriza a ese mítico Dios.
b) “Al ver el
Señor que crecía en la tierra la maldad del hombre y que todos sus proyectos
tendían siempre al mal, se arrepintió
de haber creado al hombre en la tierra”[2].
Este
pasaje es otro claro ejemplo de antropomorfismo y de contradicción interna con
respecto al concepto del Dios judeo-cristiano y con respecto al de un Dios
mínimamente cercano a la perfección. En efecto, en primer lugar en él se olvida
que Dios, por su omnipotencia y omnisciencia, debía conocer desde la eternidad
“el crecimiento de la maldad del hombre”, por lo que era una contradicción
escribir “se arrepintió de haber creado al hombre” como si sólo en aquel momento hubiera llegado a enterarse de dicha maldad.
Pero, además, la perfección de los actos divinos sería incompatible con la idea
de que en algunos se hubiera equivocado, de manera que luego tuviera
que arrepentirse de haberlos
realizado. Y, finalmente, si por la omnipotencia divina los actos humanos
estaban programados por él, tal como se reconoce en diversos momentos de la Biblia, no tenía sentido decir que “crecía
en la tierra la maldad del hombre”, puesto que el hombre no habría podido hacer
otra cosa que aquello para lo cual hubiera sido programado por ese Dios.
Un pasaje similar a éste es el que dice:
c) “Y añadió el Señor
[hablando con Moisés]:
-Me
estoy dando cuenta de que ese pueblo [= Israel] es un pueblo obcecado.
Déjame; voy a desahogar mi furor contra ellos y los aniquilaré”[3].
Se
dice aquí que Dios se estaba dando cuenta
en ese momento de que Israel era un pueblo
obcecado. Es decir, que antes de crear al pueblo judío no sabía cómo se iba
a comportar en el futuro, a pesar de haberlo predeterminado y haberlo creado de
acuerdo con sus planes y con las cualidades que quiso darle.
Por otra parte, el
pasaje incurre en el antropomorfismo de atribuir a ese Dios la debilidad humana
de enfurecerse, lo cual presupone la idea que un ser tan insignificante como el
ser humano tiene el poder de alterar la impasibilidad de todo un Dios perfecto
-del que además se dice que es inmutable-
hasta el punto de provocar su decisión de aniquilarlo, decisión que luego
tampoco llega a cumplir, por lo que de nuevo se pone en evidencia que su
supuesta inmutabilidad es pura palabrería, en contra de lo que debería ser la
cualidad de ese Dios como ser perfecto. Finalmente, cuando Yahvé dice “ese
pueblo [= Israel] es un pueblo obcecado” está atribuyendo al pueblo de Israel
la cualidad de la obcecación en lugar de considerar que, de acuerdo con la
supuesta libertad que Yahvé habría dado al hombre, ninguna cualidad moral
podría pertenecer al hombre de modo intrínseco sino sólo como consecuencia de
una práctica por la que el hombre alcanzase o no las correspondiente cualidades
o virtudes morales. Pero, como más adelante se verá detalladamente, tal
supuesta libertad humana estaría en contradicción con la omnipotencia
divina.
En el pasaje siguiente se atribuye a Dios la
imperfección del olvido, negando, en
consecuencia, su omnisciencia, pues evidentemente
el hecho de que tuviese que recordar
la promesa que había hecho implica que previamente la había olvidado:
d) “Dios escuchó
sus lamentos y recordó la promesa que
había hecho a Abraham, Isaac y Jacob. Dios se fijó en los israelitas y
comprendió su situación”[4].
En el texto que sigue Moisés consigue aplacer la ira divina, consigue igualmente que Dios
se arrepienta de haber querido hacer
el mal a su pueblo y convence a Dios
para que no lo destruya. El Dios con quien habla Moisés es un Dios ingenuamente
antropomórfico con sentimientos de ira,
con errores en sus actuaciones de los
que luego se arrepiente y, en
definitiva, un Dios al que un hombre, el propio Moisés, tiene que exhortarle
para lograr que se arrepienta “del mal que había querido hacer”. Todo ello
representa una ingenua proyección en Dios de cualidades simplemente humanas que
evidentemente son contradictorias con el concepto de un Dios perfecto:
e) “Aplaca el
ardor de tu ira y arrepiéntete de haber querido hacer el mal a tu pueblo […] Y
el Señor se arrepintió del mal que había querido hacer a su pueblo”[5].
Muchos
de quienes defienden la Biblia como
la “palabra de Dios”, inspirada por el Espíritu Santo, podrían replicar a esta
crítica diciendo que sus aspectos antropomórficos se debían a la dificultad que
el pueblo de Israel habría tenido en aquellos momentos para comprender las
cualidades divinas si se utilizaba un lenguaje distinto y unos conceptos más
exactos. Sin embargo, a esta réplica habría que responder de diversas maneras:
Podría decirse que Dios hubiera podido dar al pueblo la capacidad suficiente
para entender su perfección y su forma de manifestarse en lugar de tener que
recurrir a metáforas que eran incompatibles
con tal perfección y con actos criminales
que, más allá de cualquier metáfora, daban una idea de Dios realmente absurda y
totalmente alejada de aquella perfección que hubiera debido corresponderle.
3. Yahvé, un Dios tribal.- En los
siguientes pasajes se pone de manifiesto que, en líneas generales y quizá con
alguna excepción, el Dios de que se habla en el Antiguo Testamento no es un Dios universal sino un Dios tribal, que se preocupa por su
pueblo, Israel, alejando –o destruyendo en muchos momentos- a los pueblos que
representen un peligro para el suyo. Tiene interés observar igualmente que ese
Dios es tan imperfecto que ni siquiera tiene seguridad en sí mismo respecto al
autodominio de sus actos, hasta el punto de que renuncia a acompañar a su
pueblo porque “acabaría con vosotros en el camino”. En efecto, se dice en Éxodo:
a)
“Mandaré mi ángel delante de ti y desalojaré a los cananeos, amorreos, hititas,
pereceos, jeveos, y jebuseos […] Sin embargo, yo no iré contigo, porque sois un
pueblo obcecado y acabaría con vosotros en el camino”[6].
El texto siguiente refleja
descaradamente –como en tantas otras ocasiones- los intereses y ambiciones
materiales de los sacerdotes israelitas,
que piden a su pueblo toda una serie de bienes “para su Dios”, aunque
evidentemente son para su exclusivo disfrute, pues ¿de qué iban a servirle a su
Dios? Está claro que éste no habría tenido necesidad alguna de las ofrendas,
alimentos y sacrificios que aquí se exigen, ya que por su omnipotencia y
perfección no necesitaría de ninguno y, en consecuencia, no podía depender de
las ofrendas de su pueblo. Sin embargo, tanto entonces como ahora, la
ingenuidad del pueblo determina que los sacerdotes de las diversas
religiones, en este caso la judía y la
de la Iglesia Católica, se sigan enriqueciendo por las constantes limosnas de
sus fieles así como por los robos directos –por ejemplo, “inmatriculando”
bienes a su nombre aquí en España en cuanto inexplicablemente las leyes se lo
permiten- o indirectos, que cometen sus dirigentes chantajeando a los gobiernos
de los países donde tienen influencia política y social para que éstos le den
una parte considerable de los impuestos que el pueblo paga para fines que nada
tienen que ver con el enriquecimiento insaciable de los jefes de la Iglesia
Católica:
b) “El Señor dijo
a Moisés:
-Di a los israelitas: No os olvidéis de
presentarme a su tiempo las ofrendas que me pertenecen, mis alimentos y
sacrificios por fuego de suave aroma para mí”[7].
De acuerdo con las críticas
señaladas al anterior pasaje el presente es de una ingenuidad pasmosa y sugiere
la idea de una fiera de la mitología exigiendo sus ofrendas al poblado al que
puede destruir en el caso de que no cumpla con las peticiones de este monstruo.
Es ridículo imaginar a un “Dios perfecto” exigiendo las ofrendas de su pueblo.
4.
Yahvé, un Dios que realiza un pacto de alianza exclusiva con Israel, que
destruye a quienes se le oponen y que no es, ni mucho menos, un Dios único ni
universal.
De acuerdo con su carácter tribal, Yahvé pretende
establecer una alianza perpetua con su pueblo y así respecto a ella se dice en Éxodo:
“Os tomaré para que seáis mi pueblo, y yo
seré vuestro Dios; entonces conoceréis que yo soy el Señor, vuestro Dios, el
que os libró de la opresión egipcia”[8].
¿Qué importancia tienen estas
palabras? Pues realmente una importancia esencial, ya que a lo largo de la Biblia se habla en muchas ocasiones de
una alianza entre Yahvé y el pueblo
de Israel.
Pero,
¿qué clase de alianza es ésta? Como puede verse por los textos que a
continuación se citan, aquí lo que hay no es un pacto o alianza entre Yahvé y
el pueblo de Israel sino una simple imposición
divina, aunque en realidad esta alianza no es otra cosa que una invención de
los sacerdotes de Israel para reforzar su autoridad sobre el pueblo. Por dicha
“alianza” Yahvé proponía –o imponía a Abraham- que el pueblo de Israel le
aceptase como “su Dios” y le guardase fidelidad. A cambio éste le concedería su
protección contra sus enemigos, le ayudaría a superar la situación de
esclavitud en que el faraón egipcio todavía le había de someter, y le
concedería un lugar en el que poder establecerse para siempre, la llamada
“tierra prometida”.
Sin
embargo, Abraham en ningún momento llegó a pronunciarse acerca de la propuesta
(?) de Yahvé, al margen de que lo más lógico es que la hubiera aceptado –en el
caso de que se hubiera producido-, pues, aunque en Génesis aparece un diálogo entre Yahvé y Abraham en referencia a
esa supuesta alianza, sin embargo, en ningún momento de ese encuentro Abraham asiente
formalmente a ella.
Pero,
en cualquier caso, hay que decir que tal “alianza” habría tenido un valor nulo
en cuanto, a la hora de la verdad y posteriormente a dicho encuentro, Yahvé
introducía en la práctica una cláusula que para nada aparecía en aquella “negociación”
con Abraham: Se trata de que Yahvé no le advierte de que, si el pueblo de
Israel incumple la fidelidad que deberá mantenerle, él actuará de forma
despótica contra su pueblo, matando y destruyendo sin piedad a justos y
pecadores hasta que su ira se aplaque.
Además,
hay que decir igualmente que, incluso en el caso de que Abraham hubiera
aceptado formalmente tal “alianza”, ésta se habría producido entre Yahvé y
Abraham, pero no entre Yahvé y el pueblo de Israel por los siglos de los siglos
amén, pues la decisión de Abraham no tenía por qué ligar al resto de su pueblo
ni a su descendencia.
Sin
embargo, el sentimiento israelita de unidad tribal y de pueblo debía de ser tan
intenso en aquellos tiempos que, al parecer, el autor de este relato consideró
con toda naturalidad que un supuesto pacto entre Yahvé y Abraham obligaba a
todo su pueblo, como si éste fuera una simple prolongación de Abraham y como si
las personas careciesen de individualidad propia, de manera que su libre
decisión para ratificar o para anular aquel dudoso pacto no merecía siquiera
ser tomada en cuenta.
Hay
otros pasajes que insisten en esta misma idea, aunque en ocasiones con algún
matiz digno de ser destacado, como son los siguientes:
“…si me obedecéis y guardáis mi alianza,
vosotros seréis el pueblo de mi propiedad entre todos los pueblos”[9].
“No tendrás otros dioses fuera de mí”[10].
“Habitaré en medio de los israelitas y seré
su Dios”[11].
“Viviré en medio de vosotros; seré vuestro
Dios y vosotros seréis mi pueblo”[12].
“No profanéis la tierra que habitáis, en
medio de la cual habito yo también, pues yo soy el Señor, que habito en medio
de los hijos de Israel”[13].
El texto que sigue a continuación
es especialmente duro, amenazando al pueblo de Israel con terribles
consecuencias en el caso de que no cumpla con las supuestas “condiciones del
pacto” impuesto por Yahvé, condiciones que no se nombran en el momento en que
se supone que dicho pacto o alianza se produce, y muestra a un Dios brutal y
cruel en grado extremo, lo cual representa la antítesis del Dios al que el
cristianismo considera como amor infinito. El Dios de este pasaje no tiene
escrúpulos en amenazar a su pueblo advirtiéndole de que, si no le obedece, le
hará comer la carne de sus hijos y llegará a detestarle, con las consecuencias
que ello implica. Pero la idea de que Dios llegue a imaginar una salvajada tan
bestial como la de que los padres deban comer la carne de sus hijos así como la
de que él vaya a detestarles y a perseguirles con la espada es contradictoria
con la de su amor infinito de la que se habla igualmente en otros pasajes de la
Biblia. En este sentido, se dice en Levítico:
“Si a pesar de todo esto no me obedecéis y
seguís obstinados contra mí […] Comeréis
la carne de vuestros hijos y de vuestras hijas […] amontonaré vuestros
cadáveres sobre los cadáveres de vuestros ídolos y os detestaré […] os
dispersaré entre las naciones y os perseguiré con la espada desenvainada”[14].
Como puede ver cualquiera que tenga
un mínimo de sensibilidad, este pasaje no puede servir para mostrar las “buenas
cualidades” de una divinidad capaz de suscitar amor sino, si acaso, el modo de
ser de un monstruo sanguinario y despiadado hasta extremos realmente
insuperables.
Las referencias a la discutible
“alianza” aparecen también en otros pasajes como los siguientes:
“Yo haré con ellos [Israel, Judá] una
alianza eterna, para que yo sea su Dios, y ellos sean mi pueblo; y no volveré a
expulsar a mi pueblo Israel de la tierra que les di”[15].
“Abrahán fue ilustre padre de muchos
pueblos, y no hubo quien lo superara […] Por eso Dios le prometió con juramento
bendecir a las naciones de su descendencia, multiplicarlo como el polvo de la
tierra, exaltar como las estrellas su linaje […] La bendición de todos los
hombres y la alianza las hizo descansar sobre la cabeza de Jacob; lo confirmó
en sus bendiciones, le dio la tierra en herencia, la dividió en porciones y la
repartió entre las doce tribus”[16].
“Haré
con ellos [con el pueblo de Israel] una alianza de paz, una alianza eterna […]
Pondré en medio de ellos mi morada, yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo”[17].
“Yo establecí con ellos mi alianza,
prometiéndoles la tierra de Canaán”[18].
“Si me obedecéis y guardáis mi alianza,
vosotros seréis el pueblo de mi propiedad entre todos los pueblos, porque toda
la tierra es mía”[19].
El libro de los Salmos en general insiste también en
multitud de ocasiones en la idea de esta alianza
de Yahvé con Israel.
Comentario:
La supuesta alianza entre Yahvé y el pueblo de Israel merece diversas críticas
tanto por su carácter antropomórfico como por otros motivos que se exponen a
continuación:
En
primer lugar, es realmente absurdo el antropomorfismo de este Dios por su
interés –simplemente humano- en establecer una alianza, un pacto o un contrato
con el pueblo de Israel, como si Yahvé fuera a obtener algún beneficio por
dicho pacto o como si fuera a perder algo por no realizarlo. Por ello, de forma
espontánea surge la pregunta: Entonces, ¿por qué se produce?
Es
evidente que quienes estaban realmente interesados en dicho “pacto” o en
presentar la “comedia” de que dicho pacto se había producido no eran otros que los sacerdotes de Israel, que embaucan a
su pueblo en nombre del supuesto Yahvé, para que los israelitas obedezcan todas
las órdenes que reciban de ellos en cuanto se presentan como los intermediarios entre Yahvé y su pueblo,
como si Yahvé no hubiese tenido suficiente poder para hablar directamente a
cada uno de los miembros del pueblo de Israel sin necesidad de intermediarios
que hubieran podido tergiversar sus palabras, como de hecho hicieron, no porque
las falsearan sino porque sencillamente fueron esos sacerdotes quienes crearon o
moldearon a su Dios al tomar conciencia del suculento negocio que podían montar
a costa de la crédula fantasía de su pueblo –similar a la de cualquier otro-.
En
tercer lugar, es igualmente antropomórfica y absurda la idea de que un Dios
pueda sentir predilección por un pueblo frente a todos los demás –al margen de
que con el transcurso del tiempo dicho Dios o, más exactamente, sus sacerdotes-
llegasen a presentarlo finalmente como un Dios único y universal, lo cual
implica, por otra parte, una contradicción con las referencias que en otros
momentos se hacen acerca del Dios de
Israel así como si se tienen en cuenta las cualidades que deberían estar
implicadas en el concepto de Dios desde el momento en que se considera como un
“ser perfecto.
En cuarto lugar y en
relación con el punto anterior, hay que decir que son muchas las ocasiones en
que se insiste en la idea de que la alianza se produjo exclusivamente entre
Yahvé y el pueblo de Israel por la mediación de Abraham, pero no entre Yahvé y
la humanidad en general, a pesar de que el pasaje que narra el encuentro de
Yahvé con Abraham no contiene ninguna fórmula que sugiera que en tal encuentro
se produjera pacto alguno. Así, en Éxodo,
19:5, se dice de manera clara y explícita que Yahvé será el Dios de Israel entre
todos los pueblos. Es decir, se dice con claridad que Yahvé no pretende ser
un Dios universal, protector de todos los pueblos o de la humanidad en general,
sino exclusivamente de ese pequeño pueblo de Asia occidental, rodeado de tantos
otros con sus respectivos dioses protectores, cuya existencia no sólo no se
niega sino que llega a reconocerse de manera explícita, tal como se verá más
adelante.
En
cualquier caso, más que de un pacto o de una alianza se trata de una promesa
que supuestamente Yahvé hace a Abraham y que éste acepta, pues, viniendo de
Yahvé, no parecía que pudiera tener sino aspectos positivos. Como Yahvé les
había librado de Ur y ahora prometía a Abraham que en el futuro liberaría a su
pueblo de la opresión egipcia y además le ofrecía tierras para que su pueblo se
estableciera en ellas de manera definitiva, era lógico que Abraham no pusiera
objeción alguna a dicho ofrecimiento. A cambio el pueblo de Israel debía
aceptar a Yahvé como “su Dios” y rechazar a cualquier Dios de otro pueblo que
pudiera inducirles a adorarlo, llevándoles a ofrecerle algún tipo de respeto,
de ofrendas, de sacrificios y de obediencia, pues tal actitud implicaría un
abandono de su Dios Yahvé o, más exactamente, una desconfianza hacia sus
sacerdotes, los cuales pretendían dirigir al pueblo siguiendo las órdenes que
supuestamente Yahvé les trasmitía.
Es evidente, por otra
parte, que, a pesar del carácter exclusivo con que se muestra esta alianza
entre Yahvé y el pueblo de Israel, los dirigentes de la Iglesia Católica
modificaron el sentido de aquella supuesta alianza para darle un valor nuevo,
no tribal sino “católico”, universal, que fue el que especialmente defendió
Pablo de Tarso, y el que ayudó en una importante medida a que el Cristianismo,
separado de la religión de Israel, se convirtiera al cabo de pocos siglos en
“la multinacional religiosa” con mayor poder económico, político y social de
todo el planeta.
En quinto lugar, tiene
interés señalar la contradicción según la cual en algún momento de la Biblia se olvida que la supuesta alianza
se realiza en esta encuentro de Yahvé con Abraham, y se diga que se originó
después de producirse la liberación de los israelitas del dominio egipcio, al
margen de que sea cierto que Yahvé en su encuentro con Abraham incluyese entre
sus promesas la de liberar a Israel de los egipcios cuando ya estuvieran
esclavizados por el faraón de Egipto, en lugar de impedir que fueran
esclavizados, que es lo que hubiera sido más lógico, tal como lo entiende Ageo, cuando escribe:
“Siguen
en pie los términos de la alianza que hice con vosotros cuando salisteis de
Egipto”[20],
suponiendo que dicha alianza se hubiera establecido
mucho tiempo antes de aquella liberación respecto a Egipto. En cualquier caso
parece que el Espíritu Santo estuvo algo despistado y se olvidó de “inspirar”
adecuadamente a Ageo acerca del momento en que se produjo tal alianza, lo cual
no es muy propio de un Dios al que se considere “perfecto”.
Sin
embargo, siendo realistas y dejando de lado historietas míticas, parece que
quien tuvo la idea de imaginar aquella alianza entre Yahvé y Abraham –o el
pueblo de Israel- lo hizo ya bastante tiempo después de que se produjera la
liberación del pueblo de Israel, pues habría sido realmente absurdo que Yahvé
prometiera a Abraham liberarle de una situación de esclavitud que todavía no se
había producido en lugar de prometerle impedir que se produjera. Y, por ello,
es muy posible que el “error” de Ageo se produjese por haber entendido que lo
más lógico era que dicha alianza se produjese después y como consecuencia de la liberación de Israel y no antes
de dicha liberación, a pesar de los muchos pasajes que insisten en lo
contrario.
Se
comentan a continuación los contenidos esenciales de la alianza:
a) Como ya se ha dicho, la supuesta
alianza implicaba que Yahvé entregaría a los israelitas una tierra para que se establecieran en ella de manera definitiva.
Se trataba de la conocida como “tierra prometida” también nombrada en la Biblia como “tierra de Canaán”, habitada
ya por otros pueblos:
“Aquel día hizo el Señor una alianza con
Abrán en estos términos:
-A tu descendencia le daré esta tierra,
desde el torrente de Egipto hasta el gran río, el Eufrates: quineos, quineceos,
cadmeos, hititas, pereceos, refaítas, amorreos, cananeos, guergueseos y
jebuseos”[21].
No se trataba de un paraíso deshabitado en espera de
ser ocupado, sino de la tierra de Canaán, habitada ya por una serie de pueblos
contra los que Israel luchó para apoderarse de ella con el argumento de que
Yahvé se la había dado. Y, desde luego, con un argumento de esa clase, surgido
no de ninguna alianza sino de la ambición de los dirigentes de Israel,
cualquier nación sin escrúpulos podría tratar de apoderarse de todo el planeta.
En relación con este
asunto, tiene interés comentar un pasaje de los Salmos por su relevancia para conocer la curiosa manera que tiene
Yahvé –o mejor, los sacerdotes israelitas- de entender la moral, pues se presenta desde la perspectiva de los imperativos
hipotéticos kantianos, los cuales, como Kant vio acertadamente, no podían tener
valor moral a causa de su carácter interesado. En efecto, se dice en Salmos:
“[Yahvé]
les dio [a los judíos] las tierras de los paganos, les hizo heredar las
riquezas de las naciones, para que
guardasen sus mandamientos, y cumpliesen sus leyes. ¡Aleluya!”[22].
Este pasaje presenta un modo de actuar por parte de
Yahvé respecto a los términos de su alianza que coincide con lo que Kant llama
“imperativo hipotético”, el cual no tiene valor moral por su carácter
interesado: En este caso los versículos citados podrían adquirir más claramente
la forma de dicho imperativo adoptando la siguiente forma: “Si queréis heredar las riquezas de las
naciones que os daré, debéis guardar
mis mandamientos y cumplir mis leyes”, forma mediante la cual aparece con mayor
evidencia la subordinación del deber de
cumplir las normas al hecho de que quieran
obtener las riquezas que Yahvé les ofrece. Pero, como Kant diría, cumplir
con una norma por los beneficios que pueda reportarnos no entra dentro de la
moralidad, la cual se relaciona con el cumplimiento del deber o de las normas
morales cuando se hace por la conciencia de que tales normas son expresión de
una ley absoluta que debe cumplirse más allá de cualquier interés y sólo por
respeto a la ley moral de la que emana dicha norma.
Una
cuestión distinta sería la de demostrar la existencia de leyes morales que
valgan por ellas mismas y no precisamente por el bien que a través de su
cumplimiento se pudiera lograr.
Sin
embargo el hecho de que los israelitas guardasen los mandamientos de Yahvé, y
cumpliesen sus leyes por ese motivo de carácter interesado privaba a sus actos
de auténtico valor moral, al menos en el sentido kantiano de la moral
relacionado exclusivamente con el “imperativo categórico”.
Por
otra parte, el hecho de que Yahvé concediese a Israel la “tierra prometida”,
exterminando a gran cantidad de sus anteriores habitantes y despreciando el
derecho de éstos a vivir en ella, no dice mucho en favor de la justicia de
Yahvé y sí dice en favor del carácter local de dicho Dios, que protege a su
pueblo pero desprecia a todos los demás.
En
descargo de Yahvé sólo puede decirse que, en cuanto no existía ni existe y
debió de ser una invención de los sacerdotes de Israel, no podía ser culpable
de nada, y que de nuevo en estos pasajes bíblicos relacionados con la supuesta
alianza de Yahvé lo que se deja traslucir es la ambición y el belicismo de
Israel y de sus dirigentes a la hora de hacerse con tierras matando a sus
legítimos dueños para asentarse en ellas poniendo como excusa que su Dios Yahvé
se las había dado. Como atenuante de su conducta puede tenerse en cuenta que
Israel había logrado escapar de la opresión egipcia y que luego había estado
vagando por el desierto durante bastante tiempo -¿cuarenta años?- para
encontrar un lugar donde asentarse.
b) Lo que Yahvé no comunicó a
Abraham en aquel mítico momento de su “alianza” fue la serie de terribles y
crueles represalias que tomaría en el caso de que Israel no le mantuviese la
fidelidad exigida. Y, estas bárbaras amenazas, al menos según los textos
bíblicos, serían constantes y se cumplirían en muy numerosas ocasiones, como la
ya señalada en el texto de Levítico,
26:27-33, tan lleno de crueldad.
c) En otros pasajes, como los
siguientes, se insiste en esta misma idea de la estrecha y exclusiva unión
entre Yahvé y el pueblo de Israel y en su obsesión
por que su pueblo no adorase a otros dioses. Respecto al conjunto de estos
pasajes tiene interés comentar algunos en particular por las ideas que expresan
y por las que se deducen de ellos, pues por una parte se habla de la alianza,
pero complementariamente se insiste en la exaltación de Israel como único pueblo al que Dios ha elegido, en la recompensa
divina, en los castigos a su pueblo si cae en la tentación de adorar a otros
Dioses, en la misma existencia de esos otros dioses, entre los cuales se
considera que Yahvé es el más poderoso, o en el paso de esta consideración, por
la que –al igual que en otros lugares de la Biblia-
se acepta la existencia de otros dioses a la afirmación definitiva de que Yahvé
es el único Dios.
d) Respecto a la glorificación del pueblo de Israel que
tal pacto implicaba por haber sido elegido
por Yahvé con carácter exclusivo
entre todos los pueblos de la tierra, pueden mencionarse, entre otros pasajes
en los que tal glorificación se manifiesta, los siguientes:
d-1)
“Porque tú eres un pueblo consagrado al Señor tu Dios, para que seas el pueblo de su propiedad entre todos los pueblos que hay
sobre la superficie de la tierra”[23].
d-2)
“El Señor se fijó en vosotros y os eligió […] por el amor que os tiene y para
cumplir el juramento hecho a vuestros antepasados”[24].
d-3)
“Sin embargo, sólo en tus antepasados se
fijó el Señor, y esto por amor”[25].
d-4)
“El Señor tu Dios te ha elegido para ser
su pueblo entre todos los pueblos de la tierra”[26].
d-5)
“El Señor, en efecto, ha querido hacer de vosotros su pueblo”[27].
d-6)
“¿Existe en la tierra un pueblo que sea como tu pueblo Israel, al que Dios
mismo haya venido a rescatar para hacerlo su pueblo, para hacerlo famoso, para
realizar en su favor grandes y terribles prodigios, expulsando a las naciones y
a sus dioses delante de tu pueblo, a quien rescataste para ti de Egipto? Has consolidado
a tu pueblo Israel y lo has hecho tu pueblo para siempre, y tú, Señor, te has
convertido en su Dios”[28].
d-7)
“Habitaré en medio de los hijos de Israel y no abandonaré a mi pueblo Israel”[29].
d-8)
“De todas las familias de la tierra sólo
a vosotros os elegí”[30].
d-9)
“Yo cambiaré la suerte de mi pueblo Israel […] Yo los plantaré en su tierra y
nunca más serán arrancados de la tierra que yo les di, dice el Señor tu Dios”[31].
d-10)
“Tú libras a Israel de todo mal; elegiste a nuestros antepasados y los consagraste
a ti”[32].
d-11)
“¡Pueblos todos, aplaudid; aclamad a Dios con voces de júbilo! Porque el Señor
[…] es el rey de toda la tierra. Él nos somete los pueblos, y nos subyuga las
naciones. Él escogió nuestra heredad, orgullo de Jacob, su amado”[33].
d-12) “En aquel tiempo, oráculo del Señor, yo
seré el Dios de todas las familias de Israel, y ellas serán mi pueblo”[34].
d-13)
“Porque así dice el Señor todopoderoso […]: “El que os toca a vosotros toca la
niña de mis ojos” ”[35].
d-14)
“Haré con ellos [= con el pueblo de Israel] una alianza de paz, una alianza
eterna […] Pondré en medio de ellos mi morada, yo seré su Dios y ellos serán mi
pueblo”[36]
Posteriormente, ya en el Nuevo Testamento, la idea de que la
alianza va destinada exclusivamente
al pueblo de Israel aparece en las palabras atribuidas al propio Jesús, tal
como se narra en el evangelio de Mateo:
d-15) En
relación con una mujer cananea –es decir, no judía- que fue a pedirle a Jesús
el favor de que liberare a su hija del demonio que la poseía,
“[Jesús] respondió:
-Dios me ha enviado sólo a las ovejas
perdidas del pueblo de Israel.
Pero ella fue, se postró ante Jesús y le
suplicó:
-¡Señor, socórreme!
Él respondió:
-No está bien tomar el pan de los hijos
para echárselo a los perrillos.
Ella replicó:
-Eso es cierto, Señor, pero también los
perrillos comen las migajas que caen de la mesa de sus amos.
Entonces Jesús le dijo:
-¡Mujer, qué grande es tu fe! Que suceda lo
que pides.
Y desde aquel momento quedó curada su hija”[37].
Comentario:
En primer lugar hay que decir que en general la serie de pasajes citados
elimina cualquier duda acerca de la absoluta predilección exclusiva de Yahvé por el pueblo de Israel, lo cual no
encaja para nada con la idea de un Dios universal –católico- que “ama infinitamente” a toda su creación. Por ello
mismo, los dirigentes de la Iglesia
Católica se contradicen cuando identifican a su Dios con Yahvé, que es sólo el
Dios de Israel. El cinismo de los dirigentes católicos llega al extremo de
componer cánticos en honor de “el Señor” –Yahvé- utilizando como letra de
dichos cánticos diversos pasajes bíblicos en los que se habla del amor del
Señor por su pueblo, pero silenciando que ese pueblo no es otro que el de
Israel o incluso dando a entender falsamente que su pueblo es el formado por
todos aquéllos que aceptan la religión católica y las consignas del
Vaticano.
En segundo lugar tiene interés señalar cómo en
diversos libros de la Biblia la
existencia de Yahvé no se presenta como
excluyente de la existencia de
otros dioses, tal como en este caso se refleja en el pasaje b-6. Pero la
doctrina posterior de las diversas religiones –y entre ellas la de la Iglesia
Católica- ha ido evolucionando hacia un planteamiento monoteísta, por lo que en
los planteamientos bíblicos habría una contradicción entre aquellos pasajes en
que se defiende la existencia de los diversos dioses tribales y aquellos en los que se afirma finalmente la
existencia de un Dios único.
En tercer lugar los
pasajes d-6, d-11 y d-13 tienen el interés de mostrarnos el carácter político y militar de tal alianza
en cuanto Yahvé se presenta como la fuerza de Israel que, por una parte,
alejará o destruirá a los enemigos que intenten dañarla y, por otra además, no
conformándose con esa labor puramente defensiva, se convierte además en una
fuerza belicista que fomenta y anima la expansión y el dominio de Israel sobre
los demás pueblos, tal como se dice en el pasaje d-11: “Él nos somete los
pueblos, y nos subyuga las naciones”. Resulta por ello escandaloso comprobar la
falsedad de la Iglesia Católica al olvidar o silenciar el carácter guerrero de
ese Dios en favor de Israel y tan alejado de un Dios universal, de amor y de
paz, como el que luego se intentó presentar.
Finalmente tiene
interés hacer una referencia especial al pasaje d-15 por diversos motivos: En
primer lugar porque en dicho pasaje –al igual que en otros que se mencionarán
en el capítulo correspondiente- se reconoce de manera implícita que Jesús no es
Dios sino sólo que Dios le ha enviado.
Aceptando la hipótesis
de que Jesús hubiera sido Dios, la frase “Dios me ha enviado” equivaldría “Dios
ha enviado a Dios”, equivalencia cuya justificación se apoya en la doctrina de
la Iglesia Católica según la cual tanto el Hijo como el Padre son Dios, por lo
que la afirmación “Dios me ha enviado” carecería de sentido. Y, en segundo
lugar porque este pasaje, a pesar de que en él Jesús hace una excepción a su
misión haciendo finalmente el favor que le pide la mujer cananea, después de
comparar al pueblo de Israel con los propios “hijos” y a los pueblos no judíos
con “perrillos”, afirma abiertamente:
“-Dios me ha
enviado sólo a las ovejas perdidas
del pueblo de Israel”[38],
lo
cual es una manera de insistir en el carácter tribal de ese Dios, tal como se había defendido en múltiples
pasajes del Antiguo Testamento.
Además, por si esta referencia exclusivista de Jesús al “Dios de Israel”
pudiera parecer insuficiente, puede tenerse en cuenta otra que resulta
especialmente ilustrativa como es la siguiente:
“No penséis que
he venido a abolir las enseñanzas de la ley y los profetas; no he venido a
abolirlas, sino a llevarlas hasta sus últimas consecuencias”[39].
Este
pasaje tiene la doble importancia de mostrar, por una parte, a Jesús
perfectamente integrado en el respeto de la religión de su pueblo Israel hasta
el punto de querer ir más allá por lo que se refiere a su observación más
auténtica llevándola hasta sus últimas
consecuencias, y, por otra, la de mostrar con una claridad similar que Jesús no pretendía crear una nueva religión,
tal como sucedió después de su muerte, sino dar ejemplo con su conducta de cómo
había que practicar la religión de su pueblo.
Es cierto, por otra
parte, que existen diversos pasajes en los que parece como si Jesús pretendiera
algo distinto de carácter más político y revolucionario, pero conviene tener en
cuenta que los evangelios fueron escritos bastantes años después de la muerte
de Jesús y que durante los años transcurridos, de los que se sabe muy poco, sus
seguidores formaran un grupo religioso disidente del de los judíos ortodoxos y
que finalmente crearon una secta separada de manera definitiva de la religión
judía tradicional. Pero para hacer hincapié en el sentido contrario que se ha
sugerido, conviene recordar también la ocasión en que Jesús entró en el templo
escandalizado con los mercaderes que habían convertido el templo en una cueva
de ladrones: Si Jesús hubiera despreciado la religión judía no se habría
indignado en absoluto por el hecho de que el templo, en lugar de ser un sitio de
auténtico culto religioso se hubiese convertido en un lugar donde hacer
negocios de carácter puramente material, pero el hecho de que dijera:
“Está escrito.
Mi casa es casa de oración, pero vosotros la habéis convertido en cueva de
ladrones”[40]
es
una prueba clara de su identificación con la religión y con el templo judío,
aunque el hecho de que en el evangelio atribuido a Lucas se dijera “mi casa”,
en referencia a dicho templo, pudo haber sido una de las muchas frases que los
escritores de los evangelios hicieron decir a Jesús para convencer a sus fieles
de que Jesús era mucho más que aquel “mesías” esperado, de carácter
esencialmente guerrero, que habría de liberarles del dominio del imperio
romano, pues, según aquellos primeros cristianos, era el Hijo de Dios, redentor
de los pecados y el creador de la auténtica religión.
Igualmente puede recordarse que, según se
indica en el evangelio atribuido a Lucas, después de que Jesús fue llevado
al cielo, sus discípulos
“estaban
continuamente en el templo
bendiciendo a Dios”[41],
lo cual no habría tenido sentido si el templo
judío no le hubiese importado a Jesús ni a sus discípulos.
Aunque sea de forma circunstancial,
tiene interés observar que en estas palabras de los discípulos de Jesús se diga
que estaban en el templo “bendiciendo a Dios”. Ahora bien, si hubieran estado
realmente convencidos de la divinidad de Jesús, parece lógico que el autor de
este pasaje hubiera escrito sin reparo alguno que sus discípulos estaban en el
templo “bendiciendo a Jesús”.
Como se ha indicado antes, la alianza de Yahvé con
Israel tuvo especialmente un carácter belicista, tanto de defensa como de
expansión del pueblo de Israel. Dicho belicismo iba acompañado de un odio
especialmente intenso contra aquellos pueblos por los que había sido derrotado
y en ocasiones reducido a esclavitud. También en este punto existe una
contradicción, al menos teórica, entre las enseñanzas de Jesús, relacionadas
con el amor a los enemigos, y las enseñanzas que se desprenden de una serie de
textos bíblicos en los que se pone de manifiesto el odio contra los enemigos, odio sentido incluso por el propio Yahvé.
Como ejemplos de textos
en los que Israel manifiesta su odio contra estos pueblos pueden verse los
siguientes:
d-16) “Perseguiré
a vuestros enemigos, y éstos caerán a espada delante de vosotros”[42].
d-17) “Capital
de Babilonia, criminal, dichoso el que te pague el mal que nos has hecho,
dichoso el que agarre a tus hijos y los estrelle contra la roca”[43].
d-18) “…Despierta tu furor, derrama tu ira,
destruye al adversario, aniquila al enemigo […] Tu fuego vengador devore a los
que queden, y perezcan los que oprimen a tu pueblo”[44].
Ninguno de estos pasajes es precisamente una muestra
de amor y de compasión hacia los enemigos de Israel sino una muestra de la sed
de venganza de ese pueblo –o de su clase sacerdotal-, en donde el propio Yahvé
se presenta persiguiendo y matando a los enemigos de Israel, en donde se
considera dichoso al que agarre a los hijos
de los pueblos enemigos y los estrelle contra la roca, o donde se pide a
Dios la destrucción y la muerte de los enemigos de su pueblo. Resulta difícil
encontrar la compatibilidad entre estos deseos y peticiones a Yahvé y la
defensa de la caridad, del perdón, de la misericordia, que en otros momentos se
defiende en los escritos bíblicos, y en momentos y personajes concretos de la
historia de la Iglesia Católica. Realmente se trata de planteamientos
contradictorios, pues la sed de venganza y el odio son el extremo opuesto al
perdón y al amor.
e) Por lo que se refiere a la exigencia de Yahvé a
Israel de que le guarde fidelidad y que no adore a otros dioses las referencias a esta cuestión son
constantes y, por ello, se mostrarán sólo algunos ejemplos:
e-1) “No tendrás
otros dioses fuera de mí”[45].
e-2) “Cuando el
Señor tu Dios haya aniquilado ante ti las naciones que vas a despojar; cuando
las hayas despojado y habites en sus dominios, ten cuidado para no caer en la
trampa siguiendo su ejemplo, una vez que ellas hayan desaparecido ante ti. No
busques, pues, a sus dioses diciendo “Yo también voy a dar culto a los dioses a
quienes esos pueblos daban culto”. No procederás así con el Señor tu Dios, ya
que nada hay más odioso y abominable para el Señor que lo que hacían estos
pueblos por sus dioses, pues incluso quemaban a sus hijos e hijas en honor de
sus dioses”[46].
e-3) “Si rompéis
la alianza que el Señor vuestro Dios hizo con vosotros, dando culto a otros
dioses y postrándoos ante ellos, entonces se desatará la ira del Señor contra
vosotros y muy pronto desapareceréis de esta tierra buena que él os ha dado”[47].
Comentario:
El texto e-1 tiene el interés
especial, de que afirma de manera muy escueta pero indudable la exigencia de
Yahvé de ser el único Dios de Israel,
pero tiene por lo mismo el interés añadido de que tal exigencia va acompañada
de un implícito reconocimiento de la
existencia de otros dioses a los que Israel no debe someterse en ningún
caso. Evidentemente esta preocupación por la actitud de Israel respecto a los
otros dioses no proviene de nadie más que de los sacerdotes de Israel,
obsesionados por mantener su poder y su control sobre su pueblo, pues poco
podía importar a Yahvé lo que Israel hiciera, ya que, siendo Dios, debía ser
inmutable e imperturbable, por lo que nada hubiera podido afectarle la conducta
de los judíos respecto a él o respecto a los demás dioses.
Igualmente el texto e-2
insiste obsesivamente en esta misma idea de la exclusiva fidelidad de Israel a
Yahvé, pero haciendo referencia igualmente a la acción criminal divina,
aniquilando a los pueblos que habitaban la “tierra prometida” para entregarla a
Israel, cumpliendo así una parte de la promesa relacionada con su “alianza” con
este pueblo. En efecto, se dice al comienzo de dicho pasaje: “Cuando el Señor
tu Dios haya aniquilado ante ti las naciones que vas a despojar…”. Y, de hecho,
más adelante el ejército de Israel conquista la “tierra prometida” aniquilando
a sus habitantes sin otra justificación que la fundamentada en aquel supuesto
regalo de su Dios, que, sin ninguna duda, no era otra cosa que un acicate de
sus sacerdotes para que por encima de todo luchasen por conquistarla, con la
confianza de saber que Yahvé les daría la victoria combatiendo a su lado –del
mismo modo que lo habría hecho (?) el apóstol Santiago, “Santiago Matamoros”,
luchando en España junto a los cristianos y contra los musulmanes, y del mismo
modo que lo habría hecho (?) la diosa Atenea –diosa protectora de Atenas-
luchando junto a los aqueos en contra de los troyanos-. Un argumento similar a
ése sirvió posteriormente a los musulmanes para hacer su “guerra santa” y crear
en poco tiempo, mediante la ayuda de su fe y de su fanatismo, un imperio
extraordinario. La misma Iglesia Católica utilizó este argumento para
justificar las guerras de las cruzadas, la conquista de América y la
aniquilación o esclavización de una gran parte de los nativos que no se
convertían a la nueva religión. Así que, mientras los pueblos se han ido
desangrando en sus luchas religiosas, el poder político, económico y social de
religiones como la Iglesia Católica ha ido creciendo de modo incesante gracias
a la ambición y a la astucia de sus dirigentes, y a la ineptitud e indolencia
de las masas para sacudirse de encima la sarta de estupideces con que se les
adoctrina desde la infancia.
Finalmente el texto e-3
representa una de las muchas amenazas con que Yahvé advierte a su “amado
pueblo” de que, si da culto a otros dioses, lo hará desaparecer de la tierra.
Pero, evidentemente, la amenaza no proviene de nadie más que de los sacerdotes
del pueblo de Israel, que lo que exigen a su pueblo no es otra cosa que
fidelidad a ellos mismos y a sus órdenes, como supuestos trasmisores de la
palabra de Yahvé.
f) Respecto a las promesas de Yahvé acerca de la extensión de la “tierra prometida”
así como de defender y librar de sus enemigos a Israel, puede hacerse
referencia a los siguientes pasajes:
f-1) “[Moisés
les dijo] si amáis al Señor vuestro Dios, seguís todos sus caminos y os adherís
a él, el Señor expulsará ante vosotros a todas estas naciones, aunque sean más
poderosas y fuertes que vosotros y os apoderaréis de sus posesiones. Los
lugares que piséis con la planta de vuestro pie serán vuestros: desde el
desierto hasta el Líbano, desde el río Éufrates hasta el mar Mediterráneo será
territorio vuestro. Nadie podrá resistir ante vosotros. El Señor vuestro Dios
sembrará delante de vosotros el pánico y el terror sobre toda la tierra en la
que piséis, como os ha dicho”[48].
f-2) “…en las
ciudades de estas naciones que el Señor tu Dios te da como heredad no dejarás
ni un alma con vida. Consagrarás al exterminio a los hititas, amorreos,
cananeos, pereceos, jeveos, y jebuseos, como te ha mandado el Señor, tu Dios”[49].
f-3) “…Despierta
tu furor, derrama tu ira, destruye al adversario, aniquila al enemigo […] Tu
fuego vengador devore a los que queden, y perezcan los que oprimen a tu pueblo”[50].
Comentario:
El texto f-1 insiste en la idea de
que la acción aniquiladora de Yahvé se extenderá contra los pueblos habitantes
de la “tierra prometida” de modo terrorífico: “El Señor vuestro Dios sembrará
delante de vosotros el pánico y el terror sobre toda la tierra en la que piséis”.
Pero, ¿qué sentido de la justicia o de la misericordia habría en ese supuesto
Dios, que para favorecer a su pueblo lo hiciera a costa de destruir a los
pueblos que habitaban la región que desea regalar a su pueblo? Desde luego es
difícil ver aquí la acción de un Dios bueno, justo y misericordioso en lugar de
ver la acción de un tirano sin misericordia y sin sentido alguno de la
justicia. Además, ¿cómo la Iglesia Católica tuvo posteriormente la osadía de
presentar a su Dios, identificado con ese mismo Dios de Israel, como Dios
universal que amaba a todos los seres humanos con un amor infinito? Parece que
el cinismo de los fundadores de la secta católica sólo quedó superado por la
ingenuidad y la ignorancia de quienes les siguieron durante aquellos primeros
años desde que apareció y de los que les han seguido desde entonces.
El texto
f-2 es un ejemplo de los que tanto abundan en el Antiguo Testamento en los que Yahvé ordena de manera fría,
inflexible e injusta no dejar ni un alma
con vida, exterminando en este caso a los pueblos que habitaban la “tierra
prometida”.
Pero, ¿cómo defender la creencia en un Dios
tan cruel que da esas órdenes tan injustas y asesinas en lugar de haber buscado
–o creado- para su pueblo un lugar deshabitado en el que pudiera instalarse sin
necesidad de tener que matar a nadie?, ¿cómo un Dios, tan exclusivamente
pendiente de su pueblo, podía luego convertirse en un Dios universal? Sólo los
intereses políticos y económicos de los dirigentes religiosos junto con la
simpleza del pueblo explica este cambio sobre el que los mismos cristianos de
base todavía no han reparado, a pesar de poder consultar la Biblia en cualquier momento para
comprobar esta contradicción.
g) Respecto a los castigos que Yahvé infiere a su pueblo Israel por haberse alejado
de él adorando a otros dioses, dejo
para más adelante un exposición más amplia, pero señalo al menos un par de pasajes
similares a muchos otros que van por esta misma línea:
g-1) “Israel se
estableció en Sitín y el pueblo se entregó al desenfreno con las moabitas.
Estas los invitaron a los sacrificios de sus dioses, y el pueblo comió y se
postró ante ellos […] Entonces el Señor dijo a Moisés:
-Reúne a todos los jefes del pueblo y
cuélgalos ante el Señor, cara al sol, para que la cólera del Señor se aparte de
Israel.
Moisés dijo a los jueces de Israel:
-Matad a todos los que hayan dado culto al
ídolo de Peor.
[…]
Los que habían muerto por el castigo sumaban veinticuatro mil”[51].
g-2) “[Los
judíos] no exterminaron a los pueblos como el Señor les había ordenado, sino
que se mezclaron con los paganos, y aprendieron sus prácticas: dieron culto a
sus ídolos, que fueron la causa de su ruina, e inmolaron sus hijos e hijas a
demonios. Derramaron sangre inocente, la sangre de sus hijos y sus hijas, que
inmolaron a los ídolos de Canaán. […] Por eso el Señor se enfureció contra su
pueblo y llegó a aborrecer su heredad […] Pero […] recordó su alianza con
ellos, se arrepintió por su gran amor”[52].
Comentario:
Se observa en estos pasajes cómo los castigos más duros de Yahvé se ejercen
contra Israel cuando cae en la tentación de adorar a los dioses de otros
pueblos, lo cual parece ser mucho más grave que asesinar o realizar cualquier
otro delito por muy grave que pueda parecer. Pero, como ya se ha indicado en
otros momentos, la crueldad de los castigos contra la adoración a otros dioses
no proviene de Yahvé, a quien poco hubieran podido importar las fantasías de
Israel, sino de sus sacerdotes que se sirven de Yahvé, su mejor invención, para
mantener por encima de todo su poder y su control absoluto sobre su pueblo.
En este pasaje se
muestra de nuevo el carácter tribal
del Dios de Israel a la vez que su carácter sanguinario, ligado a la exigencia
a su pueblo de que no adorase a otros dioses, pues fue él quien les salvó de su
esclavitud en Egipto y es con él con quien su pueblo, a través de Abraham,
realizó un pacto de fidelidad en el que se insiste en tantas ocasiones.
El Dios de Israel, como
se ha podido ver, no es un Dios universal, pues no ama a los otros pueblos sino
que exige su destrucción en cuanto representen un peligro para la fidelidad de
Israel a Yahvé o simplemente en cuanto estén ocupando la tierra que Yahvé ha
prometido a su pueblo. Pero, evidentemente quienes piden y profetizan la
destrucción de estos pueblos son los sacerdotes judíos, que quieren mantener
incontaminado y fuera de peligro su dominio sobre su pueblo y por ello están
interesados en que éste no conozca los dioses de los otros pueblos a fin de
evitar que sean seducidos por las cualidades de tales dioses –o por las que
supuestamente tienen según las creencias de esos pueblos- y se olviden de
Yahvé, es decir, de obedecerles y seguirles fielmente en todo lo que quieran
mandarle y de pagarles sus diezmos como sacerdotes de Yahvé.
h) Por lo que se refiere a la evolución final del
concepto de los sacerdotes judíos acerca de su Dios Yahvé, que en un primer
momento lo consideraron simplemente como uno más entre los dioses de los
diversos pueblos hasta que posteriormente llegaron a considerarlo como el Dios más fuerte y poderoso entre todos
ellos y, finalmente, como el único Dios,
pueden verse los momentos culminantes de este proceso, entre otros, en los
siguientes pasajes:
h-1) “…el Señor
vuestro Dios es el Dios de los dioses
y el Señor de los señores; el Dios grande, fuerte y temible”[53].
h-2) “Porque el
Señor es un Dios grande, rey poderoso más que todos los dioses […] Porque él es nuestro Dios, y nosotros su
pueblo”[54]
h-3) “[Ezequías
oró así:] –Señor, Dios de Israel, que te sientas sobre los querubines, tú eres
el Dios de todos los reinos de la tierra, tú has hecho el cielo y la tierra […]
Te suplico, Señor, Dios nuestro, que nos libres de su poder [del de los reyes
de Asiria], para que todos los reinos de la tierra sepan que tú, Señor, eres el único Dios”[55].
.Comentario: Tiene interés señalar que
mientras en h-1 y en h-2 se sigue hablando de Yahvé como el Dios más poderoso entre todos los dioses, en h-3 se llega a
decir finalmente que Yahvé es el único
Dios, doctrina que será la que prevalecerá de modo definitivo en el Nuevo Testamento, pero implicando una
contradicción con las doctrinas del Antiguo,
tan “palabra de Dios” como las otras según el punto de vista de los dirigentes
de la Iglesia Católica.
5.
Yahvé, un Dios déspota, cruel y asesino en grado superlativo.
Como se ha podido ver, son muchas las ocasiones en
que Yahvé se muestra como un Dios arbitrario y sanguinario, lo cual no es nada
extraño en un Dios que no tiene ningún reparo en sembrar la destrucción y la
muerte por cualquier motivo insignificante o sin motivo alguno, como sucede
cuando castiga de ese modo a seres absolutamente inocentes, como en especial a
los niños. Veamos algunos ejemplos:
“El Señor dijo a
Elías, el tesbita:
-¿Has visto cómo Ajab se ha humillado ante
mí? Por haberse humillado ante mí, no lo castigaré mientras viva, sino que
castigaré a su familia en vida de su hijo”[56].
Comentario:
Este pasaje muestra a un Dios arbitrario e injusto que perdona a quien se
humilla ante él, pero no por eso deja de castigar, como si el castigo fuera una
condición ineludible para anular una culpa: En este caso y de modo absurdo el
castigo se desvía y se aplicará a su familia como si ella hubiera sido culpable
de algo. El hecho de que se castigue a
su familia sólo puede entenderse hasta cierto punto teniendo en cuenta que en aquellos
tiempos la familia era una simple prolongación del padre, y, en este caso, de
Ajab. Y, por eso, Dios no hace nada “injusto”: simplemente destruye lo suyo. Este
pasaje está en la misma línea de muchos otros que presentan a Dios como un ser
arbitrario y déspota, pero está en contradicción con el que rechaza castigar a
los hijos por los pecados de los padres y, desde luego, con todos aquellos que
hablan de Dios como de un ser infinitamente misericordioso, lo cual es doctrina
oficial de la Iglesia Católica en la actualidad.
Más adelante es el
propio Yahvé quien defiende su derecho a la más absoluta arbitrariedad de sus
actos, que sólo obedecen a lo que le place y no a un criterio moral previamente
establecido y por encima de su voluntad omnipotente, tal como dice el propio
Yahvé:
“Yo protejo a
quien quiero y tengo compasión de quien
me place”[57].
Poco más adelante el mismo Yahvé advierte de que es
un Dios celoso, y, en consecuencia, añade:
“No tendrás
otros dioses fuera de mí […] porque yo, el Señor tu Dios, soy un Dios celoso,
que castigo la maldad de los que me aborrecen en sus hijos hasta la tercera y
cuarta generación”[58].
Las amenazas de Yahvé, con castigos aplicados “hasta
la tercera y cuarta generación”, son especialmente abundantes y son una muestra
del despotismo injusto de esta divinidad, al margen de que haya algún momento
en el que se defienda, en contradicción con tantas actuaciones opuestas, que
los hijos no pagarán las culpas de sus padres. De hecho en este mismo libro
vuelve a hablarse de Yahvé poco después diciendo de él que
“…castiga la
iniquidad de los padres en los hijos y nietos hasta la tercera y cuarta
generación”[59].
Otro de los muchos textos especialmente
sanguinarios, injustos y crueles del Dios de Israel, que es el mismo que el de
la Iglesia Católica, es el que, refiriéndose a Moisés, caudillo de su pueblo
nombrado por Yahvé, dirigiéndose a los comandantes de su tropa les dice:
¿Por qué habéis
dejado con vida a las mujeres? Fueron ellas precisamente las que, siguiendo el
consejo de Balaán, sedujeron a los israelitas, apartándolos del señor […] Matad, pues, a todos los niños varones y a
todas las mujeres que hayan tenido relaciones sexuales con algún hombre”[60].
Llama
la atención en este texto comprobar con cuánta naturalidad Moisés ordena la
muerte de mujeres y de “niños varones” considerando que ellas “sedujeron a los
israelitas, apartándolos del Señor”. Y, desde luego, la vida de los niños es
algo totalmente secundario que apenas tiene importancia. De nuevo se observa
aquí cómo el mayor delito de israelitas y no israelitas es el que se relaciona
con cualquier acción que pueda alejar a Israel de su sometimiento a Yahvé, es
decir, de su sometimiento a los sacerdotes del supuesto Yahvé. Las condenas a
muerte por delitos de este tipo se producen con suma facilidad y son frecuentes
en grado extremo, tal como puede verse con otros ejemplos especialmente
representativos como los siguientes:
1) “Así dice el
Señor. Voy a llenar de embriaguez […] a todos los habitantes de Jerusalén. Los
estrellaré unos contra otros, padres e hijos juntos, oráculo del Señor. Los
aniquilaré sin piedad, sin misericordia, y sin compasión”[61].
Comentario:
Jahvé está hablando del pueblo de Jerusalen, parte esencial del pueblo elegido
y, sin embargo, no tiene reparos en manifestar sus intenciones de aniquilarlo
sin hacer distinción alguna entre culpables e inocentes del delito que haya
podido causar su ira, pues en el pasaje de Jeremías no se nombra. También dice “los
estrellaré unos contra otros, padres e hijos juntos”, tal como haría cualquier
tirano cegado por un odio incontrolable, sin tener en cuenta para nada el más
mínimo sentido de la justicia ni de la misericordia. Y, en efecto, para
completar el panorama el propio Yahvé señala que lo aniquilará “sin piedad, sin
misericordia, y sin compasión”, de manera que los dogmas relacionados con el
supuesto amor y misericordia infinitas de Dios quedan contradichos por este
Dios, quien tanto en este pasaje como en muchos otros, proclama su odio y su
falta de piedad y compasión contra sus enemigos o contra quienes le traicionan
adorando a otros dioses.
Ante el escándalo que
algunos pudieran sentir por estas constantes muestras divinas de crueldad y de
falta de amor y de misericordia, conviene tener en cuenta que al fin y al cabo
el Dios del Nuevo Testamento sólo en
apariencia es mejor que el del Antiguo,
pues al margen de la comedia de la encarnación, pasión y muerte de Jesús –de la
que más adelante se hablará- ese Dios que los dirigentes católicos tienden a
presentar de un modo tan bondadoso sigue castigando a sus enemigos todavía más
duramente que Yahvé, no sólo privándoles de la vida, sino condenándolos a un
fuego eterno en el que su sufrimiento pueda prolongarse indefinidamente.
Por ello la
contradicción no se encuentra entre el odio del Dios del Antiguo Testamento y el del Nuevo,
sino entre este mismo Dios –o lo que de él escriben los diversos escritores
bíblicos- y la serie de doctrinas mediante las cuales, a pesar de lo ya
señalado, se empeñan en seguir hablando de un Dios que ama a los hombres con un
amor infinito.
2) “Por eso, así
dice el Señor todopoderoso: […] Convertiré a
Jerusalén en un montón de piedras, en una guarida de chacales; dejaré
desiertas y sin habitantes a las ciudades de Judá”[62].
Comentario:
Como suele suceder en los escritos de Jeremías, los motivos de la ira de Yahvé
son confusos en este pasaje, pero casi siempre se trata de un asunto
relacionado con el hecho de que los israelitas han adorado a otros dioses o que
simplemente no adoran a Yahvé como merece y se olvidan de él. En teoría eso no
debería ser motivo de preocupación ni de enfado para un Dios inmutable cuyos
sentimientos no deberían estar subordinados o condicionados por la actitud de
los hombres hacia él, pues un Dios cuyos sentimientos dependieran en alguna
medida del hombre no sería omnipotente ni inmutable y, en consecuencia, no
sería Dios. Pero, si además ese Dios toma esa clase de represalias contra los
seres humanos, sólo demuestra tener sentimientos de odio, de sed de venganza,
despotismo salvaje y falta de misericordia. Y un Dios así no sería digno de tal
nombre, teniendo en cuenta además que sus cualidades serían contradictorias con
las que en otros momentos se le atribuyen.
3) “Por todos
los collados del desierto llegan los devastadores, porque el Señor empuña una
espada devastadora, de un extremo al otro de la tierra; no hay paz para nadie”[63].
De
nuevo Jeremías manifiesta su desbordada imaginación para presentar a Yahvé
empuñando “una espada devastadora, de un extremo al otro de la tierra”. Se
trata de un Dios terrorífico que siembra la destrucción y la muerte. Un Dios
nuevamente contradictorio con aquél que manda amar a los propios enemigos. Y,
sin embargo, para los dirigentes de la Iglesia Católica se trata del mismo Dios
que el suyo, pues Yahvé es Dios y Jesús también, al margen de que procuren
ocultar tal contradicción ocultando al Dios de Jeremías, ignorándolo en las
diversas lecturas, en sus oraciones y demás ceremonias para que nadie asocie al
Dios católico con el Dios israelita, tan déspota y asesino. Pero es que resulta
que Jesús es todavía peor que Yahvé, pues amenaza y castiga con el fuego eterno a la mayor parte de la
humanidad, castigo al que en teoría muy pocos escapan pues pocos son los escogidos. Por ello, ante esta crueldad gratuita
representada por un castigo que no tiene otra finalidad que el castigo mismo,
la crueldad de Jesús –o la que le atribuyen los autores de los evangelios-
llega a superar a la del mismo Yahvé.
4) “Entonces el
Señor me dijo:
-No intercedas a favor de este pueblo.
Aunque ayunen, no escucharé su súplica; aunque ofrezcan holocaustos y ofrendas,
no los aceptaré; con espada, hambre y peste los exterminaré”[64].
Comentario:
Aquí de nuevo tenemos el Dios de Jeremías, pero con el matiz añadido de negarse
a tener misericordia aunque se le ofrezcan sacrificios. De nada sirve el
arrepentimiento. La cólera de este Dios no tiene límites y sólo busca
satisfacerse mediante el sufrimiento y la muerte de quien la haya provocado y,
en muchos casos, también con la de su descendencia. Es un Dios colérico, pero
penoso por su propia amargura. Es un loco, un sádico insaciable. ¿Es ése es el
Dios tan bueno, que tanto nos quiere, el Dios al que hay que adorar? En
cualquier caso es un Dios contradictorio con el supuesto Dios infinitamente
misericordioso del que hablan los dirigentes de la Iglesia Católica.
5) “El Señor es
un Dios celoso y vengador; el Señor es vengador, su ira es terrible. El Señor
se venga de sus adversarios, guarda rencor contra sus enemigos”[65].
Y
aquí el Dios de Nahum, similar al de Jeremías, un Dios vengador, que no ofrece
la otra mejilla y que “guarda rencor contra sus enemigos” en lugar de
perdonarlos. Ese Dios, desde luego, está muy lejos de aquel Dios-amor del que
en ocasiones se habla, aunque también lo están todos los que aparecen en la Biblia pues todos amenazan, hieren y
castigan, unos con la muerte terrenal, otros con el fuego eterno del Infierno.
Así que en el fondo es lógico que digan que se trata de un mismo Dios, pero no
por tratarse de un Dios-Amor infinito, sino porque ambos coinciden en su sed de
venganza, una venganza descomunal, insaciable y sin sentido alguno.
Una peculiaridad del absurdo despotismo
de Yahvé, el “Dios justo y misericordioso” (?) de Israel, se manifiesta igualmente
en pasajes como los siguientes:
-“El Señor
castigó a la gente de Bet Semes porque habían mirado el arca del Señor; hirió a
setenta hombres de entre ellos”[66].
- “Entonces el
Señor se encolerizó contra Uzá; lo hirió por haber tocado el arca con la mano,
y allí mismo murió delante de Dios”[67].
En
estos pasajes y al margen de la absurda desproporción de este castigo por “el
delito” (?) cometido por “la gente de Bet Semes” o por Uzá, lo que llama la
atención es que una simple mirada al arca de la alianza o el hecho de haberla
“tocado” para impedir que cayera al suelo -es decir, una acción buena, pues
buena era la intención-, sean motivos de la fulminante ira divina, esa ira de
aquel Dios que después, bajo la figura de Jesús, diría aquellas otras palabras,
tan contradictorias con esta represalia tan absurda,
“Dejad
que los niños vengan a mí”[68].
¿Cómo es posible esta actuación tan despótica y
absurda en un Dios del que a la vez se dice que es omnipotente y amor infinito?
Evidentemente de nuevo la explicación de estos pasajes tan irracionales se
encuentra en el sencillo hecho de que, si Yahvé era amor infinito, no pudo ser
el causante de tanta barbarie injusta, mientras que, si realizó tales actos
criminales, no se puede decir de él que fuera amor infinito. No obstante, es
evidente, como en tantos otros casos, que fueron los sacerdotes judíos,
quienes, movidos por su ambición de dominio y control sobre su pueblo se
presentaban ante él como los únicos intermediarios del pueblo con Yahvé,
alegando que habían sido elegidos por el propio Yahvé entre los descendientes
de la tribu de Leví –a la que pertenecieron Moisés y Aarón-. Implantado tal
estatus especial, los sacerdotes de Israel trataban de impedir por todos los
medios que el pueblo pudiera familiarizarse de algún modo con aquellos tesoros
y objetos sagrados, como el Arca de la Alianza, que en teoría se encontraban
especialmente ligados a Yahvé y, así, para que el pueblo pudiera hacerse una
idea del carácter terrible de su Dios, tomaron “en su nombre” aquellas
represalias tan absurdas contra la gente de Bet Semes, sólo por haber mirado el arca, y contra Uzá, por haber tocado el arca de la alianza, a pesar de
haberlo hecho para evitar que cayese al suelo.
Sin embargo, la Iglesia
Católica dice que nos encontramos ante “la palabra de Dios”, y, por ello, hay
que aceptar que fue el propio Dios quien tuvo esa actuación criminal tan
coherente (?) con su amor infinito.
Son tan abundantes los pasajes bíblicos en los que
Yahvé se muestra como un Dios amenazante, colérico, déspota, implacable y
asesino que tratar de exponer y de comentar la larga serie de pasajes en que
este Dios se muestra con tales cualidades sería una labor ingente que, sin
embargo, apenas aportaría alguna novedad al estudio de estas cuestiones. Por
ello y para completar la exposición de lo ya tratado en el apartado anterior,
se añaden a continuación algunos otros pasajes especialmente representativos
junto con el comentario correspondiente:
“Así dice el
Señor todopoderoso: […] Así que vete, castiga a Amalec y consagra al exterminio
todas sus pertenencias sin piedad; mata hombres y mujeres, muchachos y niños de
pecho, bueyes y ovejas, camellos y asnos”[69].
Comentario:
La brutalidad de Yahvé se muestra de nuevo mezclada con actuaciones de extrema
crueldad irracional. ¿Qué sentido tiene esa matanza de “hombres y mujeres,
muchachos y niños de pecho, bueyes y ovejas, camellos y asnos”. ¿Dónde se
esconde la bondad de Yahvé? ¿Dónde la justicia? ¿Dónde el amor, cuando ni
siquiera es capaz de respetar la vida de los “niños de pecho”? Está reservada
exclusivamente para los hijos de Israel, y eso sólo mientras se encuentre de
buen humor, porque tampoco tiene escrúpulos a la hora de provocar matanzas contra
ellos por no haberle sido suficientemente fieles.
“Dad gracias al
Señor […] porque es eterno su amor […] Dad gracias al Señor de los señores […]
Al que hirió a los primogénitos de Egipto, porque es eterno su amor”[70].
Comentario:
Se trata de un texto paradójico en apariencia, pues en él se dice que el amor
de Yahvé es eterno, pero de manera asombrosa se justifica tal afirmación con el
argumento contradictorio de que hirió [es decir, mató] a los primogénitos de
Egipto. La única explicación de tales palabras del salmista es que habla del amor de Yahvé a los israelitas, pero no
del amor de Yahvé a los egipcios o a cualquier otro pueblo. En cualquier caso
lo que es el colmo del sadismo es que se diga que el amor de Yahvé es eterno porque mató a los primogénitos de
Egipto, teniendo en cuenta que tales primogénitos no tenían culpa ninguna de la
actitud de su faraón cuando trató de impedir que los israelitas marchasen de
Egipto, y que la acción de Yahvé –o, mejor, la de quienes escribieron el
correspondiente pasaje bíblico- habría sido injusta y despótica, y lo más
contrario al amor.
“Un hombre de
Dios llegó donde estaba el rey de Israel, y le dijo:
-Así dice el señor: Los sirios dicen: “El
Señor [Yahvé] es Dios de las montañas, pero no de los valles”. Pues bien, los
entregaré en tu poder, para que sepáis que yo soy el Señor […] Al séptimo día
se entabló la lucha, y los israelitas mataron en un solo día cien mil sirios de
a pie”[71].
Comentario:
¡Con cuánta facilidad mata Yahvé a cien mil sirios para demostrar a su pueblo
qué Dios es el más poderoso! ¡Cuánto orgullo y vanidad hay en ese Dios! ¡Vaya
desprecio por la vida de quienes adoran a otros dioses! ¡Vaya Dios más déspota!
Pero, claro está, como en tantas otras ocasiones hay que recordar que Yahvé no
es otra cosa que un invento de la clase sacerdotal israelita que hace decir o
hacer a Yahvé aquello que en cada momento considera más conveniente para
controlar y dominar a su pueblo amenazándole con el “coco Yahvé”, que hará con
ellos lo mismo que con los sirios en el caso de que se desmanden y se les
ocurra adorar a otros dioses, es decir, en el caso de que dejen de hacer
aquello que los sacerdotes les ordenan como si fuera Yahvé quien lo hubiese
ordenado.
“Aquella misma
noche, el ángel del Señor vino al campamento asirio e hirió [= mató] a ciento
ochenta y cinco mil hombres. Cuando se levantaron por la mañana, no había más
que cadáveres”[72].
Comentario:
Y ahora les toca a los asirios: Ciento ochenta y cinco mil muertos en una sola
noche, aunque en esta ocasión el propio Yahvé no se mancha las manos
directamente sino que envía a su “ángel exterminador”. Al parecer, al autor de
pasajes como éste, no se le ocurrió que un ser tan poderoso como Yahvé no
necesitaba enviar a nadie para cumplir sus caprichos criminales. Yahvé cumple
con la parte de su pacto impuesto: Mata a los enemigos de su pueblo para que
éste tenga la seguridad de que su Dios es el más poderoso y de que siéndole
fieles, les irán mucho mejor las cosas. Pero, como ya sabemos, de nuevo tras el
nombre de Yahvé se esconden los sacerdotes israelitas que utilizan este montaje
para tener mejor controlado al pueblo de Israel ante la contemplación de las
matanzas que realiza contra sus enemigos.
“Pecaj, hijo de
Romelías, mató en un solo día ciento veinte mil guerreros valerosos de Judá:
todo por haber abandonado al Señor, el Dios de los antepasados”[73].
Comentario:
Precisamente en este último texto se cumple lo indicado en el comentario
anterior. Si antes la matanza de Yahvé se había dirigido contra los enemigos de
Israel, ahora se dirige contra su propio pueblo, contra quienes habían le abandonado.
El asunto principal que los sacerdotes de Israel pretenden controlar es el de
tener dominado al pueblo y esto se consigue de una de esas dos maneras: o bien
ejerciendo la fuerza contra sus enemigos, o bien ejerciéndola contra el propio
pueblo. Evidentemente quien ejerce esa fuerza no es el pobrecito Yahvé, que ni
siquiera existe, ni tampoco su “ángel exterminador”, otra invención para el
momento, sino los mismos sacerdotes, que aterrorizan al pueblo con amenazas y
con historias de terror, reales o fantásticas, para que se mantenga fiel y
obediente a las órdenes de Yahvé, es decir, a las que ellos mismos dan a su
pueblo “en nombre de Yahvé”.
“Voy a barrerlo
todo de la superficie de la tierra, oráculo del Señor. Barreré hombres y
ganados, barreré aves del cielo y peces del mar; haré perecer a los malvados, eliminaré a los hombres de la superficie de la
tierra, oráculo del Señor”[74].
Comentario:
Una nueva barbaridad, más propia, sin duda, de un psicópata que de un Dios. Es
de una destructividad total y más irracional de lo que pudiera imaginarse:
Yahvé creó el mundo y creó al hombre, y, en aquel famoso momento, “vio Dios que
era bueno”. Es decir, quedó satisfecho de su obra, Además, por su omnipotencia
y su predeterminación programó a los hombres para que hicieran todo aquello que
él había decidido. Y, sin embargo, ahora le viene la ocurrencia de renegar de
cualquier ser vivo de su creación, incluido el propio ser humano, a pesar de
que anteriormente, cuando casi lleva a cabo esta misma decisión y sólo deja
vivos a Noé y a su familia, había prometido que nunca más volvería a realizar
una salvajada semejante. En este pasaje Sofonías, su autor, llega a superar al
mismo Jeremías a la hora de imaginar salvajadas para diversión de Yahvé.
“…exterminaré por completo a todos los
habitantes de la tierra”[75].
Comentario:
De nuevo Sofonías insiste en esta misma salvajada donde el amor de Yahvé brilla
por su ausencia, siendo suprimido por completo y sustituido por el terror más
absoluto. Yahvé –o, mejor, los sacerdotes judíos del momento- insiste en la
misma amenaza de exterminio total. De nuevo nos encontramos ante el
antropomorfismo de un Dios que se arrepiente de haber creado al hombre y que se
propone aniquilarlo, aunque, según parece, finalmente se arrepintió de tal
decisión. ¡Qué muestra de amor infinito y eterno más admirable! Pero eso del
“amor” es una mera cuestión lingüística. Se trata de cómo definamos el término
si queremos hacer compatibles las acciones y sentimientos divinos con el
calificativo que se le da cuando se dice “Dios es amor”.
“El Señor los
consumirá [a sus enemigos] con su ira y el fuego los devorará. Tú borrarás su
estirpe de la tierra, y su raza de en medio de los hombres”[76].
Comentario:
Aquí la ira divina se dirige exclusivamente a sus enemigos. Los sacerdotes de
Israel han comprendido por fin que una amenaza universal no tiene demasiado sentido
y, sobre todo, no es útil para sus propósitos de control sobre el pueblo, pues
si Yahvé va a destruir a su creación sin distinción alguna entre quienes le
siguen y quienes siguen a otros dioses, ¿de qué sirve obedecerle y ofrecerle
sacrificios? Pero, evidentemente, esta nueva actitud de Yahvé sigue muy alejada
del cumplimiento de su propio precepto de amar a los enemigos. Se mantiene,
pues, la contradicción interna en los escritos bíblicos.
“El Señor está a
tu derecha; aplasta a los reyes el día de su ira; juzga a las naciones,
amontona cadáveres, quebranta cabezas a lo ancho de la tierra”[77].
Comentario:
Parece que en este pasaje quien está a la derecha del Señor es el rey David,
pero eso es secundario. Lo esencial es su acción exterminadora frente a todo el
que no esté con él o con su siervo. ¡Qué obsesión! ¿Qué puede importarle a un
Dios, que nada necesita, que los hombres le sigan o se alejen de él? Es como si
yo me situase delante de un hormiguero y fuera matando a todas las hormigas que
no me honrasen con determinada muestra de respeto y sumisión. ¡Vaya estupidez!
a) “Haz bien al
humilde y no des al malvado; niégale el pan […] Que también el Altísimo odia a
los pecadores y se venga del malvado”[78].
b) “[Dijo el
Señor] Dirás: Esto dice el Señor: Aquí estoy contra ti; desenvainaré la espada
y mataré a inocentes y culpables”[79].
Comentario:
Como en otras ocasiones, en el texto a
quien refleja las supuestas palabras divinas afirma claramente que Dios “odia a
los pecadores” y “se venga del malvado”. Así que no se puede identificar a
Yahvé con un Dios amor infinito sin
incurrir en contradicción. ¿Qué Dios vendría o enviaría a su hijo –otro absurdo
calificativo antropomórfico- para morir y así redimir a los hombres del pecado
si al mismo tiempo se dice de ese Dios que “odia a los pecadores” y que “se
venga del malvado”. ¡Vaya preocupaciones le atribuyen a Dios los inventores de
estas fábulas! Un Dios que se rebaja a odiar a quienes no pueden causarle la
más mínima molestia, a quienes son y actúan de acuerdo con su propia y eterna
programación. ¡Con lo desagradable que resulta además vivir con odio! ¡Un Dios
que se venga, como si alguien hubiera podido dañarle y como si la sed de
venganza, conducta irracional propia de los seres humanos, pudiera encontrarse
en él o resolviera algo del mal causado! Cada vez que se escriben disparates de
esta clase, atribuyéndolos a Dios, se le está insultando con la mayor ligereza al
olvidar las consideraciones anteriores. Parafraseando a Stendhal, se podría
decir que la única excusa para quienes los escribieron es que ese Dios no
existe –y ellos escribieron lo que quisieron acerca de él precisamente porque
fueron ellos quienes lo crearon para dominar mejor a su pueblo-.
Y por lo que se refiere
al texto b no requiere apenas
comentario: ¿Qué clase de Dios es ése que castiga a todos con la muerte, sin
distinguir entre inocentes y culpables? Sólo un Dios asesino y déspota,
contradictorio nuevamente con el teórico Dios-amor. ¡Pobre Yahvé! ¡Cuántas
barbaridades le atribuyeron “sus” sacerdotes!
En relación con la idea de la omnipotencia e impasibilidad
divina tiene especial interés hacer referencia a dos pasajes del libro de Job en los que se el autor de esta
interesante obra es consciente de la incompatibilidad entre la omnipotencia
divina y la idea de que Dios pueda ser afectado de algún modo por las acciones
virtuosas o pecaminosas del hombre. Se dice en el primer pasaje:
“¿Acaso te causa
perjuicio mi pecado…?”[80],
Y,
en efecto, el autor de esta obra advierte de forma implícita que, siendo
consecuentes con la idea de un Dios omnipotente, es realmente presuntuoso por
parte del hombre suponer que sus pecados pueden causar un perjuicio a Dios, y
que, por ello mismo, no parece tener sentido que Dios quiera vengarse del
hombre por su mal comportamiento –y mucho menos vengarse de Job, que era un
siervo fidelísimo-.
“¿Qué saca el
Poderoso con que tú seas justo? ¿Qué gana con tu conducta íntegra?”[81]
Y
lo mismo hay que decir de este segundo texto, aunque en este caso no por los
pecados sino por las virtudes del hombre, pues tampoco éstas pueden influir en
Dios para bien o para mal, ya que su omnipotencia y su inmutabilidad le sitúan
más allá de las posibilidades humanas de alterarle lo más mínimo, provocando en
él cambios de humor o de sentimientos -alegría, tristeza, cólera, sed de
venganza-. Sin embargo, la serie de pasajes bíblicos en que la cólera y la sed
de venganza de Yahvé se manifiestan es incontable
Por otra parte, hay
algún momento en la Biblia en que se
dice que Yahvé –o algún sacerdote con más sentido común que el propio Yahvé-
desaprueba su propia actitud tan absurdamente vengativa. En efecto se dice en 2
Crónicas:
“Pero [Amasías]
no mató a los hijos de los asesinos, conforme a lo prescrito por el Señor en el
libro de la ley de Moisés: “No morirán los padres por culpa de los hijos, ni
los hijos por culpa de los padres. Cada uno morirá por su propio pecado”[82].
Tal
prescripción –que no aparece de modo explícito en la ley de Moisés- representa
un importante progreso por lo que se refiere a la formación de una moral con
más sentido común que la que defiende el castigo de la propia descendencia
“hasta la tercera y la cuarta generación”, pero por ello mismo está en
contradicción con la serie de ocasiones en que Yahvé actúa de ese modo tan
absurdamente vengativo y con la absurda doctrina del “pecado original”, según
la cual toda la humanidad nace con dicho pecado y, por ello mismo, heredando la
culpa de Adán y Eva.
6.1.
Yahvé, asesino de mujeres y de niños.
La
crueldad y barbarie de Yahvé –o, más exactamente, la de sus sacerdotes, que le
dieron tales cualidades- se presentan de un modo insuperablemente refinado
cuando se ejercen contra ancianos, mujeres y, especialmente, contra niños
inocentes, lo cual sucede en no pocas ocasiones, como algunas que se señalan a
continuación:
“El Señor mandó
contra ellos [contra los israelitas] al rey de los caldeos, que mató a espada a
sus jóvenes en el santuario mismo, sin perdonar a nadie, ni muchacho ni
doncella, ni anciano, ni anciana: Dios entregó a todos en su poder”[83].
Comentario:
Tal como se ha observado antes, la matanza de Yahvé –por la mediación del rey
de los caldeos- se ejerce contra su propio pueblo en general, “sin perdonar a
nadie”, como si tuviera algún sentido que los castigos correspondientes a
determinados delitos fueran colectivos en lugar de ser individuales como lo
serían los delitos mismos -suponiendo entre otras cosas que las acciones
humanas no estuvieran predeterminadas por Yahvé-.
Se trata de nuevo del
comportamiento de un Dios infinitamente más sádico que Calígula, pero de nuevo
la preocupación de los sacerdotes de Israel por controlar a su pueblo les lleva
a aterrorizar a Israel con estos supuestos “castigos divinos”, que no eran otra
cosa que las derrotas sufridas por el pueblo de Israel, interpretadas a
conciencia por los sacerdotes como tales castigos. Y, como los sacerdotes no podían
decir a su pueblo que Yahvé les había abandonado sin motivo alguno en lugar de
protegerle y que por eso había sido derrotado, lo que dicen es que ha sido el
pueblo el que ha abandonado a Yahvé y que por eso Yahvé le ha castigado con esa
derrota y con esas muertes indiscriminadas.
“David dijo a Natán:
-He pecado contra el Señor.
Entonces Natán le respondió:
-El Señor perdona tu pecado. No morirás.
Pero, por haber ultrajado al Señor de este modo, morirá el niño que te ha
nacido […] Al séptimo día murió el niño”[84].
Comentario:
Aquí Yahvé “sólo” mata a un niño recién nacido, pero el texto tiene interés por
diversos motivos: En primer lugar, porque el pecador que ha provocado el
castigo divino ha sido el rey David. ¿Qué importancia tiene eso? Pues que los
sacerdotes que forjan tal montaje, como no están en condiciones de condenar ni
de asesinar al rey David para recuperar el poder que habían perdido con la
llegada de los reyes a partir Saúl, aprovechan la muerte de un hijo de David
para decir que Yahvé le había castigado matando a ese hijo, lo cual
evidentemente, aunque es una barbaridad, está en la línea de otras atrocidades
de Yahvé –o, más exactamente, de la mendacidad de sus sacerdotes- . Sin embargo
el pueblo parece estar acostumbrado a tales barbaridades, supuestamente debidas
a la voluntad de Yahvé, pues, como ya sabemos, los hijos sólo representan una
prolongación de los padres, que pueden servir para pagar por los pecados de aquéllos,
no teniendo ningún valor por sí mismos. También tiene interés subrayar el machismo que implica la afirmación según
la cual el niño le ha nacido a David,
no a la madre del niño, que no pinta nada.
“[Así dice el
Señor todopoderoso, Dios de Israel, respecto a su propio pueblo:] Les haré
comer la carne de sus hijos y de sus hijas, y se devorarán unos a otros en la
angustia del asedio y en la miseria a que los reducirán los enemigos que buscan
matarlos”[85].
Comentario:
El pecado de su pueblo por el que Yahvé toma venganza es, como en tantas
ocasiones, el de haber adorado a otros dioses. El castigo, sin embargo, es de
una dureza tan extrema que les condena a tener que comerse a sus propios hijos
e hijas y a devorarse unos a otros. Como es de suponer, el castigo divino es
nuevamente una invención de los sacerdotes de Israel o de quien escribió este
relato, pero pudo basarse en sucesos reales relacionados con las guerras de
aquellos tiempos, cuando los prolongados asedios podían conducir a tales actos
de crueldad. En cualquier caso lo típico de estas descripciones consiste en que
sus inventores se suelen basar en un hecho real en relación con el cual
fabrican una causa relacionada con la actuación de Yahvé para beneficiar o para
perjudicar al pueblo según que el suceso que deban explicar sea beneficioso o
perjudicial para Israel, de manera que si es beneficioso eso significa que
Yahvé ha querido premiarles su fidelidad, mientras que si el suceso ha sido
perjudicial eso significa que Yahvé estaba enfadado y les ha castigado. Ahora
bien, de acuerdo con la dogmática de la Iglesia Católica, la Biblia expresa la palabra de Dios y, en
consecuencia, los cristianos deben asumir que Dios castiga a su pueblo con actos de canibalismo, despreciando la
vida de seres inocentes, como niños y niñas, pues el texto es absolutamente
claro y no hace falta que venga ningún intérprete oficial de la Iglesia
Católica para iluminarnos acerca de la interpretación auténtica que hay que dar
a este pasaje. ¡Qué Dios tan “justo”, “bondadoso” y “misericordioso”! ¡¿Quién
podría amar y adorar a semejante monstruo si existiera?!
“Oráculo contra
Babilonia que Isaías, hijo de Amós, recibió en una visión: […] El Señor y los
instrumentos de su furia vienen desde una tierra lejana, desde los confines del
cielo; vienen para devastar la tierra. Dad alaridos, el día del Señor se
acerca, vendrá como devastación del Devastador […] Al que encuentren lo
atravesarán, al que agarren lo pasarán a espada. Delante de ellos estrellarán a
sus hijos, saquearán sus casas y violarán a sus mujeres. Pues yo incito contra
ellos a los medos […] sus arcos abatirán a los jóvenes, no se apiadarán del
fruto de las entrañas ni se compadecerán de sus hijos”[86].
Comentario:
Nos encontramos aquí con uno de los pasajes bíblicos que presentan al Dios más
terrorífico que pueda imaginarse, donde Yahvé y los instrumentos de su furia
vendrán a devastar Babilonia. Y Yahvé advierte de la serie de atrocidades que
va a realizar a través de los medos, que son el instrumento con el que
materializará sus amenazas: Muerte para todo el que encuentren, muerte violenta
para sus hijos, que morirán estrellados contra el suelo o contra lo que sea,
con el odio brutal que sugieren esas muertes absurdas y de modo particular el
modo según el cual se producirán. Acciones divinas más allá de toda moral y de
cualquier atisbo de amor. Odio irracional a todos los seres humanos de
Babilonia. Incluso Yahvé dispone que “violarán a sus mujeres”. No se trata de
que simplemente lo advierta o profetice. Es él quien decide que suceda
convirtiendo en lícito y sagrado lo que normalmente se juzga como criminal. Y
por lo tanto es él quien hace todo aquello que a la vez prohíbe, simplemente
porque ésa es su voluntad y porque de ese modo se desahoga de su ira. No es un
Dios de amor, es el Dios del odio más macabro y tiránico. Y, para completar
este cuadro criminal, advierte que él incita a los medos contra los babilonios
y dispone que aquéllos “abatirán a los jóvenes, no se apiadarán del fruto de
las entrañas ni se compadecerán de sus hijos”. Es decir, no se trata sólo de
matar a jóvenes y a niños sino incluso de asesinar a niños todavía no salidos
del vientre de su madre. ¡Y ésa orden implacable la da ése al que llaman “el
Dios del amor”, el mismo Dios de la Iglesia Católica que ahora reprueba el
aborto como un crimen horrendo, a pesar de que tal acción se realice sobre
agrupaciones celulares que sólo potencialmente podrían considerarse humanas de
modo similar al que podrían considerarse humanos un espermatozoide o un óvulo o
una célula de la piel. ¡Cuánta hipocresía hay en quienes condenan el aborto a
la vez considera tan naturales las actuaciones criminales divinas asesinando a
niños nacidos y a punto de nacer, cuánta hipocresía en quienes despreocupan de
los cientos de niños que cada día mueren de hambre mientras ellos se dedican a
engrosar ambiciosamente las arcas sin fondo del Vaticano!
Todos podemos imaginar,
de acuerdo con el simple sentido común, que tales acciones no pudieron ser
mandadas por un Dios auténtico y que, si sucedieron, en tal caso fueron
aprovechadas sin escrúpulo por quienes escribieron este macabro relato para
atribuírselas a su Dios con la intención de que el pueblo conociera hasta dónde
podía llegar la cólera de este supuesto Dios si se le provocaba con alguna
muestra de infidelidad. A pesar de todo, para los dirigentes de la secta
católica nos encontramos ante “la palabra de Dios”, de un Dios veraz que habría
inspirado este relato. Pero, ¡a ver quién es capaz de mostrar un mínimo de
compatibilidad entre este Dios y el Dios del amor y de la misericordia
infinita!
Como ejemplos de otros pasajes relevantes que van
por esta misma línea de crueldad, pueden verse los siguientes:
a) “Y el Señor
me [= a Jeremías] dijo: […] Y aquellos a quienes ellos profetizan serán tirados
por las calles de Jerusalén, víctimas del hambre y de la espada; no habrá quien
los sepulte, ni a ellos ni a sus mujeres ni a sus hijos; yo haré recaer sobre
ellos su maldad”[87].
b) “El Señor me
habló así:
-No
te cases; no tengas hijos ni hijas en este lugar. Porque así dice el Señor de
los hijos e hijas que nazcan en este lugar, de las madres que los den a luz y
de los padres que los engendren: Morirán cruelmente; no serán llorados ni
enterrados, sino que quedarán como estiércol sobre la tierra; perecerán a
espada y de hambre, y sus cadáveres serán pasto de las aves del cielo y de las
bestias de la tierra.
Así
dice el Señor: No entres en una casa donde hay duelo; no vayas al duelo ni les
des el pésame, porque yo retiro de este pueblo, oráculo del Señor, mi paz, mi
misericordia y mi compasión. Grandes y pequeños morirán en esta tierra sin ser
enterrados ni llorados”[88].
c) “Por eso, así
dice el Señor: […] Por tus prácticas idolátricas haré contigo [con Israel, su
pueblo] lo que nunca he hecho y jamás volveré a hacer: los padres se comerán a
sus hijos, y los hijos a sus padres”[89].
d) “Y pude oír
lo que [el Señor] dijo a los otros:
-Recorred
la ciudad detrás de él, matando sin compasión y sin piedad. Matad a viejos,
jóvenes, doncellas, niños y mujeres, hasta exterminarlos”[90].
e) “[Moisés dijo
a los comandantes de su tropa] ¿Por qué habéis dejado con vida a las mujeres?
Fueron ellas precisamente las que, siguiendo el consejo de Balaán, sedujeron a
los israelitas, apartándolos del señor […] Matad, pues, a todos los niños
varones y a todas las mujeres que hayan tenido relaciones sexuales con algún
hombre”[91].
Comentario:
Estos pasajes tienen en común el salvajismo con el que se mata a los niños y el
desprecio salvaje con el que se trata a ancianos, mujeres y niños, que en
ningún caso aparecen como responsables de nada sino sólo como víctimas y como
simples propiedades de los cabezas de familia, y, por ello mismo, se les aplica
la cólera y la arbitrariedad despótica de Yahvé, que no es otra que la de los
sacerdotes de Israel, que fueron los inventores de estos relatos, basados o no
en sucesos reamente brutales propios de aquellos pueblos, aunque los dirigentes
de la Iglesia Católica deben aceptar que se trata de sucesos reales ocurridos
por la voluntad de Yahvé en cuanto aparecen en relatos bíblicos que deben ser
verdaderos porque habrían sido inspirados por el Espíritu Santo.
El texto b refleja cruelmente el temor de los sacerdotes a que su
pueblo se una a otros pueblos, pues tal posibilidad podría venir acompañada de
la adopción de nuevos dioses y de un abandono del propio. Ese temor les lleva a
amenazar a su pueblo con que los hijos e hijas que nazcan de esa unión y sus
respectivos padres y madres “morirán cruelmente; no serán llorados ni
enterrados, sino que quedarán como estiércol sobre la tierra; perecerán a
espada y de hambre, y sus cadáveres serán pasto de las aves del cielo y de las
bestias de la tierra”. Por ello, aunque pueda parecer asombroso que, viendo
cuál había sido la actuación tan criminal de Yahvé, los dirigentes actuales de
la Iglesia Católica no se escandalicen por las atrocidades divinas. Y es que en
realidad no tienen de qué escandalizarse, pues a lo largo de su historia la
Iglesia Católica ha cometido crímenes y asesinatos tan graves o mucho más que
los cometidos por su Dios, como los de su “Santa Inquisición”, sus cruzadas, su
actitud ante la conquista de América por españoles y portugueses, su defensa y
apoyo a dictaduras criminales como la del general Franco, “caudillo de España
por la gracia de Dios” o las de muchas otras dictaduras como las de Sudamérica
de no hace muchos años.
El texto c tiene la inefable brutalidad de algunos otros en los que
Yahvé determina el canibalismo de padres contra hijos y de hijos contra padres.
En la actualidad acciones como ésa serían objeto de la mayor reprobación, pero,
siendo Yahvé quien las ordena, son plenamente respetables y santas, pues, como
dicen ellos para justificar cualquier barbaridad realizada por su Dios, “los
designios de la Providencia son inescrutables”.
Pero, ¿cómo un Dios
inmutable puede aceptar como santas aquellas mismas acciones que prohíbe como infames?
Igualmente el texto d, en el que Yahvé ordena matar sin compasión y sin piedad, representa la
actitud contraria respecto a las virtudes que en otros momentos defiende y por
las que se le suele caracterizar a él mismo: La compasión y la piedad. Y, para
colmo, ordena que no se tenga compasión ni piedad de nadie: “Matad a viejos,
jóvenes, doncellas, niños y mujeres, hasta exterminarlos”. ¡Otra muestra
sublime de la bondad, de la misericordia y del amor “infinito” de Yahvé!
¡¿Cómo es posible que
se pueda aceptar una religión tan absurda y contradictoria?!
Finalmente en el texto e es el propio Moisés quien ordena
que se mate a todas las mujeres extranjeras y a todos los niños nacidos de su
unión con hombres israelitas, no por motivos racistas sino por temor a la contaminación
religiosa por la cual la descendencia de tales relaciones dejaría de adorar a
Yahvé para adorar a los dioses de sus madres. ¡Solución lógica evidente!:
¡Matar a los niños y a sus madres! Y luego dicen que el fin no justifica los
medios. ¿Qué clase de actitud es ésta sino la de tal justificación de medios al
margen de toda moral para conseguir un fin mucho menos sagrado que el del
respeto por la vida de mujeres y niños? ¿Es ésa la religión del amor?
Entre los abundantísimos pasajes donde pueden
observarse otras actuaciones similares de Yahvé, que siguen esta misma línea de
crueldad despótica y asesina, tienen especial interés los que aparecen en Números, 14:29-30, 14:32-36, 16:20-21,
17:6-11, 27:12-14, Deuteronomio,
28:49-68, 2 Reyes, 9:6-10... y Apocalipsis.
[1] Génesis, 2:2. Un pasaje bíblico
relacionado con esta misma temática se encuentra en Éxodo, 31:15-18, donde se dice: “Quien haga algún trabajo en día de
sábado, morirá sin remedio […] porque en seis días hizo el Señor los cielos y
la tierra y el séptimo día dejó de trabajar y descansó […] tablas de piedra,
escritas por el mismo dedo de Dios”. La cursiva es mía.
[21] Génesis, 15:18-21. En Nehemías se refleja un pasaje similar a
éste y se dice: -“Tú, Señor, eres el Dios que elegiste a Abrán […] Viste que su
corazón te era fiel e hiciste una alianza con él. Prometiste darle, a él y a su
descendencia, la tierra de los cananeos, hititas, amorreos, pereceos, jebuseos
y guergueseos” (Nehemías, 9:7-8).
[27] 1 Samuel, 12:22.
[72] 2 Reyes, 19:35.
Curiosamente en Isaías 37:36. En
muchos oros pasajes, como en Ezequiel,
32:12, pueden verse más ejemplos de actuaciones divinas parecidamente
destructivas.
[81] Job, 22:3.
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