LA DENIGRACIÓN DE LA MUJER EN LA SECTA CATÓLICA
Los
dirigentes cristianos y los católicos en particular juzgan que la Biblia es la “palabra de Dios”, de
manera que esta “palabra” es la que debe servirles de guía a la hora de
establecer sus valores morales y de todo tipo. Pero sucede que, como
en la Biblia hay en muchas doctrinas que se
afirman en unos pasajes para ser negadas en otros, procuran silenciar o sacar a
la luz aquellas doctrinas que les resultan
más convenientes según las circunstancias del momento. En este sentido, por
ejemplo, cuando se está hablando de lo denigrante que es para la mujer el uso
del “burka”, que oculta por completo su cuerpo y su rostro, lo cual es un modo
de anular su personalidad,
procuran silenciar que esto mismo era lo que predicaba su “apóstol de los gentiles”,
Pablo de Tarso, diciendo que la mujer debía llevar sobre su cabeza un velo como una señal de sujeción al varón. En cuanto las
palabras de Pablo de Tarso son consideradas por la secta católica como parte de
la Biblia, son tan “palabra
de Dios” como las del resto de dicho libro. En consecuencia, los dirigentes
católicos tratan de aplicar esas doctrinas cuando y en la medida que lo creen
conveniente para sus intereses. De hecho, hasta no hace muchos años, los curas,
los dueños de “las casas de Dios”, prohibían que mujeres o niñas entrasen en la iglesia sin llevar la cabeza cubierta con un
velo; su tamaño era lo que podía variar, según los tiempos fueran más o menos
propicios para exigir que tuvieran un tamaño mayor o menor. Y, si en estos
momentos los dirigentes católicos callan ante el hecho de que las mujeres
entren en la iglesia sin velo, es sólo por el temor a perder clientela y poder,
y no porque hayan evolucionado desde su machismo primitivo hasta el
reconocimiento de la igualdad entre la mujer y el varón.
La
visión denigrante de la mujer que los dirigentes católicos aceptan -o deben
aceptar- en la medida en que juzgan que la Biblia es la “palabra de su Dios”,
tiene las siguientes características:
1) En primer lugar hay que señalar que uno de los prejuicios
mitológicos que más negativamente parecen haber influido en el tradicional
menosprecio bíblico hacia la mujer es en que aparece en el génesis y en otros
pasajes dispersos de la Biblia según
el cual
“Por la mujer comenzó el pecado, por culpa de
ella morimos todos”[1].
El
autor de este pasaje no parecía tener demasiadas luces, pues la culpa –si
existiera, que no es el caso- sería individual:
Nadie puede ser culpable de las acciones que otro decida realizar, en cuanto la
decisión de hacer caso o a las sugerencias de otro o no la toma cada uno. En
caso contrario podría decirse que la culpa de Adán en realidad era de Eva, pero
la de Eva era de la serpiente y la de la serpiente era de Dios que la creó. Y
por cierto, de acuerdo con la doctrina de la predeterminación, todo lo que el
hombre hace es Dios quien lo hace. Así que, para bien o para mal, el ser humano
sería un juguete en manos de Dios y nadie sería responsable de nada, ni el
hombre ni la mujer.
Pero evidentemente quien escribió el Génesis vivía inmerso en una
civilización machista –como casi todas- y por eso se inventó el mito del
“pecado original” considerando a Eva como la culpable de todos los males.
2) En segndo
lugar, al protagonismo casi absoluto que
se concede el varón frente a la mujer. Este protagonismo se muestra, por
ejemplo, cuando al hablar de Dios se dice que es “Padre” y no “Madre”, “Hijo” y
no “Hija”, y “Espíritu Santo”, teórico padre de Jesús; Dios creó a Adán
como rey de la creación, y a Eva, formada a partir de una costilla de Adán,
para que Adán tuviera una ayuda[2].
La mujer fue quien introdujo el pecado en el mundo y, por ello, entre otros
castigos, Dios la condenó a ser dominada por el varón [3],
lo cual es una forma “religiosa” de justificar las diversas formas del machismo
judeo-cristiano; los hijos de Adán y Eva cuyos nombres se mencionan en la
Biblia sólo son los de Caín, Abel y Seth, de manera que no se menciona para
nada los de las hijas a las que debieron de unirse Caín y Seth para tener
descendencia. Los personajes femeninos de la Biblia casi siempre tienen un
papel secundario, con la excepción que los dirigentes de la secta cristiana han
hecho de María, la madre de Jesús, pero ni siquiera en los evangelios sino
bastante tiempo después.
3)
De acuerdo con aquella primera valoración negativa de la mujer en la Biblia, tal como aparece en el Génesis pero de manera mucho más
acentuada, en Eclesiastés se dice:
-“He hallado que la mujer es más amarga que la
muerte, porque ella es como una red, su corazón como un lazo y sus brazos como
cadenas. El que agrada a Dios se libra de ella, mas el pecador cae en su
trampa”[4],
- “Por más que
busqué no encontré; entre mil se puede encontrar un hombre cabal, pero mujer cabal, ni una entre
todas”[5].
Y
un planteamiento similar aparece en Eclesiástico,
otro libro de la Biblia, en el que se
equiparan mujer y pecador:
-“Prefiero vivir con
león y dragón a vivir con mujer malvada”[6]
-“Toda maldad es poca junto a la de
la mujer; ¡caiga sobre ella la suerte del pecador!”[7].
-“Por la mujer comenzó el pecado,
por culpa de ella morimos todos” [8]
-“Vale más maldad de hombre que
bondad de mujer”[9].
Y en Zacarías la mujer aparece
como símbolo de la maldad:
“El hombre que hablaba conmigo se
adelantó y me dijo:
-Levanta tu vista y mira lo que aparece ahora.
Pregunté:
-¿Qué es?
Me respondió:
-Una cuba, y representa la maldad de toda esta tierra.
Entonces se levantó la tapa redonda de
plomo y vi una mujer sentada dentro de la cuba. El ángel me dijo:
-Es la maldad”[10].
Ambos
puntos de vista se encuentran en la misma línea del Génesis, donde, como
ya se ha señalado en otro momento, Eva, como representante de la mujer,
es castigada por Dios a quedar sometida al varón por haber sido la responsable
principal de la desobediencia a Dios.
4) Otra expresión del desprecio más absoluto hacia la mujer
queda de manifiesto al comparar su papel social con el del hombre, a quien se
le da un protagonismo casi absoluto que se muestra, por ejemplo, cuando al
hablar de Dios se dice que es “Padre” y no “Madre”, “Hijo” y no “Hija”, y “Espíritu
Santo”, teórico padre de Jesús; Dios creó a Adán como
rey de la creación, y, a Eva para que Adán tuviera una ayuda y una compañera;
la mujer -Eva- fue quien introdujo el pecado en el mundo y, por ello, entre
otros castigos, Dios condenó a la humanidad a tener que morir, y a la mujer a
ser dominada por el varón[11]
lo cual es una forma de justificar “religiosamente” las diversas formas de
machismo; los hijos de Adán y Eva cuyos nombres se mencionan en la Biblia sólo
son los de Caín, Abel y Seth, de manera que no se menciona para nada los de las
hijas a las que debieron de unirse Caín y Seth para tener descendencia; los
personajes femeninos de la Biblia casi siempre tienen un papel
secundario.
Por
otra parte, todos los nombres de los ángeles son nombres de varón: Miguel, Rafael,
Gabriel. El propio “Príncipe de las Tinieblas” se muestra como varón: Satán,
Lucifer o Luzbel. Y casi todos los nombres relevantes de la Biblia son de
varón, como Adán, Caín, Abel, Seth, Noé, Sem, Cam, Jafet, Abraham, Isaac, Esaú,
Jacob, los hijos de Jacob: Rubén, Simeón, Leví, Judá, Dan, Neftalí, Gad, Aser,
Isacar, Zabulón, José y Benjamín (y sólo al final una hija llamada Dina, a la
que se menciona en muchas menos ocasiones que a sus hermanos); Moisés, Aarón,
Josué, Saúl, David, Salomón, Roboam, Gedeón, Sansón, Elí, Samuel, Isaías,
Jeremías, Ezequiel, Daniel, Job, Pedro, Andrés, Santiago, Juan, Tomás,
Bartolomé, Judas Tadeo,
Judas Iscariote, Mateo, Matías, Marcos, Lucas, Pablo, y apenas alguno de mujer,
que casi siempre juega un papel secundario o anecdótico.
Con
ocasión del mítico “Diluvio universal”, ni siquiera se menciona el nombre de la
mujer ni de las hijas de Noé, que fueron quienes se debieron de salvar, junto
con el propio Noé y sus hijos Sem, Cam y Jafet para que la humanidad volviese a
multiplicarse, lo cual demuestra evidentemente la escasísima importancia que se
concede a la mujer, a pesar de que sin ella la continuidad de la especie habría
sido un milagro especialmente digno de reseñar.
Resulta
igualmente curioso y significativo –aunque más anecdótico- que en el Antiguo
Testamento la mujer quede ninguneada hasta el punto de que, cuando
se enumera la lista de los hijos de cualquier personaje, casi todos los nombres
sean de varón y apenas alguno de mujer, como si no hubieran nacido o como una
muestra de la consideración tan anecdótica de su existencia que fuera
irrelevante incluso mencionarla. Esto sucede por lo que se refiere a los hijos
de Adán y Eva, de Noé, Sem, Cam, Jafet, Abraham, Ismael, Isaac, Esaú, Jacob, y
a la práctica totalidad de las largas líneas genealógicas que aparecen en la
Biblia, donde o bien no se nombra la existencia de las hijas de estos
personajes o bien sólo se dice que “también tuvieron hijas”, pero sin
nombrarlas o incluso hablando de un número de hijas muy sospechosamente
inferior respecto al de hijos.
5)
La actitud degradante respecto a la mujer se muestra igualmente de un modo a la
vez ingenuo y descarado cuando en Génesis se habla de los varones como “hijos
de Dios” y de las mujeres como “hijas de los hombres”, a la vez que se deja
claro que la mujer tenía el valor de una simple cosa, en cuanto se “tomaba” o se compraba por parte del varón, de
manera que no era libre para decidir sobre su propia vida:
“Cuando los hombres empezaron a
multiplicarse en la tierra y les nacieron hijas, los hijos de Dios vieron
que las hijas de los hombres eran hermosas y tomaron para sí como
mujeres las que más les gustaron”[12].
6) En esta misma línea de degradación de la mujer
hay que señalar el hecho de que la poligamia
y la posesión de concubinas y
de esclavas aparece de un modo absolutamente
natural en la sociedad judía, tal como se presenta en la Biblia, en la que la mayoría de sus personajes relevantes tuvieron
varias esposas, concubinas y esclavas[13]. Además,
de hecho en Deuteronomio se maldice
no a quien es polígamo sino a aquel hijo
que se acueste con las mujeres de su padre, lo cual representa una manera bien
explícita de aceptar los derechos del padre sobre sus mujeres:
“¡Maldito quien
se acueste con una de las mujeres de su padre, porque viola los derechos de su
padre!”[14].
Sin
embargo, ese tipo de estructura familiar en la que la mujer no mantiene una
relación de igualdad con el varón sino que se convierte en una simple esclava o
una simple posesión del varón, objeto de compra y de venta, es otro ejemplo de
contradicción respecto a la supuesta inmutabilidad
de las leyes divinas, que en otros momentos,
como los actuales, defiende la monogamia y, sobre todo, el respeto a la voluntad
de la mujer a la hora de unirse o no con otro ser humano sin que tal unión
dependa de otra cosa que de la decisión libre de hombres y mujeres.
Son muchos los
personajes relevantes mencionados en la Biblia
que tuvieron varias mujeres. Así, acerca de Roboam, hijo de David, dice la
Biblia:
“Sus mujeres
fueron dieciocho y sesenta las concubinas”[15].
Acerca
de Gedeón se dice igualmente que
“tuvo setenta
hijos, porque fueron muchas sus mujeres. También su concubina, que vivía en
Siquem, le dio un hijo al que llamó Abimélec”[16].
Pero
de todos ellos quien destacó de manera extraordinaria sobre los demás fue el
rey Salomón, de quien se dice en la Biblia
que tuvo setecientas esposas y trescientas concubinas:
“El rey Salomón se enamoró de muchas
mujeres extranjeras, además de la hija de faraón; mujeres moabitas, amonitas,
adomitas, sidonias, e hititas, respecto a las cuales el Señor había ordenado a
los israelitas: “No os unáis con ellas en matrimonio, porque inclinarán vuestro
corazón hacia sus dioses”. Sin embargo, Salomón se enamoró locamente de ellas,
y tuvo setecientas esposas con rango real, y trescientas concubinas. Ellas lo
pervirtieron y cuando se hizo viejo desviaron hacia otros dioses su corazón,
que ya no perteneció al Señor, como el de su padre David. Dio culto a Astarté,
diosa de los sidonios, y a Moloc, el ídolo de los amonitas […] Otro tanto hizo
para los dioses de todas sus mujeres extranjeras, que quemaban en ellos [en los
altares] perfumes y ofrecían sacrificios a sus dioses”[17].
El autor del libro 1 Reyes
no critica en ningún caso que Salomón tuviera tantas mujeres y tantas
concubinas. Lo que critica es que como sus mujeres eran extrajeras, es decir,
no israelitas, podían ejercer sobre él una influencia negativa que le alejase
de su Dios y le llevase a adorar a sus propios dioses, que es lo que sucedió
especialmente en los últimos años de su vida y, por eso, dice que Salomón
“no
fue tan fiel [a Dios] como su padre David”[18],
pues,
“cuando se hizo viejo [éstas
esposas y concubinas] desviaron hacia otros dioses su corazón, que ya no
perteneció al Señor”[19].
Lo
que es evidente es que este alejamiento de Jahvé para adorar a otros dioses le
habría costado la vida en el caso de que no hubiera sido rey sino sólo un
hombre cualquiera, pues la adoración a otros dioses era un delito que se pagaba
con la vida, tal como consta en diversos pasajes bíblicos. En este sentido, en Deuteronomio se dice:
“Si oyes decir que
en alguna de las ciudades que el Señor tu Dios te da para que habites en ellas
surgen hombres perversos, que intentan seducir a sus conciudadanos para que den
culto a otros dioses desconocidos para vosotros, examinarás el caso,
preguntarás y te informarás bien. Si se confirma el rumor y se prueba que tal
abominación se ha cometido en medio de ti, pasarás a espada a los habitantes de
toda aquella ciudad, y la consagrarás al exterminio con todo lo que haya en
ella, incluido su ganado, que también pasarás a espada”[20].
Parece claro que el autor de Reyes de manera hipócrita o por
puro interés no quiso o no se atrevió a criticar duramente al rey Salomón y se
conformó con decir que no fue tan fiel a
Dios como su padre David, a pesar de que, de acuerdo con la norma de Deuteronomio, los sacerdotes debían
haberlo denunciado y haber exigido su condena a muerte. Pero, como en aquellos
momentos Salomón era quien detentaba el poder, los sacerdotes, con la astucia
que les ha caracterizado en todo momento, quitaron importancia al hecho de que
hubiese adorado al menos a setecientos dioses, mereciendo por ello la pena de
muerte.
Por su parte, Abías
“tuvo catorce mujeres, veintidós
hijos y dieciséis hijas”[21].
Y fue el mismo sacerdote Yoyadá quien proporcionó dos esposas
a Joás:
“Joás agradó con su conducta al Señor mientras vivió el sacerdote
Yoyadá, quien le proporcionó dos esposas de las que Joás tuvo hijos e hijas”[22].
Esta
última referencia tiene el interés de poner nuevamente de manifiesto que la
poligamia no es vista de manera negativa por sí misma, ya que en este caso es
un sacerdote quien le proporciona dos esposas a Joás. Lo negativo se produce
cuando esas mujeres son extranjeras, como en el caso de
Salomón, porque pueden introducir sus dioses y pervertir al judío
alejándolo de su Dios, lo cual equivale a decir que a los sacerdotes lo que les
preocupa especialmente es la competencia
que las otras religiones pueden suponer para su propio negocio.
En definitiva, a lo largo de sus diversos
libros lo que predomina en la Biblia de forma constante es esta
valoración negativa de la mujer, considerada como un simple objeto de comprar,
vender, usar y tirar.
De hecho y en relación con lo anterior tiene
especial interés aclarar que, a pesar de que el clero católico siga hablando
del “decálogo” o de los diez mandamientos de Moisés,
cualquiera que sepa leer puede comprobar que en la Biblia sólo aparecen ¡nueve
mandamientos!, siendo el noveno y último:
“No codiciarás la casa de tu
prójimo, ni su mujer, ni su siervo, ni su buey, ni su asno, ni nada de lo que
le pertenezca”[23],
de manera que el
mandamiento que actualmente se enumera como el noveno y penúltimo, “no desearás la mujer de tu prójimo”, en la Biblia aparece sólo como una parte del
noveno y último, que los dirigentes
cristianos dividieron en dos a fin de enmascarar el hecho evidente de que a la
mujer se la trata en la Biblia y en ese mismo pasaje relacionado con las tablas
de Moisés, como una pertenencia
o cosa o a un animal –un buey, un asno-. Y
precisamente por este mismo motivo el noveno y último mandamiento no hace
referencia a la mujer en exclusiva sino refiriéndose a ella como a un objeto más del prójimo -igual que su
casa o su buey-, que ha sido comprada a su padre, sin contar para nada con su
consentimiento, y que podría ser codiciada por otro hombre.
Y,
por el contrario, no se habla en ningún caso del hombre como de un objeto que pueda ser codiciado ni
comprado por la mujer. Recordemos a este respecto que mientras los varones son hijos de Dios, las mujeres
son hijas de los hombres y, al parecer, tal estatus les confiere el derecho
de poder ser dueños de mujeres, mientras que las mujeres deben someterse a los
hombres como esposas, como concubinas o como esclavas.
7) De acuerdo con esta forma de cosificación de la mujer, ésta es objeto de compra:
Jacob compró a Raquel a su tío Labán a cambio de trabajar siete años para él[24],
aunque éste le engañó y
“por la noche […]
tomó a su hija Lía y se la trajo a Jacob, y Jacob se unió a ella”[25]
Pero,
como a Jacob le gustaba Raquel, se la volvió a pedir a su tío y éste le dijo:
“-…Termina la semana de bodas con ésta, y
te daré también a la otra a cambio de otros siete años de servicio.
Así
lo hizo Jacob; terminó la semana con la primera, y después Labán le dio por
mujer también a su hija Raquel […] Jacob se unió también a Raquel y la amó más
que a Lía; y estuvo al servicio de su tío otros siete años”[26].
a)
En primer lugar, la propia cosificación de la mujer, cuya voluntad no
cuenta en absoluto a la hora de tomar la decisión sobre a quién se vende;
b)
en segundo lugar, la ausencia
de contrato matrimonial,
pues, como la mujer es una simple posesión de su padre, el contrato no se hace
con ella sino con su futuro propietario que es quien la compra a cambio
de dinero o
de otra cosa, como, en este caso, el tiempo de trabajo –otros siete años- que
Jacob acuerda con su tío.
8) La mujer puede
ser tomada o raptada con absoluta normalidad:
Como
ya se ha dicho, hay ocasiones en que ni siquiera hay contrato matrimonial entre
hombre y mujer, sino sólo un contrato de compra, o un simple rapto,
como sucede cuando los ancianos de la comunidad proponen que los benjaminitas rapten
mujeres, pues no tenían y la tribu estaba a punto de desaparecer: En un primer
momento la comunidad israelita envía tropas contra Yabés Galaad, cuyos
habitantes también eran judíos, pero no habían subido a la asamblea del Señor.
Y, como los israelitas habían “jurado solemnemente que quien no subiese a Mispá
ante el Señor sería castigado con la muerte”[27],
pasaron a cuchillo a todos sus habitantes menos a las muchachas vírgenes y se
las dieron a los benjaminitas[28].
A continuación los mismos benjaminitas, aconsejados por el resto de Israel,
raptaron más mujeres en Silón para quienes no tenían todavía, pues la tribu
estaba a punto de desaparecer:
“Entonces
la asamblea [de Israel] envió doce mil hombres de los más valientes, con esta
orden: -Id y pasad a cuchillo a todos los habitantes de Yabés Galaad, incluidas
mujeres y niños.
Consagraréis al exterminio a todos los varones y a todas las mujeres casadas,
pero dejaréis con vida a las vírgenes.
Así
lo hicieron. Entre los habitantes de Galaad encontraron cuatrocientas vírgenes
que no habían tenido relaciones con ningún hombre y las trajeron al campamento
de Siló, en la tierra de Canaán. Luego, la asamblea envió mensajeros a los
benjaminitas […] para ofrecerles la paz. Los benjaminitas volvieron, y ellos
les dieron las mujeres supervivientes de Yabés Galaad, pero no había bastantes
para todos.
[…] Los ancianos de la comunidad se preguntaban:
-Las mujeres de la tribu de Benjamín han sido exterminadas. ¿Qué haremos
para procurar mujeres a los que aún no las tienen? […]
Entonces decidieron esto:
-Está cerca la fiesta del Señor que se celebra todos los años en Siló
[…].
Y dieron este recado a los de Benjamín:
-Id y escondeos entre las viñas. Os quedáis observando, y cuando veáis
que las jóvenes de Siló salen a bailar, salís de las viñas, os lleváis cada uno
una muchacha de Siló y os volvéis a vuestra tierra […].
Los de Benjamín lo hicieron así y tomaron de entre las que bailaban
aquellas que necesitaban; después volvieron cada uno a su heredad,
reconstruyeron las ciudades y se establecieron en ellas”[29].
9) Es preferible la
violación de las propias hijas antes que la ofensa a un invitado:
Otro ejemplo más de este desprecio tan
absoluto a la mujer es el hecho de que, ante la opción de consentir o no la
ofensa a un invitado, se opte por ofrecer a las propias hijas para ser violadas
Así sucede en Génesis,
19:6-8, donde Lot, para proteger a unos extranjeros que tenía alojados en su
casa, dice a quienes querían violarlos:
“-Hermanos
míos, os suplico que no cometáis tal maldad. Tengo dos hijas que no se han
acostado con ningún hombre; os las voy a sacar fuera y haced con ellas lo que
queráis, pero no hagáis nada a estos hombres que se han cobijado bajo mi techo”[30].
Algo muy similar se narra en Jueces, donde, como en el
caso anterior, la violación de mujeres no tiene mayor importancia en relación
con la ofensa a un invitado. En este sentido se dice en defensa de un invitado:
“-No, hermanos
míos, no hagáis, semejante crimen, por favor. Es mi huésped y os pido que no
hagáis tal infamia. Aquí está mi hija, que es virgen; os la sacaré para que
abuséis de ella y hagáis con ella lo que os plazca; pero no cometáis con este
hombre semejante infamia”[31].
10)
Resulta igualmente sorprendente que en el Antiguo
Testamento la mujer quede ninguneada hasta el punto de que, cuando
se enumera la lista de los hijos de cualquier personaje, tanto si se trata de
Jacob como de cualquier otro, casi todos los nombres sean de varón y apenas
alguno de mujer, como si no hubieran nacido o como si su importancia fuera tan
anecdótica que fuera irrelevante incluso la mención de su existencia. Esto
sucede por lo que se refiere a los hijos de Adán y Eva, Noé, Jafet, Cam, Sem,
Abraham, Ismael, Isaac, Esaú, Jacob, y a la práctica totalidad de las largas
líneas genealógicas que aparecen en la Biblia, donde o bien no se nombra la
existencia de las hijas de estos personajes o bien sólo se dice que también
tuvieron hijas, pero sin nombrarlas o incluso hablando de un número de hijas
muy llamativamente inferior respecto al de hijos.
11)
En las referencia genealógicas sólo cuanta la línea paterna y para nada
la materna, hasta el punto de que, como ya se ha dicho en otro capítulo, para
demostrar la filiación divina de Jesús el evangelio atribuido a Lucas se
remonta por la línea genealógica de José hasta llegar a Adán,
incurriendo en la contradicción de afirmar la paternidad de José respecto a
Jesús, cuando interesa demostrar que Jesús era Hijo de Dios, pero negando
tal paternidad cuando interesa afirmar que María era “virgen” y que
concibió por obra del Espíritu Santo y no por sus relaciones sexuales con José.
Tal contradicción bíblica hubiera podido ser evitada si los evangelistas
correspondientes hubiesen dicho que María quedó embarazada por obra del
Espíritu Santo y porque, además, María era hija de Dios, tomando como base para
este último argumento la línea genealógica de María que se habría remontado
hasta Adán, igual que la de José, pero con la ventaja de que, si José era un
padre dudoso para quienes escribieron estos pasajes, María no era una madre
dudosa.
12)
El papel secundario de la mujer en el Antiguo
Testamento se muestra igualmente desde la perspectiva de su tasación económica, tal como aparece en Levítico, donde en
relación con los sacrificios religiosos se valora al hombre –entre veinte y
sesenta años- en quinientos gramos de plata, mientras que a la mujer se la
valora en trescientos:
“El Señor dijo a Moisés:
-Di a los
israelitas: Cuando alguien haga al Señor una promesa ofreciendo una persona, la
estimación de su valor será la siguiente: el hombre entre veinte y sesenta
años, quinientos gramos de plata […]; la mujer, trescientos; el joven entre
cinco y veinte años, si es muchacho, doscientos gramos, y si es mucha, cien;
entre un mes y cinco años, si es niño, cincuenta gramos, y treinta gramos de
plata si es niña; de sesenta años para arriba, el hombre, ciento cincuenta
gramos y la mujer cincuenta”[32].
O
sea, que eso de que ante Dios todos seamos iguales evidentemente sería una
apreciación incorrecta, por lo menos por lo que se refiere al Dios
judeo-cristiano.
13)
Incluso la figura de María tiene un papel irrelevante, como puede
constatarse mediante la lectura del evangelio de Marcos, en donde el propio
Jesús llega a tratarla de modo un tanto despectivo, dando impresión de que no
se siente especialmente orgulloso de ella, pues, cuando en cierta ocasión sus
discípulos van a avisarle de su presencia y la de sus hermanos, él responde que
“su madre y sus hermanos son aquellos que cumplen la palabra de Dios”, y no se
dice para nada que Jesús se acercase a su madre o que la hiciera pasar para
mostrarle alguna señal de afecto filial:
“¡Oye! Tu madre y tus hermanos y hermanas están fuera y te buscan”
Y Jesús les respondió:
-¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?”
Y mirando después a los que estaban sentados alrededor, añadió:
-Estos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de Dios,
ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”[33].
Esta
baja consideración de la mujer, referida a María en este caso, se muestra
igualmente cuando se considera a Jesús como “hombre” por ser hijo de María y
sólo como “Hijo de Dios” -según el evangelio atribuido a Lucas, que afirma tal
doctrina- a partir de la enumeración de la genealogía paterna de Jesús por
ser hijo de José, cuyo linaje se remontaría hasta Adán, el cual es
considerado “hijo de Dios” por haber sido creado por él[34] y
a pesar de haber escrito antes que el auténtico padre de Jesús no fue José sino
el “Espíritu Santo”[35].
14)
La continuación de este punto de vista degradante respecto a la mujer aparece
nuevamente y de manera muy acusada en Pablo de Tarso, quien considera al
marido como la cabeza de la mujer, lo cual implica evidentemente la doctrina de
que la mujer es un cuerpo sin cabeza propia. Dice en efecto Pablo:
“la cabeza de la mujer es el varón”[36];
y, justificando el uso
del velo que oculta la cabeza de la mujer, afirma igualmente:
“toda mujer que ora o habla en nombre de
Dios con la cabeza descubierta, deshonra al marido, que es su cabeza”[37].
Defiende
a continuación las ideas de la subordinación y sujeción de la mujer respecto al
varón y del uso del velo como símbolo de tal sujeción afirmando:
“el varón no debe cubrirse la cabeza,
porque es imagen y reflejo de la gloria de Dios. Pero la mujer es gloria del
varón, pues no procede el varón de la mujer, sino la mujer del varón, ni fue
creado el varón por causa de la mujer, sino la mujer por causa del varón. Por
eso […] debe llevar la mujer sobre su cabeza una señal de sujeción”[38].
Esta
misma idea vuelve a aparecer no sólo en relación con el uso del velo sino
también en relación con la norma por la que la mujer debe someterse al
marido, hasta el punto de que se le prohíbe incluso que hable en público de
manera que, si desea saber algo, debe preguntar luego al marido, pero no
durante la asamblea:
-“La mujer aprenda en silencio con plena
sumisión. No consiento que la mujer enseñe ni domine al marido, sino que ha de
estar en silencio. Pues primero fue formado Adán, y después Eva. Y no fue Adán
el que se dejó engañar, sino la mujer que, seducida, incurrió en la
transgresión”[39].
-“…que las mujeres guarden silencio en
las reuniones; no les está, pues, permitido hablar, sino que deben mostrarse
recatadas, como manda la ley. Y si quieren aprender algo, que pregunten en casa
a sus maridos, pues no es decoroso que la mujer hable en la asamblea”[40].
La
jerarquía católica intentó posteriormente suavizar esta doctrina acerca de la
mujer enalteciendo la figura de María, enseñanza que, desde luego, no deriva de
los evangelios. A pesar de todo, la doctrina de los dirigentes de la secta
católica continuó siendo machista y consistió siempre de manera más o menos
explícita en considerarla inferior al varón y creada para vivir sometida a
él.
La
norma del uso del velo ha llegado hasta la actualidad, a pesar de que no lo
haya hecho hasta el extremo al que ha llegado en el mundo musulmán con el uso
del “burka” –con pocos milímetros de diferencia respecto a los uniformes de
diversas comunidades de monjas católicas- que cubre la práctica totalidad del
cuerpo y del rostro femenino. Pero lo esencial de este asunto es que su
fundamento último es el mismo: la consideración de la mujer como propiedad del marido.
Esta
misma idea vuelve a aparecer no sólo en relación con el uso del velo sino
también en relación con la norma por la que el apóstol Pablo proclama que la mujer debe someterse al marido,
hasta el punto de que se le prohíbe incluso que hable en público y que, si
desea saber algo, no debe preguntarlo durante la asamblea, sino luego al marido
y de forma privada:
-“La mujer aprenda
en silencio con plena sumisión. No consiento que la mujer enseñe ni domine al
marido, sino que ha de estar en silencio. Pues primero fue formado Adán, y
después Eva. Y no fue Adán el que se dejó engañar, sino la mujer que, seducida,
incurrió en la transgresión”[41].
-“que las mujeres guarden silencio
en las reuniones; no les está, pues, permitido hablar, sino que deben mostrarse
recatadas, como manda la ley. Y si
quieren aprender algo, que pregunten en casa a sus maridos, pues no es decoroso
que la mujer hable en la asamblea”[42].
Los
dirigentes católicos intentaron posteriormente disimular esta doctrina bíblica
acerca de cuál debía ser el papel de la mujer enalteciendo la figura de María,
aunque su opinión acerca de la mujer fue siempre, de manera más o menos
explícita, denigrante hasta llegar a considerarla como un simple objeto de
compra-venta,
creado para vivir sometida al varón.
15) Otra forma de ignorar a la mujer puede verse en cierto
modo en la actitud de Jesús al haber elegido a doce apóstoles, sin que ninguno
de ellos fuera mujer. A la crítica de que aquellos tiempos no eran los
más adecuados para la elección de una mujer como apóstol se podría replicar que,
si Jesús era “Hijo de Dios”, por lo mismo que defendió una nueva forma de moral igualmente hubiera podido predicar la
igualdad entre los seres humanos, pues precisamente el hecho de que no nombrase
como apóstol a una mujer ha sido utilizado por algunos obispos como argumento
especialmente agudo y profundo (?) para rechazar que la mujer pudiera acceder
al sacerdocio, diciendo que, si Jesús hubiera querido que las mujeres
accedieran a tales cargos, habría elegido a alguna de ellas como apóstol. Se
trata de un argumento absurdo, pero es el que utilizó el arzobispo de Málaga en
una entrevista en la CNN+ (27/03/02) para negar a la
mujer el acceso al sacerdocio.
Siendo coherentes con un argumento tan contundente (?)
resulta extraño que la Jerarquía Católica haya consentido que a lo largo de los
tiempos quienes no eran judíos ni de raza blanca hayan podido ser ordenados
sacerdotes, pues todos los
apóstoles eran judíos y de raza blanca. Igualmente, con un argumento similar, se podría haber rechazado
al actual jefe de la secta católica y a la mayoría de los anteriores, indicando
que, en el supuesto de que Jesús hubiese nombrado a un jefe para su Iglesia,
nombró a un judío y no a un alemán ni a un italiano, por lo que el señor
Ratzinger, que es alemán y no judío, debería ser removido de ese cargo que
ocupa en contra de la voluntad de Jesús cuando –supuestamente- eligió a Pedro,
un judío, como jefe de su iglesia.
En
definitiva, la pobreza de tal argumento resulta tan evidente que ni siquiera
merece una crítica. Es cierto que la sociedad del pueblo judío era fuertemente
machista y es muy posible que Jesús no eligiese a alguna mujer entre sus
apóstoles por influjo de aquel lastre y de aquel ambiente machista de la
sociedad judía. Pero, por ello mismo, la actitud de Jesús sólo demostraría que
él mismo no estaba concienciado para asumir que la mujer tenía en esencia las
mismas capacidades que el varón para ejercer aquellas tareas de que se ocupaba
éste. Pero, en cualquier caso, aunque en la práctica Jesús fue un mero seguidor
inconsciente del machismo judío tradicional, nunca defendió explícitamente la
existencia de alguna diferencia o de alguna superioridad del varón sobre la
mujer, y el hecho de que no nombrase como apóstol a ninguna mujer no representa
un argumento para concluir que la mujer deba quedar relegada respecto a la
posibilidad de acceder al sacerdocio o a cualquier otro cargo, y, en
definitiva, para que aparezca siempre en un segundo plano respecto al varón
como si fuera un ser inferior.
Por otra parte, en cuanto tal argumentación
relacionada con el nombramiento de apóstoles varones habría sido
absurda, hay que volver a Pablo de Tarso para comprender que fueron
especialmente sus prejuicios acerca de la mujer, expresados en diversas
epístolas, lo que condujo a dar a la mujer un papel totalmente secundario en la
estructura organizativa de la organización católica, que estuvo muy
condicionada inicialmente por las ideas del llamado “apóstol de los gentiles”.
Ese papel secundario de la mujer no sólo se ha dado
en una gran parte de las religiones en el pasado sino que sigue dándose en la actualidad,
y no sólo en cuestiones religiosas sino también en cuestiones políticas y
sociales, aunque en los últimos años se han producido avances especialmente
importantes. Sin embargo, la jerarquía católica, como también sucede en el
terreno científico, todavía no ha sido capaz de asumir estos avances en el
interior de su organización. No obstante, en cuanto la ausencia de la mujer en
cargos más importantes de la Jerarquía, accediendo al sacerdocio, al episcopado
y al papado, puedan tener efectos negativos en los intereses económicos y
políticos de la secta católica, es muy probable que en un corto plazo de
tiempo, en cuanto sus dirigentes comprendan esta situación y en cuanto las
propias mujeres pertenecientes a esa organización presionen adecuadamente, se
producirá el cambio consiguiente en la mentalidad de esta secta, tal como en
estos momentos se está produciendo en la iglesia anglicana, sobre todo a partir
del momento en que las “vocaciones” sacerdotales flojeen hasta el punto de que
la situación repercuta negativamente en los ingresos económicos de su negocio
religioso.
En este sentido conviene tener en cuenta además que
la revolución política y social por lo que se refiere a la lucha por la
igualdad de derechos para la mujer comenzó hace sólo poco más de cien años, así
que, teniendo en cuenta que los dirigentes católicos llevan en este terreno un
desfase de muchos siglos, es “lógico” (?) que le cueste aceptar la idea de la
igualdad de la mujer respecto al varón.
17) Hay alguna ocasión en que aparecen en la Biblia personajes
femeninos de cierta relevancia, como Judith,
Yael o Dalila, pero las hazañas de estas heroínas se basaron en la seducción o en la traición, o en ambas formas
de actuación, de manera que su conducta, aunque elogiable hasta cierto punto
para los judíos, iba acompañada de unos métodos contrarios a los mandamientos
de Moisés.
Así
Judith se basó en su capacidad
seductora, es decir, de engaño –cualidad que en la misma Biblia no se considera precisamente como una virtud- para cortarle
la cabeza a Holofernes:
“[Judit] se calzó
las sandalias, se puso collares, pulseras, anillos, pendientes y todas sus
joyas; y se acicaló con esmero para ser capaz de seducir a los hombres que la
viesen”[43].
Y, así, una vez que sedujo a Holofernes, Judit se acostó con
él, y luego, aprovechando que éste yacía dormido a causa del vino,
“avanzó hacia el poste que estaba a
la cabecera de Holofernes, tomó su alfanje, se acercó a la cama, lo agarró por
la cabellera y dijo:
-Fortaléceme
en este momento, Señor, Dios de Israel.
Otra
mujer, Yael, mata a Sísara a
traición:
“Bendita entre las mujeres sea Yael
[…] Agua le pidió, y le dio leche;
en copa preciosa le ofreció nata. Con su izquierda agarró un clavo, con su
derecha un martillo de obrero y golpeó a Sísara, le partió la cabeza, lo
machacó, le atravesó la sien”[45].
Y
la seducción y la traición son las armas utilizadas por Dalila, a quien los filisteos habían ofrecido una considerable
cantidad de dinero para que les entregase a Sansón, consiguiendo que éste le
rebelase el secreto dónde radicaba su fuerza. De acuerdo con esta traición,
“ella durmió a Sansón sobre sus
rodillas y llamó a un hombre, que le cortó las siete trenzas de su cabeza”[46]
y mandó que avisaran
a los filisteos para que vinieran a detenerle. A continuación, perdida su
fuerza, los filisteos le detuvieron, lo dejaron ciego y lo encarcelaron.
16)
En los últimos años, José María Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei,
ha defendido descaradamente una perspectiva similar acerca de la mujer cuando
en su patológico escrito Camino, dirigido casi en exclusiva a los
varones y a lo “viril”, lo contrapone a lo femenino, que es considerado como
inferior en muy diversos aspectos.
En este sentido, por ejemplo, escribe:
“Si queréis entregaros a Dios en el
mundo, antes que sabios -ellas no hace falta que sean sabias: basta que sean
discretas- habéis de ser espirituales […]”[47].
Es
decir, el varón todavía puede aspirar a ser sabio, pero respecto a las mujeres
“basta que sean discretas”. Obsérvese incluso que esa referencia a las mujeres
se hace entre paréntesis y en tercera persona, mientras que la referencia a los
varones es totalmente prioritaria y realizada de forma directa, en segunda
persona del plural, como si estuviera hablando con ellos de modo directo.
¿Qué motivos podría tener el señor Escrivá para tal
discriminación? Parece que los mismos que le sirvieron a Pablo de Tarso: Ningún
otro motivo que el constituido por prejuicios simplemente irracionales y
absurdos, heredados de una mentalidad arcaica,
pero dominante en la Biblia.
La importancia de esta doctrina, contraria a la
igualdad entre mujer y varón, pone más en evidencia el carácter simplemente
humano –y no divino- del conjunto de las doctrinas de la secta católica, y
sirve además como una de las muchas muestras de la conexión de esta mentalidad
machista entre el judaísmo, el cristianismo y la religión musulmana. En esta
última todavía en la actualidad la mujer aparece sojuzgada y negada hasta el
punto de tener que ocultarse cubriendo la práctica totalidad de su cuerpo con
el denigrante “burka”, del que se encuentran a escasísimos milímetros los
uniformes de la mayoría de comunidades de monjas católicas.
[3] Génesis,
3:16.
[4] Eclesiástes, 7:26.
[10] Zacarías,
5:5-8.
[11] Génesis, 3:16.
[12] Génesis, 6:1-2.
La cursiva es mía.
[13] 1 Reyes, 11:3.
[18] 1 Reyes, 11:6.
[19] 1 Reyes, 11:5.
[22] 2 Crónicas,
24:2.
[23] Éxodo, 20:17. Ese mismo número de
mandamientos es el que aparece en
Deuteronomio, 5:7-21, donde la exposición literal del noveno y último
mandamiento dice: “No codiciarás la mujer de tu prójimo, ni desearás la casa de
tu prójimo, su campo, su esclavo o su esclava, su buey o su asno, ni nada de lo
que le pertenece”.
[24] Génesis, 29:18-19.
[25] Génesis,
29:23.
[31] Jueces, 19:23.
[32] Levítico,
27:1-7.
[33] Marcos,
3:31-35.
[34] Lucas,
3:23-38.
[35] Lucas, 1:35.
[36] Pablo, Corintios,
4:3.
[37] Pablo, Corintios,
4:5.
[38] Pablo, Corintios,
4:7-10.
[39] Pablo: Timoteo, 2:11-14.
[40] Pablo, I Corintios, 14:34-35.
[41] Pablo de Tarso: Timoteo,
2:11-14.
[45] Jueces, 5:24-26.
[46] Jueces, 16:19.
[47] José María
Escrivá: Camino, aforismo 946.
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