domingo, 2 de diciembre de 2012


SOBRE EL ABORTO
La contradicción según la cual los dirigentes de la secta católica condenan el aborto, a pesar de que en el Antiguo Testamento son muchos los momentos en que Yahvé no duda en ordenar la muerte de mujeres y de niños e incluso de mujeres embarazadas, a pesar de que consideran arbitrariamente que la unión de dos células es ya un ser humano, y a pesar de que, en el caso de que lo fuera, el aborto sería la mejor garantía de que ese ser humano fuera a reunirse con Dios sin necesidad de pasar por “este valle de lágrimas”, poniendo en riesgo su “eterna salvación” como consecuencia de la posibilidad de morir en pecado mortal, lo cual implicaría su “eterna condenación”.
La reproducción de la vida humana se realiza a partir del momento en que las células sexuales masculina y femenina, espermatozoide y óvulo, se unen formando una sola célula llamada cigoto. A partir de dicha unión, el cigoto comienza un proceso de multiplicación y de diferenciación celular de acuerdo con las instrucciones genéticas existentes en él, proceso al final del cual y al cabo de alrededor de nueve meses nacerá un nuevo ser humano.
1. El concepto de aborto hace referencia a la interrupción natural o provocada del embarazo antes de concluido el plazo a partir del cual nacería un nuevo ser humano, apto para vivir de manera autónoma aunque con la ayuda de otros seres vivos, como especialmente la de su madre, que le proporcionen alimento y unas condiciones adecuadas para su supervivencia.
En cuanto el aborto puede ser involuntario o voluntario, en relación con este último se ha planteado la cuestión de si es moralmente aceptable y, en el caso de que así se considere, en qué supuestos o hasta qué momento del desarrollo del feto lo sería. Se suele considerar que la respuesta a esta cuestión depende de cuándo se considere que se está ante un ser humano y cuándo no, entendiéndose que el aborto voluntario sólo sería moralmente aceptable en el caso en el que el organismo vivo cuyo proceso de desarrollo se interrumpiera no fuera todavía un ser humano, sino sólo una agrupación celular diferente.
2. Entre las perspectivas relacionadas con la licitud o ilicitud, moralidad o inmoralidad del aborto habría que mencionar especialmente la científica, a la que se hará una breve referencia, pero lo que aquí se va a tratar especialmente es del punto de vista de la jerarquía de la secta católica.
2.1. Las diversas culturas en los distintos momentos de la historia han mantenido puntos de vista muy diferentes acerca del momento de la gestación en el que puede hablarse de la existencia de un auténtico “ser humano” como resultado de las transformaciones que se producen a partir de la unión de las células sexuales que podrían culminar en el nacimiento de un niño.
En relación con esta cuestión y después de muchos años de discusión infructuosa, todavía en la actualidad sigue habiendo una controversia que lo único que demuestra, si acaso, es el absurdo de pretender fijar un momento mágico en el que se produciría dicha transformación en lugar de aceptar que esa cuestión en el fondo tiene cierto carácter convencional, pues, al margen de doctrinas religiosas basadas en creencias dogmáticas, es evidente que entre el momento en que se produce la unión de un espermatozoide y un óvulo, y el momento en que esa unión celular o cigoto alcanza un cierto desarrollo a partir del cual puede decirse que nos encontramos ante un ser humano, existe un tiempo en el que afirmar o negar que nos encontremos ante tal ser humano dependerá del concepto que se tenga de ser humano, al margen de que la jerarquía católica defienda ahora –que no siempre- que el simple cigoto ya lo es.
Sin embargo, del mimo modo que las células sexuales por separado no constituyen un ser humano no parece que tenga sentido considerar que su unión lo sea –como si de pronto la supuesta divinidad católica hubiera insuflado a dicha unión celular un “alma” espiritual-  ni tampoco que una estructura formada por cuatro, ocho o dieciséis células lo sean. Eso demuestra la imposibilidad para señalar un momento exacto a partir del cual pueda afirmarse que se está en presencia de tal ser. Esto mismo puede comprenderse igualmente si uno se plantea qué pensaría si alguien le dijera: “La unión de x número de células todavía no es un ser humano, pero la de x + una célula ya lo es”. En este punto lo único evidente es que antes del comienzo del ciclo de multiplicación celular, el espermatozoide y el óvulo ya existían como formas de vida, y que del mismo modo que nadie diría que esas dos células por separado constituyan un ser humano, por lo mismo no tendría sentido afirmar que inmediatamente después de su unión lo constituyan, aunque estén un poco más cerca de llegar a serlo y aunque a lo largo de un proceso de multiplicación celular haya un momento en el que pueda decirse que ya lo constituyen.
En relación con esta cuestión los científicos han diferenciado diversas fases de desarrollo del cigoto, como son las de pre-embrión, embrión, feto y neonato, por nombrar sólo las más representativas. El desarrollo natural del cigoto dará lugar en último término al alumbramiento del neonato, y será después del alumbramiento cuando el neonato será legalmente reconocido como persona. Pero referirse al momento mágico antes del cual no hay ser humano y después del cual sí lo hay es simplemente una pérdida de tiempo en cuanto la opinión que se defienda depende de criterios subjetivos o culturales, o simplemente es un punto de vista que tiene carácter convencional y, por ello mismo, no admite una solución matemática.
2.2. Por lo que se refiere a esta cuestión, la jerarquía católica ha defendido a lo largo de los siglos teorías muy diversas acerca del momento en que, a partir de la unión entre un espermatozoide y un óvulo, puede afirmarse la existencia de vida humana. Así por ejemplo el concilio de Vienne, en 1.312, consideró que este cambio se producía al final del tercer mes después del embarazo, pero en 1.869 Pío IX consideró que la vida humana comenzaba a partir de la formación del cigoto y, en consecuencia, proclamó que el concepto de aborto era aplicable a cualquier momento de la interrupción del embarazo, pues sería en el momento de la unión de las células sexuales y de la formación del cigoto cuando Dios crearía un alma inmaterial para ese minúsculo ser.
Precisamente esa misma contradicción entre ambas doctrinas de la secta católica es una demostración más del carácter arbitrario y convencional que tiene pretender señalar un momento exacto en el que se produzca dicha transformación. 
Pero, consecuente con el punto de vista de Pío IX y en contra del punto de vista del concilio de Vienne la jerarquía católica considera que el cigoto es ya un ser humano y que, por ello mismo, el aborto voluntario en cualquier fase del embarazo es un asesinato, una de las manifestaciones de la “cultura de la muerte”, según expresión del papa Juan Pablo II.
CRÍTICA: Ahora bien, en cuanto la Jerarquía Católica defiende el dogma de la infalibilidad de los Concilios y el de la infalibilidad del Papa, y en cuanto el Concilio de Vienne y las declaraciones del Papa Pío IX en 1869 se contradicen, la Jerarquía Católica estaría proclamando como dogma de fe la verdad de tal contradicción, lo cual no contribuye mucho a la solución del problema, ya que, como dice la Lógica, a partir de una contradicción se deduce cualquier cosa, por lo que se podría deducir como consecuencia la negación de la doctrina de Pio IX y también la del concilio de Vienne.
Pero, en relación con los planteamientos de la jerarquía católica y al margen de la contradicción en que incurre, tiene interés reflexionar acerca de dos cuestiones: En primer lugar, acerca del problema que plantea el aborto de un supuesto ser humano cuando se tiene en cuenta que, de acuerdo con el dogma de fe relacionado con “la vida eterna”, cualquier ser humano muerto antes de tener uso de razón va directamente al Cielo a gozar de la vida eterna. Ahora bien, teniendo en cuenta que, como consecuencia de las tentaciones de la vida terrena un ser humano puede incurrir en “sentencia de eterna condenación” -según palabras del Nuevo Testamento y de la Jerarquía Católica-, en el caso de que uno creyese firmemente esa doctrina católica, ¿no sería un acto de auténtica caridad tratar de evitar a los niños el gravísimo peligro de ir de cabeza al Infierno y enviarles a gozar directamente de la Vida Eterna?
Y, en segundo lugar, teniendo en cuanta la asombrosa diferencia existente, por lo que se refiere al trato a los niños, entre la actuación de Yahvé en el Antiguo Testamento, y la que los dirigentes de la secta católica dicen defender en la actualidad, es una contradicción que en el Antiguo Testamento algún personaje bíblico, como el profeta Oseas, llegue a pedir al Señor que dé a las mujeres de Efraín “vientres que aborten y pechos secos”[1], y que diga a continuación:
“Aunque aun les nazcan hijos, yo haré que muera el fruto amado de sus entrañas. Mi dios los rechazará, porque no han escuchado, y andarán errantes entre las naciones”[2].
Igualmente y en relación con Samaría, escribe Oseas:
-“Samaría tendrá su castigo, por haberse rebelado contra su Dios.
    Serán pasados a filo de espada; sus niños serán estrellados y reventadas sus mujeres encinta”[3].
En un sentido similar, ya en Deuteronomio Moisés recrimina a los comandantes de su tropa:
“¿Por qué habéis dejado con vida a las mujeres? Fueron ellas precisamente las que, siguiendo el consejo de Balaán, sedujeron a los israelitas, apartándolos del señor […] Matad, pues, a todos los niños varones y a todas las mujeres que hayan tenido relaciones sexuales con algún hombre[4].
En un sentido similar, aunque no se da una defensa explícita del aborto, en Esdras se da un desprecio absoluto por los hijos que los israelitas tuvieron con mujeres extranjeras, hasta el punto de que se comprometen a expulsarlas, a ellas y a sus propios hijos:
“Nos comprometemos solemnemente ante nuestro Dios a echar a todas estas mujeres extranjeras y a los hijos nacidos de ellas”[5],
mujeres e hijos que al final fueron efectivamente expulsados de su lado.
En otros momentos el propio Yahvé -o diversos personajes bíblicos especialmente importantes- no tienen inconveniente en asesinar cruelmente a cientos de miles de niños, no dejando a nadie con vida, tal como se muestra en los textos siguientes:
- “El Señor me dijo: […] Les haré comer la carne de sus hijos y de sus hijas, y se devorarán unos a otros en la angustia del asedio y en la miseria a que los reducirán los enemigos que buscan matarles”[6];
- “Y pude oír lo que [el Dios de Israel] dijo a los otros: -Recorred la ciudad detrás de él, matando sin compasión y sin piedad. Matad a viejos, jóvenes, doncellas, niños y mujeres, hasta exterminarlos”[7]
sin que dé la menor importancia a esas muertes, a pesar de que en aquellos momentos los escritores de la Biblia en general creían que la muerte terrenal era definitiva, no imaginando la posibilidad de la existencia de una vida más allá de la muerte, por lo que dicha muerte la veían como un final realmente trágico[8], frente al enfoque actual de los dirigentes de la secta católica, que, a pesar de aceptar en teoría que el Antiguo Testamento es tan “palabra de Dios” como el Nuevo, hablan escandalizarse y con enfurecida condena del aborto de un embrión o de un pre-embrión, cuya realidad como ser humano no sólo es objeto de polémica por parte de los científicos sino que fue negada incluso por la misma jerarquía católica de otros tiempos. Por ello, teniendo en cuenta esta valoración contradictoria de la vida terrena, la forma de actuar de los dirigentes católicos transmite la impresión de que en realidad son ellos quienes en verdad no creen en esa “Vida Eterna” de la que tanto hablan, y que por ello parece que consideren de una gravedad extrema la interrupción de la vida terrena de esos seres humanos en formación, como si estuvieran convencidos de que no van a tener otra vida, a pesar de que, en el caso de que esos embriones todavía no fueran humanos, eso no debería plantearles ningún problema de conciencia, y a pesar de que, en el caso de que lo fueran, se les estaría enviando a disfrutar de la vida celestial sin necesidad de pasar por los sufrimientos de “este valle de lágrimas” y por los peligros de caminar hacia su condenación eterna.
3.1. Por lo que se refiere a la primera cuestión, parece efectivamente que, si la doctrina de la Jerarquía Católica fuera correcta al considerar que un cigoto fuera ya un ser humano, no tendría ningún sentido su preocupación por su continuidad vital “en este valle de lágrimas”. En cualquier caso, este problema podría expresarse mediante un hipotético diálogo entre un obispo y un ateo como el siguiente:
- Pero, ¿acaso no crees en la vida eterna? –podría preguntar el ateo que hubiera realizado las anteriores reflexiones-.
-¿Cómo que no creo? ¡Pues claro que sí! –podría responder un obispo aparentemente escandalizado-.
-Entonces ¿por qué te preocupa el tema del aborto?
-¿Cómo que por qué me preocupa? ¡El aborto es un asesinato!
-Bueno. Eso es una afirmación precipitada, pues habría que averiguar primero si el cigoto, el embrión o el feto son seres humanos, o en qué casos sí y en qué casos no.
-Pues para mí no hay ningún problema. Tanto el cigoto como el embrión y el feto son seres humanos, y, en consecuencia, un aborto voluntario es lo mismo que asesinar a cualquier niño o a cualquier adulto.
-Pero, vamos a ver: Si consideras que el mismo cigoto es ya un ser humano, su aborto implicaría que desde ese momento comenzaría a gozar de la vida eterna. ¿Es así o no? ¿No te parece que de ese modo se le estaría haciendo un enorme favor? ¿No te das cuenta de que así se le evitarían los peligros de la vida terrenal y los riesgos para la salvación eterna de su alma? No olvides que, según la doctrina de tu religión, ¡todos los niños que mueren van directos al Cielo! ¡Ni siquiera pasarían por el Limbo, que recientemente ha sido eliminado, ni por el Purgatorio! ¿No sería ése el mejor regalo que se podría hacer a esos supuestos seres humanos?
-Pero, ¿quién eres tú para arrogarte el derecho de disponer de la vida de nadie? ¡La dignidad de la persona está por encima de cualquier otra consideración!
-Ya sé que soy un simple ser humano como tú, y que, según tu religión, el aborto es inmoral, pero la verdad es que no entiendo por qué quienes creéis en una vida eterna calificáis como inmoral una acción como ésa, que no significa otra cosa que cambiar esta vida tan llena de penalidades por esa otra llena de una felicidad plena y además eterna.
-¡No te hagas el tonto, que sabes muy bien que el aborto es un asesinato y todo asesinato es inmoral!
-Bien. Supongamos que lo sea. Te insisto en la pregunta: Si con ese “asesinato”, consigo que ese supuesto niño, en lugar de vivir una vida llena de peligros y de penalidades, fuera directamente al Cielo, como afirma la jerarquía católica, ¿no crees que le haría un impagable favor?
-¡Lo que creo es que te estás pasando de la raya con tus absurdos razonamientos!
-¿Por qué dices eso? Te aseguro que, si yo tuviera la fe que tú dices tener, no me habría importado haber sido un simple aborto, pues a estas horas hace ya tiempo que estaría gozando de la “Vida Celestial”, y no aquí, haciendo cola en las oficinas del paro, en espera de un puesto de trabajo.
- Pero, ¡¿cómo puedes hablar tan a la ligera de asesinatos como si fueran obras de caridad?!
- Te advierto que no estoy hablando de lo que yo creo sino de lo que implican las doctrinas que defiende tu propia religión. Y así, si yo creyera firmemente en esas doctrinas, no sabría como refutar el argumento que te he expuesto.
-¡Pues yo tengo esas creencias y precisamente por ellas estoy seguro de que tu idea es una monstruosidad!
-Entiendo que la conclusión te parezca chocante, pero la cuestión principal es si es válida o no, y yo no encuentro argumentos para rechazar su validez.
-¡Por favor! ¡No me digas que hablas en serio!
-Pues sí, claro que hablo en serio. Insisto: La cuestión es la de si puedes refutar o no el argumento que te he expuesto.
-Pues no veo ninguna dificultad: En cuanto es Dios quien da la vida, ningún ser humano tiene derecho a matar a otro.
-Efectivamente, en eso tal vez podrías tener razón, aunque me parece que habría que analizarlo con detalle. Si Dios existiera y fuera el dueño de la vida humana, con mi acción yo estaría desobedeciéndole. De acuerdo. Pero la pregunta que sigo haciéndote es la de si a ese supuesto ser humano le estaría haciendo un favor o no al enviarlo a gozar de una felicidad eterna.
-Te repito lo que te he dicho antes: Las órdenes de Dios son sagradas y tú no eres quien para interferir en sus planes segando una vida humana porque se te haya ocurrido una idea tan absurda. ¿No has pensado en que tu acción podría significar tu propia condenación?
-Es posible. Pero yo no me refiero a lo que Dios pudiera hacer conmigo, sino a lo que yo podría hacer por ese hipotético ser humano. Qué sería mejor para él: ¿lanzarlo a esta aventura de la vida terrena, que podría significar su eterna condenación en el Infierno, o alejarle de ese peligro ayudándole a alcanzar la Vida Eterna?
-Pero, ¿cómo puedes tener la soberbia de pretender convertirte en un Dios para disponer de la vida de otros?
-¡Tampoco es para tanto! Yo no pretendo sustituir a tu Dios ni causar ningún daño a ese presunto niño, sino precisamente todo lo contrario. Debes tener en cuenta además que en los evangelios se dice que “muchos son los llamados, pero pocos los escogidos”, y eso significa que la probabilidad de que ese posible niño fuera a parar al Infierno no sería precisamente pequeña sino todo lo contrario. Así que insisto: ¿No crees que a ese niño le estaría haciendo un bien indudable al evitarle tener que jugar a la siniestra lotería de la vida terrenal?
-¡Déjate de tonterías y no me vengas con argumentos absurdos!
-Vale. Te dejo. Pero tan en cuenta que lo único que he hecho ha sido extraer las conclusiones que derivan de vuestras doctrinas, que yo, desde luego, no comparto. Y por eso mismo y aunque te parezca una idea de locos, considero que la decisión de abortar debería considerarse como la auténticamente congruente con vuestras doctrinas, pues en cuanto un embrión o un pre-embrión o un simple cigoto constituyan un ser humano, el aborto es la mejor manera de garantizar su felicidad eterna, pues, como ya te he dicho, su muerte le garantiza que no correrá el peligro de su eterna condenación sino que irá directamente al Cielo.
-¡¡Déjame ya en paz!! ¡Allá tú con tus absurdos razonamientos! ¡Aprende a ser más humilde y a no confiar en una facultad tan débil como la razón humana! ¡Aprende a aceptar la palabra de Dios, a creer en ella y a ponerla en práctica! ¡Y olvida esos ridículos desvaríos!
Seguramente el diálogo podría terminar así, pues ni la razón proporciona creencias ni la fe proporciona razones, por lo que sería un dialogo improductivo mientras el señor obispo quisiera imponer sus creencias de manera irracional y mientras el ateo se empeñase en seguir razonando en lugar de asumir ciegamente las palabras del obispo
No obstante, parece que en realidad los obispos y demás dirigentes de la secta católica no creen en la vida eterna, tanto por su actitud tan irracional ante el aborto como por la desolación que con que realizan sus rituales funerarios como si el difunto hubiera muerto definitivamente en lugar de haber pasado a mejor vida,
3.2. Por lo que se refiere a la segunda cuestión, la que se relaciona con el contraste radical entre la absoluta crueldad con que en el Antiguo Testamento los dirigentes de Israel y Yahvé, que por suerte son una misma realidad –pues las supuestas órdenes de Yahvé son en realidad las de los sacerdotes, que han descubierto que “hablando en nombre de Yahvé” conseguirán que el pueblo les escuche con mejor disposición-, aniquilan a niños inocentes, y la actitud de la jerarquía católica manifestando tanta preocupación por la vida de seres de los que ni siquiera puede demostrar que sean humanos, parece que lo único que podría concluirse es, en primer lugar la paradoja de que mientras en los pasajes del Antiguo Testamento en que no cree en la vida eterna, hay además un desprecio contra la vida terrena de mujeres y de niños que no son responsables de nada, en el Nuevo Testamento, donde ya se cree en una vida eterna, se defiende, sin embargo, la vida terrena –al menos en esos discutibles comienzos- como si en realidad no creyeran en aquella otra cuya existencia sería la única deseable.
En cualquier caso, tiene interés mostrar algunos pasajes de aquella “palabra de Dios”, en donde se muestra ese trato según el cual, si la vida terrena fuera sagrada, sería una contradicción que Dios hubiera ordenado tales asesinatos, que, efectivamente, aparecen en el Antiguo Testamento, tal como puede comprobarse en los siguientes pasajes:
a) “A media noche hizo morir el Señor a todos los primogénitos en Egipto, desde el primogénito del faraón, el heredero del trono, hasta el del que estaba preso en la cárcel”[9].
b) “[Moisés les dijo] Matad, pues, a todos los niños varones y a todas las mujeres que hayan tenido relaciones sexuales con algún hombre”[10].
c) “Josué conquistó Maquedá y la pasó a cuchillo, consagrando al exterminio a su rey y a todos sus habitantes sin dejar ni uno”[11].
d) “Entonces la asamblea envió doce mil hombres de los más valientes, con esta orden:
Id y pasad a cuchillo a todos los habitantes de Yabés de Galaad, incluidas mujeres y niños”[12].
f) “Así dice el Señor todopoderoso: He resuelto castigar a Amalec por lo que hizo a Israel, cerrándole el paso cuando subía de Egipto. Así que vete, castiga a Amalec y consagra al exterminio todas sus pertenencias sin piedad; mata hombres, mujeres, muchachos y niños de pecho, bueyes y ovejas, camellos y asnos”[13].
g) “Oráculo contra Babilonia que Isaías, hijo de Amós, recibió en esta visión: […] Haré que los cielos se estremezcan y la tierra se mueva de su sitio; […] Al que encuentren lo atravesarán, al que agarren lo pasarán a espada. Delante de ellos estrellarán a sus hijos, saquearan sus casas y violarán a sus mujeres”[14].
h) “Por eso, así dice el Señor […] Yo los castigaré: sus jóvenes morirán a espada, sus hijos y sus hijas morirán de hambre”[15].
i) “Y el Señor me dijo:
[…] Y aquellos a quienes ellos profetizan serán tirados por las calles de Jerusalén, víctimas del hambre y de la espada; no habrá quien los sepulte, ni a ellos ni a sus mujeres ni a sus hijos; yo haré recaer sobre ellos su maldad”[16].
j) “El Señor me dijo: […] Les haré comer la carne de sus hijos y de sus hijas, y se devorarán unos a otros en la angustia del asedio y en la miseria a que los reducirán los enemigos que buscan matarles”[17].
k) “Por eso, así dice el Señor: […] Por tus prácticas idolátricas haré contigo lo que jamás he hecho ni volveré a hacer: Los padres se comerán a sus hijos, y los hijos a sus padres. Ejecutaré mi sentencia contra ti y esparciré a todos los vientos lo que quede de ti”[18].
l) “Y pude oír lo que [el Dios de Israel] dijo a los otros:
    -Recorred la ciudad detrás de él, matando sin compasión y sin piedad. Matad a viejos, jóvenes, doncellas, niños y mujeres, hasta exterminarlos”[19].
A través de la lectura de estos pasajes se muestra la contradicción entre las órdenes de los sacerdotes de Yahvé, que ponen de manifiesto su falta de amor y de misericordia hacia aquellas gentes a las que asesinan sin piedad, despreciando el valor de la vida terrena de sus enemigos, y la actitud de la jerarquía católica, que dice escandalizarse ante la idea de un aborto, como si creyera que su muerte es una pérdida definitiva y no tuviera ninguna fe en su supervivencia en la Vida Eterna. De hecho, la sospecha de esta falta de fe en la vida eterna por parte del clero en general se acrecienta cuando uno asiste a un funeral y escucha sus teatrales sermones afligidos como si lo que realmente creyeran fuera que el difunto hubiera muerto para siempre en lugar de haber pasado a una vida más plena y definitiva.
Y, aunque se trate de una cuestión marginal, tiene interés observar el carácter injusto, arbitrario u cruel de estas órdenes; su brutalidad en cuanto en muchos de ellos no sólo se ordena la muerte de mujeres y de niños sino que el autor de los correspondientes escritos se recrea en su crueldad cuando exige pasar a cuchillo a todos los habitantes de una ciudad, incluyendo “mujeres y niños” sin dejar a nadie vivo, cuando en el texto f  se ordena matar “hombres, mujeres, muchachos y niños de pecho, bueyes y ovejas, camellos y asnos”, cuando en el texto g se dice “al que encuentren lo atravesarán, al que agarren lo pasarán a espada. Delante de ellos estrellarán a sus hijos, saquearan sus casas y violarán a sus mujeres”, cuando en el texto j se dice “les haré comer la carne de sus hijos y de sus hijas, y se devorarán unos a otros en la angustia del asedio y en la miseria a que los reducirán los enemigos que buscan matarles”, cuando en el texto k se dice “los padres se comerán a sus hijos, y los hijos a sus padres” o cuando en el texto l se dice “matad a viejos, jóvenes, doncellas, niños y mujeres, hasta exterminarlos”.
Esta serie de crueldades y de matanzas no parecen obedecer a otro fin que el de conseguir que el pueblo de Israel llegue a hacerse dueño de toda una extensa región, aunque para ello deba exterminar a sus mujeres y sus niños en cuanto las mujeres podrían tener nuevos hijo y en cuanto los niños inocentes de hoy serán los enemigos de mañana en cuanto se les permita vivir. 
4. En conclusión, asumiendo que la doctrina de la Jerarquía Católica fuera verdadera y que, después de la muerte terrenal, cigotos, embriones, fetos y niños fueran al Cielo, en tal caso no habría justificación alguna para la crítica del aborto e incluso del asesinato de esos niños, pues, como ya se ha demostrado, por mucho que a simple vista pueda parecer el argumento de un loco, la supuesta muerte de tales seres no sería una muerte real sino sólo el “tránsito” de su vida terrena, tan llena de sufrimientos y peligros, a la vida celestial. Pero, como ya se ha indicado, cuando la jerarquía católica critica el aborto, parece que sea más escéptica acerca de la existencia de esa vida eterna que el más escéptico de todos los ateos.


[1] Oseas, 9:14.
[2] Oseas, 9:16-17.
[3] Oseas, 14:1.
[4] Números, 13:15-17. La cursiva es mía.
[5] Esdras, 10:3.
[6] Jeremías, 19:1-9.
[7] Ezequiel, 9:5-6.
[8] Una prueba evidente de esto es que Yahvé promete a quienes le son fieles una larga vida o una descendencia numerosa –como las arenas del desierto-, pero no la vida eterna, hasta que a alguien se le ocurrió esa atractiva idea y la fue plasmando en algunos escritos del Antiguo Testamento y en todos los del nuevo.
[9] Éxodo, 12:29.
[10] Números, 31:17.
[11] Josué,10:28
[12] Jueces, 21:10.
[13] 1 Samuel, 15:2-3.
[14] Isaías, 13, 1- 13, 16.
[15] Jeremías, 11:21-22.
[16] Jeremías, 14:14-16.
[17] Jeremías, 19:1-9.
[18] Ezequiel, 5:8-10.
[19] Ezequiel, 9:5-6.

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