SOBRE EL ABORTO
La contradicción según la cual los dirigentes de la secta
católica condenan el aborto, a pesar
de que en el Antiguo Testamento son
muchos los momentos en que Yahvé no duda en ordenar la muerte de mujeres y de
niños e incluso de mujeres embarazadas, a pesar de que consideran arbitrariamente
que la unión de dos células es ya un ser humano, y a pesar de que, en el caso
de que lo fuera, el aborto sería la mejor garantía de que ese ser humano fuera
a reunirse con Dios sin necesidad de pasar por “este valle de lágrimas”, poniendo
en riesgo su “eterna salvación” como consecuencia de la posibilidad de morir en
pecado mortal, lo cual implicaría su “eterna condenación”.
La
reproducción de la vida humana se realiza a partir del momento en que las
células sexuales masculina y femenina, espermatozoide y óvulo, se unen formando
una sola célula llamada cigoto. A partir de dicha unión, el cigoto
comienza un proceso de multiplicación y de diferenciación celular de acuerdo
con las instrucciones genéticas existentes en él, proceso al final del cual y
al cabo de alrededor de nueve meses nacerá un nuevo ser humano.
1.
El
concepto de aborto hace referencia a la interrupción natural o provocada
del embarazo antes de concluido el plazo a partir del cual nacería un nuevo ser
humano, apto para vivir de manera autónoma aunque con la ayuda de otros seres
vivos, como especialmente la de su madre, que le proporcionen alimento y unas
condiciones adecuadas para su supervivencia.
En
cuanto el aborto puede ser involuntario o voluntario, en relación con este
último se ha planteado la cuestión de si es moralmente aceptable y, en el caso
de que así se considere, en qué supuestos o hasta qué momento del desarrollo del
feto lo sería. Se suele considerar que la respuesta a esta cuestión depende de
cuándo se considere que se está ante un ser humano y cuándo no,
entendiéndose que el aborto voluntario sólo sería moralmente aceptable en el
caso en el que el organismo vivo cuyo proceso de desarrollo se interrumpiera no
fuera todavía un ser humano, sino sólo una agrupación celular diferente.
2.
Entre
las perspectivas relacionadas con la licitud o ilicitud, moralidad o
inmoralidad del aborto habría que mencionar especialmente la científica,
a la que se hará una breve referencia, pero lo que aquí se va a tratar especialmente
es del punto de vista de la jerarquía de la secta católica.
2.1.
Las
diversas culturas en los distintos momentos de la historia han mantenido puntos
de vista muy diferentes acerca del momento de la gestación en el que puede
hablarse de la existencia de un auténtico “ser humano” como resultado de las
transformaciones que se producen a partir de la unión de las células sexuales
que podrían culminar en el nacimiento de un niño.
En relación con esta cuestión y después de muchos
años de discusión infructuosa, todavía en la actualidad sigue habiendo una
controversia que lo único que demuestra, si acaso, es el absurdo de pretender
fijar un momento mágico en el que se produciría dicha transformación en
lugar de aceptar que esa cuestión en el fondo tiene cierto carácter convencional,
pues, al margen de doctrinas religiosas basadas en creencias dogmáticas, es
evidente que entre el momento en que se produce la unión de un espermatozoide y
un óvulo, y el momento en que esa unión celular o cigoto alcanza un cierto
desarrollo a partir del cual puede decirse que nos encontramos ante un ser
humano, existe un tiempo en el que afirmar o negar que nos encontremos ante
tal ser humano dependerá del concepto que se tenga de ser humano, al
margen de que la jerarquía católica defienda ahora –que no siempre- que el
simple cigoto ya lo es.
Sin embargo, del mimo modo que las células sexuales
por separado no constituyen un ser humano no parece que tenga sentido
considerar que su unión lo sea –como si de pronto la supuesta divinidad católica
hubiera insuflado a dicha unión celular un “alma” espiritual- ni tampoco que una estructura formada por
cuatro, ocho o dieciséis células lo sean. Eso demuestra la imposibilidad para
señalar un momento exacto a partir del cual pueda afirmarse que se está en
presencia de tal ser. Esto mismo puede comprenderse igualmente si uno se
plantea qué pensaría si alguien le dijera: “La unión de x número de células
todavía no es un ser humano, pero la de x + una célula ya lo es”. En este punto
lo único evidente es que antes del comienzo del ciclo de multiplicación
celular, el espermatozoide y el óvulo ya existían como formas de vida, y que
del mismo modo que nadie diría que esas dos células por separado constituyan un
ser humano, por lo mismo no tendría sentido afirmar que inmediatamente después
de su unión lo constituyan, aunque estén un poco más cerca de llegar a serlo y
aunque a lo largo de un proceso de multiplicación celular haya un momento en el
que pueda decirse que ya lo constituyen.
En relación con esta cuestión los científicos han
diferenciado diversas fases de desarrollo del cigoto, como son las de
pre-embrión, embrión, feto y neonato, por nombrar sólo las más representativas.
El desarrollo natural del cigoto dará lugar en último término al alumbramiento
del neonato, y será después del alumbramiento cuando el neonato será legalmente
reconocido como persona. Pero
referirse al momento mágico antes del cual no hay ser humano y después
del cual sí lo hay es simplemente una pérdida de tiempo en cuanto la opinión
que se defienda depende de criterios subjetivos o culturales, o simplemente es
un punto de vista que tiene carácter convencional
y, por ello mismo, no admite una solución matemática.
2.2.
Por
lo que se refiere a esta cuestión, la jerarquía católica ha defendido a lo
largo de los siglos teorías muy diversas acerca del momento en que, a partir de
la unión entre un espermatozoide y un óvulo, puede afirmarse la existencia de
vida humana. Así por ejemplo el concilio de Vienne, en 1.312, consideró que
este cambio se producía al final del tercer mes después del embarazo, pero en 1.869
Pío IX consideró que la vida humana comenzaba a partir de la formación
del cigoto y, en consecuencia, proclamó que el concepto de aborto era aplicable
a cualquier momento de la interrupción del embarazo, pues sería en el momento
de la unión de las células sexuales y de la formación del cigoto cuando Dios
crearía un alma inmaterial para ese minúsculo ser.
Precisamente esa misma contradicción entre ambas
doctrinas de la secta católica es una demostración más del carácter arbitrario
y convencional que tiene pretender señalar un momento exacto en el que se
produzca dicha transformación.
Pero, consecuente con el punto de vista de Pío IX y en
contra del punto de vista del concilio de Vienne la jerarquía católica
considera que el cigoto es ya un ser humano y que, por ello mismo, el aborto
voluntario en cualquier fase del embarazo es un asesinato, una de las
manifestaciones de la “cultura de la muerte”, según expresión del papa Juan
Pablo II.
CRÍTICA:
Ahora bien, en cuanto la
Jerarquía Católica defiende el dogma de la infalibilidad de los Concilios y el
de la infalibilidad del Papa, y en cuanto el Concilio de Vienne y las
declaraciones del Papa Pío IX en 1869 se contradicen, la Jerarquía
Católica estaría proclamando como dogma de fe la verdad de tal contradicción,
lo cual no contribuye mucho a la solución del problema, ya que, como dice la
Lógica, a partir de una contradicción se deduce cualquier cosa, por lo que se
podría deducir como consecuencia la negación de la doctrina de Pio IX y también
la del concilio de Vienne.
Pero, en relación con los planteamientos de la jerarquía
católica y al margen de la contradicción en que incurre, tiene interés
reflexionar acerca de dos cuestiones: En primer lugar, acerca del
problema que plantea el aborto de un supuesto ser humano cuando se tiene en
cuenta que, de acuerdo con el dogma de fe relacionado con “la vida eterna”,
cualquier ser humano muerto antes de tener uso de razón va directamente al
Cielo a gozar de la vida eterna. Ahora bien, teniendo en cuenta que, como
consecuencia de las tentaciones de la vida terrena un ser humano puede incurrir
en “sentencia de eterna condenación” -según palabras del Nuevo Testamento y de
la Jerarquía Católica-, en el caso de que uno creyese firmemente esa doctrina
católica, ¿no sería un acto de auténtica caridad tratar de evitar a los niños
el gravísimo peligro de ir de cabeza al Infierno y enviarles a gozar
directamente de la Vida Eterna?
Y, en segundo lugar, teniendo en cuanta la
asombrosa diferencia existente, por lo que se refiere al trato a los niños,
entre la actuación de Yahvé en el Antiguo
Testamento, y la que los dirigentes de la secta católica dicen defender en
la actualidad, es una contradicción que en el Antiguo Testamento algún personaje bíblico, como el profeta Oseas,
llegue a pedir al Señor que dé a las mujeres de Efraín “vientres que aborten y pechos secos”[1],
y que diga a continuación:
“Aunque aun les nazcan
hijos, yo haré que muera el fruto amado de sus entrañas. Mi dios los rechazará,
porque no han escuchado, y andarán errantes entre las naciones”[2].
Igualmente
y en relación con Samaría, escribe Oseas:
-“Samaría tendrá su
castigo, por haberse rebelado contra su Dios.
Serán pasados a filo de espada; sus niños
serán estrellados y reventadas sus mujeres encinta”[3].
En un sentido similar, ya en Deuteronomio
Moisés recrimina a los comandantes de su tropa:
“¿Por qué habéis
dejado con vida a las mujeres? Fueron ellas precisamente las que, siguiendo el
consejo de Balaán, sedujeron a los israelitas, apartándolos del señor […] Matad, pues, a todos los niños varones y a
todas las mujeres que hayan tenido relaciones sexuales con algún hombre”[4].
En un sentido similar,
aunque no se da una defensa explícita del aborto, en Esdras se da un desprecio absoluto por los hijos que los israelitas
tuvieron con mujeres extranjeras, hasta el punto de que se comprometen a
expulsarlas, a ellas y a sus propios hijos:
“Nos
comprometemos solemnemente ante nuestro Dios a echar a todas estas mujeres
extranjeras y a los hijos nacidos de ellas”[5],
mujeres
e hijos que al final fueron efectivamente expulsados de su lado.
En otros momentos el propio Yahvé -o diversos
personajes bíblicos especialmente importantes- no tienen inconveniente en
asesinar cruelmente a cientos de miles de niños, no dejando a nadie con vida,
tal como se muestra en los textos siguientes:
- “El Señor me dijo: […] Les haré comer
la carne de sus hijos y de sus hijas, y se devorarán unos a otros en la
angustia del asedio y en la miseria a que los reducirán los enemigos que buscan
matarles”[6];
- “Y pude oír lo que [el Dios de Israel]
dijo a los otros: -Recorred la ciudad detrás de él, matando sin compasión y sin
piedad. Matad a viejos, jóvenes, doncellas, niños y mujeres, hasta
exterminarlos”[7].
sin que dé la menor
importancia a esas muertes, a pesar de que en aquellos momentos los escritores
de la Biblia en general creían que la
muerte terrenal era definitiva, no imaginando la posibilidad de la existencia
de una vida más allá de la muerte, por lo que dicha muerte la veían como un
final realmente trágico[8],
frente al enfoque actual de los dirigentes de la secta católica, que, a pesar
de aceptar en teoría que el Antiguo
Testamento es tan “palabra de Dios” como el Nuevo, hablan escandalizarse y con enfurecida condena del aborto de
un embrión o de un pre-embrión, cuya realidad como ser humano no sólo es objeto
de polémica por parte de los científicos sino que fue negada incluso por la
misma jerarquía católica de otros tiempos. Por ello, teniendo en cuenta esta
valoración contradictoria de la vida terrena, la forma de actuar de los
dirigentes católicos transmite la impresión de que en realidad son ellos
quienes en verdad no creen en esa “Vida Eterna” de la que tanto hablan, y que
por ello parece que consideren de una gravedad extrema la interrupción de la
vida terrena de esos seres humanos en formación, como si estuvieran convencidos
de que no van a tener otra vida, a pesar de que, en el caso de que esos
embriones todavía no fueran humanos, eso no debería plantearles ningún problema
de conciencia, y a pesar de que, en el caso de que lo fueran, se les estaría
enviando a disfrutar de la vida celestial sin necesidad de pasar por los
sufrimientos de “este valle de lágrimas” y por los peligros de caminar hacia su
condenación eterna.
3.1.
Por
lo que se refiere a la primera cuestión, parece efectivamente que, si la
doctrina de la Jerarquía Católica fuera correcta al considerar que un cigoto
fuera ya un ser humano, no tendría ningún sentido su preocupación por su
continuidad vital “en este valle de lágrimas”. En cualquier caso, este problema
podría expresarse mediante un hipotético diálogo entre un obispo y un ateo como
el siguiente:
- Pero, ¿acaso no crees en la vida eterna? –podría
preguntar el ateo que hubiera realizado las anteriores reflexiones-.
-¿Cómo que no creo? ¡Pues claro que sí! –podría
responder un obispo aparentemente escandalizado-.
-Entonces ¿por qué te preocupa el tema del aborto?
-¿Cómo que por qué me preocupa? ¡El aborto es un
asesinato!
-Bueno. Eso es una afirmación precipitada, pues
habría que averiguar primero si el cigoto, el embrión o el feto son seres
humanos, o en qué casos sí y en qué casos no.
-Pues para mí no hay ningún problema. Tanto el
cigoto como el embrión y el feto son seres humanos, y, en consecuencia, un
aborto voluntario es lo mismo que asesinar a cualquier niño o a cualquier
adulto.
-Pero, vamos a ver: Si consideras que el mismo
cigoto es ya un ser humano, su aborto implicaría que desde ese momento
comenzaría a gozar de la vida eterna. ¿Es así o no? ¿No te parece que de ese
modo se le estaría haciendo un enorme favor? ¿No te das cuenta de que así se le
evitarían los peligros de la vida terrenal y los riesgos para la salvación
eterna de su alma? No olvides que, según la doctrina de tu religión, ¡todos los
niños que mueren van directos al Cielo! ¡Ni siquiera pasarían por el Limbo, que
recientemente ha sido eliminado, ni por el Purgatorio! ¿No sería ése el mejor
regalo que se podría hacer a esos supuestos seres humanos?
-Pero, ¿quién eres tú para arrogarte el derecho de
disponer de la vida de nadie? ¡La dignidad de la persona está por encima de
cualquier otra consideración!
-Ya sé que soy un simple ser humano como tú, y que,
según tu religión, el aborto es inmoral, pero la verdad es que no entiendo por
qué quienes creéis en una vida eterna calificáis como inmoral una acción como
ésa, que no significa otra cosa que cambiar esta vida tan llena de penalidades
por esa otra llena de una felicidad plena y además eterna.
-¡No te hagas el tonto, que sabes muy bien que el
aborto es un asesinato y todo asesinato es inmoral!
-Bien. Supongamos que lo sea. Te insisto en la
pregunta: Si con ese “asesinato”, consigo que ese supuesto niño, en lugar de
vivir una vida llena de peligros y de penalidades, fuera directamente al Cielo,
como afirma la jerarquía católica, ¿no crees que le haría un impagable favor?
-¡Lo que creo es que te estás pasando de la raya con
tus absurdos razonamientos!
-¿Por qué dices eso? Te aseguro que, si yo tuviera
la fe que tú dices tener, no me habría importado haber sido un simple aborto,
pues a estas horas hace ya tiempo que estaría gozando de la “Vida Celestial”, y
no aquí, haciendo cola en las oficinas del paro, en espera de un puesto de
trabajo.
- Pero, ¡¿cómo puedes hablar tan a la ligera de
asesinatos como si fueran obras de caridad?!
- Te advierto que no estoy hablando de lo que yo
creo sino de lo que implican las doctrinas que defiende tu propia religión. Y
así, si yo creyera firmemente en esas doctrinas, no sabría como refutar el
argumento que te he expuesto.
-¡Pues yo tengo esas creencias y precisamente por
ellas estoy seguro de que tu idea es una monstruosidad!
-Entiendo que la conclusión te parezca chocante,
pero la cuestión principal es si es válida o no, y yo no encuentro argumentos para
rechazar su validez.
-¡Por favor! ¡No me digas que hablas en serio!
-Pues sí, claro que hablo en serio. Insisto: La
cuestión es la de si puedes refutar o no el argumento que te he expuesto.
-Pues no veo ninguna dificultad: En cuanto es Dios
quien da la vida, ningún ser humano tiene derecho a matar a otro.
-Efectivamente, en eso tal vez podrías tener razón,
aunque me parece que habría que analizarlo con detalle. Si Dios existiera y
fuera el dueño de la vida humana, con mi acción yo estaría desobedeciéndole. De
acuerdo. Pero la pregunta que sigo haciéndote es la de si a ese supuesto ser
humano le estaría haciendo un favor o no al enviarlo a gozar de una felicidad
eterna.
-Te repito lo que te he dicho antes: Las órdenes de
Dios son sagradas y tú no eres quien para interferir en sus planes segando una
vida humana porque se te haya ocurrido una idea tan absurda. ¿No has pensado en
que tu acción podría significar tu propia condenación?
-Es posible. Pero yo no me refiero a lo que Dios
pudiera hacer conmigo, sino a lo que yo podría hacer por ese hipotético ser
humano. Qué sería mejor para él: ¿lanzarlo a esta aventura de la vida terrena,
que podría significar su eterna condenación en el Infierno, o alejarle de ese
peligro ayudándole a alcanzar la Vida Eterna?
-Pero, ¿cómo puedes tener la soberbia de pretender
convertirte en un Dios para disponer de la vida de otros?
-¡Tampoco es para tanto! Yo no pretendo sustituir a tu
Dios ni causar ningún daño a ese presunto niño, sino precisamente todo lo
contrario. Debes tener en cuenta además que en los evangelios se dice que
“muchos son los llamados, pero pocos los escogidos”, y eso significa que la
probabilidad de que ese posible niño fuera a parar al Infierno no sería precisamente
pequeña sino todo lo contrario. Así que insisto: ¿No crees que a ese niño le
estaría haciendo un bien indudable al evitarle tener que jugar a la siniestra lotería
de la vida terrenal?
-¡Déjate de tonterías y no me vengas con argumentos
absurdos!
-Vale. Te dejo. Pero tan en cuenta que lo único que he
hecho ha sido extraer las conclusiones que derivan de vuestras doctrinas, que
yo, desde luego, no comparto. Y por eso mismo y aunque te parezca una idea de
locos, considero que la decisión de abortar debería considerarse como la
auténticamente congruente con vuestras doctrinas, pues en cuanto un embrión o
un pre-embrión o un simple cigoto constituyan un ser humano, el aborto es la
mejor manera de garantizar su felicidad eterna, pues, como ya te he dicho, su
muerte le garantiza que no correrá el peligro de su eterna condenación sino que
irá directamente al Cielo.
-¡¡Déjame ya en paz!! ¡Allá tú con tus absurdos
razonamientos! ¡Aprende a ser más humilde y a no confiar en una facultad tan
débil como la razón humana! ¡Aprende a aceptar la palabra de Dios, a creer en
ella y a ponerla en práctica! ¡Y olvida esos ridículos desvaríos!
Seguramente el diálogo podría terminar así, pues ni
la razón proporciona creencias ni la fe proporciona razones, por lo que sería
un dialogo improductivo mientras el señor obispo quisiera imponer sus creencias
de manera irracional y mientras el ateo se empeñase en seguir razonando en
lugar de asumir ciegamente las palabras del obispo
No obstante, parece que en realidad los obispos y
demás dirigentes de la secta católica no creen en la vida eterna, tanto por su
actitud tan irracional ante el aborto como por la desolación que con que
realizan sus rituales funerarios como si el difunto hubiera muerto
definitivamente en lugar de haber pasado a mejor vida,
3.2.
Por
lo que se refiere a la segunda cuestión, la que se relaciona con el
contraste radical entre la absoluta crueldad con que en el Antiguo Testamento los dirigentes de Israel y Yahvé, que por suerte
son una misma realidad –pues las supuestas órdenes de Yahvé son en realidad las
de los sacerdotes, que han descubierto que “hablando en nombre de Yahvé”
conseguirán que el pueblo les escuche con mejor disposición-, aniquilan a niños
inocentes, y la actitud de la jerarquía católica manifestando tanta
preocupación por la vida de seres de los que ni siquiera puede demostrar que
sean humanos, parece que lo único que podría concluirse es, en primer lugar la
paradoja de que mientras en los pasajes del Antiguo Testamento en que no cree
en la vida eterna, hay además un desprecio contra la vida terrena de mujeres y
de niños que no son responsables de nada, en el Nuevo Testamento, donde ya se
cree en una vida eterna, se defiende, sin embargo, la vida terrena –al menos en
esos discutibles comienzos- como si en realidad no creyeran en aquella otra
cuya existencia sería la única deseable.
En cualquier caso, tiene interés mostrar algunos
pasajes de aquella “palabra de Dios”, en donde se muestra ese trato según el
cual, si la vida terrena fuera sagrada, sería una contradicción que Dios
hubiera ordenado tales asesinatos, que, efectivamente, aparecen en el Antiguo Testamento, tal como puede
comprobarse en los siguientes pasajes:
a) “A media noche hizo morir el Señor a
todos los primogénitos en Egipto, desde el primogénito del faraón, el heredero
del trono, hasta el del que estaba preso en la cárcel”[9].
b) “[Moisés les dijo] Matad, pues, a
todos los niños varones y a todas las mujeres que hayan tenido relaciones
sexuales con algún hombre”[10].
c) “Josué conquistó Maquedá y la pasó a
cuchillo, consagrando al exterminio a su rey y a todos sus habitantes sin dejar
ni uno”[11].
d) “Entonces la asamblea envió doce mil
hombres de los más valientes, con esta orden:
Id y pasad a cuchillo a todos los
habitantes de Yabés de Galaad, incluidas mujeres y niños”[12].
f) “Así dice el Señor todopoderoso: He
resuelto castigar a Amalec por lo que hizo a Israel, cerrándole el paso cuando
subía de Egipto. Así que vete, castiga a Amalec y consagra al exterminio todas
sus pertenencias sin piedad; mata hombres, mujeres, muchachos y niños de pecho,
bueyes y ovejas, camellos y asnos”[13].
g) “Oráculo contra Babilonia que Isaías,
hijo de Amós, recibió en esta visión: […] Haré que los cielos se estremezcan y
la tierra se mueva de su sitio; […] Al que encuentren lo atravesarán, al que
agarren lo pasarán a espada. Delante de ellos estrellarán a sus hijos,
saquearan sus casas y violarán a sus mujeres”[14].
h) “Por eso, así dice el Señor […] Yo
los castigaré: sus jóvenes morirán a espada, sus hijos y sus hijas morirán de
hambre”[15].
i) “Y el Señor me dijo:
[…] Y aquellos a quienes ellos
profetizan serán tirados por las calles de Jerusalén, víctimas del hambre y de
la espada; no habrá quien los sepulte, ni a ellos ni a sus mujeres ni a sus
hijos; yo haré recaer sobre ellos su maldad”[16].
j) “El Señor me dijo: […] Les haré comer
la carne de sus hijos y de sus hijas, y se devorarán unos a otros en la
angustia del asedio y en la miseria a que los reducirán los enemigos que buscan
matarles”[17].
k) “Por eso, así dice el Señor: […] Por
tus prácticas idolátricas haré contigo lo que jamás he hecho ni volveré a
hacer: Los padres se comerán a sus hijos, y los hijos a sus padres. Ejecutaré
mi sentencia contra ti y esparciré a todos los vientos lo que quede de ti”[18].
l) “Y pude oír lo que [el Dios de
Israel] dijo a los otros:
-Recorred la ciudad detrás de él, matando sin compasión y sin piedad.
Matad a viejos, jóvenes, doncellas, niños y mujeres, hasta exterminarlos”[19].
A
través de la lectura de estos pasajes se muestra la contradicción entre las órdenes
de los sacerdotes de Yahvé, que ponen de manifiesto su falta de amor y de
misericordia hacia aquellas gentes a las que asesinan sin piedad, despreciando
el valor de la vida terrena de sus enemigos, y la actitud de la jerarquía católica,
que dice escandalizarse ante la idea de un aborto, como si creyera que su
muerte es una pérdida definitiva y no tuviera ninguna fe en su supervivencia en
la Vida Eterna. De hecho, la sospecha de esta falta de fe en la vida eterna por
parte del clero en general se acrecienta cuando uno asiste a un funeral y
escucha sus teatrales sermones afligidos como si lo que realmente creyeran fuera
que el difunto hubiera muerto para siempre en lugar de haber pasado a una vida
más plena y definitiva.
Y,
aunque se trate de una cuestión marginal, tiene interés observar el carácter
injusto, arbitrario u cruel de estas órdenes; su brutalidad en cuanto en muchos
de ellos no sólo se ordena la muerte de mujeres y de niños sino que el autor de
los correspondientes escritos se recrea en su crueldad cuando exige pasar a
cuchillo a todos los habitantes de una ciudad, incluyendo “mujeres y niños” sin
dejar a nadie vivo, cuando en el texto f se ordena matar “hombres, mujeres, muchachos
y niños de pecho, bueyes y ovejas, camellos y asnos”, cuando en el texto g se dice “al que encuentren lo
atravesarán, al que agarren lo pasarán a espada. Delante de ellos estrellarán a
sus hijos, saquearan sus casas y violarán a sus mujeres”, cuando en el texto j se dice “les haré comer la carne
de sus hijos y de sus hijas, y se devorarán unos a otros en la angustia del
asedio y en la miseria a que los reducirán los enemigos que buscan matarles”,
cuando en el texto k se dice “los
padres se comerán a sus hijos, y los hijos a sus padres” o cuando en el texto l se dice “matad a viejos,
jóvenes, doncellas, niños y mujeres, hasta exterminarlos”.
Esta serie de crueldades y de matanzas no parecen
obedecer a otro fin que el de conseguir que el pueblo de Israel llegue a
hacerse dueño de toda una extensa región, aunque para ello deba exterminar a
sus mujeres y sus niños en cuanto las mujeres podrían tener nuevos hijo y en
cuanto los niños inocentes de hoy serán los enemigos de mañana en cuanto se les
permita vivir.
4.
En
conclusión, asumiendo que la doctrina de la Jerarquía Católica fuera verdadera
y que, después de la muerte terrenal, cigotos, embriones, fetos y niños fueran
al Cielo, en tal caso no habría justificación alguna para la crítica del aborto
e incluso del asesinato de esos niños, pues, como ya se ha demostrado, por
mucho que a simple vista pueda parecer el argumento de un loco, la supuesta
muerte de tales seres no sería una muerte real sino sólo el “tránsito” de su
vida terrena, tan llena de sufrimientos y peligros, a la vida celestial. Pero,
como ya se ha indicado, cuando la jerarquía católica critica el aborto, parece
que sea más escéptica acerca de la existencia de esa vida eterna que el más
escéptico de todos los ateos.
[1] Oseas, 9:14.
[2] Oseas, 9:16-17.
[3] Oseas, 14:1.
[4] Números, 13:15-17.
La cursiva es mía.
[5] Esdras, 10:3.
[6] Jeremías, 19:1-9.
[7] Ezequiel, 9:5-6.
[8] Una prueba evidente de esto es que Yahvé promete a quienes le son
fieles una larga vida o una descendencia numerosa –como las arenas
del desierto-, pero no la vida eterna, hasta que a alguien se le ocurrió esa
atractiva idea y la fue plasmando en algunos escritos del Antiguo Testamento y en todos los del nuevo.
[9] Éxodo, 12:29.
[10] Números, 31:17.
[11] Josué,10:28
[12] Jueces, 21:10.
[13] 1 Samuel, 15:2-3.
[14] Isaías, 13, 1- 13, 16.
[15] Jeremías, 11:21-22.
[16] Jeremías, 14:14-16.
[17] Jeremías, 19:1-9.
[18] Ezequiel, 5:8-10.
[19] Ezequiel, 9:5-6.
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