viernes, 15 de marzo de 2013


La mujer  en la Biblia y en la Iglesia Católica
Antonio García Ninet
Doctor en Filosofía
Los dirigentes cristianos y los católicos en particular juzgan que la Biblia es la “palabra de Dios”, de manera que esta “palabra” es la que debe servirles de guía a la hora de establecer sus valores morales y de todo tipo. Pero sucede que, como en la Biblia hay muchas doctrinas que son afirmadas en unos pasajes para ser negadas en otros, procuran silenciar o sacar a la luz aquellas doctrinas que les resultan más convenientes según las circunstancias del momento, dejando en penumbra las otras para cuando lleguen tiempos más propicios para servirse de ellas. En este sentido, por ejemplo, cuando se está hablando de lo denigrante que es para la mujer el uso del “burka”, que oculta por completo su cuerpo y su rostro, lo cual es un modo de anular su personalidad, procuran silenciar que esto mismo era lo que predicaba su “apóstol de los gentiles”, Pablo de Tarso, diciendo que la mujer debía llevar sobre su cabeza un velo como una señal de sujeción al varón. En cuanto las palabras de Pablo de Tarso son consideradas por la secta católica como parte de la Biblia, son tan “palabra de Dios” como las del resto de dicho libro. En consecuencia, los dirigentes católicos tratan de aplicar esas doctrinas cuando y en la medida que lo creen conveniente para sus intereses. De hecho, hasta no hace muchos años, en la España del “nacional-catolicismo”, los curas, los dueños de “las casas de Dios”, prohibían que las mujeres o las niñas entrasen en la iglesia sin llevar la cabeza cubierta con un velo, siendo su tamaño lo único que podía variar a partir de una dimensión mínima suficiente. Y, si en estos momentos los dirigentes católicos callan ante el hecho de que las mujeres entren en la iglesia sin el velo, es sólo por el temor a perder clientela y poder, y no porque hayan evolucionado desde su machismo primitivo hasta el reconocimiento de la igualdad entre la mujer y el varón.
La visión denigrante de la mujer que los dirigentes católicos aceptan -o deben aceptar- en la medida en que juzgan que la Biblia es la “palabra de su Dios”, tiene las siguientes características:
1) En primer lugar hay que señalar que uno de los prejuicios mitológicos que más negativamente parecen haber influido en el tradicional menosprecio bíblico hacia la mujer es el que aparece en el Génesis y en otros pasajes dispersos de la Biblia según la cual
 “Por la mujer comenzó el pecado, por culpa de ella morimos todos”[1].
El autor de este pasaje no parecía tener demasiadas luces, pues la culpa –si existiera, que no es el caso- sería individual: Nadie puede ser culpable de las acciones que otro decida realizar en cuanto la decisión de hacer caso o no a las sugerencias de otro la toma cada uno. En caso contrario podría decirse que la culpa de Adán en realidad era de Eva, pero también que la de Eva en realidad no era de Eva sino de la serpiente y la de la serpiente en realidad no era de la serpiente sino de Dios que la creó y que además la predeterminó a actuar como lo hizo, pues, ciertamente, de acuerdo con la doctrina de la predeterminación, todo lo que el hombre hace y todo lo que en la Naturaleza sucede es Dios quien lo hace o hace que suceda. Así que, para bien o para mal, el ser humano sería un juguete en manos de Dios, único responsable de todo, y nadie más sería responsable de nada, ni el hombre ni la mujer.
Pero evidentemente quien escribió el Génesis vivía inmerso en una civilización machista –como casi todas- y, por eso, a fin de explicar los numerosos males que rodeaban la vida humana, se inventó el mito del “pecado original”, considerando a Eva como la culpable de todos esos males.
  3) En segundo lugar, al protagonismo casi absoluto que se concede el varón frente a la mujer. Este protagonismo se muestra, por ejemplo, cuando al hablar de Dios se dice que es “Padre” y no “Madre”, “Hijo” y no “Hija”, y “Espíritu Santo”, teórico padre de Jesús. Dios creó a Adán como rey de la creación, y a Eva, formada a partir de una costilla de Adán, para que Adán tuviera una ayuda[2]. La mujer fue quien introdujo el pecado en el mundo y, por ello, entre otros castigos, Dios la condenó a ser dominada por el varón[3], lo cual es una forma “religiosa” de justificar las diversas formas del machismo judeo-cristiano previamente existente; los hijos de Adán y Eva, cuyos nombres se mencionan en la Biblia sólo son los de Caín, Abel y Seth, de manera que no se menciona para nada los de las hijas a las que debieron de unirse Caín y Seth para tener descendencia. Los personajes femeninos de la Biblia casi siempre tienen un papel secundario, con la excepción que los dirigentes de la secta cristiana han hecho de María, la madre de Jesús, pero ni siquiera en los evangelios se le dio ninguna relevancia especial sino todo lo contrario hasta el punto de que en determinado momento en que María y sus otros hijos habían ido a esperar a Jesús y le pasaron el aviso, Jesús contestó simplemente que su madre y sus hermanos eran quienes cumplían la palabra de Dios Así que fue más adelante cuando los dirigentes de la Iglesia Católica descubrieron que la exaltación de María como madre de Dios podía ser muy rentable para su negocio, como de hecho lo ha sido.
4) Otra expresión del desprecio más absoluto hacia la mujer queda de manifiesto al comparar su papel social con el del hombre, a quien se le da un protagonismo casi absoluto, lo cual se muestra, por ejemplo, cuando al hablar de Dios se dice que es “Padre” y no “Madre”, “Hijo” y no “Hija”, y “Espíritu Santo”, teórico padre de Jesús; Dios creó a Adán como rey de la creación, y, a Eva para que Adán tuviera una ayuda y una compañera; la mujer -Eva- fue quien introdujo el pecado en el mundo y, por ello, entre otros castigos, Dios condenó a la humanidad a tener que morir, y a la mujer a ser dominada por el varón[4] lo cual es una forma de justificar “religiosamente” las diversas formas de machismo; los hijos de Adán y Eva cuyos nombres se mencionan en la Biblia sólo son los de Caín, Abel y Seth, de manera que no se menciona para nada los de las hijas a las que debieron de unirse Caín y Seth para tener descendencia; los personajes femeninos de la Biblia casi siempre tienen un papel secundario.
3) De acuerdo con aquella primera valoración negativa de la mujer en la Biblia, tal como aparece en el Génesis, pero de manera mucho más acentuada, en Eclesiastés, ¡palabra de Dios!, se dice:
-“He hallado que la mujer es más amarga que la muerte, porque ella es como una red, su corazón como un lazo y sus brazos como cadenas. El que agrada a Dios se libra de ella, mas el pecador cae en su trampa”[5],
- “Por más que busqué no encontré; entre mil se puede encontrar un hombre cabal, pero mujer cabal, ni una entre todas”[6].
Y un planteamiento similar aparece en Eclesiástico, otro libro de la Biblia en el que se equiparan mujer y pecado:
-“Toda maldad es poca junto a la de la mujer; ¡caiga sobre ella la suerte del pecador!”[7].
-“Por la mujer comenzó el pecado, por culpa de ella morimos todos”  [8]
-“Vale más maldad de hombre que bondad de mujer”[9],
y en Zacarías la mujer es presentada como símbolo de la maldad:
“El hombre que hablaba conmigo se adelantó y me dijo:
    -Levanta tu vista y mira lo que aparece ahora.
Pregunté:
    -¿Qué es?
Me respondió:
    -Una cuba, y representa la maldad de toda esta tierra.
Entonces se levantó la tapa redonda de plomo y vi una mujer sentada dentro de la cuba. El ángel me dijo:
    -Es la maldad”[10].
Este punto de vista, compartido por estos tres libros de la Biblia, se encuentra en la misma línea del Génesis, donde, como ya se ha indicado en otro momento, Eva, como representante de la mujer, es castigada por Dios a quedar sometida al varón por haber sido la responsable principal de la desobediencia a Dios.
Por otra parte, todos los nombres de los ángeles son nombres de varón: Miguel, Rafael, Gabriel. El propio “Príncipe de las Tinieblas” se muestra como varón: Satanás. Y casi todos los nombres relevantes de la Biblia son de varón, como Adán, Caín, Abel, Seth, Noé, Sem, Cam, Jafet, Abraham, Isaac, Esaú, Jacob, los hijos de Jacob: Rubén, Simeón, Leví, Judá, Dan, Neftalí, Gad, Aser, Isacar, Zabulón, José y Benjamín (y sólo al final una hija llamada Dina, a la que se menciona en muy pocas ocasiones); Moisés, Aarón, Josué, Saúl, David, Salomón, Roboam, Gedeón, Sansón, Elí, Samuel, Isaías, Jeremías, Ezequiel, Daniel, Job, Pedro, Andrés, Santiago, Juan, Tomás, Bartolomé, Judas Tadeo, Judas Iscariote, Mateo, Matías, Marcos, Lucas, Pablo, y apenas alguno de mujer, que casi siempre juega un papel secundario o anecdótico.
Con ocasión del mítico “Diluvio universal”, ni siquiera se menciona el nombre de la mujer ni de las hijas de Noé, que fueron quienes se debieron de salvar, junto con el propio Noé y sus hijos Sem, Cam y Jafet para que la humanidad volviese a multiplicarse, lo cual demuestra evidentemente la escasísima importancia que se concede a la mujer, a pesar de que sin ella la continuidad de la especie habría sido un milagro especialmente digno de reseñar.
Resulta igualmente curioso y significativo –aunque más anecdótico- que en el Antiguo Testamento la mujer quede ninguneada hasta el punto de que, cuando se enumera la lista de los hijos de cualquier personaje, casi todos los nombres sean de varón y apenas alguno de mujer, como si no hubieran nacido o como una muestra de la consideración tan anecdótica de su existencia que fuera irrelevante incluso mencionarla. Esto sucede por lo que se refiere a los hijos de Adán y Eva, de Noé, Sem, Cam, Jafet, Abraham, Ismael, Isaac, Esaú, Jacob, y a la práctica totalidad de las largas líneas genealógicas que aparecen en la Biblia, donde o bien no se nombra la existencia de las hijas de estos personajes o bien sólo se dice que “también tuvieron hijas”, pero sin nombrarlas o incluso hablando de un número de hijas muy sospechosamente inferior respecto al de hijos.
5) La actitud degradante respecto a la mujer se muestra igualmente de un modo a la vez ingenuo e insolente cuando en Génesis se habla de los varones como “hijos de Dios” y de las mujeres como “hijas de los hombres”, a la vez que se deja claro que la mujer tenía el valor de una simple cosa, en cuanto se “tomaba” o se compraba por parte del varón, de manera que no era libre para decidir sobre su propia vida. Y así, se dice en Génesis con la mayor naturalidad del mundo que mientras el hombre es “hijo de Dios”, las mujeres sólo son “hijas de los hombres”, y que los hombres “tomaron para sí” las mujeres que más les gustaron, es decir, las raptaron o cogieron como si fueran simples objetos, sin tener para nada en cuenta la opinión y el gusto de las mujeres:  
“Cuando los hombres empezaron a multiplicarse en la tierra y les nacieron hijas, los hijos de Dios vieron que las hijas de los hombres eran hermosas y tomaron para sí como mujeres las que más les gustaron”[11].
6) En esta misma línea de degradación de la mujer hay que señalar el hecho de que la poligamia y la posesión de concubinas y de esclavas aparece de un modo absolutamente natural en la sociedad judía, tal como se presenta en la Biblia, en la que la mayoría de sus personajes relevantes tuvieron varias esposas, concubinas y esclavas[12]. Además, de hecho en Deuteronomio se maldice no a quien es polígamo sino a aquel  hijo que se acueste con las mujeres de su padre, lo cual representa una manera bien explícita de aceptar los derechos del padre sobre sus mujeres:
“¡Maldito quien se acueste con una de las mujeres de su padre, porque viola los derechos de su padre!”[13].
Sin embargo, ese tipo de estructura familiar en la que la mujer no mantiene una relación de igualdad con el varón sino que se convierte en una simple esclava o una simple posesión del varón, objeto de compra y de venta, es otro ejemplo de contradicción respecto a la inmutabilidad de las supuestas leyes divinas, que en otros  momentos, como los actuales, defiende la monogamia y, sobre todo, el respeto a la voluntad de la mujer a la hora de unirse o no con otro ser humano sin que tal unión dependa de otra cosa que de la decisión libre de hombres y mujeres.
Son muchos los personajes relevantes mencionados en la Biblia que tuvieron varias mujeres. Así, acerca de Roboam, hijo de David, dice la Biblia:
“Sus mujeres fueron dieciocho y sesenta las concubinas”[14].
Acerca de Gedeón se dice igualmente:
“tuvo setenta hijos, porque fueron muchas sus mujeres. También su concubina, que vivía en Siquem, le dio un hijo al que llamó Abimélec”[15].
Pero de todos ellos quien destacó de manera extraordinaria sobre los demás fue el rey Salomón, de quien se dice en la Biblia que tuvo setecientas esposas y trescientas concubinas:
 “El rey Salomón se enamoró de muchas mujeres extranjeras, además de la hija de faraón; mujeres moabitas, amonitas, adomitas, sidonias, e hititas, respecto a las cuales el Señor había ordenado a los israelitas: “No os unáis con ellas en matrimonio, porque inclinarán vuestro corazón hacia sus dioses”. Sin embargo, Salomón se enamoró locamente de ellas, y tuvo setecientas esposas con rango real, y trescientas concubinas. Ellas lo pervirtieron y cuando se hizo viejo desviaron hacia otros dioses su corazón, que ya no perteneció al Señor, como el de su padre David. Dio culto a Astarté, diosa de los sidonios, y a Moloc, el ídolo de los amonitas […] Otro tanto hizo para los dioses de todas sus mujeres extranjeras, que quemaban en ellos [en los altares] perfumes y ofrecían sacrificios a sus dioses”[16].
El autor del libro 1 Reyes no critica en ningún caso que Salomón tuviera tantas mujeres y tantas concubinas. Lo que critica es que, como sus mujeres eran extrajeras, es decir, no israelitas, podían ejercer sobre él una influencia negativa que le alejase de su Dios y le llevase a adorar a sus propios dioses, que es lo que sucedió especialmente en los últimos años de su vida y, por eso, dice que Salomón
“no fue tan fiel [a Dios] como su padre David”[17],
pues,
“cuando se hizo viejo [éstas esposas y concubinas] desviaron hacia otros dioses su corazón, que ya no perteneció al Señor”[18].
Lo que es evidente es que este alejamiento de Yahvé para adorar a otros dioses le habría costado la vida en el caso de que no hubiera sido rey sino sólo un hombre cualquiera, pues la adoración a otros dioses era un delito que se pagaba con la vida, tal como consta en diversos pasajes bíblicos. En este sentido, en Deuteronomio se dice:
“Si oyes decir que en alguna de las ciudades que el Señor tu Dios te da para que habites en ellas surgen hombres perversos, que intentan seducir a sus conciudadanos para que den culto a otros dioses desconocidos para vosotros, examinarás el caso, preguntarás y te informarás bien. Si se confirma el rumor y se prueba que tal abominación se ha cometido en medio de ti, pasarás a espada a los habitantes de toda aquella ciudad, y la consagrarás al exterminio con todo lo que haya en ella, incluido su ganado, que también pasarás a espada”[19].
Parece claro que el autor de 1 Reyes, de manera hipócrita o por puro interés, no quiso o no se atrevió a criticar duramente al rey Salomón y se conformó con decir que “no fue tan fiel a Dios como su padre David”, a pesar de que, de acuerdo con la norma de Deuteronomio, los sacerdotes debían haberlo denunciado y haber exigido su condena a muerte aplicando la supuesta ley de Yahvé. Pero, como en aquellos momentos Salomón era quien detentaba el poder, los sacerdotes, con la astucia que les ha caracterizado en todo momento, no atreviéndose a enfrentarse con él, quitaron importancia al hecho de que hubiese adorado al menos a setecientos dioses, mereciendo por ello la pena de muerte.     
Por su parte, Abías
“tuvo catorce mujeres, veintidós hijos y dieciséis hijas”[20].
Y fue el mismo sacerdote Yoyadá quien proporcionó dos esposas a Joás:
“Joás agradó con su conducta al Señor mientras vivió el sacerdote Yoyadá, quien le proporcionó dos esposas de las que Joás tuvo hijos e hijas”[21].
Esta última referencia tiene el interés de poner nuevamente de manifiesto que la poligamia no es vista de manera negativa por sí misma, ya que en este caso es un sacerdote quien le proporciona dos esposas a Joás. Lo negativo se produce cuando esas mujeres son extranjeras, como en el caso de las mujeres de Salomón, porque pueden introducir sus dioses y pervertir al judío alejándolo de su Dios, lo cual equivale a decir que a los sacerdotes lo que les preocupa especialmente es la competencia   que las otras religiones pueden suponer para su propio negocio.
En definitiva, a lo largo de sus diversos libros lo que predomina en la Biblia de forma constante es esta valoración negativa de la mujer, considerada como un simple objeto de comprar, vender, usar y tirar.
De hecho y en relación con lo anterior tiene especial interés aclarar que, a pesar de que el clero católico siga hablando del “decálogo” o de los diez mandamientos de Moisés, cualquiera que sepa leer puede comprobar que en la Biblia sólo aparecen ¡nueve mandamientos!, siendo el noveno y último:
“No codiciarás la casa de tu prójimo, ni su mujer, ni su siervo, ni su buey, ni su asno, ni nada de lo que le pertenezca”[22],
de manera que el mandamiento que actualmente se enumera como el noveno y penúltimo, “no desearás la mujer de tu prójimo”, en la Biblia aparece sólo como una parte del noveno y último, que los dirigentes cristianos dividieron en dos a fin de enmascarar el hecho evidente de que a la mujer se la trata en la Biblia y en ese mismo pasaje relacionado con las tablas de Moisés, como una pertenencia o cosa o un animal –un buey, un asno-. Y precisamente por este mismo motivo el noveno y último mandamiento no hace referencia a la mujer en exclusiva sino refiriéndose a ella como a un objeto más del prójimo -igual que su casa o su buey-, que ha sido comprada a su padre, sin contar para nada con su consentimiento, y que podría ser codiciada por otro hombre. Y, por el contrario, no se habla en ningún caso del hombre como de un objeto que pueda ser codiciado ni comprado por la mujer. Recordemos a este respecto que mientras los varones son hijos de Dios, las mujeres son hijas de los hombres y, al parecer, tal estatus les confiere el derecho de poder ser dueños de mujeres, mientras que las mujeres deben someterse a los hombres como esposas, como concubinas o como esclavas.  
7) De acuerdo con esta forma de cosificación de la mujer, ésta no es dueña de su propia vida sino que es objeto de compra y de venta:
 Jacob compró a Raquel a su tío Labán a cambio de trabajar siete años para él[23], aunque éste le engañó y
“por la noche […] tomó a su hija Lía y se la trajo a Jacob, y Jacob se unió a ella”[24]
Pero, como a Jacob le gustaba Raquel, se la volvió a pedir a su tío y éste le dijo:
    “-…Termina la semana de bodas con ésta, y te daré también a la otra a cambio de otros siete años de servicio.
Así lo hizo Jacob; terminó la semana con la primera, y después Labán le dio por mujer también a su hija Raquel […] Jacob se unió también a Raquel y la amó más que a Lía; y estuvo al servicio de su tío otros siete años”[25].
Tiene interés observar cómo en este pasaje se muestra
a) en primer lugar, la propia cosificación de la mujer, cuya voluntad no cuenta en absoluto a la hora de tomar la decisión sobre si quiere o no a Jacob como marido;
b) en segundo lugar, la ausencia de contrato matrimonial, pues, como la mujer es una simple posesión de su padre, el contrato no se hace con ella sino con su futuro propietario que es quien la compra a cambio de dinero o de otro bien, como, en este caso, el tiempo de trabajo –otros siete años- que Jacob acuerda con su tío.
8) Un complemento de esta infravaloración de la mujer fue el de la ley de la “reprobación” por la que el marido podía rechazar a su mujer siempre que encontrase un defecto en ella o que simplemente dejase de agradarle, mientras que la mujer en ningún caso puede repudiar al marido. Se dice en este sentido en Deuteronomio:
“Si un hombre se casa con una mujer, pero luego encuentra en ella algo indecente y deja de agradarle, le entregará por escrito un acta de divorcio y la echará de casa. Si después de salir de su casa ella se casa con otro, y también el segundo marido deja de amarla, le entrega por escrito el acta de divorcio y la echa de casa…”[26].
9) La mujer puede ser tomada o raptada con absoluta normalidad sin que su voluntad cuente para nada.
Como ya se ha dicho, en muchas ocasiones ni siquiera hay contrato matrimonial entre hombre y mujer, sino sólo un contrato de compra, o un simple rapto, como sucede cuando los ancianos de la comunidad proponen que los benjaminitas rapten mujeres, pues no tenían y la tribu estaba a punto de desaparecer: En un primer momento la comunidad israelita envía tropas contra Yabés Galaad, cuyos habitantes también eran judíos, pero no habían subido a la asamblea del Señor. Y, como los israelitas habían “jurado solemnemente que quien no subiese a Mispá ante el Señor sería castigado con la muerte”[27], pasaron a cuchillo a todos sus habitantes menos a las muchachas vírgenes y se las dieron a los benjaminitas[28]. A continuación los mismos benjaminitas, aconsejados por el resto de Israel, raptaron más mujeres en Silón para quienes no tenían todavía, pues la tribu estaba a punto de desaparecer:
“Entonces la asamblea [de Israel] envió doce mil hombres de los más valientes, con esta orden:
-Id y pasad a cuchillo a todos los habitantes de Yabés Galaad, incluidas mujeres y niños. Consagraréis al exterminio a todos los varones y a todas las mujeres casadas, pero dejaréis con vida a las vírgenes.
Así lo hicieron. Entre los habitantes de Galaad encontraron cuatrocientas vírgenes que no habían tenido relaciones con ningún hombre y las trajeron al campamento de Siló, en la tierra de Canaán. Luego, la asamblea envió mensajeros a los benjaminitas […] para ofrecerles la paz. Los benjaminitas volvieron, y ellos les dieron las mujeres supervivientes de Yabés Galaad, pero no había bastantes para todos.
[…] Los ancianos de la comunidad se preguntaban:
-Las mujeres de la tribu de Benjamín han sido exterminadas. ¿Qué haremos para procurar mujeres a los que aún no las tienen? […]
Entonces decidieron esto:
-Está cerca la fiesta del Señor que se celebra todos los años en Siló […].
Y dieron este recado a los de Benjamín:
-Id y escondeos entre las viñas. Os quedáis observando, y cuando veáis que las jóvenes de Siló salen a bailar, salís de las viñas, os lleváis cada uno una muchacha de Siló y os volvéis a vuestra tierra […].
Los de Benjamín lo hicieron así y tomaron de entre las que bailaban aquellas que necesitaban; después volvieron cada uno a su heredad, reconstruyeron las ciudades y se establecieron en ellas”[29].
10) Es preferible la violación de las propias hijas antes que la ofensa a un invitado:
Otro ejemplo más de este desprecio tan absoluto a la mujer en la Biblia es el hecho de que, ante la opción de consentir o no la ofensa a un invitado, se opte por ofrecer a las propias hijas para ser violadas Así sucede en Génesis, 19:6-8, donde Lot, para proteger a unos extranjeros que tenía alojados en su casa, dice a quienes querían violarlos:
“-Hermanos míos, os suplico que no cometáis tal maldad. Tengo dos hijas que no se han acostado con ningún hombre; os las voy a sacar fuera y haced con ellas lo que queráis, pero no hagáis nada a estos hombres que se han cobijado bajo mi techo”[30]. 
Algo muy similar se narra en Jueces, donde, como en el caso anterior, la violación de mujeres no tiene mayor importancia en relación con la ofensa a un invitado. En este sentido se dice en defensa de un invitado:
“-No, hermanos míos, no hagáis, semejante crimen, por favor. Es mi huésped y os pido que no hagáis tal infamia. Aquí está mi hija, que es virgen; os la sacaré para que abuséis de ella y hagáis con ella lo que os plazca; pero no cometáis con este hombre semejante infamia”[31].
11) Resulta igualmente sorprendente que en el Antiguo Testamento la mujer quede ninguneada hasta el punto de que, cuando se enumera la lista de los hijos de cualquier personaje, tanto si se trata de Jacob como de cualquier otro, casi todos los nombres sean de varón y apenas alguno de mujer, como si no hubieran nacido o como si su importancia fuera tan anecdótica que fuera irrelevante incluso la mención de su existencia. Esto sucede por lo que se refiere a las hijas de Adán y Eva, Noé, Jafet, Cam, Sem, Abraham, Ismael, Isaac, Esaú, Jacob, y a la práctica totalidad de las largas líneas genealógicas que aparecen en la Biblia, donde o bien no se nombra la existencia de las hijas de estos personajes o bien sólo se dice que también tuvieron hijas, pero sin hacer referencia a ellas mencionando su propio nombre, o incluso hablando de un número de hijas muy llamativamente inferior respecto al de hijos como si el hecho de tener hijas no sólo careciera de importancia o, más todavía, como si representase cierta desgracia el haberlas tenido.
12) En las referencia genealógicas sólo cuenta la línea paterna y para nada la materna, hasta el punto de que, como ya se ha dicho en otro momento, para demostrar la filiación divina de Jesús el evangelio atribuido a Lucas se remonta por la línea genealógica de José hasta llegar a Adán, incurriendo en la contradicción de afirmar la paternidad de José respecto a Jesús, cuando interesa demostrar que Jesús era Hijo de Dios, pero negando tal paternidad cuando interesa afirmar que María era “virgen” y que concibió por obra del Espíritu Santo y no por sus relaciones sexuales con José. Tal contradicción bíblica hubiera podido ser evitada si los evangelistas correspondientes hubiesen dicho que María quedó embarazada por obra del Espíritu Santo y porque, además, María era hija de Dios, tomando como base para este último argumento la línea genealógica materna de María, que se habría remontado hasta Adán igual que la de José, pero con la ventaja de que, si José era un padre dudoso para quienes escribieron estos pasajes, María sí era madre indudable de Jesús.
13) El papel secundario de la mujer en el Antiguo Testamento se muestra igualmente desde la perspectiva de su tasación económica, tal como aparece en Levítico, donde en relación con los sacrificios religiosos se valora al hombre –entre veinte y sesenta años- en quinientos gramos de plata, mientras que a la mujer se la valora en trescientos:
“El Señor dijo a Moisés:
-Di a los israelitas: Cuando alguien haga al Señor una promesa ofreciendo una persona, la estimación de su valor será la siguiente: el hombre entre veinte y sesenta años, quinientos gramos de plata […]; la mujer, trescientos; el joven entre cinco y veinte años, si es muchacho, doscientos gramos, y si es muchacha, cien; entre un mes y cinco años, si es niño, cincuenta gramos, y treinta gramos de plata si es niña; de sesenta años para arriba, el hombre, ciento cincuenta gramos y la mujer cincuenta”[32].
O sea, que eso de que ante Dios todos seamos iguales evidentemente sería una apreciación incorrecta, por lo menos por lo que se refiere al Dios judeo-cristiano.
14) Incluso la figura de María tiene un papel irrelevante, como puede constatarse mediante la lectura del evangelio de Marcos, en donde el propio Jesús llega a tratarla de modo un tanto despectivo, dando impresión de que no se siente especialmente orgulloso de ella sino que más bien la ignora, pues, cuando en cierta ocasión sus discípulos van a avisarle de su presencia y de la de sus hermanos, él responde que “su madre y sus hermanos son aquellos que cumplen la palabra de Dios”, y no se dice para nada que Jesús se acercase a su madre o que la hiciera pasar para mostrarle su afecto filial. Se dice efectivamente en dicho evangelio:
    “¡Oye! Tu madre y tus hermanos y hermanas están fuera y te buscan”
Y Jesús les respondió:
    -¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?”
    Y mirando después a los que estaban sentados alrededor, añadió:
    -Estos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”[33].
Esta baja consideración de la mujer, referida a María en este caso, se muestra igualmente cuando se considera a Jesús como “hombre” por ser hijo de María y sólo como “Hijo de Dios” -según el evangelio atribuido a Lucas, que afirma tal doctrina- a partir de la enumeración de la genealogía paterna de Jesús por ser hijo de José, cuya ascendencia se remontaría hasta Adán, el cual es considerado “hijo de Dios” por haber sido creado por él[34] y a pesar de haber escrito antes que el auténtico padre de Jesús no fue José sino el “Espíritu Santo”[35].
15) La continuación de este punto de vista degradante respecto a la mujer aparece nuevamente y de manera muy acusada en Pablo de Tarso, quien considera al marido como la cabeza de la mujer, lo cual implica evidentemente la doctrina de que la mujer es un cuerpo sin cabeza. Dice en efecto Pablo:
“la cabeza de la mujer es el varón”[36];
y, justificando el uso del velo que oculta la cabeza de la mujer, afirma igualmente:
“toda mujer que ora o habla en nombre de Dios con la cabeza descubierta, deshonra al marido, que es su cabeza”[37].
Defiende a continuación las ideas de la subordinación y sujeción de la mujer respecto al varón y del uso del velo como símbolo de tal sujeción afirmando:
“el varón no debe cubrirse la cabeza, porque es imagen y reflejo de la gloria de Dios. Pero la mujer es gloria del varón, pues no procede el varón de la mujer, sino la mujer del varón, ni fue creado el varón por causa de la mujer, sino la mujer por causa del varón. Por eso […] debe llevar la mujer sobre su cabeza una señal de sujeción”[38].
Esta misma idea vuelve a aparecer no sólo en relación con el uso del velo sino también en relación con la norma por la que la mujer debe someterse al marido, hasta el punto de que se le prohíbe incluso que hable en público de manera que, si desea saber algo, debe preguntar luego al marido, pero no durante la asamblea:
-“La mujer aprenda en silencio con plena sumisión. No consiento que la mujer enseñe ni domine al marido, sino que ha de estar en silencio. Pues primero fue formado Adán, y después Eva. Y no fue Adán el que se dejó engañar, sino la mujer que, seducida, incurrió en la transgresión”[39].
-“…que las mujeres guarden silencio en las reuniones; no les está, pues, permitido hablar, sino que deben mostrarse recatadas, como manda la ley. Y si quieren aprender algo, que pregunten en casa a sus maridos, pues no es decoroso que la mujer hable en la asamblea”[40].
La jerarquía católica intentó posteriormente suavizar esta doctrina acerca de la mujer enalteciendo la figura de María, enseñanza que, desde luego, no deriva de los evangelios. A pesar de todo, la doctrina de los dirigentes de la secta católica continuó siendo machista y consistió siempre de manera más o menos explícita en considerarla inferior al varón y creada para vivir sometida a él.
La norma del uso del velo ha llegado hasta la actualidad, a pesar de que no lo haya hecho hasta el extremo al que ha llegado en el mundo musulmán con el uso del “burka” –con pocos centímetros de diferencia respecto al tamaño de los uniformes de algunas comunidades de monjas católicas- que cubre la práctica totalidad del cuerpo y del rostro femenino. Pero lo esencial de este asunto es que su fundamento último es el mismo: la consideración de la mujer como propiedad del marido.
Esta misma idea vuelve a aparecer no sólo en relación con el uso del velo sino también en relación con la norma por la que el apóstol Pablo proclama que la mujer debe someterse al marido, hasta el punto de que se le prohíbe incluso que hable en público y que, si desea saber algo, no debe preguntarlo durante la asamblea, sino luego al marido y de forma privada:
-“La mujer aprenda en silencio con plena sumisión. No consiento que la mujer enseñe ni domine al marido, sino que ha de estar en silencio. Pues primero fue formado Adán, y después Eva. Y no fue Adán el que se dejó engañar, sino la mujer que, seducida, incurrió en la transgresión”[41].   
-“que las mujeres guarden silencio en las reuniones; no les está, pues, permitido hablar, sino que deben mostrarse recatadas, como manda la ley. Y si quieren aprender algo, que pregunten en casa a sus maridos, pues no es decoroso que la mujer hable en la asamblea”[42].
Los dirigentes católicos intentaron posteriormente disimular esta doctrina bíblica acerca de cuál debía ser el papel de la mujer enalteciendo la figura de María, aunque su opinión acerca de la mujer fue siempre, de manera más o menos explícita, denigrante hasta llegar a considerarla como un simple objeto de compra-venta, creado para vivir sometida al varón.
15) Otra forma de ignorar a la mujer puede verse en cierto modo en la actitud de Jesús al haber elegido a doce apóstoles, sin que ninguno de ellos fuera mujer.
A la crítica de que aquellos tiempos no eran los más adecuados para la elección de una mujer como apóstol se podría replicar que, si Jesús era “Hijo de Dios”, por lo mismo que defendió una nueva forma de moral igualmente hubiera podido predicar la igualdad entre los seres humanos, pues precisamente el hecho de que no nombrase como apóstol a una mujer ha sido utilizado por algunos obispos como argumento especialmente agudo y profundo (?) para rechazar que la mujer pudiera acceder al sacerdocio, diciendo que, si Jesús hubiera querido que las mujeres accedieran a tales cargos, habría elegido a alguna de ellas como apóstol. Se trata de un argumento absurdo, pero es el que utilizó, entre otros, el arzobispo de Málaga en una entrevista en la CNN+ (27/03/02) para negar a la mujer el acceso al sacerdocio. 
Siendo coherentes con un argumento tan contundente (?) resulta extraño que la Jerarquía Católica haya consentido que a lo largo de los tiempos quienes no eran judíos ni de raza blanca hayan podido ser ordenados sacerdotes, pues todos los apóstoles eran judíos y de raza blanca. Igualmente, con un argumento similar, se podría haber rechazado al actual jefe de la secta católica y a la mayoría de los anteriores, indicando que, en el supuesto de que Jesús hubiese nombrado a un jefe para su Iglesia, nombró a un judío y no a un alemán ni a un argentino, por lo que el señor Ratzinger, que es alemán y no judío, debería ser removido de ese cargo que ocupa en contra de la voluntad de Jesús cuando –supuestamente- eligió a un judío, Pedro, como jefe de su iglesia.
En definitiva, la pobreza de tal argumento resulta tan evidente que ni siquiera merece una crítica. Es cierto que la sociedad del pueblo judío era fuertemente machista y es muy posible que Jesús no eligiese a ninguna mujer entre sus apóstoles por influjo de aquel lastre y de aquel ambiente machista de la sociedad judía. Pero, por ello mismo, la actitud de Jesús sólo demostraría que él mismo no estaba concienciado para asumir que la mujer tenía en esencia las mismas capacidades que el varón para ejercer aquellas tareas de que se ocupaba éste. Pero, en cualquier caso, aunque en la práctica Jesús fue un mero seguidor inconsciente del machismo judío tradicional, nunca defendió explícitamente la existencia de alguna diferencia o de alguna superioridad del varón sobre la mujer, y el hecho de que no nombrase como apóstol a ninguna mujer no representa un argumento para concluir que la mujer deba quedar relegada respecto a la posibilidad de acceder al sacerdocio o a cualquier otro cargo, y, en definitiva, para que aparezca siempre en un segundo plano respecto al varón como si fuera inferior a él.
Por otra parte, en cuanto tal argumentación relacionada con el nombramiento de apóstoles varones habría sido absurda, hay que volver a Pablo de Tarso para comprender que fueron especialmente sus prejuicios acerca de la mujer, expresados en diversas epístolas, lo que condujo a dar a la mujer un papel totalmente secundario en la estructura organizativa de la Iglesia Católica, que estuvo muy condicionada por las ideas del llamado “apóstol de los gentiles”.
Ese papel secundario de la mujer no sólo se ha dado en una gran parte de las religiones en el pasado sino que sigue dándose en la actualidad, y no sólo en cuestiones religiosas sino también en cuestiones políticas y sociales, aunque en los últimos años se han producido avances especialmente importantes. Sin embargo, la jerarquía católica, como también sucede en el terreno científico, todavía no ha sido capaz de asumir estos avances en el interior de su organización. No obstante, en cuanto la ausencia de la mujer en cargos más importantes de la jerarquía católica, accediendo al sacerdocio, al episcopado y al papado, puedan tener efectos negativos en los intereses económicos y políticos de la secta católica, es muy probable que en plazo de tiempo no muy largo, en cuanto sus dirigentes comprendan esta situación y en cuanto las propias mujeres pertenecientes a esa organización presionen adecuadamente, se producirá el cambio consiguiente en la mentalidad de esta secta, tal como en estos momentos se ha producido en la iglesia anglicana, sobre todo a partir del momento en que las “vocaciones” sacerdotales flojeen hasta el punto de que la situación repercuta negativamente en los ingresos económicos del “negocio religioso”.
En este sentido conviene tener en cuenta además que la revolución política y social por lo que se refiere a la lucha por la igualdad de derechos para la mujer comenzó hace sólo poco más de cien años, así que, teniendo en cuenta que los dirigentes católicos llevan en este terreno un desfase de muchos siglos, es “lógico” (?) que le cueste aceptar la idea de la igualdad de la mujer respecto al varón.
17) Hay alguna ocasión en que aparecen en la Biblia  personajes femeninos de cierta relevancia, como Raquel, Judith, Yael o Dalila, pero las hazañas de estas heroínas se basaron en la seducción o en la traición, o en ambas formas de actuación, de manera que su conducta, aunque elogiable hasta cierto punto para los judíos, iba acompañada de unos métodos contrarios a los mandamientos de Moisés.
Así Raquel robó a su padre los ídolos familiares:
“De la tienda de Lía [Labán] pasó a la de Raquel. Pero ésta había tomado los ídolos, los había escondido en la montura del camello y estaba sentada encima de ellos. Rebuscó Labán por toda la tienda, pero no los encontró. Raquel le dijo:
-No se enfade mi señor si no puedo levantarme, es que tengo la menstruación.
Él buscó y rebuscó, pero no pudo encontrar sus ídolos”[43].  
Por su parte Judith se basó en su capacidad seductora, es decir, de engaño –cualidad que en la misma Biblia no se considera precisamente como una virtud- para cortarle la cabeza a Holofernes:
“[Judit] se calzó las sandalias, se puso collares, pulseras, anillos, pendientes y todas sus joyas; y se acicaló con esmero para ser capaz de seducir a los hombres que la viesen”[44].
Y, así, una vez que sedujo a Holofernes, Judit se acostó con él, y luego, aprovechando que éste yacía dormido a causa del vino,
“avanzó hacia el poste que estaba a la cabecera de Holofernes, tomó su alfanje, se acercó a la cama, lo agarró por la cabellera y dijo:
-Fortaléceme en este momento, Señor, Dios de Israel.
Le dio dos golpes en el cuello con toda su fuerza y le cortó la cabeza”[45].
Otra mujer, Yael, mata a Sísara a traición:
“Bendita entre las mujeres sea Yael […] Agua le pidió, y le dio leche; en copa preciosa le ofreció nata. Con su izquierda agarró un clavo, con su derecha un martillo de obrero y golpeó a Sísara, le partió la cabeza, lo machacó, le atravesó la sien”[46].
Y la seducción y la traición son las armas utilizadas por Dalila, a quien los filisteos habían ofrecido una considerable cantidad de dinero para que les entregase a Sansón, consiguiendo que éste le rebelase el secreto dónde radicaba su fuerza. De acuerdo con esta traición,
“ella durmió a Sansón sobre sus rodillas y llamó a un hombre, que le cortó las siete trenzas de su cabeza”[47]
y mandó que avisaran a los filisteos para que vinieran a detenerle. A continuación, perdida su fuerza, los filisteos le detuvieron, lo dejaron ciego y lo encarcelaron.
16) En los últimos años, José María Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, ha defendido descaradamente una perspectiva similar acerca de la mujer cuando en su patológico escrito Camino, dirigido casi en exclusiva a los varones y a lo “viril”, lo contrapone a lo femenino, que es considerado como inferior en muy diversos aspectos.
En este sentido, por ejemplo, escribe:
“Si queréis entregaros a Dios en el mundo, antes que sabios -ellas no hace falta que sean sabias: basta que sean discretas- habéis de ser espirituales […]”[48].
Es decir, el varón puede aspirar a ser sabio, pero respecto a las mujeres “basta que sean discretas”. Obsérvese incluso que esa referencia a las mujeres se hace entre paréntesis y en tercera persona, mientras que la referencia a los varones es totalmente prioritaria y realizada de forma directa, en segunda persona del plural, como si estuviera hablando con ellos de modo directo.
¿Qué motivos podría tener el señor Escrivá para tal discriminación? Parece que los mismos que le sirvieron a Pablo de Tarso: Ningún otro que el constituido por prejuicios simplemente irracionales y absurdos, heredados de una  mentalidad arcaica, pero dominante en la Biblia.
La importancia de esta doctrina, contraria a la igualdad entre mujer y varón, pone más en evidencia el carácter simplemente humano –y no divino- del conjunto de las doctrinas de la secta católica, y sirve además como una de las muchas muestras de la conexión por su carácter machista entre el judaísmo, el cristianismo y la religión musulmana. En esta última todavía en la actualidad la mujer aparece sojuzgada y negada hasta el punto de tener que ocultarse cubriendo la práctica totalidad de su cuerpo con el denigrante “burka”, símbolo de la negación de su propia personalidad.



[1] Eclesiástico, 25:24.
[2] Génesis, 2:20-22.
[3] Génesis, 3:16.
[4] Génesis, 3:16.
[5] Eclesiástes, 7:26.
[6] Eclesiastés, 7:28.
[7] Eclesiástico, 25:19.
[8] Eclesiástico, 25:24
[9] Eclesiástico, 42:14
[10] Zacarías, 5:5-8.
[11] Génesis, 6:1-2. La cursiva es mía.
[12] 1 Reyes, 11:3.
[13] Deuteronomio, 27:20.
[14] 2 Crónicas, 11: 21.             
[15] Jueces, 8:30-31.
[16] 1 Reyes, 11:1-10.                                                                                   
[17] 1 Reyes, 11:6.
[18] 1 Reyes, 11:5.
[19] Deuteronomio, 13:13-16.
[20] 2 Crónicas, 13:20-21.
[21] 2 Crónicas, 24:2. 
[22]  Éxodo, 20:17. Ese mismo número de mandamientos es el que aparece en Deuteronomio, 5:7-21, donde la exposición literal del noveno y último dice: “No codiciarás la mujer de tu prójimo, ni desearás la casa de tu prójimo, su campo, su esclavo o su esclava, su buey o su asno, ni nada de lo que le pertenece”. 
[23] Génesis, 29:18-19.
[24] Génesis, 29:23.
[25] Génesis, 29:27-30.
[26] Deuteronomio, 24:1-3.
[27] Jueces, 21:5.
[28] Jueces, 21:10-23.
[29] Jueces, 21:10-23
[30] Génesis, 19:7-8.
[31] Jueces, 19:23. 
[32] Levítico, 27:1-7.
[33] Marcos, 3:31-35.
[34] Lucas, 3:23-38.
[35] Lucas, 1:35.
[36] Pablo, Corintios, 4:3.
[37] Pablo, Corintios, 4:5.
[38] Pablo, Corintios, 4:7-10.
[39] Pablo: Timoteo, 2:11-14.
[40] Pablo, I Corintios, 14:34-35.
[41] Pablo de Tarso: Timoteo, 2:11-14.
[42] Pablo, I Corintios, 14:34-35. 
[43] Génesis, 31:33-35.
[44] Judith, 10:4.
[45] Judith, 13:6-8
[46] Jueces, 5:24-26.
[47] Jueces, 16:19.
[48] José María Escrivá: Camino, aforismo 946.

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