La
mujer en la Biblia
y en la Iglesia Católica
Antonio
García Ninet
Doctor
en Filosofía
Los
dirigentes cristianos y los católicos en particular juzgan que la Biblia es la “palabra de Dios”, de
manera que esta “palabra” es la que debe servirles de guía a la hora de
establecer sus valores morales y de todo tipo. Pero sucede que, como
en la Biblia hay muchas doctrinas que son
afirmadas en unos pasajes para ser negadas en otros, procuran silenciar o sacar
a la luz aquellas doctrinas que les resultan
más convenientes según las circunstancias del momento, dejando en penumbra las
otras para cuando lleguen tiempos más propicios para servirse de ellas. En este
sentido, por ejemplo, cuando se está hablando de lo denigrante que es para la
mujer el uso del “burka”, que oculta por completo su cuerpo y su rostro, lo
cual es un modo de anular su personalidad,
procuran silenciar que esto mismo era lo que predicaba su “apóstol de los gentiles”,
Pablo de Tarso, diciendo que la mujer debía llevar sobre su cabeza un velo como una señal de sujeción al varón. En cuanto las palabras
de Pablo de Tarso son consideradas por la secta católica como parte de la Biblia, son tan “palabra de
Dios” como las del resto de dicho libro. En consecuencia, los dirigentes
católicos tratan de aplicar esas doctrinas cuando y en la medida que lo creen
conveniente para sus intereses. De hecho, hasta no hace muchos años, en la
España del “nacional-catolicismo”, los curas, los dueños de “las casas de Dios”,
prohibían que las mujeres o las niñas entrasen en la iglesia sin llevar la cabeza cubierta con un
velo, siendo su tamaño lo único que podía variar a partir de una dimensión
mínima suficiente. Y, si en estos momentos los dirigentes católicos callan ante
el hecho de que las mujeres entren en la iglesia sin el velo, es sólo por el
temor a perder clientela y poder,
y no porque hayan evolucionado desde su machismo primitivo hasta el
reconocimiento de la igualdad entre la mujer y el varón.
La
visión denigrante de la mujer que los dirigentes católicos aceptan -o deben
aceptar- en la medida en que juzgan que la Biblia es la “palabra de su Dios”,
tiene las siguientes características:
1) En primer lugar hay que señalar que uno de los prejuicios
mitológicos que más negativamente parecen haber influido en el tradicional
menosprecio bíblico hacia la mujer es el que aparece en el Génesis y en otros pasajes dispersos de la Biblia según la cual
“Por la mujer comenzó el pecado, por culpa de
ella morimos todos”[1].
El
autor de este pasaje no parecía tener demasiadas luces, pues la culpa –si
existiera, que no es el caso- sería individual:
Nadie puede ser culpable de las acciones que otro decida realizar en cuanto la
decisión de hacer caso o no a las sugerencias de otro la toma cada uno. En caso
contrario podría decirse que la culpa de Adán en realidad era de Eva, pero también
que la de Eva en realidad no era de Eva sino de la serpiente y la de la
serpiente en realidad no era de la serpiente sino de Dios que la creó y que
además la predeterminó a actuar como lo hizo, pues, ciertamente, de acuerdo con
la doctrina de la predeterminación, todo lo que el hombre hace y todo lo que en
la Naturaleza sucede es Dios quien lo hace o hace que suceda. Así que, para
bien o para mal, el ser humano sería un juguete en manos de Dios, único
responsable de todo, y nadie más sería responsable de nada, ni el hombre ni la
mujer.
Pero evidentemente quien escribió el Génesis vivía inmerso en una
civilización machista –como casi todas- y, por eso, a fin de explicar los
numerosos males que rodeaban la vida humana, se inventó el mito del “pecado
original”, considerando a Eva como la culpable de todos esos males.
3) En segundo
lugar, al protagonismo casi absoluto que
se concede el varón frente a la mujer. Este protagonismo se muestra, por
ejemplo, cuando al hablar de Dios se dice que es “Padre” y no “Madre”, “Hijo” y
no “Hija”, y “Espíritu Santo”, teórico padre de Jesús. Dios creó a Adán
como rey de la creación, y a Eva, formada a partir de una costilla de Adán,
para que Adán tuviera una ayuda[2].
La mujer fue quien introdujo el pecado en el mundo y, por ello, entre otros
castigos, Dios la condenó a ser dominada por el varón[3],
lo cual es una forma “religiosa” de justificar las diversas formas del machismo
judeo-cristiano previamente existente; los hijos de Adán y Eva, cuyos nombres
se mencionan en la Biblia sólo son los de Caín, Abel y Seth, de manera que no
se menciona para nada los de las hijas a las que debieron de unirse Caín y Seth
para tener descendencia. Los personajes femeninos de la Biblia casi siempre
tienen un papel secundario, con la excepción que los dirigentes de la secta
cristiana han hecho de María, la madre de Jesús, pero ni siquiera en los
evangelios se le dio ninguna relevancia especial sino todo lo contrario hasta
el punto de que en determinado momento en que María y sus otros hijos habían
ido a esperar a Jesús y le pasaron el aviso, Jesús contestó simplemente que su
madre y sus hermanos eran quienes cumplían la palabra de Dios Así que fue más
adelante cuando los dirigentes de la Iglesia Católica descubrieron que la
exaltación de María como madre de Dios podía ser muy rentable para su negocio,
como de hecho lo ha sido.
4) Otra expresión del desprecio más absoluto hacia la mujer
queda de manifiesto al comparar su papel social con el del hombre, a quien se
le da un protagonismo casi absoluto, lo cual se muestra, por ejemplo, cuando al
hablar de Dios se dice que es “Padre” y no “Madre”, “Hijo” y no “Hija”, y “Espíritu
Santo”, teórico padre de Jesús; Dios creó a Adán como
rey de la creación, y, a Eva para que Adán tuviera una ayuda y una compañera;
la mujer -Eva- fue quien introdujo el pecado en el mundo y, por ello, entre
otros castigos, Dios condenó a la humanidad a tener que morir, y a la mujer a
ser dominada por el varón[4]
lo cual es una forma de justificar “religiosamente” las diversas formas de
machismo; los hijos de Adán y Eva cuyos nombres se mencionan en la Biblia sólo
son los de Caín, Abel y Seth, de manera que no se menciona para nada los de las
hijas a las que debieron de unirse Caín y Seth para tener descendencia; los
personajes femeninos de la Biblia casi siempre tienen un papel
secundario.
3)
De acuerdo con aquella primera valoración negativa de la mujer en la Biblia, tal como aparece en el Génesis, pero de manera mucho más
acentuada, en Eclesiastés,
¡palabra de Dios!, se dice:
-“He hallado que la mujer es más amarga que la
muerte, porque ella es como una
red, su corazón como un lazo y sus brazos como
cadenas. El que agrada a Dios se libra de ella, mas el pecador cae en su
trampa”[5],
- “Por más que
busqué no encontré; entre mil se puede encontrar un hombre cabal, pero mujer cabal, ni una entre
todas”[6].
Y
un planteamiento similar aparece en Eclesiástico,
otro libro de la Biblia en el que se equiparan
mujer y pecado:
-“Toda maldad es poca junto a la de
la mujer; ¡caiga sobre ella la suerte del pecador!”[7].
-“Por la mujer comenzó el pecado,
por culpa de ella morimos todos” [8]
-“Vale más maldad de hombre que
bondad de mujer”[9],
y en Zacarías la
mujer es presentada como símbolo de la maldad:
“El hombre que hablaba conmigo se
adelantó y me dijo:
-Levanta tu vista y mira lo que aparece ahora.
Pregunté:
-¿Qué es?
Me respondió:
-Una cuba, y representa la maldad de toda esta tierra.
Entonces se levantó la tapa redonda de
plomo y vi una mujer sentada dentro de la cuba. El ángel me dijo:
-Es la maldad”[10].
Este
punto de vista, compartido por estos tres libros de la Biblia, se encuentra en la misma línea del Génesis, donde,
como ya se ha indicado en otro momento, Eva, como representante de la
mujer, es castigada por Dios a quedar sometida al varón por haber sido la
responsable principal de la desobediencia a Dios.
Por
otra parte, todos los nombres de los ángeles son nombres de varón: Miguel, Rafael,
Gabriel. El propio “Príncipe de las Tinieblas” se muestra como varón: Satanás.
Y casi todos los nombres relevantes de la Biblia son de varón, como Adán, Caín,
Abel, Seth, Noé, Sem, Cam, Jafet, Abraham, Isaac, Esaú, Jacob, los hijos de
Jacob: Rubén, Simeón, Leví, Judá, Dan, Neftalí, Gad, Aser, Isacar, Zabulón,
José y Benjamín (y sólo al final una hija llamada Dina, a la que se menciona en
muy pocas ocasiones); Moisés, Aarón, Josué, Saúl, David, Salomón, Roboam,
Gedeón, Sansón, Elí, Samuel, Isaías, Jeremías, Ezequiel, Daniel, Job, Pedro, Andrés,
Santiago, Juan, Tomás, Bartolomé, Judas
Tadeo, Judas Iscariote, Mateo, Matías, Marcos, Lucas, Pablo, y apenas alguno de
mujer, que casi siempre juega un papel secundario o anecdótico.
Con
ocasión del mítico “Diluvio universal”, ni siquiera se menciona el nombre de la
mujer ni de las hijas de Noé, que fueron quienes se debieron de salvar, junto
con el propio Noé y sus hijos Sem, Cam y Jafet para que la humanidad volviese a
multiplicarse, lo cual demuestra evidentemente la escasísima importancia que se
concede a la mujer, a pesar de que sin ella la continuidad de la especie habría
sido un milagro especialmente digno de reseñar.
Resulta
igualmente curioso y significativo –aunque más anecdótico- que en el Antiguo
Testamento la mujer quede ninguneada hasta el punto de que, cuando
se enumera la lista de los hijos de cualquier personaje, casi todos los nombres
sean de varón y apenas alguno de mujer, como si no hubieran nacido o como una
muestra de la consideración tan anecdótica de su existencia que fuera
irrelevante incluso mencionarla. Esto sucede por lo que se refiere a los hijos
de Adán y Eva, de Noé, Sem, Cam, Jafet, Abraham, Ismael, Isaac, Esaú, Jacob, y
a la práctica totalidad de las largas líneas genealógicas que aparecen en la
Biblia, donde o bien no se nombra la existencia de las hijas de estos
personajes o bien sólo se dice que “también tuvieron hijas”, pero sin
nombrarlas o incluso hablando de un número de hijas muy sospechosamente
inferior respecto al de hijos.
5)
La actitud degradante respecto a la mujer se muestra igualmente de un modo a la
vez ingenuo e insolente cuando en Génesis
se habla de los varones como “hijos de Dios” y de las mujeres como “hijas de
los hombres”, a la vez que se deja claro que la mujer tenía el valor de una
simple cosa, en cuanto se “tomaba” o
se compraba por parte del varón, de manera que no era libre para decidir sobre
su propia vida. Y así, se dice en Génesis
con la mayor naturalidad del mundo que mientras el hombre es “hijo de Dios”,
las mujeres sólo son “hijas de los hombres”, y que los hombres “tomaron para
sí” las mujeres que más les gustaron, es decir, las raptaron o cogieron como si fueran simples objetos, sin tener
para nada en cuenta la opinión y el gusto de las mujeres:
“Cuando los hombres empezaron a
multiplicarse en la tierra y les nacieron hijas, los hijos de Dios vieron
que las hijas de los hombres eran hermosas y tomaron para sí como mujeres
las que más les gustaron”[11].
6) En esta misma línea de degradación de la mujer
hay que señalar el hecho de que la poligamia
y la posesión de concubinas y
de esclavas aparece de un modo absolutamente
natural en la sociedad judía, tal como se presenta en la Biblia, en la que la mayoría de sus personajes relevantes tuvieron
varias esposas, concubinas y esclavas[12]. Además,
de hecho en Deuteronomio se maldice
no a quien es polígamo sino a aquel hijo
que se acueste con las mujeres de su padre, lo cual representa una manera bien
explícita de aceptar los derechos del padre sobre sus mujeres:
“¡Maldito quien
se acueste con una de las mujeres de su padre, porque viola los derechos de su
padre!”[13].
Sin
embargo, ese tipo de estructura familiar en la que la mujer no mantiene una
relación de igualdad con el varón sino que se convierte en una simple esclava o una simple posesión del varón, objeto de compra y
de venta, es otro ejemplo de contradicción respecto a la inmutabilidad de las supuestas
leyes divinas, que en otros momentos,
como los actuales, defiende la monogamia y, sobre todo, el respeto a la
voluntad de la mujer a la hora de unirse o no con otro ser humano sin que tal
unión dependa de otra cosa que de la decisión libre de hombres y mujeres.
Son muchos los personajes
relevantes mencionados en la Biblia
que tuvieron varias mujeres. Así, acerca de Roboam, hijo de David, dice la
Biblia:
“Sus mujeres
fueron dieciocho y sesenta las concubinas”[14].
Acerca
de Gedeón se dice igualmente:
“tuvo setenta
hijos, porque fueron muchas sus mujeres. También su concubina, que vivía en
Siquem, le dio un hijo al que llamó Abimélec”[15].
Pero
de todos ellos quien destacó de manera extraordinaria sobre los demás fue el
rey Salomón, de quien se dice en la Biblia
que tuvo setecientas esposas y trescientas concubinas:
“El rey Salomón se enamoró de muchas mujeres
extranjeras, además de la hija de faraón; mujeres moabitas, amonitas, adomitas,
sidonias, e hititas, respecto a las cuales el Señor había ordenado a los
israelitas: “No os unáis con ellas en matrimonio, porque inclinarán vuestro
corazón hacia sus dioses”. Sin embargo, Salomón se enamoró locamente de ellas,
y tuvo setecientas esposas con rango real, y trescientas concubinas. Ellas lo
pervirtieron y cuando se hizo viejo desviaron hacia otros dioses su corazón,
que ya no perteneció al Señor, como el de su padre David. Dio culto a Astarté,
diosa de los sidonios, y a Moloc, el ídolo de los amonitas […] Otro tanto hizo
para los dioses de todas sus mujeres extranjeras, que quemaban en ellos [en los
altares] perfumes y ofrecían sacrificios a sus dioses”[16].
El autor del libro 1 Reyes
no critica en ningún caso que Salomón tuviera tantas mujeres y tantas
concubinas. Lo que critica es que, como sus mujeres eran extrajeras, es decir,
no israelitas, podían ejercer sobre él una influencia negativa que le alejase
de su Dios y le llevase a adorar a sus propios dioses, que es lo que sucedió
especialmente en los últimos años de su vida y, por eso, dice que Salomón
“no
fue tan fiel [a Dios] como su padre David”[17],
pues,
“cuando se hizo viejo [éstas
esposas y concubinas] desviaron hacia otros dioses su corazón, que ya no
perteneció al Señor”[18].
Lo
que es evidente es que este alejamiento de Yahvé para adorar a otros dioses le
habría costado la vida en el caso de que no hubiera sido rey sino sólo un
hombre cualquiera, pues la adoración a otros dioses era un delito que se pagaba
con la vida, tal como consta en diversos pasajes bíblicos. En este sentido, en Deuteronomio se dice:
“Si oyes decir que
en alguna de las ciudades que el Señor tu Dios te da para que habites en ellas
surgen hombres perversos, que intentan seducir a sus conciudadanos para que den
culto a otros dioses desconocidos para vosotros, examinarás el caso,
preguntarás y te informarás bien. Si se confirma el rumor y se prueba que tal
abominación se ha cometido en medio de ti, pasarás a espada a los habitantes de
toda aquella ciudad, y la consagrarás al exterminio con todo lo que haya en
ella, incluido su ganado, que también pasarás a espada”[19].
Parece claro que el autor de 1 Reyes, de manera hipócrita o por puro interés, no quiso o no se
atrevió a criticar duramente al rey Salomón y se conformó con decir que “no fue
tan fiel a Dios como su padre David”, a pesar de que, de acuerdo con la norma
de Deuteronomio, los sacerdotes
debían haberlo denunciado y haber exigido su condena a muerte aplicando la
supuesta ley de Yahvé. Pero, como en aquellos momentos Salomón era quien
detentaba el poder, los sacerdotes, con la astucia que les ha caracterizado en
todo momento, no atreviéndose a enfrentarse con él, quitaron importancia al
hecho de que hubiese adorado al menos a setecientos dioses, mereciendo por ello
la pena de muerte.
Por su parte, Abías
“tuvo catorce mujeres, veintidós
hijos y dieciséis hijas”[20].
Y fue el mismo sacerdote Yoyadá quien proporcionó dos esposas
a Joás:
“Joás agradó con su conducta al Señor mientras vivió el sacerdote
Yoyadá, quien le proporcionó dos esposas de las que Joás tuvo hijos e hijas”[21].
Esta
última referencia tiene el interés de poner nuevamente de manifiesto que la
poligamia no es vista de manera negativa por sí misma, ya que en este caso es
un sacerdote quien le proporciona dos esposas a Joás. Lo negativo se produce
cuando esas mujeres son extranjeras, como en el caso de las
mujeres de Salomón, porque pueden introducir sus dioses y pervertir
al judío alejándolo de su Dios, lo cual equivale a decir que a los sacerdotes
lo que les preocupa especialmente es la competencia que las otras religiones pueden suponer para su propio negocio.
En definitiva, a lo largo de sus diversos
libros lo que predomina en la Biblia de forma constante es esta
valoración negativa de la mujer, considerada como un simple objeto de comprar,
vender, usar y tirar.
De hecho y en relación con lo anterior tiene
especial interés aclarar que, a pesar de que el clero católico siga hablando
del “decálogo” o de los diez mandamientos de Moisés,
cualquiera que sepa leer puede comprobar que en la Biblia sólo aparecen ¡nueve
mandamientos!, siendo el noveno y último:
“No codiciarás la casa de tu
prójimo, ni su mujer, ni su siervo, ni su buey, ni su asno, ni nada de lo que
le pertenezca”[22],
de manera que el
mandamiento que actualmente se enumera como el noveno y penúltimo, “no desearás la mujer de tu prójimo”, en la Biblia aparece sólo como una parte del
noveno y último, que los dirigentes
cristianos dividieron en dos a fin de enmascarar el hecho evidente de que a la
mujer se la trata en la Biblia y en ese mismo pasaje relacionado con las tablas
de Moisés, como una pertenencia
o cosa o un animal –un buey, un asno-. Y
precisamente por este mismo motivo el noveno y último mandamiento no hace
referencia a la mujer en exclusiva sino refiriéndose a ella como a un objeto más del prójimo -igual que su
casa o su buey-, que ha sido comprada a su padre, sin contar para nada con su
consentimiento, y que podría ser codiciada por otro hombre. Y, por el contrario,
no se habla en ningún caso del hombre como de un objeto que pueda ser codiciado ni comprado por la mujer. Recordemos
a este respecto que mientras los varones
son hijos de Dios, las mujeres son hijas de los hombres y, al parecer, tal
estatus les confiere el derecho de poder ser dueños de mujeres, mientras que
las mujeres deben someterse a los hombres como esposas, como concubinas o como
esclavas.
7) De acuerdo con esta forma de cosificación de la mujer, ésta no es dueña
de su propia vida sino que es objeto de compra
y de venta:
Jacob compró a Raquel a su tío Labán a cambio de trabajar siete años para él[23],
aunque éste le engañó y
“por la noche […]
tomó a su hija Lía y se la trajo a Jacob, y Jacob se unió a ella”[24]
Pero,
como a Jacob le gustaba Raquel, se la volvió a pedir a su tío y éste le dijo:
“-…Termina la semana de bodas con ésta, y
te daré también a la otra a cambio de otros siete años de servicio.
Así
lo hizo Jacob; terminó la semana con la primera, y después Labán le dio por
mujer también a su hija Raquel […] Jacob se unió también a Raquel y la amó más
que a Lía; y estuvo al servicio de su tío otros siete años”[25].
a)
en primer lugar, la propia cosificación de la mujer, cuya voluntad no
cuenta en absoluto a la hora de tomar la decisión sobre si quiere o no a Jacob
como marido;
b)
en segundo lugar, la ausencia de contrato matrimonial,
pues, como la mujer es una simple posesión de su padre, el contrato no se hace
con ella sino con su futuro propietario que
es quien la compra a cambio de dinero o
de otro bien, como, en este caso, el tiempo de trabajo –otros
siete años- que Jacob acuerda con su tío.
8)
Un complemento de esta infravaloración de la mujer fue el de la ley de la
“reprobación” por la que el marido podía rechazar a su mujer siempre que
encontrase un defecto en ella o que simplemente dejase de agradarle, mientras que la mujer en ningún caso puede
repudiar al marido. Se dice en este sentido en Deuteronomio:
“Si
un hombre se casa con una mujer, pero luego encuentra en ella algo indecente y
deja de agradarle, le entregará por escrito un acta de divorcio y la echará de
casa. Si después de salir de su casa ella se casa con otro, y también el
segundo marido deja de amarla, le entrega por escrito el acta de divorcio y la
echa de casa…”[26].
9) La mujer puede
ser tomada o raptada con absoluta normalidad sin que su voluntad cuente para nada.
Como
ya se ha dicho, en muchas ocasiones ni siquiera hay contrato matrimonial entre
hombre y mujer, sino sólo un contrato de compra, o un simple rapto,
como sucede cuando los ancianos de la comunidad proponen que los benjaminitas rapten
mujeres, pues no tenían y la tribu estaba a punto de desaparecer: En un primer
momento la comunidad israelita envía tropas contra Yabés Galaad, cuyos
habitantes también eran judíos, pero no habían subido a la asamblea del Señor.
Y, como los israelitas habían “jurado solemnemente que quien no subiese a Mispá
ante el Señor sería castigado con la muerte”[27],
pasaron a cuchillo a todos sus habitantes menos a las muchachas vírgenes y se
las dieron a los benjaminitas[28].
A continuación los mismos benjaminitas, aconsejados por el resto de Israel,
raptaron más mujeres en Silón para quienes no tenían todavía, pues la tribu
estaba a punto de desaparecer:
“Entonces
la asamblea [de Israel] envió doce mil hombres de los más valientes, con esta
orden:
-Id
y pasad a cuchillo a todos los habitantes de Yabés Galaad, incluidas mujeres y niños.
Consagraréis al exterminio a todos los varones y a todas las mujeres casadas,
pero dejaréis con vida a las vírgenes.
Así
lo hicieron. Entre los habitantes de Galaad encontraron cuatrocientas vírgenes
que no habían tenido relaciones con ningún hombre y las trajeron al campamento
de Siló, en la tierra de Canaán. Luego, la asamblea envió mensajeros a los
benjaminitas […] para ofrecerles la paz. Los benjaminitas volvieron, y ellos
les dieron las mujeres supervivientes de Yabés Galaad, pero no había bastantes
para todos.
[…] Los ancianos de la comunidad se preguntaban:
-Las mujeres de la tribu de Benjamín han sido exterminadas. ¿Qué haremos
para procurar mujeres a los que aún no las tienen? […]
Entonces decidieron esto:
-Está cerca la fiesta del Señor que se celebra todos los años en Siló
[…].
Y dieron este recado a los de Benjamín:
-Id y escondeos entre las viñas. Os quedáis observando, y cuando veáis
que las jóvenes de Siló salen a bailar, salís de las viñas, os lleváis cada uno
una muchacha de Siló y os volvéis a vuestra tierra […].
Los
de Benjamín lo hicieron así y tomaron de entre las que bailaban aquellas que
necesitaban; después volvieron cada uno a su heredad, reconstruyeron las
ciudades y se establecieron en ellas”[29].
10) Es preferible la
violación de las propias hijas antes que la ofensa a un invitado:
Otro ejemplo más de este desprecio tan
absoluto a la mujer en la Biblia es
el hecho de que, ante la opción de consentir o no la ofensa a un invitado, se
opte por ofrecer a las propias hijas para ser violadas Así sucede en Génesis, 19:6-8, donde Lot,
para proteger a unos extranjeros que tenía alojados en su casa, dice a quienes
querían violarlos:
“-Hermanos
míos, os suplico que no cometáis tal maldad. Tengo dos hijas que no se han
acostado con ningún hombre; os las voy a sacar fuera y haced con ellas lo que
queráis, pero no hagáis nada a estos hombres que se han cobijado bajo mi techo”[30].
Algo muy similar se narra en Jueces, donde, como en el
caso anterior, la violación de mujeres no tiene mayor importancia en relación
con la ofensa a un invitado. En este sentido se dice en defensa de un invitado:
“-No, hermanos
míos, no hagáis, semejante crimen, por favor. Es mi huésped y os pido que no
hagáis tal infamia. Aquí está mi hija, que es virgen; os la sacaré para que
abuséis de ella y hagáis con ella lo que os plazca; pero no cometáis con este
hombre semejante infamia”[31].
11)
Resulta igualmente sorprendente que en el Antiguo
Testamento la mujer quede ninguneada hasta el punto de que, cuando
se enumera la lista de los hijos de cualquier personaje, tanto si se trata de
Jacob como de cualquier otro, casi todos los nombres sean de varón y apenas
alguno de mujer, como si no hubieran nacido o como si su importancia fuera tan
anecdótica que fuera irrelevante incluso la mención de su existencia. Esto
sucede por lo que se refiere a las hijas de Adán y Eva, Noé, Jafet, Cam, Sem,
Abraham, Ismael, Isaac, Esaú, Jacob, y a la práctica totalidad de las largas
líneas genealógicas que aparecen en la Biblia, donde o bien no se nombra la
existencia de las hijas de estos personajes o bien sólo se dice que también
tuvieron hijas, pero sin hacer referencia a ellas mencionando su propio nombre,
o incluso hablando de un número de hijas muy llamativamente inferior respecto
al de hijos como si el hecho de tener hijas no sólo careciera de importancia o,
más todavía, como si representase cierta desgracia el haberlas tenido.
12)
En las referencia genealógicas sólo cuenta la línea paterna y para nada
la materna, hasta el punto de que, como ya se ha dicho en otro momento, para
demostrar la filiación divina de Jesús el evangelio atribuido a Lucas se
remonta por la línea genealógica de José hasta llegar a Adán,
incurriendo en la contradicción de afirmar la paternidad de José respecto a
Jesús, cuando interesa demostrar que Jesús era Hijo de Dios, pero negando
tal paternidad cuando interesa afirmar que María era “virgen” y que
concibió por obra del Espíritu Santo y no por sus relaciones sexuales con José.
Tal contradicción bíblica hubiera podido ser evitada si los evangelistas
correspondientes hubiesen dicho que María quedó embarazada por obra del
Espíritu Santo y porque, además, María era hija de Dios, tomando como base para
este último argumento la línea genealógica materna de María, que se habría
remontado hasta Adán igual que la de José, pero con la ventaja de que, si José
era un padre dudoso para quienes escribieron estos pasajes, María sí era madre indudable
de Jesús.
13)
El papel secundario de la mujer en el Antiguo
Testamento se muestra igualmente desde la perspectiva de su tasación económica, tal como aparece en Levítico, donde en
relación con los sacrificios religiosos se valora al hombre –entre veinte y
sesenta años- en quinientos gramos de plata, mientras que a la mujer se la
valora en trescientos:
“El Señor dijo a Moisés:
-Di a los
israelitas: Cuando alguien haga al Señor una promesa ofreciendo una persona, la
estimación de su valor será la siguiente: el hombre entre veinte y sesenta
años, quinientos gramos de plata […]; la mujer, trescientos; el joven entre
cinco y veinte años, si es muchacho, doscientos gramos, y si es muchacha, cien;
entre un mes y cinco años, si es niño, cincuenta gramos, y treinta gramos de
plata si es niña; de sesenta años para arriba, el hombre, ciento cincuenta gramos
y la mujer cincuenta”[32].
O
sea, que eso de que ante Dios todos seamos iguales evidentemente sería una
apreciación incorrecta, por lo menos por lo que se refiere al Dios
judeo-cristiano.
14)
Incluso la figura de María tiene un papel irrelevante, como puede
constatarse mediante la lectura del evangelio de Marcos, en donde el propio
Jesús llega a tratarla de modo un tanto despectivo, dando impresión de que no
se siente especialmente orgulloso de ella sino que más bien la ignora, pues,
cuando en cierta ocasión sus discípulos van a avisarle de su presencia y de la
de sus hermanos, él responde que “su madre y sus hermanos son aquellos que
cumplen la palabra de Dios”, y no se dice para nada que Jesús se acercase a su
madre o que la hiciera pasar para mostrarle su afecto filial. Se dice
efectivamente en dicho evangelio:
“¡Oye! Tu madre y tus hermanos y hermanas están fuera y te buscan”
Y Jesús les respondió:
-¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?”
Y mirando después a los que estaban sentados alrededor, añadió:
-Estos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de Dios,
ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”[33].
Esta
baja consideración de la mujer, referida a María en este caso, se muestra
igualmente cuando se considera a Jesús como “hombre” por ser hijo de María y
sólo como “Hijo de Dios” -según el evangelio atribuido a Lucas, que afirma tal
doctrina- a partir de la enumeración de la genealogía paterna de Jesús por
ser hijo de José, cuya ascendencia se remontaría hasta Adán, el cual es
considerado “hijo de Dios” por haber sido creado por él[34] y
a pesar de haber escrito antes que el auténtico padre de Jesús no fue José sino
el “Espíritu Santo”[35].
15)
La continuación de este punto de vista degradante respecto a la mujer aparece
nuevamente y de manera muy acusada en Pablo de Tarso, quien considera al
marido como la cabeza de la mujer, lo cual implica evidentemente la doctrina de
que la mujer es un cuerpo sin cabeza. Dice en efecto Pablo:
“la cabeza de la mujer es el varón”[36];
y, justificando el uso
del velo que oculta la cabeza de la mujer, afirma igualmente:
“toda mujer que ora o habla en nombre de
Dios con la cabeza descubierta, deshonra al marido, que es su cabeza”[37].
Defiende
a continuación las ideas de la subordinación y sujeción de la mujer respecto al
varón y del uso del velo como símbolo de tal sujeción afirmando:
“el varón no debe cubrirse la cabeza,
porque es imagen y reflejo de la gloria de Dios. Pero la mujer es gloria del
varón, pues no procede el varón de la mujer, sino la mujer del varón, ni fue
creado el varón por causa de la mujer, sino la mujer por causa del varón. Por
eso […] debe llevar la mujer sobre su cabeza una señal de sujeción”[38].
Esta
misma idea vuelve a aparecer no sólo en relación con el uso del velo sino también
en relación con la norma por la que la mujer debe someterse al marido,
hasta el punto de que se le prohíbe incluso que hable en público de manera que,
si desea saber algo, debe preguntar luego al marido, pero no durante la
asamblea:
-“La mujer aprenda en silencio con plena
sumisión. No consiento que la mujer enseñe ni domine al marido, sino que ha de
estar en silencio. Pues primero fue formado Adán, y después Eva. Y no fue Adán
el que se dejó engañar, sino la mujer que, seducida, incurrió en la transgresión”[39].
-“…que las mujeres guarden silencio en
las reuniones; no les está, pues, permitido hablar, sino que deben mostrarse
recatadas, como manda la ley. Y si quieren aprender algo, que pregunten en casa
a sus maridos, pues no es decoroso que la mujer hable en la asamblea”[40].
La
jerarquía católica intentó posteriormente suavizar esta doctrina acerca de la
mujer enalteciendo la figura de María, enseñanza que, desde luego, no deriva de
los evangelios. A pesar de todo, la doctrina de los dirigentes de la secta católica
continuó siendo machista y consistió siempre de manera más o menos explícita en
considerarla inferior al varón y creada para vivir sometida a él.
La
norma del uso del velo ha llegado hasta la actualidad, a pesar de que no lo
haya hecho hasta el extremo al que ha llegado en el mundo musulmán con el uso
del “burka” –con pocos centímetros de diferencia respecto al tamaño de los
uniformes de algunas comunidades de monjas católicas- que cubre la práctica
totalidad del cuerpo y del rostro femenino. Pero lo esencial de este asunto es
que su fundamento último es el mismo: la consideración de la mujer como propiedad del marido.
Esta
misma idea vuelve a aparecer no sólo en relación con el uso del velo sino
también en relación con la norma por la que el apóstol Pablo proclama que la mujer debe someterse al marido,
hasta el punto de que se le prohíbe incluso que hable en público y que, si
desea saber algo, no debe preguntarlo durante la asamblea, sino luego al marido
y de forma privada:
-“La mujer aprenda
en silencio con plena sumisión. No consiento que la mujer enseñe ni domine al
marido, sino que ha de estar en silencio. Pues primero fue formado Adán, y
después Eva. Y no fue Adán el que se dejó engañar, sino la mujer que, seducida,
incurrió en la transgresión”[41].
-“que las mujeres guarden silencio
en las reuniones; no les está, pues, permitido hablar, sino que deben mostrarse
recatadas, como manda la ley.
Y si quieren aprender algo, que pregunten en casa a sus maridos, pues no es
decoroso que la mujer hable en la asamblea”[42].
Los
dirigentes católicos intentaron posteriormente disimular esta doctrina bíblica
acerca de cuál debía ser el papel de la mujer enalteciendo la figura de María,
aunque su opinión acerca de la mujer fue siempre, de manera más o menos
explícita, denigrante hasta llegar a considerarla como un simple objeto de
compra-venta,
creado para vivir sometida al varón.
15) Otra forma de ignorar a la mujer puede verse en cierto
modo en la actitud de Jesús al haber elegido a doce apóstoles, sin que ninguno
de ellos fuera mujer.
A la crítica de que aquellos tiempos no eran los
más adecuados para la elección de una mujer como apóstol se podría replicar que,
si Jesús era “Hijo de Dios”, por lo mismo que defendió una nueva forma de moral igualmente hubiera podido predicar la
igualdad entre los seres humanos, pues precisamente el hecho de que no nombrase
como apóstol a una mujer ha sido utilizado por algunos obispos como argumento
especialmente agudo y profundo (?) para rechazar que la mujer pudiera acceder
al sacerdocio, diciendo que, si Jesús hubiera querido que las mujeres
accedieran a tales cargos, habría elegido a alguna de ellas como apóstol. Se
trata de un argumento absurdo, pero es el que utilizó, entre otros, el
arzobispo de Málaga en una entrevista en la CNN+ (27/03/02) para negar a la
mujer el acceso al sacerdocio.
Siendo coherentes con un argumento tan
contundente (?) resulta extraño que la Jerarquía Católica haya consentido que a
lo largo de los tiempos quienes no eran judíos ni de raza blanca hayan podido
ser ordenados sacerdotes, pues todos
los apóstoles eran judíos y de raza blanca. Igualmente, con un argumento similar, se podría haber rechazado
al actual jefe de la secta católica y a la mayoría de los anteriores, indicando
que, en el supuesto de que Jesús hubiese nombrado a un jefe para su Iglesia,
nombró a un judío y no a un alemán ni a un argentino, por lo que el señor
Ratzinger, que es alemán y no judío, debería ser removido de ese cargo que
ocupa en contra de la voluntad de Jesús cuando –supuestamente- eligió a un
judío, Pedro, como jefe de su iglesia.
En
definitiva, la pobreza de tal argumento resulta tan evidente que ni siquiera
merece una crítica. Es cierto que la sociedad del pueblo judío era fuertemente
machista y es muy posible que Jesús no eligiese a ninguna mujer entre sus
apóstoles por influjo de aquel lastre y de aquel ambiente machista de la
sociedad judía. Pero, por ello mismo, la actitud de Jesús sólo demostraría que
él mismo no estaba concienciado para asumir que la mujer tenía en esencia las
mismas capacidades que el varón para ejercer aquellas tareas de que se ocupaba
éste. Pero, en cualquier caso, aunque en la práctica Jesús fue un mero seguidor
inconsciente del machismo judío tradicional, nunca defendió explícitamente la
existencia de alguna diferencia o de alguna superioridad del varón sobre la
mujer, y el hecho de que no nombrase como apóstol a ninguna mujer no representa
un argumento para concluir que la mujer deba quedar relegada respecto a la
posibilidad de acceder al sacerdocio o a cualquier otro cargo, y, en
definitiva, para que aparezca siempre en un segundo plano respecto al varón
como si fuera inferior a él.
Por otra parte, en cuanto tal argumentación
relacionada con el nombramiento de apóstoles varones habría sido
absurda, hay que volver a Pablo de Tarso para comprender que fueron
especialmente sus prejuicios acerca de la mujer, expresados en diversas
epístolas, lo que condujo a dar a la mujer un papel totalmente secundario en la
estructura organizativa de la Iglesia Católica, que estuvo muy condicionada por
las ideas del llamado “apóstol de los gentiles”.
Ese papel secundario de la mujer no sólo se ha dado
en una gran parte de las religiones en el pasado sino que sigue dándose en la
actualidad, y no sólo en cuestiones religiosas sino también en cuestiones
políticas y sociales, aunque en los últimos años se han producido avances
especialmente importantes. Sin embargo, la jerarquía católica, como también
sucede en el terreno científico, todavía no ha sido capaz de asumir estos
avances en el interior de su organización. No obstante, en cuanto la ausencia
de la mujer en cargos más importantes de la jerarquía católica, accediendo al
sacerdocio, al episcopado y al papado, puedan tener efectos negativos en los
intereses económicos y políticos de la secta católica, es muy probable que en
plazo de tiempo no muy largo, en cuanto sus dirigentes comprendan esta
situación y en cuanto las propias mujeres pertenecientes a esa organización
presionen adecuadamente, se producirá el cambio consiguiente en la mentalidad
de esta secta, tal como en estos momentos se ha producido en la iglesia anglicana,
sobre todo a partir del momento en que las “vocaciones” sacerdotales flojeen
hasta el punto de que la situación repercuta negativamente en los ingresos
económicos del “negocio religioso”.
En este sentido conviene tener en cuenta además que
la revolución política y social por lo que se refiere a la lucha por la
igualdad de derechos para la mujer comenzó hace sólo poco más de cien años, así
que, teniendo en cuenta que los dirigentes católicos llevan en este terreno un
desfase de muchos siglos, es “lógico” (?) que le cueste aceptar la idea de la
igualdad de la mujer respecto al varón.
17) Hay alguna ocasión en que aparecen en la Biblia personajes
femeninos de cierta relevancia, como Raquel, Judith, Yael o Dalila, pero las
hazañas de estas heroínas se basaron en la seducción o en la traición, o en ambas formas
de actuación, de manera que su conducta, aunque elogiable hasta cierto punto
para los judíos, iba acompañada de unos métodos contrarios a los mandamientos
de Moisés.
Así
Raquel robó a su padre los ídolos familiares:
“De
la tienda de Lía [Labán] pasó a la de Raquel. Pero ésta había tomado los ídolos,
los había escondido en la montura del camello y estaba sentada encima de ellos.
Rebuscó Labán por toda la tienda, pero no los encontró. Raquel le dijo:
-No
se enfade mi señor si no puedo levantarme, es que tengo la menstruación.
Él
buscó y rebuscó, pero no pudo encontrar sus ídolos”[43].
Por su parte Judith
se basó en su capacidad seductora, es decir, de engaño –cualidad que en la
misma Biblia no se considera
precisamente como una virtud- para cortarle la cabeza a Holofernes:
“[Judit] se calzó
las sandalias, se puso collares, pulseras, anillos, pendientes y todas sus
joyas; y se acicaló con esmero para ser capaz de seducir a los hombres que la
viesen”[44].
Y, así, una vez que sedujo a Holofernes, Judit se acostó con
él, y luego, aprovechando que éste yacía dormido a causa del vino,
“avanzó hacia el
poste que estaba a la cabecera de Holofernes, tomó su alfanje, se acercó a la
cama, lo agarró por la cabellera y dijo:
-Fortaléceme
en este momento, Señor, Dios de Israel.
Otra
mujer, Yael, mata a Sísara a
traición:
“Bendita entre las mujeres sea Yael
[…] Agua le pidió, y le dio leche;
en copa preciosa le ofreció nata. Con su izquierda agarró un clavo, con su
derecha un martillo de obrero y golpeó a Sísara, le partió la cabeza, lo
machacó, le atravesó la sien”[46].
Y
la seducción y la traición son las armas utilizadas por Dalila, a quien los filisteos habían ofrecido una considerable
cantidad de dinero para que les entregase a Sansón, consiguiendo que éste le
rebelase el secreto dónde radicaba su fuerza. De acuerdo con esta traición,
“ella durmió a Sansón sobre sus
rodillas y llamó a un hombre, que le cortó las siete trenzas de su cabeza”[47]
y mandó que avisaran
a los filisteos para que vinieran a detenerle. A continuación, perdida su
fuerza, los filisteos le detuvieron, lo dejaron ciego y lo encarcelaron.
16)
En los últimos años, José María Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei,
ha defendido descaradamente una perspectiva similar acerca de la mujer cuando
en su patológico escrito Camino, dirigido casi en exclusiva a los
varones y a lo “viril”, lo contrapone a lo femenino, que es considerado como
inferior en muy diversos aspectos.
En este sentido, por ejemplo, escribe:
“Si queréis entregaros a Dios en el
mundo, antes que sabios -ellas no hace falta que sean sabias: basta que sean
discretas- habéis de ser espirituales […]”[48].
Es
decir, el varón puede aspirar a ser sabio, pero respecto a las mujeres “basta
que sean discretas”. Obsérvese incluso que esa referencia a las mujeres se hace
entre paréntesis y en tercera persona, mientras que la referencia a los varones
es totalmente prioritaria y realizada de forma directa, en segunda persona del
plural, como si estuviera hablando con ellos de modo directo.
¿Qué motivos podría tener el señor Escrivá para tal
discriminación? Parece que los mismos que le sirvieron a Pablo de Tarso: Ningún
otro que el constituido por prejuicios simplemente irracionales y absurdos,
heredados de una mentalidad arcaica,
pero dominante en la Biblia.
La importancia de esta doctrina, contraria a la
igualdad entre mujer y varón, pone más en evidencia el carácter simplemente humano
–y no divino- del conjunto de las doctrinas de la secta católica, y sirve
además como una de las muchas muestras de la conexión por su carácter machista entre
el judaísmo, el cristianismo y la religión musulmana. En esta última todavía en
la actualidad la mujer aparece sojuzgada y negada hasta el punto de tener que
ocultarse cubriendo la práctica totalidad de su cuerpo con el denigrante
“burka”, símbolo de la negación de su propia personalidad.
[3] Génesis,
3:16.
[4] Génesis, 3:16.
[5] Eclesiástes, 7:26.
[10] Zacarías,
5:5-8.
[11] Génesis, 6:1-2.
La cursiva es mía.
[12] 1 Reyes, 11:3.
[17] 1 Reyes, 11:6.
[18] 1 Reyes, 11:5.
[22] Éxodo, 20:17. Ese mismo número de
mandamientos es el que aparece en
Deuteronomio, 5:7-21, donde la exposición literal del noveno y último dice:
“No codiciarás la mujer de tu prójimo, ni desearás la casa de tu prójimo, su
campo, su esclavo o su esclava, su buey o su asno, ni nada de lo que le
pertenece”.
[23] Génesis, 29:18-19.
[24] Génesis,
29:23.
[32] Levítico,
27:1-7.
[33] Marcos,
3:31-35.
[34] Lucas,
3:23-38.
[35] Lucas, 1:35.
[36] Pablo, Corintios,
4:3.
[37] Pablo, Corintios,
4:5.
[38] Pablo, Corintios,
4:7-10.
[39] Pablo: Timoteo, 2:11-14.
[40] Pablo, I Corintios, 14:34-35.
[41] Pablo de Tarso: Timoteo,
2:11-14.
[46] Jueces, 5:24-26.
[47] Jueces, 16:19.
[48] José María
Escrivá: Camino, aforismo 946.
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