viernes, 8 de febrero de 2013


EL CRISTIANISMO DE PABLO DE TARSO Y DE LA IGLESIA CATÓLICA
ANTONIO GARCÍA NINET
DOCTOR EN FILOSOFÍA


EL CRISTIANISMO, UNA SECTA ESCINDIDA DE LA RELIGIÓN DE ISRAEL, NO FUE CREADO POR JESÚS SINO POR SUS SEGUIDORES Y ESPECIALMENTE POR PABLO DE TARSO, QUE TUVO LA ASTUCIA DE TERGIVERSAR EL PENSAMIENTO DE JESÚS PARA CONSEGUIR QUE EL CRISTIANISMO SE CONVIRTIESE EN UN NEGOCIO FABULOSAMENTE RENTABLE.
La “buena nueva” del Cristianismo no apareció de manera completa en sus comienzos ni representa las enseñanzas de Jesús, pues ya desde los primeros años de formación del Cristianismo su dirigente Pablo de Tarso deformó radicalmente doctrinas esenciales del pensamiento de Jesús, y, posteriormente, los dirigentes cristianos siguieron fabricando su propia “buena nueva” a lo largo de los siglos según la “oportunidad” del momento, alejándose de las enseñanzas de Jesús, que nada tuvo que ver con la creación del Cristianismo.
CRÍTICA: Si la “buena nueva”, que, según la jerarquía católica, iba unida a la encarnación, vida, pasión y muerte de Jesús, tenía una importancia tan definitiva para la humanidad, es sorprendente que la jerarquía católica haya seguido presentando nuevas doctrinas por su cuenta, usurpando el papel del supuesto Espíritu Santo, presunto inspirador de quienes transmitieron tal “buena nueva” en los últimos libros de la Biblia católica, a partir de los “Evangelios”.
Esa forma de actuar se pone de manifiesto cuando la jerarquía católica, en lugar de limitarse a propagar la supuesta “buena nueva” de Jesús, va añadiendo nuevos dogmas y contenidos doctrinales a las antiguas doctrinas, cuya importancia principal es la de servirles para amoldar de forma interesada sus contradictorios puntos de vista a la mentalidad de cada época a fin de incrementar su lucrativo negocio, que tanta riqueza material le ha supuesto, en lugar de buscar una sociedad más justa defendiendo auténticos valores de igualdad y de fraternidad como los que, según los evangelios, defendió Jesús.
Como ejemplos evidentes de estos cambios doctrinales estratégicos para lograr que el cristianismo se convirtiese en una organización estable, rentable y próspera, puede hacerse una referencia especial a ciertas contradicciones doctrinales primitivas entre Jesús y Pablo de Tarso por lo que se refiere a las siguientes cuestiones:
a) El carácter particular o universal de la buena nueva.
b) La actitud respecto a las riquezas materiales;
c) El trato a la mujer;
d) La actitud frente a la esclavitud;
e) La relación con las autoridades políticas.
A continuación se analizan con algún detalle estas diferencias entre las doctrinas de Jesús, las de Pablo de Tarso y las de los dirigentes de la Iglesia Católica.
a) Jesús considera que su labor de predicación tiene un carácter restringido, referido al pueblo de Israel y relacionado con la búsqueda de una religiosidad más auténtica vinculada con la religión de Israel en la que el propio Jesús había sido educado.
Jesús presenta su predicación como una exhortación al pueblo de Israel a fin de que cumpla en espíritu las enseñanzas de los profetas, es decir, de la religión tradicional de Israel y, por ello, su mensaje va ligado exclusivamente a su propio pueblo y no extendido a la humanidad en general, de manera que, como se ha dicho en otro momento, Jesús ni siquiera pretendió fundar una nueva religión, al margen de que quisiera modificar algunas doctrinas del Antiguo Testamento, como la Ley del Talión o como su defensa de la monogamia frente a la poligamia tradicional. Es claramente significativo a este respecto el pasaje evangélico en el que dice:
“No penséis que he venido a abolir las enseñanzas de la ley y los profetas; no he venido a abolirlas, sino a llevarlas hasta sus últimas consecuencias”[1]
Es igualmente significativo el pasaje en el que Jesús atiende a una mujer cananea que le pide ayuda, pasaje en el que, aunque finalmente Jesús se interesa por ella, las primera palabras que le dirige no son especialmente acogedoras y muestran cómo el propio Jesús consideró que su misión religiosa se relacionaba esencialmente con su pueblo, con el pueblo de Israel. Así lo indica él mismo cuando dice a esta mujer:
“-No está bien tomar el pan de los hijos para echárselo a los cachorrillos”[2],
frase en la que al mencionar a “los hijos” se está refiriendo al pueblo de Israel, mientras que al mencionar a “los cachorrillos” se refiere a todos los demás pueblos.
Por su parte, Pablo –y la jerarquía cristiana- defendió, con gran visión de futuro el carácter universal, “católico”, del mensaje evangélico, pero al mismo tiempo las transformó como mejor le pareció, lo cual evidentemente fue especialmente eficaz para la expansión del inmenso negocio que significó y significa en estos momentos la “Multinacional Católica”. Otros personajes, de los que se habla en lo últimos escritos del Nuevo Testamento, como los apóstoles Pedro y Santiago, colaboraron en la creación de esta nueva religión que se apartaba de la religión de Jesús, la religión tradicional de Israel.
b) Ricos y pobres.- Por lo que se refiere a las relaciones con el prójimo y a la valoración de las diferencias de clase entre ricos y pobres pueden observarse diferencias radicales entre Jesús y Pablo de Tarso:
b1) En líneas generales y de acuerdo con los evangelios la doctrina de Jesús es muy clara respecto a la defensa del amor al prójimo, la cual incluía el amor a los enemigos[3], y que en líneas generales suponía un importante avance respecto a la doctrina dominante en el Antiguo Testamento especialmente regida por la Ley del Talión, “ojo por ojo, diente por diente”, inspirada en el sentimiento de venganza y no por el del perdón y la caridad, aunque ciertamente pudo ser útil para el control de la estabilidad y de las relaciones sociales.
No obstante conviene puntualizar que existe una contradicción esencial en la anterior doctrina de Jesús, pues, aunque son muchas las ocasiones en que defiende el amor al prójimo e incluso el amor a los enemigos, sin embargo, esta doctrina queda absolutamente anulada por el propio Jesús cuando también en muchas otras ocasiones condena al fuego eterno del Infierno a quien no cumpla las leyes religiosas de Israel, a quien no perdone, a quien no crea en él.
Por otra parte y por lo que se refiere a su pensamiento acerca de los ricos, éste fue especialmente claro y rotundo, pronunciando frases de condena contra ellos del estilo
- “es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar en el reino de Dios”[4];
- “No podéis servir a Dios y al dinero”[5].
- “¡Ay de vosotros, los ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo!”[6];
- “Y en el abismo, cuando se hallaba entre torturas, levantó el rico y vio a lo lejos a Abrahán y a Lázaro en su seno. Y gritó “Padre Abrahán, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje en agua la yema de su dedo y refresque mi lengua, porque no soporto estas llamas”. Abrahán respondió: “Recuerda, hijo, que ya recibiste tus bienes durante la vida, y Lázaro, en cambio, males. Ahora él está aquí consolado mientras tú estás atormentado […]”[7].
b2) Una consecuencia lógica de esta actitud de Jesús así como de su defensa de los pobres y de la idea de la fraternidad universal se produjo cuando en los primeros años después de su muerte sus primeros discípulos, tratando de ser fieles a la predicación de Jesús, vivieron en un régimen de auténtica fraternidad en la que todo se compartía, según se cuenta Hechos de los apóstoles, donde, en efecto, se dice:
- “Todos los creyentes vivían unidos y lo tenían todo en común. Vendían sus posesiones y haciendas y las distribuían entre todos, según las necesidades de cada uno”[8];
- “El grupo de creyentes […] tenían en común todas las cosas”[9];
- “No había entre ellos necesitados, porque todos los que tenían hacienda o casas las vendían, llevaban el precio de lo vendido, lo ponían a los pies de los apóstoles, y se repartía a cada uno según su necesidad”[10].
- “El grupo de los creyentes pensaban y sentían lo mismo, y nadie consideraba como propio nada de lo que poseía, sino que tenían en común todas las cosas […] No había entre ellos necesitados, porque todos los que tenían hacienda o casas las vendían, llevaban el precio de lo vendido, lo ponían a los pies de los apóstoles, y se repartía a cada uno según su necesidad”[11].
Es cierto, por otra parte, que este periodo de auténtica fraternidad, en la que todo se compartía, debió de durar muy poco tiempo, pues el punto de vista de Pablo de Tarso, favorable a la aceptación de la diversidad de clases sociales y, por ello mismo, a la existencia de ricos y pobres como algo natural y compatible con la doctrina de la fraternidad humana, a pesar de ser incompatible con la doctrina de Jesús.
b3) En efecto, a pesar de la claridad de las doctrinas de Jesús, esa forma de vida fraternal y comunista de los primeros cristianos desapareció muy pronto, pues ya el propio Pablo de Tarso, auténtico fundador e impulsor decisivo del Cristianismo, se puso descaradamente del lado de los ricos, de manera que en lugar de enfrentarse a ellos, como –según los evangelios- había hecho Jesús, se convirtió en su cómplice, no pidiéndoles que repartieran sus riquezas entre los pobres, ya que Dios se las había otorgado para que las disfrutasen, sino sólo que procurasen no ser orgullosos:
“A los ricos de este mundo recomiéndales que no sean orgullosos, ni pongan su esperanza en la incertidumbre de las riquezas, sino en Dios, que nos provee de todos los bienes en abundancia para que disfrutemos de ellos”[12].
En esta carta, traicionando la postura condenatoria de Jesús contra los ricos, Pablo de Tarso les defiende y tranquiliza, diciéndoles de forma implícita que no van a tener problemas para entrar en el reino de los cielos, y que no hace falta que repartan sus riquezas sino sólo “que no sean orgullosos” mientras las disfrutan.
Pablo de Tarso había tenido como precursor fundamental en este punto de vista a José, el hijo de Jacob, a quien en diversos pasajes bíblicos se le honra y se le califica como “justo”, a pesar de que su mérito principal no fue otro que el de haber sido el mayor usurero de la historia, no habiendo tenido escrúpulos para esclavizar a todo el pueblo egipcio con la única excepción –como era de esperar- de los sacerdotes del faraón. Su actuación fue tan refinadamente hipócrita que encima llegó a conseguir el agradecimiento del pueblo por haberle salvado la vida. En efecto, a este respecto se cuenta en Génesis:
“Seguía sin encontrarse comida en toda la región [de Egipto y de Canaán]. El hambre era cada vez mayor, hasta el punto de que tanto el país de Egipto como el de Canaán desfallecían de hambre. José acabó acumulando todo el dinero que había en Egipto y Canaán a cambio del trigo que le compraban, y lo iba depositando en la casa del faraón. Agotado el dinero en Egipto y Canaán, todos los egipcios acudieron a José, diciéndole:
-Danos pan; ¿vas a permitir que muramos, porque se nos ha terminado el dinero?
José les dijo:
-Si se os ha acabado ya el dinero, dadme vuestros ganados y a cambio os daré trigo.
Trajeron a José sus ganados, y José les dio alimentos a cambio de caballos, ovejas, vacas y asnos. Así, todo aquel año les proveyó de pan a cambio de sus rebaños. Pasado aquel año, vinieron a decirle:
-A nuestro señor no se le oculta que se nos ha acabado el dinero; también el ganado es ya de nuestro señor; sólo nos queda por darte nuestro cuerpo y nuestras tierras. ¿Vas a permitir que perezcamos nosotros y nuestras tierras? Cómpranos a nosotros y a nuestras tierras a cambio de pan. Seremos esclavos del faraón nosotros y nuestras tierras, pero danos simiente para que podamos vivir y no muramos, y para que nuestras tierras no queden convertidas en eriales.
Así adquirió José para el faraón todas las tierras de Egipto, pues los egipcios, empujados por el hambre, le vendieron sus fincas; y así el país pasó a ser propiedad del faraón. De este modo el faraón redujo a servidumbre a todo el pueblo del uno al otro confín de Egipto. Solamente dejó de comprar las tierras de los sacerdotes, porque ellos tenían asignación del faraón y vivían de ella; por eso no vendieron sus tierras”[13]
Una vez esclavizado el pueblo, José les dio simiente para que pudieran sembrar, pero a condición de que en adelante entregasen al faraón una quinta parte de las cosechas. Los egipcios le respondieron:
“-Tú nos has salvado la vida; en ti hemos encontrado comprensión; seremos siervos del faraón”[14].
De este modo en la conducta de José vemos un esquema de ciertas formas de conducta criticadas por Jesús y defendidas por Pablo de Tarso, especialmente la ambición, la usura y la falta de sentimientos y el frío desprecio hacia pueblo, al que José no tuvo ningún reparo en esclavizar, logrando para el faraón todas las riquezas de Egipto. Tiene interés remarcar además cómo los únicos que se salvaron de este proceso de esclavización fueron los sacerdotes, que ya gozaban del privilegio de ser mantenidos por el faraón, a cambio, sin duda, de sus servicios, ensalzando a los faraones para conseguir la sumisa obediencia del pueblo, tal como han hecho a lo largo de todos los tiempos respecto a las autoridades políticas de turno a cambio de las compensaciones políticas y económicas correspondientes.
No obstante y a pesar del asombroso caso de José, hay que decir que en el Antiguo Testamento existen algunos ejemplos de actitudes de denuncia en contra de los ricos y en favor de los pobres. Así, por ejemplo, se dice en Isaías:
 “¡Ay de los que adquieren casas y más casas y añaden campos a sus campos, hasta no dejar sitio a nadie, y quedar como únicos habitantes!”[15],
distanciándose en este punto enormemente de la actitud de José e inspirando muy probablemente a Jesús, buen conocedor de la Biblia, en su doctrina en favor de los pobres y muy crítica contra los ricos.
b4) Este cambio de actitud en la doctrina de Jesús respecto a los ricos introducido por Pablo de Tarso resultó especialmente útil a los dirigentes cristianos para conseguir que la secta cristiana fuera permitida por el imperio romano, lo cual consiguieron en el año 313, pasando muy pronto de ser una agrupación perseguida a ser una organización perseguidora y transformando su organización en un inmenso negocio material que, adaptándose a todo tipo de circunstancias políticas y sociales, se fue enriqueciendo y ampliando de manera progresiva hasta convertirse en la mayor multinacional “vendedora de humo”, es decir, productora “bienes etéreos” –o  de “bienes espirituales”, como dirían ellos-, enormemente más rica en “bienes materiales” que cualquier otra multinacional de cualquier tipo, dedicada a la venta fantástica de “parcelas de Cielo”, a las constantes amenazas con el “Infierno” y a crímenes incesantes a lo largo de su historia mediante sus cruzadas, su “Santa Inquisición” y su cómplice cooperación con los dictadores y gobernantes sin escrúpulos de todos los tiempos y lugares, a cambio de incalculables riquezas expoliadas a los pueblos, y despreciando y pisoteando la doctrina de aquél en cuyo nombre dicen predicar.
Si la forma de vida basada en la igualdad y en la fraternidad había sido la que había defendido Jesús y la que siguieron aquellos primeros discípulos, tal como narra la Biblia, ¡inspirada por el Espíritu Santo! (?), y, si los dirigentes de la secta consideran que es la que hay que tomar como modelo, habiendo sido al parecer el modelo que siguieron algunos de sus llamados “santos”, como sería el caso de Francisco de Asís, lo que resulta sorprendente es la soberbia y el cinismo con que sus obispos, cardenales y papas viven en palacios rodeados de todos los lujos imaginables, mientras tantos seres humanos mueren de hambre cada día, olvidando por completo el ejemplo evangélico que deberían seguir para ser coherentes con la doctrina de Jesús.
Es verdad que no todos ven así las cosas. Hay quien diría: “¡Es realmente edificante ver cómo los obispos se humillan hasta el punto de lavar los pies de doce personas insignificantes el día del Jueves Santo! ¡Qué humildad más asombrosa! ¡Qué amor más absoluto por la humanidad! ¡Qué dedicación más entregada a su sublime misión! ¡¿Qué más se les puede pedir?! ¡Qué miserables sois quienes no reconocéis su inmensa labor en favor de los pobres de la Tierra! ¡Encima queréis que regalen sus palacios y sus tesoros, olvidando los muchos siglos de conspiraciones y de guerras que les ha costado reunir ese pequeño patrimonio! ¡Sois incapaces de comprenderles, pero Dios les premiará con otros tesoros dignos de su nobleza y abnegación!”
Si nos preguntamos por qué se produjo esta asombrosa contradicción entre las doctrinas de Jesús y las de Pablo de Tarso, la respuesta es evidente: Si el Cristianismo debía construirse como una organización económicamente rentable, como lo ha sido y lo sigue siendo, eso no podía lograrse mediante la condena de los ricos, tal como lo había hecho Jesús de modo claro e inequívoco, sino mediante la alianza con ellos, de forma que mientras Jesús había condenado la codicia y la obsesión de los ricos por el dinero, Pablo de Tarso comprendió que para el avance de la organización “cristiana” le interesaba contar con el apoyo de los ricos, es decir, d las clases sociales altas e influyentes en la política del imperio romano y, en consecuencia, defendió sin escrúpulos que los ricos tenían todo el derecho a disfrutar de sus riquezas y que los esclavos lo eran por designio divino, por lo que no tenían derecho a sublevarse ni a reclamar su libertad en contra de la voluntad de “sus amos” terrenales.
De ese modo consiguió tranquilizar a los ricos hasta el punto de que progresivamente muchos de ellos llegaron a aceptar la nueva religión y le dieron su progresivo apoyo hasta que llegó a convertirse en la religión oficial del imperio. Por otra parte, la religión de la “buena nueva”, el incipiente cristianismo, sería mucho más rentable para el negocio de la secta cristiana si, de acuerdo con Pablo de Tarso, en lugar de mantenerlo ligado en exclusiva al pueblo de Israel, como el propio Jesús lo había considerado por el hecho de que él simplemente consideraba que Yahvé era el “Dios de Israel” y no un “Dios Universal”, lo hacía extensible al ámbito de los “gentiles”, es decir, de los no judíos, de la humanidad en general. Para este objetivo a Pablo de Tarso le vino muy bien que el imperio romano tuviera también un carácter machista y un carácter expansionista durante aquellos siglos en que fue contemporáneo del cristianismo, lo cual fue especialmente útil para la propagación de esta secta religiosa hasta los mismos límites en que se extendió el imperio.
c) Respecto a la valoración de la mujer puede verse igualmente una diferencia abismal entre las enseñanzas de Jesús y las de Pablo de Tarso:
c1) En los evangelios hay un pasaje, ya citado antes, en el que Jesús aparece conversando con una samaritana, manteniendo un trato de igualdad y de respeto[16], o momentos en los que se refiere a otras mujeres e incluso a María Magdalena de un modo absolutamente comprensivo y amable, a pesar de tratarse de una mujer “pecadora”. No obstante, en la medida en que se conceda cierto grado de credibilidad a los evangelios, esto no significa que la actitud de Jesús hacia la mujer fuera especialmente modélica en cuanto a considerarla dotada de una dignidad y de un valor similar al del varón sino que en líneas generales siguió, aunque bastante suavizada, la línea de la tradición de Israel, conservando en sus doctrinas y en sus actitudes considerables restos de machismo, en cuanto, por ejemplo, no eligió a ninguna mujer como miembro de su grupo de “apóstoles” y en cuanto los personajes femeninos no ocupan en general ninguna relevancia especial en los evangelios, ni siquiera su propia madre de quien llega a hablar de fría o al menos con indiferencia en algún pasaje evangélico[17].
c2) Sin embargo y a pesar de estos aspectos negativos del pensamiento de Jesús respecto a la mujer, la actitud de Pablo de Tarso estuvo mucho más en línea con las doctrinas del Antiguo Testamento, siendo absolutamente denigrante contra la mujer al considerarla como una esclava que debía mantenerse sumisa al servicio del varón. Y, como ya se ha dicho, este punto de vista significó una continuidad respecto al machismo tradicional judío imperante en el Antiguo Testamento y representó igualmente un vergonzoso retroceso respecto a la doctrina y a la práctica del Jesús evangélico.
Escribe Pablo de Tarso en este sentido:
- “el varón no debe cubrirse la cabeza, porque es imagen y reflejo de la gloria de Dios. Pero la mujer es gloria del varón, pues no procede el varón de la mujer, sino la mujer del varón, ni fue creado el varón por causa de la mujer, sino la mujer por causa del varón. Por eso […] debe llevar la mujer sobre su cabeza una señal de sujeción[18].
-“toda mujer que ora o habla en nombre de Dios con la cabeza descubierta, deshonra al marido, que es su cabeza”[19].
Abundando en esta misma perspectiva, no simplemente machista sino incluso de claro menosprecio hacia la mujer, Pablo de Tarso defiende igualmente su sumisión al marido, prohibiéndole incluso su intervención en las asambleas:
-“La mujer aprenda en silencio con plena sumisión. No consiento que la mujer enseñe ni domine al marido, sino que ha de estar en silencio. Pues primero fue formado Adán, y después Eva. Y no fue Adán el que se dejó engañar, sino la mujer que, seducida, incurrió en la transgresión”[20].
-“…que las mujeres guarden silencio en las reuniones; no les está, pues, permitido hablar, sino que deben mostrarse recatadas, como manda la ley. Y si quieren aprender algo, que pregunten en casa a sus maridos, pues no es decoroso que la mujer hable en la asamblea”[21].
Por cierto, la actitud de la jerarquía católica respecto a la mujer, aunque ha ido evolucionando hasta cierto punto a lo largo de los siglos, no ha estado en la vanguardia de estos cambios hacia la igualdad de derechos sino que simplemente los ha ido aceptando, aunque sólo parcialmente y a regañadientes, hasta el punto de que en la actualidad sigue manteniendo planteamientos retrógrados como los que hacen referencia a la prohibición de que la mujer pueda ser ordenada como sacerdotisa o para otros cargos clericales de cierta importancia, y manteniendo en general puntos de vista machistas, aunque actuando astutamente a fin de poder presentar sus doctrinas desde una perspectiva diferente, según la conveniencia del momento, recurriendo para ello a la exaltación de la figura de María, “la madre de Dios”, de la que curiosa y sospechosamente se habla muy poco en los evangelios –e incluso de modo algo despectivo por parte de Jesús, como ignorándola[22]-, y nada en absoluto en el resto de escritos del Nuevo Testamento: Ni en los Hechos de los apóstoles, ni en las cartas de Pablo de Tarso, ni en el Apocalipsis.
d) En este mismo sentido y por lo que se refiere a la esclavitud, aceptada de modo espontáneo en el Antiguo Testamento, Jesús la rechaza de manera implícita en la misma medida en que condena a los ricos, Pablo de Tarso adopta una escandalosa actitud en defensa de esa repugnante institución, actitud que la jerarquía católica procura silenciar ahora, pero que aparece de modo inequívoco en textos supuestamente sagrados, presuntamente inspirados por el propio Dios, tales como los siguientes:
“Esclavos, obedeced a vuestros amos terrenos con profundo respeto y con sencillez de corazón, como si de Cristo se tratara. No con una sencillez aparente que busca sólo el agrado a los hombres, sino como siervos de Cristo que cumplen de corazón la voluntad de Dios”[23].
En este pasaje Pablo declara de forma totalmente clara y explícita que los esclavos deben tratar a los señores “como si de Cristo se tratara”, es decir, como si fueran dioses, y que deben comportarse “como siervos de Cristo que cumplen de corazón la voluntad de Dios”. Y así, la esclavitud aparece ya como una institución sagrada, establecida por “voluntad de Dios”, institución a la que los esclavos deben someterse “con profundo respeto y con sencillez de corazón”.
En definitiva, a pesar de que Jesús no apoyó esta institución opresora, resulta comprensible, por escandaloso que pueda parecer, que Pablo de Tarso, en línea con su defensa de los ricos, defendiera igualmente la esclavitud de un modo descarado, como una institución derivada de la voluntad de Dios, como se comprueba fácilmente leyendo sus cartas, en las que exhorta a los esclavos a que cumplan con devoción y humildad las órdenes de sus señores en cuanto representan al propio Dios, tal como indica cuando escribe:
“¿Eras esclavo cuando fuiste llamado? No te preocupes. E incluso, aunque pudieras hacerte libre, harías bien en aprovechar tu condición de esclavo […] Que cada cual, hermanos, continúe ante Dios en el estado que tenía al ser llamado”[24].
En este pasaje Pablo plantea la posibilidad de optar o no por la libertad al incorporarse uno a la organización cristiana, pero considera mejor “que cada cual […] continúe ante Dios en el estado que tenía al ser llamado”, lo cual no sólo representa una actitud de transigencia ante esta institución, tan contraria a los principios de Jesús, sino un auténtico apoyo a dicha institución, lo cual equivalía a enviar un mensaje a las clases poderosas del imperio romano en el sentido de que podían estar tranquilas, que el cristianismo no iba a representar un movimiento revolucionario contra ellos sino una fuerza mediante la cual se justificaba su derecho a tener esclavos y así se les podría controlar desde principios jurídicos de carácter sagrado en cuanto su situación de esclavitud era “voluntad de Dios”, de manera que con tal argumento frenarían cualquier intento de sublevación y no representarían ningún peligro para la estabilidad social.
“Esclavos, obedeced en todo a vuestros amos de la tierra; no con una sujeción aparente, que sólo busca agradar a los hombres, sino con sencillez de corazón, como quien honra al Señor[25].
Este tercer pasaje representa una confirmación del valor de las palabras del anterior y en él se exhorta a los esclavos a “obedecer en todo a vuestros amos de la tierra” como si fueran el propio Dios. Pero, en cuanto las palabras de Pablo de Tarso se encuentran incluidas en el Nuevo Testamento, ¡inspirado por el “Espíritu Santo”! según la jerarquía católica, en tal caso nos encontramos con la defensa simultánea y contradictoria de dos doctrinas: Por una parte, la de la fraternidad entre los seres humanos y, por otra, la de que es voluntad de Dios que unos seres humanos  estén esclavizados y sometidos a la voluntad de otros como simples cosas de usar y tirar.
“Todos los que están bajo el yugo de la esclavitud, consideren que sus propios amos son dignos de todo respeto […] Los que tengan amos creyentes, no les falten la debida consideración con el pretexto de que son hermanos en la fe; al contrario, sírvanles mejor, puesto que son creyentes, amados de Dios, los que reciben sus servicios”[26].
Finalmente en este último pasaje la novedad consiste en que ya no sólo se habla de cristianos esclavos de señores no cristianos, sino de cristianos esclavos de otros cristianos, de forma que no sólo se defiende la idea de que el esclavo debe conformarse con su estado y obedecer a su señor sino también la idea de que el cristiano tiene derecho a ser señor y dueño de esclavos y puede tener la conciencia bien tranquila, a pesar de que se encuentre en posesión de seres humanos considerados como objetos de su propiedad, pues en eso consiste la esclavitud, en lugar de ver a los demás seres humanos como hermanos o como seres con la misma dignidad, a quienes, como quería Kant, se les tratase siempre como fines por ellos mismos y nunca como simples cosas al servicio de otros hombres que podrían hacer con ellos lo que quisieran.
“Todos los que están bajo el yugo de la esclavitud, consideren que sus propios amos son dignos de todo respeto […] Los que tengan amos creyentes, no les falten la debida consideración con el pretexto de que son hermanos en la fe; al contrario, sírvanles mejor, puesto que son creyentes, amados de Dios, los que reciben sus servicios”[27].
Finalmente en este último pasaje la novedad consiste en que ya no sólo se habla de cristianos esclavos de señores no cristianos, sino de cristianos esclavos de otros cristianos, de forma que no sólo se defiende la idea de que el esclavo debe conformarse con su estado y obedecer a su señor sino también la idea de que el cristiano, aunque sea señor y dueño de esclavos, puede tener la conciencia bien tranquila, a pesar de encontrarse en posesión de seres humanos considerados como objetos de su propiedad que puede utilizar a su antojo, como simples cosas, pues en eso consiste la esclavitud.
d5) La inspiración de Pablo en el Antiguo Testamento por lo que se refiere a su doctrina acerca de la esclavitud.
Hay que indicar, por otra parte, que las ideas de Pablo de Tarso no eran una innovación absoluta en la ideología cristiana sino que se correspondían, si no con el mensaje de Jesús, sí con las prácticas comunes que se mencionan en el Antiguo Testamento, que de modo natural defiende la esclavitud a lo largo de innumerables pasajes, como, por ejemplo, en Levítico, donde se dice:
“Los siervos y las siervas que tengas, serán de las naciones que os rodean; de ellos podréis adquirir siervos y siervas. También podréis comprarlos entre los hijos de los huéspedes que residen en medio de vosotros, y de sus familias que viven entre vosotros, es decir, de los nacidos en vuestra tierra. Esos pueden ser vuestra propiedad, y los dejaréis en herencia a vuestros hijos después de vosotros como propiedad perpetua. A éstos los podréis tener como siervos; pero si se trata de vuestros hermanos, los israelitas, tú, como entre hermanos, no le mandarás con tiranía”[28].

En efecto, a pesar de que Jesús habría defendido la igualdad de los hombres, en la Biblia se considera la esclavitud como una institución natural perfectamente acorde con la voluntad de Dios, hasta el punto de que en ella el propio Dios dice a su pueblo cómo deben ser sus relaciones con los esclavos, y se cuentan diversas anécdotas como la de Sara, mujer de Abraham, quien, no pudiendo tener hijos, le propuso a Abraham que se acostase con su esclava Agar para así darle descendencia:
“Saray, la mujer de Abrán, no le había dado hijos; pero tenía una esclava egipcia, llamada Agar. Y saray dijo a Abrán:
    -Mira, el Señor me ha hecho estéril; así que acuéstate con mi esclava, a ver si por medio de ella puedo tener hijos.
    A Abrán le pareció bien la propuesta […] Saray tomó a Agar, su esclava egipcia, y se la dio por mujer a su marido Abrán. Él se acostó con Agar, y ella concibió, pero cuando se vio encinta, empezó a mirar con desprecio a su señora”[29].
En otros muchos lugares de la Biblia se sigue hablando de la esclavitud como de una institución perfectamente natural. Así por ejemplo, en los siguientes:
- “Cuando Noé se despertó de su borrachera, se enteró de lo que había hecho su hijo menor, y dijo:
“¡Maldito sea Canaán [= hijo de Cam]! Sea para sus hermanos el último de su esclavos” ”[30];
- “Tomó [Abraham] consigo a su mujer Saray y a su sobrino Lot, con todas sus posesiones y los esclavos que tenía en Jarán, y se pusieron en camino hacia la tierra de Canaán”[31].
- “El Señor dijo a Moisés y a Aarón: […] El esclavo que hayas comprado y haya sido circuncidado lo puede comer [= el cordero pascual]”[32].
- [El señor dijo a Moisés:] “Si compras un esclavo hebreo, te servirá durante seis años, pero el séptimo quedará libre sin pagar nada […] Pero si el esclavo declara formalmente que prefiere a su amo […] y que no quiere la manumisión, entonces su amo […] le perforará la oreja con un punzón; y será esclavo suyo para siempre”[33].
-“El que mate a palos en el acto a su esclavo o a su esclava, será severamente castigado. Pero no será castigado si sobrevive un día o dos, porque son propiedad suya”[34].
Comentario: Con la misma lógica tampoco debería castigárseles si su esclavo o esclava muriesen en el acto, pues efectivamente tan propiedad suya eran si morían en el acto como si morían una semana después. Se trata de un argumento ridículo
-“Si uno se acuesta con una esclava que pertenece a otro […] será castigado, pero no con la muerte, pues la mujer no era libre”[35].
Comentario: El varón puede tener relaciones sexuales libremente con una mujer siempre que ésta sea libre, pero no cuando es propiedad del marido o propiedad de su amo.
- “[El Señor dijo a Moisés en el monte Sinaí] Esclavos o esclavas propiamente dichos los compraréis de las naciones vecinas […] éstos serán de vuestra propiedad, y los podréis dejar en herencia a vuestros hijos […] podéis hacerlos esclavos para siempre”[36].
Comentario: En este pasaje tiene interés observar que, al margen de la aceptación de la esclavitud, se tiende a rechazar la esclavitud de judíos por parte de otros judíos, a no ser –como se dice en otro pasaje- que el judío esclavo quiera seguir siéndolo.
- “No codiciaras la mujer de tu prójimo, ni desearás la casa de tu prójimo, su campo, su esclavo o su esclava, su buey o su asno, ni nada de  lo que le pertenece”[37].
Comentario: Este pasaje tiene de particular que se trata del noveno y último mandamiento de las tablas de Moisés, pues no había décimo, ya que, al cosificar a la mujer, se la considera al mismo nivel que la casa, el buey o el asno: Todo son bienes codiciables y, por ello, Yahvé no distinguió entre el deseo de la mujer del prójimo y la codicia de los bienes del prójimo. Y, por lo mismo, no se planteó el caso inverso: el de que la mujer pudiera codiciar al marido de su prójima, pues tal posibilidad era impensable en cuanto el varón no podía ser en ningún caso esclavo –cosa o propiedad- de la mujer, mientras que la mujer sí era cosa o propiedad del marido. 
-“Pero si ese esclavo [judío] te dice: “No quiero marcharme de tu lado” […] entonces tomarás un punzón y le harás un agujero en la oreja contra la puerta, y así será tu esclavo para siempre. Lo mismo harás con tu esclava”[38].
- “Palabra que el Señor dirigió a Jeremías: […] [Yo, el Señor] les ordené que, al llegar el séptimo año, todo israelita tendría que dejar libre a su hermano hebreo a quien compró como esclavo; sólo durante seis años lo tendrá a su servicio, luego lo dejará en libertad”[39].
El acuerdo establecía que todo israelita debía liberar a sus esclavos y esclavas hebreas, para que ningún judío fuera en adelante esclavo de un hermano suyo.
- “Al asno forraje, carga y palo; al criado pan, corrección y trabajo. Haz trabajar a tu siervo y estarás tranquilo, déjalo desocupado, y buscará la libertad. Yugo y bridas doblegan el cuello, al mal criado mano dura y castigo. Hazlo trabajar, para que no esté ocioso, que la ociosidad es maestra de vicios”[40].
En relación con el valor que la jerarquía católica concede a estos pasajes –y a muchos otros que se pronuncian en este mismo sentido- hay que señalar que, en cuanto considera que la Biblia en su conjunto está inspirada por Dios, lo mismo deberá afirmar de cualquiera de sus pasajes en particular. En este sentido, el Catecismo de la jerarquía católica afirma de modo explícito lo siguiente:
“La santa Madre Iglesia, fiel a la base de los apóstoles, reconoce que todos los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, con todas sus partes, son sagrados y canónicos, en cuanto que, escritos por inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios como autor, y como tales han sido confiados a la Iglesia”[41].
Por otra parte, aunque a lo largo de los siglos la jerarquía católica ha llegado a evolucionar hacia una teórica condena de la esclavitud, lo ha hecho siempre con posterioridad a que la propia sociedad civil lo hiciera y siempre amoldándose a las circunstancias del momento, hasta el punto de que en la Alemania de Hitler la jerarquía católica tuvo alrededor de 7.000 “trabajadores forzosos”, es decir “esclavos”, aunque nombrados con cierto eufemismo hipócrita. Algunos de ellos -alrededor de 600- fueron indemnizados en el año 2.000 por el Vaticano con poco más de 2.500 euros, es decir, una miseria, recibida después de más de 50 años de haber finalizado la guerra contra el nazismo y sólo cuando la jerarquía católica no ha tenido otro remedio que reconocer su repugnante colaboración con el régimen hitleriano.
e) La actitud de los dirigentes católicos frente a las autoridades políticas.
La secta católica ha ido cumpliendo fiel y servilmente la astuta orden de Pablo de Tarso según la cual:
“Todos deben someterse a las autoridades constituidas. No hay autoridad que no venga de Dios, y las que hay, por él han sido establecidas. Por tanto, quien se opone a la autoridad, se opone al orden establecido por Dios, y los que se oponen recibirán su merecido”[42].
Esta orden, junto con su renuncia a criticar y a condenar a los ricos, en oposición a la actitud condenatoria de Jesús, y junto a su defesa de la esclavitud, que era una institución perfectamente aceptada, tanto en el pueblo judío como en el imperio romano, aunque no encajaba con las doctrinas de Jesús, sirvió para que progresivamente el cristianismo fuera imponiéndose en el imperio hasta ser legalizado como religión permitida a partir del año 313 en el Edicto de Milán del emperador Constantino, y hasta ser finalmente elevada a la categoría de religión oficial del imperio por orden del emperador Teodosio en el Edicto de Tesalónica, del el año 380. A partir del año 315 en adelante, a lo largo de los siglos, la secta cristiana se dedicó entre otras cosas a perseguir y a condenar a los “paganos” y a los “herejes”, y también a enriquecerse política y económicamente gracias a las donaciones de emperadores y  reyes a lo largo de la historia a cambio de las bendiciones de los dirigentes de la secta a los dirigentes políticos de cada momento a fin de lograr la sumisión de sus respectivos súbditos, tal como sigue sucediendo en la actualidad. En este sentido todavía es bastante reciente el tiempo en que España era gobernada por el general Franco después de un levantamiento militar contra la república legalmente constituida y accediendo al poder después de una guerra sangrienta contra el propio pueblo y contra la legalidad. Los dirigentes católicos, sin embargo, no tuvieron escrúpulo alguno en reconocer y aprobar la “legitimidad” del gobierno de Franco, hasta el punto de que en las mismas monedas de este régimen dictatorial figuraba la insripción “Francisco Franco Caudillo de España por la G [Gracia]. de Dios” y, desde luego, los dirigentes católicos no sólo no pusieron objeción a tales palabras de exaltación divina de nuestro dictador sino que además en sus visitas a las diversas iglesias de España, le otorgaban el honor religioso de ir “bajo palio ”, honor concedido a la custodia con la hostia consagrada, al papa, a los cardenales –y, especialmente en el pasado, a los reyes y jefes de estado-.  Este “honor”, que en principio podía verse como algo carente de importancia, servía de manera especial para que el pueblo, ya adoctrinado tradicionalmente en las creencias católicas, asumiese como un deber el de aceptar la autoridad del general Franco como gobernante elegido por Dios para regir nuestros destinos, de manera que, como diría Pablo de Tarso, “quien se opone a la autoridad [de Franco], se opone al orden establecido por Dios, y los que se oponen recibirán su merecido”[43].    
Para comprender hasta qué punto llego la ambición de los dirigentes de la secta cristiana, conviene recordar que a mediados del siglo VIII, los dirigentes cristianos falsificaron un documento según el cual el emperador Constantino les habría donado como herencia el Imperio Romano de Occidente. Tal documento se conoce como “Donación de Constantino”. Por suerte en el siglo XV el humanista y filólogo Lorenzo Valla demostró con sus estudios histórico-filológicos que dicho documento era un fraude de la curia romana de proporciones más que repugnantes.
Conviene atender al hecho de que, si el fraude relacionado con el documento conocido como “Donación de Constantino” era por sí mismo algo repugnante, mucho más lo era la naturalidad con que los obispos de la época consideraron que la donación de un emperador podía ser una justificación suficiente para considerarse propietaria de ese imperio, como si el emperador hubiera tendido el derecho de dejarles tal herencia en lugar de considerar que tanto el emperador como los tiranos de todo tiempo y lugar se han apropiado de todo lo que han querido, desposeyendo de sus propiedades a sus legítimos dueños, por lo que, aunque el “Documento de Constantino” hubiera sido auténtico, eso daba a los dirigentes cristianos tanto derecho a apropiarse del imperio romano de occidente como el que puede adquirir cualquiera que reciba de un ladrón una fortuna, siendo conocedor de quiénes son sus legítimos propietarios.
Y, ciertamente, esa actitud es la que han mantenido los dirigentes de la Iglesia Católica a lo largo de los siglos en su relación con los diversos gobiernos, legítimos o ilegítimos, siendo cómplices de dictadores y de gobernantes tiránicos, quienes, a cambio de las bendiciones de los dirigentes religiosos, les han beneficiado con toda una larga serie de privilegios y de riquezas robadas a sus respectivos pueblos.     
Por ello y de acuerdo con esta actitud de los dirigentes de la Iglesia Católica y a pesar de aquella falsificación del documento de la “Donación de Constantino”, la secta católica siguió en posesión de los llamados “Estados Pontificios” hasta que en el siglo XX Mussolini los incorporó a Italia y dejó para la secta católica el terreno del actual “estado del Vaticano” así como una inmensa cantidad de dinero.
La Iglesia Católica cuenta además con innumerables riquezas materiales esparcidas por todo el mudo y, por muchos siglos que han ido transcurriendo y a diferencia de lo que según Hechos de los apóstoles sucedía entre los primeros cristianos, los dirigentes católicos nunca han encontrado ni encuentran el momento de distribuir esas riquezas entre los millones de personas que conforman el llamado “tercer mundo”, de los que cada día muchos miles mueren de hambre. ¡Qué distancia tan abismal separa esta Iglesia Católica, tan hipócrita y ambiciosa de bienes materiales y de poder terrenal, de aquellos primeros cristianos!
Si ya era absurdo que la secta católica quisiera basar su derecho a las inmensas posesiones que disfrutaba en aquel documento falso, puesto que los bienes robados y posteriormente donados por un ladrón no confieren derecho de propiedad a nadie sobre la cosa robada a excepción de su auténtico dueño, con mucho mayor motivo era repugnante que el mismo documento de propiedad de la iglesia católica fuera además falso y creado por la propia jerarquía de la iglesia de Roma.
A partir del siglo IV la secta católica fue convirtiéndose en una gran organización económica y política, y desde entonces ha ido acumulando incontables riquezas mediante sus alianzas con todos los regímenes políticos criminales con los que pudo conseguir acuerdos a cambio del “apoyo espiritual” que suponían sus bendiciones, su reconocimiento de la legitimidad de tales gobiernos, en cuanto establecidos por la providencia divina, o, en el caso del general Franco, como “caudillo de España por la gracia de Dios”, cumpliendo con las astutas indicaciones de Pablo de Tarso a favor del sometimiento de los católicos a las autoridades establecidas en cuanto
“No hay autoridad que no venga de Dios, y las que hay, por él han sido establecidas”[44].
A lo largo de la historia, los dirigentes de la secta católica han mantenido una actitud opresora contra las libertades individuales a fin de incrementar sus beneficios económicos y su control político sobre los diversos gobiernos donde han podido ejercer alguna influencia. Tal actitud quedó especialmente reflejada en instituciones como su “Santa Inquisición”, en su alianza con las monarquías tiránicas de todos los momentos de la historia, en que tales instituciones opresoras aceptaron la complicidad de la Iglesia Católica a cambio de una parte de la riqueza robada al pueblo. Su constante confabulación sin escrúpulos con los gobiernos tiránicos de cualquier signo le permitió gozar del privilegio de “adoctrinar” a la infancia, disponiendo de ellos para aleccionarles en todo lo que quisieran hacerles creer, siendo conscientes de la enorme dificultad que tienen los mayores para cambiar aquellas absurdas doctrinas que han recibido durante su infancia, a cambio de bendecir tales gobiernos y de exhortar al pueblo a la obediencia a la autoridad establecida “por la gracia de Dios” –o por el Papa como “cabeza visible” de Dios en la tierra, según las doctrinas de la secta católica.
La institución de la “Santa Inquisición”, tan cruelmente opresora por lo que se refiere al respeto de la vida humana y de valores como los de la libertad de pensamiento y de expresión, fue utilizada por la jerarquía católica para mantener su poder despótico sobre quienes podían criticar sus doctrinas mediante un pensamiento libre de prejuicios y ligado a la simple razón y que, por ello mismo, podían representar un grave peligro que les hiciera perder influencia y poder, tanto político como económico. Los tiempos en que la jerarquía católica ha tenido mayor poder político han sido a la vez los más escandalosos y sanguinarios en el funcionamiento de su “Santa Inquisición”, que ha cometido innumerables asesinatos sin escrúpulo alguno para mantener e incrementar su fuerza y su riqueza a costa de la libertad y de la vida de un incalculable número de personas.
A lo largo de la Edad Media y hasta ya entrado el siglo XIX, la Inquisición fue el mayor y más cruel instrumento de control de la jerarquía católica sobre los pueblos de Europa, al que se sometieron muchas monarquías, colaborando con ella en su labor opresora en contra de la vida y de la libertad de dichos pueblos y en contra de su progreso cultural y científico.
Complementariamente, en los últimos siglos a fin de compensar su pérdida de poder político la jerarquía católica ha sido la aliada constante de los poderes económicos y políticos del capitalismo y de la mayor parte de las dictaduras del planeta, sin otras excepciones que las de los países con dictaduras contrarias a la religión católica, como los componentes de URSS, de las que al parecer, ya no estuvieron de acuerdo con Pablo de Tarso en su defensa de que la autoridad de sus dirigentes viniese de Dios, dejando de respetar así el carácter sagrados de los libros bíblicos supuestamente ¡inspirados por Dios! De acuerdo con esta corrección a la tesis paulina, en el año 1.949 el dirigente máximo de la secta católica Eugenio Pacelli, alias Pío XII, excomulgó a todos los católicos afiliados al Partido Comunista. Sin embargo y de forma asombrosa no realizó ninguna condena similar respecto a quienes se habían afiliado al Partido Nazi, a pesar de la monstruosa barbarie con que éste actuó antes y a lo largo de la segunda guerra mundial, sino que, como todo el mundo puede comprobar, incluso con el testimonio de archivos fotográficos especialmente claros, muchos obispos y cardenales confraternizaron con el régimen nazi, con el fascismo, con la vergonzosa y sanguinaria “cruzada nacional” del general Franco y con los criminales gobiernos golpistas sudamericanos.
Esta actitud de la jerarquía católica es bastante consecuente con las consignas de Pablo de Tarso, con las excepciones mencionadas, y con alguna histórica condena en forma de excomunión, como la promulgada contra Enrique VIII, que eximía a sus súbditos de seguir obedeciéndole, a pesar de la doctrina de Pablo según la cual toda autoridad venía de Dios. Pero, sin duda ninguna, esta actitud no se corresponde para nada con la de Jesús, aquél en cuyo nombre dicen predicar, quien, según los Evangelios, con su conducta defendió la separación de la Religión respecto a la Política diciendo: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”[45]. Pero era evidente que para conseguir los objetivos que Pablo de Tarso se propuso, los cuales se identificaron con los de la jerarquía posterior de la secta cristiana, era incomparablemente mejor seguir la táctica de Pablo de Tarso que la de Jesús, y, como era lógico, eso fue lo que hicieron los dirigentes cristianos casi desde el principio de su historia.
La relación de la jerarquía católica con las clases poderosas adquirió rápidamente una importancia extraordinaria. Esa relación representa, desde luego, una clara muestra de cuáles han sido los auténticos intereses de dicha jerarquía, que para nada se relacionan con “predicación de la palabra de Cristo” o con la comunicación de la “salvación” (?) de nadie sino sólo con su propio enriquecimiento material, siendo cualquier otra actividad una simple excusa para ocultar sus auténticos y ambiciosos objetivos. Su cínica actitud es todavía más sangrante cuando en los últimos tiempos observamos no sólo su incondicional coalición con los poderosos sino también su condena a quienes –como los Teólogos de la Liberación- han tratado de adoptar una postura más próxima a la de Jesús, en defensa de los pobres y de los oprimidos. Es también comprensible que, en cuanto la jerarquía católica busca obsesivamente acumular más poder y más riquezas de modo insaciable, no le conviene tolerar las críticas de algunos de sus miembros contra aquellos de quienes obtiene la mayor parte de sus riquezas, pues esto sería como morder la mano de quien les da de comer y, por eso, los dirigentes de la secta, sabiendo que esto no favorece sus auténticos intereses, procuran controlar a quienes ponen en peligro sus intereses al preocuparse por ayudar a quienes viven en la miseria y al criticar a los gobiernos corruptos que no tiene escrúpulos en masacrar al pueblo al que debían defender.
Por ese motivo los dirigentes católicos llaman al orden, como no hace muchos años lo hizo su jefe Karol Wojtyla, alias “Juan Pablo II”, a quienes, como los “Teólogos de la Liberación”, pretendían desviarse de esa política codiciosa y sin escrúpulos, al defender al pobre frente al rico, como si no se hubiesen enterado de quién mandaba en la organización católica y de quién establecía los fines que debía perseguir dicha organización a la que pertenecían.
Y, al igual que en el resto de doctrinas analizadas, lo mismo sucedía con respecto a la idea de que toda autoridad provenía de Dios y que por ello en todo caso había que respetarla, pues desde esta perspectiva, Pablo de Tarso presentaba el Cristianismo ante los poderes políticos y sociales de su época como una entusiasta colaboradora y como una religión perfectamente compatible con las costumbres y tradiciones del imperio y, en consecuencia, nada revolucionaria ni peligrosa para la estabilidad política y social del imperio en comparación con lo que lo habría sido si el cristianismo hubiera intentado abrirse camino siendo fiel a aquellas duras palabras de Jesús en favor de la igualdad, de la fraternidad y del amor a los enemigos, y en contra de la esclavitud, en favor de un trato más respetuoso con la mujer y de una separación de intereses entre lo religioso y lo político. Y ciertamente ésa ha sido la actitud que los dirigentes de la jerarquía cristiana en general y la católica en particular han tenido a lo largo de los siglos, ganándose de ese modo la alianza y el favor de las clases poderosas, tanto del imperio romano como del feudalismo medieval y del capitalismo moderno, con quienes tanto poder político, riquezas e influencia social han logrado. En resumidas cuentas, el cristianismo a lo largo de los siglos ha sabido guiarse fielmente por el principio maquiavélico “el fin justifica los medios”, de manera que, como su fin era el de la satisfacción de su insaciable ambición política y económica, en estos momentos dispone de unas riquezas incalculables producto del robo directo o indirecto realizado en connivencia con los poderes políticos de todos aquellos lugares donde ha conseguido establecer un pacto con ellos para esquilmar al pueblo y repartirse las ganancias con los poderosos.  
Además de estas diferencias abismales entre la doctrina de Jesús y la de Pablo de Tarso, a pesar de que los dirigentes de la secta católica tengan el cinismo de pretender que existe una línea de continuidad y de simple desarrollo de las doctrinas del “Mesías”, hay que llamar la atención sobre el hecho absurdo de que, si Jesús, como supuesto “Hijo de Dios”, hubiera querido transmitir algún mensaje, lo habría hecho de forma completa para toda la humanidad en el tiempo en que vivió, en lugar de haber dejado que fueran los dirigentes de la Iglesia Católica quienes se encargasen de tal misión, oponiéndose a las enseñanzas de Jesús y “descubriendo” (?) nuevos mensajes a lo largo de casi ya dos mil años, en los que el grupo dirigente católico ha ido estableciendo su personal “buena nueva” mediante la proclamación de diversos dogmas, como el de la propia infalibilidad del Papa, y todo lo que este dogma implica respecto a las declaraciones de los diversos papas en materia de fe y costumbres, declaraciones con las que la jerarquía católica se otorgaba a sí misma el derecho de introducir o eliminar cualquier doctrina desde el supuesto de que era “Espíritu Santo” quien inspiraba al Papa tales dogmas, los cuales debían ser aceptados como necesariamente verdaderos, ya que su rechazo equivalía a rechazar al propio Dios.
Es cierto, por otra parte, que en diversas ocasiones las afirmaciones dogmáticas de un papa podían quedar anuladas por las de otro para que posteriormente dijera lo contrario y, en principio, esto podría significar un serio problema para la coherencia interna de las doctrinas cristianas. Sin embargo, a pesar de que en diversas ocasiones las declaraciones de un papa han estado en contradicción con las del siguiente, la jerarquía cristina no se ha preocupado por este problema porque saben que el redil cristiano se amolda sin demasiada dificultad a las nuevas circunstancias hasta el punto de llegar a asumir como verdaderas las contradicciones y los absurdos más extraños que puedan imaginarse. Pero además, los dirigentes de la Iglesia o secta católica fomentan intensamente esta actitud mediante su constante labor delictiva de “adoctrinamiento” contra la infancia, no teniendo ningún inconveniente en contradecirse continuamente según cuáles sean sus intereses de cada momento, pues es consciente de que su labor “pastoral” al frente de su inmenso rebaño de mansos “borregos” se producirá sin complicación alguna, pues el rebaño dejará en manos de sus “pastores” la complicada tarea de pensar, mientras que ellos cumplirán sobradamente asumiendo lo que su pastor les exponga, aceptando cualquier doctrina que les imponga, creyendo en cualquier barbaridad que se les proponga y haciendo lo que se les mande como consecuencia de haber perdido la facultad de pensar y de actuar en consecuencia como resultado de la atrofia mental producida como consecuencia del absurdo adoctrinamiento sectario sufrido especialmente a lo largo de su infancia.



[1] Mateo, 5:17.
[2] Mateo, 15: 26.
[3] Mateo, 5:38-39.
[4] Lucas, 18:24.
[5] Mateo, 7:24.
[6] Lucas, 6:24.
[7] Lucas, 16: 23-25.
[8] Hechos, 2:44.
[9] Hechos, 4:32.
[10] Hechos, 4:34.
[11] Hechos 4:32. También en Hechos¸ 5:1-5:11 se expresan situaciones similares a ésta.
[12] Pablo, 1 Timoteo, 6:17.
[13] Génesis, 47:13-22.
[14] Génesis, 47:25.
[15] Isaías, 5:8.
[16] Juan, 4:7-26.
[17] Mateo, 12:46-50.
[18] Pablo, I Corintios, 4, 7-10. La cursiva es mía.
[19] Pablo, I Corintios, 4, 5.
[20] Pablo: Timoteo, 2: 11-14.
[21] Pablo, I Corintios, 14: 34-35.
[22] Mateo, 12:46-50.
[23] Pablo: Efesios, 6:5-6. Pablo se expresa en términos muy parecidos a los de este párrafo en otros lugares como en I Corintios, 7:21-24, en Colosenses, 3:22; y en I Timoteo, 6:1-2.
[24] Pablo, I Corintios, 7:21-24.
[25] Pablo: Colosenses, 3:22. La cursiva es mía.
[26] Pablo, I Timoteo, 6:1-2.
[27] Pablo, I Timoteo, 6:1-2.
[28] Levítico, 44-46.
[29] Génesis, 16:1- 4.
[30] Génesis, 9:24-25.
[31] Génesis, 12:5.
[32] Éxodo, 12:43-44.
[33] Éxodo, 21:2-6.
[34] Éxodo, 21:20-21.
[35] Levítico, 19:20.
[36] Levítico, 25:44-46.
[37] Deuteronomio, 5:21.
[38] Deuteronomio, 15:16-17.
[39] Jeremías, 34:8-14.
[40] Eclesiástico, 33:25-28.
[41] Catecismo de la Iglesia Católica, Prim. Parte, Cap. 3, 105.
[42] Romanos, 13:1-2.
[43] Romanos, 13:1-2.
[44] Romanos, 13:1-2.
[45] Lucas, 20:25.

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