EL
CRISTIANISMO DE PABLO DE TARSO Y DE LA IGLESIA CATÓLICA
ANTONIO
GARCÍA NINET
DOCTOR
EN FILOSOFÍA
EL
CRISTIANISMO, UNA SECTA ESCINDIDA DE LA RELIGIÓN DE ISRAEL, NO FUE CREADO POR JESÚS
SINO POR SUS SEGUIDORES Y ESPECIALMENTE POR PABLO DE TARSO, QUE TUVO LA ASTUCIA
DE TERGIVERSAR EL PENSAMIENTO DE JESÚS PARA CONSEGUIR QUE EL CRISTIANISMO SE
CONVIRTIESE EN UN NEGOCIO FABULOSAMENTE RENTABLE.
La
“buena nueva” del Cristianismo no apareció de manera completa en sus comienzos
ni representa las enseñanzas de Jesús, pues ya desde los primeros años de formación
del Cristianismo su dirigente Pablo de Tarso deformó radicalmente doctrinas
esenciales del pensamiento de Jesús, y, posteriormente, los dirigentes
cristianos siguieron fabricando su propia “buena nueva” a lo largo de los
siglos según la “oportunidad” del momento, alejándose de las enseñanzas de
Jesús, que nada tuvo que ver con la creación del Cristianismo.
CRÍTICA:
Si
la “buena nueva”, que, según la jerarquía católica, iba unida a la encarnación,
vida, pasión y muerte de Jesús, tenía una importancia tan definitiva para la
humanidad, es sorprendente que la jerarquía católica haya seguido presentando
nuevas doctrinas por su cuenta, usurpando el papel del supuesto Espíritu Santo,
presunto inspirador de quienes transmitieron tal “buena nueva” en los últimos
libros de la Biblia católica, a partir
de los “Evangelios”.
Esa forma de actuar se pone de manifiesto cuando la
jerarquía católica, en lugar de limitarse a propagar la supuesta “buena nueva”
de Jesús, va añadiendo nuevos dogmas y contenidos doctrinales a las antiguas
doctrinas, cuya importancia principal es la de servirles para amoldar de forma
interesada sus contradictorios puntos de vista a la mentalidad de cada época a
fin de incrementar su lucrativo negocio, que tanta riqueza material le ha
supuesto, en lugar de buscar una sociedad más justa defendiendo auténticos
valores de igualdad y de fraternidad como los que, según los evangelios,
defendió Jesús.
Como
ejemplos evidentes de estos cambios doctrinales estratégicos para lograr
que el cristianismo se convirtiese en una organización estable, rentable y
próspera, puede hacerse una referencia especial a ciertas contradicciones doctrinales primitivas entre Jesús y Pablo de Tarso por lo que se refiere a las siguientes cuestiones:
a) El carácter particular
o universal de la buena nueva.
b) La actitud respecto a las riquezas materiales;
c) El trato a la mujer;
d) La actitud frente a la esclavitud;
e) La relación con las autoridades políticas.
A
continuación se analizan con algún detalle estas diferencias entre las doctrinas
de Jesús, las de Pablo de Tarso y las de los dirigentes de la Iglesia Católica.
a)
Jesús considera que su labor de predicación tiene un carácter restringido, referido al pueblo
de Israel y relacionado con la búsqueda de una religiosidad más auténtica
vinculada con la religión de Israel en la que el propio Jesús había sido
educado.
Jesús presenta su predicación como una exhortación
al pueblo de Israel a fin de que cumpla en espíritu las enseñanzas de los profetas, es decir, de la religión tradicional de
Israel y, por ello, su mensaje va ligado exclusivamente a su propio pueblo y no
extendido a la humanidad en general, de manera que, como se ha dicho en otro
momento, Jesús ni siquiera pretendió fundar una nueva religión, al margen de
que quisiera modificar algunas doctrinas del Antiguo Testamento, como la Ley del Talión o como su defensa de la
monogamia frente a la poligamia tradicional. Es claramente significativo a este
respecto el pasaje evangélico en el que dice:
“No penséis que he venido a abolir las
enseñanzas de la ley y los profetas; no he venido a abolirlas, sino a llevarlas
hasta sus últimas consecuencias”[1]
Es
igualmente significativo el pasaje en el que Jesús atiende a una mujer cananea
que le pide ayuda, pasaje en el que, aunque finalmente Jesús se interesa por
ella, las primera palabras que le dirige no son especialmente acogedoras y
muestran cómo el propio Jesús consideró que su misión religiosa se relacionaba esencialmente
con su pueblo, con el pueblo de Israel. Así lo indica él mismo cuando dice a
esta mujer:
“-No está bien tomar el pan de los hijos
para echárselo a los cachorrillos”[2],
frase en la que al
mencionar a “los hijos” se está refiriendo al pueblo de Israel, mientras que al
mencionar a “los cachorrillos” se refiere a todos los demás pueblos.
Por su parte, Pablo –y la jerarquía cristiana- defendió,
con gran visión de futuro el carácter universal, “católico”, del mensaje evangélico, pero al mismo
tiempo las transformó como mejor le pareció, lo cual evidentemente fue
especialmente eficaz para la expansión del inmenso negocio que significó y
significa en estos momentos la “Multinacional Católica”. Otros personajes, de
los que se habla en lo últimos escritos del Nuevo
Testamento, como los apóstoles Pedro y Santiago, colaboraron en la creación
de esta nueva religión que se apartaba
de la religión de Jesús, la religión tradicional de Israel.
b)
Ricos y pobres.- Por lo que se
refiere a las relaciones con el prójimo y a la valoración de las diferencias de
clase entre ricos y pobres pueden observarse diferencias
radicales entre Jesús y Pablo de Tarso:
b1) En líneas generales y de acuerdo con los
evangelios la doctrina de Jesús es
muy clara respecto a la defensa del amor al prójimo, la cual incluía el
amor a los enemigos[3],
y que en líneas generales suponía un importante avance respecto a la doctrina
dominante en el Antiguo Testamento especialmente
regida por la Ley del Talión, “ojo
por ojo, diente por diente”, inspirada en el sentimiento de venganza y no por
el del perdón y la caridad, aunque ciertamente pudo ser útil para el control de
la estabilidad y de las relaciones sociales.
No obstante conviene puntualizar que existe una contradicción
esencial en la anterior doctrina de Jesús, pues, aunque son muchas las
ocasiones en que defiende el amor al prójimo e incluso el amor a los enemigos,
sin embargo, esta doctrina queda absolutamente anulada por el propio Jesús
cuando también en muchas otras ocasiones condena al fuego eterno del Infierno a
quien no cumpla las leyes religiosas de Israel, a quien no perdone, a quien no
crea en él.
Por
otra parte y por lo que se refiere a su pensamiento acerca de los ricos, éste fue especialmente claro y
rotundo, pronunciando
frases de condena contra ellos del estilo
- “es más fácil para un camello pasar
por el ojo de una aguja que para un rico entrar en el reino de Dios”[4];
- “No podéis servir a
Dios y al dinero”[5].
- “¡Ay de vosotros, los
ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo!”[6];
- “Y en el
abismo, cuando se hallaba entre torturas, levantó el rico y vio a lo lejos a
Abrahán y a Lázaro en su seno. Y gritó “Padre Abrahán, ten piedad de mí y envía
a Lázaro para que moje en agua la yema de su dedo y refresque mi lengua, porque
no soporto estas llamas”. Abrahán respondió: “Recuerda, hijo, que ya recibiste
tus bienes durante la vida, y Lázaro, en cambio, males. Ahora él está aquí
consolado mientras tú estás atormentado […]”[7].
b2)
Una consecuencia lógica de esta actitud de Jesús así como de su defensa de los
pobres y de la idea de la fraternidad universal se produjo cuando en los
primeros años después de su muerte sus primeros
discípulos, tratando de ser fieles a la predicación de Jesús, vivieron en
un régimen de auténtica fraternidad en la que todo se compartía, según
se cuenta Hechos de los apóstoles, donde, en efecto, se dice:
- “Todos los creyentes vivían unidos y
lo tenían todo en común. Vendían sus posesiones y haciendas y las distribuían
entre todos, según las necesidades de cada uno”[8];
- “El grupo de creyentes […] tenían en
común todas las cosas”[9];
- “No había entre ellos necesitados,
porque todos los que tenían hacienda o casas las vendían, llevaban el precio de
lo vendido, lo ponían a los pies de los apóstoles, y se repartía a cada uno
según su necesidad”[10].
- “El grupo de
los creyentes pensaban y sentían lo mismo, y nadie consideraba como propio nada
de lo que poseía, sino que tenían en común todas las cosas […] No había entre
ellos necesitados, porque todos los que tenían hacienda o casas las vendían,
llevaban el precio de lo vendido, lo ponían a los pies de los apóstoles, y se repartía
a cada uno según su necesidad”[11].
Es cierto, por otra parte, que este periodo de
auténtica fraternidad, en la que todo se compartía, debió de durar muy poco
tiempo, pues el punto de vista de Pablo de Tarso, favorable a la aceptación de
la diversidad de clases sociales y, por ello mismo, a la existencia de ricos y pobres como algo natural y compatible con la doctrina de la
fraternidad humana, a pesar de ser incompatible con la doctrina de Jesús.
b3)
En efecto, a pesar de la claridad de las doctrinas de Jesús, esa forma de vida fraternal y comunista de los
primeros cristianos desapareció muy pronto, pues ya el propio Pablo de Tarso,
auténtico fundador e impulsor decisivo del Cristianismo, se puso descaradamente
del lado de los ricos, de manera que en lugar de enfrentarse a ellos, como
–según los evangelios- había hecho Jesús, se convirtió en su cómplice, no
pidiéndoles que repartieran sus riquezas entre los pobres, ya que Dios se las
había otorgado para que las disfrutasen, sino sólo que procurasen no ser
orgullosos:
“A los ricos de este mundo recomiéndales que no sean
orgullosos, ni pongan su esperanza en la incertidumbre de las riquezas, sino en
Dios, que nos provee de todos los bienes en abundancia para que disfrutemos de
ellos”[12].
En
esta carta, traicionando la postura condenatoria de Jesús contra los ricos,
Pablo de Tarso les defiende y tranquiliza, diciéndoles de forma implícita que
no van a tener problemas para entrar en el reino de los cielos, y que no hace
falta que repartan sus riquezas sino sólo “que no sean orgullosos” mientras las
disfrutan.
Pablo de Tarso había tenido como precursor
fundamental en este punto de vista a José, el hijo de Jacob, a quien en
diversos pasajes bíblicos se le honra y se le califica como “justo”, a pesar de
que su mérito principal no fue otro que el de haber sido el mayor usurero de la
historia, no habiendo tenido escrúpulos para esclavizar a todo el pueblo
egipcio con la única excepción –como era de esperar- de los sacerdotes del
faraón. Su actuación fue tan refinadamente hipócrita que encima llegó a
conseguir el agradecimiento del pueblo por haberle salvado la vida. En efecto,
a este respecto se cuenta en Génesis:
“Seguía
sin encontrarse comida en toda la región [de Egipto y de Canaán]. El hambre era
cada vez mayor, hasta el punto de que tanto el país de Egipto como el de Canaán
desfallecían de hambre. José acabó acumulando todo el dinero que había en
Egipto y Canaán a cambio del trigo que le compraban, y lo iba depositando en la
casa del faraón. Agotado el dinero en Egipto y Canaán, todos los egipcios
acudieron a José, diciéndole:
-Danos
pan; ¿vas a permitir que muramos, porque se nos ha terminado el dinero?
José
les dijo:
-Si
se os ha acabado ya el dinero, dadme vuestros ganados y a cambio os daré trigo.
Trajeron
a José sus ganados, y José les dio alimentos a cambio de caballos, ovejas,
vacas y asnos. Así, todo aquel año les proveyó de pan a cambio de sus rebaños.
Pasado aquel año, vinieron a decirle:
-A
nuestro señor no se le oculta que se nos ha acabado el dinero; también el
ganado es ya de nuestro señor; sólo nos queda por darte nuestro cuerpo y
nuestras tierras. ¿Vas a permitir que perezcamos nosotros y nuestras tierras?
Cómpranos a nosotros y a nuestras tierras a cambio de pan. Seremos esclavos del
faraón nosotros y nuestras tierras, pero danos simiente para que podamos vivir
y no muramos, y para que nuestras tierras no queden convertidas en eriales.
Así
adquirió José para el faraón todas las tierras de Egipto, pues los egipcios,
empujados por el hambre, le vendieron sus fincas; y así el país pasó a ser
propiedad del faraón. De este modo el faraón redujo a servidumbre a todo el
pueblo del uno al otro confín de Egipto. Solamente dejó de comprar las tierras
de los sacerdotes, porque ellos tenían asignación del faraón y vivían de ella;
por eso no vendieron sus tierras”[13]
Una vez esclavizado el pueblo, José les dio simiente
para que pudieran sembrar, pero a condición de que en adelante entregasen al
faraón una quinta parte de las cosechas. Los egipcios le respondieron:
“-Tú nos has salvado la vida; en ti
hemos encontrado comprensión; seremos siervos del faraón”[14].
De
este modo en la conducta de José vemos un esquema de ciertas formas de conducta
criticadas por Jesús y defendidas por Pablo de Tarso, especialmente la
ambición, la usura y la falta de sentimientos y el frío desprecio hacia pueblo,
al que José no tuvo ningún reparo en esclavizar, logrando para el faraón todas
las riquezas de Egipto. Tiene interés remarcar además cómo los únicos que se
salvaron de este proceso de esclavización fueron los sacerdotes, que ya gozaban
del privilegio de ser mantenidos por el faraón, a cambio, sin duda, de sus
servicios, ensalzando a los faraones para conseguir la sumisa obediencia del
pueblo, tal como han hecho a lo largo de todos los tiempos respecto a las
autoridades políticas de turno a cambio de las compensaciones políticas y
económicas correspondientes.
No obstante y a pesar del asombroso caso de José,
hay que decir que en el Antiguo
Testamento existen algunos ejemplos de actitudes de denuncia en contra de
los ricos y en favor de los pobres. Así, por ejemplo, se dice en Isaías:
“¡Ay de los que adquieren casas y más casas y
añaden campos a sus campos, hasta no dejar sitio a nadie, y quedar como únicos
habitantes!”[15],
distanciándose
en este punto enormemente de la actitud de José e inspirando muy probablemente
a Jesús, buen conocedor de la Biblia,
en su doctrina en favor de los pobres y muy crítica contra los ricos.
b4)
Este cambio de actitud en la doctrina de Jesús respecto a los ricos introducido
por Pablo de Tarso resultó especialmente útil a los dirigentes cristianos para
conseguir que la secta cristiana fuera permitida por el imperio romano, lo cual
consiguieron en el año 313, pasando muy pronto de ser una agrupación perseguida
a ser una organización perseguidora y transformando su organización en un inmenso
negocio material que, adaptándose a todo tipo de circunstancias políticas y
sociales, se fue enriqueciendo y ampliando de manera progresiva hasta
convertirse en la mayor multinacional “vendedora de humo”, es decir, productora
“bienes etéreos” –o de “bienes
espirituales”, como dirían ellos-, enormemente más rica en “bienes materiales”
que cualquier otra multinacional de cualquier tipo, dedicada a la venta
fantástica de “parcelas de Cielo”, a las constantes amenazas con el “Infierno”
y a crímenes incesantes a lo largo de su historia mediante sus cruzadas, su
“Santa Inquisición” y su cómplice cooperación con los dictadores y gobernantes
sin escrúpulos de todos los tiempos y lugares, a cambio de incalculables
riquezas expoliadas a los pueblos, y despreciando y pisoteando la doctrina de
aquél en cuyo nombre dicen predicar.
Si la forma de vida
basada en la igualdad y en la fraternidad había sido la que había defendido
Jesús y la que siguieron aquellos primeros discípulos, tal como narra la Biblia, ¡inspirada por el Espíritu
Santo! (?), y, si los dirigentes de la secta consideran que es la que hay que
tomar como modelo, habiendo sido al parecer el modelo que siguieron algunos de
sus llamados “santos”, como sería el caso de Francisco de Asís, lo que resulta
sorprendente es la soberbia y el cinismo con que sus obispos, cardenales y
papas viven en palacios rodeados de todos los lujos imaginables, mientras
tantos seres humanos mueren de hambre cada día, olvidando por completo el
ejemplo evangélico que deberían seguir para ser coherentes con la doctrina de
Jesús.
Es
verdad que no todos ven así las cosas. Hay quien diría: “¡Es realmente
edificante ver cómo los obispos se humillan hasta el punto de lavar los pies de
doce personas insignificantes el día del Jueves Santo! ¡Qué humildad más
asombrosa! ¡Qué amor más absoluto por la humanidad! ¡Qué dedicación más
entregada a su sublime misión! ¡¿Qué más se les puede pedir?! ¡Qué miserables
sois quienes no reconocéis su inmensa labor en favor de los pobres de la
Tierra! ¡Encima queréis que regalen sus palacios y sus tesoros, olvidando los
muchos siglos de conspiraciones y de guerras que les ha costado reunir ese
pequeño patrimonio! ¡Sois incapaces de comprenderles, pero Dios les premiará
con otros tesoros dignos de su nobleza y abnegación!”
Si nos preguntamos por
qué se produjo esta asombrosa contradicción entre las doctrinas de Jesús
y las de Pablo de Tarso, la respuesta es evidente: Si el Cristianismo debía
construirse como una organización económicamente rentable, como lo ha
sido y lo sigue siendo, eso no podía lograrse mediante la condena de los ricos, tal como lo había hecho Jesús de
modo claro e inequívoco, sino mediante la alianza con ellos, de forma que
mientras Jesús había condenado la codicia y la obsesión de los ricos por el
dinero, Pablo de Tarso comprendió que para el avance de la organización
“cristiana” le interesaba contar con el apoyo de los ricos, es decir, d las
clases sociales altas e influyentes en la política del imperio romano y, en
consecuencia, defendió sin escrúpulos que los ricos tenían todo el derecho a
disfrutar de sus riquezas y que los esclavos lo eran por designio divino, por
lo que no tenían derecho a sublevarse ni a reclamar su libertad en contra de la
voluntad de “sus amos” terrenales.
De ese modo consiguió
tranquilizar a los ricos hasta el punto de que progresivamente muchos de ellos
llegaron a aceptar la nueva religión y le dieron su progresivo apoyo hasta que
llegó a convertirse en la religión oficial del imperio. Por otra parte, la
religión de la “buena nueva”, el incipiente cristianismo, sería mucho más
rentable para el negocio de la secta cristiana si, de acuerdo con Pablo de
Tarso, en lugar de mantenerlo ligado en exclusiva al pueblo de Israel, como el
propio Jesús lo había considerado por el hecho de que él simplemente
consideraba que Yahvé era el “Dios de Israel” y no un “Dios Universal”, lo
hacía extensible al ámbito de los “gentiles”, es decir, de los no judíos, de la
humanidad en general. Para este
objetivo a Pablo de Tarso le vino muy bien que el imperio romano tuviera
también un carácter machista y un carácter expansionista durante aquellos
siglos en que fue contemporáneo del cristianismo, lo cual fue especialmente útil
para la propagación de esta secta religiosa hasta los mismos límites en que se
extendió el imperio.
c) Respecto a la valoración de la mujer puede
verse igualmente una diferencia abismal entre las enseñanzas de Jesús y las de
Pablo de Tarso:
c1) En los evangelios hay un pasaje, ya citado
antes, en el que Jesús aparece conversando con una samaritana,
manteniendo un trato de igualdad y de respeto[16],
o momentos en los que se refiere a otras mujeres e incluso a María Magdalena de
un modo absolutamente comprensivo y amable, a pesar de tratarse de una mujer
“pecadora”. No obstante, en la medida en que se conceda cierto grado de
credibilidad a los evangelios, esto no significa que la actitud de Jesús hacia
la mujer fuera especialmente modélica en cuanto a considerarla dotada de una
dignidad y de un valor similar al del varón sino que en líneas generales
siguió, aunque bastante suavizada, la línea de la tradición de Israel, conservando
en sus doctrinas y en sus actitudes considerables restos de machismo, en cuanto,
por ejemplo, no eligió a ninguna mujer como miembro de su grupo de “apóstoles”
y en cuanto los personajes femeninos no ocupan en general ninguna relevancia
especial en los evangelios, ni siquiera su propia madre de quien llega a hablar
de fría o al menos con indiferencia en algún pasaje evangélico[17].
c2)
Sin embargo y a pesar de estos aspectos negativos del pensamiento de Jesús
respecto a la mujer, la actitud de Pablo
de Tarso estuvo mucho más en línea con las doctrinas del Antiguo Testamento, siendo absolutamente
denigrante contra la mujer al considerarla
como una esclava que debía mantenerse sumisa al servicio del varón. Y, como ya se ha dicho, este punto de vista significó
una continuidad respecto al machismo tradicional judío imperante en el Antiguo Testamento y representó igualmente
un vergonzoso retroceso respecto a la doctrina y a la práctica del Jesús
evangélico.
Escribe Pablo de Tarso en este sentido:
- “el varón no debe cubrirse la cabeza,
porque es imagen y reflejo de la gloria de Dios. Pero la mujer es gloria del
varón, pues no procede el varón de la mujer, sino la mujer del varón, ni fue
creado el varón por causa de la mujer, sino la mujer por causa del varón. Por
eso […] debe llevar la mujer sobre su cabeza una señal de sujeción”[18].
-“toda mujer que ora o habla en nombre
de Dios con la cabeza descubierta, deshonra al marido, que es su cabeza”[19].
Abundando
en esta misma perspectiva, no simplemente machista sino incluso de claro
menosprecio hacia la mujer, Pablo de Tarso defiende igualmente su sumisión
al marido, prohibiéndole incluso su intervención en las asambleas:
-“La mujer aprenda en silencio con plena
sumisión. No consiento que la mujer enseñe ni domine al marido, sino que ha de
estar en silencio. Pues primero fue formado Adán, y después Eva. Y no fue Adán
el que se dejó engañar, sino la mujer que, seducida, incurrió en la
transgresión”[20].
-“…que las mujeres guarden silencio en
las reuniones; no les está, pues, permitido hablar, sino que deben mostrarse
recatadas, como manda la ley. Y si quieren aprender algo, que pregunten en casa
a sus maridos, pues no es decoroso que la mujer hable en la asamblea”[21].
Por
cierto, la actitud de la jerarquía católica respecto a la mujer, aunque
ha ido evolucionando hasta cierto punto a lo largo de los siglos, no ha estado en
la vanguardia de estos cambios hacia la igualdad de derechos sino que
simplemente los ha ido aceptando, aunque sólo parcialmente y a regañadientes,
hasta el punto de que en la actualidad sigue manteniendo planteamientos
retrógrados como los que hacen referencia a la prohibición de que la mujer
pueda ser ordenada como sacerdotisa o para otros cargos clericales de cierta
importancia, y manteniendo en general puntos de vista machistas, aunque
actuando astutamente a fin de poder presentar sus doctrinas desde una
perspectiva diferente, según la conveniencia del momento, recurriendo para ello
a la exaltación de la figura de María, “la madre de Dios”, de la que curiosa y
sospechosamente se habla muy poco en los evangelios –e incluso de modo algo
despectivo por parte de Jesús, como ignorándola[22]-,
y nada en absoluto en el resto de escritos del Nuevo Testamento: Ni en
los Hechos de los apóstoles, ni en las cartas de Pablo de Tarso, ni en
el Apocalipsis.
d)
En este mismo sentido y por lo que se refiere a la esclavitud, aceptada
de modo espontáneo en el Antiguo
Testamento, Jesús la rechaza de
manera implícita en la misma medida en que condena a los ricos, Pablo de Tarso adopta una escandalosa
actitud en defensa de esa repugnante institución, actitud que la jerarquía
católica procura silenciar ahora, pero que aparece de modo inequívoco en textos
supuestamente sagrados, presuntamente inspirados por el propio Dios, tales como
los siguientes:
“Esclavos, obedeced a vuestros amos
terrenos con profundo respeto y con sencillez de corazón, como si de Cristo se
tratara. No con una sencillez aparente que busca sólo el agrado a los hombres,
sino como siervos de Cristo que cumplen de corazón la voluntad de Dios”[23].
En
este pasaje Pablo declara de forma totalmente clara y explícita que los
esclavos deben tratar a los señores “como si de Cristo se tratara”, es decir,
como si fueran dioses, y que deben comportarse “como siervos de Cristo que
cumplen de corazón la voluntad de Dios”. Y así, la esclavitud aparece ya como
una institución sagrada, establecida por “voluntad de Dios”, institución a la
que los esclavos deben someterse “con profundo respeto y con sencillez de
corazón”.
En definitiva, a pesar de que Jesús no apoyó esta
institución opresora, resulta comprensible, por escandaloso que pueda parecer,
que Pablo de Tarso, en línea con su defensa de los ricos, defendiera igualmente
la esclavitud de un modo descarado, como una institución derivada de
la voluntad de Dios, como se comprueba fácilmente leyendo sus cartas, en
las que exhorta a los esclavos a que cumplan con devoción y humildad las
órdenes de sus señores en cuanto representan al propio Dios, tal como indica
cuando escribe:
“¿Eras esclavo cuando fuiste llamado? No
te preocupes. E incluso, aunque pudieras hacerte libre, harías bien en
aprovechar tu condición de esclavo […] Que cada cual, hermanos, continúe ante
Dios en el estado que tenía al ser llamado”[24].
En
este pasaje Pablo plantea la posibilidad de optar o no por la libertad al
incorporarse uno a la organización cristiana, pero considera mejor “que cada
cual […] continúe ante Dios en el estado que tenía al ser llamado”, lo cual no
sólo representa una actitud de transigencia ante esta institución, tan
contraria a los principios de Jesús, sino un auténtico apoyo a dicha institución,
lo cual equivalía a enviar un mensaje a las clases poderosas del imperio romano
en el sentido de que podían estar tranquilas, que el cristianismo no iba a
representar un movimiento revolucionario contra ellos sino una fuerza mediante
la cual se justificaba su derecho a tener esclavos y así se les podría
controlar desde principios jurídicos de carácter sagrado en cuanto su situación de esclavitud era
“voluntad de Dios”, de manera que con tal argumento frenarían cualquier intento
de sublevación y no representarían ningún peligro para la estabilidad
social.
“Esclavos, obedeced en todo a vuestros
amos de la tierra; no con una sujeción aparente, que sólo busca agradar a los
hombres, sino con sencillez de corazón, como quien honra al Señor”[25].
Este
tercer pasaje representa una confirmación del valor de las palabras del
anterior y en él se exhorta a los esclavos a “obedecer en todo a vuestros amos de la tierra” como si fueran el
propio Dios. Pero, en cuanto las palabras de Pablo de Tarso se
encuentran incluidas en el Nuevo
Testamento, ¡inspirado por el “Espíritu Santo”! según la jerarquía
católica, en tal caso nos encontramos con la defensa simultánea y
contradictoria de dos doctrinas: Por una parte, la de la fraternidad entre los
seres humanos y, por otra, la de que es voluntad de Dios que unos seres
humanos estén esclavizados y sometidos a
la voluntad de otros como simples cosas de usar y tirar.
“Todos los que están bajo el yugo de la
esclavitud, consideren que sus propios amos son dignos de todo respeto […] Los
que tengan amos creyentes, no les falten la debida consideración con el
pretexto de que son hermanos en la fe; al contrario, sírvanles mejor, puesto
que son creyentes, amados de Dios, los que reciben sus servicios”[26].
Finalmente
en este último pasaje la novedad consiste en que ya no sólo se habla de
cristianos esclavos de señores no cristianos, sino de cristianos esclavos de
otros cristianos, de forma que no sólo se defiende la idea de que el
esclavo debe conformarse con su estado y obedecer a su señor sino también la
idea de que el cristiano tiene derecho a ser señor y dueño de esclavos y puede
tener la conciencia bien tranquila, a pesar de que se encuentre en posesión de
seres humanos considerados como objetos de su propiedad, pues en eso consiste la
esclavitud, en lugar de ver a los demás seres humanos como hermanos o como
seres con la misma dignidad, a quienes, como quería Kant, se les tratase
siempre como fines por ellos mismos y nunca como simples cosas al servicio de
otros hombres que podrían hacer con ellos lo que quisieran.
“Todos los que están bajo el yugo de la
esclavitud, consideren que sus propios amos son dignos de todo respeto […] Los
que tengan amos creyentes, no les falten la debida consideración con el
pretexto de que son hermanos en la fe; al contrario, sírvanles mejor, puesto
que son creyentes, amados de Dios, los que reciben sus servicios”[27].
Finalmente en este
último pasaje la novedad consiste en que ya no sólo se habla de cristianos
esclavos de señores no cristianos, sino de cristianos esclavos de otros
cristianos, de forma que no sólo se defiende la idea de que el esclavo debe
conformarse con su estado y obedecer a su señor sino también la idea de que el
cristiano, aunque sea señor y dueño de esclavos, puede tener la conciencia bien
tranquila, a pesar de encontrarse en posesión de seres humanos considerados
como objetos de su propiedad que puede utilizar a su antojo, como simples
cosas, pues en eso consiste la esclavitud.
d5)
La inspiración de Pablo en el Antiguo
Testamento por lo que se refiere a su doctrina acerca de la esclavitud.
Hay que indicar, por otra parte, que las ideas de
Pablo de Tarso no eran una innovación absoluta en la ideología cristiana sino
que se correspondían, si no con el mensaje de Jesús, sí con las prácticas comunes
que se mencionan en el Antiguo Testamento,
que de modo natural defiende la esclavitud a lo largo de innumerables pasajes,
como, por ejemplo, en Levítico, donde se dice:
“Los siervos y las siervas que tengas,
serán de las naciones que os rodean; de ellos podréis adquirir siervos y
siervas. También podréis comprarlos entre los hijos de los huéspedes que
residen en medio de vosotros, y de sus familias que viven entre vosotros, es
decir, de los nacidos en vuestra tierra. Esos pueden ser vuestra propiedad, y
los dejaréis en herencia a vuestros hijos después de vosotros como propiedad
perpetua. A éstos los podréis tener como siervos; pero si se trata de vuestros
hermanos, los israelitas, tú, como entre hermanos, no le mandarás con tiranía”[28].
En
efecto, a pesar de que Jesús habría defendido la igualdad de los hombres, en la
Biblia se considera la esclavitud
como una institución natural perfectamente acorde con la voluntad de Dios,
hasta el punto de que en ella el propio Dios dice a su pueblo cómo deben ser sus
relaciones con los esclavos, y se cuentan diversas anécdotas como la de Sara,
mujer de Abraham, quien, no pudiendo tener hijos, le propuso a Abraham que se
acostase con su esclava Agar para así darle descendencia:
“Saray, la mujer de Abrán, no le había dado
hijos; pero tenía una esclava egipcia, llamada Agar. Y saray dijo a Abrán:
-Mira, el Señor me ha hecho estéril; así que acuéstate con mi esclava, a
ver si por medio de ella puedo tener hijos.
A Abrán le pareció bien la propuesta […] Saray tomó a Agar, su esclava
egipcia, y se la dio por mujer a su marido Abrán. Él se acostó con Agar, y ella
concibió, pero cuando se vio encinta, empezó a mirar con desprecio a su señora”[29].
En
otros muchos lugares de la Biblia se sigue hablando de la esclavitud como de una institución perfectamente natural. Así por
ejemplo, en los siguientes:
- “Cuando Noé se despertó de su
borrachera, se enteró de lo que había hecho su hijo menor, y dijo:
“¡Maldito sea Canaán [= hijo de Cam]!
Sea para sus hermanos el último de su esclavos” ”[30];
- “Tomó [Abraham] consigo a su mujer
Saray y a su sobrino Lot, con todas sus posesiones y los esclavos que tenía en
Jarán, y se pusieron en camino hacia la tierra de Canaán”[31].
- “El Señor dijo a Moisés y a Aarón: […]
El esclavo que hayas comprado y haya sido circuncidado lo puede comer [= el
cordero pascual]”[32].
- [El señor dijo a Moisés:] “Si compras
un esclavo hebreo, te servirá durante seis años, pero el séptimo quedará libre
sin pagar nada […] Pero si el esclavo declara formalmente que prefiere a su amo
[…] y que no quiere la manumisión, entonces su amo […] le perforará la oreja
con un punzón; y será esclavo suyo para siempre”[33].
-“El que mate a palos en el acto a su
esclavo o a su esclava, será severamente castigado. Pero no será castigado si
sobrevive un día o dos, porque son propiedad suya”[34].
Comentario:
Con la misma lógica tampoco debería castigárseles si su esclavo o esclava
muriesen en el acto, pues efectivamente tan propiedad suya eran si morían en el
acto como si morían una semana después. Se trata de un argumento ridículo
-“Si uno se acuesta con una esclava que
pertenece a otro […] será castigado, pero no con la muerte, pues la mujer no
era libre”[35].
Comentario:
El varón puede tener relaciones sexuales libremente con una mujer siempre que
ésta sea libre, pero no cuando es propiedad del marido o propiedad de su amo.
- “[El Señor dijo a Moisés en el
monte Sinaí] Esclavos o esclavas propiamente dichos los compraréis de las
naciones vecinas […] éstos serán de vuestra propiedad, y los podréis dejar en
herencia a vuestros hijos […] podéis hacerlos esclavos para siempre”[36].
Comentario: En este pasaje tiene interés observar
que, al margen de la aceptación de la esclavitud, se tiende a rechazar la
esclavitud de judíos por parte de otros judíos, a no ser –como se dice en otro
pasaje- que el judío esclavo quiera seguir siéndolo.
- “No codiciaras la mujer de tu
prójimo, ni desearás la casa de tu prójimo, su campo, su esclavo o su esclava,
su buey o su asno, ni nada de lo que le
pertenece”[37].
Comentario:
Este pasaje tiene de particular que se trata del noveno y último mandamiento de
las tablas de Moisés, pues no había décimo, ya que, al cosificar a la mujer, se
la considera al mismo nivel que la casa, el buey o el asno: Todo son bienes
codiciables y, por ello, Yahvé no distinguió entre el deseo de la mujer del
prójimo y la codicia de los bienes del prójimo. Y, por lo mismo, no se planteó
el caso inverso: el de que la mujer pudiera codiciar al marido de su prójima,
pues tal posibilidad era impensable en cuanto el varón no podía ser en ningún
caso esclavo –cosa o propiedad- de la mujer, mientras que la mujer sí era cosa
o propiedad del marido.
-“Pero si ese esclavo [judío] te dice:
“No quiero marcharme de tu lado” […] entonces tomarás un punzón y le harás un
agujero en la oreja contra la puerta, y así será tu esclavo para siempre. Lo
mismo harás con tu esclava”[38].
- “Palabra que el Señor dirigió a
Jeremías: […] [Yo, el Señor] les ordené que, al llegar el séptimo año, todo
israelita tendría que dejar libre a su hermano hebreo a quien compró como
esclavo; sólo durante seis años lo tendrá a su servicio, luego lo dejará en
libertad”[39].
El acuerdo establecía
que todo israelita debía liberar a sus esclavos y esclavas hebreas, para que
ningún judío fuera en adelante esclavo de un hermano suyo.
- “Al asno forraje, carga y palo; al
criado pan, corrección y trabajo. Haz trabajar a tu siervo y estarás tranquilo,
déjalo desocupado, y buscará la libertad. Yugo y bridas doblegan el cuello, al
mal criado mano dura y castigo. Hazlo trabajar, para que no esté ocioso, que la
ociosidad es maestra de vicios”[40].
En
relación con el valor que la jerarquía católica concede a estos pasajes –y a
muchos otros que se pronuncian en este mismo sentido- hay que señalar que, en
cuanto considera que la Biblia en su conjunto está inspirada por Dios, lo mismo
deberá afirmar de cualquiera de sus pasajes en particular. En este sentido, el
Catecismo de la jerarquía católica afirma de modo explícito lo siguiente:
“La santa Madre Iglesia, fiel a la base
de los apóstoles, reconoce que todos los libros del Antiguo y del Nuevo
Testamento, con todas sus partes, son sagrados y canónicos, en cuanto que,
escritos por inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios como autor, y como
tales han sido confiados a la Iglesia”[41].
Por
otra parte, aunque a lo largo de los siglos la jerarquía católica ha llegado a
evolucionar hacia una teórica condena de la esclavitud, lo ha hecho
siempre con posterioridad a que la propia sociedad civil lo hiciera y siempre
amoldándose a las circunstancias del momento, hasta el punto de que en la
Alemania de Hitler la jerarquía católica tuvo alrededor de 7.000 “trabajadores
forzosos”, es decir “esclavos”, aunque nombrados con cierto eufemismo
hipócrita. Algunos de ellos -alrededor de 600- fueron indemnizados en el año
2.000 por el Vaticano con poco más de 2.500 euros, es decir, una miseria,
recibida después de más de 50 años de haber finalizado la guerra contra el
nazismo y sólo cuando la jerarquía católica no ha tenido otro remedio que reconocer
su repugnante colaboración con el régimen hitleriano.
e)
La actitud de los dirigentes católicos frente
a las autoridades políticas.
La secta católica ha ido cumpliendo fiel y
servilmente la astuta orden de Pablo de Tarso según la cual:
“Todos deben someterse a las autoridades
constituidas. No hay autoridad que no venga de Dios, y las que hay, por él han
sido establecidas. Por tanto, quien se opone a la autoridad, se opone al orden
establecido por Dios, y los que se oponen recibirán su merecido”[42].
Esta
orden, junto con su renuncia a criticar y a condenar a los ricos, en oposición
a la actitud condenatoria de Jesús, y junto a su defesa de la esclavitud, que
era una institución perfectamente aceptada, tanto en el pueblo judío como en el
imperio romano, aunque no encajaba con las doctrinas de Jesús, sirvió para que
progresivamente el cristianismo fuera imponiéndose en el imperio hasta ser
legalizado como religión permitida a partir del año 313 en el Edicto de Milán del emperador
Constantino, y hasta ser finalmente elevada a la categoría de religión oficial
del imperio por orden del emperador Teodosio en el Edicto de Tesalónica, del el año 380. A partir del año 315 en
adelante, a lo largo de los siglos, la secta cristiana se dedicó entre otras
cosas a perseguir y a condenar a los “paganos” y a los “herejes”, y también a
enriquecerse política y económicamente gracias a las donaciones de emperadores
y reyes a lo largo de la historia a
cambio de las bendiciones de los dirigentes de la secta a los dirigentes políticos
de cada momento a fin de lograr la sumisión de sus respectivos súbditos, tal
como sigue sucediendo en la actualidad. En este sentido todavía es bastante
reciente el tiempo en que España era gobernada por el general Franco después de
un levantamiento militar contra la república legalmente constituida y accediendo
al poder después de una guerra sangrienta contra el propio pueblo y contra la
legalidad. Los dirigentes católicos, sin embargo, no tuvieron escrúpulo alguno
en reconocer y aprobar la “legitimidad” del gobierno de Franco, hasta el punto
de que en las mismas monedas de este régimen dictatorial figuraba la insripción
“Francisco Franco Caudillo de España por la G [Gracia]. de Dios” y, desde
luego, los dirigentes católicos no sólo no pusieron objeción a tales palabras
de exaltación divina de nuestro dictador sino que además en sus visitas a las
diversas iglesias de España, le otorgaban el honor religioso de ir “bajo palio
”, honor concedido a la custodia con la hostia consagrada, al papa, a los cardenales
–y, especialmente en el pasado, a los reyes y jefes de estado-. Este “honor”, que en principio podía verse
como algo carente de importancia, servía de manera especial para que el pueblo,
ya adoctrinado tradicionalmente en las creencias católicas, asumiese como un
deber el de aceptar la autoridad del general Franco como gobernante elegido por
Dios para regir nuestros destinos, de manera que, como diría Pablo de Tarso, “quien
se opone a la autoridad [de Franco], se opone al orden establecido por Dios, y
los que se oponen recibirán su merecido”[43].
Para comprender hasta qué punto llego la ambición de
los dirigentes de la secta cristiana, conviene recordar que a mediados del
siglo VIII, los dirigentes cristianos falsificaron un documento según el cual el
emperador Constantino les habría donado como herencia el Imperio Romano de
Occidente. Tal documento se conoce como “Donación de Constantino”. Por suerte en
el siglo XV el humanista y filólogo Lorenzo Valla demostró con sus estudios
histórico-filológicos que dicho documento era un fraude de la curia romana de
proporciones más que repugnantes.
Conviene atender al hecho de que, si el fraude
relacionado con el documento conocido como “Donación de Constantino” era por sí
mismo algo repugnante, mucho más lo era la naturalidad con que los obispos de
la época consideraron que la donación de un emperador podía ser una
justificación suficiente para considerarse propietaria de ese imperio, como si
el emperador hubiera tendido el derecho de dejarles tal herencia en lugar de
considerar que tanto el emperador como los tiranos de todo tiempo y lugar se
han apropiado de todo lo que han querido, desposeyendo de sus propiedades a sus
legítimos dueños, por lo que, aunque el “Documento de Constantino” hubiera sido
auténtico, eso daba a los dirigentes cristianos tanto derecho a apropiarse del
imperio romano de occidente como el que puede adquirir cualquiera que reciba de
un ladrón una fortuna, siendo conocedor de quiénes son sus legítimos
propietarios.
Y, ciertamente, esa actitud es la que han mantenido
los dirigentes de la Iglesia Católica a lo largo de los siglos en su relación
con los diversos gobiernos, legítimos o ilegítimos, siendo cómplices de
dictadores y de gobernantes tiránicos, quienes, a cambio de las bendiciones de los
dirigentes religiosos, les han beneficiado con toda una larga serie de
privilegios y de riquezas robadas a sus respectivos pueblos.
Por ello y de acuerdo con esta actitud de los
dirigentes de la Iglesia Católica y a pesar de aquella falsificación del
documento de la “Donación de Constantino”, la secta católica siguió en posesión
de los llamados “Estados Pontificios” hasta que en el siglo XX Mussolini los
incorporó a Italia y dejó para la secta católica el terreno del actual “estado
del Vaticano” así como una inmensa cantidad de dinero.
La Iglesia Católica cuenta además con innumerables
riquezas materiales esparcidas por todo el mudo y, por muchos siglos que han
ido transcurriendo y a diferencia de lo que según Hechos de los apóstoles sucedía entre los primeros cristianos, los
dirigentes católicos nunca han encontrado ni encuentran el momento de
distribuir esas riquezas entre los millones de personas que conforman el
llamado “tercer mundo”, de los que cada día muchos miles mueren de hambre. ¡Qué
distancia tan abismal separa esta Iglesia Católica, tan hipócrita y ambiciosa
de bienes materiales y de poder terrenal, de aquellos primeros cristianos!
Si ya era absurdo que la secta católica quisiera
basar su derecho a las inmensas posesiones que disfrutaba en aquel documento
falso, puesto que los bienes robados y posteriormente donados por un ladrón no
confieren derecho de propiedad a nadie sobre la cosa robada a excepción de su
auténtico dueño, con mucho mayor motivo era repugnante que el mismo documento de
propiedad de la iglesia católica fuera además falso y creado por la propia
jerarquía de la iglesia de Roma.
A
partir del siglo IV la secta católica fue convirtiéndose en una gran organización
económica y política, y desde entonces ha ido acumulando incontables riquezas
mediante sus alianzas con todos los regímenes políticos criminales con los que
pudo conseguir acuerdos a cambio del “apoyo espiritual” que suponían sus
bendiciones, su reconocimiento de la legitimidad de tales gobiernos, en cuanto
establecidos por la providencia divina, o, en el caso del general Franco, como
“caudillo de España por la gracia de Dios”, cumpliendo con las astutas
indicaciones de Pablo de Tarso a favor del sometimiento de los católicos a las
autoridades establecidas en cuanto
“No hay autoridad que no venga de Dios,
y las que hay, por él han sido establecidas”[44].
A
lo largo de la historia, los dirigentes de la secta católica han mantenido una
actitud opresora contra las libertades individuales a fin de incrementar sus
beneficios económicos y su control político sobre los diversos gobiernos donde
han podido ejercer alguna influencia. Tal actitud quedó especialmente reflejada
en instituciones como su “Santa Inquisición”, en su alianza con las monarquías
tiránicas de todos los momentos de la historia, en que tales instituciones
opresoras aceptaron la complicidad de la Iglesia Católica a cambio de una parte
de la riqueza robada al pueblo. Su constante confabulación sin escrúpulos con
los gobiernos tiránicos de cualquier signo le permitió gozar del privilegio de
“adoctrinar” a la infancia, disponiendo de ellos para aleccionarles en todo lo
que quisieran hacerles creer, siendo conscientes de la enorme dificultad que
tienen los mayores para cambiar aquellas absurdas doctrinas que han recibido
durante su infancia, a cambio de bendecir tales gobiernos y de exhortar al
pueblo a la obediencia a la autoridad establecida “por la gracia de Dios” –o
por el Papa como “cabeza visible” de Dios en la tierra, según las doctrinas de
la secta católica.
La institución de la “Santa Inquisición”, tan
cruelmente opresora por lo que se refiere al respeto de la vida humana y de
valores como los de la libertad de pensamiento y de expresión, fue utilizada
por la jerarquía católica para mantener su poder despótico sobre quienes podían
criticar sus doctrinas mediante un pensamiento libre de prejuicios y ligado a
la simple razón y que, por ello mismo, podían representar un grave peligro que
les hiciera perder influencia y poder, tanto político como económico. Los tiempos
en que la jerarquía católica ha tenido mayor poder político han sido a la vez
los más escandalosos y sanguinarios en el funcionamiento de su “Santa
Inquisición”, que ha cometido innumerables asesinatos sin escrúpulo alguno para
mantener e incrementar su fuerza y su riqueza a costa de la libertad y de la
vida de un incalculable número de personas.
A lo largo de la Edad Media y hasta ya entrado el
siglo XIX, la Inquisición fue el mayor y más cruel instrumento de control de la
jerarquía católica sobre los pueblos de Europa, al que se sometieron muchas
monarquías, colaborando con ella en su labor opresora en contra de la vida y de
la libertad de dichos pueblos y en contra de su progreso cultural y científico.
Complementariamente, en los últimos siglos a fin de
compensar su pérdida de poder político la jerarquía católica ha sido la aliada
constante de los poderes económicos y políticos del capitalismo y de la
mayor parte de las dictaduras del planeta, sin otras excepciones que las de los
países con dictaduras contrarias a la religión católica, como los componentes
de URSS, de las que al parecer, ya no estuvieron de acuerdo con Pablo de Tarso
en su defensa de que la autoridad de sus dirigentes viniese de Dios, dejando de
respetar así el carácter sagrados de los libros bíblicos supuestamente
¡inspirados por Dios! De acuerdo con esta corrección a la tesis paulina, en el
año 1.949 el dirigente máximo de la secta católica Eugenio Pacelli, alias Pío
XII, excomulgó a todos los católicos afiliados al Partido Comunista. Sin
embargo y de forma asombrosa no realizó ninguna condena similar respecto a
quienes se habían afiliado al Partido Nazi, a pesar de la monstruosa barbarie
con que éste actuó antes y a lo largo de la segunda guerra mundial, sino que,
como todo el mundo puede comprobar, incluso con el testimonio de archivos
fotográficos especialmente claros, muchos obispos y cardenales confraternizaron
con el régimen nazi, con el fascismo, con la vergonzosa y sanguinaria “cruzada
nacional” del general Franco y con los criminales gobiernos golpistas
sudamericanos.
Esta actitud de la jerarquía católica es bastante
consecuente con las consignas de Pablo de Tarso, con las excepciones
mencionadas, y con alguna histórica condena en forma de excomunión, como la
promulgada contra Enrique VIII, que eximía a sus súbditos de seguir
obedeciéndole, a pesar de la doctrina de Pablo según la cual toda autoridad
venía de Dios. Pero, sin duda ninguna, esta actitud no se corresponde para nada
con la de Jesús, aquél en cuyo nombre dicen predicar, quien, según los Evangelios, con su conducta defendió la
separación de la Religión respecto a la Política diciendo: “Dad al César lo que
es del César y a Dios lo que es de Dios”[45].
Pero era evidente que para conseguir los objetivos que Pablo de Tarso se propuso,
los cuales se identificaron con los de la jerarquía posterior de la secta
cristiana, era incomparablemente mejor seguir la táctica de Pablo de Tarso que
la de Jesús, y, como era lógico, eso fue lo que hicieron los dirigentes
cristianos casi desde el principio de su historia.
La relación de la jerarquía católica con las clases
poderosas adquirió rápidamente una importancia extraordinaria. Esa relación
representa, desde luego, una clara muestra de cuáles han sido los auténticos
intereses de dicha jerarquía, que para nada se relacionan con “predicación de
la palabra de Cristo” o con la comunicación de la “salvación” (?) de nadie sino
sólo con su propio enriquecimiento material, siendo cualquier otra
actividad una simple excusa para ocultar sus auténticos y ambiciosos objetivos.
Su cínica actitud es todavía más sangrante cuando en los últimos tiempos
observamos no sólo su incondicional coalición con los poderosos sino también su
condena a quienes –como los Teólogos de la Liberación- han tratado de
adoptar una postura más próxima a la de Jesús, en defensa de los pobres y de
los oprimidos. Es también comprensible que, en cuanto la jerarquía católica
busca obsesivamente acumular más poder y más riquezas de modo insaciable, no le
conviene tolerar las críticas de algunos de sus miembros contra aquellos de
quienes obtiene la mayor parte de sus riquezas, pues esto sería como morder la
mano de quien les da de comer y, por eso, los dirigentes de la secta, sabiendo
que esto no favorece sus auténticos intereses, procuran controlar a quienes
ponen en peligro sus intereses al preocuparse por ayudar a quienes viven en la
miseria y al criticar a los gobiernos corruptos que no tiene escrúpulos en
masacrar al pueblo al que debían defender.
Por ese motivo los dirigentes católicos llaman al
orden, como no hace muchos años lo hizo su jefe Karol Wojtyla, alias “Juan
Pablo II”, a quienes, como los “Teólogos de la Liberación”, pretendían
desviarse de esa política codiciosa y sin escrúpulos, al defender al pobre
frente al rico, como si no se hubiesen enterado de quién mandaba en la
organización católica y de quién establecía los fines que debía perseguir dicha
organización a la que pertenecían.
Y, al igual que en el resto de doctrinas analizadas,
lo mismo sucedía con respecto a la idea de que toda autoridad provenía de Dios
y que por ello en todo caso había que respetarla, pues desde esta perspectiva,
Pablo de Tarso presentaba el Cristianismo ante los poderes políticos y sociales
de su época como una entusiasta colaboradora y como una religión perfectamente
compatible con las costumbres y tradiciones del imperio y, en consecuencia,
nada revolucionaria ni peligrosa para la estabilidad política y social del
imperio en comparación con lo que lo habría sido si el cristianismo hubiera
intentado abrirse camino siendo fiel a aquellas duras palabras de Jesús en
favor de la igualdad, de la fraternidad y del amor a los enemigos, y en contra
de la esclavitud, en favor de un trato más respetuoso con la mujer y de una
separación de intereses entre lo religioso y lo político. Y ciertamente ésa ha
sido la actitud que los dirigentes de la jerarquía cristiana en general y la
católica en particular han tenido a lo largo de los siglos, ganándose de ese
modo la alianza y el favor de las clases poderosas, tanto del imperio romano
como del feudalismo medieval y del capitalismo moderno, con quienes tanto poder
político, riquezas e influencia social han logrado. En resumidas cuentas, el
cristianismo a lo largo de los siglos ha sabido guiarse fielmente por el principio
maquiavélico “el fin justifica los medios”, de manera que, como su fin era el
de la satisfacción de su insaciable ambición política y económica, en estos
momentos dispone de unas riquezas incalculables producto del robo directo o
indirecto realizado en connivencia con los poderes políticos de todos aquellos
lugares donde ha conseguido establecer un pacto con ellos para esquilmar al
pueblo y repartirse las ganancias con los poderosos.
Además de estas diferencias abismales entre la
doctrina de Jesús y la de Pablo de Tarso, a pesar de que los dirigentes de la
secta católica tengan el cinismo de pretender que existe una línea de
continuidad y de simple desarrollo de las doctrinas del “Mesías”, hay que
llamar la atención sobre el hecho absurdo de que, si Jesús, como
supuesto “Hijo de Dios”, hubiera querido transmitir algún mensaje, lo habría
hecho de forma completa para toda la humanidad en el tiempo en que vivió, en
lugar de haber dejado que fueran los dirigentes de la Iglesia Católica quienes
se encargasen de tal misión, oponiéndose a las enseñanzas de Jesús y “descubriendo”
(?) nuevos mensajes a lo largo de casi ya dos mil años, en los que el grupo
dirigente católico ha ido estableciendo su personal “buena nueva” mediante la
proclamación de diversos dogmas, como el de la propia infalibilidad del Papa, y
todo lo que este dogma implica respecto a las declaraciones de los diversos
papas en materia de fe y costumbres, declaraciones con las que la jerarquía
católica se otorgaba a sí misma el derecho de introducir o eliminar cualquier
doctrina desde el supuesto de que era “Espíritu Santo” quien inspiraba al Papa
tales dogmas, los cuales debían ser aceptados como necesariamente verdaderos,
ya que su rechazo equivalía a rechazar al propio Dios.
Es cierto, por otra parte, que en diversas ocasiones
las afirmaciones dogmáticas de un papa podían quedar anuladas por las de otro
para que posteriormente dijera lo contrario y, en principio, esto podría
significar un serio problema para la coherencia interna de las doctrinas
cristianas. Sin embargo, a pesar de que en diversas ocasiones las declaraciones
de un papa han estado en contradicción con las del siguiente, la jerarquía
cristina no se ha preocupado por este problema porque saben que el redil
cristiano se amolda sin demasiada dificultad a las nuevas circunstancias hasta
el punto de llegar a asumir como verdaderas las contradicciones y los absurdos
más extraños que puedan imaginarse. Pero además, los dirigentes de la Iglesia o
secta católica fomentan intensamente esta actitud mediante su constante labor delictiva
de “adoctrinamiento” contra la infancia, no teniendo ningún inconveniente en
contradecirse continuamente según cuáles sean sus intereses de cada momento,
pues es consciente de que su labor “pastoral” al frente de su inmenso rebaño de
mansos “borregos” se producirá sin complicación alguna, pues el rebaño dejará en
manos de sus “pastores” la complicada tarea de pensar, mientras que ellos cumplirán
sobradamente asumiendo lo que su pastor les exponga, aceptando cualquier
doctrina que les imponga, creyendo en cualquier barbaridad que se les proponga y
haciendo lo que se les mande como consecuencia de haber perdido la facultad de
pensar y de actuar en consecuencia como resultado de la atrofia mental
producida como consecuencia del absurdo adoctrinamiento sectario sufrido
especialmente a lo largo de su infancia.
[4] Lucas, 18:24.
[5] Mateo,
7:24.
[16] Juan,
4:7-26.
[18] Pablo, I Corintios,
4, 7-10. La cursiva es mía.
[19] Pablo, I Corintios,
4, 5.
[20] Pablo: Timoteo,
2: 11-14.
[21] Pablo, I Corintios,
14: 34-35.
[23] Pablo: Efesios,
6:5-6. Pablo se expresa en términos muy parecidos a los de este párrafo en
otros lugares como en I Corintios, 7:21-24, en Colosenses, 3:22;
y en I Timoteo, 6:1-2.
[24] Pablo, I Corintios, 7:21-24.
[25] Pablo: Colosenses, 3:22. La cursiva es mía.
[28] Levítico,
44-46.
[29] Génesis, 16:1- 4.
[30] Génesis, 9:24-25.
[32] Éxodo, 12:43-44.
[33] Éxodo, 21:2-6.
[34] Éxodo, 21:20-21.
[35] Levítico, 19:20.
[36] Levítico, 25:44-46.
[38] Deuteronomio, 15:16-17.
[39] Jeremías, 34:8-14.
[40] Eclesiástico, 33:25-28.
[41] Catecismo de
la Iglesia Católica, Prim. Parte, Cap. 3, 105.
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