EL
ADOCTRINAMIENTO DOGMÁTICO DE LA
JERARQUÍA CATÓLICA
Antonio
García Ninet
Doctor
en Filosofía
La jerarquía
católica, a la vez que dice defender el respeto a todas las personas, se dedica
a adoctrinar hipócritamente,
es decir, a pervertir las mentes de los niños, arrastrándoles
a un absurdo fideísmo irracional.
A lo largo de este trabajo, centrado especialmente en el adoctrinamiento, se hablará también de
otros conceptos relacionados con el anterior, como son los siguientes:
1) las relaciones entre fe y razón en la doctrina católica;
2) la defensa histórica del fideísmo;
3) algunas críticas al fideísmo;
4) el adoctrinamiento propiamente
dicho; y
5) la derivación de la fe hacia
el fanatismo y la intransigencia, y la intolerable
situación por la que los poderes religiosos realizan su labor adoctrinadora no
sólo con total impunidad sino en complicidad con las autoridades políticas.
1. Fe y razón
En relación con esta cuestión, tiene interés señalar
la paradoja consistente en que, por una parte, se defienda, ya desde el Nuevo Testamento, el valor de la fe como
condición necesaria para la salvación[1],
pero, por otra, se pretenda dar a los niños algún tipo de razones para que acepten aquello en lo que se les adoctrina. La
paradoja consiste en que desde esta perspectiva cuantas más razones se aporten
para aceptar una doctrina de fe menos mérito debería tener el asentimiento a
tal doctrina, mientras que cuantas menos razones se aporten para aceptarla más
mérito debería tener su aceptación. De hecho, es evidente que cuando Jesús dice
“-¿Crees porque me has visto? Dichosos
los que creen sin haber visto”[2]
se está pronunciando en
el sentido que aquí se indica.
Ahora bien, ¿por qué defiende Jesús la superioridad
del creer a la del saber, en contra de la actitud del apóstol Tomás, que deseaba ver para poder creer? No parece
que tal actitud tenga sentido, pues, si fuera moralmente meritorio creer en todo aquello que se nos dijera,
al final deberíamos creer en todas supersticiones o religiones de que nos
hablasen. Pero además también deberíamos creer en su falsedad, pues del mismo
modo que hay quien defiende la verdad de unas creencias, hay quien defiende la
verdad de otras contradictorias con las primeras.
Es evidente, por ello, que la fe no consiste en otra cosa que en una falta de rigor intelectual a
la hora de afirmar o negar algo cuanto no se dispone de argumentos suficientes
que garanticen su verdad o su falsedad. Y es precisamente el adoctrinamiento infantil el que fomenta
esa falta de rigor en cuanto los “catequistas” persisten en exhortar a los
niños a que crear y acepten como verdad
lo que ellos les propongan, a partir de la afirmación gratuita según la cual la
Iglesia Católica es la depositaria de la palabra de Dios. Y, si los niños
estuvieran en condiciones de preguntar
cómo pueden saber que esto último es verdad, les amenazarían con el Infierno en
el caso de que no aceptasen la fe, la cual sólo tiene como fundamento una
primera creencia, la de la veracidad
de quienes les adoctrinan, los cuales no les darán ninguna explicación que esté
basada en un razonamiento medianamente sólido que justifique el valor de las
doctrinas que les enseñan.
Pero, al margen de que no dispongan de ningún
argumento que fundamente sus “doctrinas de fe”, se volvería a plantear la
anterior paradoja:
¿Qué mérito puede tener una fe basada en el conocimiento?
Ninguno, pues en tal caso ni siquiera se
podría hablar de fe, en cuanto ésta
se entienda como un asentimiento ciego a una proposición sin que se disponga de
argumentos suficientes en su favor, mientras que el conocimiento no requiere de
esfuerzo alguno para ser aceptado, pues se impone por sí mismo, como sucede con
proposiciones como 1 = 1, para cuya aceptación no hace falta ningún acto de fe
sino sólo comprender qué se está diciendo.
Por otra parte, ¿qué mérito podría tener una fe basada en la ignorancia? Evidentemente
ninguno, por más que a las religiones les interese que se le conceda un mérito
especial. Si se nos dice, por ejemplo, que debemos creer que 3 = 1, quizá
haciendo un supremo esfuerzo de autosugestión alguien consiguiera creer en la
verdad de tal proposición, pero ¿tendría eso algún mérito? Simplemente
podríamos admirar hasta qué límite más asombroso puede llegar la capacidad de
auto-hipnosis, la cual, siendo una actitud contraria a la veracidad, sería
además contraria a uno de los preceptos de la propia Iglesia Católica,
reflejado en las tablas de Moisés, por lo que difícilmente podría calificarse
de meritorio sin incurrir en una contradicción con tal precepto.
De manera complementaria, si se tiene en cuenta el
componente irracional y dado a la fantasía y a la superstición de la naturaleza
humana, se comprenderá mejor la facilidad con que los niños son manipulados con
tantas formas de adoctrinamiento. Este componente irracional que tanta
influencia tiene en el adoctrinamiento se observa, por ejemplo en aspectos de
la religión que nada tienen que ver con la Lógica, aunque sí con la estética,
como las grandes iglesias, catedrales y monumentos religiosos, los variados,
chillones y vistosos ropajes utilizados por sacerdotes, obispos y papa en cada
una de sus ceremonias religiosas, la música religiosa, las diversas ceremonias
y procesiones con que se les permite adueñarse de las calles en lugar de
ceñirse a utilizar el recinto de sus iglesias, diversas banderas nacionales o
regionales europeas en las que “la cruz” tiene una presencia importante. El
niño sobre el que impactan toda esta serie de “impresiones” tendrá, como es
lógico, una tendencia espontánea a creer en todo aquello que le sugieren estas
imágenes especialmente visuales, a partir de la confianza innata en la verdad
de todo aquello que provenga de “los mayores” y en especial de los más
allegados a él, como sus padres, sus maestros y las autoridades religiosas en
el caso de que sus padres sean ya creyentes de determinada religión.
Esa serie de aspectos, relacionados con impactantes
sensaciones especialmente visuales y auditivas, sirve a los dirigentes de las
distintas religiones como “argumentos emocionales” –pero no racionales- que,
sin embargo, impactan en la mente de los niños, convirtiéndose en el fundamento
más importante de su aceptación del adoctrinamiento recibido.
Por otra parte, este componente irracional de la
mente humana puede advertirse de modo más general si se tiene en cuenta la
riqueza de términos y conceptos creados para hacer referencia a las diversas formas
de superstición como son los siguientes: Brujería, nigromancia, adivinación, mal
de ojo, pactos diabólicos, buenaventura, sortilegio, espiritismo, oráculos,
maleficios, hechicería, horóscopo, cartomancia, vaticios, quiromancia,
fetichismo y otras diversas formas innumerables de magia blanca (buena) o negra
(mala), en las que el porcentaje de gente que cree es realmente sorprendente.
La tendencia humana de carácter innato a creer en
fenómenos sobrenaturales o paranormales se muestra igualmente en la serie de
supersticiones populares, que no tienen otro fundamento que la tradición secular
de tales creencias, transmitidas de generación en generación a lo largo de
siglos. Así sucede con la creencia en amuletos de la suerte, en la mala suerte de
los días 13-martes (o 13-viernes en otros lugares), romper un espejo, derramar
sal, levantarse con el pie izquierdo, hacer girar un paraguas abierto –o una
silla sobre una de sus patas- apoyando la punta en el suelo, pasar por debajo
de una escalera, que se te cruce un gato negro, que se te cruce un cuervo por
la izquierda (mal presagio) o por la derecha (buen presagio)… La lista sería
interminable.
Siendo la mentalidad humana tan dada a la fantasía
no sólo para crearla sino especialmente para creerla, es comprensible la
facilidad que han tenido los creadores de religiones de rodearse muy pronto de
seguidores que han llegado incluso a matar cruelmente con sus “guerras santas”
por defender su religión o por imponerla a los demás, tal como sucedió con el
Cristianismo o con el Islamismo.
2. El fideísmo: Representantes
destacados.
La exaltación
de la fe por la jerarquía
católica tiene su complemento en su desprecio a la razón a lo largo de
la historia de esta organización. La aceptación y la valoración de la fe ciega,
por encima de cualquier intento de comprensión de los contenidos doctrinales de
esta secta es una constante a lo largo de la historia del cristianismo desde
sus comienzos, tanto en el personaje del Jesús evangélico como en los de Pablo
de Tarso, Tertuliano, Aurelio Agustín, Tomás de Aquino, Martín Lutero, Kant, José
María Escrivá -fundador del Opus Dei- y el “Papa” Juan Pablo II, por nombrar
sólo a unos pocos representantes de esta tendencia histórica. En otros
capítulos de esta obra se han citado diversos pasajes de los evangelios y de
las cartas de Pablo de Tarso en donde se defiende de modo indiscutible el
valor absoluto de la fe como condición necesaria para la salvación y, como sabemos, la fe es el
resultado de una actividad por la que, adoctrinados
y programados por otro en un principio y después por simple inercia o pereza
mental, se llega a creer y a afirmar como verdad algo en relación con lo cual
no se dispone de argumentos suficientes para demostrarlo.
Por lo que se refiere a Tertuliano (s.
II-III) es famosa su tesis fideísta resumida en la frase “credo quia absurdum”:
“Creo, puesto que es absurdo”[3], punto
de vista absolutamente despectivo contra la razón pero que desde los
planteamientos fideístas de aquel fanático resume su “lógica” especial, ya que,
efectivamente, creer en aquello que se conoce como verdad no
parece que tenga “mérito” alguno, aunque también es cierto que creer en la
verdad de algo por el hecho de que sea absurdo no parece que deba
considerarse más meritorio que lo anterior, en cuanto equivale a mantener
una disposición propicia para dejarse adoctrinar y engañar por toda clase de
absurdos con las que a uno le quieran corroer el cerebro.
Aurelio
Agustín (s.
IV-V) concedió cierta importancia a la razón (“intellige ut credas) pero, en
cualquier caso y siguiendo la tradición de los jerarcas del cristianismo,
siempre la subordinó a la fe (“crede ut intelligas”).
Una actitud similar fue la defendida por Tomás de
Aquino (s. XIII), quien indicó que la fe era el criterio de
verdad en aquellas situaciones en que pareciese haber un conflicto entre
ella y la razón, de manera que en tales situaciones la solución consistía en
considerar que la razón se había extraviado en sus conclusiones, pues los
contenidos de fe representaban verdades absolutas que tenían un carácter
infalible.
Por su parte, Martín Lutero (s. XVI), desde
la disidencia de su cristianismo “reformado”, defendió una actitud de absoluto
rechazo de la razón y de defensa acérrima de la fe, considerando que
“la razón es la mayor enemiga de la fe. Quienquiera
que desee ser cristiano debe arrancarle los ojos a su razón”.
A
finales del siglo XVIII el mismo Kant
llegó a escribir en su Crítica de la
razón pura:
“Tuve, pues, que suprimir el saber para
dejar sitio a la fe”[4],
refiriéndose de ese
modo a que su crítica a la Metafísica implicaba la imposibilidad de que la
razón pudiera alcanzar algún conocimiento sobrepasando el ámbito de la realidad
empírica , por lo que cualquier intento de demostrar la existencia de Dios
estaba condenado inevitablemente al fracaso. Sin embargo y a pesar de estas
prudentes consideraciones, Kant cayó en la irracionalidad del fideísmo desde el
momento en que introdujo sus “postulados de la razón práctica” (libre albedrío,
inmortalidad del alma y existencia de Dios) que, aunque indemostrables por sí
mismos, tales postulados, exigidos a su vez por la existencia de la moral, serían
las condiciones necesarias a partir de las cuales dicha moral tendría sentido.
Y, en cuanto para Kant la moral era un hecho que no requería de demostración
alguna, había que “postular” la existencia de tales condiciones sin las cuales
la moral habría carecido de sentido. Ése es el sentido de la “primacía de la
razón práctica” mediante la cual Kant pretendió recuperar los contenidos de aquella
Metafísica que había criticado de manera acertada desde la perspectiva de la
“razón pura”.
No sin razón criticó Nietzsche a Kant considerándolo
un “teólogo disfrazado”, pues, si su crítica de la Metafísica desde el punto de
vista de la “razón pura” fue correcta, su reintroducción de una “Metafísica
práctica”, a partir de la Moral, se basaba en el decepcionante error de haberla
realizado a partir de la aceptación acrítica de la moral absoluta del
“imperativo categórico”, confundiendo la moral
relativa, basada en el establecimiento de normas como medios para la
consecución de los fines e intereses de cualquier agrupación humana, con una supuesta
moral absoluta, basada en un supuesto
“deber incondicional”, que Kant trató de describir mediante lo que denominó
“imperativo categórico”.
Igualmente, Escrivá de Balaguer (s. XX),
fundador del Opus Dei, defendió no hace muchos años esa absurda tradición de
desprecio a la razón, pero de un modo mucho más intransigente, afirmando no sólo
la supremacía de la fe sobre la razón sino exhortando a sus fieles seguidores a
abandonar “el espíritu crítico” a la hora de atender los sermones de la
jerarquía católica, llegando a escribir:
“es mala disposición oír la palabra de
Dios con espíritu crítico”[5],
dando por hecho de
manera dogmática que las palabras que dice un cura o un obispo son realmente
“la palabra de Dios” y siendo totalmente incapaz de comprender que el mismo
precepto de ser veraz y de no mentir lleva implícito el deber de hacer lo posible
por no dejarse engañar por las apariencias o por las doctrinas que otro
pretenda inculcarnos, y, por ello mismo, el deber de ser crítico con cualquier afirmación de la que se pretenda que la
aceptemos como verdad, aunque se nos diga que se trata de “la palabra de
Dios”, pues en caso contrario todos podríamos exigir esa misma actitud respecto
a nuestras propias palabras argumentando que se trataba de “la palabra de
Dios”, que era quien nos había inspirado.
Finalmente, el señor Karol Wojtyla, “papa Juan Pablo II”, criticó la filosofía
racionalista de Descartes y de la Ilustración, que daba especial protagonismo
al hombre en su búsqueda de la verdad a partir de su propia razón, y defendió el
regreso a la filosofía de Tomás de Aquino en el siglo XIII, que subordinaba la
razón humana a una fe supuestamente basada en Dios. Calificó como “ideologías
del mal” al nazismo y al comunismo, pero vio en Descartes y en sus sucesores el
precedente de tales ideologías, por haber defendido el valor de la razón como vehículo
para progresar en la búsqueda de la verdad[6].
3. Críticas al fideísmo: Russell.
En contra de estos planteamientos tiene interés
hacer referencia a B. Russell y a
algunas de sus reflexiones críticas especialmente acertadas acerca del valor de
la fe. En este sentido escribe el gran pensador inglés:
“todo tipo de fe hace daño.
Podemos definir la “fe” como una firme creencia en algo de lo que no hay
evidencia. Donde hay evidencia nadie habla de “fe” […] Ninguna fe puede ser
defendida racionalmente, y cada una, por tanto, se defiende con la propaganda y
si es necesario con la guerra […] Si controlamos el gobierno, haremos que se
enseñe ese algo a las mentes inmaduras de los niños y que se quemen o se
prohíban los libros que enseñen lo contrario […] Si piensas que tu creencia
está basada en la razón la defenderás con argumentos más que con la
persecución, y la abandonarás si los argumentos van en contra suya. Pero si tu
creencia se basa en la fe te darás cuenta de que el argumento es inútil y, por
tanto, recurrirás a forzarlo, ya sea por medio de la persecución o atrofiando y
distorsionando las mentes de los jóvenes en lo que se llama “educación”. Esta
última es particularmente miserable, ya que se aprovecha de la inocencia de
mentes inmaduras. Por desgracia ésta se practica, en mayor o menor grado, en
los colegios de todos los países civilizados”[7].
Russell
acierta en esta crítica de la fe, en la crítica de los procedimientos
utilizados para inculcarla y en la del hecho de que se trate de inducirla
“atrofiando y distorsionando las mentes de los jóvenes” en los centros de
enseñanza. Conviene puntualizar, sin embargo, que Russell utiliza el concepto
de “educación” en un sentido muy amplio, relacionándolo no sólo con las
enseñanzas científicas y culturales sino también con lo que ahora se llama
“adoctrinamiento”, que es precisamente lo contrario de “educación”, y éste es
el motivo de que, en ese sentido tan amplio, considere la “educación” –es
decir, el adoctrinamiento- como algo
“particularmente miserable, ya que se aprovecha de la inocencia de mentes
inmaduras”.
Y añade, con razón, que “por desgracia ésta se
practica, en mayor o menor grado, en los colegios”. Por ello, precisamente
porque el adoctrinamiento religioso no es conocimiento sino aceptación
irracional de doctrinas basadas en el sometimiento de la voluntad del niño a
doctrinas impuestas mediante diversas formas de coacción o de sugestión, dicho
adoctrinamiento debería desaparecer de las aulas en las que se transmiten
auténticos conocimientos a fin de evitar que los alumnos confundan dicho adoctrinamiento con los conocimientos que reciben de las
diversas materias respecto a las cuales existe un procedimiento de
contrastación racional o empírica para comprobar su grado de aproximación a la
verdad.
En relación con esta misma cuestión indicaba B.
Russell:
“el verdadero precepto de la veracidad
[...] es el siguiente: ‘Debemos dar a toda proposición que consideramos [...]
el grado de crédito que esté justificado por la probabilidad que procede de las
pruebas que conocemos’ [...] Pero ir por el mundo creyéndolo todo con la
esperanza de que consiguientemente creeremos tanta verdad como es posible es
como practicar la poligamia con la esperanza de que entre tantas mujeres
encontraremos alguna que nos haga felices”[8].
4. Adoctrinamiento.
En estos momentos, parece que al menos una parte de la
sociedad empieza a concienciarse de que la religión, tanto la católica como
cualquier otra, debe desaparecer de las aulas donde se imparten “conocimientos”
en cuanto lo que las diversas confesiones religiosas inculcan no son
conocimientos sino “adoctrinamiento”, es decir, lo más contrario al
conocimiento auténtico. Por otra parte, la jerarquía católica, consciente de la
situación, intenta recuperar el terreno perdido mediante críticas y
manifestaciones en contra de las leyes de aquellos gobiernos que defienden
puntos de vista distintos a los suyos y que promueven una educación más ceñida
a los auténticos conocimientos y más respetuosa con el carácter laico y
aconfesional de nuestra constitución.
Desde luego es
injustificable y “particularmente miserable” –como dice Russell- que se
consienta la manipulación de la infancia y de la juventud para adoctrinarlas en
esa serie de creencias irracionales constituida por las diversas religiones, y,
por ello, debería desaparecer no sólo de las aulas sino incluso de las iglesias
en cuanto sus dirigentes pretendan continuar con su adoctrinamiento o pederastia mental y no se limiten a
discutir sus doctrinas –si quieren- con personas intelectualmente ya formadas.
Por ello mismo, de acuerdo con el artículo 20.4 de la Constitución Española[9],
el Estado debería establecer mecanismos para proteger la formación de la
infancia a fin de que las mentes de niños y jóvenes no fueran profanadas y
dañadas por el gravísimo atentado que supone el adoctrinamiento religioso, y,
por ello mismo, en cuanto ese artículo no parece fácilmente compatible con el que
dice que “los poderes públicos garantizan el derecho que asiste a los padres
para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo
con sus propias convicciones”[10], parece que éste último
artículo debería modificarse en cuanto los padres no son propietarios de
los hijos y, en consecuencia, no tienen un derecho absoluto sobre sus
mentes hasta el punto de adoctrinarlos de modo irracional y mucho menos
el de permitir que otros lo hagan por ellos. ¿Qué clase de derecho sería el que
permitiera que un padre adoctrinase o hiciera adoctrinar a su hijo en una
religión que defendiese los sacrificios humanos, la inferioridad de la mujer o
que condenase la democracia, defendiendo que debían ser los dirigentes
religiosos quienes gobernasen el país? ¿qué derecho tendría el padre a exigir
que sus hijos recibieran una formación religiosa semejante? Hay que tener en
cuenta además que ha habido religiones que han defendido ideas como las
indicadas y que el misma Iglesia Católica sigue defendiendo la inferioridad de
la mujer, aunque haya aprendido a silenciar tal doctrina cuando le interesa
mantenerla oculta.
El respeto
a los hijos como personas autónomas debería servir de guía para tratar
de evitar que cualquier desaprensivo pretendiese controlar, frenar o viciar el
desarrollo natural de sus mentes por lo que se refiere a su racionalidad
crítica para ser capaces de conducir su vida, protegiéndoles del peligro de ser
seducidos por otros en lugar de ayudarles a ser libres y a vivir guiados por su
propia conciencia, y no por una supuesta autoridad ajena que dictaminase qué
deben creer y qué deben rechazar.
Por ello y del mismo modo que a los padres que se
despreocupan de los hijos desde el punto de vista de la alimentación o de los
malos tratos físicos se les llega a quitar su custodia, con el mismo o con
mayor motivo se debería estudiar el problema de los “malos tratos psíquicos”,
como éste, consistente en “adoctrinar” o
dejar que otros “adoctrinen” a los propios hijos, teniendo en cuenta las
nefastas consecuencias que dicho
adoctrinamiento implica para el normal desarrollo de la mente de los
niños.
En la práctica, tal vez este cambio social sea una
utopía en cuanto lo primero que debería aprender un padre es cómo debe
comportarse con su hijo en cuanto pretenda lograr el desarrollo de su
personalidad, pues en la misma medida en que estamos convencidos de que nuestros
puntos de vista sobre la realidad son correctos y queremos dar a nuestros hijos
lo mejor, resulta especialmente difícil la tarea de explicar a los padres que
la mejor formación de los hijos es aquella que busca el desarrollo integral de
su personalidad y de sus diversas potencialidades, físicas y psíquicas, tarea
que es incompatible con cualquier tipo de adoctrinamiento en cuanto éste sofoca
el desarrollo de su libertad y de su racionalidad en cuanto éste no consiste en
una “formación” sino en una “deformación” de la mente.
Esta insistencia de la jerarquía católica en la
importancia de la fe tiene su
repercusión especial en el adoctrinamiento que ejerce sobre los niños,
cuyas mentes le resulta más sencillo moldear que las de los mayores, para que
asuman y crean todo lo que quieran proponerles, aprovechando su natural
inmadurez complementada con su natural confianza en la sabiduría y en la veracidad
de sus padres, sus maestros, sus preceptores y, en definitiva, de “los
mayores”, en quienes confían de manera natural e instintiva.
La jerarquía católica incurre aquí en el absurdo de
pretender explicar a los niños
doctrinas que a la vez considera dogmas,
los cuales considera que, por definición, están por encima de la razón humana, y que, por ello mismo, no pueden ser
objeto de explicación alguna sino
sólo de fe o creencia. Por ello mismo, desde la rectitud intelectual no pueden
ser aceptadas como verdades en cuanto no pueden demostrarse, al margen de que
además pueda demostrarse su falsedad, como sucede con la mayor parte de tales
contenidos.
Es evidente que, si la jerarquía católica se
interesa por adoctrinar a los niños, embutiendo en su mente tales doctrinas
irracionales, no es por el hecho de que quieran proporcionarles unas enseñanzas
realmente necesarias para que alcancen “la vida eterna” o para ofrecerles una
orientación vital realmente valiosa, sino porque para la prosperidad de su
negocio le interesa reclutar nuevos adeptos y porque, como consecuencia de la
falta de madurez de los primeros años de la vida, los niños son naturalmente propensos
a aceptar cualquier doctrina que se les quiera inculcar por absurda que pueda
ser. Y así, la exaltación de la fe y la lucha por impedir el desarrollo de su
espíritu crítico a la hora de ponderar el valor de los “mensajes religiosos”
van acompañados del proselitismo y del adoctrinamiento sin escrúpulos
contra la infancia practicado por la jerarquía católica –y la de todas las
religiones-, abusando de la receptividad de la infancia para conseguir que
acepte tales dogmas irracionales. Pero, si resulta absurdo que la jerarquía
católica pretenda imponer a los adultos la idea de que deben tener fe en sus
doctrinas sin justificación de ninguna clase, resulta ya incalificable de
otro modo que no sea como pederastia mental la actitud por la cual
violan las mentes de los niños, inculcándoles de forma tan persistente y
coactiva como irracional toda una serie de doctrinas absurdas como si fueran
verdades que ellos no alcanzan a comprender porque son pequeños, por lo que deben
creer las doctrinas ininteligibles
que sus adoctrinadores (catequistas, curas, obispos…) decidan.
4.1. Los fines del adoctrinamiento
Sin embargo, a pesar del carácter tan absurdo del adoctrinamiento religioso, la jerarquía
católica lo realiza impunemente contra los niños, tanto en las iglesias como en
los colegios, como si tuviera todo el derecho del mundo a envenenar sus mentes
con dogmas incoherentes fomentando en ellos la sometimiento de su mente y la
atrofia de su capacidad crítica. Por ello, si la exaltación de la fe es ya por sí misma una actitud
contraria a la veracidad, mucho más
grave e inadmisible resulta que la jerarquía católica se considere con derecho
a adoctrinar a los
niños para que crean, de modo ciego y dogmático, la serie de doctrinas con las que
envenenan su mente.
La finalidad
aparente de ese adoctrinamiento es la de proporcionar a niños y jóvenes
la “formación religiosa” necesaria para dirigir su vida “por el camino recto”
(?) y así conducirles a “la salvación de su alma” –aunque por lo que se refiere
a esto último los dirigentes de la Iglesia Católica tendrían que demostrar que
hubiera un alma que salvar y que la aceptación de tales creencias fuera
necesaria para tal fin-; pero la finalidad
real que se persigue
mediante el adoctrinamiento, aunque
en ocasiones pueda mantenerse oculta, es la de controlar sus mentes en todos
los terrenos, no sólo en el religioso y el moral sino especialmente en el
político –mucho más que en el de las mismas creencias religiosas-,
inculcándoles la idea de que deben someterse
y obedecer cualquier orden que
reciban de la Iglesia Católica en cuanto ella habla siempre en nombre de Dios.
Esta idea aparece con mucha mayor claridad en el Antiguo Testamento, donde los sacerdotes de Yahvé, como mensajeros
de la palabra de Yahvé, dirigían políticamente a su pueblo mediante constantes
órdenes de carácter supuestamente divino. En los tiempos actuales la Iglesia
Católica no goza de un poder similar, pero en cualquier caso sus dirigentes se
sirven del adoctrinamiento para troquelar las mentes infantiles inculcándoles
la idea de que su autoridad está –o debería estar- a un nivel superior incluso
al de la autoridad política y que por ello a la hora de actuar deben seguir
siempre las consignas de las autoridades religiosas. Y así su autoridad sobre
sus fieles se convierte en el punto de apoyo a partir del cual, de modo directo
o indirecto, consiguen su poder para chantajear a los diversos gobiernos, de los
cuales obtiene cuantiosos beneficios y privilegios económicos para seguir llenando
las arcas del Vaticano y de sus múltiples sucursales a lo largo y a lo ancho de
una parte importante del mundo. Por su parte, los gobiernos “democráticos”,
aunque en apariencia respetan la libertad de creencias, en países como España y
por lo que se refiere a la enseñanza de la religión, más que respetar dicha libertad
lo que hacen es ceder al chantaje de la Iglesia Católica, no limitándose a
permitir dicha libertad sino favoreciendo a la Iglesia Católica hasta el punto
de introducirla en casi todas las instituciones públicas, como colegios,
ejército con “curas castrenses” con sus respectivos sueldos y sus capillas,
ceremoniales políticos como la jura del cargo de ministro o de presidente del
gobierno o de otros cargos políticos –espectáculo con el que consiguen una
valiosa propaganda de la importancia de su labor-, hospitales con capillas y
curas que cobran por asistir a los enfermos, universidades públicas con
capillas incluidas en ellas, como si las doctrinas religiosas tuvieran algo que
ver con los conocimientos que se imparten en dichas universidades, monumentos
religiosos en diversos puntos estratégicos de las ciudades, fiestas religiosas
que contradicen el teórico carácter no confesional de muchos estados, infinidad
de propiedades eclesiásticas, exención de impuestos para tales propiedades, nombres
de calles y de plazas dedicados a diversos santos y vírgenes, grandes cruces
colocadas a la entrada de pueblos y ciudades, lo cual sugiere al menos la idea
de que dichos pueblos les pertenecen, gran cantidad de cementerios con
crucifijos colocados a su entrada, cementerios donde se prohibía el entierro de
suicidas, protestantes y ateos declarados. Todo esto es una simple muestra de
que hasta la actualidad los gobiernos han sido incapaces de enfrentarse a la
Iglesia Católica para impedirle abusar del “derecho” (?)… a embaucar libremente
a los niños mediante su dañina actividad adoctrinadora.
Como ya se ha dicho, la finalidad que la jerarquía
católica pretende con su adoctrinamiento
de la infancia no puede ser, efectivamente, el de la salvación de las almas de
los niños, pues ¿de qué tendría que salvarlas? y, suponiendo que “su Dios”
existiera, sería una pretensión absurda y llena de soberbia que dicha salvación
no se hiciera depender de la supuesta misericordia infinita de su Dios, de la
que tanto hablan cuando les interesa, sino del hecho de que el niño aceptase
ciegamente sus doctrinas –en lo cual consiste la fe- renunciando a su propia
racionalidad crítica.
Si ya antes y en otros momentos se ha criticado la
fe como una actitud contradictoria con respecto a la veracidad, a estas
críticas hay que añadir que el adoctrinamiento ejercido contra la
infancia representa un delito extremadamente grave en cuanto se trata de un
crimen de pederastia mental, pues quienes lo practican se aprovechan de la
natural inmadurez mental de los niños para inculcarles de modo irracional toda
una serie de prejuicios, imbuyéndoles la idea de que su razón carece de valor a
la hora de orientarles en la búsqueda de la verdad en su dimensión religiosa y
moral, y en ocasiones en la política e incluso en la científica.
Es precisamente el hecho de presentar sus doctrinas
en los centros educativos, donde se imparten conocimientos, una de las trampas que contribuyen de manera
especial a que el alumnado llegue a asumir como auténtico conocimiento lo que sólo es un adoctrinamiento irracional y absurdo.
La actitud proselitista de la jerarquía católica
mediante la “catequesis” o adoctrinamiento
de los niños no sólo representa un crimen de pederastia mental sino
también una forma de fanatismo y de intransigencia frente a cualquier forma
de pensamiento que se oponga a sus doctrinas, intransigencia que se puso de
manifiesto con la creación de la “santa Inquisición” en el siglo XIII,
encargada de juzgar y condenar a cualquier persona sospechosa de defender
doctrinas que, incluso siendo cristianas, se alejasen de la interpretación de
los dirigentes del cristianismo.
Pero, por lo que se refiere a la enseñanza de la religión en los colegios lo que deberían tener
claro los poderes políticos es que pues una cosa es incluir en el currículo
escolar, como un aspecto complementario de la asignatura de Historia, una exposición
descriptiva y crítica de las religiones más relevantes en la historia y en la cultura
de cada país así como sus contenidos doctrinales esenciales, con profesorado
designado por la jerarquía de la Iglesia Católica –aunque pagado con el dinero
de todos los españoles-, presentándola además desde planteamientos
proselitistas, que, desde luego, nada tienen que ver con la enseñanza de
auténticos conocimientos como los de las Matemáticas, la Física, la Biología,
la Geografía o la misma Historia, a pesar de encontrarse en las antípodas de estas
materias, que son racionalmente demostrables o susceptibles de contrastación
empírica en cualquier momento.
4.2. Adoctrinamiento y libertad
En definitiva, es realmente una burla y un engaño a
nuestro pueblo y a la Constitución Española, que declara que nuestro estado
tiene carácter aconfesional, que
quienes lo gobiernan consientan tal situación de sometimiento a los dictados de
ese peculiar estado del Vaticano.
Por ello, un problema especialmente importante que
deberían abordar nuestros gobernantes en cuanto quieran ser consecuentes con la
Constitución en lo relativo a la libertad de creencias es el de la supresión de
la asignatura de Religión Católica en las aulas de los colegios, públicos y
privados, impidiendo las intromisiones del Vaticano en nuestras leyes y exigiéndole
el respeto a nuestras libertades, aunque la dificultad de escapar a la
influencia de este estado “teocrático” (?) –o, mejor, “plutocrático” disfrazado-
es realmente seria, dado que la tradición por la cual la Iglesia Católica ha
ido adoctrinando a niños y jóvenes en el pasado le ha servido y le sirve ahora para
que los actuales adultos, que en su momento fueron adoctrinados, actúen como
agentes suyos infiltrados y sean quienes se encarguen en la mayoría de ocasiones
de seguir defendiendo los privilegios injustos de esta organización para continuar
practicando su criminal tarea de dañar las mentes de la nueva infancia y de la
nueva juventud como consecuencia de su constante desprecio a la razón, su coacción
en favor de la fe ciega en sus doctrinas y en el deber de obedecer sus órdenes
y consignas.
En definitiva, aunque el Estado del Vaticano debería
ser con el español tan respetuoso como suelen serlo la práctica totalidad de
los estados del mundo en sus relaciones con el nuestro, de hecho interfiere
continuamente en nuestra política interna y, especialmente, en nuestra
legislación, inmiscuyéndose y rechazando de forma dogmática aquellas leyes que
no le convienen para la prosperidad de su particular negocio.
Pero, ¿acaso se permitiría que los embajadores de
cualquier otro país se manifestaran públicamente en contra de cualquier ley
democrática del nuestro? ¿Acaso no se le expulsaría inmediatamente de nuestro
territorio? ¿Por qué no se actúa del mismo modo con los agentes del Vaticano,
que no son otros que los obispos y una gran parte de los curas? ¿Acaso el
Vaticano permitiría que los ministros o los simples ciudadanos españoles fueran
a manifestarse a la plaza de San Pedro para protestar contra sus propias leyes
y doctrinas?
5. Fanatismo e intransigencia: Escrivá de Balaguer
En este sentido el señor Escrivá de Balaguer,
fundador del Opus Dei, en su escrito Camino defendió actitudes
especialmente fundamentalistas y fanáticas, totalmente alejadas de los Derechos Humanos y de la Constitución Española, hasta el punto de
presentar una repugnante apología de la
intransigencia y llegando incluso a insultar a quienes practican la tolerancia y no la
intransigencia que él tuvo la estúpida osadía de defender escribiendo en este
sentido:
“la transigencia es señal cierta de no
tener la verdad. Cuando un hombre transige en cosas de ideal, de honra o de Fe,
ese hombre es un... hombre sin ideal, sin honra y sin Fe”[11].
Aquí,
con un fanatismo propio del fascismo o del nazismo hitleriano, el señor Escrivá
de Balaguer, “elevado a los altares” por la jerarquía católica, se atreve a
insultar a quienes son transigentes, a quienes son tolerantes, a quienes
respetan la libertad de pensamiento de los demás, aunque no compartan sus
ideas, y escribe que su actitud demuestra que son hombres “sin honra”. Sus
palabras incitan a la intransigencia a partir de la estúpida falacia según la
cual quien es transigente demuestra con su actitud que no está en posesión de
la verdad y que no tiene honra y quien es intransigente demuestra estar en
posesión de la verdad y tener honra.
Sus palabras representan el otro lado del límite que
jamás debería sobrepasar cualquier agrupación humana que pretendiera vivir
desde el respeto a la libertad de pensamiento y de expresión de las propias
ideas, límites que no son otros que los del respeto y la tolerancia hacia los
otros por lo que se refiere a su derecho a equivocarse del mismo modo que
podemos equivocarnos cada uno de nosotros. Por ello, el límite de la libertad
de cada uno debe encontrarse en el respeto a la libertad de los otros, mientras
que el límite de la tolerancia a las ideas de los demás se debe encontrar en el
punto en que nos enfrentamos a ideologías que exigen la intransigencia frente a
las ideas ajenas, como es el caso de lo que defiende el señor Escrivá de
Balaguer. Por ello mismo el único límite de la libertad de expresión debería
encontrarse en aquellos planteamientos que utilizasen tal libertad para atacar
este mismo derecho cuando son los demás quienes lo utilizan.
Volviendo, pues, a las palabras del fundador del
Opus Dei, hay que rechazarlas rotundamente en cuanto implican un fanatismo
dogmático y absurdo, ya que como seres humanos todos podemos equivocarnos en
cualquier momento y, por ello, lo inaceptable es que se defienda la
intransigencia hacia quienes piensan o creen en otras teorías o
interpretaciones de la realidad.
Siendo consecuentes con el señor Escrivá, el mundo sufriría
inicialmente una guerra ideológica sin fin, pero, llevando al límite la
intransigencia defendida por este señor, regresaríamos a la época de la Inquisición,
las Cruzadas, la Guerra Santa, y, en definitiva, a la destrucción física de quien
defendiera ideas distintas a las propias, tal como sucede en la actualidad en
las sociedades en las que el fanatismo religioso ha llegado a conseguir el
poder político.
Pero una sociedad cuyos miembros deseen convivir
entre sí de un modo tolerante, tiene que aprender a respetar las reglas de la
tolerancia y de la libertad de pensamiento y expresión sin que éstas tengan
otra limitación que la que deriva del respeto a tales reglas de convivencia. Pero
defender la idea de que no se deban tolerar las ideas de los demás porque uno
esté convencido de estar en posesión de la verdad conduciría a un autoritarismo
totalitario como el que en muchas ocasiones ha practicado la Iglesia Católica a
lo largo de su historia, bien directamente o bien en complicidad con diversos
reyes o jefes de estado.
¿Qué habría podido replicar el señor Escrivá de
Balaguer a quien hubiera sido intransigente con las doctrinas que expone en su
libro Camino? ¿Habría protestado por
esa intransigencia? Evidentemente. Sin, embargo, su protesta habría implicado
una contradicción con su anterior defensa de la intransigencia. Pero ese
librito apareció publicado en el año 1939, a la vez que el dictador Franco finalizaba
su guerra contra el régimen republicano democrático, instaurando la dictadura
del “nacionalcatolicismo”. El señor Escrivá tenía el terreno libre para
predicar la intransigencia contra quienes se atreviesen a pensar de otro modo,
y no sólo la intransigencia de un fanatismo puramente teórico sino también la
“santa coacción” que evidentemente tendría carácter físico o psíquico[12],
pues cualquier forma de coacción
implica un atentado contra la libertad del otro, mediante una forma de presión
física o psíquica… Y, como recompensa a esta actitud tan “valiente”, la Iglesia
Católica no ha esperado mucho para declarar “santo” a este payaso
fundamentalista, que llegó a identificar la intransigencia con el hecho
de estar en posesión de la verdad, y la transigencia con falta de
honra, a pesar de la multitud
incalculable de falsedades que se han defendido con absoluta intransigencia precisamente por carecer
de auténticas razones. Siendo tan
limitada su capacidad de raciocinio es comprensible que no se le ocurriera pensar
que, precisamente por las propias limitaciones humanas para alcanzar la verdad,
la actitud más noble y sincera debería consistir en reconocer tales limitaciones
y, por ello mismo, en ser tolerantes con las ideas ajenas y con su derecho a
exponerlas, a defenderlas o a modificarlas libremente a medida que la propia
razón se fuera abriendo paso para descubrir los propios errores y los ajenos,
pero sin utilizar ningún tipo de coacción y sin imposiciones irracionales.
Ese fanatismo, esa “santa intransigencia” –como la
llama este imbécil- no es nueva, ni mucho menos, en la actitud de la jerarquía
católica sino que sólo representa la reafirmación de un talante que la ha
caracterizado siempre que ha estado en condiciones propicias para comportarse
de acuerdo con él, como sucedió en 1633 cuando los dirigentes de la Iglesia
Católica condenaron a Galileo por atreverse a defender ¡la intolerable herejía
según la cual la Tierra se movía alrededor del Sol!, una verdad universalmente
aceptada en la actualidad, incluso por la misma Iglesia Católica, o como
sucedió en la España franquista y en los “siglos de oro” de mayor crueldad y
opresión inquisitorial de los dirigentes de la Iglesia Católica contra la
libertad de los pueblos de Europa y de Iberoamérica.
Este payaso llegó a defender un ilimitado fanatismo
intransigente unido a la hipocresía más absoluta, exhortando a actuar sin
escrúpulos en contra de derechos humanos tan básicos como el de la libertad de
pensamiento hasta el punto de llegar a escribir:
-“Sé intransigente en la doctrina y en
la conducta. -Pero sé blando en la forma. - Maza de acero poderosa, envuelta en
funda acolchada”[13].
- “La intransigencia no es
intransigencia a secas: es “la santa intransigencia”. No olvidemos que también
hay una “santa coacción”[14].
Si
hubiera dependido del señor Escrivá, es más que probable que su “santa
intransigencia” le hubiera conducido efectivamente a su “santa coacción”, materializada
en “maza de acero” o en instrumentos de tortura, tantas veces utilizados por la
Inquisición Católica para eliminar al disidente, al hereje y, en definitiva, a
todo aquel que se hubiese atrevido a pensar por su cuenta defendiendo puntos de
vista distintos a los de la Iglesia.
Planteamientos similares al de Escrivá de Balaguer
son los que han fomentado la aparición de asociaciones fanáticas como las del
partido nazi, que condujeron a algunos de sus integrantes a denunciar a miembros
de la propia familia por no ser adictas al nazismo, y otras formas similares de
fundamentalismo, integrismo o fanatismo talibán, como el de los “guerrilleros
de Cristo Rey” o diversas organizaciones católicas especialmente intransigentes
que, consideran efectivamente que transigir con quien piensa de otro modo es implica
carecer de ideales o de honradez.
Curiosamente las tácticas adoctrinadoras de la
jerarquía católica, relacionadas con su intransigencia y con su “santa
coacción”, resultan paradójicamente contradictorias con su aparente
interés por razonar de algún modo sus absurdas doctrinas integristas a
fin de conseguir que quienes son adoctrinados lleguen a imaginar que realmente
“comprenden” (?) las razones de su fe, y no que simplemente las creen,
afirmándolas como verdad, a pesar de tratarse de “misterios” que, por
definición, son incomprensibles para la razón humana.
Por este motivo en muchas ocasiones, aunque la
jerarquía y los teólogos católicos reconocen que los dogmas de fe son
indemostrables, pretenden introducir una distinción entre lo irracional, la racional y lo razonable,
y añaden que, aunque sus dogmas no están al alcance de la razón humana, no por
ello juzgan que sean irracionales sino “razonables”. Sin embargo, esta
distinción es realmente una trampa muy burda en cuanto, si determinada doctrina no es
racional, no tiene sentido decir que sea “razonable”, pues sólo podría hablarse
de algo razonable en la misma medida en que pudiera razonarse,
pero, en cuanto por definición los dogmas católicos se encuentran más allá de
la razón, no tiene sentido considerarlos razonables, a no ser que con tal expresión se pretenda
decir que, aunque no puede demostrarse su verdad, tampoco puede demostrarse su
falsedad, entre otros motivos porque en muchas ocasiones ni siquiera se entiende
qué quieren decir con sus pretendidos dogmas. Pero, incluso aunque se
entendiera qué quieren decir con sus dogmas, seguirían siendo irracionales en
cuanto, como suele decirse, es quien afirma una supuesta verdad quien debe
explicar cómo ha llegado a saberla y qué debemos hacer los demás para alcanzar
ese mismo conocimiento.
Por otra parte, del mismo modo que nadie pide a otro
que crea aquello que puede demostrarle como verdad, pues
espontáneamente lo aceptará a partir de tal demostración, nadie debería
exhortar a otro a que creyese lo no demostrable, en cuanto en tal caso
ni siquiera quien realizase tal exhortación tendría otra base para su propia
creencia que su interiorización irracional como consecuencia de un
adoctrinamiento anteriormente recibido por él, de carácter emotivo e irracional
tan absurdo como el que él posteriormente pretendiera aplicar a otros.
Es decir, del mismo modo que respecto a una
hipótesis científica, sería absurdo exhortar a nadie a creerla o a dejarla de
creer en lugar de explicar o demostrar su verdad o su falsedad, igualmente y
por lo que se refiere a una doctrina religiosa o de cualquier otro tipo sólo
tiene sentido aceptarla como verdadera en cuanto exista un procedimiento
mediante el cual se la demuestre. Pero, además, lo más absurdo de todo es que
en las doctrinas de la jerarquía católica, aunque hubiera alguna meramente
consistente que pudiera defenderse como simple hipótesis, hay muchas otras que
son contradictorias en sí mismas y que, por ello mismo, puede decirse de ellas no
sólo que no son racionales ni razonables sino que son falsas en cuanto han sido positivamente
refutadas, como la serie de contradicciones que aquí mismo se están analizando
en cuanto los argumentos en su contra hayan sido utilizados correctamente.
[1] “El hombre alcanza la salvación por la fe y no por el cumplimiento de la ley”
(Pablo de Tarso: Romanos,
3:27-28).
[2] Juan, 20:29.
[3] Según E. Gilson, en su obra La
filosofía de la Edad Media, esta frase no aparece literalmente en sus
escritos, pero el sentido global de su obra se encuentra claramente en esta
línea.
[5] Camino,
aforismo 945.
[6] Puede verse de manera especial esta defensa de la fe y el
correspondiente ataque a la razón en su encíclica “Fides et ratio”.
[7] B. Russell: Sociedad humana: Ética y Política, p.
225-230. Ed. Cátedra; Madrid; 1984.
[8] Ensayos
filosóficos, p. 114-115. Alianza Editorial, Madrid, 1968.
[9] “20. 4. Estas libertades tienen
su límite en el respeto a los derechos reconocidos en este Titulo, en los
preceptos de las leyes que lo desarrollen y, especialmente, en el derecho al
honor, a la intimidad, a la propia imagen y a la protección de la juventud y de
la infancia”.
[10] Constitución Española, 27. 3.
[11] José María
Escrivá: Camino, aforismo 394.
[13] Camino,
aforismo 397.
[14] Camino, aforismo
398.
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