LA
BRUTAL DISCRIMINACIÓN DE LA MUJER EN LA BIBLIA
Y EN LA “IGLESIA CATÓLICA”
Antonio
García Ninet
Los
dirigentes cristianos proclaman que la Biblia es la “palabra de Dios”, de
manera que esta “palabra” es la que debe servirles de guía a la hora de
establecer sus valores morales y religiosos, y los que de algún modo se
relacionen con éstos. Pero sucede que, como en la Biblia hay
muchas doctrinas que son afirmadas en unos pasajes para ser negadas en otros, la
jerarquía de la “Secta” procura silenciar o sacar a la luz aquellas doctrinas
que les resultan más convenientes según las circunstancias del momento, dejando
en penumbra las otras para cuando lleguen tiempos más propicios. En este
sentido, por ejemplo, cuando se está hablando de lo denigrante que es para la
mujer el uso del “burka”, que oculta por completo su cuerpo y su rostro, lo
cual es un modo simbólico de expresar la anulación de su personalidad, procuran
silenciar que algo parecido a esto es lo que predicaba Pablo de Tarso en sus
epístolas, incluidas en la Biblia, y
debiendo, por ello, ser aceptadas como inspiradas
por el “Espíritu Santo” al igual que los demás contenidos de dicho “libro
sagrado”, afirman-do que la mujer
debía llevar sobre su cabeza una
señal de sumisión al
varón. De hecho,
hasta no hace muchos años, en la España del “nacional-catolicismo”, los curas,
los dueños de “las casas de Dios”, prohibían la entrada a la iglesia a las mujeres o a las niñas que
no llevasen la cabeza cubierta con un velo, siendo su tamaño lo único que podía
variar a partir de una dimensión mínima suficiente. Y, si en estos momentos
los dirigentes católicos callan ante el hecho de que las mujeres entren en la
iglesia sin el velo, es sólo por el temor a perder clientela y poder, y no
porque hayan evolucionado desde su machismo primitivo hasta el reconocimiento
de la igualdad entre la mujer y el varón.
La visión denigrante
de la mujer que los dirigentes católicos aceptan -o deben aceptar en la medida
en que juzgan que la Biblia es la palabra de su dios- tiene
las siguientes características:
1)
En primer lugar, uno de los prejuicios míticos que más negativamente parecen
haber influido en el tradicional menos-precio bíblico hacia la mujer es
el que aparece en Génesis y en otros
pasajes dispersos de la Biblia, según el cual
“Por
la mujer comenzó el pecado, por culpa de
ella morimos todos”[1].
No obstante y de
acuerdo con una interpretación como podría ser la marxista, es probable que lo
que aquí aparece como el efecto en
realidad sea la causa. Es decir, que
el menosprecio hacia la mujer no provenga de aquel supuesto pecado de Eva sino
que, por el contrario, la atribución a Eva de aquel primer pecado sea más bien
una consecuencia de un menosprecio anterior, propio de sociedades primitivas
machistas en las que lo que más se valoraba era la fuerza física, tal como de
hecho sucedía en el pueblo de Israel según se refleja a lo largo de toda la Biblia.
El autor del anterior
pasaje no parecía tener demasiadas luces, pues, al ser la culpa –si existiera- algo de carácter individual, Eva habría sido responsable exclusivamente de su propia
acción, de su propia culpa, pero no
de la de Adán; ni éste habría sido responsa-ble de las faltas cometidas
posteriormente por la humanidad. Por ello es absurdo considerar que “por culpa
de ella [= Eva] morimos todos”, pues no tiene sentido considerar que la culpa
se herede, a pesar de lo que sugiera la mitología bíblica. Si acaso, la
humanidad podría haber heredado las consecuencias
de la culpa de Eva, a pesar de que en teoría, el poder de Yahvé habría podido
evitar esa herencia, pues nadie tiene por qué cargar con el castigo ni con las
consecuencias negativas de las acciones que otro haya realizado.
Por
otra parte, la decisión de hacer caso o no a las sugerencias de otro la toma
cada uno y, por ello, la responsabilidad de los actos que realizamos no estaría
en quien nos haya incitado a seguir sus indicaciones sino en nosotros mismos
por haberle hecho caso. En caso contrario podría decirse que la culpa de Adán
en realidad fue de Eva, pero también que la de Eva en realidad fue de la serpiente.
Pero, además, la “culpa” de la serpiente habría sido del dios de Israel que la
creó y que la predeterminó a actuar como lo hizo; pues, ciertamente, de acuerdo
con la doctrina cristiana de la predeterminación, todo lo que el hombre hace y
todo lo que en la Naturaleza sucede es el dios judeo-cristiano quien lo hace o
quien hace que suceda. Así que, para bien o para mal, el ser humano sería un juguete
en manos de ese dios, único responsable de todo, y nadie más sería responsable
de nada, ni el hombre ni la mujer, ni la serpiente.
Pero
evidentemente quien escribió el Génesis
vivía inmerso en una cultura machista –como casi todas- y, por eso, a fin de
explicar los numerosos males que rodeaban la vida humana, se inventó el mito
del “pecado original”, considerando a Eva como la culpable de todos los males.
2)
En segundo lugar, hay que hacer referencia al protagonismo casi absoluto que se concede el varón frente a la mujer.
Este protagonismo se muestra cuando al hablar de Dios se dice que es “Padre” y
no “Madre”, “Hijo” y no “Hija”, y “Espíritu Santo”, teórico padre de
Jesús y, por lo tanto, varón y no mujer. Dios creó a Adán como rey de la
creación, y a Eva, formada a partir de una costilla de Adán, para que Adán
tuviera una ayuda[2]. La
mujer fue quien introdujo el pecado en el mundo y, por ello, entre otros castigos,
Dios la condenó a ser dominada por el varón[3],
lo cual es una forma “religiosa” de justificar las diversas formas del machismo
judeo-cristiano previamente existentes; los hijos de Adán y Eva, cuyos nombres
se mencionan en la Biblia sólo son los de Caín, Abel y Seth, de manera que no
se menciona para nada los de las hijas a las que debieron de unirse Caín y Seth
para tener descendencia. Los personajes femeninos de la Biblia casi siempre
tienen un papel secundario, a pesar de la excepción que los dirigentes de la
secta cristiana han hecho de María, la madre de Jesús, a la cual ni siquiera en
los evangelios se le dio ninguna relevancia sino todo lo contrario, hasta el
punto de que en determinado momento en que María y sus otros hijos habían ido a
esperar a Jesús y sus discípulos le pasaron el aviso, éste contestó
simplemente que su madre y sus hermanos eran quienes cumplían la palabra de
Dios. Por su parte, Pablo de Tarso, auténtico fundador del cristianismo, no
menciona a María ni una sola vez. Fue más adelante cuando los dirigentes de la
Iglesia Católica descubrieron que la exaltación de María como madre de Dios
podía ser muy rentable para su negocio, como de hecho lo ha sido.
3) De acuerdo con
aquella primera valoración negativa de la mujer tal como aparece en el Génesis, pero de manera incomparablemente
más acentuada en Eclesiastés,
¡palabra de Dios!, se dice:
-“He hallado que la mujer es más amarga que la muerte, porque ella es como
una red, su corazón como un lazo y sus brazos como cadenas. El que agrada a Dios se libra de ella,
mas el pecador cae en su trampa”[4];
-“Por más que busqué no encontré; entre
mil se puede encontrar un hombre cabal, pero mujer cabal, ni una entre todas”[5].
Un
planteamiento similar aparece en Eclesiástico,
otro libro de la Biblia en el que se ponen
en paralelo la mujer y el pecado:
-“Toda maldad es poca junto a la de la mujer; ¡caiga
sobre ella la suerte del pecador!”[6].
-“Por la mujer comenzó el pecado, por culpa de ella
morimos todos”[7]
-“Vale más maldad de hombre que bondad de mujer”[8].
Y en Zacarías la mujer es
presentada como la maldad personificada:
“El hombre que hablaba conmigo se adelantó
y me dijo:
-Levanta tu vista y mira lo que aparece
ahora.
Pregunté:
-¿Qué es?
Me respondió:
-Una cuba, y representa la maldad de toda
esta tierra.
Entonces se levantó la tapa redonda de
plomo y vi una mujer sentada dentro de la cuba. El ángel me dijo:
-Es
la maldad”[9].
Este punto de vista,
compartido por estos tres libros de la Biblia,
se encuentra en la misma línea que el del Génesis, donde, como se
ha indicado en otro momento, Eva, como representante de la mujer, es
castigada por Dios a quedar sometida al varón por haber sido la responsable
principal de la desobediencia a Dios. Sin embargo, en estos últimos libros,
¡inspirados por el “Espíritu Santo”!, es donde la mujer es tratada de la forma
más denigrante imaginable, pues llegar a decir que “la mujer es más amarga que la muerte” o que “vale más
maldad de hombre que bondad de mujer” o, en definitiva, que “la mujer […] es la
maldad”, y defender de manera implícita pero inequívoca que estas doctrinas
forman parte de “la palabra de Dios”, tal como sucede en el Catecismo Católico, es adoptar una misoginia extrema, insuperable y delictiva, al mar-gen
de que los gobiernos miren hacia otro lado y no exijan a los dirigentes de esta
religión que denuncien y renuncien a esta barbaridad tan estúpida y tan denigrante
en contra de las mujeres.
Son
incontables los textos bíblicos absurdos, pero es realmente difícil encontrar
alguno que supere a éstos, tan duros con respecto a la mujer. Por suerte para
los dirigentes de la secta católica son muy pocas las mujeres que han llegado
a leer o a conocer, aunque sea de segunda mano, estos textos, pues no creo que
fueran tan pusilánimes de asumirlos con “cristiana resignación”, como si el
hecho de ser mujer o varón pudiera ser determinante de la mal-dad o bondad de
cualquier persona. Pensemos que, suponiendo que la maldad fuera una cualidad
moral derivada de un mal uso de la libertad por la que varón o mujer eligiesen
cómo ser, sería evidentemente un absurdo total y absoluto considerar que la
mujer fuera mala por ser mujer, es decir, fuera mala por naturaleza. Así que, si necesitábamos de un argumento
–entre muchos otros- para refutar la doctrina de la secta católica según la
cual la Biblia es la palabra de un dios
omnipotente y omnisciente, aquí lo tenemos sin ninguna duda.
En
resumidas cuentas, quien defienda que la Biblia
es la palabra de Dios deberá defender igualmente que la mujer es la maldad, mientras que quien niegue que la mujer sea
la maldad estará negando al mismo tiempo que la Biblia sea la palabra de
Dios.
4)
Por otra parte, el machismo bíblico se muestra igualmente en el hecho de que
todos los nombres de ángeles que aparecen en
ella son nombres de varón: Miguel, Rafael, Gabriel; el propio “Príncipe
de las Tinieblas” se muestra como varón: “Satanás”, y también el de algún otro
demonio, como “Asmodeo”. Casi todos los nombres relevantes de la Biblia son de
varón, como Adán, Caín, Abel, Seth, Noé, Sem, Cam, Jafet, Abraham, Isaac, Esaú,
Jacob, los hijos de Jacob: Rubén, Simeón, Leví, Judá, Dan, Neftalí, Gad, Aser,
Isacar, Zabulón, José y Benjamín (y sólo al final una hija llamada Dina, a la
que se menciona en muy pocas ocasiones); Moisés, Aarón, Josué, Gedeón, Sansón, Elí, Samuel, Saúl, David,
Salomón, Roboam Isaías, Jeremías, Ezequiel, Tobías, Daniel, Job, Pedro, Andrés,
Santiago, Juan, Tomás, Bartolomé, Felipe,
Judas, Mateo, Matías, Marcos, Lucas, Pablo…, y apenas alguno de mujer,
que casi siempre juega un papel secundario o relevante por sus dotes de
seducción o de traición, como Judith respecto a Holofernes[10],
Dalila respecto a Sansón[11],
o María Magdalena, poseída por siete demonios.
Con ocasión del
mítico “diluvio universal”, ni siquiera se menciona el nombre de la mujer ni el de las nueras de Noé, que fueron quienes se habrían salvado, junto con el
propio Noé y sus hijos Sem, Cam y Jafet, para que la humanidad volviese a multiplicarse,
lo cual demuestra evidentemente la escasísima impor-tancia que se concede a la
mujer, a pesar de que sin ella la continuidad de la especie humana habría sido
un milagro especialmente digno de reseñar.
Resulta igualmente
curioso y significativo –aunque más anecdótico- que en el Antiguo Testamento la mujer
quede ninguneada hasta el punto de que, cuando
se enumera la lista de los hijos de cualquier personaje, casi todos los nombres
sean de varón y apenas alguno de mujer, como si éstas no hubieran nacido o como
muestra de una consideración tan anecdótica de su existencia que fuera
irrelevante incluso mencionarla. Esto sucede por lo que se refiere a la
práctica totalidad de las largas líneas genealógicas que aparecen en la Biblia, donde o bien no se nombra la
existencia de las hijas de estos personajes o bien sólo se dice que “también
tuvieron hijas”, pero sin nombrarlas o incluso hablando de un número de hijas
muy sospechosamente inferior respecto al de hijos.
5)
La actitud degradante respecto a la mujer se muestra igualmente de un modo a la
vez machista y humillante para la mujer cuando en Génesis se habla de los varones como “hijos de Dios” y de las
mujeres como “hijas de los hombres”, lo cual, por cierto, no es ni mucho menos
una simple e inocente cuestión de nombres. Se dice en efecto en Génesis:
“Cuando los
hombres empezaron a multiplicarse en la tierra y les nacieron hijas, los hijos de Dios vieron que las hijas de los hombres eran hermosas y
tomaron para sí como mujeres las que más les gustaron”[12].
A la vez, se deja claro
que la mujer tiene el valor de una simple cosa,
en cuanto se “toma” o se “compra” por parte del varón, de manera que ésta no es
libre para decidir sobre su propia vida. Y así, cuando se dice en Génesis con la mayor naturalidad del
mundo que los hombres “tomaron para sí” las mujeres que más les gusta-ron, se
está afirmando que las raptaron o
cogieron como si fueran simples objetos, sin tener para nada en cuenta su
opinión o su voluntad.
6)
En esta misma línea de degradación de la mujer hay que señalar el hecho de que la poligamia y la posesión de concubinas y de esclavas aparece de un modo
absolutamente natural en la sociedad israelita, según se presenta en la Biblia, donde la mayo-ría de sus
personajes relevantes tuvieron varias esposas, concubinas y esclavas[13].
De hecho en Deuteronomio no se
maldice ni critica a quien es polígamo sino a aquel hijo que se acueste con alguna de las mujeres
de su padre, lo cual representa una manera bien clara y explícita de afirmar
los derechos del padre sobre sus mujeres:
-“Nadie se
acostará con una de las mujeres de su padre”[14].
-“¡Maldito quien
se acueste con una de las mujeres de su padre, porque viola los derechos de su
padre!”[15].
De nuevo nos
encontramos aquí, por cierto, con una contradicción bíblica, pues, si en
aquellos tiempos la poligamia era una institución familiar aceptada por el dios
judeo-cristiano, en cuanto así lo comunicó a quien reveló su palabra [?], es
una contradicción respecto a dicha inspiración divina que en la actualidad la secta
católica rechace la poligamia, mientras que, si se acepta la relación monogámica como forma exclusiva
de unión entre varón y mujer, en tal caso se estará censurando al propio dios
de Israel cuando consideró que la poligamia
era una relación perfectamente válida.
Sin
embargo, ese tipo de estructura familiar en la que a la mujer no se le reconoce
una relación de igualdad con el varón sino que se convierte en una simple esclava o una simple posesión del varón, objeto de compra y
de venta, es otro ejemplo de contradicción respecto a la inmutabilidad de las
supuestas leyes divinas, pues en otros momentos, como los actuales, la secta católica
defiende la monogamia y el respeto a la voluntad de la mujer a la hora de
unirse o no con otro varón sin que tal unión dependa de otra cosa que de su
decisión libre junto a la de su posible cónyuge y no de un contrato de compra
como si se tratase de un objeto.
Son muchos los personajes relevantes
mencionados en la Biblia que tuvieron
varias mujeres. Así, acerca de Roboam, hijo de Salomón, dice la Biblia:
“Sus mujeres
fueron dieciocho y sesenta las concubinas”[16].
Acerca de Gedeón
se dice igualmente:
“tuvo setenta
hijos, porque fueron muchas sus mujeres. También su concubina, que vivía en
Siquem, le dio un hijo al que llamó Abimélec”[17].
Pero de todos
ellos quien destacó de manera extraordinaria sobre los demás fue el rey
Salomón, de quien se dice en la Biblia
que tuvo ¡setecientas esposas y trescientas concubinas!:
“El rey Salomón se enamoró de muchas mujeres
extranjeras, además de la hija de faraón; mujeres moabitas, amonitas, adomitas,
sidonias, e hititas, respecto a las cuales el Señor había ordenado a los
israelitas: “No os unáis con ellas en matrimonio, porque inclinarán vuestro
corazón hacia sus dioses”. Sin embargo, Salomón se enamoró locamente de ellas,
y tuvo setecientas esposas con rango real, y trescientas concubinas. Ellas lo
pervirtieron y cuando se hizo viejo desviaron hacia otros dioses su corazón, que
ya no perteneció al Señor, como el de su padre David. Dio culto a Astarté,
diosa de los sidonios, y a Moloc, el ídolo de los amonitas […] Otro tanto hizo
para los dioses de todas sus mujeres extranjeras, que quemaban en ellos [= en
los altares] perfumes y ofrecían sacrificios a sus dioses”[18].
El
autor del libro 1 Reyes no critica en ningún caso que
Sa-lomón tuviera tantas mujeres y tantas concubinas. Lo que critica es que,
como sus mujeres eran extrajeras, es decir, no israelitas, podían ejercer sobre
él una influencia negativa que le alejase de su dios y le llevase a adorar a los
dioses de sus mujeres, que es lo que sucedió especialmente en los últimos años
de su vida, y, por eso, se dice que Salomón
“no fue tan fiel [a
Dios] como su padre David”[19],
pues,
“cuando se hizo viejo [estas esposas y concubinas]
desviaron hacia otros dioses su corazón, que ya no perteneció al Señor”[20].
Lo que es evidente es
que este alejamiento respecto a Yahvé para adorar a otros dioses le habría
costado la vida en el caso de que no hubiera sido rey sino sólo un hombre
cualquiera, pues la adoración a otros dioses era un delito que se pagaba con la
vida, tal como consta en diversos pasajes bíblicos, como en Deuteronomio, donde se dice:
“Si oyes decir que en alguna de las
ciudades que el Señor tu Dios te da para que habites en ellas surgen hombres
perversos, que intentan seducir a sus conciudadanos para que den culto a otros
dioses desconocidos para vosotros, examinarás el caso, preguntarás y te
informarás bien. Si se confirma el rumor y se prueba que tal abominación se ha
cometido en medio de ti, pasarás a espada a los habitantes de toda aquella
ciudad, y la consagrarás al exterminio con todo lo que haya en ella, incluido
su ganado, que también pasarás a espada”[21].
Parece
claro que el autor de 1 Reyes, de
manera hipócrita o por puro interés, no quiso o, mejor, no se atrevió a
criticar duramente al rey Salomón y se conformó con decir que “no fue tan fiel
a Dios como su padre David”, a pesar de que, de acuerdo con la norma de Deuteronomio, los sacerdotes debían
haberlo denunciado y haber exigido su condena a muerte aplicando la supuesta
ley de Yahvé. Pero, como en aquellos momentos Salomón era quien detentaba el
poder, los sacerdotes, con la astucia que les ha carac-terizado en todo
momento, no atreviéndose a enfrentarse con él quitaron importancia al hecho de
que hubiese adorado, poco más o menos, a setecientos dioses, mereciendo por
ello las mismas penas de muerte, de acuerdo con la ley correspondiente.
Por
su parte, Abías
“tuvo catorce mujeres, veintidós
hijos y dieciséis hijas”[22].
¡Y
fue el mismo sacerdote Yoyadá quien
proporcionó dos esposas a Joás igual que si le hubiera regalado dos borregos!:
“Joás agradó con su
conducta al Señor mientras vivió el sacerdote Yoyadá, quien le proporcionó dos
esposas de las que Joás tuvo hijos e hijas”[23].
Esta última referencia tiene el interés de poner nuevamente
de manifiesto que la poligamia no fue vista de manera negativa por sí misma, ya
que en este caso fue un sacerdote quien proporcionó dos esposas a Joás y, al
parecer, lo hizo para premiarle por su conducta hacia Yahvé.
El inconveniente surge, como ya se ha
dicho, cuando esas mujeres son extranjeras, como en el caso de las mujeres de Salomón, porque pueden
introducir sus dioses y pervertir al israelita alejándolo de su dios, lo cual
equivale a decir que a los sacerdotes lo que les preocupa especialmente es la
competencia que las otras religiones y
los otros dioses pueden suponer para su propio negocio.
En definitiva, a lo largo de sus diversos libros lo que
predomina en la Biblia de forma clara y constante es
esta valoración de la mujer como un simple
objeto para comprar, vender, usar y tirar.
7) La mujer y el noveno y último mandamiento.- De
hecho y en relación con lo anterior tiene especial interés aclarar que, a pesar
de que el clero católico siga hablando del “decálogo” o de los diez mandamientos
de Moisés, cualquiera que sepa leer puede comprobar que en la Biblia sólo
aparecen ¡nueve mandamientos!, siendo el noveno y último:
“No codiciarás la casa de tu prójimo, ni su mujer, ni
su siervo, ni su buey, ni su asno, ni nada de lo que le pertenezca”[24],
de manera que el mandamiento que
actualmente se enumera como el noveno y
penúltimo, “no desearás la mujer de tu prójimo”, en la Biblia aparece
sólo como una parte del noveno y último,
que los dirigentes cristianos dividieron en dos a fin de enmascarar el hecho
evidente de que a la mujer se la trata en la Biblia y en ese mismo pasaje relacionado con las tablas de Moisés,
como una pertenencia o cosa o como un animal –un buey, un asno-. Y precisamente por este mismo
motivo el noveno y último mandamiento no hace referencia a la mujer en
exclusiva sino refiriéndose a ella como un objeto
más del prójimo –igual que su casa o su buey-, que ha sido comprada a su padre,
sin contar para nada con su consentimiento, y que podría ser codiciada por otro
hombre. Y, por el contrario, no se habla en ningún caso del hombre como de un objeto que pueda ser codiciado ni
comprado por la mujer, pues el varón no es un objeto que pueda ser codiciado ni la mujer podría tener ningún
derecho a servirse de un varón. Recordemos a este respecto que mientras los varones son hijos de Dios, las mujeres
son hijas de los hombres y, al parecer, tal estatus confiere a los varones el
derecho de poder ser dueños de mujeres, mientras que las mujeres deben
someterse a los varones como esposas, como concubinas o como esclavas, al igual
que pueden ser repudiadas por sus maridos por la simple razón de que hayan
dejado de gustarles.
8)
De acuerdo con esta cosificación de la mujer, ésta no es dueña
de su propia vida sino que es objeto de
compra y de venta:
Jacob compró a
Raquel a su tío Labán a cambio de trabajar siete años para él[25],
aunque éste le engañó y
“por la noche […] tomó a su hija Lía y
se la trajo a Jacob, y Jacob se unió a ella”[26].
Pero,
como a Jacob le gustaba Raquel, se la volvió a pedir a su tío y éste le dijo:
“-…Termina la semana de bodas con ésta, y te daré también a la otra a
cambio de otros siete años de servicio.
Así lo hizo Jacob;
terminó la semana con la primera, y después Labán le dio por mujer también a su
hija Raquel […] Jacob se unió también a Raquel y la amó más que a Lía; y estuvo
al servicio de su tío otros siete años”[27].
Tiene
interés observar cómo en este pasaje se muestra:
a)
la propia cosificación de la mujer, cuya voluntad no
cuenta en absoluto a la hora de que su padre tome la decisión de venderla a
Jacob al margen de cuáles sean los sentimientos de ella;
b)
la ausencia
de contrato matrimonial,
pues, como la mujer es una simple posesión
de su padre, el contrato no se hace con ella sino entre su padre y su futuro propietario, que es quien la compra a cambio
de dinero o de otro bien, como, en este caso, el tiempo de trabajo –siete años-
que Jacob acuerda con su tío.
9) Un complemento de
esta infravaloración de la mujer fue el de la ley sobre el repudio o “divorcio” por el que el
marido podía rechazar a su mujer siempre que encontrase un defecto en ella o
que simplemente dejase de agradarle, mientras que la mujer en ningún caso podía
repudiar al marido. Se dice en este sentido en Deuteronomio:
“Si un hombre se
casa con una mujer, pero luego encuentra en ella algo indecente y deja de
agradarle, le entregará por escrito un acta de divorcio y la echará de casa. Si
después de salir de su casa ella se casa con otro, y también el segundo marido
deja de amarla, le entrega por escrito el acta de divor-cio y la echa de casa…”[28].
10)
La mujer puede ser tomada o raptada con
absoluta normalidad sin que su
voluntad cuente para nada.
En efecto, como ya se ha dicho, en muchas ocasiones ni
siquiera hay contrato matrimonial entre varón y mujer, sino sólo un contrato de
compra, o un simple rapto,
como sucede cuando los ancianos de la comunidad proponen que los benjaminitas
rapten mujeres, pues no tenían y la tribu de Benjamín estaba a punto de
desaparecer: En un primer momento la comunidad israelita envía tropas contra
Yabés Galaad, cuyos habitantes también eran judíos, pero no habían subido a la
asamblea del Señor. Y, como los isra-elitas habían “jurado solemnemente que
quien no subiese a Mispá ante el Señor sería castigado con la muerte”[29],
pasaron a cuchillo a todos sus habitantes menos a las muchachas vírgenes y se
las dieron a los benjaminitas[30].
A continuación los mismos benjaminitas, aconsejados por el resto de Israel,
raptaron más mujeres en Silón para quienes no tenían todavía:
“Entonces la
asamblea [de Israel] envió doce mil hombres de los más valientes, con esta
orden:
-Id y pasad a
cuchillo a todos los habitantes de Yabés Galaad, incluidas mujeres y niños.
Consagraréis al exterminio a todos los varones y a todas las mujeres casadas,
pero dejaréis con vida a las vírgenes.
Así lo hicieron.
Entre los habitantes de Galaad encontraron cuatrocientas vírgenes que no habían
tenido relaciones con ningún hombre y las trajeron al campamento de Siló, en la
tierra de Canaán. Luego, la asamblea envió mensajeros a los benjaminitas […]
para ofrecerles la paz. Los benjaminitas volvieron, y ellos les dieron las
mujeres supervivientes de Yabés Galaad, pero no había bastantes para todos.
[…] Los
ancianos de la comunidad se preguntaban:
-Las mujeres
de la tribu de Benjamín han sido extermina-das. ¿Qué haremos para procurar
mujeres a los que aún no las tienen? […]
Entonces
decidieron esto:
-Está cerca
la fiesta del Señor que se celebra todos los años en Siló […].
Y dieron
este recado a los de Benjamín:
-Id y
escondeos entre las viñas. Os quedáis observando, y cuando veáis que las
jóvenes de Siló salen a bailar, salís de las viñas, os lleváis cada uno una
muchacha de Siló y os volvéis a vuestra tierra […].
Los de Benjamín lo
hicieron así y tomaron de entre las que bailaban aquellas que necesitaban;
después volvieron cada uno a su heredad, reconstruyeron las ciudades y se
establecieron en ellas”[31].
11)
Es preferible la violación de las propias
hijas antes que la ofensa a un invitado:
Otro ejemplo más de este desprecio tan absoluto a la mujer en
la Biblia es el hecho de que, ante la
opción de consentir o no la ofensa a un invitado, se opte por ofrecer a las
propias hijas para ser violadas. Así sucede en Génesis, 19:6-8, donde Lot, para proteger a unos
extranjeros que tenía alojados en su casa, dice a quienes querían violarlos:
“-Hermanos míos, os
suplico que no cometáis tal maldad. Tengo dos hijas que no se han acostado con
ningún hombre; os las voy a sacar fuera y haced con ellas lo que queráis, pero
no hagáis nada a estos hombres que se han cobijado bajo mi techo”[32].
Algo
muy similar se narra en Jueces, donde, al igual que
en el caso anterior, la violación de mujeres no tiene la menor importancia en
relación con la ofensa a un invitado. En este sentido se dice en defensa de un
invitado:
“-No, hermanos míos, no hagáis,
semejante crimen, por favor. Es mi huésped y os pido que no hagáis tal infamia.
Aquí está mi hija, que es virgen; os la sacaré para que abuséis de ella y
hagáis con ella lo que os plazca; pero no cometáis con este hombre semejante
infamia”[33].
12) En las referencias genealógicas sólo cuenta la
línea paterna y para nada la
materna, hasta el punto de que, como ya se ha dicho en otro momento, para
demostrar la filiación divina de Jesús el evangelio atribuido a Lucas se
remonta por la línea genealógica de José hasta llegar a Adán,
incurriendo en la contradicción de afirmar la paternidad de José respecto a
Jesús cuando le interesa demostrar que Jesús era Hijo de Dios, pero negando
tal paternidad cuando le interesa afirmar que María era “virgen” y que
concibió por obra del “Espíritu Santo” y no por sus relaciones sexuales con
José. Tal contradicción bíblica hubiera podido ser evitada si los evangelistas
correspondientes hubiesen dicho que María quedó embarazada por obra del
Espíritu Santo y porque, además, María era hija de Dios, tomando como base para
este último argumento la línea genealógica materna de Jesús, que se habría
remontado hasta Adán igual que la de José, pero con la ventaja de que, si José
era un padre dudoso para quienes escribieron estos pasajes, María sí era madre
indudable de Jesús.
Esta
baja consideración de la mujer, referida a María en este caso, se muestra
además en cuanto se considera a Jesús como “hombre” por ser hijo de María y
sólo como “Hijo de Dios”, según el evangelio atribuido a Lucas, que afirma tal
doctrina, a partir de la enumeración de la genealogía paterna de Jesús, por
ser hijo de José, cuya ascendencia se remontaría hasta Adán, el cual es
considerado “hijo de Dios” por haber sido creado por él[34]
-a pesar de haber escrito antes que el auténtico padre de Jesús no fue José
sino el “Espíritu Santo”[35].
13) El papel secundario
de la mujer en el Antiguo Testamento
se muestra igualmente desde la perspectiva de su tasación económica,
tal como aparece en Levítico, donde en relación con los sacrificios
religiosos se valora al hombre –entre veinte y sesenta años- en quinientos
gramos de plata, mientras que a la mujer se la valora en trescientos:
“El
Señor dijo a Moisés:
-Di a los israelitas: Cuando alguien
haga al Señor una promesa ofreciendo una persona, la estimación de su valor
será la siguiente: el hombre entre veinte y sesenta años, quinientos gramos de
plata […]; la mujer, trescientos; el joven entre cinco y veinte años, si es
muchacho, doscientos gramos, y si es muchacha, cien; entre un mes y cinco años,
si es niño, cincuenta gramos, y treinta gramos de plata si es niña; de sesenta
años para arriba, el hombre, ciento cincuenta gramos y la mujer cincuenta”[36].
O sea, que eso de que
ante el dios judeo-cristiano todos seamos iguales evidentemente sería una
apreciación incorrecta, por lo menos por lo que se refiere a este dios, para
quien, tratándose de hombre y mujer de edades similares, la mujer siempre vale
menos que el varón, según estos escritos, supuestamente inspirados por el “Espíritu
Santo”, al margen de lo denigrante que resulta una tasación económica de seres
humanos.
14) La continuación de
este punto de vista tan degradante res-pecto a la mujer aparece nuevamente y de
manera muy acusada en Pablo de Tarso, al afirmar:
“la cabeza de la mujer
es el varón”[37],
lo cual implica evidentemente la
doctrina de que, en sí misma considerada, la mujer es un cuerpo sin cabeza.
Y, justificando el uso del velo que oculta la cabeza de la mujer, afirma
igualmente:
“toda
mujer que ora o habla en nombre de Dios con la cabeza descubierta, deshonra al
marido, que es su cabeza”[38].
Defiende a continuación
las ideas de la subordinación y sujeción de la mujer respecto al varón y del
uso del velo como símbolo de tal sujeción afirmando:
“el
varón no debe cubrirse la cabeza, porque es imagen y reflejo de la gloria de
Dios. Pero la mujer es gloria del varón, pues no procede el varón de la mujer,
sino la mujer del varón, ni fue creado el
varón por causa de la mujer, sino la mujer por causa del varón. Por eso […]
debe llevar la mujer sobre su cabeza una señal de sujeción”[39].
Esta misma idea tan
discriminativa respecto a la mujer vuelve a aparecer no sólo en relación con el
uso del velo sino también con la norma por la cual la mujer debe someterse al marido, hasta el punto
de que se le prohíbe incluso que hable en público, de manera que, si desea
saber algo, debe preguntarlo al marido, pero no durante la asamblea:
-“La
mujer aprenda en silencio con plena sumisión. No consiento que la mujer enseñe
ni domine al marido, sino que ha de estar en silencio. Pues primero fue formado
Adán, y después Eva. Y no fue Adán el que se dejó engañar, sino la mujer que,
seducida, incurrió en la transgresión”[40].
-“…que
las mujeres guarden silencio en las reuniones; no les está, pues, permitido
hablar, sino que deben mostrarse recata-das, como manda la ley. Y si quieren
aprender algo, que pregunten en casa a sus maridos, pues no es decoroso que la
mujer hable en la asamblea”[41].
Pablo de Tarso, que era
especialmente astuto, comprendió que para que el cristianismo pudiera salir
adelante y triunfar como religión, tanto entre los israelitas como en el
Imperio Romano, debía procurar mantener una línea de pensamiento afín a la
cultura en medio de la cual competía para ocupar un espacio, y, dado que el
machismo era un aspecto dominante en la cultura de aquellos tiempos –al margen
de que el propio Pablo de Tarso fuera igual-mente machista o no- parece que muy
posiblemente defendió esta absoluta subordinación de la mujer al varón por esos
motivos tácticos mencionados. Ahora bien, en cuanto las cartas de Pablo de
Tarso forman parte de la Biblia cristiana,
en esa medida quien crea que la Biblia
representa la palabra del dios cristiano deberá considerar igualmente que la
mujer debe estar sometida al marido, mientras que quien considere que la mujer
tiene iguales derechos que el marido, si quiere ser coherente, no podrá aceptar
que la Biblia católica represente la
palabra de dicho dios.
La jerarquía católica
intentó posteriormente suavizar esta doctrina acerca de la mujer enalteciendo
la figura de María, enseñanza que, desde luego, no deriva de los evangelios.
Pero, a pesar de todo, la doctrina de los dirigentes de la secta católica
continuó siendo machista y consistió siempre, de manera más o menos explícita,
en considerar a la mujer inferior al varón y creada para vivir sometida a
él.
La norma del uso del velo ha llegado hasta la actualidad, a
pesar de que no lo haya hecho hasta el extremo al que ha llegado en el mundo
islámico el uso del “burka” –con pocos centímetros de diferencia respecto al
tamaño de los uniformes de algunas comunidades de monjas católicas- que cubre
la práctica totalidad del cuerpo y del rostro femenino. Pero lo esencial de
este asunto es que su fundamento último es el mismo: la consideración de la
mujer como propiedad del marido.
15)
Otra forma de ignorar o postergar a la mujer puede verse en cierto modo en la actitud de Jesús al haber elegido a doce
apóstoles, sin que ninguno de ellos fuera mujer, tanto por lo que tal
decisión pudo representar por sí misma como por el hecho de que, aunque se
trate de un argumento muy pobre, ha sido el más utilizado por los obispos de la
secta católica para negar a la mujer su acceso al sacerdocio y a los demás puestos
importantes dentro del organigrama de cargos de su institución, diciendo que,
si Jesús hubiera querido que las mujeres accedieran a tales cargos, habría
elegido a alguna de ellas como apóstol. Se trata de un argumento absurdo, pero
es el que utilizó, entre otros, el arzobispo de Málaga en una entrevista en la CNN+ (27/03/02) para rechazar que
la mujer pudiera acceder al sacerdocio.
A la crítica de que aquellos tiempos no eran los más
adecuados para la elección de una mujer como apóstol se podría replicar que,
si Jesús era “Hijo de Dios”, por lo mismo que defendió una nueva forma de moral
igualmente hubiera podido predicar la igualdad entre los seres humanos. Además,
siendo coherentes con un argumento tan contundente [?], resulta “escandaloso”
que la jerarquía católica haya consentido que a lo largo de los tiempos quienes
no eran judíos ni de raza blanca hayan podido ser ordenados sacerdotes, pues todos los apóstoles eran judíos y de raza blanca. Igualmente, con un argumento similar,
se podría haber impugnado el nombramiento del actual jefe de la secta católica
y de la mayoría de los anteriores, argumentando que, en el supuesto de que
Jesús hubiese nombrado un jefe para su iglesia, nombró a un judío y no a un
italiano, ni a un polaco, ni a un alemán, ni a un argentino, por lo que el
actual papa, que es argentino y no judío, debería ser removido del cargo que
ocupa en contra de la voluntad de Jesús, que, supuestamente, eligió a un judío,
Pedro, como jefe de su iglesia.
En definitiva, la pobreza de tal argumento resulta tan
evidente que ni siquiera requiere una crítica. Es cierto que la sociedad del
pueblo judío era fuertemente machista y, al margen de que no parece que Jesús
hubiera nombrado a nadie como cabeza de ninguna iglesia, pues no parece
siquiera que Jesús hubiera fundado iglesia alguna, es muy posible que no
eligiese a ninguna mujer entre sus apóstoles por influjo de aquel lastre y del
machismo de la sociedad judía. Pero, por ello mismo, la actitud de Jesús sólo
demostraría que él mismo no estaba concienciado para asumir que la mujer tenía
en esencia las mismas capacidades que el varón para ejercer aquellas tareas de
que éste se ocupaba. No obstante, aunque en la práctica Jesús fue un mero
seguidor inconsciente del machismo judío tradicional, nunca defendió
explícitamente la existencia de alguna diferencia o de alguna superioridad del
varón sobre la mujer, y el hecho de que no nombrase como apóstol a ninguna
mujer no representa un argumento para concluir que la mujer debiera quedar
relegada respecto a la posibilidad de acceder al sacerdocio o a cualquier otro
cargo eclesiástico, y, en definitiva, para que apareciera siempre en un segundo
plano respecto al varón como si fuera inferior a él.
Por
otra parte, en cuanto tal argumentación relacionada con el nombramiento de
apóstoles varones habría sido absurda, hay que volver a Pablo de Tarso
para comprender que fueron especialmente sus prejuicios acerca de la mujer,
expresados en diversas epístolas, lo que condujo a dar a la mujer un papel
totalmente secundario en la estructura organizativa de la secta católica, que
estuvo radicalmente condicionada por las ideas del llamado “apóstol de los
gentiles”.
Ese
papel secundario de la mujer no sólo se ha dado en una gran parte de las
religiones en el pasado sino que sigue dándose en la actualidad, y no sólo en
cuestiones religiosas sino también políticas y sociales, aunque en los últimos
años se han producido avances importantes. Sin embargo, la jerarquía católica,
como también sucede en el terreno científico, todavía no ha sido capaz de
asumir estos avances en el interior de su organización. No obstante, en cuanto
la ausencia de la mujer en cargos más importantes de la jerarquía católica,
accediendo al sacerdocio, al episcopado y al papado, puedan tener efectos
negativos en los intereses económicos y políticos de la secta católica, es muy
probable que en un plazo de tiempo no muy largo, en cuanto sus dirigentes compren-dan
esta situación y en cuanto las propias mujeres pertenecientes a esa
organización presionen adecuadamente, se producirá el cambio consiguiente en la
mentalidad de esta secta, tal como en estos últimos años se ha producido en la secta
anglicana. Este cambio será más factible de manera especial a partir del
momento en que las “vocaciones” sacerdotales flojeen hasta el punto de que la
situación repercuta de manera preocupante en los ingresos económicos del
Vaticano.
En
este sentido conviene tener en cuenta además que la revolución política y
social, por lo que se refiere a la lucha por la igualdad de derechos para la
mujer, comenzó hace sólo poco más de cien años; así que, teniendo en cuenta que
los dirigentes católicos llevan en este terreno un desfase de muchos siglos,
es “lógico” [?] que les cueste aceptar la idea de la igualdad de la mujer
respecto al varón.
16)
A pesar de la escasa relevancia que tiene la mujer en la Biblia, hay alguna ocasión en que aparecen en ella personajes femeninos destacados,
como Raquel, Judith, Yael o Dalila. Las hazañas de estas heroínas se basaron en
la astucia, pero también en la seducción o la traición, o en ambas formas de actuación, de manera que su
conducta, aunque elogiable hasta cierto punto para los judíos, iba acompañada
de métodos contrarios a los mandamientos de Moisés.
Así Raquel robó a su padre los ídolos
familiares:
“De la tienda de
Lía, [Labán] pasó a la de Raquel. Pero ésta había tomado los ídolos, los había
escondido en la montura del camello y estaba sentada encima de ellos. Rebuscó
Labán por toda la tienda, pero no los encontró. Raquel le dijo:
-No se enfade mi
señor si no puedo levantarme, es que tengo la menstruación.
Él buscó y rebuscó,
pero no pudo encontrar sus ídolos”[42].
Por
su parte Judith se basó en su
capacidad seductora, es decir, de engaño –cualidad que en la misma Biblia no se considera precisamente
como una virtud- para cortarle la cabeza a Holofernes:
“[Judit] se calzó las sandalias, se
puso collares, pulseras, anillos, pendientes y todas sus joyas; y se acicaló
con esmero para ser capaz de seducir a los hombres que la viesen”[43].
Y,
así, una vez que sedujo a Holofernes, se acostó con él, y luego, aprovechando
que éste yacía dormido a causa del vino,
“avanzó hacia el poste que estaba a la
cabecera de Holofernes, tomó su alfanje, se acercó a la cama, lo agarró por la
cabellera y dijo:
-Fortaléceme en
este momento, Señor, Dios de Israel.
Le dio dos golpes
en el cuello con toda su fuerza y le cortó la cabeza”[44].
Otra mujer, Yael, mató a Sísara a traición:
“Bendita entre las mujeres sea Yael […]
Agua le pidió, y le dio leche; en
copa preciosa le ofreció nata. Con su izquierda agarró un clavo, con su derecha
un martillo de obrero y golpeó a Sísara, le partió la cabeza, lo machacó, le
atravesó la sien”[45].
Igualmente,
Dalila, a quien los filisteos habían
ofrecido una considerable cantidad de dinero para que les entregase a Sansón,
utilizó la seducción y la traición para conseguir que éste le rebe-lase el
secreto donde radicaba su fuerza.
De acuerdo con esta traición,
“ella durmió a Sansón sobre sus
rodillas y llamó a un hombre, que le cortó las siete trenzas de su cabeza”[46]
y mandó que avisaran a los filisteos
para que vinieran a detenerle. A continuación, perdida su fuerza, los filisteos
le detuvieron, lo dejaron ciego y lo encarcelaron.
17) En los últimos
años, José María Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, defendió
estúpidamente una perspectiva similar acerca de la mujer cuando, en su
patológico escrito Camino, dirigido casi en exclusiva a los varones y a
lo “viril”, lo contra-puso a lo femenino, considerado como inferior en muy
diversos aspectos.
En
este sentido, por ejemplo, escribe:
“Si
queréis entregaros a Dios en el mundo, antes que sabios –ellas no hace falta
que sean sabias: basta que sean discretas- habéis de ser espirituales […]”[47].
Es decir, el varón
puede aspirar a ser sabio, pero respecto a las mujeres “basta que sean
discretas”. Obsérvese incluso que esa referencia a las mujeres se hace entre
paréntesis, como si el mismo hecho de referirse a la mujer fuera ya una
concesión excesiva, y en tercera persona, sin tomarse el autor, el señor
Escrivá, la delicadeza de dirigirse a la mujer de manera directa, mientras que
la referencia a los varones es totalmente prioritaria y realizada en según-da
persona del plural, como si estuviera hablando con ellos directa y exclusivamente
a pesar de que tales palabras se encuentran escri-tas, para todo aquél que
desee leerlas, en su obra Camino.
¿Qué
motivos podría tener el señor Escrivá para tal discriminación? Parece que los
mismos que le sirvieron a Pablo de Tarso: Ningún otro que el constituido por
prejuicios simplemente irracionales y absurdos, heredados de una mentalidad arcaica, pero dominante en la Biblia, en la sociedad israelita y en la
del imperio romano.
La
importancia de esta doctrina, contraria a la igualdad entre mujer y varón, pone
más en evidencia el carácter simplemente humano –y no divino- del conjunto de
doctrinas de la secta cató-lica, y sirve además como una de las muchas muestras
de la conexión, por su carácter machista, entre el judaísmo, el cris-tianismo y
el islamismo. En esta última religión todavía en la actualidad la mujer aparece
sojuzgada y negada hasta el punto de tener que ocultarse cubriendo la práctica
totalidad de su cuerpo con el denigrante “burka” o con otras prendas bastante
similares, símbolo de la negación de su propio valor y dignidad.
[3] Génesis,
3:16.
[4] Eclesiastés, 7:26.
[9] Zacarías,
5:5-8. La cursiva es mía.
[13] 1 Reyes, 11:3.
[19] 1 Reyes, 11:6.
[20] 1 Reyes, 11:5.
[24] Éxodo, 20:17. Reproduzco la lista de
mandamientos tal como aparece en Éxodo a
fin de que quien quiera comprobar cómo, en efecto, se trata de nueve mandamientos y no de diez. Se
trata de los siguientes: [1] “No tendrás otros dioses fuera de mí. No te harás
escultura, ni imagen alguna de nada de lo que hay arriba en el cielo, o aquí
abajo en la tierra, o en el agua debajo de la tierra [...] [2] No tomarás en
vano el nombre del Senor [...] [3] Acuérdate del sábado para santificarlo [...]
[4] Honra a tu padre y a tu madre para que vivas muchos años en la tierra que
el Señor tu Dios te va a dar. [5] No matarás. [6] No cometerás adulterio. [7]
No robarás. [8] No darás falso testimonio contra tu prójimo. [9] No codiciarás
la casa de tu prójimo, ni su mujer, ni su siervo, ni su buey, ni su asno, ni
nada de lo que le pertenezca.
Ese mismo
número de mandamientos es el que aparece en
Deuteronomio, 5:7-21, donde la exposición literal del noveno y último dice:
“No codiciarás la mujer de tu prójimo, ni desearás la casa de tu prójimo, su
campo, su esclavo o su esclava, su buey o su asno, ni nada de lo que le
pertenece”.
[25] Génesis, 29:18-19.
[26] Génesis,
29:23.
[33] Jueces, 19:23.
[34] Lucas,
3:23-38. Aunque se trate de un asunto anecdótico, resulta difícil de entender
que la lista de ascendientes de José según Lucas
no coincida en aboluto con la lista correspondiente del evangelio de Mateo, pues en el caso de que una de
ellas hubiera sido correcta la otra hubiera sido necesariamente incorrecta. De
nuevo parece que el “Espíritu Santo” andaba algo despistado o desmemoriado
cuando, según dicen los dirigentes de la secta, inspiró a los
evangelistas.
[35] Lucas, 1:35.
[36] Levítico,
27:1-7.
[37] Pablo, Corintios,
4:3.
[38] Pablo, Corintios,
4:5.
[39] Pablo, Corintios,
4:7-10. La cursiva es mía.
[40] Pablo: Timoteo, 2:11-14.
[41] Pablo, I Corintios,
14:34-35.
[45] Jueces, 5:24-26.
[46] Jueces, 16:19.
[47] J. M. Escrivá: Camino, aforismo 946.
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