Los dirigentes cristianos proclaman que la Biblia es
la “palabra de Dios”, de manera que esta “palabra” es la que debe servirles
de guía a la hora de establecer sus valores morales y religiosos, y los que de algún modo se
relacionen con éstos. Pero sucede que, como en la Biblia hay
muchas doctrinas que son afirmadas en unos pasajes para ser negadas en otros, la
jerarquía de la secta procura silenciar o sacar a la luz aquellas doctrinas que
les resultan más convenientes según las circunstancias del momento, dejando en
penumbra las otras para cuando lleguen tiempos más propicios para servirse de
ellas. En este sentido, por ejemplo, cuando se está hablando de lo denigrante
que es para la mujer el uso del “burka”, que oculta por completo su cuerpo y su
rostro, lo cual es un modo simbólico de expresar la anulación de su personalidad, procuran
silenciar que algo parecido a esto es lo que predicaba Pablo de Tarso en sus
epístolas, incluidas en la Biblia, y,
por ello, debiendo ser aceptadas como inspiradas
por el “Espíritu Santo” al igual que el resto de normas de dicho “libro
sagrado”, afirmando que la mujer
debía llevar sobre su cabeza una
señal de sumisión al
varón. De hecho,
hasta no hace muchos años, en la España del “nacional-catolicismo”, los curas,
los dueños de “las casas de Dios”, prohibían la entrada a la iglesia a las mujeres o a las niñas que
no llevasen la cabeza cubierta con un velo, siendo su tamaño lo único que podía
variar a partir de una dimensión mínima suficiente. Y, si en estos momentos los
dirigentes católicos callan ante el hecho de que las mujeres entren en la
iglesia sin el velo, es sólo por el temor a perder clientela y poder, y no
porque hayan evoluciona-do desde su machismo primitivo hasta el reconocimiento
de la igualdad entre la mujer y el varón.
La
visión denigrante de la mujer que los dirigentes católicos aceptan -o deben
aceptar en la medida en que juzgan que la Biblia es
la palabra de su dios- tiene las siguientes características:
1) En primer lugar, uno de los prejuicios míticos que más
negativamente parecen haber influido en el tradicional
menosprecio bíblico hacia la mujer
es el que aparece en el Génesis y en
otros pasajes dispersos de la Biblia, según el cual
“Por la mujer comenzó el pecado, por culpa de ella morimos todos”[1].
No
obstante y de acuerdo con una interpretación como podría ser la marxista, es
probable que lo que aquí aparece como el efecto
en realidad sea la causa. Es decir,
que el menosprecio hacia la mujer no provenga de aquel supuesto pecado de Eva
sino que, por el contrario, la atribución a Eva de aquel primer pecado sea más
bien una consecuencia de un menosprecio anterior, propio de sociedades primitivas
machistas en las que lo que más se valoraba era la fuerza física, tal como de
hecho sucedía en el pueblo de Israel según se refleja a lo largo de toda la Biblia.
El
autor del anterior pasaje no parecía tener demasiadas luces, pues, al ser la culpa –si existiera- algo de carácter individual, Eva habría sido responsable
exclusivamente de su propia acción, de su propia culpa, pero no de la de Adán; ni éste habría sido responsable de
las faltas cometidas posteriormente por la humanidad. Por ello es absurdo
considerar que “por culpa de ella [= Eva] morimos todos”, pues no tiene sentido
considerar que la culpa se herede, a pesar de lo que sugiera la mitología
bíblica. Si acaso, la humanidad podría haber heredado las consecuencias de la culpa de Eva, a pesar de que en teoría, el
poder de Yahvé habría podido evitar esa herencia, pues nadie tiene por qué
cargar con el castigo ni con las consecuencias de las acciones que otro haya
realizado.
Por otra parte, la decisión de hacer caso o no a las
sugerencias de otro la toma cada uno y, por ello, la responsabilidad de los
actos que realizamos no estaría en quien nos haya incitado a seguir sus
indicaciones sino en nosotros mismos por haberle hecho caso. En caso contrario
podría decirse que la culpa de Adán en realidad fue de Eva, pero también que la
de Eva en realidad fue de la serpiente. Pero, además, la “culpa” de la
serpiente habría sido del dios de Israel que la creó y que la predeterminó a
actuar como lo hizo, pues, ciertamente, de acuerdo con la doctrina cristiana de
la predeterminación, todo lo que el hombre hace y todo lo que en la Naturaleza
sucede es el dios judeo-cristiano quien lo hace o quien hace que suceda. Así
que, para bien o para mal, el ser humano sería un juguete en manos de ese dios,
único responsable de todo, y nadie más sería responsable de nada, ni el hombre
ni la mujer, ni la serpiente.
Pero evidentemente quien escribió el Génesis vivía inmerso en una cultura
machista –como casi todas- y, por eso, a fin de explicar los numerosos males
que rodeaban la vida humana, se inventó el mito del “pecado original”,
considerando a Eva como la culpable de todos los males.
2)
En segundo lugar, hay que hacer referencia al protagonismo casi absoluto que se concede el varón frente a la mujer.
Este protagonismo se muestra cuando al hablar de Dios se dice que es “Padre” y
no “Madre”, “Hijo” y no “Hija”, y “Espíritu Santo”, teórico padre de
Jesús y, por lo tanto, varón y no mujer. Dios creó a Adán como rey de la
creación, y a Eva, formada a partir de una costilla de Adán, para que Adán
tuviera una ayuda[2]. La
mujer fue quien introdujo el pecado en el mundo y, por ello, entre otros
castigos, Dios la condenó a ser dominada por el varón[3],
lo cual es una forma “religiosa” de justificar las diversas formas del machismo
judeo-cristiano previamente existente; los hijos de Adán y Eva, cuyos nombres
se mencionan en la Biblia sólo son los de Caín, Abel y Seth, de manera que no
se menciona para nada los de las hijas a las que debieron de unirse Caín y Seth
para tener descendencia. Los personajes femeninos de la Biblia casi siempre
tienen un papel secundario, a pesar de la excepción que los dirigentes de la
secta cristiana han hecho de María, la madre de Jesús, a la cual ni siquiera en
los evangelios se le dio ninguna relevancia sino todo lo contrario, hasta el
punto de que en determinado momento en que María y sus otros hijos habían ido
a esperar a Jesús y le pasaron el aviso, éste contestó simplemente que su
madre y sus hermanos eran quienes cumplían la palabra de Dios. Por su parte,
Pablo de Tarso, auténtico fundador del cristianismo, no menciona a María ni una
sola vez. Fue más adelante cuando los dirigentes de la Iglesia Católica
descubrieron que la exaltación de María como madre de Dios podía ser muy
rentable para su negocio, como de hecho lo ha sido.
3)
De acuerdo con aquella primera valoración negativa de la mujer tal como aparece
en el Génesis, pero de manera incomparablemente
más acentuada en Eclesiastés,
¡palabra de Dios!, se dice:
-“He hallado que la mujer es más amarga que la muerte, porque ella es como una red, su corazón como un lazo y sus brazos como
cadenas. El que agrada a Dios se libra de
ella, mas el pecador cae en su trampa”[4],
-“Por más que busqué
no encontré; entre mil se puede encontrar un hombre cabal, pero mujer cabal, ni una entre todas”[5].
Un planteamiento similar aparece en Eclesiástico, otro libro de la Biblia en el que se ponen
en paralelo la mujer y el pecado:
-“Toda maldad es poca junto a la de
la mujer; ¡caiga sobre ella la suerte del pecador!”[6].
-“Por la mujer comenzó el pecado,
por culpa de ella morimos todos”[7]
-“Vale más maldad de hombre que
bondad de mujer”[8].
Y en Zacarías la
mujer es presentada como la maldad personificada:
“El hombre que hablaba conmigo se adelantó y me dijo:
-Levanta tu vista y mira lo que aparece ahora.
Pregunté:
-¿Qué es?
Me respondió:
-Una cuba, y representa la maldad de toda esta tierra.
Entonces se levantó la tapa redonda de plomo y vi una mujer sentada
dentro de la cuba. El ángel me dijo:
-Es la maldad”[9].
Este
punto de vista, compartido por estos tres libros de la Biblia, se encuentra en la misma línea que el del Génesis, donde,
como se ha indicado en otro momento, Eva, como representante de la mujer,
es castigada por Dios a quedar sometida al varón por haber sido la responsable
principal de la desobediencia a Dios. Sin embargo, en estos últimos libros,
¡inspirados por el “Espíritu Santo”!, es donde la mujer es tratada de la forma
más denigrante imaginable, pues llegar a decir que “la
mujer es más amarga que la muerte” o que “vale más maldad de hombre
que bondad de mujer” o, en definitiva, que “la mujer […] es la maldad” y
defender de manera implícita pero inequívoca que estas doctrinas forman parte
de “la palabra de Dios”, tal como sucede en el Catecismo Católico, es
adoptar una misoginia extrema, insuperable y delictiva, al margen de que los
gobiernos miren hacia otro lado y no exijan a los dirigentes de esta religión
que denuncien y renuncien a esta barbaridad tan estúpida y tan insultante en
contra de las mujeres.
Son incontables los textos bíblicos absurdos, pero
es realmente difícil encontrar alguno que supere a éstos, tan duros con
respecto a la mujer. Por suerte para los dirigentes de la secta católica son
muy pocas las mujeres que han llegado a leer o a conocer, aunque sea de segunda
mano, estos textos, pues no creo que fueran tan pusilánimes de asumirlos con
“cristiana resignación”, como si el hecho de ser mujer o varón pudiera ser determinante
de la maldad o bondad de cualquier persona. Pensemos en que, suponiendo que la
maldad fuera una cualidad moral derivada de un mal uso de la libertad por la
que varón o mujer eligiesen cómo ser, sería evidentemente un absurdo total y
absoluto considerar que la mujer fuera mala por ser mujer, es decir, fuera mala por naturaleza. Así que, si
necesitábamos de un nuevo argumento para refutar la doctrina de la secta católica
según la cual la Biblia es la palabra
de un dios omnipotente y omnisciente, aquí lo tenemos sin ninguna duda.
En resumidas cuentas, quien defienda que la Biblia es la palabra de Dios deberá
defender igualmente que la mujer es la
maldad, mientras que quien niegue que la mujer sea la maldad estará
negando al mismo tiempo que la Biblia sea la palabra de Dios.
4) Por otra parte, el machismo bíblico se muestra igualmente
en el hecho de que todos los nombres de ángeles que aparecen en ella son nombres de
varón: Miguel, Rafael, Gabriel; el propio “Príncipe de las Tinieblas” se
muestra como varón: “Satanás”, y también el de algún otro demonio, como
“Asmodeo”. Casi todos los nombres relevantes de la Biblia son de varón, como
Adán, Caín, Abel, Seth, Noé, Sem, Cam, Jafet, Abraham, Isaac, Esaú, Jacob, los
hijos de Jacob: Rubén, Simeón, Leví, Judá, Dan, Neftalí, Gad, Aser, Isacar,
Zabulón, José y Benjamín (y sólo al final una hija llamada Dina, a la que se
menciona en muy pocas ocasiones); Moisés, Aarón, Josué, Gedeón, Sansón, Elí, Samuel, Saúl, David,
Salomón, Roboam Isaías, Jeremías, Ezequiel, Tobías, Daniel, Job, Pedro, Andrés,
Santiago, Juan, Tomás, Bartolomé, Felipe,
Judas, Mateo, Matías,
Marcos, Lucas, Pablo…, y apenas alguno de mujer, que casi siempre juega un
papel secundario o relevante por sus dotes de seducción o de traición, como
Judith respecto a Holofernes[10],
Dalila respecto a Sansón[11],
o María Magdalena, poseída por siete demonios.
Con
ocasión del mítico “Diluvio universal”, ni siquiera se menciona el nombre de la
mujer ni el de las nueras de Noé, que fueron quienes se
habrían salvado, junto con el propio Noé y sus hijos Sem, Cam y Jafet, para que
la humanidad volviese a multiplicarse, lo cual demuestra evidentemente la
escasísima impor-tancia que se concede a la mujer, a pesar de que sin ella la
continuidad de la especie humana habría sido un milagro especial-mente digno
de reseñar.
Resulta
igualmente curioso y significativo –aunque más anecdótico- que en el Antiguo Testamento la mujer
quede ninguneada hasta el punto de que, cuando
se enumera la lista de los hijos de cualquier personaje, casi todos los nombres
sean de varón y apenas alguno de mujer, como si éstas no hubieran naci-do o
como muestra de una consideración tan anecdótica de su existencia que fuera
irrelevante incluso mencionarla. Esto sucede por lo que se refiere a la
práctica totalidad de las largas líneas genealógicas que aparecen en la Biblia, donde o bien no se nombra la
existencia de las hijas de estos personajes o bien sólo se dice que “también
tuvieron hijas”, pero sin nombrarlas o incluso hablando de un número de hijas
muy sospechosamente inferior respecto al de hijos.
5)
La actitud degradante respecto a la mujer se muestra igualmente de un modo a la
vez machista y humillante para la mujer cuando en Génesis se habla de los varones como “hijos de Dios” y de las
mujeres como “hijas de los hombres”, lo cual, por cierto, no es ni mucho menos
una simple e inocente cuestión de nombres. Se dice en efecto en Génesis:
“Cuando los hombres
empezaron a multiplicarse en la tierra y les nacieron hijas, los hijos de Dios vieron que las hijas de los hombres eran hermosas y
tomaron para sí como mujeres las que más les gustaron”[12].
A
la vez, se deja claro que la mujer tiene el valor de una simple cosa, en cuanto se “toma” o se “compra”
por parte del varón, de manera que ésta no es libre para decidir sobre su propia
vida. Y así, cuando se dice en Génesis
con la mayor naturalidad del mundo que los hombres “tomaron para sí” las
mujeres que más les gustaron, se está afirmando que las raptaron o cogieron como si fueran simples objetos, sin tener
para nada en cuenta su opinión o su voluntad.
6) En esta misma línea de degradación de la mujer
hay que señalar el hecho de que la
poligamia y la posesión de
concubinas y de esclavas aparece de un modo absolutamente natural en la
sociedad israelita, según se presenta en la Biblia, donde la mayoría de sus personajes relevantes tuvieron
varias esposas, concubinas y esclavas[13].
De hecho en Deuteronomio no se maldice
ni critica a quien es polígamo sino a aquel
hijo que se acueste con alguna de las mujeres de su padre, lo cual
representa una manera bien clara y explícita de afirmar los derechos del padre
sobre sus mujeres:
-“Nadie se
acostará con una de las mujeres de su padre”[14].
-“¡Maldito quien
se acueste con una de las mujeres de su padre, porque viola los derechos de su
padre!”[15].
De
nuevo nos encontramos aquí, por cierto, con una contradicción bíblica, pues si
en aquellos tiempos la poligamia era una institución familiar aceptada por el
dios judeo-cristiano, en cuanto así lo comunicó a quien reveló su palabra, es
una contradicción respecto a dicha inspiración divina que en la actualidad la secta
católica rechace la poligamia, mientras que, si se acepta la relación monogámica como forma exclusiva
de unión entre varón y mujer, en tal caso se estará censurando al propio dios
de Israel cuando consideró que la poligamia
era una relación perfectamente válida.
Sin embargo, ese tipo de estructura familiar en la que
a la mujer no se le reconoce una relación de igualdad con el varón sino que se
convierte en una simple esclava o una
simple posesión del varón, objeto de
compra y de venta, es otro ejemplo de contradicción respecto a la inmutabilidad
de las supuestas leyes divinas, pues en otros momentos, como los actuales, la secta
católica defiende la monogamia y el respeto a la voluntad de la mujer a la hora
de unirse o no con otro varón sin que tal unión dependa de otra cosa que de su
decisión libre junto a la de su posible cónyuge y no de un contrato de compra
como si se tratase de un objeto.
Son muchos los
personajes relevantes mencionados en la Biblia
que tuvieron varias mujeres. Así, acerca de Roboam, hijo de Salomón, dice la
Biblia:
“Sus mujeres
fueron dieciocho y sesenta las concubinas”[16].
Acerca
de Gedeón se dice igualmente:
“tuvo setenta
hijos, porque fueron muchas sus mujeres. También su concubina, que vivía en
Siquem, le dio un hijo al que llamó Abimélec”[17].
Pero
de todos ellos quien destacó de manera extraordinaria sobre los demás fue el
rey Salomón, de quien se dice en la Biblia
que tuvo ¡setecientas esposas y trescientas concubinas!:
“El rey Salomón se enamoró de muchas mujeres
extranjeras, además de la hija de faraón; mujeres moabitas, amonitas, adomitas,
sidonias, e hititas, respecto a las cuales el Señor había ordenado a los
israelitas: “No os unáis con ellas en matrimonio, porque inclinarán vuestro
corazón hacia sus dioses”. Sin embargo, Salomón se enamoró locamente de ellas,
y tuvo setecientas esposas con rango real, y trescientas concubinas. Ellas lo
pervirtieron y cuando se hizo viejo desviaron hacia otros dioses su corazón,
que ya no perteneció al Señor, como el de su padre David. Dio culto a Astarté,
diosa de los sidonios, y a Moloc, el ídolo de los amonitas […] Otro tanto hizo
para los dioses de todas sus mujeres extranjeras, que quemaban en ellos [= en
los altares] perfumes y ofrecían sacrificios a sus dioses”[18].
El autor del libro 1
Reyes no critica en ningún caso que
Salomón tuviera tantas mujeres y tantas concubinas. Lo que critica es que,
como sus mujeres eran extrajeras, es decir, no israelitas, podían ejercer sobre
él una influencia negativa que le alejase de su dios y le llevase a adorar a los
dioses de sus mujeres, que es lo que sucedió especialmente en los últimos años
de su vida, y, por eso, se dice que Salomón
“no
fue tan fiel [a Dios] como su padre David”[19],
pues,
“cuando se hizo viejo [estas
esposas y concubinas] desviaron hacia otros dioses su corazón, que ya no
perteneció al Señor”[20].
Lo
que es evidente es que este alejamiento respecto a Yahvé para adorar a otros
dioses le habría costado la vida en el caso de que no hubiera sido rey sino
sólo un hombre cualquiera, pues la adoración a otros dioses era un delito que
se pagaba con la vida, tal como consta en diversos pasajes bíblicos, como en Deutero-nomio, donde se dice:
“Si oyes decir que
en alguna de las ciudades que el Señor tu Dios te da para que habites en ellas
surgen hombres perversos, que intentan seducir a sus conciudadanos para que
den culto a otros dioses desconocidos para vosotros, examinarás el caso,
preguntarás y te informarás bien. Si se confirma el rumor y se prueba que tal
abominación se ha cometido en medio de ti, pasarás a espada a los habitantes de
toda aquella ciudad, y la consagrarás al exterminio con todo lo que haya en
ella, incluido su ganado, que también pasarás a espada”[21].
Parece claro que el autor de 1 Reyes, de manera hipócrita o por puro interés, no quiso o, mejor,
no se atrevió a criticar duramente al rey Salomón y se conformó con decir que
“no fue tan fiel a Dios como su padre David”, a pesar de que, de acuerdo con la
norma de Deuteronomio, los sacerdotes
debían haberlo denunciado y haber exigido su condena a muerte aplicando la
supuesta ley de Yahvé. Pero, como en aquellos momentos Salomón era quien
detentaba el poder, los sacerdotes, con la astucia que les ha caracterizado en
todo momento, no atreviéndose a enfrentarse con él quitaron importancia al
hecho de que hubiese adorado, poco más o menos, a setecientos dioses,
mereciendo por ello las mismas penas de muerte, de acuerdo con la ley
correspondiente.
Por su parte, Abías
“tuvo catorce mujeres, veintidós hijos y dieciséis hijas”[22].
¡Y fue el mismo sacerdote
Yoyadá quien proporcionó dos esposas a Joás igual que si le hubiera regalado
dos borregos!:
“Joás
agradó con su conducta al Señor mientras vivió el sacerdote
Yoyadá, quien le proporcionó dos esposas de las que Joás tuvo hijos e hijas”[23].
Esta última referencia tiene el interés de
poner nuevamente de manifiesto que la poligamia no fue vista de manera negativa
por sí misma, ya que en este caso fue un sacerdote quien proporcionó dos
esposas a Joás y, al parecer, lo hizo para premiarle por su conducta hacia
Yahvé.
El inconveniente surge,
como ya se ha dicho, cuando esas mujeres son extranjeras, como en el caso de las mujeres de Salomón, porque pueden
introducir sus dioses y pervertir al israelita alejándolo de su dios, lo cual
equivale a decir que a los sacerdotes lo que les preocupa especialmente es la
competencia que las otras religiones y los
otros dioses pueden suponer para su propio negocio.
En definitiva, a lo largo de sus diversos
libros lo que predomina en la Biblia de forma clara y constante es
esta valoración de la mujer como un simple
objeto para comprar, vender, usar y tirar.
7) La mujer y el noveno
y último mandamiento.- De hecho y en relación con lo anterior tiene
especial interés aclarar que, a pesar de que el clero católico siga hablando
del “decálogo” o de los diez mandamientos de Moisés,
cualquiera que sepa leer puede comprobar que en la Biblia sólo
aparecen ¡nueve mandamientos!, siendo el noveno y último:
“No codiciarás la casa de tu
prójimo, ni su mujer, ni su siervo, ni su buey, ni su asno, ni nada de lo que
le pertenezca”[24],
de manera que el
mandamiento que actualmente se enumera como el noveno y penúltimo, “no desearás la mujer de tu prójimo”, en la Biblia aparece
sólo como una parte del noveno y último,
que los dirigentes cristianos dividieron en dos a fin de enmascarar el hecho
evidente de que a la mujer se la trata en la Biblia y en ese mismo pasaje relacionado con las tablas de Moisés,
como una pertenencia o cosa o como un animal –un buey, un asno-. Y precisamente por este mismo
motivo el noveno y último mandamiento no hace referencia a la mujer en
exclusiva sino refiriéndose a ella como un objeto
más del prójimo –igual que su casa o su buey-, que ha sido comprada a su padre,
sin contar para nada con su consentimiento, y que podría ser codiciada por
otro hombre. Y, por el contrario, no se habla en ningún caso del hombre como de
un objeto que pueda ser codiciado ni
comprado por la mujer, pues el varón no es un objeto que pueda ser codiciado ni la mujer podría tener ningún
derecho a servirse de un varón. Recordemos a este respecto que mientras los varones son hijos de Dios, las mujeres
son hijas de los hombres y, al parecer, tal estatus confiere a los varones el
derecho de poder ser dueños de mujeres, mientras que las mujeres deben
someterse a los varones como esposas, como concubinas o como esclavas, al igual
que pueden ser repudiadas por sus maridos por la simple razón de que hayan
dejado de gustarles.
8) De acuerdo con esta cosificación de
la mujer, ésta no es dueña de su propia vida sino que es objeto de compra y de venta:
Jacob compró a
Raquel a su tío Labán a cambio de trabajar siete años para él[25],
aunque éste le engañó y
“por la noche […]
tomó a su hija Lía y se la trajo a Jacob, y Jacob se unió a ella”[26].
Pero, como a Jacob le gustaba Raquel, se la volvió a pedir a
su tío y éste le dijo:
“-…Termina la semana de bodas con ésta, y
te daré tam-bién a la otra a cambio de otros siete años de servicio.
Así
lo hizo Jacob; terminó la semana con la primera, y después Labán le dio por
mujer también a su hija Raquel […] Jacob se unió también a Raquel y la amó más
que a Lía; y estuvo al servicio de su tío otros siete años”[27].
Tiene interés observar cómo en este pasaje se
muestra a) la propia cosificación de la mujer, cuya voluntad no
cuenta en absoluto a la hora de que su padre tome la decisión de venderla a
Jacob al margen de cuáles sean los sentimientos de ella; b) la ausencia
de contrato matrimonial, pues,
como la mujer es una simple posesión
de su padre, el contrato no se hace con ella sino entre su padre y su futuro propietario, que es quien la compra a cambio
de dinero o de otro bien, como, en este caso, el tiempo de trabajo –siete años- que Jacob acuerda con su tío.
9)
Un complemento de esta infravaloración de la mujer fue el de la ley sobre el repudio o “divorcio” por el que el marido podía rechazar a su mujer siempre
que encontrase un defecto en ella o que simplemente dejase de agradarle,
mientras que la mujer en ningún caso podía repudiar al marido. Se dice en este
sentido en Deuteronomio:
“Si
un hombre se casa con una mujer, pero luego encuentra en ella algo indecente y
deja de agradarle, le entregará por escrito un acta de divorcio y la echará de
casa. Si después de salir de su casa ella se casa con otro, y también el
segundo marido deja de amarla, le entrega por escrito el acta de divorcio y la
echa de casa…”[28].
10) La mujer puede ser
tomada o raptada con absoluta normalidad sin que su voluntad cuente para nada.
En efecto, como ya se ha dicho, en muchas
ocasiones ni siquiera hay contrato matrimonial entre varón y mujer, sino sólo
un contrato de compra, o un simple rapto, como sucede cuando los ancianos de la comunidad proponen que los benjaminitas rapten
mujeres, pues no tenían y la tribu de Benjamín estaba a punto de desaparecer:
En un primer momento la comunidad israelita envía tropas contra Yabés Galaad,
cuyos habitantes también eran judíos, pero no habían subido a la asamblea del
Señor. Y, como los israelitas habían “jurado solemnemente que quien no subiese
a Mispá ante el Señor sería castigado con la muerte”[29],
pasaron a cuchillo a todos sus habitantes menos a las muchachas vírgenes y se
las dieron a los benjaminitas[30].
A continuación los mismos benjaminitas, aconsejados por el resto de Israel, raptaron más mujeres
en Silón para quienes no tenían todavía, pues la tribu estaba a punto de
desaparecer:
“Entonces
la asamblea [de Israel] envió doce mil hombres de los más valientes, con esta
orden:
-Id
y pasad a cuchillo a todos los habitantes de Yabés Galaad, incluidas mujeres y niños. Consagraréis al
exterminio a todos los varones y a todas las mujeres casadas, pero dejaréis
con vida a las vírgenes.
Así
lo hicieron. Entre los habitantes de Galaad encontraron cuatrocientas vírgenes
que no habían tenido relaciones con ningún hombre y las trajeron al campamento
de Siló, en la tierra de Canaán. Luego, la asamblea envió mensajeros a los
benjaminitas […] para ofrecerles la paz. Los benjaminitas volvieron, y ellos
les dieron las mujeres supervivientes de Yabés Galaad, pero no había bastantes
para todos.
[…] Los ancianos de la comunidad se preguntaban:
-Las mujeres de la tribu de Benjamín han sido exterminadas. ¿Qué
haremos para procurar mujeres a los que aún no las tienen? […]
Entonces decidieron esto:
-Está cerca la fiesta del Señor que se celebra todos los años en Siló
[…].
Y dieron este recado a los de Benjamín:
-Id y escondeos entre las viñas. Os quedáis observando, y cuando veáis
que las jóvenes de Siló salen a bailar, salís de las viñas, os lleváis cada uno
una muchacha de Siló y os volvéis a vuestra tierra […].
Los
de Benjamín lo hicieron así y tomaron de entre las que bailaban aquellas que
necesitaban; después volvieron cada uno a su heredad, reconstruyeron las
ciudades y se establecieron en ellas”[31].
11) Es preferible la
violación de las propias hijas antes que la ofensa a un invitado:
Otro ejemplo más de este desprecio tan
absoluto a la mujer en la Biblia es
el hecho de que, ante la opción de consentir o no la ofensa a un invitado, se
opte por ofrecer a las propias hijas para ser violadas. Así sucede en Génesis, 19:6-8, donde Lot, para proteger a unos
extranjeros que tenía alojados en su casa, dice a quienes querían violarlos:
“-Hermanos
míos, os suplico que no cometáis tal maldad. Tengo dos hijas que no se han
acostado con ningún hombre; os las voy a sacar fuera y haced con ellas lo que
queráis, pero no hagáis nada a estos hombres que se han cobijado bajo mi
techo”[32].
Algo muy similar se narra en Jueces, donde, como en el caso anterior, la violación de
mujeres no tiene la menor importancia en relación con la ofensa a un invitado.
En este sentido se dice en defensa de un invitado:
“-No, hermanos
míos, no hagáis, semejante crimen, por favor. Es mi huésped y os pido que no
hagáis tal infamia. Aquí está mi hija, que es virgen; os la sacaré para que
abuséis de ella y hagáis con ella lo que os plazca; pero no cometáis con este
hombre semejante infamia”[33].
12)
En las referencias genealógicas sólo
cuenta la línea paterna y para
nada la materna, hasta el punto de que, como ya se ha dicho en otro
momento, para demostrar la filiación divina de Jesús el evangelio atribuido a
Lucas se remonta por la línea genealógica de José hasta llegar a Adán,
incurriendo en la con-tradicción de afirmar la paternidad de José respecto a
Jesús cuando le interesa demostrar que Jesús era Hijo de Dios, pero negando
tal paternidad cuando le interesa afirmar que María era “virgen” y que
concibió por obra del “Espíritu Santo” y no por sus relaciones sexuales con
José. Tal contradicción bíblica hubiera podido ser evitada si los evangelistas
correspondientes hubiesen dicho que María quedó embarazada por obra del Espíritu
Santo y porque, además, María era hija de Dios, tomando como base para este
último argumento la línea genealógica materna de Jesús, que se habría
remontado hasta Adán igual que la de José, pero con la ventaja de que, si José
era un padre dudoso para quienes escribieron estos pasajes, María sí era madre
indudable de Jesús.
Esta baja consideración de la mujer, referida a
María en este caso, se muestra además en cuanto se considera a Jesús como
“hombre” por ser hijo de María y sólo como “Hijo de Dios” -según el
evangelio atribuido a Lucas, que afirma tal doctrina-, a partir de la
enumeración de la genealogía paterna de Jesús, por ser hijo de José,
cuya ascendencia se remontaría hasta Adán, el cual es considerado “hijo de
Dios” por haber sido creado por él[34]
-a pesar de haber escrito antes que el auténtico padre de Jesús no fue José
sino el “Espíritu Santo”[35].
13)
El papel secundario de la mujer en el Antiguo
Testamento se muestra igualmente desde la perspectiva de su tasación económica, tal como aparece en Levítico, donde en
relación con los sacrificios religiosos se valora al hombre –entre veinte y
sesenta años- en quinientos gramos de plata, mientras que a la mujer se la
valora en trescientos:
“El Señor dijo a Moisés:
-Di a los
israelitas: Cuando alguien haga al Señor una promesa ofreciendo una persona, la
estimación de su valor será la siguiente: el hombre entre veinte y sesenta
años, quinientos gramos de plata […]; la mujer, trescientos; el joven entre
cinco y veinte años, si es muchacho, doscientos gramos, y si es muchacha, cien;
entre un mes y cinco años, si es niño, cincuenta gramos, y treinta gramos de
plata si es niña; de sesenta años para arriba, el hombre, ciento cincuenta
gramos y la mujer cincuenta”[36].
O
sea, que eso de que ante el dios judeo-cristiano todos seamos iguales
evidentemente sería una apreciación incorrecta, por lo menos por lo que se
refiere a este dios, para quien, tratándose de hombre y mujer de edades
similares, la mujer siempre vale menos que el varón, según estos escritos,
supuestamente inspirados por el “Espíritu Santo”, al margen de lo denigrante
que resulta una tasación económica de seres humanos.
14)
La continuación de este punto de vista degradante respecto a la mujer aparece
nuevamente y de manera muy acusada en Pablo de Tarso, al afirmar:
“la
cabeza de la mujer es el varón”[37],
lo cual implica
evidentemente la doctrina de que, en sí misma considerada, la mujer es un
cuerpo sin cabeza. Y, justificando el uso del velo que oculta la cabeza de
la mujer, afirma igualmente:
“toda mujer que ora o habla en nombre de
Dios con la cabeza descubierta, deshonra al marido, que es su cabeza”[38].
Defiende
a continuación las ideas de la subordinación y sujeción de la mujer respecto al
varón y del uso del velo como símbolo de tal sujeción afirmando:
“el varón no debe cubrirse la cabeza,
porque es imagen y reflejo de la gloria de Dios. Pero la mujer es gloria del
varón, pues no procede el varón de la mujer, sino la mujer del varón, ni fue creado el varón por causa de la
mujer, sino la mujer por causa del varón. Por eso […] debe llevar la mujer
sobre su cabeza una señal de sujeción”[39].
Esta
misma idea tan discriminativa respecto a la mujer vuelve a aparecer no sólo en
relación con el uso del velo sino también con la norma por la cual la mujer debe someterse al marido,
hasta el punto de que se le prohíbe incluso que hable en público, de manera
que, si desea saber algo, debe preguntarlo al marido, pero no durante la
asamblea:
-“La mujer aprenda en silencio con plena
sumisión. No consiento que la mujer enseñe ni domine al marido, sino que ha de
estar en silencio. Pues primero fue formado Adán, y después Eva. Y no fue Adán
el que se dejó engañar, sino la mujer que, seducida, incurrió en la
transgresión”[40].
-“…que las mujeres guarden silencio en
las reuniones; no les está, pues, permitido hablar, sino que deben mostrarse
recatadas, como manda la ley. Y si quieren aprender algo, que pregunten en casa
a sus maridos, pues no es decoroso que la mujer hable en la asamblea”[41].
Pablo
de Tarso, que era especialmente astuto, comprendió que para que el cristianismo
pudiera salir adelante y triunfar como religión, tanto entre los israelitas
como en el Imperio Romano, debía procurar mantener una línea de pensamiento
afín a la cultura en medio de la cual competía para ocupar un espacio, y, dado
que el machismo era un aspecto dominante en la cultura de aquellos tiempos –al
margen de que el propio Pablo de Tarso fuera igualmente machista o no- parece que
muy posiblemente defendió esta absoluta subordinación de la mujer al varón por
esos motivos tácticos mencionados. Ahora bien, en cuanto las cartas de Pablo de
Tarso forman parte de la Biblia cristiana,
en esa medida quien crea que la Biblia
representa la palabra del dios cristiano deberá considerar igualmente que la
mujer debe estar sometida al marido, mientras que quien considere que la mujer
tiene iguales derechos que el marido, si quiere ser coherente, no podrá
aceptar que la Biblia represente la
palabra de dicho dios.
La
jerarquía católica intentó posteriormente suavizar esta doctrina acerca de la
mujer enalteciendo la figura de María, enseñanza que, desde luego, no deriva de
los evangelios. Pero, a pesar de todo, la doctrina de los dirigentes de la
secta católica continuó siendo machista y consistió siempre, de manera más o
menos explícita, en considerar a la mujer inferior al varón y creada para vivir
sometida a él.
La norma del uso del velo ha llegado hasta
la actualidad, a pesar de que no lo haya hecho hasta el extremo al que ha
llegado en el mundo islámico el uso del “burka” –con pocos centímetros de
diferencia respecto al tamaño de los uniformes de algunas comunidades de monjas
católicas-, que cubre la práctica totalidad del cuerpo y del rostro femenino.
Pero lo esencial de este asunto es que su fundamento último es el mismo: la
consideración de la mujer como propiedad del marido.
15) Otra forma de ignorar o postergar a la mujer puede verse
en cierto modo en la actitud de Jesús al
haber elegido a doce apóstoles, sin que ninguno de ellos fuera mujer, tanto
por lo que tal decisión pudo representar por sí misma como por el hecho de que,
aunque se trate de un argumento muy pobre, ha sido el más utilizado por los
obispos de la secta católica para negar a la mujer su acceso al sacerdocio y a
los demás puestos importantes dentro del organigrama de cargos de su
institución, diciendo que, si Jesús hubiera querido que las mujeres accedieran
a tales cargos, habría elegido a alguna de ellas como apóstol. Se trata de un
argumento absurdo, pero es el que utilizó, entre otros, el arzobispo de Málaga
en una entrevista en la CNN+ (27/03/02) para rechazar que
la mujer pudiera acceder al sacerdocio.
A la crítica de que aquellos tiempos no eran los
más adecuados para la elección de una mujer como apóstol se podría replicar
que, si Jesús era “Hijo de Dios”, por lo mismo que defendió una nueva forma de moral, igualmente hubiera podido predicar la
igualdad entre los seres humanos. Además, siendo coherentes con un argumento
tan contundente [?], resulta “escandaloso” que la jerarquía católica haya
consentido que a lo largo de los tiempos quienes no eran judíos ni de raza
blanca hayan podido ser ordenados sacerdotes, pues todos los apóstoles eran judíos y de raza blanca. Igualmente, con un argumento
similar, se podría haber impugnado el nombramiento del actual jefe de la secta católica
y de la mayoría de los anteriores, argu-mentando que, en el supuesto de que
Jesús hubiese nombrado un jefe para su iglesia, nombró a un judío y no a un
italiano, ni a un polaco, ni a un alemán, ni a un argentino, por lo que el
actual papa, que es argentino y no judío, debería ser removido del cargo que
ocupa en contra de la voluntad de Jesús, que, supuesta-mente, eligió a un
judío, Pedro, como jefe de su iglesia.
En definitiva, la pobreza de tal argumento
resulta tan evidente que ni siquiera requiere una crítica. Es cierto que la
sociedad del pueblo judío era fuertemente machista y, al margen de que no
parece que Jesús hubiera nombrado a nadie como cabeza de ninguna iglesia, pues
no parece siquiera que Jesús hubiera fundado iglesia alguna, es muy posible que
no eligiese a ninguna mujer entre sus apóstoles por influjo de aquel lastre y
del machismo de la sociedad judía. Pero, por ello mismo, la actitud de Jesús
sólo demostraría que él mismo no estaba concienciado para asumir que la mujer
tenía en esencia las mismas capacidades que el varón para ejercer aquellas
tareas de que éste se ocupaba. No obstante, aunque en la práctica Jesús fue un
mero seguidor inconsciente del machismo judío tradicional, nunca defendió
explícitamente la existencia de alguna diferencia o de alguna superioridad del
varón sobre la mujer, y el hecho de que no nombrase como apóstol a ninguna
mujer no representa un argumento para concluir que la mujer debiera quedar
relegada respecto a la posibilidad de acceder al sacerdocio o a cualquier otro
cargo eclesiástico, y, en definitiva, para que apareciera siempre en un segundo
plano respecto al varón como si fuera inferior a él.
Por otra parte, en cuanto tal argumentación
relacionada con el nombramiento de apóstoles varones habría sido
absurda, hay que volver a Pablo de Tarso para comprender que fueron
especialmente sus prejuicios acerca de la mujer, expresados en diversas
epístolas, lo que condujo a dar a la mujer un papel totalmente secundario en
la estructura organizativa de la secta católica, que estuvo radicalmente
condicionada por las ideas del llamado “apóstol de los gentiles”.
Ese papel secundario de la mujer no sólo se ha dado
en una gran parte de las religiones en el pasado sino que sigue dándose en la
actualidad, y no sólo en cuestiones religiosas sino también políticas y sociales, aunque en los últimos años se han producido avances
importantes. Sin embargo, la jerarquía católica, como también sucede en el
terreno científico, todavía no ha sido capaz de asumir estos avances en el
interior de su organización. No obstante, en cuanto la ausencia de la mujer en
cargos más importantes de la jerarquía católica, accediendo al sacerdocio, al
episcopado y al papado, puedan tener efectos negativos en los intereses
económicos y políticos de la secta católica, es muy probable que en un plazo de
tiempo no muy largo, en cuanto los dirigentes católicos comprendan esta
situación y en cuanto las propias mujeres pertenecientes a esa organización
presionen adecuadamente, se producirá el cambio consiguiente en la mentalidad
de esta secta, tal como en estos últimos años se ha producido en la iglesia
anglicana. Este cam-bio será más factible de manera especial a partir del
momento en que las “vocaciones” sacerdotales flojeen hasta el punto de que la
situación repercuta de manera preocupante en los ingresos económicos del Vaticano.
En este sentido conviene tener en cuenta además que
la revolución política y social, por lo que se refiere a la lucha por la
igualdad de derechos para la mujer, comenzó hace sólo poco más de cien años,
así que, teniendo en cuenta que los dirigentes católicos llevan en este terreno
un desfase de muchos siglos, es “lógico” [?] que les cueste aceptar la idea de
la igualdad de la mujer respecto al varón.
16) A pesar de la escasa relevancia que tiene la mujer en la Biblia, hay alguna ocasión en que aparecen
en ella personajes
femeninos destacados, como Raquel, Judith, Yael o Dalila. Las hazañas de estas
heroínas se basaron en la astucia, pero
también en la seducción o la traición, o en ambas formas de actuación, de manera que su
conducta, aunque elogiable hasta cierto punto para los judíos, iba acompañada
de métodos contrarios a los mandamientos de Moisés.
Así
Raquel robó a su padre los ídolos
familiares:
“De
la tienda de Lía, [Labán] pasó a la de Raquel. Pero ésta había tomado los
ídolos, los había escondido en la montura del camello y estaba sentada encima
de ellos. Rebuscó Labán por toda la tienda, pero no los encontró. Raquel le
dijo:
-No
se enfade mi señor si no puedo levantarme, es que tengo la menstruación.
Él
buscó y rebuscó, pero no pudo encontrar sus ídolos”[42].
Por su parte Judith
se basó en su capacidad seductora, es decir, de engaño –cualidad que en la
misma Biblia no se considera
precisamente como una virtud- para cortarle la cabeza a Holofernes:
“[Judit] se calzó
las sandalias, se puso collares, pulseras, anillos, pendientes y todas sus
joyas; y se acicaló con esmero para ser capaz de seducir a los hombres que la
viesen”[43].
Y, así, una vez que sedujo a Holofernes, se acostó con él, y
luego, aprovechando que éste yacía dormido a causa del vino,
“avanzó hacia el
poste que estaba a la cabecera de Holofernes, tomó su alfanje, se acercó a la
cama, lo agarró por la cabellera y dijo:
-Fortaléceme
en este momento, Señor, Dios de Israel.
Otra
mujer, Yael, mató a Sísara a
traición:
“Bendita entre las
mujeres sea Yael […] Agua le pidió, y le dio leche; en copa preciosa le
ofreció nata. Con su izquierda agarró un clavo, con su derecha un martillo de
obrero y golpeó a Sísara, le partió la cabeza, lo machacó, le atravesó la
sien”[45].
Igualmente, Dalila,
a quien los filisteos habían ofrecido una considerable cantidad de dinero para
que les entregase a Sansón, utilizó la seducción y la traición para conseguir
que éste le rebelase el secreto donde radicaba su fuerza.
De acuerdo con esta traición,
“ella durmió a
Sansón sobre sus rodillas y llamó a un hombre, que le cortó las siete trenzas
de su cabeza”[46]
y mandó que avisaran
a los filisteos para que vinieran a detener-le. A continuación, perdida su
fuerza, los filisteos le detuvieron, lo dejaron ciego y lo encarcelaron.
17)
En los últimos años, José María Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei,
defendió estúpidamente una perspectiva similar acerca de la mujer cuando, en su
patológico escrito Camino, dirigido casi en exclusiva a los varones y a
lo “viril”, lo contrapuso a lo femenino, considerado como inferior en muy
diversos aspectos.
En este sentido, por ejemplo, escribe:
“Si queréis entregaros a Dios en el
mundo, antes que sabios –ellas no hace falta que sean sabias: basta que sean
discretas- habéis de ser espirituales […]”[47].
Es
decir, el varón puede aspirar a ser sabio, pero respecto a las mujeres “basta
que sean discretas”. Obsérvese incluso que esa referencia a las mujeres se hace
entre paréntesis, como si el mismo hecho de referirse a la mujer fuera ya una
concesión excesiva, y en tercera persona, sin tomarse el autor, el señor
Escrivá, la delicadeza de dirigirse a la mujer de manera directa, mientras que
la referencia a los varones es totalmente prioritaria y realizada en segunda
persona del plural, como si estuviera hablando con ellos directa y exclusivamente
a pesar de que tales palabras se encuentran escritas para todo aquél que desee
leerlas, en su obra Camino.
¿Qué motivos podría tener el señor Escrivá para tal
discriminación? Parece que los mismos que le sirvieron a Pablo de Tarso:
Ningún otro que el constituido por prejuicios simplemente irracionales y
absurdos, heredados de una mentalidad arcaica,
pero dominante en la Biblia, en la
sociedad israelita y en la del imperio romano.
La importancia de esta doctrina, contraria a la
igualdad entre mujer y varón, pone más en evidencia el carácter simplemente
humano –y no divino- del conjunto de doctrinas de la secta católica, y sirve
además como una de las muchas muestras de la conexión, por su carácter machista,
entre el judaísmo, el cris-tianismo y el islamismo. En esta última todavía en
la actualidad la mujer aparece sojuzgada y negada hasta el punto de tener que
ocultarse cubriendo la práctica totalidad de su cuerpo con el denigrante
“burka” o con otras prendas bastante similares, símbolo de la negación de su
propio valor y dignidad.
[3] Génesis,
3:16.
[4] Eclesiastés, 7:26.
[9] Zacarías,
5:5-8. La cursiva es mía.
[13] 1 Reyes, 11:3.
[19] 1 Reyes, 11:6.
[20] 1 Reyes, 11:5.
[23] 2 Crónicas,
24:2.
[24] Éxodo, 20:17. Reproduzco la lista de mandamientos
tal como aparece en Éxodo a fin de
que quien quiera comprobar cómo, en efecto, se trata de nueve mandamientos y no
de diez. Se trata de los siguientes: [1] “No tendrás otros dioses fuera de mí.
No te harás escultura, ni imagen alguna de nada de lo que hay arriba en el
cielo, o aquí abajo en la tierra, o en el agua debajo de la tierra [...] [2] No
tomarás en vano el nombre del Senor [...] [3] Acuérdate del sába-do para
santificarlo [...] [4] Honra a tu padre y a tu madre para que vivas muchos años
en la tierra que el Señor tu Dios te va a dar. [5] No matarás. [6] No cometerás
adulterio. [7] No robarás. [8] No darás falso testimonio contra tu prójimo. [9]
No codiciarás la casa de tu prójimo, ni su mujer, ni su siervo, ni su buey, ni
su asno, ni nada de lo que le pertenezca.
Ese mismo
número de mandamientos es el que aparece en
Deuteronomio, 5:7-21, donde la exposición literal del noveno y último dice:
“No codiciarás la mujer de tu prójimo, ni desearás la casa de tu prójimo, su
campo, su escla-vo o su esclava, su buey o su asno, ni nada de lo que le
pertenece”.
[25] Génesis, 29:18-19.
[26] Génesis,
29:23.
[33] Jueces, 19:23.
[34] Lucas, 3:23-38.
Aunque se trate de un asunto anecdótico, resulta difícil de entender que la
lista de ascendientes de José según Lucas
no coincida en aboluto con la lista correspondiente del evangelio de Mateo, pues en el caso de que una de
ellas hubiera sido correcta la otra hubiera sido necesariaente incorrecta. De
nuevo parece que el “Espíritu Santo” andaba algo despistado o desmemoriado
cuando, según dicen los dirigentes de la secta, inspiró a los evangelistas.
[35] Lucas, 1:35.
[36] Levítico,
27:1-7.
[37] Pablo, Corintios,
4:3.
[38] Pablo, Corintios,
4:5.
[39] Pablo, Corintios,
4:7-10. La cursiva es mía.
[40] Pablo: Timoteo, 2:11-14.
[41] Pablo, I Corintios,
14:34-35.
[45] Jueces, 5:24-26.
[46] Jueces, 16:19.
[47] J. M. Escrivá: Camino, aforismo 946.
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