jueves, 11 de abril de 2013

La contradictoria defensa bíblica y de la Iglesia Católica de la mortalidad y de la inmortalidad del hombre


La contradictoria defensa bíblica y de la Iglesia Católica de la mortalidad y de la inmortalidad del hombre
Antonio García Ninet
Doctor en Filosofía
Según los dirigentes de la Iglesia Católica, después de la vida terrenal hay una vida eterna, para bien o para mal, pero, en contradicción con tal doctrina, según la mayoría de pasajes del Antiguo Testamento, ¡tan palabra de Dios como el nuevo!, la vida humana termina con su muerte terrenal.
La doctrina de la inmortalidad del hombre, más allá de su muerte terrenal, es uno de los pilares fundamentales de la Iglesia Católica y, por eso mismo, tiene especial interés analizar el origen y el fundamento de esta doctrina, ya que la creencia en ella no ha sido constante a lo largo de la historia del judeo-cristianismo sino que, por el contrario, la doctrina contraria, la de que con la muerte el hombre regresa al polvo del que procede es con mucha diferencia la idea dominante en el Antiguo Testamento. La doctrina de la existencia de una vida eterna se fue introduciendo en momentos en algunos autores bíblicos que en ocasiones llegan a contradecirse defendiendo ambas ideas, aunque en pasajes distintos, quedando asumida de modo definitivo a partir del Nuevo Testamento.
Pero, en cuanto los dirigentes de la secta católica consideran que la Biblia en general y el Antiguo Testamento en particular están inspirados por el “Espíritu Santo” y por ello representan la “palabra de Dios”, y en cuanto, según los pasajes que se tengan en cuenta, en unos se afirma y en otros se niega dicha inmortalidad del hombre, la única conclusión que puede extraerse de esta contradicción es que el supuesto “Espíritu Santo” se encontraba bastante perdido por lo que se refiere a esta cuestión que a continuación se analiza. En cualquier caso y al igual que en otras ocasiones, la simple existencia de una contradicción es una prueba evidente de que los dirigentes de la secta católica se equivocan o mienten –o ambas cosas- cuando afirman que la Biblia representa “la palabra de Dios”. Y, desde luego, es igualmente absurda su pretensión según la cual son ellos los únicos legitimados para interpretar la supuesta “palabra de Dios”, pues no hace falta tener un intelecto especialmente clarividente para interpretar adecuadamente el contenido bíblico, aunque sólo se haya manejado una traducción de ella, ya que dicha traducción ha sido aprobada por la propia Iglesia Católica a través de la Conferencia Episcopal Española y aunque pueda haber algún pasaje complicado cuya comprensión objetiva requiera de un conocimiento del contexto o de determinados aspectos de la historia del pueblo judío.
Paso a continuación al análisis del problema objeto de este estudio.
1. La idea de la inmortalidad referida al hombre aparece en Génesis en relación con Adán y Eva antes de su desobediencia a Dios. Fue precisamente en el momento de su expulsión del Paraíso cuando Dios colocó a dos querubines como guardianes a fin de evitar que comieran del “árbol de la vida” y se hicieran inmortales, tal como se narra en Génesis:
“Así que el Señor Dios lo expulsó del huerto de Edén […] Expulsó al hombre y, en la parte oriental del huerto de Edén, puso a los querubines y la espada de fuego para guardar el camino del árbol de la vida”[1].
Posteriormente, a lo largo de una extensa serie de pasajes lo que se asume como un hecho es que la vida humana termina definitivamente con la muerte, aunque en algunos momentos comienza a plantearse la idea de la existencia de un regreso a la vida y de una inmortalidad para quienes viven de acuerdo con los preceptos divinos, y, más adelante todavía, la idea de que también el malvado tendrá una vida interminable, pero una vida de sufrimiento sin fin. Pero, en general, en el Antiguo Testamento son muy pocas las ocasiones en que se defiende la existencia de otra vida más allá de la muerte física del hombre, y, en su lugar, suele hacerse referencia al sucedáneo de una mayor longevidad personal para quienes hayan sido fieles a Yahvé, junto a la promesa de una amplia descendencia –como los granos de arena del mar o como las estrellas del cielo, o, en los momentos oportunos, la de gozar de la “tierra prometida”.
1.1. Y así, por lo que se refiere al premio de una larga vida como recompensa por la fidelidad al Señor, puede verse en pasajes como el siguiente:
- “[Yahvé, dirigiéndose a Salomón, le dice:] “Si caminas por mis sendas y guardas mis preceptos y mandamientos, como hizo tu padre David, te daré larga vida”[2].
 
     Aunque resulta evidente, conviene reparar en que el hecho de que Dios prometa “larga vida” en un contexto como éste, sólo tiene sentido desde el supuesto de que el autor de este escrito, ¡inspirado por el Espíritu Santo (?)!, no llegase a ni siquiera a imaginar y mucho menos a pensar o a creer en la posibilidad de que existiera una vida eterna.
1.2. Respecto a la recompensa relacionada con la multiplicación de la propia descendencia para quienes han mantenido esta misma rectitud ante las leyes, puede verse en textos como los siguientes:
- “Poned en práctica todos los mandamientos que yo os prescribo hoy. De esta manera viviréis, os multiplicaréis y entraréis a tomar posesión de la tierra que el Señor prometió con juramento a vuestros antepasados”[3].
- “El señor se le apareció [a Isaac] y le dijo: […] Multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo”[4].
- [Dios dijo a Jacob:] “Tu descendencia será como el polvo de la tierra”[5].
- “[Así dice el Señor todopoderoso] Cuando hayas llegado al final de tu vida y descanses con tus antepasados, mantendré después de ti el linaje salido de tus entrañas, y consolidaré tu reino”[6].
- “Que el Señor multiplique vuestra descendencia […] No alaban los muertos al Señor, ni los que bajan al silencio”[7].
- “Como las estrellas del cielo que no pueden contarse, o como la arena del mar que no puede medirse, así multiplicaré yo la estirpe de mi siervo David y la de los levitas mis ministros”[8].
Como puede comprobarse, a lo largo de estos pasajes no se habla del “más allá” sino sólo de la multiplicación de la descendencia de quienes se mantienen fieles a Yahvé.
Tiene cierto interés reseñar cómo en el último pasaje citado se incluye a los levitas, es decir, a los sacerdotes de Israel en el número de los elegidos. Esta referencia a los levitas-sacerdotes tiene un sentido especial en cuanto fueron ellos quienes dirigieron durante siglos al pueblo de Israel y fueron algunos de ellos quienes escribieron o estuvieron bien relacionados con los autores de la mayor parte de los libros que constituyen el Antiguo Testamento, atribuyendo a órdenes divinas las decisiones que ellos tomaban para conseguir ser obedecidos por su pueblo, decisiones relacionadas con sus propios intereses y con su obsesión por dominar a su propio pueblo Israel.
1.3. Y, por lo que se refiere a la recompensa divina de “la tierra prometida”, relacionada con la alianza de Yahvé con Israel, o con “la tierra” en un sentido más amplio, se dice igualmente: 
- “Haz lo que es justo y bueno a los ojos del Señor, para que seas dichoso y entres a tomar posesión de la tierra buena que el Señor prometió a tus antepasados, expulsando delante de ti a todos tus enemigos”[9]
- “los malvados serán exterminados, pero los que esperan en el Señor heredarán la tierra”[10].
- “los que el Señor bendice heredarán la tierra, los que maldice serán exterminados”[11]
Al igual que en los pasajes anteriores, puede observarse que tampoco en éstos se habla de otra vida sino sólo de la posesión de “la tierra prometida” o de “la tierra” en general para quienes se mantienen fieles a Yahvé.
2. En otros momentos la vivencia de que con la muerte todo acaba no queda compensada con la idea de una larga vida, la de una extensa descendencia o la de alcanzar la “tierra prometida”, sino que esta vivencia se describe con un sentimiento de simple resignación, o, en diversas ocasiones, con un matiz más o menos explícito de angustioso nihilismo, tal como puede comprobarse en los siguientes pasajes:
2.1. Así, en ese primer sentido de simple resignación o sin expresar emoción alguna, puede hacerse referencia a los pasajes siguientes:
- “Con el sudor de tu frente comerás el pan, hasta que vuelvas a la tierra de la que fuiste formado porque eres polvo y al polvo volverás”[12].
En este primer pasaje, relacionado con el castigo divino por la desobediencia de Adán y Eva, se hace referencia explícita al trabajo como una parte de la condena, mientras que la muerte aparece como el fin natural de la vida, una vez que el hombre ha perdido el privilegio inicial con el que Dios le había creado. Pero ese regreso a la tierra no es valorado como nada negativo en sí mismo. Por otra parte, pasajes como el anterior, que hay bastantes, han influido en la mentalidad de muchos cristianos con escasa formación cultural llevándoles a rechazar el evolucionismo, al interpretar de modo literal –y muy probablemente de manera fiel- la serie de ocasiones en que se dice en la Biblia que el hombre fue creado por Dios directamente del barro de la tierra. 
Respecto a los textos que siguen a continuación hay que señalar que en el primero se habla del abismo como la morada del hombre, y, en el segundo, se indica la equivalencia entre bajar al abismo y hundirse en el polvo, o, lo que es lo mismo, regresar al polvo de donde Yahvé creó al hombre. En los dos últimos pasajes, pertenecientes al libro de Job no existe duda ninguna de que con la muerte todo termina para el hombre.
- “Tú haces que el hombre vuelva al polvo”[13],
-“Recuerda que me amasaste con arcilla, y que al polvo me has de devolver”[14].
- “El abismo es mi morada”[15].
- “Bajarán conmigo hasta el abismo, cuando juntos nos hundamos en el polvo”[16].
Los cinco pasajes siguientes, pertenecientes a Eclesiástico, insisten igualmente en la misma idea de la limitación de la vida humana. El texto a, al igual que uno de los textos de Job, expone de modo natural la idea de que el hombre volverá a la tierra, de donde fue formado por Yahvé, idea reforzada en su parte final con la referencia explícita al hecho de que Yahvé asignó a los hombres días y tiempo limitado:
a) “La cubrió con toda clase de vivientes, y todos volverán a ella. Formó el Señor al hombre de la tierra, y allá lo hará volver de nuevo. Asignó a los hombres días y tiempo limitado[17].
El texto b proclama de manera concisa y totalmente clara, sin admitir ninguna otra interpretación, que el ser humano no es inmortal:
b) “…el muerto, como quien ya no existe, ignora la alabanza […] el ser humano no es inmortal[18].
El texto c es una exhortación a no dejarse llevar por la tristeza ante la presencia de la muerte, tomando conciencia de que es el destino de todo ser humano y de que de nada sirve al muerto la tristeza que se le quiera manifestar. Sólo es cuestión de tiempo el que le sigamos al mismo lugar:
c) “Recuerda que no hay retorno; no aprovecha al muerto tu tristeza y te harás daño a ti mismo. Ten presente que su muerte será también la tuya: “A mí me tocó ayer, a ti te toca hoy””[19].
Igualmente el texto d afirma el carácter perecedero del hombre y de todo lo que contenga un hálito vital, pues todo lo que de la tierra viene a la tierra vuelve.
d) “Todo lo que de la tierra viene, a la tierra vuelve[20].
El texto e es igualmente claro en su afirmación de que la muerte es el destino que Dios ha fijado no sólo para el hombre sino para todos los vivientes, lo cual va en contra de la doctrina bíblica según la cual fue Eva -a quien en esta ocasión no se la cita- quien introdujo la muerte en el mundo:  
e) “No temas por estar sentenciado a muerte; recuerda a los que te precedieron y te seguirán. Es el destino que el Señor ha impuesto a todo viviente. ¿Por qué rebelarte contra la voluntad del Altísimo? Aunque vivas diez, cien, mil años, nadie discutirá en el abismo la duración de tu vida[21].
Los dos pasajes que siguen pertenecen a Job. En el primero, el a, se insiste en la idea de que la muerte es para siempre, mientras que en el b Job manifiesta su extrañeza y desconcierto ante el hecho de que el hombre impío muera con la misma paz que el piadoso, regresando ambos al “abismo”, es decir, al polvo de donde surgieron, sin diferencia de trato:
a) “…el hombre que yace muerto no se levantará jamás […] no volverá a levantarse de su sueño”[22].
b) “Acaban felizmente sus días [los impíos], y en paz descienden al abismo”[23].
2.2. Por otra parte, de manera progresiva la simple aceptación de la muerte como fin natural de la vida vino acompañada de alguna reflexión negativa acerca de la vida terrenal por su carácter efímero, quizá teniendo en el pensamiento el deseo de que esa vida pudiera durar eternamente para que así tuviera un sentido pleno en lugar de perderlo de manera definitiva con la muerte.
El autor de los dos textos siguientes, perteneciente a los siglos IV-III a. C.,  no parece haber imaginado todavía la posibilidad de que su Dios pudiera prolongar la vida humana indefinidamente, a pesar de que en Génesis se considera, aunque no de modo muy explícito, que el hombre fue creado con el don de la inmortalidad:
“El Señor Dios plantó un huerto en Edén, al oriente, y en él puso al hombre que había formado. El Señor Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles hermosos de ver, y buenos para comer, así como el árbol de la vida en medio del huerto”[24]
pero el hombre pasó a ser mortal como consecuencia del castigo divino por el pecado de Eva y Adán[25]. Con el paso del tiempo algunos de los autores bíblicos se atrevieron a pensar en la posibilidad de la vida eterna -pero sólo para los hombres fieles a Yahvé-, mientras que los impíos morirían para siempre. Pero finalmente se completó este proceso de osada fantasía afirmando ya la inmortalidad también para los impíos, pero con el inconveniente de que se trataría de una inmortalidad acompañada de eterno sufrimiento. Si en otros libros del Antiguo Testamento la venganza de Yahvé sólo podía alcanzar hasta la muerte del impío o hasta la muerte de su tercera y de su cuarta generación, ahora por fin los escritores habían encontrado el medio más refinado de que Yahvé pudiera aplicar su venganza mediante un castigo que nunca tuviera fin.
El pasaje a hace hincapié en la idea del carácter irreversible de la muerte utilizando la imagen del agua derramada “que no puede recogerse”. En el pasaje b la simple expresión “sombra sin esperanza” es ya de por sí suficientemente significativa respecto a la vivencia de la insignificancia de la vida terrenal por su misma fugacidad. Tales pasajes dicen así:  
a) “…todos morimos y somos como agua derramada en tierra que no puede recogerse”[26].
b) “Somos extranjeros y advenedizos en tu presencia como todos nuestros antepasados. Nuestros días en la tierra pasan como sombra sin esperanza”[27].
En el pasaje que sigue a continuación el autor sólo alcanza a imaginar que Ezequías logre que Dios le prolongue su vida al menos quince años más:  
“Así dice el Señor: Arregla los asuntos de tu casa, porque vas a morir inmediatamente.
     Entonces Ezequías se volvió contra la pared y oró al Señor así:
    -Acuérdate, Señor, que he caminado fielmente en tu presencia, y que te he agradado con mi conducta actuando con rectitud.
    Y rompió a llorar amargamente.
    Aún no había salido Isaías del patio central, cuando el Señor le dijo: 
    -Vuélvete y di a Ezequías, jefe de mi pueblo: Así dice el Señor, Dios de tu antepasado David: He escuchado tu oración y he visto tus lágrimas. Voy a devolverte la salud. Dentro de tres días subirás al templo del Señor. Alargaré tu vida quince años, te libraré a ti y a esta ciudad del rey de Asiria, y protegeré a esta ciudad en atención a mí mismo y a mi siervo David”[28].
Así que, aunque el autor de 2 Reyes no concibe todavía que Dios extienda su generosidad hasta conceder a Ezequías la inmortalidad o tenga el poder para concedérsela, al menos le concede ¡quince años más de vida!
En el siguiente pasaje sólo se pide a Yahvé “un momento de respiro” antes de la muerte definitiva, antes de que “deje de existir”:
“No te fijes en mis pecados, dame un momento de respiro antes de que me vaya y deje de existir”[29].
A continuación, tiene interés observar en el siguiente texto y en otros que, más que el anhelo de otra vida, que por el momento nadie imagina como posible, lo que en él se refleja es la idea de que los afanes de esta vida son “fatiga inútil”, pues con la muerte todo se desvanece, por lo que carece de sentido:
“Setenta años dura nuestra vida, y hasta ochenta llegan los más fuertes; pero sus afanes son fatiga inútil, pues pasan pronto, y nosotros nos desvanecemos”[30].
En los textos siguientes, procedentes de Salmos, Isaías y Job,  lo que se recalca de manera especial es la fragilidad de la vida humana, que se compara con un simple soplo y que se muestra con especial dureza precisamente por su carácter fugaz:
- “Él [Yahvé] sabe de qué estamos hechos, se acuerda de que somos polvo. Los días del hombre son como la hierba; florecen como la flor del campo, pero cuando la roza el viento deja de existir”[31].
- “El hombre es como un soplo; sus días, como sombra que no deja huella”[32].
- [Visión que tuvo Isaías] “No confiéis más en el hombre cuya vida es apenas un soplo sin valor”[33].
- “…déjame, que mis días son un soplo”[34].
De nuevo se insiste en la idea del absurdo de la vida humana cuando se dice que sus días no dejan huella o que son un soplo sin valor, lo cual, frente al posterior optimismo de Pascal, equivale a considerar que el hecho de que el hombre haya existido durante un breve lapso no tiene ninguna trascendencia, pues la muerte aniquila cualquier valor que se pretenda conceder a la vida o a cualquier proyecto o finalidad que el hombre pueda perseguir.
Posteriormente, ya en el siglo VXII, Pascal, quizá pensando en éste o en algún otro pasaje similar, pudo pretender dar una réplica al pesimismo que aquí aparece viendo en la capacidad de pensar y de pensar bien el principio que confería un valor especial al hombre frente a aquello que le mataba. Por ello, escribió en este sentido:
 “El hombre no es más que una caña, la más frágil de la naturaleza, pero es una caña pensante. No hace falta que el universo entero se arme para destruirla; un vapor, una gota de agua es suficiente para matarlo. Pero, aún cuando el universo le aplaste, el hombre sería todavía más noble que lo que le mata, puesto que él sabe que muere y la ventaja que el universo tiene sobre él. El universo no sabe nada.
Toda nuestra dignidad consiste, pues, en el pensamiento”[35].
Sin embargo y a pesar de estas palabras que nada demuestran y en nada se relacionan con la supuesta “dignidad” del hombre, es bastante probable que el optimismo de Pascal a la hora de valorar al ser humano frente al resto de la Naturaleza estuviera apoyado de manera especial en sus creencias religiosas, entre las cuales se encontraba la de la vida eterna.
Los dos pasajes siguientes, perteneciente al libro de Job, representan una queja de Job ante los sufrimientos a que Dios  permite que el demonio le someta como consecuencia de una  cruel e insensible apuesta con él. Es una protesta por el sufrimiento absurdo que a partir de ese momento fue amargando su vida. Job había llevado una vida buena, en el sentido de fiel a Yahvé, y también próspera, como consecuencia de su laboriosidad, pero de pronto Yahvé permitió al demonio que pusiera a prueba la fidelidad de Job. Estas pruebas, realmente salvajes y absurdas, hacían que la protesta de Job tuviera pleno sentido, especialmente teniendo en cuenta que él no esperaba ningún tipo de recompensa en otra vida sino sólo vivir apaciblemente esta vida terrena que aceptaba a pesar de su carácter efímero pero de la que protestaba por esos males absurdos e injustificados y, mucho más, teniendo en cuenta que con la muerte todo terminaba. Se dice así en Job:
- “Sabes muy bien que yo no soy culpable y que mi vida está en tus manos. Tus manos me han plasmado, me han formado, ¡y ahora me quieres destruir! Recuerda que me amasaste como arcilla, y que al polvo me has de devolver”[36].
De acuerdo con el pasaje anterior, lo que domina en éste es, por una parte, el sentimiento positivo del valor de esta corta vida frente a la región de la muerte, “donde la misma claridad es noche oscura”, pero, por otra, la protesta de Job por los daños absurdos e inmotivados que está recibiendo de Yahvé, teniendo en cuenta especialmente el carácter limitado de la vida que le ha concedido.
Sigue sin plantearse la posibilidad de una vida eterna, pero, a pesar de todo, Job concede cierto valor a ésta que gozamos siempre que no vaya acompañada de sufrimientos absurdos como los que él está padeciendo y aunque la duración de la vida sea limitada:
“Déjame ya en paz para que pueda gozar de algún consuelo, antes de que me vaya para no volver, a la región de las tinieblas y las sombras, a la tierra oscura de sombras y caos, donde la misma claridad es noche oscura”[37].
Estas mismas consideraciones son las que aparecen en el siguiente pasaje de Job: Puesto que los días del hombre “están contados”, ni siquiera le pide a Yahvé la inmortalidad sino sólo que le deje vivir apaciblemente, “que como un jornalero acabe su jornada”. La vida terrena sigue teniendo valor, pero lo que parece inasumible es que vaya acompañada de sufrimientos absurdos que además –aunque de modo indirecto- hayan sido enviados por la propia divinidad sin motivo alguno:
- “Puesto que están contados ya sus días, y has establecido la suma de sus meses y le has fijado un límite que no traspasará, aparta de él tus ojos y olvídate de él; que como un jornalero acabe su jornada”[38].
En el siguiente pasaje, perteneciente también a Job, se afirma de manera explícita y algo obsesiva el carácter limitado de la vida humana: No hay más allá para el hombre. Dice así:  
- “Pero el hombre, cuando muere queda inerte, ¿a dónde va cuando expira? […] el hombre que yace muerto no se levantará jamás, se gastarán los cielos y no despertará, no volverá a levantarse de su sueño”[39].
 En el siguiente pasaje, perteneciente a Eclesiástico, se compara la vida terrena con la eternidad y el autor adopta una perspectiva claramente nihilista ante la brevedad de la vida y ante el hecho “miserable” de la muerte, considerando que Dios perdona al hombre en muchas ocasiones por la compasión que le inspira esa vida tan desventurada. De manera que aquí no sólo no se plantea la posibilidad de una vida más allá de la muerte sino que ni siquiera se presenta una visión positiva de ésta.
Por otra parte, quizás el hecho de que en este texto se hable del “descanso eterno” haya podido influir en la composición de la oración y canto de la misa de difuntos de la Iglesia Católica, que comienza con las palabras “Requiem aeternam dona eis, Domine”, o al menos podría guardar alguna relación con este texto relacionado con la muerte entendida como “descanso eterno”, como regreso al polvo del que procedemos. En cualquier caso, lo que es evidente es que “el descanso eterno” no es un concepto equivalente al de “vida eterna”, pues el concepto cristiano de “la vida eterna”, está muy lejos de ser entendido como simple descanso, ya que “la vida eterna” asocia con una “felicidad eterna”, la cual tiene un sentido claramente activo, a diferencia del concepto de “descanso” que tiene una evidente connotación de pasividad. Es muy posible que quien escribió tal oración o bien no llegó a captar el significado auténtico de aquel “descanso eterno”, en cuanto la oración continúa con el deseo de que la luz perpetua brille para ellos (“et lux perpetua luceat eis), es decir, que gocen de la vida eterna en cuanto la luz es vida y la oscuridad muerte, mientras que en el mero hecho de descansar o de dormir no parece haber goce ninguno. Dice el texto de Eclesiástico:
“Los años del hombre están contados, el tiempo del descanso eterno es para todos imprevisible y son muchos [los años de vida] si llegan a cien. Una gota del mar, un grano de arena, eso son sus pocos años junto a la eternidad. Él [= Yahvé] ve y sabe que su fin es miserable, por eso los perdona una y otra vez”[40].
En los dos pasajes siguientes, pertenecientes al libro de los Salmos, se niega, de manera explícita en el primero y de manera implícita en el segundo, la existencia de vida más allá de la muerte, afirmándose igualmente la fugacidad de la vida terrena (“un momento de respiro”). En el segundo además parece que a su autor no se le pasó por la cabeza la idea de que Dios habría podido evitar la muerte definitiva del hombre, dándole la inmortalidad -de la que, por otra parte, ya se había hablado en Génesis-, o quizá consideró que la expulsión del Paraíso implicaba la pérdida definitiva de dicha inmortalidad. Por otra parte, el sentimiento que inspira la muerte terrenal es de tristeza, la cual tiene su sentido a partir de una valoración positiva de la vida a pesar de su carácter limitado. Se dice en estos pasajes:
- “…dame un momento de respiro antes de que me vaya y deje de existir”[41].
- “El Señor siente profundamente la muerte de los que lo aman”[42].
En los cuatro pasajes siguientes, pertenecientes a Salmos, Isaías, Ezequiel y Job,  se menosprecia la vida humana viéndola como “un soplo sin valor”, como una “nube que pasa y se disipa”, que conduce al “abismo”, “al país de los muertos”, lo cual es una forma evidente de reconocer que no existe otra vida, que la muerte es un “hundirse en el polvo” del que el hombre fue formado:
- “[Visión que tuvo Isaías acerca de Judá y Jerusalén] No confiéis más en el hombre, cuya vida es apenas un soplo sin valor”[43].
- “Todos están destinados a la muerte, a bajar a lo profundo de la tierra, al país de los muertos”[44].
- “Como nube que pasa y se disipa, así es el que baja al abismo para no volver”[45].
- “¿Dónde está mi esperanza? Mi felicidad, ¿quién la divisa? Bajarán conmigo hasta el abismo, cuando juntos nos hundamos en el polvo”[46].
En el siguiente texto, de Ezequiel, se relaciona la muerte con las “profundidades de la tierra” y con “el país de la eterna soledad”, forma metafórica de referirse a la tierra, lugar donde se considera que de manera definitiva van a parar los muertos. En efecto, en relación con la ciudad de Tiro, dice Yahvé:
“Te arrojaré con los muertos, con las gentes del pasado y te haré habitar en las profundidades de la tierra, en el país de la eterna soledad”[47].
Igualmente, en el siguiente pasaje, del libro de Job se habla de la muerte en términos similares a los del texto anterior así como de la fugacidad de la vida, con la conciencia clara y lúcida de que con la muerte todo acaba para siempre:
“como una nube que pasa y se disipa, así es el que baja al abismo para no volver”[48].
En el siguiente pasaje, perteneciente al libro de Job, se habla de la vida terrena sin elogio especial alguno, considerando en general que ésta, aunque limitada, es en términos generales valiosa, aunque tal valor depende también de cómo haya transcurrido para cada uno y, aunque al final, como sucede en las coplas de Jorge Manrique, todos quedamos igualados por la muerte, presentada negativamente como muerte definitiva mediante la referencia al polvo y al estar cubiertos de gusanos:
“Hay quienes mueren en pleno vigor, en el colmo de la dicha y de la paz, […] Otros mueren llenos de amargura, sin haber gustado la felicidad. Pero ambos yacen juntos en el polvo, cubiertos de gusanos”[49].
En el pasaje siguiente, perteneciente a Eclesiástico, se habla nuevamente de la limitación de la vida humana para compararla con la duración indefinida del pueblo de Israel –que es el pueblo de Yahvé-, pero en ambos casos se habla de la vida terrena, con su carácter limitado para la vida de cada persona, individualmente considerada, mientras que la vida de Israel, el pueblo de Yahvé, será indefinida a lo largo de sucesivas e incesantes generaciones, lo cual implica de modo indirecto pero evidente una valoración positiva de esa misma vida terrena:
- “El hombre tiene los días contados, pero los días de Israel no tienen número”[50].
2.3. Es especialmente en Eclesiastés y en algunos otros de los últimos libros del Antiguo Testamento donde se percibe más intensamente una perspectiva nihilista de la vida, tal como puede verse a lo largo de los textos que se exponen a continuación.
Como se verá, en el texto a se pide explicaciones a Dios ante el hecho inexorable de la muerte; el texto b es un lamento ante la brevedad de la vida, que simplemente es “un soplo fugaz”; lo mismo se viene a decir en el c, comparando la vida con una “nube que pasa”; se trata en los tres casos de comparaciones que sugieren no sólo la misma fugacidad de la vida sino su carácter intrascendente.
a) “¿Qué ganas con mi muerte, con que yo baje a la tumba? ¿Te dará gracias el polvo o pregonará tu fidelidad?”[51].
b) “Me diste sólo un puñado de días, mi vida no es nada ante ti; el hombre es como un soplo fugaz, como una sombra que pasa”[52].
c) “Como nube que pasa y se disipa, así es el que pasa al abismo para no volver”[53].
En el texto d se muestra de nuevo la intrascendencia de la vida en cuanto “no quedará recuerdo en el futuro ni del sabio ni del necio”, lo cual equivale a decir que ni lo bueno ni lo malo tendrán una consistencia permanente y definitiva; en el texto e se hace referencia a la vanidad de todo, en cuanto con la muerte todo termina y nada permanece. Etimológicamente “vanidad” proviene de “vanus” (vacío), por lo que hablar de la vanidad de todo es justo lo mismo que hablar de su falta de consistencia, de su “vacío”, es decir, de que no vale nada, en cuanto la muerte implica la desaparición de todo lo que se pretendió hacer durante la vida como si fuera a permanecer eternamente, lo cual evidentemente es un punto de vista nihilista. El tema de esa “vanidad de todo” es muy recurrente en Eclesiástes quizá por esa obsesiva vivencia de la muerte, vista como la destrucción de cualquier objetivo que el ser humano haya pretendido lograr y eternizar:
d) “…no quedará recuerdo en el futuro ni del sabio ni del necio; en los días venideros todo se olvidará y el sabio morirá como el necio”[54].
El texto e es similar al anterior, pero con la diferencia de que, en lugar de comparar las vidas del sabio y del necio, compara la de los hombres con las de los animales y juzga que el final es idéntico: Todos venimos del polvo y todos regresamos al polvo:
e) “…una misma suerte es la suerte de los hombres y la de los animales: la muerte de unos es como la de los otros, ambos tienen un mismo hálito vital, sin que el hombre aventaje al animal, pues todo es vanidad. Todos van al mismo lugar: Todos vienen del polvo y vuelven al polvo”[55]
El texto f, perteneciente a esta misma obra, plantea de modo escéptico qué puede ser bueno para el hombre, considerando “los días contados de su frágil vida”. Representa, por ello, un pasaje igualmente nihilista según el cual el hombre parece quedar paralizado en cuanto no encuentra un bien o un fin por el que valga la pena luchar. Y finalmente el texto g es una generalización absoluta del anterior: No hay que buscar nada más, pues “todo es vanidad”:
f) “Pues, ¿quién sabe lo que es bueno para el hombre en la vida, en los días contados de su frágil vida, que pasan como una sombra?”[56].
g) “…todo lo que sucede es vanidad”[57].
En definitiva, ante la perspectiva de que la muerte representa la destrucción de cualquier obra, de cualquier objetivo o de cualquier ideal, en cuanto el escritor de Eclesiastés tiene la convicción de que no hay un “más allá de la muerte”, una nueva vida que de algún modo confiera un sentido absoluto a cuanto hacemos, en esa medida son muchos los pasajes en los que se repite esta frase cargada de nihilismo, que se sigue repitiendo todavía en nuestros días: “Todo es vanidad”, que viene a significar que todo carece de sentido, que no hay nada por lo que valga la pena luchar o esforzarse, pues con la muerte todo termina.
2.4. Sin embargo y en contraposición con los planteamientos nihilistas anteriores, en esta misma obra, Eclesiástes, y en algunas otras, aparecen planteamientos, similares a los del “carpe diem” de la Edad Media, que se rebelan contra el nihilismo y que se aferran a esta vida terrena buscando vivir intensamente cada momento, precisamente como consecuencia de la comprensión de su misma fugacidad, de que con la muerte todo termina, tal como se indica en los textos siguientes:
a) “Todo lo que encuentres a mano hazlo con empeño, porque no hay obra, ni razón, ni ciencia, ni sabiduría en el abismo adonde vas”[58].
b) “Da, recibe y disfruta de la vida, porque no hay que esperar deleite en el abismo. Todo viviente se gasta como un vestido, porque es ley eterna que hay que morir… Toda obra corruptible perece, y su autor se va tras ella”[59].
 Por ello mismo, en los textos siguientes, c y d, aparece una valoración positiva de todo aquello que contribuye de algún modo a disfrutar de los placeres de la vida. De ahí proviene ese elogio tan llamativo del vino: “¿Qué es la vida si falta el vino?”, que sugiere claramente que sin él, o, lo que es lo mismo, sin los placeres cotidianos, la vida carecería de sentido. Igualmente el texto d representa una generalización del anterior al afirmarse en él que “la única felicidad del hombre bajo el sol consiste en comer, beber y disfrutar”, de manera que no hay que hacer nada confiando en un “más allá”, en cuanto se haga depender el valor de lo que hacemos de su relación con un supuesto “más allá, ya que es ésta la única vida de que disponemos:
c) “El vino es bueno para el hombre, si se bebe con moderación. ¿Qué es la vida si falta el vino? Fue creado para alegrar a los hombres. Contento del corazón y alegría del alma”[60].
d) “…yo alabo la alegría, porque la única felicidad del hombre bajo el sol consiste en comer, beber y disfrutar, pues eso le acompañará en los días de vida que Dios le conceda bajo el sol”[61].
2.5. No obstante, como antes se ha dicho, en algunos pasajes del Antiguo Testamento comienza a surgir la idea de que la recompensa divina a quienes hayan seguido sus preceptos será la vida eterna, y esta idea es la que será posteriormente adoptada por los dirigentes de la secta católica de manera definitiva hasta el momento actual.
Así, en Daniel, escrito a mediados del siglo II antes de nuestra era, se habla de la resurrección y de una vida eterna en ese doble sentido, buena para quienes han sido fieles al Señor, y mala para quienes han vivido al margen de sus leyes. No obstante, el texto es algo ambiguo en cuanto no habla de la resurrección de todos sino de la de “muchos”, como si el autor de esta obra todavía dudase acerca de cómo sería aquel más allá sobre cuya posibilidad habían comenzado a fantasear algunos autores bíblicos. Se dice en dicho libro:  
“Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra se despertarán, unos para la vida eterna, otros para la vergüenza, para el castigo eterno”[62].
Por su parte, en 2 Macabeos, obra de finales del siglo II antes de nuestra era, se habla de una vida eterna para quienes han sido fieles a Dios, pero, a diferencia de lo que se dice en Daniel, no se habla de un castigo eterno para quienes no lo han sido, lo cual parece indicar que, al igual que en otros libros bíblicos, a los malvados simplemente les espera la muerte en un sentido definitivo:      
“…tú me quitas la vida presente, pero el Rey del universo nos resucitará a una vida eterna a los que morimos por su ley”[63].
En el siguiente texto, perteneciente a Eclesiástico, coincidiendo con el autor de 2 Macabeos, se habla también de la inmortalidad, referida en exclusiva a quienes siguen los mandatos de Dios, y nada se dice respecto a una posible resurrección de quienes no le hayan sido fieles, aunque dicha resurrección tuviera como finalidad la de ser torturados con el fuego eterno o con cualquier otro tipo de castigo:
“Conocer los mandatos del Señor es fuente de vida; los que hacen lo que le agrada obtendrán los frutos del árbol de la inmortalidad”[64].
Finalmente, ya en el Nuevo Testamento, la atrevida doctrina de la existencia de una vida eterna es asumida de manera definitiva y en un doble sentido: Vida eterna de felicidad para quienes creen en Dios y siguen sus preceptos, y vida eterna de castigo en el Infierno para quienes no creen en él como Hijo de Dios.
Sin embargo, tal como se verá a continuación, el evangelio de Juan representa una importante excepción en la que pocos han reparado, pues mientras de un modo claro y evidente defiende la idea de la vida eterna en un sentido positivo para quienes hayan creído en Jesús y hayan puesto en práctica sus enseñanzas, sin embargo, de acuerdo con el punto de vista de 2 Macabeos y de Eclesiástico, no defiende la existencia de una vida eterna en el Infierno para quienes no hayan creído o no hayan cumplido sus preceptos, sino que en este último caso, aunque haya algún pasaje algo ambiguo si se lo considera al margen de los otros, juzga que su único castigo consistirá en su muerte definitiva, pues efectivamente Juan el Anciano, autor de este evangelio, contrapone la vida eterna de los creyentes con el perecer o con la “condena” de los incrédulos, y además dice que “el que no cree en él, ya está condenado”, pero no se aclara en ningún momento con precisión qué sentido da al término “condenado”. Éste puede significar simplemente que no recibirá la vida eterna, como sucede en los textos de 2 Macabeo y de Eclesiástico antes citados, donde en diversas ocasiones se niega la vida eterna para el malvado, consistiendo su castigo en morir para siempre, o que resucitará, pero para ser “condenado” al fuego eterno del Infierno. Ahora bien, en el evangelio de Juan nunca se menciona el Infierno y en ocasiones se contrapone la vida eterna a la muerte, pero no a una vida igualmente eterna en el Infierno.
Por lo que se refiere a la cuestión relacionada con la existencia de supuestos endemoniados y a Jesús, expulsando tales demonios, relatos que tantas veces aparecen en los otros evangelios, en este evangelio sólo aparece una vez en referencia a Judas, de quien el mismo Jesús dice que es diablo[65]; también se nombra al demonio en alguna ocasión[66], y en otras los enemigos de Jesús llegan a decir de él que está “poseído por un espíritu malo”[67].
Veamos a continuación algunos pasajes que pueden servir para confirmar el valor de lo que se está afirmando:
- “…el Hijo del hombre tiene que ser levantado en alto, para que todo el que crea en él tenga vida eterna.
    Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna […] El que crea en él no será condenado; por el contrario, el que no cree en él, ya está condenado”[68].
Como ya se ha comentado, aquí aparece el verbo “perecer”, que significa simplemente morir, pero también aparece la palabra “condenado”, que podría significar “condenado a morir” o “condenado al Infierno”, pero ninguna de ambas especificaciones aparecen en el texto. 
De nuevo en el texto siguiente aparece la palabra “condenado”, que no aclara a qué tipo de condena se refiere: ¿Condenado a morir definitivamente? ¿condenado al Infierno? Pero el Infierno no se nombra en ningún momento en el evangelio de Juan, ni siquiera para referirse a él como la morada del demonio. Dice este pasaje:
“El que en él [= el Hijo] cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado”[69].
En el pasaje siguiente se contrapone la vida eterna a su negación, es decir, a la muerte, al decirse que “el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida”. El añadido “la ira de Dios está sobre él” no tiene por qué significar otra cosa que la referencia al motivo por el cual quien no cree “no verá la vida”, es decir, no gozará de la vida eterna:
-“El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él”[70].
Los pasajes que se exponen a continuación tienen el interés especial de referirse en exclusiva a aquéllos a quienes Jesús concederá la vida eterna por creer en él o por cumplir con sus preceptos, mientras que nada dicen respecto a quien no cree o no cumple sus preceptos. Este hecho es muy significativo en el sentido de que para el autor de este evangelio –Juan el Anciano- Dios premia a unos con la vida eterna, mientras que a quienes no creen en Jesús o no cumplen sus preceptos simplemente les deja que sucumban a la muerte, que por sí misma es ya suficiente condena, pero nada se dice acerca de un castigo eterno como sería el del Infierno:
- “Y ésta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero”[71].
- “El que cree en mí tiene vida eterna”[72]
- “Éste es el pan que desciende del cielo, para que el que de él come, no muera”[73].
- “Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre”[74]
Los pasajes que siguen a continuación son especialmente importantes pues en ellos se contrapone de un modo explícito la vida eterna, con que Dios premia a quien cree y sigue su palabra, y la muerte eterna, que representa simplemente la negación de la resurrección para la vida eterna a aquellos que no han creído o no han cumplido sus preceptos:
a) “…el que guarda mi palabra, nunca verá muerte[75].
b) “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás[76].
c) “Le dijo Jesús [a Marta]: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente[77].
e) “Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente[78].
En los dos pasajes que siguen a continuación se habla de “condenación”, de “resurrección de vida” y de “resurrección de condenación”, pero sigue sin aclararse el sentido en que se emplea la palabra “condenación”, pues la “resurrección” hace referencia al momento del “fin de los tiempos” en que todos serán juzgados, para bien o para mal, para vida eterna o para muerte eterna. Ahora bien, teniendo en cuanta la serie de pasajes antes citada, en la que ni una sola vez se hace referencia al Infierno, sería realmente aventurado suponer que en estos momentos, cuando Jesús habla de “condena”, se estuviera refiriendo al Infierno y no simplemente a la muerte, como en los anteriores pasajes:
- “El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida”[79].
- “…y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación”[80].
Finalmente en el pasaje siguiente se menciona la muerte de modo explícito como castigo y destino de aquellos que no crean que Jesús proviene del Cielo:
-“…si no creéis que yo soy [de arriba, del Cielo], en vuestros pecados moriréis[81].
En consecuencia, parece claro que Juan el Anciano no habla en ningún caso del Infierno, al que sí hacen referencia los otros evangelios en múltiples ocasiones, sino sólo de la “muerte eterna” como castigo divino para quienes no han creído en él. Resulta digno de destacarse que sea éste el único evangelio que no mencione el Infierno, a pesar de ser el más tardío de los cuatro evangelios canónicos, escrito hacia el año cien. Parece que la formación de Juan el Anciano en la cultura griega pudo ser determinante en esta diferencia de su enfoque con respecto al de los demás evangelistas, al margen de que tuviera la prudencia de no decir de manera expresa nada en contra de su existencia. 
3. Resurrección y bienaventuranza eterna.
La idea de la resurrección y con ella la de la bienaventuranza eterna o la del castigo eterno del Infierno se generalizan a partir del Nuevo Testamento y son las que han prevalecido en la Iglesia Católica, a pesar de que, en teoría, tanto esta doctrina como la de que la muerte terrenal es una muerte definitiva provienen del “Espíritu Santo”, puesto que las dos aparecen en la Biblia, a pesar de que son ideas contradictorias.
3.1. Como se ha podido ver, la doctrina de la bienaventuranza eterna no era algo totalmente nuevo, surgido a partir del Nuevo Testamento, pues, a pesar de que la doctrina dominante en el Antiguo Testamento es la de que la muerte representa el regreso del hombre al polvo del que procede y, por ello mismo, el final absoluto de su limitada vida, ya en varios libros del Antiguo Testamento algunos autores tuvieron la audacia de comenzar a defenderla, tal como sucede en algún pasaje de Isaías, de Daniel o de 2 Macabeos.
En efecto, se dice en Isaías:
- “Pero revivirán tus muertos, los cadáveres se levantarán, se despertarán jubilosos los habitantes del polvo, pues rocío de luz es tu rocío, y los muertos resurgirán de la tierra”[82],
igualmente se dice en Daniel:
“Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra se despertarán, unos para la vida eterna, otros para la vergüenza, para el castigo eterno”[83],
y, del mismo modo, se dice en 2 Macabeos:
- “[Judas Macabeo] actuó recta y noblemente, pensando en la resurrección. Pues si él no hubiera creído que los muertos habían de resucitar, habría sido ridículo y superfluo rezar por ellos”[84].
Sin embargo, es en el Nuevo Testamento donde la creencia en la resurrección y en la vida eterna, para bien o para mal, se presenta de un modo ya generalizado, tanto en los evangelios como en el conjunto de sus libros en general, tan importantes para la fijación de la dogmática del cristianismo.
Dicha vida eterna aparece ya claramente asociada o bien con la idea de la bienaventuranza eterna, que viene generalmente relacionada con la fe en Jesús como Hijo de Dios (así como también con las acciones, aunque valoradas por algunos autores importantes, como Pablo de Tarso o como Martín Lutero, de modo secundario), o bien con la eterna condenación en el Infierno, defendida ya definitivamente en el Nuevo Testamento -con la excepción ya mencionada del evangelio de Juan, donde se defiende la idea de la bienaventuranza eterna para quienes creen en Jesús y la condena a la muerte eterna para quienes no hayan creído-, y defendida igualmente como dogma de fe por la Iglesia Católica.
A continuación se muestran algunos pasajes del Nuevo Testamento en los que se habla de la condenación eterna[85] la cual apenas en alguna ocasión my concreta había sido apoyada en el Antiguo Testamento, donde generalmente se consideraba que el fin del malvado era simplemente su muerte definitiva, su regreso al polvo.
Veamos algunos pasajes importantes:   
- “Te conviene más perder uno de tus miembros que ser echado todo entero al fuego eterno”[86].
- “Así será el fin del mundo. Saldrán los ángeles a separar a los malos de los buenos, y los echarán al horno del fuego; allí llorarán y les rechinarán los dientes”[87].
- “Más te vale entrar tuerto en el reino de Dios que ser arrojado con los dos ojos al fuego eterno, donde […] el fuego no se extingue”[88].

- “Después dirá a los del otro lado: “Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles”[89].
- “Y en el abismo, cuando se hallaba entre torturas, levantó los ojos el rico y vio a lo lejos a Abrahán y a Lazaro en su seno. Y gritó “Padre Abrahán, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje en agua la yema de su dedo y refresque mi lengua, porque no soporto estas llamas”. Abrahán respondió: “Recuerda, hijo, que ya recibiste tus bienes durante la vida, y Lázaro, en cambio, males. Ahora él está aquí consolado mientras tú estás aquí atormentado […]”[90].
- “Apartaos de mí, id al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles”[91].
- “En cuanto a los cobardes, los incrédulos, los depravados, los criminales, los lujuriosos, los hechiceros, los idólatras y los embusteros todos, están destinados al lago ardiente de fuego y azufre, que es la segunda muerte”[92].
Igualmente y por lo que se refiere a la bienaventuranza eterna, existe una referencia a ella en algunos pasajes del Antiguo Testamento, pero es especialmente su inequívoca afirmación en el Nuevo testamento lo que determinará que dicha doctrina quede fijada como uno de los dogmas centrales del cristianismo.
Veamos algunos ejemplos:
- “Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber […][93]
-“Jesús le dijo:
    -Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso”[94]
-“…el Hijo del hombre tiene que ser levantado en alto, para que todo el que crea en él tenga la vida eterna”[95]
-“si proclamas con tu boca que Jesús es el Señor y crees con tu corazón que Dios lo ha resucitado de entre los muertos, te salvarás”[96].
-“Dios salva al hombre, no por el cumplimiento de la ley, sino a través de la fe en Jesucristo”[97].
-“Quien alcance la salvación por la fe, ese vivirá”[98].
-“el hombre alcanza la salvación por la fe y no por el cumplimiento de la ley”[99].
-“Y si por el delito de uno solo la muerte inauguró su reinado universal, mucho más por obra de uno solo, Jesucristo, vivirán y reinarán los que acogen la sobreabundancia de la gracia y del don de la salvación”[100].
-“si proclamas con tu boca que Jesús es el Señor y crees con tu corazón que Dios lo ha resucitado de entre los muertos, te salvarás”[101].




[1] Génesis, 3:23-24.
[2]1 Reyes, 14.
[3] Deuteronomio, 8:1.
[4] Génesis, 26:2-4.
[5] Génesis, 28:14.
[6] 2 Samuel, 7:12:
[7] Salmos, 115, 14-17.
[8] Jeremías, 33, 22.
[9] Deuteronomio, 6:18-19.
[10] Salmos, 37:9.
[11] Salmo, 37:22.
[12] Génesis, 3:19.
[13] Salmos, 90:3.
[14] Job, 10:9.
[15] Job, 17:13.
[16] Job, 17:16.
[17] Eclesiástico, 17:1. La cursiva es mía.
[18] Eclesiástico, 17:28. La cursiva es mía.
[19] Eclesiástico, 38:21-22. La cursiva es mía.
[20] Eclesiástico, 40:11. La cursiva es mía.
[21] Eclesiástico, 41:3-4. La cursiva es mía.
[22] Job, 14:12
[23] Job, 21:13.
[24] Génesis, 1:8-9.
[25] Génesis, 3:19 y 3:22-24.
[26] 2 Samuel, 14:14:
[27] 1 Crónicas, 27:15.
[28] 2 Reyes, 20:1. La cursiva es mía.
[29] Salmos, 39:14.
[30] Salmos, 90:10.
[31] Salmos, 103:14-15.
[32] Salmos, 144:4.
[33] Isaías, 2:22.
[34] Job, 7:16.
[35] B. Pascal: Pensamientos.
[36] Job, 10:7-9.
[37] Job, 10:20-22.
[38] Job, 14:5-6.
[39] Job, 14:10.
[40] Eclesiástico, 18:9-12.
[41] Salmos, 39:14.
[42] Salmos, 116:15.
[43] Isaías, 2:22.
[44] Ezequiel, 31:14.
[45] Job, 7:9.                                                                                                                      
[46] Job, 17:15-16.
[47] Ezequiel, 26:19.
[48] Job, 7:9.
[49] Job, 21:23-25.
[50] Eclesiástico, 37: 25.
[51] Salmos, 30:10.
[52] Salmos, 39:6-7.
[53] Job, 7:9.
[54] Eclesiastés, 2:16.
[55] Eclesiastés, 3:19-20.
[56] Eclesiastés, 6:12.
[57] Eclesiastés, 11:8.
[58] Eclesiastés, 9:10.
[59] Eclesiástico, 14:16.
[60] Eclesiástico 31:27-28.
[61] Eclesiastés, 8:15. El pronombre “muchos” resulta desconcertante en cuanto no incluye a la totalidad de los hombres sino sólo a una parte, aunque numerosa, de ella.
[62] Daniel, 12:2. La cursiva es mía.
[63] 2 Macabeos, 7:9.
[64] Eclesiástico, 19:19.
[65] Juan, 6:70
[66] Por ejemplo, en Juan, 8:44 y en 17:15.
[67] Juan, 10:20.
[68] Juan, 3:14-15.
[69] Juan, 3:18. Traducción de Reina-Valera (1960). La cursiva es mía.
[70] Juan, 3:36.
[71] Juan, 6:40.
[72] Juan, 6:47
[73] Juan, 6:50.
[74] Juan, 6:51.
[75] Juan, 8:51. La cursiva es mía.
[76] Juan, 10:27-28. La cursiva es mía.
[77] Juan, 11:25-26. Cuando aquí se dice que quien cree en Jesús “no morirá eternamente” se está diciendo de manera implícita que el castigo de quien no cree consistirá en que sí morirá eternamente. La cursiva es mía.
[78] Juan, 11:26. La cursiva es mía.
[79] Juan, 5:24.
[80] Juan, 5:29.
[81] Juan, 8:24. La cursiva es mía.
[82] Isaías, 26:19.
[83] Daniel, 12:2.
[84] 2 Macabeos, 12:43-44.
[85] Un estudio más amplio de esta cuestión aparece en el capítulo correspondiente de este mismo libro.
[86] Mateo, 5:29.
[87] Mateo, 12:49-50.
[88] Marcos, 9:47.
[89] Mateo, 25:41.
[90] Lucas, 16:23-25.
[91] Mateo, 25:41.
[92] Apocalipis,  21:8.
[93] Mateo, 25:34-35.
[94] Lucas, 23:43.
[95] Juan, 3:14-15.
[96] Romanos, 10: 9.
[97] Gálatas, 2: 16.
[98] Romanos, 1: 17.
[99] Romanos, 3: 28.                 
[100] Romanos, 5: 17.
[101] Romanos, 10: 9.

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