domingo, 17 de abril de 2011

2.1. La contradicción del “pecado original”.
Antonio García Ninet

Desde el Concilio de Cartago a finales del siglo IV, la jerarquía cristiana afirma como dogma de fe la existencia de un “pecado” cometido por Adán y Eva, consistente en una desobediencia a Dios, que se transmitiría al resto de la humanidad con la excepción de María, la madre de Jesús. Se trata del llamado “pecado original”.
En el Génesis se menciona, aunque de un modo algo ambiguo, tal “pecado original” haciendo referencia a la desobediencia de Adán y Eva a una prohibición de Dios, y al correspondiente castigo, tal como puede leerse en dicho libro, donde Yahvé le habría dicho a Eva:
“Multiplicaré los dolores de tu preñez, parirás a tus hijos con dolor; desearás a tu marido, y él te dominará” ,
y, a continuación, a Adán:
“Por haber hecho caso a tu mujer y haber comido del árbol prohibido, maldita sea la tierra por tu culpa. Con fatiga comerás sus frutos todos los días de tu vida […] Con el sudor de tu frente comerás el pan, hasta que vuelvas a la tierra de la que fuiste formado, porque eres polvo y al polvo volverás” .
Es decir: Esa desobediencia habría determinado que Dios les expulsara del Paraíso, les condenase a ganar el pan con el sudor de su frente, a parir con dolor, y, en el caso de la mujer, a quedar sometida al hombre. La ambigüedad del texto consiste en que las palabras de castigo iban dirigidas a Eva y a Adán de manera directa, pero evidentemente es la humanidad en general la que vive en las condiciones señaladas en dicho pasaje. Y, por lo que se refiere a la cuestión de la mortalidad del hombre, en el último texto citado no se considera que exista una relación de causalidad entre aquella desobediencia primitiva y dicha mortalidad, sino que simplemente se presenta como un hecho natural que el hombre es polvo y que al polvo volverá, o, lo que es lo mismo, que después de la muerte no hay otra vida sino que el hombre se convierte de nuevo en aquella materia inerte de la que fue formado, sin que este regreso represente un aspecto más del castigo divino.
Este relato bíblico junto con el de la creación del mundo debió de tener como fundamento el deseo natural de entender diversos hechos, como el de la existencia del mundo, el de la existencia del sufrimiento y de las diversas dificultades de la vida en general y el del sufrimiento particular de la mujer durante los alumbramientos, y el de explicar por qué la mujer estaba sometida al varón. Y en todos los casos de situaciones negativas los sacerdotes judíos o quienes escribieron estos relatos se sirvieron de ellos para controlar y dominar a su pueblo, advirtiendo que sólo mediante la fidelidad a su Dios –es decir, a las órdenes de los sacerdotes-, mediante el cumplimiento de ciertos sacrificios y mediante la donación de bienes a los sacerdotes de Yahvé se podría aplacar su ira y conseguir su perdón. Tales doctrinas se defendían además porque afirmar la existencia de su Dios Yahvé a la vez que la de los diversos males de la vida como si vinieran de Yahvé de un modo gratuito no parecía nada lógico, pues el Dios de Israel, siendo bueno, hubiera debido evitarlos y, si no lo había hecho, debía de ser como consecuencia de un castigo por alguna conducta negativa del ser humano. Y efectivamente, según el escritor de esta fantasía, en un primer momento Yahvé habría actuado bondadosamente creando el mundo y al ser humano en excelentes condiciones durante el tiempo en que Adán y Eva vivieron en el Edén, en el que incluso estaba el “árbol de la vida” que hubiera podido concederles la inmortalidad si el propio Yahvé no lo hubiera evitado mediante sus poderosos querubines cuando les expulsó del Edén como castigo por su desobediencia. El texto bíblico de Eclesiástico, fiel al machismo tradicional de la época pero en contradicción con el texto del Génesis por lo que se refiere a la causa de la mortalidad del hombre, relacionó la muerte con el pecado de Eva:
“Por la mujer comenzó el pecado, por culpa de ella morimos todos” .
Pero, así como son muchas las ocasiones en que se hace referencia a Dios castigando a los judíos infieles hasta la tercera y la cuarta generación, ésta es la única en que se hace referencia al primer pecado considerando a la mujer, representada por Eva, culpable de él. Sin embargo, en el Antiguo Testamento, con la excepción del texto mencionado, nunca se hace referencia a un pecado tan “original” que recaiga en la descendencia de Adán y Eva y, sobre todo, que requiriese de la encarnación divina para liberar de él a la Humanidad.
2.1.1. Como se acaba de ver, la doctrina de los dirigentes católicos, que consideran que el supuesto pecado original se trasmite de padres a hijos desde Adán y Eva, de los cuales descendería toda la humanidad, fue defendida ya en el Antiguo Testamento a comienzos del siglo II a. C., en Eclesiástico. Posteriormente, en el Nuevo Testamento, Pablo de Tarso defendió esta doctrina con palabras muy similares cuando escribió:
“por el delito de uno solo la condenación alcanzó a todos los hombres” .
a pesar de que no tenía ningún sentido que, a consecuencia de una supuesta falta cometida por Eva y Adán, el conjunto de la humanidad, que nada tuvo que ver con dicha falta, debiera ser condenado.
Por la misma época en que escribió Pablo de Tarso, en los evangelios se hacía referencia a la salvación de los hombres por “los pecados” en general.
Este modo de pensar tan absurdo era coherente sin embargo con la mentalidad de los autores de la Biblia, en donde se cuenta, por ejemplo, que en la última de las famosas plagas de Egipto Yahvé, de manera despótica y absurda, castigó a los egipcios con la muerte de todos sus primogénitos –y la de los primogénitos de sus animales- a fin de conseguir que su faraón permitiese la marcha de los judíos. Igualmente son muchas las ocasiones en las que los sacerdotes, aparentando trasmitir órdenes de Yahvé, exhortan a los judíos a atacar a determinados pueblos y a exterminar a toda su población, incluyendo a ancianos, mujeres y niños; y son también numerosas las ocasiones en las que Yahvé, según lo presentan los sacerdotes, se muestra como un ser vengativo que castiga las ofensas recibidas “hasta la tercera y la cuarta generación” , lo cual representa ya el mismo tipo de arbitrariedad que el condenar a todas las generaciones posteriores, tal como habría sucedido como consecuencia del supuesto “pecado original”, aunque en este último caso esa arbitrariedad tan injusta contra el conjunto de la humanidad, que nada tuvo que ver con aquel supuesto pecado, quedaba elevada a la máxima potencia. En cualquier caso, así se daba una explicación, a nivel de fábula bíblica, de los diversos males que en el contexto de su “cultura” el pueblo judío quizá no hubiera podido entender si se le presentaban como males que él, a pesar de su poder, no hubiera podido evitar o como una decisión arbitraria de Yahvé, aunque también es verdad que la misma ocupación de la llamada “tierra prometida” por parte del pueblo de Israel era un ejemplo de arbitrariedad y de barbarie total del propio Yahvé, en cuanto los judíos llegaron a la tierra de Canaán y la ocuparon sin más, conquistándola y asesinando a sus habitantes a partir del argumento según el cual los sacerdotales de Israel, que se presentaban como emisarios de ese Dios, dijeron que ésa era “la tierra prometida” que Yahvé les había entregado:
“Él […] derrotó a muchas naciones y mató a reyes poderosos: a Sijón, rey de los amorreos, a Og, rey de Basán, y a todos los reyes de Canaán; y dio sus tierras en herencia a su pueblo Israel […] Porque el Señor salva a su pueblo y se compadece de sus siervos”
Conviene señalar igualmente que en el Génesis, primer libro de la Biblia, en el que aparece el relato de aquella desobediencia, Dios castiga absurdamente a la serpiente -que, por cierto, nada tiene que ver con el demonio- y a su descendencia, y castiga a Eva y a Adán, pero nada se dice explícitamente de un castigo para su descendencia, al margen del simple hecho de que, una vez expulsados del Paraíso, ya nadie regresó a aquel idílico lugar, en el que además, según el relato bíblico, se encontraba el “árbol de la vida” , que hubiera permitido al hombre vivir para siempre . Además, en el Antiguo Testamento existen textos en los que de manera explícita se habla en contra de que los hijos carguen con las culpas de los padres. Así sucede en Ezequías, donde se dice:
Vosotros decís: “¿Por qué no carga el hijo con la culpa de su padre?” Pues porque el hijo, recta y honradamente, ha guardado todos mis mandamientos y los ha puesto en práctica: por eso vivirá. El que peca es el que morirá. El hijo no cargará con la culpa del padre, ni el padre con la del hijo”
2.1.2. El absurdo dogma del pecado original implica además otras nuevas contradicciones:
La primera consiste en el hecho de que en los diversos libros del Antiguo Testamento –con la excepción mencionada del libro Eclesiástico, escrito hacia el año 180 a. C.– no se dice nada que haga referencia a tal pecado, a diferencia de lo que luego se comenzó a defender en el Nuevo Testamento hasta que la secta cristina lo proclamó como dogma de fe a finales del siglo IV. Y, además, sólo en el Nuevo Testamento comienza a hablarse del Hijo de Dios muriendo para redimir al hombre de ese o de otros pecados.
La segunda consiste en el propio carácter absurdo y contradictorio de un pecado que se hereda, pues, en cuanto el concepto de pecado hace referencia a una acción voluntariamente cometida en contra de supuestas leyes divinas, no tiene sentido la tesis de que el hombre nazca ya en pecado, pues antes de nacer no puede haber realizado acción alguna, ni voluntaria ni involuntaria, en contra de tales supuestas leyes. De hecho, el mismo Aurelio Agustín –“san Agustín”- sólo pudo encontrar como expli-cación de la “herencia” de ese pecado una nueva doctrina tan absurda como la anterior, consistente en la teoría de que los hijos heredaban de los padres no sólo el cuerpo, sino también el alma -doctrina conocida con el nombre de “traducianismo”-, ya que estando relacionado el pecado con una potencia del alma como lo sería la voluntad, si el hombre sólo heredase el cuerpo, Aurelio Agustín no entendía qué lógica podía haber en la doctrina de tal supuesto pecado, pues el cuerpo era sólo el instrumento del que se servía el alma para realizar aquellos actos que podían estar o no de acuerdo con la voluntad divina, pero no podía ser la causa del pecado. Por otra parte, si el alma era creada directamente por Dios para cada uno de los hombres, era absurdo imaginar que Dios hubiese creado un alma en pecado. Sin embargo, los dirigentes cristianos de la época no aceptaron la tesis de Agustín, seguramente porque, al considerar el alma como una realidad espiritual, no podían aceptar que se transmitiese de padres a hijos como consecuencia de una relación meramente física y material. Así que, no encontrando ninguna explicación racional para esta doctrina, los dirigentes cristianos de los primeros siglos no tuvieron ningún reparo en considerar el pecado original -¡y tan “original”!- como un misterio, concepto con el que trataban de esconder y negar la serie de contradicciones en que incurrían continuamente.
En tercer lugar, en cuanto la jerarquía católica considera que la omnipotencia divina pudo evitar que María naciera en pecado, esta doctrina representa la demos-tración más evidente de que nacer en pecado no sólo era absurdo en sí mismo sino que era evitable. En consecuencia, a partir de tal situación se plantea una insuperable dificultad: ¿No es contradictorio con la supuesta omnipotencia y amor infinito de Dios negar que concediese al resto de la humanidad la gracia que concedió a María? ¿Por qué no la concedió al resto de la humanidad? ¿Acaso pensó que era bueno que el hombre naciera en pecado? Pero, si era bueno, ¿por qué privó a María de ese “privilegio”? Y, si no era bueno, ¿por qué sólo utilizó su poder para librar del pecado a María y no al resto de la humanidad? Pues, a partir del supuesto de que el amor y el poder de Dios fuera infinito, no tendría sentido que ese poder se debilitase una vez concedida esa gracia a María. Y tampoco tendría sentido considerar que su amor fuera “más infinito” para unos que para otros. Quizá alguien, con ganas de decir disparates, pudiera sugerir que el pecado original era bueno a fin de que Dios manifestase su amor muriendo en una cruz, pero en tal caso la consideración del pecado como bueno sería contradictoria con la supuesta necesidad de la llamada “redención”. Además, habría sido un nuevo absurdo que el perdón a la humanidad se obtuviese por la mediación del sufrimiento y de la muerte injusta de alguien, tanto si se trataba de un hombre como si se trataba del mismo Dios. Tal explicación sólo podría tener sentido en el contexto de una mentalidad sádica en la que las ofensas al rey o al faraón sólo se perdonaban con la muerte del ofensor o de algún familiar, como su hijo -en este caso, el propio Dios convertido en hombre-, que pagaría por el delito de otro hombre.
Y, en cuarto lugar, esta doctrina representaría además una aplicación de la ley del Talión, “ojo por ojo, diente por diente”, que, aunque defendida en el Antiguo Testamento , fue luego, según los evangelios, criticada por Jesús, y habría sido radicalmente incompatible con la constante referencia al perdón y a la misericordia infinitas de Dios, cuya aplicación debería ser gratuita precisamente por tratarse de una gracia y no el resultado de una “transacción” como la que podría expresar la supuesta “redención”, doctrina basada en la aplicación de una doctrina del estilo de “tú me ofreces un sacrificio y, a cambio, yo te perdono”.
2.1.3. Por otra parte, el pecado original, considerado en sí mismo, plantea además otros dos problemas que muestran igualmente su carácter absurdo:
2.1.3.1. Si en el momento de la supuesta creación de Adán y Eva no hubo contrato alguno entre Yahvé y Adán y Eva, que estableciese para éstos la obligación de obedecer los mandatos que él quisiera imponerles, es absurda la doctrina según la cual tuvieran tal obligación de obedecer a Dios a partir del argumento de que, como éste les había creado, tenía derecho a exigirles obediencia en aquello que quisiera mandarles, argumento que, como acertadamente señaló Hume respecto a la imposibilidad de obtener una conclusión prescriptiva a partir de premisas meramente descriptivas, no podía conducir a tal conclusión.
2.1.3.2. Es igualmente absurdo que Dios impusiera a Adán y a Eva la prohibición de comer de aquel árbol –al igual que cualquier otra prohibición- en cuanto, a causa de su predeterminación y de su presciencia, no sólo sabría de antemano que comerían del fruto prohibido sino que además, de acuerdo con la doctrina católica acerca de la omnipotencia y de la predeterminación divinas, Dios mismo les habría programado para que obrasen del modo en que lo hicieron.
Así que de nuevo nos encontramos ante la idea antropomórfica de un Dios que, al igual que un niño que, jugando con sus muñecos, deja volar su fantasía e imagina diversas aventuras entre ellos, aunque sólo sea él quien actúe mientras que sus juguetes sólo “hacen” aquello que él quiere que “hagan”, del mismo modo el propio Dios sería quien, de acuerdo con la Biblia y con la teología católica, habría determinado las acciones del hombre y la misma ilusión de cada uno de ser el auténtico protagonista de “sus actos”. Y, por ello mismo, habría sido un nuevo absurdo castigar a Adán y a Eva por ejecutar aquella desobediencia para la cual el propio Dios les habría programado. Y evidentemente este mismo absurdo es el que existe en el castigo de cualquier otra desobediencia o pecado, en cuanto todos los actos realizados por el hombre, según se defiende en la Biblia y en la misma teología católica, hayan sido programados o predeterminados por Dios.





2.2. La contradicción de la “salvación”
Antonio García Ninet

En el Antiguo Testamento es frecuente la referencia a sucesivos salvadores, “libertadores” o “mesías”, que Yahvé enviaba para librar a su pueblo de la esclavitud a que otros pueblos le sometían a lo largo de su historia.
2.2.1. El salvador por excelencia es el propio Dios, que es quien, según los textos del Antiguo Testamento, liberó a Israel de la esclavitud a que le tenía sometido el faraón de Egipto. Y así, se dice en Génesis:
“Os tomaré para que seáis mi pueblo, y yo seré vuestro Dios; entonces cono-ceréis que yo soy el Señor, vuestro Dios, el que os libró de la opresión egipcia” .
En este pasaje tiene interés hacer referencia a la primera frase, en la que el propio Dios elegiría para sí al pueblo de Israel –“para que seáis mi pueblo”- en lugar de considerarse a sí mismo como Dios único y de todos los pueblos. Complemen-tariamente ese Dios se impone a sí mismo como Dios de Israel al que el propio Israel debe reconocer como tal por cuanto fue él quien les “libró de la opresión egipcia”.
En otros textos, como el que sigue, se insiste en esta misma idea: Yahvé se convierte en el Dios de los judíos de manera especial como consecuencia de su actuación como libertador –mesías- de Israel, al margen de que, como se acepta en diversos momentos, haya otros dioses que el pueblo de Israel tiene que ignorar y no adorar, pues su “Dios celoso” considera como la mayor ofensa que su pueblo llegue a adorar a otros dioses, tal como se dice en los siguientes pasajes:
-“a ti te ha elegido el Señor tu Dios, para que seas el pueblo de su propiedad entre todos los pueblos que hay sobre la superficie de la tierra” ;
-“Yo soy el Señor tu Dios desde Egipto. No conoces a otro Dios fuera de mí, yo soy el único salvador” .
Conviene aclarar que evidentemente las manifestaciones celosas de ese dios no son otra cosa que las manifestaciones teatrales y mentirosas de los sacerdotes judíos que tienen como finalidad seguir dominando a su pueblo, ya que es él quien le proporciona su sustento, sus riquezas y su poder.
Otros textos igualmente significativos son:
a) “Él mató a los primogénitos de Egipto […] Derrotó a muchas naciones y mató a reyes poderosos: a Sijón, rey de los amorreos, a Og, rey de Basán, y a todos los reyes de Canaán; y dio sus tierras en herencia a su pueblo Israel […] Porque el Señor salva a su pueblo y se compadece de sus siervos” .
Fruto de la liberación de Israel frente a Egipto, en cuya descripción se hace referencia, ¡con orgullo!, del absurdo asesinato de los primogénitos egipcios realizado por Dios, se habría producido la alianza de este Dios con el pueblo de Israel, a quien habría de defender de otros pueblos siempre que le guardase fidelidad. Es este Dios quien considera a Israel como “su siervo”, a quien él mismo eligió:
b) “Tú, Israel, siervo mío; Jacob, a quien yo elegí” ,
y es el propio Dios quien directamente, al menos según los diversos escritores de la Biblia, salva a su pueblo Israel de la esclavitud en múltiples ocasiones.
En este punto conviene insistir en que:
- la salvación siempre se relaciona con el pueblo de Israel, que es el pueblo elegido por Dios;
- esa salvación tiene un sentido inequívocamente político, que suele ir acompañada de la destrucción o de la derrota del pueblo que se había enfrentado o había esclavizado a Israel; y
- que esa derrota suele ir acompañada de actos de bárbara crueldad realizados por el propio Dios, como puede verse en el texto a, antes citado, y en los textos que siguen y, más concretamente en los textos e, f y, especialmente, h:
d) “Yo mismo os liberaré muy pronto, mi salvación no tardará. Traeré a Sión mi salvación y colmaré a Israel de mi esplendor” .
e) “Él mató a los primogénitos de Egipto […] Derrotó a muchas naciones y mató a reyes poderosos: a Sijón, rey de los amorreos, a Og, rey de Basán, y a todos los reyes de Canaán; […] Porque el Señor salva a su pueblo y se compadece de sus siervos” .
f) “Voy a vengarme y seré implacable, dice nuestro libertador, cuyo nombre es el Señor todopoderoso, el Santo de Israel”
g) “¡Salid de Babilonia, huid de los caldeos! Anunciadlo y proclamadlo con gritos de júbilo, publicadlo hasta el confín de la tierra. Decid: “El Señor ha rescatado a su siervo Jacob [ = Israel]” ” .
h) “Obligaré a tus opresores a comer su propia carne, se emborracharán con su sangre como si fuera vino. Y todos sabrán que yo soy el Señor, tu salvador y que tu libertador es el fuerte de Jacob” .
i) “Dios es nuestra salvación” .
j) “Cantad al Señor un cantar nuevo, porque ha hecho maravillas […] El Señor hace pública su victoria, a la vista de la naciones revela su salvación .
Todos estos pasajes se refieren claramente a la salvación del pueblo de Israel de sus enemigos y no a la salvación de un supuesto pecado original o de cualesquiera otros pecados relacionados con el conjunto de la humanidad, heredados o no de Adán y Eva. Además el sentido político y no religioso ni moral de tal salvación es más evidente si se tiene en cuenta la larga serie de textos y momentos del Antiguo Testamento en los que Yahvé actúa de ese mismo modo, provocando la destrucción y muerte de los enemigos de Israel.
2.2.2. En otros momentos y de acuerdo con este concepto de salvador, entendido como libertador, no se hace referencia al propio Dios de un modo directo como tal salvador, sino a un libertador que, enviado por Yahvé, salva a Israel de sus enemigos. Así sucede, por ejemplo, en los textos siguientes:
k) “Entonces la ira del Señor se encendió contra Israel y los entregó en poder de Cusán Risatain, rey de Edom […] Pero clamaron al Señor, y el Señor les suscitó un libertador para salvarlos: Otoniel, hijo de Quenaz y hermano menor de Caleb” .
l) “Los israelitas estuvieron sometidos a Eglón, rey de Moab, dieciocho años. Pero clamaron al Señor, y el Señor les suscitó un libertador: Eud, hijo de Guera, benjaminita” .
m) “El Señor suscitó a Israel un libertador, que los libró del yugo de Siria, y los israelitas habitaron como antes en sus casas” .
Esta serie de textos parecen más que suficientes para dejar definitivamente claro que el sentido que tienen en el Antiguo Testamento las referencias a un libertador –o mesías- es claramente político, en relación con la liberación de Israel respecto a la situación de esclavitud a que fue sometido en múltiples ocasiones, y no un sentido tan alejado y distinto de éste como lo es el que aparece después en el Nuevo Testamento, en el que, según los dirigentes cristianos, el propio Hijo de Dios libera a la humanidad del pecado original mediante su sacrificio en una cruz.
En efecto, este cambio de sentido del concepto de “libertador” o de “mesías” aparece en el evangelio de Juan, referido a la obtención de la vida eterna, y, de manera especialmente clara, en los escritos de Pablo de Tarso, quien adopta no sólo la idea de que el Hijo de Dios “libera” del pecado sino también que su “liberación” no se dirige exclusivamente al pueblo de Israel, como sucedía en el Antiguo Testamento, sino a todos los pueblos de la tierra, tanto judíos como “gentiles”, es decir, no judíos.
En este sentido escribe Pablo de Tarso:
n) “Quien alcance la salvación por la fe, ese vivirá” .
ñ) “el hombre alcanza la salvación por la fe y no por el cumplimiento de la ley” .
o) “Y si por el delito de uno solo la muerte inauguró su reinado universal, mucho más por obra de uno solo, Jesucristo, vivirán y reinarán los que acogen la sobrea-bundancia de la gracia y del don de la salvación” .
p) “si proclamas con tu boca que Jesús es el Señor y crees con tu corazón que Dios lo ha resucitado de entre los muertos, te salvarás” .
q) “Dios salva al hombre, no por el cumplimiento de la ley, sino a través de la fe en Jesucristo. Así que nosotros hemos creído en Cristo Jesús para alcanzar la salva-ción por medio de esa fe en Cristo y no por el cumplimiento de la ley. En efecto, por el cumplimiento de la ley ningún hombre alcanzará la salvación” .
Y, en un sentido bastante similar, pero haciendo hincapié de manera especial en el supuesto sacrificio de Jesús muriendo en la cruz para salvarnos o librarnos de nuestros pecados, se escribe en el evangelio de Juan:
r) “el Hijo del hombre tiene que ser levantado en alto, para que todo el que crea en él tenga vida eterna” .
s) “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré el último día” .
t) “envió a su Hijo para librarnos de nuestros pecados”
2.2.3. Al margen de este cambio de sentido del concepto de libertador en estos pasajes del Nuevo Testamento, tiene interés señalar la contradicción existente entre los textos ñ y q, de Pablo de Tarso, y el punto de vista que aparece en la carta de Santiago, pues, mientras Pablo insiste en que la salvación viene por la fe y no por las obras o por el cumplimiento de la ley, en la carta de Santiago se insiste en que
“por las obras alcanza [el hombre] la salvación y no sólo por la fe” .
Por su parte, el texto t hace referencia a la liberación “de nuestros pecados” , y ya no se hace referencia a “nuestros enemigos”, ni a “los enemigos del pueblo de Israel” ni al “pecado original”.
2.2.4. Aunque la doctrina de la salvación, unida a la de la resurrección de Jesús, se convirtió en el pilar más importante del Catolicismo, se trata de una doctrina contradictoria con la de la misericordia y amor infinitos de Dios, el cual, si algo tenía que perdonar, para ello no tenía ninguna necesidad de “sacrificio” alguno, y menos el de su propio hijo, pues hubiera bastado con su simple voluntad.
En este punto es evidente que esta doctrina no encajaba en absoluto con las nuevas acerca de un Dios más bondadoso, sino más bien con las del Dios justiciero, déspota y vengativo del Antiguo Testamento, en el que Yahvé –o sus sacerdotes- por cualquier ligero motivo es capaz de eliminar a la casi totalidad de la especie humana, tal como ya había sucedido en el mito del “diluvio universal”, cuando Yahvé no sólo decidió eliminar a casi la totalidad de la humanidad sino incluso toda forma de vida, con la excepción de una pareja de cada especie .
Y así, se da la paradoja de que, por una parte, se dice que Dios es amor, pero, por otra y de modo contradictorio, ese mismo Dios aparece como un ser déspota, cruel y vengativo, que exige sacrificios para conceder su perdón y que llega a arrepentirse de haber creado al hombre –como si su omnisciencia no le hubiera permitido saber cómo se iba a comportar y como si su predeterminación no eximiese al hombre de cualquier responsabilidad por “sus” actos, que en realidad habrían sido actos del propio Dios en cuanto habrían sido programados por él.
Conviene recordar que en el Antiguo Testamento el propio Dios establece para el pueblo de Israel la vengativa Ley del Talión:
“ojo por ojo y diente por diente” ,
ley según la cual, el perdón de cualquier falta o daño sólo podía producirse mediante un castigo o un daño equivalente a la ofensa o daño causado por el ofensor. Por ello, si el ofendido había sido el propio Dios, la ofensa cometida no podía lavarse mediante un sacrificio humano, pues el ofendido era infinitamente superior, mientras que el ofensor valía menos que las patas de un gusano. Así que sólo el propio Dios hecho hombre podía ofrecerse a sí mismo en sacrificio ante su “Padre” para pagar aquella gravísima (?) desobediencia.
Sin embargo, aunque desde la perspectiva teológica introducida en alguno de los libros del Antiguo Testamento y en diversos pasajes del nuevo era absurdo que Dios mismo no pudiera perdonar sin más, todavía en aquellos tiempos se siguió encontrando más natural el punto de vista dominante del Antiguo Testamento, en el que se veía a Dios un ser especialmente celoso, despótico, vengativo y cruel. Por ello y como ya se ha dicho, la paradoja de la doctrina de “la salvación” es que en ella se pretende ofrecer un sincretismo entre la perspectiva del Antiguo Testamento respecto al Dios de los ejércitos y de la venganza, y la del Nuevo, en la que Dios llega a perdonar –aunque no siempre, ni mucho menos- sin más requisito que el de la fe, a pesar de que tal sincretismo resultaba inviable por contradictorio con el punto de vista del Antiguo Testamento.
2.2.4.1. Esa misma paradoja entre la idea de la divinidad en el Antiguo y en el Nuevo Testamento, se presenta igualmente en la misma figura de Jesús en cuanto, por una parte, predica el amor a los enemigos, pero, por otra, castiga con el fuego eterno a quienes no creen en él, o cae en la contradicción de amenazar con el juicio divino a todo el que juzgue a los demás, pues en cuanto exhorta a sus discípulos con las palabras “no juzguéis, para que Dios no os juzgue ”, que implican una valoración negativa del hecho de juzgar, la consecuencia lógica que debería derivar de tales palabras es la que el propio Dios no debería incurrir en aquel tipo de conducta que él mismo desaprobaba, ni siquiera aplicándola a quienes cometiesen la falta de juzgar a los demás.
2.2.5. La doctrina de la “Salvación” no tuvo exclusivamente la finalidad de ser presentada como la forma mediante la cual Dios otorgaba su perdón, sino que, de acuerdo con las “religiones mistéricas” aparecidas más de un siglo antes que el Cristia-nismo, sirvió a los dirigentes cristianos para ofrecer al creyente la doctrina de su propia filiación e identificación con Dios a través de su incorporación al “cuerpo místico de Cristo”, materializado en “su Iglesia”. Tal incorporación era la que proporcionaba al cristiano no sólo el perdón de Dios sino la novedad de la “vida eterna”, a la que no se había hecho referencia en casi ningún momento de los libros del Antiguo Testamento, en los que se habla especialmente
1) de una larga vida, o
2) de la multiplicación de la propia descendencia,
3) de la muerte como el final absoluto de la vida del hombre, y
4) de la defensa del “carpe diem”, a partir de la toma de conciencia de la finitud de la vida humana.
2.2.5.1. Así, respecto a las referencias a una larga vida del propio pueblo o de la propia descendencia, se habla en multitud de ocasiones, como las siguientes:
1) “El señor se le apareció [a Isaac] y le dijo: […] Multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo” .
2) “Tu descendencia será como el polvo de la tierra” .
Como puede verse, en estos dos primeros textos no se habla de vida eterna ni tampoco de una vida terrena especialmente prolongada sino sólo de una descendencia muy numerosa.
En los textos que siguen se hace ya referencia a una larga vida terrena personal como recompensa de la fidelidad a Dios:
3) “Daréis culto al Señor vuestro Dios […] y os daré una vida muy larga”.
4) “Y el Señor bendijo el final de la vida de Job más que su comienzo […] Después de todo esto, Job vivió todavía hasta la edad de ciento cuarenta años, y vio a sus hijos y a sus nietos, hasta la cuarta generación” .
5) “El temor del Señor alarga la vida, los años del malvado se acortan”
Conviene reflexionar en que si los judíos hubieran creído en una vida eterna, hablar de una vida terrena más o menos larga no sólo hubiera estado de sobra sino que habría sido un contrasentido respecto a dicha creencia, ya que mientras los dirigentes católicos dicen que esta vida es sólo un destierro y un valle de lágrimas, la “otra vida” represen-taría el definitivo regreso al Paraíso.
6) [Moisés dijo] “Guarda sus leyes y mandamientos que yo te prescribo hoy, para que seas feliz tú y tus hijos después de ti, y prolongues tus días en la tierra que el Señor te da para siempre” .
Igualmente, tampoco este texto habría tenido sentido, con esa referencia a una vida larga si en la mente de quien lo escribió hubiera estado la creencia de que después de la muerte había una vida mejor y eterna, pues, si así lo hubiera imaginado, la prolongación de la vida terrena se le habría mostrado más como un castigo que otra cosa.
7) “No te postrarás ante ellos ni les darás culto, porque yo, el Señor tu Dios, soy un Dios celoso, que castigo la maldad de los hombres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación” .
El castigo hasta la tercera y cuarta generación es señal de crueldad, pero sobre todo es una prueba de que en esos momentos a los judíos no se les había ocurrido todavía la idea de que pudiera haber un más allá después de esta vida, ni para bien ni para mal: Ni gloria eterna, ni castigo eterno.
2.2.6. En los textos siguientes 1 y 2 –y en muchos otros- ni siquiera se habla de una larga vida sino solo de tomar posesión de la tierra prometida y de la multipli-cación de la propia descendencia, única forma de inmortalidad que se les ocurrió o que tuvieron la osadía de idear en aquellos momentos:
1) “Haz lo que es justo y bueno a los ojos del Señor, para que seas dichoso y entres a tomar posesión de la tierra buena que el Señor prometió a tus antepa-sados, expulsando delante de ti a todos tus enemigos” .
2) “Poned en práctica todos los mandamientos que yo os prescribo hoy. De esta manera viviréis, os multiplicaréis y entraréis a tomar posesión de la tierra que el Señor prometió con juramento a vuestros antepasados .
2.2.6.1. Pero, además, por si podía quedar alguna duda sobre está negación implícita del más allá, pueden verse otra serie de textos en los que de manera inequívoca y explícita se niega explícitamente esta posibilidad, entendiendo que la muerte es el fin absoluto de la vida humana:
1) “eres polvo y al polvo volverás” .
2) “El hombre es como un soplo; sus días, como sombra que no deja huella” .
3) “Como nube que pasa y se disipa, así es el que baja al abismo para no volver” .
4) “mis días son un soplo” .
5) “Recuerda que me amasaste como arcilla, y que al polvo me has de devolver” .
6) “Déjame ya en paz para que pueda gozar de algún consuelo, antes de que me vaya, para no volver, a la región de las tinieblas y las sombras, a la tierra oscura de sombras y caos, donde la misma claridad es noche oscura” .
7) “Puesto que están contados ya sus días y has establecido el número de sus meses, y le has fijado un límite que no traspasará, aparta de él tus ojos y olvídate de él; que, como un jornalero, acabe su jornada” .
8) “Pero el hombre, cuando muere, queda inerte” .
9) “el hombre que yace muerto no se levantará jamás […] no volverá a levantarse de su sueño” .
10) “¿Dónde está mi esperanza? Mi felicidad, ¿quién la divisa? Bajarán conmigo hasta el abismo, cuando juntos nos hundamos en el polvo” .
11) “Acaban felizmente sus días [los impíos], y en paz descienden al abismo” .
12) “Hay quienes mueren en pleno vigor, en el colmo de la dicha y de la paz, […] Otros mueren llenos de amargura, sin haber gustado la felicidad. Pero ambos yacen juntos en el polvo, cubiertos de gusanos” .
13) “una misma es la suerte de los hombres y la de los animales: la muerte de unos es como la de los otros, ambos tienen un mismo hálito vital, sin que el hombre aventaje al animal, pues todo es vanidad. Todos van al mismo lugar: todos vienen del polvo y vuelven al polvo .
14) “Los vivos saben que han de morir, pero los muertos no saben nada; no tendrán ya recompensa alguna y quedarán completamente en el olvido”
15) “el ser humano no es inmortal” .
16) “Los años del hombre están contados, el tiempo del descanso eterno [ es decir, la muerte] es para todos imprevisible y son muchos si llegan a cien [los años de vida].
17) “Una gota del mar, un grano de arena, esos son sus pocos años junto a la eternidad”.
18) “Por eso el Señor es paciente con los hombres, y derrama sobre ellos su misericordia.
Él ve y sabe que su fin es miserable, por eso los perdona una y otra vez” .
19) “El hombre tiene los días contados, pero los días de Israel no tienen número” .
20) “Recuerda que no hay retorno; no aprovechará al muerto tu tristeza y te harás daño a ti.
Ten presente que su suerte será también la tuya: “A mí me tocó ayer, a ti te toca hoy”” .
21) “Todo lo que de la tierra viene, a la tierra vuelve” .
22) “No temas por estar sentenciado a muerte; recuerda a los que te precedieron y te seguirán.
Es el destino que el Señor ha impuesto a todo viviente.
¿Por qué rebelarte contra la voluntad del Altísimo?
Aunque vivas diez, cien, o mil años,
nadie discutirá en el abismo la duración de tu vida” .
Conviene recordar que para los dirigentes católicos la Biblia es la “palabra de Dios”, tanto la parte del Antiguo como la del Nuevo Testamento. En consecuencia, en cuanto existe una contradicción evidente entre los textos citados y aquellos otros en los que se habla de “la vida eterna”, tal contradicción es una prueba más del absurdo de estas doctrinas.
2.2.6.2. Una consecuencia –a la vez que una confirmación del sentido de esta creencia de que la muerte es el fin absoluto de la vida- es la aparición complementaria de la filosofía del “carpe diem”, planteamiento vital que aparecerá de nuevo en la Edad Media, apostando por disfrutar de la vida mientras dura, pues es lo único que tenemos:
1) “yo alabo la alegría, porque la única felicidad del hombre bajo el sol consiste en comer, beber y disfrutar, pues eso le acompañará en los días de vida que Dios le conceda bajo el sol” .
2) “Da, recibe y disfruta de la vida, porque no hay que esperar deleite en el abismo. Todo viviente se gasta como un vestido, porque es ley eterna que hay que morir” .
Sin embargo y a pesar de su carácter contradictorio, los dirigentes cristianos, al orientar y adoctrinar a sus fieles para que lean e interpreten la Biblia según la interpretación “oficial” que ellos fijan, al procurar que tales fieles desarrollen lo menos posible su capacidad racional y crítica, y, al introducir las doctrinas de la salvación y de la vida eterna como dogmas, han conseguido un provecho económico muy sustancial, a pesar del carácter contradictorio de estas doctrinas con los anteriores textos y a pesar de la contradicción consistente en que ¡¡un Dios infinitamente misericordioso necesite del sacrificio de su propio hijo para poder perdonar!!
Con una doctrina de ese tipo, que exalta la idea del sacrificio y del amor divino hasta la muerte, los dirigentes católicos pudieron lograr además otros propósitos, como 1) el de la satisfacción del rencor de los primeros cristianos hacia quienes inicialmente les habían perseguido, en cuanto la Redención no se aplicaría a sus perseguidores, que serían condenados al “fuego eterno”, y 2) el de atraer a esta nueva religión a quienes pudieran sentirse solos, abandonados, miserables y descontentos con su situación económica y social, ofreciéndoles el amor y el cobijo de Jesús, y la esperanza de una compensación en “otra vida mejor” a cambio de su fe, de su sumisión y de su entrega a la “Iglesia de Jesús” (?) –así como la entrega de una parte considerable de sus bienes- y su acatamiento a las consignas de los dirigentes católicos.
Por lo que se refiere a la satisfacción del rencor de los cristianos contra los paganos y por su forma de proselitismo mediante el miedo a un castigo eterno ya Pablo de Tarso escribió:
“Puesto que Dios es justo, vendrá a retribuir con sufrimiento a los que os ocasionan sufrimiento; y vosotros, los que sufrís, descansaréis con nosotros cuando Jesús, el Señor […] aparezca entre llamas de fuego y tome venganza de los que no quieren conocer a Dios ni obedecer el evangelio de Jesús, nuestro Señor. Éstos sufrirán el castigo de una perdición eterna, lejos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder” .
En esta misma línea, todavía después de más de mil años de la creación de esta secta, ya en el siglo XIII Tomás de Aquino llegó a escribir:
“Para que la felicidad de los santos más les complazca y de ella den a Dios más amplias gracias, se les concede que contemplen perfectamente los castigos de los condenados” .
Por otra parte, cuando los dirigentes católicos hacen referencia a la muerte de Jesús considerándola como la puerta para la salvación, olvidan que, de acuerdo con sus propias doctrinas -en este caso la de Pablo de Tarso-, “el hombre se salva por la fe”, pero proclaman igualmente que la fe es un don de Dios, por lo que sólo se salvaría aquel a quien Dios la hubiera concedido. A quien criticase tal arbitrariedad le replicarían en algunos casos que, si no tiene fe, debe pedirla a Dios, sin tomar conciencia de lo absurdo que es pedir nada a alguien en cuya existencia no se cree previamente. Además, para que dicha “salvación” se produjera, debería cumplirse otro requisito indispensable como lo era el de la “predestinación” divina, según la cual era el propio Dios quien desde la eternidad había establecido a quiénes salvaría y a quiénes condenaría, tal como se dice en diversos lugares de la Biblia como cuando Pablo de Tarso escribe: “Por eso Dios les envía [a quienes va a condenar] un poder embaucador [=que les embaucará], de modo que crean en la mentira y se condenen todos los que en lugar de creer en la verdad, se complacen en la iniquidad” . Y, por ello, tampoco las obras tendrían valor alguno para la salvación, ya que Dios salva a quien quiere y la voluntad divina no puede estar subordinada a nada. Esta consideración conduce a ver la historia de la supuesta redención como una simple comedia burlesca de ese Dios tan caprichoso que juega a ofrecerse en sacrificio para luego condenar de modo absurdo y ridículo a la mayor parte de los seres por quienes se habría sacrificado.
Pero, de nuevo, como la capacidad humana para razonar y para ser coherente con la razón es tan insignificante, deben de ser muy pocos los católicos que se hayan detenido a considerar estas cuestiones, otorgando su confianza a su propia razón en lugar de dársela al obispo o al cura de turno, que predican desde el púlpito de una catedral o de una iglesia rural con sus disfraces de pavo real y con frases rimbombantes de una incoherencia total.

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